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Mi madre solía llamarme "mi rosita".

Ya lo sé, es algo que probablemente a nadie le interesa, nadie me lo preguntó.

Pero no puedo evitar pensar en ella. En la forma en que acariciaba mi cabello rojo y me abrigaba en su calidez al final de cada día. La forma en que me hablaba con todo su amor, asegurándome que todo estaría bien.

Ahora ya no sé si todo estará bien. Lo dudo.

...

Creo que mi corazón se ha detenido...

Pero no hay que hablar de eso. Se supone que no debe importar.

Hay cosas más importantes en las que centrarme; no debo dejar que me consuma el dolor, eso solo debilita el poder de un hechicero. Eso es lo que ellos me dicen.

Ahora, no quisiera que mi madre viera cómo los pétalos de su rosita se van cayendo, poco a poco, en una vida sin sentido.

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Un momento.

Si tengo pétalos... ¿También tengo espinas?

¿Pero qué cosas descabelladas me pregunto? Ugh, otra vez.

Aunque ni tan descabellado es...

La naturaleza les da espinas a las rosas por alguna buena razón. O tal vez no se las da, sino que ellas, evolutivamente, han aprendido a crearlas como alguna clase de mecanismo de supervivencia, retando a la selección natural de las especies.

Estoy divagando.

...

No sé la razón por la que lees esto. Pero ya que estás aquí, necesito que hagas algo por mí.

Cuando llegues al final, al epílogo o lo que sea, cuenta mis pétalos perdidos. Que ellos sean tributo a quien una vez me dio todo su amor a pesar de tener al mundo en contra.

A su vez, mírame... Y dime si me han crecido espinas.

Solo quiero saber si al final sigo con vida.

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