Parte 2. Los hombres muertos no cuentan cuentos
"Uno era un huracán, y al otro le encantaban los desastres"
– ¡Alec! –
Alec detuvo su caminar, sintiendo como se le atoraba el aliento. Cerró los ojos y respiró, tratando de calmar los nervios, terminando de llegar a su habitación, donde ya le esperaba Isabelle, parada en la puerta de su habitación a lado de la suya.
– ¿Dónde estabas? – le susurró tan pronto como estuvo cerca de ella.
– Fu-fui a caminar, – Alec contestó, sabiendo que su hermana le leía con facilidad. Aunque no fue ella la que soltó un bufido.
– ¿En medio de la noche? – Jace preguntó mirándole sospechoso, – ¿Por dos horas? –
– Fue una larga caminata. –
– ¿Fuiste a verle, cierto? – Isabelle masculló, emocionada. – ¿Al pirata? – La boca de Alec cayó en pura sorpresa, mientras jalaba a sus hermanos dentro de su habitación.
– ¿De qué estás hablando? – soltó una vez que cerró la puerta. – ¿Por qué iría a ver a un pirata en medio de la noche? –
– No lo se, – dijo Jace, sin expresar nada, con una ceja alzada. – Tu dinos. –
– Yo no...–
– No nos mientas, Alec, – Isabelle le cortó. – Te conocemos bien. –
Alec soltó un gran suspiró y cruzó sus brazos en su pecho, para hacerles saber lo malhumorado que estaba por tener esa conversación.
– Bien, – soltó a regañadientes. – Fui a verle. –
Isabelle comenzó a dar saltitos y a aplaudir, sonriendo emocionada. – Alec es amigo de un pirata, Jace, – exclamó ella, dándole varios golpecitos a su hermano de emoción en el hombro. – No es tan aburrido como pensamos que era. –
Jace solo se sobaba su hombro con molestia. – Pero no solo son amigos, ¿cierto? – Jace preguntó, con una perfecta máscara sin expresión.
Alec tragó duro, calmándose unos segundos para poder de negarlo.
Pero estaba cansado de negarlo. Cansado de mentirle a las personas que más quería. Además, Jace e Isabelle ya sabían. Tenían razón, le conocían demasiado bien.
Así que en la seguridad de su habitación, solo con sus hermanos, no lo negó.
– ¿Cómo lo sa...–
– Estaba en el barco que te encontró en esa isla desierta, – Jace giró los ojos. – Estuviste dos semanas atrapado con ese pirata y te veías más feliz de lo que te había visto en toda tu vida. –
– Y sin mencionar como fuiste con todos los de la Clave para intentarles convencer de su inocencia, – Isabelle chilló de felicidad.
– Es inocente, – Alec suspiró. – Lo hizo, pero fue en defensa propia. –
– A ellos no les importa eso, – dijo Isabelle, acariciando su brazo de forma tranquilizadora.
– Es mi culpa, – soltó Alec. – Debí saber que no le iban a dejar ir y tuve que ayudarle a escapar antes de que llegáramos a tierra. Ahora le van a colgar en la mañana y yo-yo... mierda. –
Pasó sus manos por su cabello jalándolo en desesperación. Cuando se permitió ver de nuevo a sus hermanos, ellos estaban sonriendo de igual forma. De esa forma que solo significaba una cosa: problemas.
– Hermano, odio cuando nos subestimas, – dijo Jace, con una sonrisa maliciosa en su boca.
– Oh, vamos, – Isabelle añadió, jalándole del brazo para que se sentara en la cama. – No vamos a dejar que maten a tu novio. –
– No es mi novio, – Alec protestó. – Es un pirata y yo soy el príncipe de Idris. –
– Amor prohibido, – Isabelle exclamó aun más emocionada, ignorando la expresión de terror de Alec. – ¡Mucho mejor! –
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– Entonces, niño bonito, ¿por qué te uniste a la armada? –
– ¿Por qué tu te volviste pirata? – Alec contrarrestó.
No es como si pudiera decirle a un pirata que estaba usando el uniforme de la marina porque unirse era algo obligatorio para el príncipe de Idris. Solo le daría más incentivos al pirata para asesinarle y otra historia para presumir con sus amigos piratas. Así que no le iba a decir.
Ambos estaban parados en el agua, ahora calmada y pacífica, con sus pantalones enrollados hasta las rodillas y dos lanzas en sus manos para pescar el desayuno.
