4. Luchando conmigo
Caracas, Aeropuerto de Maiquetía
Sentada a la espera de la llegada de mis padres, solo podía pensar en una cosa: el ramo de rosas rojas que he recibido a diario en la puerta de mi consultorio, ramo que, por cierto, no lleva remitente. Mi mente intentaba poner a cierta persona en la mira para acusarlo de ser el causante de tan hermosas flores, pero yo rechazaba esos pensamientos negándome totalmente a aceptar que podría ser cierto. Continué con mi batalla mental por unos treinta minutos aproximadamente y cuando me cansé de la absurda lucha interna, me levanté para ir por un jugo de naranja bien fresquito, solo que cuando elevé mi vista buscando el puesto de jugos lo que vi fue a mis padres y hermanos.
Los gemelos corrieron a mi encuentro y los recibí entre abrazos y besos, ellos habían estado fuera por tres semanas, aunque para mí fue como una eternidad.
—¡Mamá, llegaste más guapa! —comenté con zalamería y ella sonrió.
—Gracias, hija. No hacer nada le sienta bien a cualquiera. — Me dio un tierno abrazo y un beso.
—¿Para mí no hay besos?
Volteé y mi adorado padre estaba con los brazos abiertos y me lancé sobre él.
—Hola, papitos de mis ojos. Te eché mucho de menos. —Lo llené de besos en la mejilla.
—Supongo que no tenías con quien pelear, ni a quien contradecir. —Reímos—. Y yo mucho menos, así que también me hiciste mucha falta, hija.
Mi padre y yo siempre habíamos tenido ideas y opiniones diferentes en todo y constantemente estábamos en un debate, pero aun así yo amaba a mi viejo y la vida siempre era mejor cuando él estaba cerca. Luego de saludarnos, abrazarnos y besuquearnos, salimos del aeropuerto y caminamos hacia mi auto. El camino fue cortito, pero los gemelos encontraron la manera de contarme parte del viaje en tan poco tiempo, me hablaron tan rápido y con tanta emoción que si digo que entendí todo estaría mintiendo.
—Hija, gracias por recogernos, aunque podríamos haber tomado un taxi de vuelta para que no manejaras tanto.
—No pasa nada, mami. Yo estoy feliz de haber venido, recuéstense y descansen que el camino es largo.
Mi padre iba a mi lado, él siempre era mi copiloto, el mejor copiloto debo decir, aunque esta vez estaba muy cansado porque lo único que recibí fue dos palmadas en mi pierna derecha y quedó en profundo sueño, igual que todos. Una hora y media después, llegamos a casa.
Detuve el auto frente a la entrada y le anuncié a todos que habíamos llegado. Mi mamá y mis hermanos despertaron y bajaron conmigo rápidamente, mi padre, en cambio, bostezó y se estiró, despertando lentamente de su reparador sueño. Con una sonrisa en su rostro, miró a su alrededor y exclamó:
—¡Finalmente en casa! Ha sido un largo viaje, pero valió la pena.
Levanté la vista hacia nuestra acogedora casa, con las luces brillantes en el porche y las ventanas iluminadas, transmitiendo calidez y comodidad.
Mi madre, siempre atenta y preocupada por los detalles, desbloqueó la puerta principal y la abrió de par en par.
Se sentía bien entrar a casa, a mi hogar, donde crecí, donde aún conservaba mi habitación, y cuando digo "conservar", me refiero a que estaba exactamente como la dejé, como si me quedara allí a diario. Me dirigí con mis padres a deshacer las maletas en su habitación, y mamá sacó un par de cosas que trajo especialmente para mí. Pero lo que más me encantó fue un cojín con forma de corazón en el que se leía: "Te amamos, Hanna". Era un detalle tierno, maravilloso, y desde ese momento, sería mi cojín favorito.
—Amorcito, ¿qué quieres cenar? —preguntó mi padre.
—No lo sé, papi, pero tengo mucho apetito —admití.
—¡Yo quiero hamburguesas! —gritó mamá emocionada.
—Entonces, hamburguesas será —respondimos al unísono.
