A simple love story

Jamás pensé que un amor no correspondido, una confesión no planificada, pudiese hacer tanto daño. Tanto para el que ama, como para el que es amado.

Yo siempre le miraba por los pasillos, con ojos curiosos, pero él nunca me miraba. Sus ojos verdes nunca se fijaban en mi presencia. Al menos no con los mismos ojos que le miraba yo, los suyos no mostraban ningún amor hacia mí. Para él yo sólo era el popular del instituto, un chico demasiado alegre que se hacía notar, que sacaba unas notas decentes (lo suficiente para aprobar el curso), una cara bonita con cero personalidad, un personaje barato de una comedia americana... No era alguien lo suficientemente bueno para él. Sólo era como un ser inferior.
Él era el presidente del consejo estudiantil, el chico con mejores notas del instituto, guapo a pesar de sus extrañas cejas, tenía una personalidad peculiar que o amabas u odiabas, su humor era extraño y tenía mal carácter. Sin embargo, también era amable, cuidaba en sus tiempos libres los jardines del colegio, daba de comer a algunos animalillos salvajes que andaban por ahí, ayudaba a todo aquel que tuviese un problema por muy mal que le cayese. Tenía un gran corazón aunque no lo quisiese mostrar al resto y por eso siempre salió vencedor en las elecciones del consejo.

Mi amor era unilateral. Eso lo sabía perfectamente y también sabía que eso nunca cambiaría. Cuando comenzamos a ser más o menos cercanos, entre mis bromas dejaba caer pequeñas frases de coqueteo para darle mensajes subliminales sobre lo que sentía por él. No obstante, siempre contestaba con la misma oración llena de sarcasmo (pues nunca se los tomaba en serio): "Jones, el instituto no es un sitio para ligar. Deja esas frases para las discotecas".
En cierta forma tenía razón: el colegio no era un lugar para estar ligando o para pasarlo bien. El instituto es un lugar donde vas a adquirir conocimiento y madurez para poder formar una vida estable y un buen futuro. Está bien disfrutar de la vida juvenil: ir con los amigos, salir de fiesta, jugar a videojuegos hasta las tantas de la noche, estudiar el día anterior del examen como un loco... Sin embargo, si realmente no te aplicas en tus estudios nunca conseguirás nada. Está bien disfrutar la vida, pero no se pueden descuidar los estudios. Eso lo entiendo, lo entiendo perfectamente. No obstante, cuando el corazón y la mente se enamora por mucho que sepa todo esto, no se puede hacer nada; siempre acabas perdido entre el océano triste y solitario que es el amor.

El primer año de bachiller fue normal dentro de lo que cabe. Yo tenía un crush y como tal le observaba en silencio mientras fantaseaba en cómo sería estar a su lado riendo y peleando. Aprovechaba cada clase para disfrutar de su presencia. Con sólo verle era feliz. El despacho del consejo estudiantil se encontraba en la planta baja por lo que si paseaba por los jardines traseros podía verle trabajar y hablar con sus amigos y compañeros. Podía ver cómo su vida era plena para él sin tenerme a mi en ella. A veces pesaba qué pasaría si jamás me hubiese enamorado de él, si nunca me hubiese perdido en esos ojos llenos de vida.
Realmente no era feliz. ¿Quién es feliz cuando la persona que ama te ignora? Prefería mil veces estar en la friendzone que en la situación en la que me encontraba yo. Si fuese su amigo podría apoyarle, hablarle, decirle cómo me siento con cierta libertad y escuchar sus muchas aventuras y quejas, simplemente podría oír su voz pronunciando mi nombre, no mi apellido. Podría gozar de una cercanía que en ese momento me sería impensable tener. Incluso dudo que alguna vez haya llegado a tener una amistad así con él. Siempre fui "Jones" para él.
Si bien le observaba en las sombras y no interactuaba mucho con él (a no ser que fuese necesario) no significa que no me hiciese notar. Cuanto más pasaba el tiempo, más gestos llenos de cariño expresaba. Cuando tenía mucho trabajo le dejaba bolsas de té delante de la puerta de la sala del consejo. Si veía que tenía problemas con alguien, aprovechando mi popularidad, lo solucionaba en las sombras para evitarle estrés. Cuando se ponía a leer en el sofá del despacho con la ventana abierta y se ponía a dormir, vigilaba que nadie le interrumpiese y, en caso de que hubiese flores en el jardín, le dejaba unas cuantas encima del sofá para ver su cara de ilusión al ver todas aquellas flores encima suya. Pequeños detalles varios que expresaban una gran cantidad de cariño y que siempre fueron ignorados o no apreciados. Sólo apreciados por un momento y olvidados rápidamente.
Un poco deprimente si lo pienso ahora, pero sigue siendo mejor a la situación en la que me encuentro hoy en día.

