Parte 1. Navegando en Aguas Misteriosas
Even if we can't find heaven, I'll walk through hell with you
Love, you're not alone, 'cause I'm gonna stand by you...
El sonido del metal chocando contra metal rompía a través del tempestuoso viento, y Alec se agachaba para esquivar la espada de su hermano. Sostenía la espada fuertemente y con un perfecto balance en su postura, justo como Hodge le había enseñado. Había esquivado el golpe de Jace con facilidad, por lo que la sonrisa burlona de Jace le confundió.
– Estás distraído, – Jace bromeó, y la espada de Alec tambaleó por el siguiente golpe de Jace.
Dio un paso hacía atrás y giró los ojos cuando su hermano sonrió lleno de arrogancia. La espada de Alec, esculpida a la perfección con gemas y el signo de la familia real, brillaba por la luz del sol mientras contraatacaba de vuelta.
– Lo que solo será más vergonzoso para ti cuando pateé tu patético trasero, – Alec se defendió, haciendo que Jace chasqueara la lengua.
– ¿Es el amor lo que te tiene tan preocupado, hermano? – siguió molestando. – ¿Ya no soy suficiente entretenimiento para ti? –
Alec bufó, sus espadas volvieron a chocar. Jace era un peleador experto, quizá hasta mejor que Alec, pero era demasiado arrogante, hablaba mucho, aunque Alec sabía que era para distraer a su oponente. Pero Alec hace mucho se había hecho inmune a sus trucos.
– ¿Son celos los que oigo en tu voz? – Alec siseó burlón. – Sabes que no tienes que competir con Magnus por mi afecto, ¿cierto? –
Una punzada de sorpresa pasó por los ojos de Jace por un segundo, casi cayendo por el golpe de Alec, pero rápidamente se recuperó.
– No por la misma clase de afecto, eso seguro, – Jace bromeó, tomándose un segundo y fingiendo pensar. – Aunque ahora que recuerdo tu tenías un pequeño crush por mi cuando éramos adolescentes. –
– La adolescencia es la etapa de pensamientos estúpidos, – Alec contraatacó, casi perdiendo el balance al chocar con la cubierta, donde Jace se las había arreglado para conducirlo. – Ya soy más listo. –
– Como dije, – Jace se burló, sonriendo mientras apuntaba hacía donde Alec estaba arrinconado. – Distraído. No puedes dejar de pensar en Magnus lo suficiente como para ganarme una batalla. –
La mirada de Alec fue hacía atrás de su hermano, y su sonrisa se hizo igual de grande que la de Jace. – Es como si estuviera en todas partes, – dijo, benévolamente.
Incapaz de ocultar su deleite, vio como Jace era arrojado al piso, mostrando un rostro de total sorpresa. Y a su lado, estaba Magnus, pateando la espada lejos y con las manos en la cadera.
– ¡Eso es trampa! – Jace protestó, recuperándose de su asombro.
– Solo si hay testigos, – Magnus replicó, lanzándole una mirada juguetona a Alec.
– Yo no vi nada, – dijo Alec, encogiéndose de hombros.
– Me agradabas más cuando estabas enamorado de mi, – Jace gruñó, aceptándola mano de Magnus que le ayudó a ponerse de pie. – Pirata, – se quejó.
– Gracias, – respondió Magnus, divertido. – Estamos a tres horas de la isla Dumort, cariño, – añadió, mirando a su novio. – La tripulación ya comienza a agitarse. –
Aunque Alec también estaba emocionado, sabía que la tripulación tenía otras razones. La Isla Dumort era conocida por su libertinaje y poco respeto a lo moralmente aceptado. De acuerdo a Magnus, era una locura de libertad y los mejores cocteles del mundo.
Alec nunca había estado ahí, su familia no había pisado el lugar desde hace mucho. Pero era el último paso para su misión diplomática. Y por eso era su entusiasmo, no por un par de noches de comportamientos desvergonzados.
Un último paso para volver con su obstinada hermana, su inteligente hermano, su madre y su padre, el Rey, quien a pesar de que Magnus fuera un pirata, le había permitido ir en la misión. Aunque nunca lo aceptaría, incluso extrañaba a Clary.
