Parte 4. Navegando en Aguas Misteriosas


Smile, the worst is yet to come
We'll be lucky if we ever see the sun...



Afuera el cielo brillaba con la luz del sol. Tuvo que parpadear varias veces para acostumbrarse a ella, pero eventualmente fue capaz de mirar a su alrededor. Las calles estaban llenas de gente caminando, vendiendo en sus puestos, platicando entre ellos, había niños jugando y Alec solo inhaló y exhaló.

Alec deseaba poder mezclarse entre la multitud, pero sabía que eso era peligroso. No solo para él, si no para Magnus y a Jace, y a todas las personas que se estaban quedando en Hunter's Moon.

La puerta se abrió detrás de él, y Alec se preparó para otro argumento con Jace, porque sabía que Magnus era demasiado orgulloso como para ir tras él. Pero en su lugar, se encontró a Madzie.

– Abuelita dice que puedo jugar a fuera si tu me cuidas, – dijo con voz tímida y tierna, haciendo imposible negarse.

Alec se puso su capucha mientras veía como Madzie se sentaba en el pasto junto a las flores y comenzaba a sacar los juguetes de madera que Alec había tallado para ella. A pesar de todo, verla le hizo sonreír. Y no pudo evitar sentir un pinchazo de culpa al pensar en como había arruinado las cosas allá dentro.

Deseaba quedarse ahí afuera, simplemente viendo a Madzie jugar, pero cada segundo que pasaba era un riesgo. Aunque el fresco aire había logrado aclarar su mente un poco. Haber estado encerrado por una semana le había vuelto loco, haciendo que todos sus problemas le golpearan, terminara estallando, y Magnus pagara el precio.

Alec sabía que no era culpa de Magnus, pero había sido más sencillo culparle a él, que afrontar todo el dolor y angustia que estaba sintiendo. A pesar de saber que Magnus era lo mejor que le había pasado.

Fue sacado de sus pensamientos al ver a Madzie pararse rápidamente. El tiempo parecía ir en cámara lenta, primero al ver como Madzie aventaba a la pantera negra, recreando la historia contada por Magnus, y luego correr a recogerlo sin notar el carruaje que iba directamente hacía ella.

Alec corrió, viendo como la niña se agachaba para recoger el juguete y notar el carruaje que se dirigía en su dirección, pero que no le golpeó, ya que fue empujada fuera del camino.

Alec siseó de dolor cuando se golpeó la cabeza al girar para evitar ser aplastado por el caballo. Alec se mordió la lengua para no gritar de dolor, parándose rápidamente para tomar el rostro de Madzie entre sus manos.

– ¿Estás bien? – Alec preguntó, viéndola alarmado.

Madzie solo asintió, con sus ojitos cafés asustados al ver la frente de Alec, de donde caía sangre y la capa rota exponiendo su brazo herido.

– Está bien, – le dijo. – Estoy bien. Fue solo un rasguño. ¿Estás segura que no estás herida? –

Ella asintió de nuevo, pero Alec fue interrumpido cuando el señor del carruaje se acercó preocupado a ver como estaban.

– Señor, ¿está bien? – la voz del extraño sonaba llena de preocupación. – Lo siento tanto. Salió de la nada...–

– Estamos bien, – Alec replicó, manteniendo su cabeza baja. El día ya había sido un infierno como para sumarle que un extraño lo reconociera y lo entregara a Sebastián.

– ¿Está seguro? – el hombre preguntó. – MI esposa es enfermera. Puedo llevarle con ella y...–

– No se preocupe, – la voz de Maia sonó desde atrás. – Se están quedando en mi posada. Yo cuidaré de ellos. –

– ¿Están seguros? – el hombre preguntó.

Alec solo asintió, y cargó a Madzie entre sus brazos quien le abrazó y se recargó en su hombro. Después de despedirse del hombre entró a la posada, detrás de Maia que se había quedado a tranquilizar al hombre. Unos segundos después, la puerta del bar se cerró.

