Epílogo - El Cambio
Un pequeño ser cubierto de un plumaje de un intenso morado iridiscente, zigzagueaba con agilidad entre las hojas de los árboles.
El sol brillaba a lo alto y cada ráfaga de aire hacía que su vuelo pareciera un elegante baile entre las nubes.
Mientras avanzaba con espontaneidad por el cielo, el viento lo llevó hacia una vasta explanada donde, a lo lejos, colosales formas humanas se congregaban frente a la entrada de una estructura masiva.
Los «gigantes» formaban grupos, charlaban y se movían entre sí, sus voces apenas audibles para él, pero sus pasos retumbaban como ecos lejanos en su pequeño mundo.
No se detenía demasiado en ellos, su objetivo era más inmediato.
Con un rápido movimiento de sus alas, se elevó en el aire. Desde allí, podía ver el vasto paisaje del predio universitario, con sus caminos de concreto serpenteando entre edificios y espacios verdes que vibraban con vida.
De repente, un aroma irresistible que le llegó a través del aire: comida.
Descendió en picado, con la agilidad de un relámpago, hasta posarse en una zona repleta de mesas distribuidas entre arbustos y árboles, donde los gigantes se sentaban, rodeados de extraños objetos que sostenían en sus manos y llevaban a sus bocas.
Allí, en el suelo, junto a un bote de basura, un trozo de pan desmenuzado y algunas migajas brillaban bajo el sol.
Su pequeño cuerpo, iluminado por el reflejo, se deslizó rápidamente hasta posarse en una de las migajas. Su delicado pico tocó el suelo, explorando lo que había encontrado.
Cerca de él, algo grande se movió; una sombra pasajera se proyectó a su alrededor, era una gigante, pero por suerte, no resultaba un peligro para él.
La gigante se arrimó y dejó caer algo en el bote de basura cercano. Un ligero sonido crujió cuando el vaso golpeó el fondo del recipiente.
La gigante, con su largo cabello oscuro recogido, siguió caminando hacia una mesa cercana, donde otros esperaban, pero él, sin perder de vista su tesoro, tomo un trozo y se marchó alzando vuelo.
—¡Julia, por aquí! —La voz de Emma sobresalió entre el murmullo del patio.
Julia giró la cabeza y la encontró en una de las mesas de piedra redonda del patio central de uno de los anillos de la universidad.
A su lado estaban Zoey, Isaac, Leonard, Mikael, Flavia, Macarena y Ulises, todos inmersos en conversaciones cruzadas. Al verla, Emma sonrió, levantando la mano en un gesto de bienvenida.
Julia aceleró el paso y, al llegar, abrazó a Emma y luego a Zoey, que estaba justo a su lado. Sus brazos se apretaron con fuerza.
—¡Santo cielo! —exclamó Julia, tomando aire—. Estas semanas han sido una eternidad.
Zoey asintió, dejando escapar un pequeño suspiro mientras se recostaba en la mesa.
—Agradécele a Flavia, que convenció a su padre para que todos pudiéramos faltar. Ya sabes, para asimilar las cosas. Aunque supongo que él también tenía bastante que procesar.
Flavia inclinó la cabeza, sonriendo.
—Sí, todavía no cree del todo la historia. Nunca lo había visto tan callado en casa. Por lo general es muy alegre y activo.
—¿Alegre? —preguntó Julia, levantando las cejas, incrédula.
—¿Activo? —repitió Zoey, aún más desconcertada.
Flavia se echó a reír.
—Sí, de hecho, cuando le conté que estoy con dos chicos, solo asintió y me dijo: «Está bien, solo cuídate».
Zoey se cruzó de brazos y una sonrisa divertida se asomó en sus labios.
—Supongo que conocer la existencia de lo sobrenatural, le cortaría los circuitos a cualquiera. Más aún viendo todo el desastre que sucedió en el castillo.
Macarena, acomodándose las gafas oscuras que siempre llevaba, giró la cabeza hacia Flavia con curiosidad.
—Entonces... ahora es formal, ¿salen juntos?
Mikael y Leonard intercambiaron miradas rápidas con Flavia, mientras los tres asentían, algo incómodos.
—Por ahora estamos... experimentando —dijo Mikael, tratando de sonreír.
Leonard suspiró, miró a Mikael y añadió:
—«Experimentando» suena espantoso.