—¡Sí, hamburguesas! ¡Oh, sí! —cantaron los gemelos, realizando un baile gracioso, al ritmo del twist, creo que lo llaman.
Mi padre tomó el teléfono y realizó el pedido. Pronto, las hamburguesas y una gaseosa llegaron a nuestra puerta. Yo no era muy estricta con mi alimentación, a pesar de ser médico estético, así que disfruté de esa deliciosa comida sin preocupaciones. No es que ingiera comida chatarra todo el tiempo, pero cuando me provocaba, no me lo impedía, y en momentos como este, mucho menos. Saboreé cada bocado en la mejor compañía que podía tener: mis padres y mis hermanos.
Terminamos de cenar y me retiré a mi apartamento. Mis padres me insistieron en que me quedara, pero la costumbre de estar en mi propio espacio me lo impidió.
Manejé unos quince minutos y llegué al edificio, estacioné mi auto y subí a mi apartamento. Estaba deseosa de llegar, me sentía sumamente cansada, y ese cansancio se intensificaba a medida que me acercaba. Respiré hondo, caminé despacio y cuando estaba a un par de pasos de mi puerta, me di cuenta de que había un hermoso ramo de flores exactamente igual al que había recibido toda la semana en mi consultorio. Me acerqué rápidamente, lo recogí y, para mi sorpresa, este sí llevaba una tarjeta. Abrí rápidamente la puerta y lo coloqué sobre la mesa para leer la tarjeta que tenía dentro.
"Necesito volver a verte, Hanna. ¿Quieres salir conmigo esta noche? -Cristopher-"
¡Era él! Mi subconsciente soltó un perturbador "te lo dije". Una leve sonrisa se dibujó en mis labios mientras me dejaba caer sobre el sofá, sin poder creer que no se había olvidado de mí. No estaba segura de cuáles eran sus intenciones y tampoco estaba segura de querer averiguarlo. Afortunadamente, no tenía manera de responderle.
¿Qué pensaría que le enviaría una señal de humo?
Justo en ese momento, mi teléfono comenzó a sonar. Lo saqué de mi bolso y vi en la pantalla que era un número desconocido. Le pedí a Dios que no fuera él, pero, aun así, contesté la llamada.
—Espero tu respuesta, Hanna.
Reconocí su voz sexy y varonil de inmediato, pero no sabía qué decir. No quería involucrarme con él.
—¿Que le hace pensar que quiero salir con usted, detective?
—Nada, solo espero que sí, doctora Coleman. Me haría un hombre extremadamente feliz.
—Así le dirás a todas.
—Para nada, soy muy selectivo.
—¿Ah sí?, creído es lo que eres —comenté en un susurro.
—¿Cómo dices?
—Nada, que hoy no puedo porque estoy con mis amigas.
—¿Por qué no me permites salir contigo?
—Ya te dije, porque no puedo.
Escuché mi puerta sonar y me sentí salvada por la campana.
—Te dejo porque llaman a mi puerta.
Aproveché la oportunidad y colgué el teléfono.
—Un momento —grité
Fui rápidamente a la nevera en busca de un vaso de agua y caminé hacia la puerta para ver quién molestaba tan tarde. Sin embargo, al abrirla, me atraganté con el agua de la impresión al encontrarme cara a cara con la persona que menos esperaba.
—¿Te encuentras bien? —preguntó alarmado acercándose a mí y dándome golpecitos en la espalda.
—¿Qué haces tú aquí? —hablé con dificultad debido a la tos que aún tenía.
El hombre pretendía que yo falleciera. ¿Qué actitudes son esas?, ¿qué es ese comportamiento tan efusivo y quién lo dejó subir si no es propietario?
—Vengo a que me digas que no, pero mirándome a los ojos porque te vi llegar y sé que estás sola.
Es decir que él estuvo siempre tras la puerta mientras hablábamos por teléfono, al parecer no tenía límites. Me encantaba, debía admitirlo.
—Bueno, sí, estoy sola, pero me encuentro muy cansada —indiqué aclarando mi garganta y tomando un poco más de agua.