Ese año había sido increíble, suficiente para satisfacer sus ganas de aventura por un tiempo. Y lo mejor había sido que Magnus había estado con él, y Jace, su hermano y mejor amigo. Habían viajado por todo el reino, descubriendo nuevas culturas y el mundo que Alec algún día gobernaría, había comido cosas nuevas, escuchado nueva música, había conocido lugares maravillosos.
Todo había sido increíble, pero Alec estaba feliz de ya casi volver a casa, sabiendo que el juicio contra La Clave había finalizado y Magnus podía volver a la capital de Alicante, Idris, como un hombre libre.
Alec veía el horizonte recargado en la cubierta cuando Magnus se paró a su lado, recargando su mano junto a la de Alec, pero sin tocarse.
Entre su tripulación, todos sabían la naturaleza de relación, era obvio. No podían ocultarlo y era difícil mantener sus manos lejos del otro cada noche, además de las miraditas que se lanzaban en el día. Con el tiempo se habían vuelto mejores ocultándolo, pero sus sentimientos solo habían crecido.
Alec había aceptado que no había forma de dejar de amar a Magnus. Aun más cuando supo que Magnus sentía lo mismo. Aun así, intentaban mantener las pruebas de afecto en público nulas. Primero porque en algunos territorios no eran bien vistas y segundo porque aun no sabían si era algo que podrían mantener cuando Alec se volviera Rey.
Eso aun era otra guerra que tendrían que luchar, pero Alec estaba preparado, con solo tener a Magnus a su lado. Y Magnus nunca rechazaba un buen desafío.
Magnus le miró y Alec se perdió en sus ojos, sonriéndose uno al otro, con solo el mar de testigo. Así se quedaron por un gran rato, viendo el horizonte, hasta que pudieron distinguir la isla. Y luego volvieron a su camarote.
Alec esperó hasta que cerraron la puerta para tomar a Magnus de las caderas, atrapándole contra la puerta y cubrir sus labios. Magnus soltó un jadeo de placer, tomando el cabello desordenado de Alec y jadeándolo.
Alec le besaba como siempre, desesperado en necesidad pero al mismo tiempo tierno, con toda la fuerza de un hombre enamorado. Fue Magnus el que se separó, acariciando la mejilla de Alec.
– Voy a extrañar esto, – dijo, con la voz rota. – Cuando volvamos a Alicante. –
– Yo también, – Alec tragó, recargando su frente en la de Magnus. – Pero se que podemos lograrlo, tu y yo juntos. –
Magnus sonrió, jalando el cabello de Alec entre sus manos. – Me gusta su forma de pensar, Alteza. –
– Te gustará mucho más cuando sepas lo que estoy pensado ahora mismo, pirata, – Alec replicó en un susurró, apretando las caderas contra las suyas y conduciéndolo a la cama.
– ¿Qué tal si me ilustra? – Magnus ronroneó, lleno de lujuria, haciendo temblar a Alec.
Las manos de Magnus descansaron en el pecho de Alec un segundo, antes de empujarlo hacía la cama, sonriendo mientras se subía sobre su amante, arremetiendo contra sus caderas. Alec le jaló del cuello, uniendo sus labios de nuevo, siempre anhelando su sabor a mar, dulce y sándalo que le caracterizaba.
Mientras tuviera el amor incondicional de ese extraordinario hombre, su pasión detrás de las puertas y su sensibilidad al conocer al verdadero Magnus, Alec no tenía de que preocuparse.
¿Qué era lo peor que podía pasar?
*
La Isla Dumort no era lo que Alec había imaginado. Era peor.
Las calles estaban llenas de basura y hombres y mujeres tomando. Había uno que otro animal perdido o abandonado por sus borrachos dueños. El olor a putrefacción le llenó sus pulmones mientras bajaban del barco real y caminaban por las viejas maderas del puerto, que parecía que se romperían en cualquier momento. Alec le lanzó una preocupada mirada a Magnus, quien solo sonrió.
