5. Entre las olas del destino



Transcurrieron un par de días y Cristopher no volvió a aparecer: no llamó, no envió ningún texto y una ligera sensación de decepción se instaló en mi ser, como si temiera no volver a verlo. Rápidamente deseché esos pensamientos e intenté dejar a un lado ese sentimiento absurdo para volver a la realidad, esa realidad que martirizaba mi interior y me susurraba que un hombre como él no se tomaba nada en serio y menos a una mujer como yo. El día en la oficina se me había pasado repleto de trabajo y no había comido ni bebido más que café y galletas. Cuando el reloj marcó las seis de la tarde, mi cuerpo no aguantaba más. Estaba totalmente agotada.

—¿Hanna, ya puedo retirarme?

—Sí, Andrea, por supuesto —respondí con desgana.

—Entonces nos vemos mañana.

—Hasta entonces.

En cuanto Andrea dejó la oficina, me quité los zapatos, mi bata y descansé mis pies en la alfombra. Daba todo por tener el poder de teletransportarme y aparecer en mi apartamento con solo mover los dedos, porque el cansancio que invadía mi cuerpo era impresionante. Decidí cerrar mis ojos para descansar unos segundos e irme, pero el sonido insistente del timbre no me dejó. Pensé que podría haber sido Andrea, aunque ella tenía llaves, así que era absurdo. De todos modos, me levanté con el poco ánimo que tenía y mientras caminaba, solté la liga que sujetaba mi cabello para liberarlo del dolor de estar en una coleta alta todo el día, y abrí la puerta sin mirar por el visor.

—¿Qué haces aquí? —dije sorprendida y comencé a arreglar un poco mi cabello.

No puedo negar que un leve cosquilleo se paseó en mi estómago en cuanto lo vi. Su barba había crecido y eso lo hacía lucir más sexy que nunca.

—No aguantaba las ganas de verte —contestó Cristopher entrando en mi oficina

Yo también, quise admitir, pero no lo hice.

—¡Vine a hacerte una invitación! —Se recostó de la pared guiñándome un ojo.

—¿Invitarme a dónde?

—A la playa.

—¡Estás loco! es lunes por la noche.

—¿Y qué con el día y la hora?

—Cristopher yo no suelo hacer esas cosas, yo no soy así.

—¿Estás cansada? —preguntó de pronto.

—Sí y mucho —me sinceré.

—Yo igual, tuve dos días de guardia que... en fin, te propongo ir a despejarnos la mente y volvemos.

Me quedé analizando la situación, intentando buscar una excusa para decir "¡NO!", pero no la encontré, porque en realidad sí quería ir, aunque no quiera aceptarlo.

—Vamos, mi sol ¡Acompáñame! —agregó.

La manera en que mencionó cada palabra con súplica y me llamó "Mi sol" hizo que todos mis prejuicios se anularan.

—Está bien, vamos —acepté con una sonrisa.

—Tengo aparcada mi moto en frente.

—¡No, guapo! Yo no me subiré a una moto, ¡ni lo sueñes!

—Hanna. —Soltó una carcajada—. Te aseguro que soy un gran conductor.

—¡Ya he dicho que no!

—No te vas a arrepentir mi sol. —Me guiñó un ojo.

¿Por qué tenía que ser tan sexy? ¿Por qué me gustaba tanto? ¿Por qué me ponía así? ¿Por qué? Intenté calmarme y, a pesar de que seguramente me arrepentiría después, terminé diciendo que sí, y bajamos juntos tomados de la mano.

Subirme a la moto fue un poco incómodo, pero con su ayuda todo se hizo más sencillo y lo logré en un momento. Así que, aún con los nervios de punta, emprendí una aventura en moto con un adonis sexy, como dicen las chicas.

El casco apretaba mi cabeza y la brisa fría de la noche hacía ondear suavemente lo que quedaba por fuera de mi dorada cabellera. Mis glúteos estaban adormecidos y sentía una extraña incomodidad en mi espalda. La motocicleta balanceaba mi cuerpo, generándome un poco de temor, y apreté fuerte la cintura de Cristopher desde atrás.

—¡Ya vamos a llegar, preciosa! —gritó luego de un rato.

—¡Está bien! —contesté lo más fuerte que pude.

Cristopher tomó una de mis manos, la retiró de su cintura y la colocó más hacia el frente, justo en su abdomen. Hizo lo mismo con mi otra mano, dejándome muy abrazada a él, y me encantó. Avanzamos un poco más y finalmente llegamos.

—¿Qué tal tu primera ida en moto? —interrogó retirándose el casco.

—¡Interesante!

Por no decir aterrador, es lo que pensé, mas no lo dije.