– ¿Qué diablos pasó? – Maia inmediatamente gritó.

– Ella corrió hacía la calle, y un carruaje venía en su camino, – Alec explicó, temblando. – No fue su culpa, yo no debí perderla de vista. Se que actué precipitadamente pero no podía dejar que... que ella...–

– Está bien, – la voz de Maia se suavizó. – No es tu culpa Alec. – Era la primera vez que ella le llamaba por su nombre, y de cierta forma le relajó. – ¿Qué tal si bajas a Madzie y curamos tus heridas? –

Alec iba a bajar a la niña, pero Madzie le abrezó más fuerte. Simón, que acababa de llegar dijo. – Vamos. Pueden usar mi habitación. –

Alec siguió a Maia. Subieron las escaleras y entraron a una habitación sencilla, con solo una cama, varios libros en la esquina y un poco de ropa en una pequeña maleta. Todo estaba arreglado como si estuviera preparado para huir en cualquier momento.

Una vez dentro, Alec acarició el cabello de Madzie, susurrándole. – Tengo que bajarte para poder limpiar mi brazo, ¿okey? –

Ella asintió, y desenrolló sus brazos. Alec la bajó y la sentó en la cama antes de notar que no estaban solos en la habitación.

Magnus acababa de entrar y le miraba lleno de preocupación. Alec abrió la boca pero no pudo encontrar las palabras para disculparse, así que simplemente abrió sus brazos y dejó que Magnus le abrazara con fuerza.

– Eres un idiota, insensible y estúpido, – Magnus susurró, abrazándole. – Te odio. –

– Yo también te amo, – Alec contestó, enterrando su nariz en el cabello de Magnus. – Lo siento. –

– Después, –Magnus dijo, separándose para poder verle llenó de preocupación. – Vamos a limpiarte primero, – Magnus se giró hacía Maia. – Voy a necesitar un poco de agua tibia, miel y una botella de ron. – Maia asintió y se fue.

– ¿El ron es verdaderamente necesario? – Alec preguntó, viéndole divertido. Magnus se giró hacía él y le lanzó una mirada asesina, haciendo que Alec cerrara la boca. – Estoy seguro que lo es, – Alec completó, mirándole arrepentido.

Magnus sonrió satisfecho, cruzando los brazos engreídamente. Un momento después Maia regresó con lo que Magnus había pedido y al retirarse, tomó a Madzie de la mano.

– Vamos princesa, – Maia dijo. – Verás a Alec cuando esté listo. Magnus necesita curarle y tu abuelita también está preocupada por ti. –

Madzie asintió y se dejó levantar, pero antes de irse, se giró hacía Alec y tomó su mano.

– Si tu eres el Rey, estoy seguro que puedes salvar a todos como me salvaste a mi, – ella le miró con seguridad y determinación. – No lo pienses demasiado. –

Alec la observó salir, viéndola sorprendido.

– Ella tiene razón, – Magnus dijo, saliendo de su estupor y mirando a Magnus, quien estaba enfrente de él, quitándole la capa. – Quítatela, siéntate y déjame ver. –

Alec obedeció, quitándose la capa y la camisa que también se había arruinado. Magnus tomó una toalla y la mojó en agua, comenzando a limpiar la tierra y la sangre.

– ¿En qué? – Alec preguntó, viendo fijamente a Magnus trabajar.

– Piensas demasiado las cosas, – Magnus dijo como algo obvio. – Lo haces todo el tiempo. Lo llevas haciendo toda esta semana. –

Magnus se inclinó y tomó la botella de ron, abriéndola con los dientes.

– Has estado culpándote todo este tiempo, – Magnus suspiró. – Como siempre haces cuando algo sale mal. Le das vueltas y vueltas a las cosas hasta que concluyes que todo es tu culpa, y cuando lo haces, terminas explotando contra alguien y te comportas como un imbécil. –

Alec frunció los labios. – Siento haberte llamado pirata. –

– Soy un pirata, – Magnus giró los ojos. –El problema no fue que lo dijeras, si no el como lo dijiste. –

– Lo se. Y lo siento. –

– Te perdono, – Magnus dijo, aunque no sonaba del todo convencido.