En segundo año, él comenzó a notarme. No porque me comenzase a querer, sino porque yo comencé a tener problemas en la escuela por ciertos problemas familiares. Él, por petición de los profesores, se fijó en mí para ver si había algún cambio. No era el tipo de mirada que yo quería recibir de él, pero era mejor que nada. Aproveché todo lo posible eso, ya no sólo para mejorar mi relación con él, sino también para distraerme y no pensar en mis propios problemas. Y realmente ambas cosas funcionaron: yo me volví su amigo y pude aliviar la carga de mi alma. Aunque, a veces me pregunto si él realmente me consideró alguna vez un amigo y si sólo fingía serlo por pena. Siempre que lo pienso me digo a mi mismo: "¡Qué más da! Ya nada se puede hacer al respecto".
A comienzos de esta época fue todo perfecto. Yo estaba con mi crush y él parecía feliz conmigo. ¡Incluso salíamos juntos a ver películas o a hacer trabajos y deberes! Puede que él solo me viese como un amigo (o al menos eso quiero creer), pero era feliz. Su presencia, su compañía permitía que pudiese seguir avanzado por este difícil viaje que se llama vida. Estábamos casi siempre juntos y yo cada vez más intentaba dejarle en claro que yo sentía algo más por él. Obviamente no lo hacía de forma clara, ya lo mencioné antes, pero hacía ese tipo de bromas con bastante frecuencia, sobre todo cuando estábamos solos. Creía que nada podía arruinar esto y que aunque nos quedásemos de esta forma, yo sería feliz. No necesitaba declararme como en las películas ni hacerle incomodar con mis sentimientos, no quería romper lo que teníamos. Ser amigos, estar a su lado era suficiente para mí.

Sin embargo, un día todo se arruinó. Los problemas familiares que se habían ido acumulando explotaron y desencadenaron en e divorcio de mis padres. Ese día mi padre me dijo que me iría con mi madre a vivir a Estados Unidos, que dejaría Inglaterra la siguiente semana. Yo sólo pensaba en mi dulce amor y mis amigos. No quería irme, pero mi padre no me quería, para él no era su hijo.
Sentí que mi mundo se desmoronaba con aquella noticia. Toda la felicidad que me habían otorgado se iba a desvanecer por un problema ajeno a mí. No lo quise aceptar, pero tampoco podía evitarlo. Además, sin siquiera decírmelo, ya habían matriculado en un instituto de Nueva York, por lo que para más inri, ese era mi último día con él. No le volvería a ver en clase y la relación que teníamos podría desvanecerse.
De camino a clase quise convencerme de que seguiríamos todos en contacto a través del teléfono y de las videollamadas, a pesar de la diferencia horaria. Sin embargo, mi estado de ánimo estaba por lo suelos y eso implicó que aquello sucediese. Yo no quería hacerle daño, no quería verle hacer esa expresión... Nunca quise confesarme de esa forma.

Llegué al instituto ese fatídico día e intenté mantener las apariencias. Intenté sonreír y gastar bromas como siempre, pero todo fue en vano. Nuestro tutor dio la noticia ante toda la clase: que ese sería mi último día con ellos y que la semana que viene me iría. Quería morirme en ese momento, desaparecer. Vi sus ojos mirarme con pena y a la vez sorpresa. Él sabía lo que ocurría en mi casa, más bien era el único que lo sabía junto con nuestro tutor. Yo nunca quise que me viese con esos ojos. Aguantaba todos los vacíos comentarios de mis compañeros de clase y los mensajes de suerte por parte de mis amigos, pero no su mirada. En todo lo que fue la mañana de clases no me dirigió la palabra. Me ignoró por completo. Quizá él tampoco quería admitir que el día de la despedida había llegado. Mi corazón dolía. Sentía que cada vez que le miraba mi corazón se exprimía haciendo que me entrasen ganas de llorar.
Y sintiéndome así, el momento lLegó. El momento en el que realmente todo se rompió.