Alec no estaba muy a gusto con la situación. Tener que colaborar con un pirata para buscar comida y sobrevivir era tan frustrante como saber que le necesitaba. Alec no sabía lo que era tener que cazar, peces o lo que fuera, para comer. A diferencia de Magnus, quien claramente sabía lo que estaba haciendo.
– Okey, – Magnus chasqueó la lengua. – Bastante justo. Intentemos una más fácil. ¿Cómo terminaste en una isla desierta? ¿Qué le pasó a tu barco? –
Alec mantuvo su boca cerrada, arrugando su nariz con molestia. Magnus solo suspiró y Alec pudo imaginarlo girando los ojos, dado que su vista estaba enfocada en el agua.
– Alec, – dijo el pirata, y Alec le volteó a ver, sorprendido porque usara su nombre y no uno de esos ridículos apodos. – Por como se ven las cosas, vamos a estar aquí por bastante tiempo. No puedes aplicarme la ley del hielo por siempre, cariño. –
Alec gruñó por el apodo, pero se resignó.
– Fuimos emboscados por un grupo de piratas, – admitió eventualmente. – Nos atacaron. El barco se estaba hundiendo por lo que tuvimos que abandonarlo, – dijo, volteando a ver a donde el barco se había hundido el día pasado. – Yo me las arreglé para nadar hasta aquí, pero el resto de la tripulación fue capturada o asesinada. –
– ¿De casualidad el capitán del barco pirata era una muer? – Magnus preguntó, cambiando su tono ligero de siempre a uno más amargo.
– Si, – Alec contestó, frunciendo el entrecejo. – No escuché su nombre pero tenía un acento francés. –
– Camille, – Magnus dijo como si fuera algo obvio para Alec.
– ¿La conoces? – Alec preguntó, sin esforzarse en esconder su tono acusatorio.
– Lo hago, – Magnus se mofó, como si supiera algo gracioso que Alec no. – Ella es la razón por la que estoy aquí. –
Alec ya hasta se había olvidado de su desayuno, completamente enfocado en Magnus. De todas formas, no había estado haciendo un buen trabajo. Magnus vio su mirada perpleja y se encogió de hombros.
– Hasta ayer en la mañana, yo solía ser el capitán del barco que te atacó. Camille era mi segundo al comando. Ella no estaba de acuerdo en mi códigos de conducta así que organizó un motín. –
– ¿Fuiste abandonado por tu tripulación? – inquirió Alec, sin poder creerlo.
– No, – Magnus bufó, su actitud burlona de siempre había desaparecido. – Mi tripulación de siempre se había quedado en Nelson's York. Se supone que los iba a alcanzar en un mes. Esa era la tripulación que había contratado para hacer un trabajo. Camille les prometió duplicarles su ganancia. Sabía que no debía confiar en ella. –
– ¿Y porqué lo hiciste? –
– Tenemos... historia, – Magnus eludió la pregunta como si fuera algo sin importancia.
– Oh, –Alec dijo, Pero después de un segundo la curiosidad le ganó, y preguntó. – ¿Por qué se pelearon? –
Magnus le lanzó una mirada cautelosa, como si tuviera miedo de que fuera a usar en su contra todo lo que le estaba diciendo. Al darse cuenta que a los únicos que podía contarles era a los peces, se encogió de hombros y continuó con su historia.
– Puedes pensar que somos despiadados, pero los piratas también funcionan bajo un código, – Magnus le explicó, viendo fijamente al agua. – El código puede cambiar dependiendo del capitán. Yo tengo un par de reglas que demando ser cumplidas por mi tripulación. –
Era algo obvio que Magnus intentaba evadir la pregunta. – ¿Los piratas siempre son tan crípticos? – Alec preguntó.