Magnus inclinó un poco el rostro de Alec y dejó caer una gran cantidad de ron sobre la herida.

Siendo tomado desprevenido, Alec gritó de dolor. No tuvo tiempo de recuperarse cuando Magnus ya estaba haciendo lo mismo con su brazo. Esta vez Alec solo brincó por el dolor.

– Me pudiste haber avisado, – Alec gruñó, mirando mal a Magnus.

– Ops, – Magnus se encogió de hombros. – No se me ocurrió. –

Alec bufó, pero luego soltó una risa, tomando a Magnus de la cintura, antes de que este pudiera alejarse.

– Siento haberme desquitado contigo, – dijo Alec, esperando que Magnus viera la sinceridad en sus ojos. – Siento haber insinuado que me arrepentía de mis decisiones sobre nosotros. No me arrepiento de nada que he pasado contigo. –

Magnus evitaba su mirada, pero Alec supo que había dicho lo correcto. Al final se levantó de la cama y tomó el rostro de Magnus entre sus manos, para que no pudiera evitar su mirada.

– Es solo que...– Magnus inició, colocando sus manos en el pecho de Alec, sobre su corazón. – A veces siento que un día te despertarás y te darás cuenta que somos de mundos muy distintos, que somos muy diferentes, y te pierda cuando te des cuenta de lo que podrías tener con alguno de esos finos Lords del reino. Se que soy demasiado, que vengo cargando un gran equipaje conmigo, y quizá algún día tu también te des cuenta de que... no lo valgo. –

Alec negó y le acarició el rostro. – Te amo, – le dijo, suavemente. – Y mi vida sin ti seguiría siendo vacía y aburrida si nunca te hubiera conocido. Hubiera sido asesinado junto a mis padres. No me importa lo que eres o donde naciste. Te amo, y siento que tengas que soportar mis idioteces, y que estas te hagan pensar que no eres absolutamente maravilloso. Eres perfecto para mi. –

– Oh amor, se que soy maravilloso, – Magnus replicó animadamente, y Alec supo que había logrado recuperar a su Magnus. – Solo temí que tu lo hubieras olvidado. –

– Nunca, – respondió Alec, con una risita. – ¿Ahora si estoy perdonado? –

– Mmm. Eso creo, – dijo Magnus, sin poder ocultar su sonrisa de felicidad.

– ¿Puedo besarte? – Alec preguntó, con más necesidad de la que quería mostrar.

Magnus puso un dedo sobre su boca, deteniendo su avance. – Primero, déjame terminar de curarte. –

– Literalmente acabas de tirarme ron a la cara, – Alec protestó, queriendo besarle. – Creo que ya estoy bien. –

Magnus rodó los ojos pero le obligó a sentarse en la silla de nuevo. – Te lo merecías, – dijo, tomando el tarro de miel. – Además, ¿qué pensabas? ¿Qué la miel era para propósitos sexuales? –

– ¿No lo es? – Alec preguntó, sonriendo lujuriosamente.

– No, – Magnus le miró divertido. – Que sucio eres, Alexander. La miel pura ayuda a prevenir infecciones, –

Magnus sumergió dos dedos en la miel, y comenzó a ponerla en la herida. De nuevo, Alec solo le observó, disfrutando de verle relajado y concentrado en la tarea. Cuando terminó, Magnus sumergió otro dedo en la miel, y lo chupó provocativamente.

Alec soltó una carcajada, y se levantó rápidamente, para besar sus dulces labios, ahora más dulces por el sabor de la miel.

– Yo también te amo, – dijo Magnus, finalmente.

Alec sonrió, capturando de nuevo los labios entre los suyos y tomando a Magnus de la cintura, mientras este enredaba sus dedos en su cabello.

– Vamos a quedar todos pegajosos, – Alec dijo, sientiendo la miel en su piel y cabello.