Bajarme de la moto fue una odisea, pero en cuanto lo logré decidí quitarme los zapatos para caminar descalza. Caminábamos de la mano por el hermoso malecón de Ocumare de la Costa. El aire estaba impregnado con el suave aroma salado del mar, que nos envolvía mientras avanzábamos. El malecón rebosaba de vida y color, con puestos de frutas tropicales y artesanías llamativas que atraían nuestra atención.

A medida que nos acercábamos a la playa, el sonido reconfortante de las olas rompiendo contra la costa llenaba nuestros oídos, transportándonos a un estado de serenidad. La brisa marina revolvía suavemente mi cabello mientras caminábamos, y podía sentir la arena suave y cálida bajo mis pies descalzos.

El olor característico del salitre se intensificaba a medida que nos adentrábamos en la playa, mezclado con la frescura del aire marino. Cerré los ojos por un instante, saboreando ese aroma familiar que despertaba recuerdos de días pasados con mi familia. Finalmente, llegamos a una pequeña licorería ubicada cerca de la playa. El lugar estaba decorado con colores vibrantes y emanaba un ambiente acogedor. El sonido de risas y conversaciones animadas llenaba el aire mientras nos acercábamos al mostrador. El olor de la madera y los licores se mezclaba en el ambiente, creando una sensación acogedora y alegre.

Con una sonrisa, Cristopher pidió unas cervezas en lata para nosotros, y mientras esperábamos, aproveché para admirar el entorno y asimilar toda la belleza que nos rodeaba. Era un momento especial, una pausa en el tiempo mientras continuábamos nuestra aventura juntos, disfrutando del encanto de la Costa.

Nunca había tomado cerveza, y mucho menos de lata, pero decidí no decir nada al respecto y seguimos caminando hasta llegar a la playa. Nos adentramos en la arena y nos instalamos en la orilla. Observé cómo Cristopher suspiraba mientras hundía sus manos en la arena. Nuestros ojos se encontraron y él me sonrió antes de sacudir sus manos para abrir una de las cervezas y entregármela. Me quedé mirando la lata, sin estar segura de si debía tomarla o no, y eso me causó cierta gracia.

—Ya te he dicho que te ves hermosa al sonreír —comentó y dio un sorbo a su cerveza.

—Creo que sí —respondí divertida mientras observaba con extrañez a la lata que tenía en mis manos.

—Nunca has tomado cerveza, ¿verdad? —preguntó intentando no reírse.

—¡No! —Tapé mis ojos avergonzada.

—¡Ay, Hanna! Eres toda una ternura. —Se carcajeó—. Pruébala, al principio seguro no te gustara mucho, pero inténtalo. —Dio un sorbo más a la suya.

Me armé de valor, suspiré e incliné la lata hacia mis labios. El líquido frío de la cerveza se deslizó en el interior de mi boca. El sabor era extraño, tal vez un poco amargo, lo que provocó una mueca de desagrado en mi rostro. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, ese sabor se volvió refrescante. No me encantó ni me desagradó, fue como llegar a un punto medio, donde la sensación refrescante prevalecía.

—Asumo por como respingaste la nariz que no te gustó. —Intentó quitarme la lata de las manos.

—¡No, entrégamela! —Le arrebaté la lata y el soltó una carcajada—. Te explico, es un sabor amargo y extraño, pero me gusta.

—¡Me alegro entonces!

Se acercó lentamente, con una sonrisa traviesa en su rostro, y acarició suavemente mi mejilla derecha. En ese instante, el mar pareció cobrar vida y nos envolvió por completo con una ola inesperada. Ambos gritamos entre risas mientras nos apartábamos, pero terminamos cayendo en la arena. Me encontré debajo de Cris, lo que me puso completamente tensa por un momento. Sin embargo, él se levantó ligeramente y se apoyó en uno de sus brazos, mirándome fijamente.

En ese preciso momento, sin pensarlo dos veces, unió sus labios con los míos. Fue como un torbellino de emociones. Sentir sus labios cálidos era exactamente lo que necesitaba en ese momento. Eran suaves y sabían a gloria. El beso comenzó de forma suave y delicada, pero poco a poco se volvió más intenso, como una explosión de pasión contenida. Nuestras respiraciones se aceleraron al unísono, creando una sinfonía de suspiros entrelazados. Mis manos buscaron instintivamente enredarse en su cabello, mientras nuestros labios se movían en perfecta armonía. Nuestras lenguas bailaban un apasionado tango, explorando cada rincón de nuestras bocas. Era como si el tiempo se detuviera y solo existiéramos nosotros dos en ese momento mágico.