Las clases se acabaron y ya era el momento de volver a casa. Yo quería desaparecer, no me apetecía quedarme con las personas de ese aula ni asistir a la fiesta de despedida improvisada. Quería tumbarme en mi cama y despertar de este cruel sueño, de esta pesadilla. Y por eso mismo, por ese mal humor que tenía dije lo que dije. Me confesé delante de todos sin tener en cuenta sus sentimientos, sin tener en cuenta de que aunque yo me fuese de allí, él continuaría con esta gente que seguro le recordaría lo que ocurrió ese día.
Siempre oprimí mis sentimientos frente a todos, pero en ese momento no pude evitarlo. Una compañera de clase se acercó a mí con las mejillas sonrojadas (o eso creo recordar). Obviamente, se me iba a confesar, pues si decidía salir con ella ese día podría mantener una relación a distancia conmigo. Sin embargo, yo no quise ir con ella a hablar en privado. Algunos de nuestros compañeros, los que siempre hacían las bromas de mal gusto, comenzaron a hacer burlas en ese momento. Comenzaron a decir que tenía mucha suerte de que una chica tan linda como ella quisiera salir conmigo (eso con ella enfrente) y que dijese que sí. Yo insistía, al principio de broma, que me dejasen en paz, incluso le pedí disculpa a la chica. Pero no me dejaron en paz. Entonces fue cuando lo dije, gritando, enfadado y harto de la vida.
"¡He dicho que no me interesa salir con ella! ¡Yo sólo querría estar con Arthur!", grité sin darme cuenta. Todos se callaron, se hizo un silencio sepulcral en el aula. Tarde un par de segundos en darme cuenta de lo que dije.Al hacerlo, mis mejillas se volvieron rojas y le miré angustiado. Mi corazón se rompió en ese momento. Y a decir verdad, todavía no se ha recompuesto del todo.
Su rostro estaba sonrojado, pero en cuanto nuestros ojos se encontraron, él desvió la mirada y salió de clase. Todos vieron eso, ese rechazo silencioso. Comenzaron a disculparse, arrepentidos por lo que habían provocado. Pero me dio igual, cogí mis cosas y marché de allí. Nunca volví a verles, ni siquiera fui a recibirles a la puerta de mi casa cuando vinieron a despedirse. Sólo salía de mi habitación para comer y asearme, pero ni siquiera hablaba con mis padres. Ellos lo habían arruinado todo, o al menos mi yo de aquel momento es lo que pensaba.
Él durante todos esos días no me contactó, ni siquiera se vino a despedir con el resto de compañeros. Debía sentirse incómodo con mi presencia o, quizá, como ya me iba a ir no era necesario que me hiciese compañía y me vigilase como le pidieron los profesores en un primer momento. Hoy en día me pongo en su piel y creo que hubiese hecho lo mismo, o al menos algo parecido. En un mismo día te anuncian que tu amigo se marchaba del país lo cual implicaba que posiblemente no le verías durante varios años como mínimo y, además, va este y se te confiesa de una forma tan abrupta. Es algo difícil de manejar emocionalmente, más para él que no era realmente bueno manejando este tipo de cuestiones. Aún recuerdo lo inquieto que se ponía cuando recibía cartas de amor de alguna chica del instituto y cómo me pedía consejo para rechazarla de forma adecuada. Seguro que no fue nada fácil para él asumirlo todo y quizá, es posible, que cuando lo asumiese ya fuera demasiado tarde.

Yo me marché de Inglaterra ese día y durante estos diez años nunca volví a saber de él. Todos mis amigos con los que mantuve contacto evitaban mencionarle en nuestras conversaciones, lo cual siempre agradecí. Él tampoco intentó ponerse en contacto conmigo ni una sola vez. Ese día nuestra relación se rompió y todo por mi estúpida confesión. Quizá si no hubiese dicho eso hubiésemos continuado hablando de vez en cuando y habríamos hecho videollamadas para pasar el rato. Sin embargo, nunca pudimos vivir eso. También es verdad que tras el divorcio de mis padres yo cambié mi apellido por el de soltera de mi madre, por lo que si al cabo de unos años, él hubiese querido encontrarme para hablar conmigo, no podría haberlo hecho. Muy pocos sabían mi nuevo apellido y esos pocos no mantenían relación con él.
Igualmente, con el paso de los años yo dejé de pensar en él de forma amorosa. Mi amor por él fue desapareciendo hasta convertirse en un bello recuerdo de mi vida. Después de estos diez años aún recuerdo su apariencia, su voz y su personalidad. Lo recuerdo casi todo sobre él y todavía siento un gran apego emocional en él. De vez en cuando pienso cómo sería de mi vida si me hubiese quedado en Inglaterra, si me hubiese confesado antes o si hubiésemos permanecido como amigos. Son pensamientos que me vienen de vez en cuando, pero siempre acabo pasando de ello. El pasado, pasado es y no se puede cambiar, lo tengo asumido. Todo ocurrió como debió ocurrir. Y en parte agradezco que me obligasen volver a Estados Unidos, porque ahora estoy donde estoy con un trabajo que me encanta, con unos grandes amigos y con una experiencia única que me hizo madurar.

Nunca olvidaré mis años en el instituto. Nunca olvidaré mi vida como Alfred F. Jones.
—Nunca te olvidaré a Arthur...
—Y yo a ti tampoco, Jones.

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¡Espero que os haya gustado!
Contesto a cualquier pregunta y acepto peticiones.

Ciaoooooooooooo!

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