– Eso espero, – Magnus le insinuó, guiñándole el ojo de forma traviesa, haciendo que Alec girara los ojos. – Tenemos la habitación de Stewart para nosotros solitos, y hace bastante tiempo que no te tengo solo para mi. –

Alec asintió, repartiendo besos por el cuello de Magnus. Magnus aprovechaba para acariciar su pecho desnudo, mientras le jalaba hacía la cama, haciendo que cayeran en un desastre de besos e intentos por quitarse la ropa.

Desde la primera vez que Alec había probado esos labios, supo que se iba a volver adicto a ellos. Era como si el resto del mundo desapareciera a su alrededor cada vez que los tocaba. Alec reprimió un jadeo de dolor cuando Magnus le giró sobre su cuerpo, enrollando las piernas en su cadera rápidamente para que Magnus no lo notara. Pero obviamente Magnus lo notó.

– ¿Estás bien amor? – Magnus jadeó. – ¿Te lastimé?.

Su voz estaba tan llena de amor y preocupación que Alec no pudo evitar decir la verdad.

– Tengo un horrible dolor de cabeza, – admitió. – Y mi brazo se siente como si se fuera a caer. –

Magnus suspiró, quitándose de encima del cuerpo de Alec y mejor acurrucándose a su lado, pasando su brazo de forma protectora por la cintura de Alec.

– Extrañaba tanto esto, – Alec suspiró, presionando un beso en la frente de Magnus.

– Yo también, – Magnus dijo, dibujando patrones con su dedo en el pecho de Alec. – ¿Crees que podemos echar a Sherman de su cuarto y quedarnos con el? Podrías argumentar que necesitas un lugar mejor lugar para que tus heridas sanen correctamente. Esa horrible cicatriz en tu frente puede ayudarnos. Además, no es como si no sepan de nosotros, en tu arranque de hace rato se lo gritaste a todos. –

Alec soltó una carcajada, considerando la horrible idea. – Dilo de nuevo, – dijo Alec, mirando los ojos de Magnus.

– ¿Qué ya saben de nosotros? – Magnus alzó una ceja.

– No, eso no, – Alec rió. – De todas formas éramos terribles manteniéndolo en secreto. Lo que dijiste antes. –

Magnus depositaba besos en el cuello de Alec mientras hablaba. – Que usemos tus heridas como excusa para echar a Sherman de su habitación. –

– Cariño, – Alec se sentía perdido entre los besos de Magnus. – Eres un genio. –

– Bueno, bueno, – Magnus sonrió engreído. – Ya lo sabía, pero ¿qué hizo que lo notaras tu? –

– Que eso me dio una idea, – dijo Alec. – Aunque creo que no va a gustarte. –


*


– ¡Esa es una terrible idea! – Jace exclamó, alzando la voz incrédulo.

– Gracias, – Magnus exclamó, agradecido por el apoyo.

De vuelta al sótano, Alec acababa de exponer su plan. Que obviamente Magnus desaprobó, pero Alec no estaba para debates. La mayoría de las veces Magnus consideraba su obstinación como parte de su encanto, pero ahora mismo le odiaba.

– Es bastante peligroso, cierto, – Ragnor dijo, lanzándole una lamentable mirada a Alec.

– Es un buen plan, – Alec rodó los ojos. – Simplemente están siendo sobreprotectores. –

– Oh, mira quien habla, – Magnus soltó. Alec suspiró, tomando la mano de Magnus para calmarle.

– Es un buen plan, – le dijo suavemente. – No estaré solo y los guardias estarán demasiado distraídos intentando detenernos. Además, se como escapar del salón Real en un segundo. –

– ¿Y qué tal si no te lleva al salón real? – Magnus dijo, preocupado.