Mikael lo empujó.
—¡Como sea! Esto... es nuevo.
Ulises intervino mientras apoyaba los brazos sobre la mesa.
—Uf... me alegra de por fin poder ser parte de ustedes de nuevo. Ser controlado por Kairos es una experiencia horrible.
Macarena asintió, removiendo su flequillo.
—Lo mismo digo. Te vuelves otra persona. Es como tener otros sentimientos más fuertes... que simplemente te dominan. Es muy complicado de explicar.
Zoey, con su mentón apoyado en la palma de su mano, miró a Ulises con una mezcla de curiosidad y preocupación.
—¿Entonces qué? ¿Lo de perder la memoria también era una estrategia?
Ulises se encogió de hombros, mirando hacia el suelo.
—No, eso es cierto. Macarena me contó todo lo que sucedió, pero yo... no lo recuerdo. Es como si jamás lo hubiese vivido. Simplemente, no tengo nada en la cabeza sobre lo que me pasó antes de la feria. Y a propósito, lo que hice... todo lo que pasó. Me disculpo por eso. No era yo.
Emma, que había estado escuchando en silencio, le tomó la mano con suavidad.
—Tranquilo, lo sabemos. Me alegro de que esa iglesia los haya podido ayudar a ser ustedes de nuevo.
Ulises asintió lentamente.
—Sí, no conocía de su existencia antes. Macarena me contó que se hacen llamar los Elegidos de Aión.
Isaac intervino mientras se inclinaba hacia adelante.
—Sí. Natasha, es decir, Nathan... también nos habló de ellos —dijo, mirando a Mikael, quien asintió en señal de acuerdo—. Al parecer, Madison y otro Diorin son miembros. Nathan y su hermano también lo eran, pero los dejaron... cosas de salvar el mundo y eso.
Emma arqueó una ceja, centrando su atención en Isaac.
—Así que tú estabas también con Nathan, ¿eh? ¿Por qué?
Isaac titubeó un poco, nervioso, y luego escapó de la pregunta con una pequeña evasiva.
—Supongo que porque necesitaba a alguien a quien Madison no intentase controlar de tu círculo cercano.
Julia dio un largo suspiro de alivio, bufando de manera exagerada mientras se recostaba sobre sus brazos.
—Carajo... de la que me salvé. Aunque estoy segura de que yo hubiera hecho un mejor trabajo que ustedes —bromeó.
Todos rieron ante el comentario.
—Bueno, aprovechando el momento. Hay algo que quería preguntarles... —comentó Isaac—. ¿Alguien más notó esas grietas que se abrieron en el aire?
Emma parpadeó deprisa.
—Sí. Las vi cuando peleaba con Kassia —dijo ella—. Pero pensé que eran parte de sus poderes. —Bajó la mirada—. Aunque nunca las usó para atacarme o algo así.
—Bueno... yo tengo una teoría —compartió Isaac—. Estuve frente a una antes de que se desvanecieran. Lo que vi fue muy extraño. Era... yo mismo. Pero parecía otra dimensión. O universo. O realidad. O plano.
—No lo sé... —añadió Zoey, escéptica—. ¿Y si solo era un espejismo?
—No, estoy seguro. Me vi a mí mismo, pero tenía otra chaqueta puesta. Una que había decidido usar ese día, pero después, no sé... terminé por usar una que siempre llevó.
—¿La de horrenda de color bordó que te regaló tu mamá? —preguntó Macarena, despertando risas en algunos de los presentes.
—Sí... de hecho, la que usaba mi otro «yo» era la de color blanco que tú me habías regalado cuando empezamos a salir.
—Oh... —esbozó Julia, divertida—. ¿Entonces tu otro yo todavía no superaba a Macarena?
Todos estallaron de risa una vez más.
—No lo sé. Pero en serio... creo que era otra realidad —continuó Isaac—. Una... «Alreidad».
Ninguno entendió, salvo Emma que echó una pequeña risa.
—¿Ya le pusiste un nombre?
—Obvio. Si es un nuevo descubrimiento, me puedo permitir ese derecho —bromeó Isaac.
Flavia se inclinó hacia Emma.
—Sigo sin creerme que hayas peleado con Kassia Nowak. ¡Kassia! Es superfamosa.