– Bienvenido a la isla Dumort, amor, – dijo, sonriendo burlonamente, aun brillando por las actividades recientemente realizadas en el camarote. – Donde las almas muertas de Idris vienen para escapar de las reglas y leyes, y vivir un poco. –
– Tendré que informarle de esto a mi padre, – dijo Alec, frunciendo el ceño.
Iban con ropa informal porque, de acuerdo a Ragnor el amigo de Magnus y exporto en temas culturales, las autoridades no eran para nada respetadas ahí. Aunque debía aceptar que se sentía cómodo, más que con su uniforme de marina.
– El lado positivo, – Magnus añadió, inclinándose para susurrarle al oído. – La ausencia de leyes también significa que nadie le importará ver a dos hombres siendo demasiado cariñosos. –
Alec se derritió, sonriendo tontamente. Y aunque rápidamente se recompuso, Magnus logró notar la sonrisa.
– Supongo que no es tan malo, – Alec admitió, sonriendo.
Ragnor les había recomendado lo que según era la mejor posada de la isla. Y Alec tembló ante la idea de las peores. En la posada, parecía una competencia de quien podía hablar más fuerte y poner la música más escandalosa. Estaba llena de hombres y mujeres, y era fácil ver que la mayoría eran piratas, o algo parecido.
Finalmente encontraron una mesa vacía, y Alec trató de evitar las miradas sospechosas y de escrutinio que uno que otro le lanzaba.
– Estas personas son salvajes, – Jace le susurró a su lado, quitando la mirada de una mujer que arrastraba a todos los hombres para que hicieran competencia de fuerza. – ¡Me encanta! – proclamó, emocionado, bebiendo de su cerveza.
Alec chasqueó la lengua pero se permitió relajarse y tomar de su bebida. No estaba tan mal como había imaginado, aunque si le sentía un sabor medio raro en el que no quería pensar.
Alec sonrió burlón al ver a un hombre alto y lleno de tatuajes, casi tropezar con sus pies al ver a Magnus sentado ahí, viéndose malévolamente elegante. El hombre masculló una disculpa, le hizo reverencia y se fue corriendo.
Jace y Alec veían a Magnus con una mezcla de sorpresa y diversión.
– ¿Eres algo así como el rey de los piratas o que? – Jace preguntó, alzando una ceja en interés. Magnus solo sonrió de forma engreída, tomando de su bebida.
– Casi me siento ofendido de que lo dudes, – replicó, sonriendo. – Piensan que tengo poderes mágicos, – añadió más seriamente. – Me temen. –
– ¿Y porqué piensan eso? – preguntó Alec divertido. – No niego que eres bastante mágico, cariño, pero me temo que no en la forma que ellos piensan. –
– Ugh, – Jace gruñó. – No puedo esperar que termine este viaje para dejar de escuchar a cada rato sus cursilerías. –
– Bueno, – Magnus movió las manos quitándole importancia al comentario de Jace. – ¿Recuerdas que te conté como Camille me traicionó y organizó un motín para robarme mi barco y dejarme en la isla donde nos conocimos? – preguntó, mirando a Alec.
Alec asintió, sin ser capaz de esconder sus sonrisa. Esa debía ser la forma menos convencional de conocer al amor de su vida, pero pensándolo bien, en su relación con Magnus no había nada convencional.
– Bueno, antes de eso ya había rumores sobre mi mágica, pero cuando se enteraron que escapé de la isla sano y salvo, los rumores se hicieron más grandes. –
– Y apuesto a que hiciste todo en tu poder para desalentar esos rumores, – Jace replicó, sarcásticamente. – Contando que lo que en realidad pasó fue que te rescatamos de casualidad, ya que estabas atrapado en la misma isla que nuestro futuro Rey. –
– ¿Qué habría de divertido en eso, Jonathan? – Magnus preguntó, con tono inocente.
Jace bufó, pero no tuvo tiempo de contestar ya que un hombre se dejó caer en el asiento vacío de su mesa, haciendo que Alec inmediatamente se pusiera en guardia, junto con un Magnus y Jace dispuestos a defender al príncipe.