– Sebastián querrá mostrar su superioridad ante mi, – dijo Alec, racionalmente. – Y no hay mejor forma que verlo sentado donde yo debería estar. –

– ¿Y si no nos cree? – Hodge intervino, viéndole lleno de preocupación. – Disculpe mi atrevimiento, pero una cortada en la frente no es prueba suficiente de una batalla mortal. –

– Lo se, – dijo Alec, con el mismo tono intrépido, poniéndose de pie. Y enfocando su mirada en Jace y Magnus, dijo. – Es por eso que alguno de ustedes tendrá que golpearme. Fuerte. –

– ¿Qué? – exclamaron al unísono.

– ¡No te voy a golpear! – Magnus dijo firmemente. – Por mucho que tu horrible idea me de ganas de hacerlo, no te golpearé. –

– Bueno, yo tampoco, – Jace gruñó, girándose hacía Magnus. – ¡Hazlo tu! Acaban de pelear en la mañana, estoy seguro que aun queda algo de enojo. –

– ¡No voy a golpear al amor de mi vida! – Magnus protestó.

– ¡Yo no voy a golpear a mi hermano! – protestó Jace de vuelta. Al ver que ninguno daba el brazo a torcer, se giraron hacía Ragnor y Hodge.

– Sabes que odio la violencia, – le dijo Ragnor a Magnus.

– ¡No voy a golpear a mi Rey! – exclamó indignado Hodge.

Alec suspiró exasperado. – No importa quien lo haga, – gruñó. – Solo denme un buen golpe y terminemos con esto. –

– Quizá puedas correr y golpearte con la pared, – Simon sugirió. – Porque yo tampoco te golpearé. Sin ofender, pero me das miedo. Y Magnus me asusta más. No quiero que me asesine a la mirad de la noche. –

– Sabia decisión, Sheldon – Magnus le miró divertido.

– ¡Dios santo! – Alec gritó. – ¡Solo golpéenme! –

– Yo lo haré. – Todos quedaron en silencio para girarse hacía la voz.

Era Maia quien había hablado, ella se levantó de la silla y se paró enfrente de Alec.

– ¿Estás bien con esto? – ella le preguntó, con una sonrisa un tanto emocionada, que hizo enojar a Magnus,

– Completamente, – Alec dijo aliviado, no como alguien que está a punto de ser golpeado. – Solo intenta no lucir tan emocionada, – Alec se rió.

Maia chasqueó la lengua y tomó posición. – No es nada personal, Su Majestad, – dijo ella, con una aterradora voz que hizo que Magnus se compadeciera del pobre Simon, comprendiendo porque no se atrevía a confesarle sus sentimientos.

Y de repente el puño de Maia se estrelló contra el rostro de Alec, quien jadeó de dolor, luchando por no caer al suelo. Maia sonrió complacida al verle el labio roto.

– ¿Otro para estar seguros? – Alec preguntó, y Maia solo rió y asintió.

– ¿A Alec le va el sadomasoquismo? – Jace le susurró a Magnus, con un tono tanto divertido como sorprendido.

– Si le va, es algo que no sabía hasta ahora, – dijo Magnus, intentando bromear al ver que Maia volvía a dale otro puñetazo de mayor fuerza en el rostro. – ¡Okey! ¡Eso es suficiente! – dijo, viendo como Alec se retorcía del dolor.

– Lo siento, – dijo Maia, sonando genuinamente sincera.

– Hey, yo lo pedí, – Alec la tranquilizó. – Era un mal necesario. Gracias. –

Magnus simplemente resopló exasperado mientras se acercaba preocupado a su novio. – Eso va a arder bastante, – le susurró.

– Tiene un buen derechazo, – Alec comentó, intentando aligerar el ambiente. Al ver que no funcionaba, tomó la mano de Magnus entre las suyas. – Es el mejor plan, amor, – le susurró. – Confía en mi. –

– Siempre lo hago, – Magnus suspiró, resignado. Y Alec le besó la mejilla.

– Wow, – Maia dijo a nadie en particular, mientras un Simon muy preocupado le revisaba la mano en busca de heridas. – No puedo esperar para contarle a mis hijos que golpee al Rey dos veces en la cara porque él me lo pidió. Dos veces. Y hasta me lo agradeció. –

Alec rió y Magnus no pudo evitar unírsele.

