(A) 02. Fotosíntesis

Me encontraba acostada en medio del césped. Llevaba puestas las gafas de sol, mis extremidades estaban en forma de estrella y solo me dedicaba a ver las nubes, buscándoles alguna forma interesante. Hacer eso provocaba que notara con más nitidez cómo se movían y desvanecían, así que, si veía una casa, podía terminar siendo un perro y luego una mancha. Era entretenido.

―¿¡Qué haces todavía ahí!? ¡Te vas a quemar! ―advirtió mamá desde la zona de descanso afuera de la casa.

Ese lugar era pequeño, tenía un techo y sillones muy cómodos. En primavera me gustaba sentarme ahí en la noche y escuchar el cantar de los grillos. Resultaba relajante.

―¡Hago la fotosíntesis!

―¡Te mandé a un buen colegio como para que digas semejante estupidez!

Levanté mi cabeza con esfuerzo y aparté mis gafas un momento para verle. Estaba vestida de forma cómoda con sus brazos en jarra y una mirada desaprobatoria; la había visto muchas veces así.

―¿Por qué no estás preparando la cena?

Me vio con algo de molestia. Claro, porque no había querido ayudarle a hacerlo, pero ese no era mi problema. Ella fue quien invitó a su mejor amiga a cenar, no yo. Además vendría con su estúpido hijo: JeongGuk. Ah, tan estúpido como inteligente. Él era avispado. No pasaba por alto ni una y eso era una molestia para mí.

―¡Anda a comprar el postre!

Eso implicaba caminar un par de cuadras y luego perder una hora con el señor Gang mientras me contaba sobre su vida como si me interesara. Odiaba mi costumbre al saludar. Era algo como:

―Hola, ¿cómo estás, TaRa?

―Bien, ¿y usted?

El simple acto de educación me había permitido saber que la hija mayor del señor Gang estudiaba contabilidad en Estados Unidos y que su hijo menor estaba por entrar a la secundaria. Repito, no me interesaba nada de eso, pero él era muy hablador y yo evitaba ser descortés. Aunque muchas veces me dieron ganas de solo pedirle que se callara porque ya me quería ir.

―¿¡Por qué no le dices a JeongGuk!? ¡Seguro se ofrecería con gusto! ―Volví a acomodar mis gafas y a mi posición de estrella.

―¡Min TaRa! ¡No me hagas enojar!

―Ambas sabemos que preferirías que tu hijo fuera JeongGuk ―murmuré para mí.

Al instante el sonido del timbre retumbó en la casa y mamá fue con prisa a la entrada. Pasaron varios minutos en los que alcancé a ver una sirena y un dragón. Un bebé y un pan. ¿Por qué un pan? La pregunta es: ¿por qué no?

«Esa tiene forma de gato», pensé cuando sentí una patada suave a mi costado. Desvié mis ojos a la figura alta que cubría la mitad del cielo en mi panorama.
Idiota.

―¿Y ahora?

―Te acompaño a la pastelería.

―No, gracias. Estoy bien.

―Anda, que va a llover.

―Se supone que tú eres listo. En verano no llueve.

―Improbable no significa imposible.

Me senté de golpe, cruzando mis piernas en forma de mariposa y sopesé. Haría que él cargara el pie de piña que mamá había ordenado. No se trataba de que fuera pesado, sino enorme y estorboso. Yo detestaba cuando tenía que ir por los recados, porque el camino de regreso no era sencillo mientras cargaba cosas. Una vez casi me caí de cara, por suerte nadie me vio.

―¿Trajiste tu auto?

―Vamos a ir caminando.

―Que tengas piernas fuertes no significa que yo también.

―Vamos, TaRa. Te compraré un helado de regreso.

―Soy tan fácil de convencer ―me reprendí, levantándome y viéndole casi de frente.

JeongGuk solo era quince centímetros más alto que yo. En efectos prácticos no era un problema, pero detestaba verle desde abajo, así que ese día decidí ponerme plataformas. Usaría tacones de no ser porque no soportaba el dolor de pies. Ellos debían ser una tortura.

Caminamos directo a la entrada y, mientras Jeon se calzaba los zapatos, yo le grité a mamá que ya volvíamos. Después él me esperó afuera hasta ponerme los míos. Al salir, fuimos con calma y a la par. Nunca había sido incómodo entre nosotros, excepto cuando nuestra amistad se terminó por decisión propia y empecé a evitarle. Me sentí mal por él cuando su hermano me contó que lloró porque estaba triste por mi indiferencia.

Muchas veces quise pedirle perdón.

Él se detuvo de golpe.

―Hay que regresar por un paraguas.

―Que no. Es verano y el sol brilla con más intensidad que tu futuro. No va a llover.

«Más bien, debí ponerme gorra», pensé para mí.
Me vio con una expresión reprobatoria. Sus cejas y labios se fruncieron de forma casi imperceptible. Después, como estaba esperando ya que era su manía, pegó la lengua al interior de su mejilla. Desde que éramos pequeños lo hacía, pero la acción lucía diferente con el pasar de los años. A los cinco era hasta tierno porque parecía una rabieta, sin embargo, a los veinte le hacía lucir muy sexy.

―Voy a disfrutar cuando pueda decir que te lo dije, porque te lo dije.

Se dio la vuelta y siguió con el camino. Yo me quedé detrás, viendo al suelo e intentando caminar por las líneas del adoquinado. Estaba muy embelesada en eso hasta que sentí que alguien me tomó de la cintura. Di un respingo y, antes de darle un golpe al pervertido, me di cuenta que era el idiota de JeongGuk.

―¿Qué haces?

Siseó y continuó caminando, obligándome a imitarle. Pero no me sentía cómoda. Detestaba su cercanía y no sólo era porque le odiaba expresamente. Era otra cosa que prefería evitar. Ya saben, dicen que del odio al amor hay un paso y yo siempre me encontraba al borde de cruzar la línea, porque él era mi tipo. De seguir siendo cercanos, imaginaba un cliché como enamorarme de mi amigo.

―Estás invadiendo mi espacio personal ―me quejé.
No le importó. En su lugar, solo apretó mi cintura y puso algunos mechones de mi cabello detrás de mi oreja. A veces él actuaba así sin motivo y era intrigante para mí, porque seguramente sí tenía un motivo que yo no sabía. Debía ser que le gustaba fastidiarme, eso era lo más lógico, porque él también terminó por odiarme después de haberle lastimado.

―Si Min se entera-

―No se va a enterar, porque tú no le vas a decir y yo tampoco.

No era que YoonGi fuera mi novio, solo mi mejor amigo –varias veces creyeron que éramos primos o hermanos solo por compartir apellidos–. A él no le gustaba verme con JeongGuk, aunque no sabía la razón. Estaba claro que no eran celos... al menos no eran porque le gustara. Es decir, yo también me sentí muy celosa cuando él empezó a salir con una chica hace un tiempo, ya que me estaba dejando de lado.

Tener celos no era sano. No se sentían bien.

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