—Es superidiota... —dijo Zoey.
—Y superaterradora... —añadió Emma. Luego se puso más seria—. Aunque hay algo que me dijo que me dejó pensando. Según ella... no era una Diorin.
—¿Una qué? —preguntó Flavia.
—«Niños elegidos» con poderes —explicó Julia con extrema sencillez.
—¿Pero es eso posible? —preguntó Mikael, intrigado—. ¿Que alguien sin poderes... tenga poderes?
—Según me dijo era parte de un proyecto. «Supra» —Emma torció el labio—. Pero ni Zo, ni Mateus lograron averiguar nada sobre ello. Así que no lo sé.
—¡Ay! Sería genial que todos pudiéramos tener poderes... —comentó Julia.
—Ten cuidado con lo que deseas, Juls —comentó Emma—. Te aseguro que no es nada... fácil. —Suspiró—. En fin. También me habló de algo... —Apretó los labios—. ¿Cómo lo digo? Según ella, estuvo en el futuro y los Diorins vamos a causar el fin del mundo.
Un silencio se produjo en la mesa. Isaac y Mikael cruzaron una mirada. Zoey suspiró.
—Bueno. No le demos tantas vueltas al asunto. También te dijo que será en algunos años. Así que tenemos tiempo de revertir lo que sea que depare el destino.
Emma asintió.
—Sí, Emma. Tranquila... —comentó Macarena—. Además, ahora nos tienes a nosotros. Creo que todos intentaremos ayudarte lo mejor que podamos. ¿No?
Todos asintieron. Emma se tomó un momento para permanecer en silencio y echó una mirada hacia todos los presentes en la mesa. Finalmente, esbozó una sonrisa tierna.
—Gracias... —Su sonrisa se ensanchó todavía más—. La verdad es que es muy lindo poder hablar de esto con alguien más.
—¿Perdón? —preguntó Isaac, fingiendo estar ofendido.
—¿Perdón? —continuó Zoey, ella sí estaba un poco ofendida.
Emma sonrió.
—¡Ya saben a qué me refiero!
—Ulises... —dijo Zoey, sacudiendo su mano—. Dile «perdón» a Emma.
—Eh... ¿Perdón? —siguió el juego Ulises.
—¡Ay! No es lo mismo. Ulises se convirtió en un ojos rojos. Zoey, tú y yo estábamos muy estresadas por descubrir a los Diorins... —Por último, echó una mirada a Isaac con recelo—. Y ni siquiera tengo que decírtelo. ¿No?
Las risas sonaron en la mesa, cuando, de repente, Julia golpeó las palmas, atrayendo la atención de todos. Sus ojos se abrieron de par en par, como si acabara de resolver un misterio cósmico.
—¡Hijos de perra! ¡Acabo de darme cuenta de algo! —exclamó, agitando las manos con una energía desbordante—. De todos en esta mesa...—Hizo una pausa dramática—. ¡Yo soy la única que no se ha besado con nadie del grupo!
Todas las miradas se clavaron en ella, desconcertadas. El grupo había pasado por muchas cosas extrañas, pero esto...
—¿Es en serio, Juls? —preguntó Emma, arqueando una ceja con incredulidad.
Julia se inclinó hacia adelante, plantando las manos en la mesa.
—¡Piénsenlo! —dijo, como si fuera la revelación más importante de la tarde—. Emma se besó con Isaac, Leonard y con Zoey. Isaac se besó con Macarena y con Emma. Flavia, con Leonard y Mikael, y viceversa. Y Ulises con Macarena. ¡Soy la única que no se besó con nadie! ¡Hasta Brenda me gana!
Zoey, quien estaba tomando un trago de su botella de agua, casi lo escupe del asombro.
—¿Cómo carajo tu mente llegó a eso? —preguntó, conteniendo una risa que amenazaba con explotar.
Julia se cruzó de brazos, fingiendo indignación.
—¡Es inaudito! —afirmó, con la mirada fija en el horizonte, como si defendiera un principio sagrado.
El grupo se miró entre sí, a medio camino entre la confusión y la diversión. Julia, sin perder un segundo, giró hacia Flavia, que estaba justo a su lado, con una sonrisa traviesa curvando sus labios. Sin previo aviso, se inclinó hacia ella y le plantó un beso rápido.
