Tomando helado...
_ ¿Qué piensas, amor?
_ En lo mucho que me conocés.
_ ¿Y a qué viene eso?
_ En que me encanta que conozcas mis gustos. En lo que me gusta comer, por ejemplo.
_ ¡Claro que sé que te gusta comerme!
_ Bueno, ¡eso primero que todo!, pero me refería a la comida, ¡tramposo!
_ ¡Y yo también, amor! Siempre me dices que soy tu mejor desayuno, tu plato principal y tu postre... ¿No es así?
_ ¡Siii! ¡Lo es! Perooo...
_ ¡Nada de peros!
Y nos reímos como nos gusta hacerlo; con ganas, con caricias osadas, con besos atrevidos, con pasión, con lujuria y con mucho amor.
_ Te invito a tomar un helado, amor _ dijiste de pronto. Un helado de café.
_ Mmm... ¿Ves? ¡Conocés todos mis gustos! ¡El helado de café es mi favorito!
_ Lo sé, amor, lo sé.
Y allá fuimos.
Yo pedí mi helado de café y busqué una mesa.
¡Vaya sorpresa!
Él ya estaba sentado. Me observaba sonriendo, me esperaba, pero no tenía helado.
_ ¿Y tu helado?, pregunté.
_ No. Yo no tomaré. Solo deseo observarte. ¡Me encanta ver cómo lo haces!
Sonreímos los dos. Ya sabíamos qué haríamos al salir de la heladería.
Comencé a lamer mi helado. Sentía su mirada puesta en mí. Yo no lo miraba.
Mi lengua subía por todo el helado, lo rodeaba para evitar que se derramara y al llegar a la punta abría mi boca para meter dentro una buena porción. Lo hice una vez más, pero mirándolo.
Su rostro, su mirada, su boca, su cuerpo todo, me gritaba que deseaba ser mi helado de café.
Sonreí.
Sonreí y volví a mi helado, pero más consciente de lo que hacía. Fui delicada pero provocadora, lo sé.
Sentí su mano en mi rodilla.
Tomó lo que quedaba del helado, lo tiró y me dijo en un susurro:
_ Vamos, amor. Ya no puedo mirarte solamente.
_ ¿Y mi helado?, pregunté (aunque ya no me importaba el helado y él lo sabía).
_ Yo seré tu helado... ¿O no quieres?
No pude contestarle enseguida; de mi boca se escapó un gemido porque mi cuerpo respondió a esa invitación.
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