Cobarde
"A ti, hermosa villana...
Hace días no me sentía lo suficientemente seguro de escribir esta carta, pues creo firmemente que me he comportado como un idiota por celos que no tengo porque tener. Eres una mujer libre, eres una paloma que tiene todo el derecho de extender las alas y volar hacia alguien que te demuestre más cariño.
Soy cobarde mi reina, soy incapaz de mirarte a los hermosos orbes que dentro poseen la fuerza de los siete mares y decirte cuanto te amo, decirte que mi impotencia no es por lo que hagas con ese príncipe azul, es por no tener la valentía que tiene él.
Él no tiene miedo a amarte, el quiere conquistarte, y yo no puedo si quiera mirarte a los ojos sin bajar los ojos intimidado. Eres demasiado para alguien tan simple como yo, pero aún así me miraste en algún momento.
¿Aún sentirá tu corazón aquel impulso de velocidad cuando estoy cerca?, ¿Aún tu respiración se irregulariza cuando se mezcla con la mía al estar tan juntos?, ¿Aún se te eriza la piel cuando te susurro algo al oído?.
Necesito saberlo miel, necesito saber si sientes algo por mi, o mi imbecilidad ha tirado todo por la borda.
Mis manos tiemblan en éste instante y he demorado bastante para sólo escribir estas pocas palabras, pues mis letras siempre salen de mi corazón y este ahora se encuentra acongojado, lleno de culpabilidad ante mis impulsos.
Lo siento emperatriz de mi voluntad, lamento no ser como ese chico.
Con amor,
Tú cobarde artista.
Nathaniel Kurtzberg".
Ya habían pasado varios días desde aquel akuma que tantos estragos había causado, todo había vuelto a estar como antes y las vacaciones de invierno se aproximaban más rápido de lo que los jóvenes hubieran esperado, y con eso, famosos eventos para celebrar el hecho.
Y claro, con esto me refiero al famoso baile de invierno, y la polémica subasta de citas en beneficio del club de esgrima que todos los años organizaban los cursos mayores del instituto. Por consecuencia, ese año le correspondía al salón de nuestros protagonistas.
Con el financiamiento de André Bourgeois, Gabriel Agreste, Carlo Faure y una cuota del resto de los apoderados, la dirección de Marinette y Chloé, la decoración de Rose y el guión para los animadores a cargo de Adrien e Iván, el evento prometía ser una mezcla de elegancia con modernidad.
— Creo que si los adornos son blancos y plateados, representaremos mucho mejor el tema del invierno, porque si usamos el celeste nos veremos muy Frozen—. Comentó la rubia mirando todo el entorno, tomando su mentón, arrugando la nariz.
— Además tu ya pareces Elsa, Chloé... Tenemos la temática , eres tan fría y antipática como un témpano de hielo—. Agregó un joven dentro de la reunión, causando pequeñas risas en varias personas.
— Woow, no sabía que haríamos temática de Disney... ¡Hagamos 101 dálmatas!, después de todo estamos rodeados de perros a los que me encantaría sacarles el pellejo... ¿Genial?, ¿No?, ustedes son expertos en títulos— . Sonrió Lila sarcástica, causando el silencio en varios y las risas de la rubia— . Continúa linda, tienes la atención de nosotros.
Nathaniel, como 90% de las veces, dejó de prestar atención a la clase para concentrarse en la rubia frente a él, la cual exponía sus opiniones con bastante fluidez, rodando los ojos ante la indecisión del grupo de jóvenes a su alrededor. Después de una hora de diálogo, Chloé se aburrió y salió del cuarto, seguida del pelirrojo, quien ya no aguantaba ni un día más sin hablar con ella.
— Para ser una persona tan tímida eres un asco tratando de ser sigiloso... ¿Que necesitas Kurtzberg?—. Pronunció y volteó a mirar al pelirrojo, alzando una ceja y cruzandose de brazos, con aquella mirada tan gélida como siempre.
Él tibuteo, sintiendo sus palabras atorarse en su garganta y un balnuceo ridículo se apoderó de su boca. Carraspeo y se armó de valor, tomando la muñeca de la rubia, sin decir una palabra, sólo arrastrandola hasta el lugar donde más seguro se sentía, su preciado salón de artes.
Por suerte ningún estudiante estaba a esas horas en esa área del colegio, o se habría sorprendido de ver como una de las chicas más populares del instituto, ingresaba a un salón con el simple rarito de los comics y se encerraban dentro.
— Perdóname—. Salió de los labios del pelirrojo. — Perdóname por ser tan idiota, no tengo derecho, se que me he comportado cada vez peor... He ido cayendo de mal a terrible, pero es que... Es que... Es que no lo entenderías Chloé—.
Se revolvió el cabello con inquietud, notando como su cobardía lo vencía una vez más. Era incapaz de mencionar las simples palabras "Me gustas", era incapaz de gritar lo celoso que estaba, y era aún más incapaz de reclamar sus labios como lo había hecho alguna vez.
Que impotencia sentía en ese instante, era un simple ciervo frente a una imponente leona, que con sólo una mirada ya lo tenía completamente despellejado.
— ¿Perdón por qué?... ¿Por ofenderme frente al mondadientes ese?, ¿Por alejarte?, ¿Por meterte a mi cuarto a escondidas?—. Soltó una risa sarcástica y mordió su labio inferior, acercándose un paso más a él, frunciendo ligeramente el ceño. — ¿O por llamarme prácticamente una cualquiera sólo por besarme con un chico?... ¿Quién te crees que eres Kurtzberg?... Déjate de joder y abre esa puerta—.