Flavia abrió los ojos de par en par, totalmente atónita, pero antes de poder reaccionar, Julia ya se había puesto de pie.
—¡Julia! —gritó Flavia, entre sorprendida y risueña, llevándose una mano a los labios.
Julia, ignorando las risas y exclamaciones de la mesa, se lanzó hacia Mikael, que estaba sentado al otro lado. Con un movimiento rápido, lo besó también.
Mikael retrocedió levemente en su silla, incapaz de evitar una carcajada.
—¿Qué mier...? —murmuró, mientras todos en la mesa lo miraban boquiabiertos.
Leonard, que había estado observando desde su asiento, ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar cuando Julia se acercó a él con la misma rapidez. Le plantó un beso antes de que pudiera decir una palabra.
—¿En serio...? —dijo Leonard, riendo a carcajadas, incapaz de creer lo que estaba ocurriendo.
Julia se detuvo, y todos creyeron que la broma había terminado, pero ella seguía con una energía imparable. Caminó alrededor de la mesa y, antes de que Macarena pudiera siquiera procesar lo que ocurría, Julia le robó un beso también.
—¡Eh, eh! —exclamó Macarena, apartándose, pero incapaz de contener una carcajada—. ¿Está pasando lo que creo que está pasando?
Ulises, quien había estado observando toda la escena con los ojos bien abiertos, empezó a sudar. Julia se acercó a él con una sonrisa pícara, y antes de que pudiera levantarse o decir algo, Julia se inclinó hacia él y le dio un beso.
—¡Ay! —fue todo lo que Ulises pudo decir, quedándose completamente quieto, más rojo que una señal de stop.
Las risas estallaron alrededor de la mesa, pero Julia no había terminado. Siguió avanzando, esta vez acercándose a Emma y Zoey, quienes la miraban con incredulidad.
—Julia, ni se te ocurra... —amenazó Zoey, aunque una sonrisa se extendía en su rostro.
Julia ignoró la advertencia con una sonrisa maliciosa y sujetó a Zoey del rostro.
—Solo no te enamores, reina... —Y con una rapidez inesperada, le dio un beso a Zoey.
Luego, se giró hacia Emma y le plantó otro beso. Emma estalló de risa al segundo en que sus labios se separaron.
Julia se giró, satisfecha, pero su mirada se clavó en Isaac, que había estado observando toda la escena con una mezcla de pánico y anticipación. Isaac, que ya estaba rojo como un tomate, intentó disimular, mirando hacia el suelo, pero Julia no se detuvo.
Con una sonrisa triunfante, se inclinó hacia él, y con la precisión de un cazador que había completado su recorrido, le dio el último beso.
Isaac se quedó paralizado, incapaz de procesar lo que acababa de pasar, mientras el resto de la mesa se retorcían en carcajadas. Julia se sentó de nuevo en su sitio, mirando a todos con una sonrisa de satisfacción.
—Yo gano... —dijo sacudiendo su cabello con gracia.
El grupo entero explotó en risas, algunos inclinándose hacia adelante, otros secándose las lágrimas de los ojos. Isaac, aún rojo, solo pudo mirar a Julia con una mezcla de incredulidad y resignación.
—Julia... —comenzó a decir, pero no pudo evitar reírse—. Si ibas a hacer eso, mínimo deberías haberte lavado los dientes.
—Es verdad... —lo secundó Leonard—. Un chicle no hubiera estado mal.
—¡Malditos! ¡Saben que mi aliento es perfecto! —dijo apuntando a ambos, y luego a todos—. Todos lo saben.
El grupo continuó conversando animadamente, entre risas, cadenas de bromas y pláticas que se deslizaban de tema en tema.
La tarde en el patio del campus parecía perfecta. Sin embargo, algo comenzó a cambiar.
Algunas personas alrededor pasaban cerca de la mesa, lanzando miradas furtivas, la mayoría con sus celulares en la mano, observando la pantalla con confusión y luego dirigiendo sus ojos hacia Emma, como si esperaran alguna reacción de ella.
Al principio, era solo un par de alumnos, pero poco a poco los murmullos crecieron. Las miradas se hicieron más insistentes y los gestos más nerviosos.
Algunos incluso se detenían por unos segundos, observando a Emma con una mezcla de desconcierto y curiosidad, y luego seguían su camino rápidamente, susurrando entre ellos.