El rostro del hombre estaba cubierto por una capucha, pero cuando se movió un poco, Alec fue capaz de verle. Su aliento se atoró en la garganta por la sorpresa, mientras daba una señal para que bajaran las armas a sus soldados, que inmediatamente se habían acercado a proteger al príncipe.
– ¿Hodge? – Alec soltó, frunciendo el ceño.
El hombre se quitó la capucha, mostrando el desordenado cabello rubio y unos ojos azules.
– Su Majestad, – Hodge dijo, en voz baja. – Necesitamos hablar. –
Alec frunció el ceño, sintiendo como su estómago se revolvía por el terror. – ¿Qué quieres decir con "Su Majestad"? – masculló de vuelta. – Sabes que así no te debes referir a mi. –
– Ahora si, – Hodge contestó, viéndole de forma compungida. – El Rey a muerto, ahora usted tiene este título, Su Majestad. –
*
El camino de regreso fue en un fúnebre silencio, pero Magnus no sabía identificar si era por respeto a la muerte del Rey o por el shock de la noticia. Alec iba al frente con el tal Hodge a su lado. Sus hombros se veían caídos, tanto por la pérdida como por las nuevas responsabilidades que esta suponía.
– El Rey ha muerto. Larga vida al Rey, – Ragnor masculló a su lado, viendo a Alec.
– ¿Quién es él? – Magnus preguntó, haciendo señas hacia Hodge, quien iba de nuevo con la cabeza oculta en su capa. – ¿De dónde salió? ¿Cómo supo donde encontrarnos? –
– Se que soy el hombre más inteligente que conoces, – Ragnor respondió. – Algo raro entre piratas, pero ni yo lo sé todo, amigo. –
Magnus suspiró exasperado. – Estoy bastante seguro que yo soy el hombre más inteligente que conozco, – replicó. – Pero entiendo lo que quieres decir. –
– El Rey Alexander parece considerarlo de confianza, – Ragnor dijo con seriedad. – ¿Por qué tu no? –
Magnus hizo caras al escucharle decir eso, dado que no había caído en la cuenta. Ahora todos le llamarían así, si la notica era real.
– Ragnor, le amo con todo mi ser, pero Alec tiene la mala y buena costumbre de pensar con su corazón y no con la cabeza, – dijo Magnus, con cierta ternura en su voz. – Es demasiado bueno para ver el mal en los que ama. –
– Eso explica el porque parece pensar que eres perfecto, – Ragnor se burló, riendo por la mortal mirada de Magnus. – No te preocupes demasiado, mi amigo. Pronto averiguaremos que está pasando. –
Magnus frunció los labios, con un mal sentimiento en si pecho, pero asintió.
Al llegar al barco, Alec le dio ordenes a sus hombres antes de guiar a Hodge, Alaric el comodoro del barco, Ragnor, Jace y Magnus al camarote real. Al llegar, Alec se dejó caer en una silla, de forma derrotada. Eso hizo que el corazón de Magnus doliera. Sirvió dos copas de whisky, haciendo señas a los demás para que se sirvieran, y se acercó a Alec para darle una copa.
– Gracias, – Alec murmuró, poniéndose de pie y tomando la mano de Magnus para depositar un beso en la palma.
Magnus le sonrió, acariciando el cabello negro que caía sobre su frente, de forma reconfortante. Alec le sonrió con amor unos segundos, antes de girarse a los demás, tomar su bebida y poner una máscara de solemnidad.
– Hodge, – Alec dijo con voz profunda. El hombre de ojos azules vio por un segundo a Magnus antes de enfocarse en Alec de nuevo. Se veía algo sorprendido al ver a Magnus a su lado, pero Magnus no se movería al menos que Alec se lo pidiera, lo cual no parecía molestarle a Alec. – Habla, – demandó.
Hodge tomó un segundo y comenzó. – La Reina también está muerta. Fue Morgenstern, – dijo con una devastadora simplicidad, haciendo que todos en la habitación jadearan.