—¿Y No me invitas a pasar? —Se alejó y se recostó en la pared sin dejar de mirarme.
—De ninguna manera —respondí un poco escandalizada.
—¿Estás segura? Traje algo para ti. —Se inclinó hacia un lado a recoger algo y era una caja de pizza—. Un pajarito me contó que te encantan.
¡Perla o Greiccy! Esas traidoras, me las van a pagar, juro que me las van a pagar. Yo ya había cenado, pero como decir que no a una pizza, si ya resultaba bastante complicado decir que no a él, como decir que no a él, más pizza ¡IMPOSIBLE! eso podía más que me juicio.
—Pasa —indiqué seriamente y él soltó una risa extraordinaria, una risa de esas que llenan el alma. Su sonrisa era realmente hermosa.
Por suerte, mi departamento siempre estaba en completo orden y no iba a pasar vergüenza frente a él. Cristopher colocó la pizza sobre la mesa mientras yo fui a sacar una gaseosa del refrigerador. Ubiqué dos vasos y platos de vidrio, todo bajo su atenta, penetrante y profunda mirada.
—Gracias por permitirme cenar contigo, Hanna. —Colocó una porción en cada plato y me ofreció uno.
—¡Te plantas en mi puerta con flores y una pizza! ¿Qué quieres que haga? —hablé cargada de ironía.
Él puso una cara de asombro fingido. Llevó sus manos al corazón de manera dramática y yo no podía aguantar la risa que me causó su gracioso gesto de dolor fingido.
—Te ves hermosa cuando sonríes. —Su mirada se volvió más seductora e intimidante.
—¿Solo cuando sonrió?
—Siempre, pero me encanta tu sonrisa.
Y a mí la tuya, quise decir. Aunque lo que realmente hice fue cerrar mi boca comiendo un poco de pizza.
Terminamos de comer y quedaron algunas porciones que guardé en un envase de tupperware que me regaló mi madre y dejé todo dentro de la nevera.
—Voy a mi habitación y ya vuelvo. —Tomé mi teléfono y me encerré para llamar a una de las traidoras de mis amigas.
—¿Cómo la estás pasando, hermosura? —contestó Greiccy en un tono bastante alto y se escucharon risas.
—¿Con quién estas?
—Con Perla, ¡espera que te pongo en alta voz!
—Qué bien que están juntas, ¿de quién fue la idea de dar información a ese hombre?
—De ambas. —Reían sin parar.
—Son unas idiotas y las odio, tengo a este señor en mi apartamento y no sé qué hacer.
—Nosotras sí, ¡pasarla bien! —gritaron y colgaron.
Para completar, me dejaban hablando sola. Seguro que se estaban divirtiendo, esas dos víboras venenosas. Quería estar molesta con ellas, pero en cierto modo también me causaba gracia. Tenía claro que lo hacían para hacerme sentir bien, ya que desde que rompí con Marlon siempre intentaban que saliera con alguien. Esta vez acertaron de lleno porque realmente me agrada, aunque lamentablemente no era para mí. No tenía nada que ver conmigo.
Salí de mi habitación y lo encontré en la puerta hablando con alguien. ¡Qué atrevido! ¿Con qué derecho abre mi puerta así?
—¡Muchísimas gracias! Me ha sacado de un gran apuro. —Lo escuché decir.
—Siempre a la orden, jefe. —Era la voz del conserje.
Me crucé de brazos esperando a que volteara y en cuanto cerró la puerta lo miré pidiendo una explicación. Él mostró una botella de champagne, dos copas y sonrió como un niño pequeño esperando a que su madre no lo reprendiera. No pude evitar sonreír también.
—¿Por lo que veo no pretendes irte?
—No, a menos que tú me lo pidas. —Abrió la botella y el ruido del corcho me dio un sustito. Sirvió en cada una de las copas y se acercó a mí para darme una.
—Yo no suelo beber de la nada —informé sin tomarla.
—No voy a emborracharte, toma —insistió.