—¿Qué les pasa a todos? —murmuró Isaac, mirando a su alrededor, mientras algunas miradas más los atravesaban.
—No lo sé —respondió Zoey, frunciendo el ceño—. Es raro.
De repente, el bullicio del campus se transformó. Estudiantes comenzaron a moverse rápidamente hacia una dirección específica, como si hubieran recibido una señal.
Pasaban apresurados, casi corriendo, en pequeños grupos hacia un mismo punto del campus. El ambiente había cambiado de casual a inquieto en cuestión de minutos.
—Algo está pasando —dijo Leonard, con los ojos atentos a la creciente movilización de estudiantes.
Emma, que hasta entonces había estado sumida en la conversación del grupo, notó también el cambio de atmósfera.
Al principio, pensó que era una coincidencia, pero los susurros alrededor de su mesa comenzaron a ser demasiado evidentes.
—¿Por qué me están mirando? —preguntó Emma, incómoda.
—No lo sé, pero están hablando de ti —murmuró Flavia, su rostro ahora más serio—. ¿Lo escuchas? Están susurrando tu nombre.
De pronto, el murmullo colectivo fue roto por una presencia imponente.
El director Benjamin Bacon apareció, caminando con prisa hacia la mesa, seguido de cerca por el rector Anderson, la profesora Rotingham, el profesor Fisher, y otros miembros del personal académico.
Los rostros de todos estaban tensos, cargados de una gravedad que puso al grupo en alerta inmediata.
El director Bacon llegó hasta la mesa y, sin titubear, se dirigió directamente a Emma, con una seriedad que helaba la sangre.
—Señorita Clark, necesito que me acompañe a la entrada principal de la universidad —dijo con un tono firme pero controlado—. Está sucediendo algo de carácter urgente.
—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó, intentando procesar lo que estaba ocurriendo. Los murmullos a su alrededor parecían intensificarse, la gente ya no disimulaba su interés.
Anderson se acercó un paso más, su expresión era grave, casi solemne. Bajó la voz, inclinándose hacia Emma.
—Hay un chico en el balcón superior... —dijo, su tono fue bajo pero claro—. Dice que si no hablas con él, se arrojará. Ya hemos llamado a las autoridades, pero es imperativo que venga con nosotros, señorita Clark.
El rostro de Emma se descompuso en una mezcla de horror e incredulidad.
—¿Qué? —preguntó, como si necesitara que se lo repitieran para asegurarse de que no había entendido mal—. ¿Cómo...? No entiendo.
—Por favor, no tenemos tiempo que perder —intervino Bacon—. Es una situación crítica.
Sin otra opción, Emma se levantó de la mesa, sintiendo una mezcla de miedo y desconcierto. Los demás del grupo también se levantaron, dispuestos a seguirla.
Zoey, Leonard, Isaac y los demás intercambiaron miradas nerviosas mientras comenzaban a caminar detrás de ella, siguiendo al director y a los profesores. El ambiente en el campus se volvía más denso con cada paso, las miradas de los estudiantes, los murmullos, todo parecía envolverse en una nube de tensión.
A medida que avanzaban por los pasillos, el aire se hacía más pesado, como si el edificio mismo respirara el caos que se estaba desatando.
De repente, en medio del movimiento, Isaac sintió que alguien lo detenía, una mano firme lo apartó del grupo. Se giró rápidamente solo para encontrarse con los ojos gélidos de Natasha.
—Nat... —susurró Isaac, sin saber qué esperar.
Ella lo miró fijamente.
—Llegó el momento —dijo a secas—. Recuerda: una muerte de distancia.
Cuando Emma, el director Bacon, el rector Anderson y los demás salieron afuera, el caos era evidente.
Decenas de alumnos se congregaban alrededor de la entrada principal de la universidad, formando una multitud que murmuraba, gritaba, y apuntaba hacia el edificio más alto de Vanlongward.
A su alrededor, cámaras de televisión de diferentes canales capturaban cada segundo del momento. Los flashes de las cámaras de los periodistas iluminaban el aire tenso, mientras todos apuntaban al cielo. Allí, en el borde del balcón principal, se veía una silueta asomándose peligrosamente.