Ese beso, sin duda, era el más dulce que había experimentado en toda mi vida. Era una mezcla de ternura, deseo y conexión profunda. Cada roce de nuestros labios era como una promesa de emociones más intensas por venir. Justo allí, supe que aquel encuentro era solo el comienzo de una historia llena de pasión y complicidad.

—¿Cris? —susurré apartándome un poco.

—¿Sí?

—¡Me estás pisando el cabello! —Intenté aguantar la risa y él se retiró rápidamente.

—¡Discúlpame, mi sol! —rogó

—No pasa nada. —Sonreí.

Dimos los últimos sorbos a nuestras cervezas en silencio, sin dejar de mirarnos. Sin embargo, una inquietud se apoderó de mi mente. Deseaba preguntar, pero no estaba segura de sí sería apropiado, ya que desconocía por completo su perspectiva sobre el trabajo. Un momento de pausa se prolongó entre nosotros mientras me preparaba para formular la pregunta que me inquietaba. Anhelaba descubrir más sobre su personalidad y su relación con su carrera, pero al mismo tiempo temía que mi curiosidad pudiera ser malinterpretada o resultar demasiado invasiva.

—¿Pasa algo? —preguntó de pronto

—No, para nada. —Suspiré—. Bueno, sí —admití.

—¡Te escucho!

—¿Qué sucedió en tu trabajo estos días? Si puedo saber.

—Hanna. —Se puso rígido y me miró sin parpadear—. Algo sin importancia, no te preocupes —agregó mientras movía levemente sus pies.

Me mintió y lo detesto profundamente. No hay señal más reveladora del nerviosismo al mentir que el balanceo de las piernas o el movimiento de los pies, dos áreas del cuerpo que generalmente permanecen fuera del alcance visual del interlocutor, pero no del mío. He leído innumerables libros de autoayuda y he adquirido un conocimiento considerable al respecto. Además, intentó intimidarme al mirarme fijamente con los ojos muy abiertos, una clara señal de engaño. Y yo, sencillamente, no puedo tolerar las mentiras.

—¡Ya! —Me levanté y sacudí la arena de mi ropa.

—¡Hey!, ¿qué pasa? —Se levantó y me tomó del brazo.

—No me gusta que me mientan. —Me deshice de su agarre.

—No lo hago.

—Si lo haces. —Arqueé una ceja.

—Deja de jugar a la psicóloga conmigo. —Bajó la mirada y colocó las manos dentro de sus bolsillos.

—¿Disculpa? —añadí en voz baja.

—Mientras menos sepas de mi trabajo mejor para ti, mi sol —admitió titubeando un poco.

Sus últimas palabras sonaron tan verdaderas, dejó en claro que estaba diciendo la verdad y mi preocupación se intensificaba. Su mirada revelaba algo inquietante, algo que presagiaba que no era nada bueno. Eso despertó mi curiosidad y sentí la necesidad de adentrarme más en lo que estaba sucediendo. Intuía que había algo más detrás de sus palabras, algo que tal vez no quería admitir o compartir de forma directa. Mi curiosidad se agudizó y sentí la necesidad de investigar más a fondo, de descubrir qué estaba ocurriendo y cómo podría ayudar, si es que había alguna forma de hacerlo.

—Si vamos a seguir viéndonos tienes que confiar en mí. —Acaricié su mano—. De lo contrario no va a funcionar.

—Sigues jugando a la psicóloga, Hanna —contestó sentándose nuevamente en la arena y tomó otra cerveza.

—¡Exageras!

—Intentas analizarme, Hanna.

—No pretendo disculparme por mi personalidad, ni por lo que me gusta. —Hice un mohín.

—No busco que lo hagas.

—Ok —dije sin más.

—Ok —añadió él.

Me ofreció una cerveza con un simple gesto, y sin pensarlo dos veces, la acepté y la bebí de un solo trago. Me senté a su lado, observándolo, pero aún sin comprender por qué mis emociones parecían estar fuera de control cuando se trataba de él. Estaba claro que esto no sería fácil, que enfrentaríamos desafíos, pero a pesar de todo, no quería apartarme. Había algo en él que me atraía y me hacía querer seguir adelante, a pesar de las incertidumbres que pudieran surgir en nuestro camino.

—Hanna —murmuró

—Mmm. —Continué mirando al mar

—Estuve involucrado en una persecución, me encontraba muy cerca de atrapar a un delincuente de gran renombre aquí en Aragua. —Aclaró la garganta. — Acompañado por mi jefe, nos adentramos en varias calles persiguiendo a ese desgraciado...

—No es necesario, Cris —interrumpí y coloqué mi mano en su pierna.