– Si tu no te casas con ella, lo haré yo, – le susurró Alec a Simon, quien solo le miró con los ojos abiertos y mejillas sonrojadas.

*

El castillo estaba rodeado de un lado por el océano y del otro por un gran bosque. Ahí fue donde se detuvieron en la noche, sintiendo la adrenalina en sus cuerpos. La luz de la luna brillaba sobre los árboles, haciéndoles sentir aun más asustados.

Pero eran los rostros de Isabelle y Max los que hacían que Alec siguiera adelante.

– Vamos a hacer esto, – dijo, convenciéndose más a si mismo que al resto del grupo.

Todos asintieron, mientras que Hodge sacaba una gruesa cuerda y la enredaba alrededor de las muñecas de Alec.

– Recuerden: no esperen por nosotros, – demandó, viendo principalmente a Magnus. – Una vez que tengan a Isabelle, Max y Luke, se largan de aquí. Su misión es solo esa. Hodge y yo nos encargaremos de Sebastián y nos reuniremos con ustedes al amanecer. –

Esta vez solo fue Maia y Simon los que asintieron.

– Jace, – Alec siseó en advertencia.

– Si, si, – su hermano gruñó. – Esperamos hasta el amanecer para venir por ti. –

– Eso no fue lo que dije, – Alec exclamó, exasperado, y girándose hacía Maia. – Si no sigue el plan, tienes mi permiso para golpearle en el rostro también. –

Maia sonrió malévolamente. – Su Majestad, me está consintiendo mucho. –

Alec rió, sintiendo como Hodge probaba el nudo. Estaba apretado, pero no lo suficiente como para evitar que Alec se liberara. Después de eso, Alec se giró hacía Magnus.

– Odio esto, – Magnus soltó.

– Lo se, – Alec murmuró, logrando tomar su mano entre las suyas. – Este no es el final, – Alec dijo con determinación. – Nos veremos en la mañana. –

Magnus sacudió la cabeza, tomando el rostro de Alec entre sus manos. – Cariño, la belleza de una historia de amor es que realmente nunca termina. –

Alec recordaba esas palabras, pronunciadas hace un año por un inocente Max, que le habían hecho darse cuenta de sus sentimientos por Magnus. En la boca de Magnus había sonado puras e inofensivas. Pero en Magnus, sonaban devastadoras.

– Tómalo, – dijo Alec, maniobrando para quitarse el añillo del dedo.

Magnus frunció el ceño. – Es el añillo de tu familia, – susurró. – Significa tanto para ti. Tu padre...–

Alec tomó sus manos de nuevo, colocando el anillo. Era como si hubiera sido hecho para ser usado por Magnus, aunque este le quedara flojo.

– Cuídalo por mi, – le dijo, firmemente. – Me lo puedes devolver al amanecer. –

Magnus asintió, tomando uno de sus anillos, uno dorado adornado con un gran topacio, y deslizándolo en el dedo de Alec. Alec sabía que ese anillo era de su primer tesoro descubierto como capitán, era lo único que se había quedado como un símbolo de su libertad, junto con una moneda de oro que tenía en su cuello.

– Te amo, – dijo Magnus, suavemente.

– También te amo, – Alec contestó, con la voz rota. – Nos vemos al amanecer. –

– Al amanecer, – Magnus acordó.

Su mano acarició el cuello de Alec antes de juntar sus labios con los suyos. Alec le tomó de la chaqueta, disfrutando del beso y tomando fuerzas del mismo, llenándose de su amor y pasión.

Finalmente Hodge le jaló hacía el castillo, con el fantasma del beso de Magnus aun entre sus labios. Con la mente serena y un único objetivo: vencer a Sebastián.




Si, aquí no existe el Sizzy. Es Maia x Simon (no tengo idea de como se llama su ship) 😅

Bueno esperemos que todo salga bien...😶

Hasta luego!

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