—¡Ya! —Tomé la copa poniendo los ojos en blanco y él sonrió.
—¡Salud! Por la mujer que aun amargada luce hermosa. —Lo miré arqueando una ceja, ¿me dijo amargada? Yo no soy amargada.
—¡Salud! por lo de hermosa. —Sonrió y chocamos las copas.
Nos sentamos en la alfombra frente al sofá y él empezó a quitar todo de la pequeña mesita, dejándome a punto de infarto.
—¡Hey!, ¿qué haces? —pregunté casi gritando. Con lo que me gustaba el orden y viene él a desordenarme todo, ¡hasta la vida!
—Supongo que tendrás algún juego de mesa, cartas o algo para pasar el tiempo.
—¡Monopolio! —exclamé esperando que le gustara, pues me encantaba juego.
—¡Me gusta! Ve por él.
Corrí a mi habitación como niña de tres años cuando llega Santa Claus para buscar en mi armario ese juego que tanto me gustaba, en casa de mis padres guardaba uno, ya que a mamá también le gustaba mucho. Lo encontré y salí.
Colocamos el juego sobre la mesa y comenzamos a tomar y a jugar.
—Cuéntame más de ti —curioseé lanzando los dados.
—¡Lo que sabes! Soy oficial de policía, a veces trabajo mucho, otras veces poco ¡Caíste en mi propiedad, págame! —Se carcajeó.
—Pesado. —Le pagué lo que indicaba la tarjeta del juego.
El Aclaró su garganta y respondió a mi pregunta:
—No todos los fines de semana los tengo disponible, vivo solo y tengo 5 hermanos menores que viven con mi madre.
—¿Qué edad tienes? —pregunté eso para no ser metiche y preguntar por su padre, ya que no lo mencionó.
—¿Qué edad tienes tú?
—No puedes responder a una pregunta con otra pregunta, detective, debe saberlo usted más que nadie.
—28 —Le dio un trago a su copa.
—¿No vas a preguntar cuál es la mía?
—Ya sé que tienes 25, que tienes dos hermanos, que vives aquí sola y que eres Médico estético.
Bueno, pero y este fue que se tomó la libertad de investigarme. ¡No puedo creerlo!
—¿Me investigaste? —mi voz sonó claramente molesta.
—No del todo.
—¿Entonces?
—Que vives sola lo estoy comprobando ahora, lo de tu profesión lo vi en tu carnet el día del enfrentamiento en el edificio donde trabajas, lo demás, quizás saqué información a tus amigas el día que te conocí.
—Entiendo. —Sonreí.
La noche fue muy amena. Su compañía fue muy grata, a pesar de lo que sabía referente al peligro al que expone su vida, me parecía que él era encantador. Estaba consciente de que muchas mujeres sufrían por hombres como él y yo lo único que quería era ser feliz, no ocasionarme dolor y luego decir que lo sabía y aun así lo hice.
—Son las 2:00am. Debo irme —anunció con pesar.
—Claro, me levanté rápidamente del suelo, donde aún seguíamos.
—La pasé genial, Hanna. —Caminó hacia mí acercándose mucho.
—Yo igual. ¡Gracias por todo! —Jugueteé con mis dedos nerviosa.
Sus manos me rodearon la cintura, acercándome a él, y su aliento cálido rozó mi oído mientras susurró unas palabras que hicieron que mi piel se erizara.
— Anhelo con ansias volver a encontrarte, hermosa.
Sentí un cosquilleo en todo mi cuerpo y solo pude asentir con la cabeza, alejándome ligeramente de su abrazo. Él selló el momento con un beso en mi mejilla, y lo acompañé hasta la puerta mientras se marchaba.
Regresé al interior de la habitación, pero mi cuerpo temblaba como una gelatina. Las sensaciones que él provocaba en mí eran indescriptibles. Sin embargo, lo que más me desconcertaba era que yo era consciente de que no debería involucrarme con él. No era porque no quisiera, siendo honesta, sino porque sentía miedo. Miedo de perderme en esa mirada oscura y profunda que tanto me encantaba.
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