—¡Necesito que lo sepas! El delincuente iba en una camioneta y al pasar un semáforo, colisionó violentamente contra nuestro vehículo. La unidad dio varias vueltas, y en ese caos, logré salir lo más rápido que pude e intenté atraparlo. Sin embargo, no fui capaz de alcanzarlo. Tuve que detenerme para brindar ayuda a mi jefe, quien resultó herido en el incidente. —Suspiró. Se notaba la frustración en sus ojos.

—Hiciste lo correcto, eres un excelente ser humano. —Me recosté suavemente en su hombro.

—Mi deber era capturarlo y no lo logré. Cuando todo eso llegó a su fin, solo tú ocupabas mis pensamientos, y fue por eso que salí directamente a buscarte. —¿Yo? —Arqueé una ceja.

—¡Sí, a ti! Mi único deseo era escapar de ese lugar para poder contemplar tu hermosa sonrisa.

Sus palabras me tomaron por sorpresa, provocando un ligero nerviosismo que hizo temblar mis manos. Los labios se me sellaron ante la falta de palabras y, buscando una respuesta en el paisaje marino, desvié la mirada hacia el mar. Sin embargo, no encontré ninguna respuesta allí. Cuando volví a mirarlo, él se acercó lentamente. Nuestras narices se rozaron, sentí el calor de su respiración chocar con la mía, y sin previo aviso, nuestros labios volvieron a encontrarse en un beso apasionado.

El beso no fue lento ni suave, todo lo contrario, fue rápido y ardiente. Sus manos ascendieron por mi espalda, atrayéndome hacia él y me dejé llevar por la intensidad del momento. Me senté sobre sus piernas, envolviéndolo con las mías, mientras mis manos se enredaban en su sedoso y negro cabello. Después de varios segundos, nos separamos lentamente, y Cris comenzó a cubrir mi rostro y cuello con dulces y suaves besos, haciéndome cosquillas y desatando en mí una sensación de placer y deseo.

—Disfruto tanto del tiempo a tu lado que es como si no existiera nada más.

—Me ocurre lo mismo, Cris.

—Yo siento que no quieres estar conmigo, mi bella.

—No es eso, ¡créeme!

—¿Entonces?

—¡Es complicado!

—¿El qué? —preguntó frunciendo el ceño.

—Es tu trabajo — admití—. No sé si lo soporte.

—No puedo prometerte que será perfecto, pero siempre podemos intentarlo.

Cristopher posó su mano suavemente sobre mi cara, cerré los ojos para disfrutar su contacto y tomé la apresurada decisión de decir ¡Sí!, porque quiero, porque puedo, porque sería torturarme a mí misma el negarme estar a su lado.

—¡Creo que podemos intentarlo!

—Gracias, mi sol —me susurró mientras me besaba de nuevo—. ¡Vaya, ya no quedan más cervezas! —Una expresión de decepción se dibujó en su rostro.

—¡Vamos por más! —lo animé.

Nos levantamos de la arena y nos dirigimos nuevamente hacia la licorería. Compramos más cervezas y nos quedamos a un lado de su moto, charlando animadamente. Le compartí algunos detalles sobre mis padres y mis hermanitos, mientras él me confesaba que su padre los había abandonado cuando sus hermanos eran muy pequeños. Como resultado, Cristopher se había convertido en la única figura paterna que conocían, y su madre, quien había decidido no tener pareja, dedicaba toda su vida a sus hijos: Deivid, Francisco, Jean Franco, Carolina y mi amado Cristopher. Era evidente que su corazón guardaba un gran rencor hacia su padre, y hablaba de él con desprecio, revelando cuánto había sido herido por su partida. También me contó sobre el profundo amor que sentía por sus tíos, quienes habían sido como padres para él y cómo habían agregado dos hermanos más a su familia, ya que eso era lo que sus primos Carlos y Mauricio significaban para él.

Pedimos alrededor de doce cervezas, y mi juicio comenzó a verse afectado. Mis ojos se nublaban, mi equilibrio ya no era tan estable y mis risas se volvían cada vez más incontrolables y escandalosas.

—¡Lo sé, estoy ebria! —grité, lo abracé y él se carcajeó.

—Sí, y debemos irnos mi sol.

Cristopher subió a la moto y me ayudó a subir detrás de él. Acomodé el casco en mi cabeza y él volvió a tomar mis manos, haciéndome sentir protegida y cerca de él. Una vez listos, acarició suavemente mi pierna y emprendimos el camino de regreso a la ciudad, dirigiéndonos hacia mi apartamento. Disfruté de la sensación de estar abrazada a él, fusionados en esa aventura en moto que nos llevaba de vuelta a nuestro destino.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top