– Valentine Morgenstern está muerto, – Magnus frunció el ceño, soltando ácido con cada palabra. – No tuvimos mucha correspondencia con el reino, pero si nos llegó esa noticia. Fue ejecutado por traición. –
– Si, Valentine está muerto, – Hodge contestó. – Pero aun queda otro Morgenstern. –
– Sebastián, – Jace dijo, rechinando los dientes. – ¿Ese bastardo asesinó a Robert y a Maryse? – Sus ojos bicolores brillaban con furia y a la vez con dolor por la pérdida de los que fueron unos segundos padres para él.
En una noche lluviosa, hace varias semanas, cuando Alec y Ragnor habían ido a visitar al Lord de una de las tierras del tratado, Jace y él hablaron sobre como fue que terminó con la familia real. Como el Rey Robert había sido un gran amigo de su padre biológico, como después de su coronación, había vuelto a su padre caballero, y como lo adoptó después de lo que La Clave llamó un accidente. Aunque en los recientes juicios había surgido la verdad. El Lord William había intentado divulgar la corrupción de Valentine Morgenstern al Rey, y coincidentemente había muerto antes de poder hacerlo. Jace había hablado con amor de sus padres adoptivos, por lo que esa pérdida era tan dolorosa para él como para Alec.
– Si, – Hodge dijo. – Pero eso no es todo. Se adueñó del trono. –
La habitación quedó en un completo silencio hasta que Jace explotó. – ¿Qué? –
– Él y algunos miembros de La Clave que no fueron arrestados atacaron el castillo en la noche, hace casi un mes, – prosiguió, tomando un trago de su bebida. – El General Aldertree estaba con ellos, traicionó al Rey Robert. Asesinaron a los guardias y fueron hacía la habitación de tus padres y los asesinaron. –
– Isabelle y Max, – Alec dijo casi sin aliento, palideciendo de miedo. – ¿Están...–
No pudo terminar la oración. Pero no hizo falta. Hodge negó y todos respiraron aliviados.
– Me las arreglé para detener a los hombres que iban hacía sus habitaciones, –dijo. – Les convencí que sería una muestra de su buena voluntad para la gente. –
– ¿Buena voluntad? – Magnus dijo con humor seco. – Asesinaron a los reyes. –
– Lo hizo parecer como si estuviera haciendo algo bueno, – Hodge suspiró. – A la mañana siguiente, habló con todas las personas desde el balcón real. Les dijo que el Rey Robert había manipulado la evidencia contra los miembros de La Clave para poder ejecutar legalmente a las personas que intentaban detener su corrupción. Sebastián dijo que había ido al castillo junto con el General Aldertree para intentar hacer entrarle en razón, pero que Robert les había atacado, por lo que lo asesinaron en defensa propia. –
– ¿Y mi madre solo murió de casualidad? – Alec soltó, amargamente.
– Dijo que ella les había atacado cuando vio a Robert muerto, – Hodge explicó, con cuidado. – La gente amaba a tus padres, Su Majestad, pero son demasiado fáciles de convencer si la historia es contada por un amado y carismático hombre, y si sabes contarles una buena historia, y más aun si no hay nadie para refutarla. –
Magnus pareció dudar un momento, viendo a Hodge un segundo para después volver a ver a Alec. Magnus alzó una ceja, pero mantuvo la boca cerrada.
– Sebastián también le usó como excusa, – Hodge dijo, señalando con su cabeza a Magnus. – Le uso como prueba para sus acusaciones de corrupción, señalando que el Rey había dejado en libertad a un pirata y le había nombrado emisario en una misión diplomática. –
Alec apretó su nariz, cerrando los ojos, tratando de controlar el dolor de cabeza. – Isabelle y Max, – repitió lentamente.