Sus palabras eran duras, si, eso nadie lo podía negar, pero en el fondo estaban llenas de decepción, aquella que todos tenemos cuando creemos en una persona, algo que no es tan así. Chloé no era la mejor persona del mundo, eso era indiscutible, pero por más idiota que sonará, ella creía que Nathaniel era algo muy cercano a una salvación. Había encontrado un amigo con buenas intenciones, que la trataba con ternura.
Pero al igual que la gran parte de las cosas en su vida, todo no podía ser tan perfecto, y el artista se había caído de la nube lentamente.
Por su parte Nathaniel sentía la culpabilidad subir por todo su cuerpo, instalándose en su pecho. Si, era un idiota, no había duda de ello, su preciada rubia lo detestaba de seguro. Pero no era tiempo para estar lloriqueando, por primera vez, era hora de ponerse los pantalones.
— Si, perdón por todo eso... Perdón por eso y mucho más.. ¡Lo siento, pero me equivoqué!, ¡Soy humano Chloé y actúe por impulso!... ¡Tu no entiendes lo que sentí!—. Llevo las manos a su cabello, desordenandolo con desesperación, dándole la espalda a la rubia.— ¡Creí qué habías vuelto a caer en esas conductas que no hacían más que convertirte en alguien que no eres!—.
— ¡¿Y qué sabes tú de como soy yo, Nathaniel?!, ¡No me conoces!, ¡Sólo eres uno más de los que quiere que me convierta en una santurrona moralista como Marinette, y no soy así!—
— ¡Ya se que no eres así y eso es lo que me agrada de ti!—. Gritó al fin, tomando aire para continuar su exteriorizacion. — No eres una santa, eres arrogante, presumida, caprichosa y vanidosa... Pero no eres una mala persona, tienes un corazón enorme que cada vez que puede ayuda a las personas que viven en él... Sólo debes mostrar eso.... Nadie quiere que cambies todo de ti... —. Se acercó a ella y tomó sus manos entre las suyas, mirándola a los ojos. — No se el resto, pero yo no quiero una Marinette más... Quiero la mejor versión de Chloé Bourgeois—.
Los ojos de la rubia se conectaron con los del pelirrojo y tuvo que bajar la mirada, pues se sintió flaquear una vez más ante lo que sus palabras le causaban.
¡Maldita sea!, ¡No podía doblegarla así!, ¡No tan rápido aún que sea!.
Pasó saliva y se alejó de golpe, alzando el mentón con orgullo. Aún tenía muchas cosas que decir.
— ¡Deja de mentir!... ¡Deja de fingir que me quieres porque no es así!, si me quisieras jamás me habrías tratado mal, tienes un control de la ira asqueroso!—. Apuñó sus manos, y se desarmó el nudo cerebral que encerraba sus palabras con concordancia.— Yo nunca voy a ser una chica perfecta y mientras no dejes de buscar eso en mi... Significa que no conoces a Chloé Bourgeois.
— ¡Si la conozco y es lo que no entiendes!... Te conozco muy bien... Se que amas el amarillo, el negro y el blanco, porque son los colores que tiene "Abracitos", se que cuando tienes frío tu nariz y tus mejillas se sonrojan, dándote una apariencia tierna, se que amas el pop, pero al mismo tiempo la música clásica porque amas el violín, y tocarlo te hace perderte en tu mundo... Se que Adrien y Sabrina son personas fundamentales para ti, aunque aparentes que no es así... Se que muestras una faceta fría ante el mundo para esconder un corazón hermoso... Se que te duele que tu madre no esté nunca contigo, y su falta de atención, que es una de las principales razones para que seas así... Claro que lo se... Te conozco...—. La miró a los ojos mientras la rubia apretaba con fuerza los bordes de la mesa en la que estaba sentada, sus largas uñas rasguñaban el material de manera nerviosa, y sus dientes mantenían capturada una esquina de su labio inferior, los nervios eran parte de ella. — Se eso y mil cosas más... Y eso que solo soy tu compañero de salón, el que a veces frecuentas... Imagina si me abrieras tu corazón... Chloé yo... Yo te quiero... Te quiero de una forma diferente y te pido por favor, una oportunidad, déjame mostrarte que puedo ser un buen chico... Solo... Acompáñame al baile, por favor.
Chloé se mantuvo estática por unos segundos, tomando aire y tratando de procesar toda la información que en tan solo una platica había conseguido. ¿Cómo sabía todo eso?, ¿Era una especie de psicópata?.
Su mente le decía que lo mandara a volar, pero su corazón latía a un ritmo extraño y sus mejillas se sentían coloreadas, todo era un torbellino de emociones que la confundía y eso que ni siquiera estaba mencionando a Claude.
Mordió su labio inferior, presa de la duda. ¿Era correcto aceptar su propuesta?, ¿Sería una buena idea que la princesa de París fuera al baile con una fruta?.
Bueno, en la vida había que tomar riesgos.
Mientras tanto, el pobre Nathaniel estaba hecho un lío, ella lo había mandado al carajo y el prácticamente se le había declarado, eso era un rechazo seguro. Pero es que a veces se odiaba, su masoquismo era tremendo, esa joven no lo quería ver ni en pintura pero el seguía y seguía.
Bueno, su padre siempre decía que lo que vale la pena, es lo que cuesta tener, y vaya que la atención de la joven era complicada de obtener.
— No me conoces tan bien Kurtzberg... Yo... No soy tan fan del blanco—. Pronunció, alejándose hasta la puerta, con la frente en alto y su usual caminata de pasarela. — Vendré de dorado, toma eso como referencia... Y recuerda, hasta las 12, y a las 19:45 en punto en mi hogar—. Y con eso, se retiró, dejando al pobre Nathaniel con el corazón en la mano, pestañeando tres veces antes de entender el mensaje.
Necesitaría dinero, su amiga italiana y una inspiración, el dorado.
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