Julia, horrorizada, con su celular temblando en las manos, miró una notificación que había estado ignorando. Con el ceño fruncido, comenzó a navegar por su teléfono, y su rostro cambió de golpe.
—¡Emma! —susurró con desesperación mientras se acercaba, enseñándole la pantalla—. Hay una noticia dando vueltas por internet... ¡Es un video!
Emma tomó el celular de Julia, y cuando sus ojos se fijaron en la pantalla, el color desaparecía de su rostro. El video mostraba imágenes que la dejaron totalmente petrificada.
Allí, frente a miles de personas que ya lo habían visto, se exponía todo: una compilación de fotos, grabaciones, y detalles sobre sus habilidades, capturadas durante su enfrentamiento en el castillo de Casiopea.
El video mostraba los momentos en que usaba sus poderes, con destellos de energía, teletransportándose de un sitio a otro y enfrentando a Kassia. Cada escena venía acompañada de especulaciones: conjeturas sobre magia, teorías sobre poderes ocultos, y acusaciones veladas, culpándola de los destrozos del castillo.
Emma sintió un nudo en la boca del estómago. El aire ahora parecía más denso y el sonido de la multitud más lejano, mientras intentaba procesar lo que estaba viendo. Julia le sostuvo el brazo, tratando de ofrecerle algo de apoyo, pero Emma apenas podía reaccionar.
De repente, una voz profunda rompió el caos. Provenía de lo alto del edificio universitario, amplificada por un megáfono.
—¡Emma Clark! —retumbó la voz de Anthony desde la cornisa, interrumpiendo cualquier pensamiento que pudiera tener—. ¡Ya no puedes esconderte más! ¡Todos hemos visto lo que eres capaz de hacer!
Emma alzó la vista con el corazón latiendo en su garganta. La figura de Anthony se perfilaba contra el cielo, en la cima del edificio del anillo más alto de la universidad. El viento agitaba su chaqueta mientras sostenía el megáfono, mirando hacia abajo, directamente hacia Emma.
—¡El mundo tiene derecho a saber la verdad! —continuó el joven—. ¡Has estado ocultando lo que eres, jugando con fuerzas desconocidas!
El bullicio de la multitud aumentaba, con personas murmurando entre ellas, señalando a Emma con los celulares en alto, grabando cada instante.
—¡Mírenla! —gritó Anthony—. ¡Ella puede hacer cosas que ninguno de nosotros puede! ¡Y ahora, en frente de todo el campus, queremos ver lo que realmente eres capaz de hacer!
Los ojos de la multitud se volvieron aún más atentos, todos enfocándose en Emma, esperando una reacción, esperando que confirmara o negara lo que Anthony decía. Pero Emma no podía moverse, su mente estaba completamente atrapada en una espiral de miedo y desconcierto.
—¡Hazlo, Emma! —continuó Anthony, insistente, su tono volviéndose más agudo y desquiciado—. ¡Ya no tienes más excusas! ¡Si realmente tienes esos poderes, si eres lo que pensamos que eres, entonces demuéstralo, aquí y ahora, frente a todos nosotros! De otra forma... voy a tener que obligarte.
El silencio que siguió fue abrumador.
El campus entero, los periodistas, los estudiantes, los profesores... todos esperaban expectantes.
Emma sentía la presión apoderándose de su cuerpo, como si una fuerza invisible la aplastara. Sabía que Anthony estaba intentando acorralarla, forzarla a hacer algo que no quería. Sus manos empezaron a temblar y su corazón latía como jamás lo había hecho en su vida.
—¡¿A qué le temes, Emma?! —rugió Anthony desde lo alto—. ¡Si puedes hacer cosas extraordinarias, entonces ya no tienes por qué esconderte!
Zoey dio un paso hacia Emma, colocándose junto a ella.
—Ey, no tienes que hacer nada que no quieras —susurró ella, con una mirada que buscaba ser firme, pero cuya voz se empapaba de preocupación.
Los demás también se agruparon a su alrededor, protegiéndola, tratando de bloquear las miradas inquisitivas, pero los murmullos crecían, los flashes de las cámaras la cegaban, y la voz de Anthony seguía resonando desde lo alto, exigiendo una respuesta, intentando forzarla a revelar lo que era.