– Están como prisioneros en el castillo, – Hodge dijo. – Son libres de caminar por él, pero no pueden salir. Lady Clary le mantiene compañía a su hermana, y su hermano está siendo bien tratado, puedo asegurárselo. Me las arreglé para convencer a Sebastián que matarles solo enfurecería a la gente, que tenían más utilidad vivos. Y me escuchó. –
– ¿Eso es todo? – Magnus gruñó. – ¿Por qué Sebastián tiende a escucharte tanto? –
– Hodge es el entrenador personal de los niños nobles en el castillo, en lo referente a pelea cuerpo a cuerpo y armas, – Jace contestó por él. – Todos le conocemos desde niños, y todos confiamos en él, incluido Sebastián. –
– Confían en él, ¿pero deberíamos confiar en su lealtad si Sebastián fue con él para pedirle consejos para destronar al rey? – Magnus dijo, de forma ruda. – ¿Por qué estás aquí? ¿Cómo supiste donde encontrarnos? –
– Yo no respondo a piratas, – Hodge replicó, lanzándole una mortal mirada.
– No, pero me respondes a mi, – Alec dijo fríamente, y Magnus pudo notar la posición de un rey. – Y a mi me gustaría saberlo. –
– Sebastián me mandó para capturarle y llevarle de vuelta, – Hodge admitió, con un suspiró, levantando las manos en rendición cuando Alaric se acercó para buscar y quitarle sus armas. – ¡Oh vamos! – exclamó. – ¿De verdad piensan que les hubiera dicho todo esto si esa fuera mi intención? –
– ¿Por qué Sebastián confía en ti? – Magnus preguntó, fríamente.
– Por que formé parte de la corrupción de su padre antes de los juicios contra La Clave, – soltó finalmente y arrepentido. – Él me pagaba y yo le ayudaba a sobornar testigos. –
– ¿Y tienes el valor de venir aquí y pedirme que confíe en ti? – Alec preguntó con rabia.
– Mira, si no quieres hacerlo, quizá confíes en alguien más, – dijo Hodge, intentando sacar algo de su bolsillo, pero al movimiento, ya tenía la espada de Magnus apuntándole a la garganta. – Es solo una carta. De Isabelle. –
– ¿Y cómo sabemos que ella la escribió realmente? – Magnus siseó. – Por lo que acabas de contarnos no solo has traicionado a uno, si no a dos de los soberanos del reino. Discúlpanos si no confiamos en tu palabra. –
Hodge ignoró a Magnus y se enfocó en Alec. – Ella dijo que tu lo sabrías. –
Algo de esperanza brilló en los ojos de Alec y Magnus bajó la espada, permitiendo que Hodge les entregara la carta. Al abrirla, vieron una marca y letras escritas con rapidez.
– Es de ella, – Alec suspiró, cuando terminó de leerla.
– ¿Cómo lo sabes? – preguntó Jace, preocupado.
– Jessica Hawblue, – Alec suspiró. – En la carta ella dice que está con su buena amiga Jessica Hawkblue. Esa amiga no existe. Es un código secreto entre nosotros por si alguno necesita cubrir al otro. Ella lo usaba mucho más que yo para cuando quería que la cubriera para ir a verse con algún pretendiente. –
– Me dio la carta cuando le dije la misión que Sebastián me había encomendado, – Hodge dijo. – Nunca tuve la intención de hacerte daño, pero ella pensó que no confiarías en mi, por lo que me dio esta carta. –
– Ella me pide que confíe en él. – Alec admitió a los demás. – Dice que nuestra supervivencia depende de ello. – era obvio que estaba teniendo una lucha interna, y Magnus quería ser capaz de ayudarle. – ¿Qué pasó con los caballeros de mi padre? – Alec preguntó, como recordándolo.
– En prisión, – Hodge contestó. – Todos ellos. Junto con los nuevos miembros que tu padre había nombrado para representar a La Clave. Sir Luke casi logra escapar pero Sebastián lo aprisionó intentando abandonar la ciudad. –
– ¿Por qué Sebastián quiere que me captures y no que me mates? – Alec preguntó de nuevo.
A pesar de la situación, Magnus estaba maravillado con la forma en que Alec estaba manejando todo. haciendo las preguntas correctas y comportándose como un verdadero rey.
– Porque te odia, – Hodge dijo. Cuando Alec le vio confundido, continuó. – y a ti, – señaló a Magnus. – Su padre fue ejecutado por las acciones de ambos. –
– Valentine fue ejecutado porque era un corrupto que traicionó a la Corona, – Alec argumento.