Magnus soltó una risita, mordiendo su labio. – Bien, – masculló. – Estábamos tras un tesoro. Era un rubí que había pertenecido a un Rey de Idris antes de que muriera y lleva perdido desde entonces. Llegamos al lugar donde se suponía que debía estar, pero era otro callejón sin salida. Había un rubí, pero no era el que buscábamos. Camille quería asesinar al hombre que nos dio la mala información sobre el rubí, pero el hombre no lo había hecho a propósito. Así que yo me negué. Y peleamos. –
– ¿Te negaste? – Alec exclamó incrédulo. – ¿No se supone que los piratas disfrutan de asesinar hombres inocentes? –
– Bueno, definitivamente disfruto de los hombres inocentes, – Magnus contestó, ronroneando, y lanzándole una insinuante mirada a Alec, haciendo que sus mejillas se sonrojaran. Alec escondió su rostro, tratando de ocultar su sonrojo, pero fue en vano. – Pero no me gusta asesinarlos. El hombre cometió un error, el rubí era bastante similar al que buscábamos. Y por mucho que me gustaría encontrarlo, no voy amatar a un hombre inocente para lograr mi objetivo. –
Magnus debió de notar la mirada de sorpresa en Alec porque chasqueó de nuevo la lengua,
– Siento decepcionarte, cariño, – dijo burlón. – Acabo de arruinar la imagen despiadada y cruel que tienes sobre los piratas, ¿cierto? –
Alec trató de frenar su curiosidad. No le debía importar lo que Magnus tenía que decir. Era un pirata. Alec era de la armada. Su misión principal era atrapar personas como Magnus y llevarlas a la justicia. Sin cuestionarse nada.
Pero parecía que la confesión de Magnus había metido una semillita de duda en su cerebro, iniciando una reflexión que no había hecho antes. Quizá las cosas no eran en blanco y negro como sus tutores de La Clave le habían enseñado.
– ¿Entonces por qué te volviste pirata si no era para saquear y asesinar? – se encontró preguntando Alec, sin poder detenerse.
Magnus no contestó, pero de repente se veía mortificado. Luego en un segundo, su expresión cambió, volviendo a ser la misma de siempre, esa sonrisa burlona y engreída.
– Menos charla y más pesca, niño bonito, – Magnus exclamó, ondeando la mano despreocupadamente.
– Tu tampoco has pescado nada, – Alec le miró feo, protestando.
Magnus sonrió engreídamente y sacó su lanza que ya tenía dos peces muertos.
– Tramposo, – masculló Alec, de forma petulante.
– Pirata, – Magnus le corrigió, sonriendo.
Alec se giró, regresando a la playa, intentando ocultar su traicionera sonrisa. Simplemente era porque ya no quería comer mangos. No tenía nada que ver con Magnus. El pirata.
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– Su alteza. –
Alec reprimió un gruñido, girándose para ver al oficial que estaba en su puerta. Se terminó de acomodar su uniforme y exhaló, tranquilizándose.
– Sus padres le piden que acuda a la ejecución, – le dijo el oficial, como si Alec no lo supiera ya.
– Estoy listo, – dijo, solemnemente, esperanzo que no se notara lo nervioso que estaba. Su corazón latía a toda velocidad y su cuerpo vibraba de emoción y miedo.
Había tanto en riesgo, incluyendo su propia vida. Pero se sentía en paz con la decisión que había tomado con sus hermanos la noche pasada. Así que siguió al oficial por las escaleras, hasta llegar al patio, donde las ejecuciones usualmente sucedían.
Alec se unió a sus padres e Isabelle en la tribuna real, un honor que no se le daba a Jace por ser adoptado. Y por primera vez, eso era algo a su favor.
Un escalofrío le recorrió al ver la cuerda de donde sería colgado Magnus.
La multitud ya estaba alrededor de patio, rodeados por oficiales en uniformes. Se escuchaban pequeñas pláticas y risas. Alec nunca había entendido la morbosa excitación de las personas por ver a alguien ser colgado. Él siempre lo había odiado, desde el primer día, cuando tenía nueve años y fue forzado a asistir como el futuro heredero al trono.
La multitud era aun más grande de lo normal, algo que ya se esperaba dado que la noticia de que por fin se había capturado al despiadado y malvado pirata Magnus Bane, había corrido como pólvora.
Y Alec quería gritar que todo era mentira, que Magnus no era culpable.
Pero en vez de hacerlo, permaneció en silencio al lado de su padre, compartiendo una mirada de complicidad con su hermana, y asintiendo.
¡Nadie le atinó!
Camille es Barbosa, porque al final ella no es la villana principal. Spoiler... Recuerden que al final el verdadero villano ni siquiera es un pirata 😌
Bueno, la tardanza fue porque estuve con tooooda la familia celebrando Navidad, ¡Feliz Navidad atrasada! Para los que no leyeron mi anuncio en mi otra historia.
Espero que les esté gustando y nos vemos mañana en Rindiéndose a él!!😉
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