Prólogo
Prólogo
Por amor a la ciencia
¿Qué es el tiempo? Existen diversas respuestas a esta incógnita. Algunos sostienen que es el gran arquitecto y moldeador de la existencia. Otros, sin embargo, lo piensan como un río eterno que no se detiene jamás, y que, en su fluir constante lleva consigo las huellas de cada una de nuestras experiencias y memorias. Es posible navegar en él, dejarse llevar, e incluso intentar ir a contracorriente, pero aún así, sin importar qué... al final, el tiempo siempre lo arrastra todo.
La noche era un manto de oscuridad cuando Wegee abrió sus ojos. Despertó de repente, desorientado, aturdido y con un dolor punzante en la costilla derecha que fue una de las principales causas de su retorno a la conciencia.
Sus sentidos se llenaron de inmediato con el lamento constante de las olas del mar a lo lejos y con el silbar melodioso del viento costero. A pesar de la aparente serenidad del cielo estrellado, el ambiente estaba cargado de un retumbar constante e inquietante. Era cómo si una feroz tormenta se desatase, aunque no veía nada.
Wegee yacía sobre un lecho de césped fresco que crujó bajo su peso mientras se erguia con pereza y dolor. Encontró su celular a unos pocos centímetros de su rodilla. La pantalla estaba rota, pero el aparato todavía conservaba razgos de vida al sonar de manera incesante.
Atendió.
—¡Wegee! ¡¿Estás bien?!
Antes de contestar, intentó sentarse en una mejor postura.
—Estoy... vivo, supongo.
—¡Me habías asustado! ¿Qué fue lo qué pasó?
—Creo que me golpeó una roca... una muy grande. Apenas la vi.
—¿Estás bien?
—Ya me preguntaste eso, amigo. —Aunque buscó por todos lados, no encontró su cámara cerca—. Perdí mi cámara...
—No importa. Tienes que salir de ahí, ya.
—No, amigo... las fotos.
—Olvídalas. ¡Tenemos algo mejor!
—¿Qué?
—¡Tenemos el video y es muy claro! ¡Ya la tenemos amigo! ¡Tú tenías toda la razón! Con estas pruebas, vamos a cambiar el mundo.
Antes de poder ofrecer otra respuesta, Wegee notó algo inusual en el horizonte cercano. Una anomalía que desafiaba las leyes mismas de la realidad se materializaba frente a él. Parecía una grieta, una hendidura que parecía desgarrar el tejido del espacio y el tiempo.
—¿Qué... mierda es eso?
—¿Qué? ¿La has visto de nuevo?
—No, a ella no. Aquí hay algo... no sé que es... —Wegee se aproximó. Escrutó en todas las direcciónes y en todos los ángulos posibles. La grieta no era mucho más grande que su propia mano, pero su enigmática forma, flotando en el aire, era similar a ver vidrio resquebrajado—. No sé cómo explicarlo... pero... tengo que tocarlo.
—¿Qué? ¿Qué cosa tienes que tocar?
—Si me pasa algo, por favor, publica todo lo que conseguimos.
—¡Espera! ¿Qué es exactamente lo que vas a tocar? —clamó su amigo desde el otro lado del celular.
Sin embargo, la irresistible curiosidad de lo novedoso impulsó a Wegee a desafiar la advertencia. Extendió su mano con determinación hacia la fisura en el aire, mientras extendía unos inquietos y teblorosos dedos.
—Por amor a la ciencia —guardó silencio—. Tengo que hacerlo.
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