– Pero ustedes lo expusieron, – Hodge apuntó. – En frente de toda la corte y parte del pueblo. Le humillaron a él y a su apellido. –
– Y lo haría de nuevo, – Alec replicó severamente. – ¡Iban a asesinar a Magnus por algo que no hizo! –
– Técnicamente, si lo hice, – Magnus dijo, ganándose dos malas miradas. – ¿Qué? Es verdad. Solo que no fue asesinato planeado como ellos lo hicieron ver, fue en defensa propia. –
– A Sebastián no le importa, – Hodge suspiró. – Te quiere vivo y estoy bastante seguro que no es para tener una charla amigable. Quiere hacerte sufrir. –
– Si, porque con asesinar a mis padres y tener como prisioneros a mis hermanos no lo logró, – Alec gruñó.
Magnus no pudo contenerse de apretar el hombro de Alec de forma consoladora, haciendo que Alec se inclinara ante el toque.
– Tenemos que volver a Alicante lo más pronto posible, – dijo Alec, apoyado por Jace.
– No puedes volver en el Navío Real, – Hodge argumentó. – Sebastián estará esperándote y te arrestará tan pronto como pongas un pie en tierra. –
Alec suspiró de nuevo, acariciando su frente en señal de frustración. – Entonces iremos en otro barco. –
– Será igualmente sospechoso si el Navío Real no llega de acuerdo a lo planeado, – Ragnor interrumpió. Era la primera vez que hablaba desde que entraron al camarote. – Según lo planeado, el barco debe llegar a Idris en cuatro días más o menos, pero si no lo hace será sospechoso. –
Alec lo pensó un momento. – ¿Entonces que sugieres? – preguntó.
– Necesitamos encontrar otra forma de volver a Alicante, – Ragnor contestó. – Un barco más pequeño que no levante sospechas. Quizá uno de comerciantes. Uno que nos permita llegar más rápido que el barco Real, porque una vez que vean que el Rey no está a bordo, comenzaran a buscarte. –
Alec se tomó un momento y dijo. – Haremos eso. Alaric, tu llevarás el barco de vuelta a Alicante. –
– No dejaré a mi Rey, – Alaric protestó.
– Lo harás, – Alec dijo, con voz que no deba lugar a negociaciones. – Porque tu Rey te lo ordena, – antes de que replicara, Alec continuó. – Les dirás que con emboscaron en la Isla Dumort. Que fui atacado por un hombre armado, – señaló a Hodge. – Les dirás que solo viste su rubio cabello. Trataste de rescatarme pero yo te ordené que me dejaras y que regresaras a Alicante, dado que traemos mercancía demasiado valiosa. Yo te di una orden y tu obedeciste, pensando que en Alicante, serías capaz de volver con más tropas para mi rescate. –
Alaric asintió, pero se notaba que la decisión de abandonar a su rey iba contra todos sus principios.
– Nosotros ya estaremos en Alicante para entonces, – Alec continuó. – Sabré donde encontrarte si necesito tu ayuda. – Alaric asintió, haciéndole saber que le apoyaba.
– Necesitaremos escondernos hasta tener un plan para actuar, – Jace intervino, con determinación. – Cualquier mal movimiento pondría a Izzy y Max en peligro. –
– ¿Qué piensas? – preguntó Alec, y a Magnus le tomó un segundo darse cuenta de que le hablaba a él.
– Pienso que estaré a tu lado en lo que sea que me necesites, – le respondió Magnus. – Recuperemos tu trono y a tus hermanos, cariño. –
Alec le sonrió tiernamente, antes de recomponerse. – ¿Tienes algún contacto en esta horrible isla que pueda ayudarnos a volver a Alicante sin ser vistos? –
– Desafortunadamente, creo que conozco a la persona indicada, – Magnus suspiró. – Pero puedo asegurarte que no estaré feliz de verla, y estoy bastante seguro que tu tampoco. –
Uuf... todos estos van a ser capítulos bastante largos. Espero que no les moleste.
Y bueno, ya empezaron los problemas. ¿A quién creen que irán a ver? 😂
Espero que la estén disfrutando y hasta mañana con la otra historia 💜
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