Pero justo cuando creyó que no podía soportar más, su ojo turquesa parpadeó, mostrándole una visión fugaz pero clara. Su garganta se cerró al siguiente segundo y el terror la invadió por completo.
—Él va a saltar... —susurró Emma, petrificada—. Anthony va a saltar para obligarme a usar mis poderes.
Zoey, que estaba a su lado, dejó escapar un susurro cargado de furia.
—Hijo de puta...
Emma temblaba. Los pensamientos giraban en su mente como una tormenta imparable. ¿Qué debía hacer? Si usaba sus poderes, todo el mundo lo sabría. Su vida cambiaría para siempre, su privacidad se esfumaría y quedaría marcada como algo... diferente.
Como alguien anormal.
Por otro lado, si no lo hacía, Anthony moriría. Lo había visto claramente. No podía dejarlo hacerlo, pero tampoco podía buscar otra manera de ayudarlo con todas las miradas posicionadas sobre ella.
Los nervios comenzaron a devorarla, cada músculo de su cuerpo temblaba bajo el peso de la decisión.
—¿Qué hago? —preguntó, casi en un susurro.
Isaac se acercó a ella, lo suficiente para que solo Emma pudiera escucharlo.
—Escuchame. Hay algo que debo confesarte —comenzó a decir—. La verdad de por qué Nathan me quería era por este momento.
Emma levantó la mirada.
—Todo el destino del mundo se define en esta decisión. —Isaac apretó los dientes—. Dean Becker anticipó que se avecinaba un cambio drástico. Lo que decidas ahora tendrá severas repercusiones en el futuro. Lo que decía Kassia era verdad, el mundo podría llegar a su fin. Pero se podría revertir... —Isaac se detuvo, con el ceño fruncido, como si odiara lo que estaba a punto de decir—, si dejas que Anthony muera.
Emma lo miró, paralizada. Sus palabras la golpearon como una avalancha.
—¿Qué...?
Isaac suspiró.
—Si Anthony muere, los videos y todo esto se olvidará eventualmente. La tragedia de Anthony será lo único que recordarán. De otro modo, no sé qué pasará. No sé qué tipo de caos se desatará si revelas tus poderes así, frente a todo el mundo.
Zoey, que había escuchado todo, lo miró con una mezcla de incredulidad y furia.
—Entonces, ¿estás sugiriendo que lo deje morir?
—Solo le estoy explicando lo que conlleva esta decisión —respondió Isaac con una mirada tensa—. El camino que Dean Becker vislumbraba para el mundo culmina con esta decisión. —Echó otro suspiro—. Pero la decisión es tuya. Nathan quería que te convenciera de dejar morir a Anthony, pero no me pongo ni de un lado, ni del otro.
Emma era una marea de dudas, de miedo y confusión. Miró a Zoey, buscando desesperadamente algún tipo de ancla en medio de ese torbellino de emociones.
—No sé qué hacer —murmuró ella con la voz rota.
Zoey la miró con una profunda preocupación, su rostro se arrugaba de angustia. Luego, con la voz entrecortada, le dijo:
—Emma. Si fuera mi decisión, yo lo dejaría morir. Me importa una mierda Anthony. —Zoey dejó escapar una pequeña risa amarga, sin alegría—. ¿Pero sabes qué? Tú no eres como yo. Eres mejor.
Los ojos de Zoey empezaron a llenarse de lágrimas, algo raro en ella, y apartó la mirada, como si no pudiera sostener la mirada de Emma por mucho más tiempo.
—Yo no soy buena tomando decisiones. Soy un fracaso. Quizás lo que recuerdes del castillo es que te disparé en la pierna... pero fue mucho peor. Mis decisiones me llevaron a un punto horrible del que dudo que algún día me perdone. Así que soy la menos indicada para decirte qué es lo que tienes que hacer. —Zoey volvió a mirarla, esta vez con una vulnerabilidad que rara vez mostraba—. Lo único que quiero que sepas es que, decidas lo que decidas, la promesa que te hice ahí arriba —dijo, señalando con la cabeza hacia el balcón donde Anthony estaba— sigue en pie. Estaré a tu lado, hasta el final.
Emma tragó saliva, su mente seguía siendo un caos, pero antes de que pudiera responder, la voz de Anthony resonó de nuevo.
—¡Muy bien! ¡Entonces que así sea, Emma! ¡Por amor a la verdad! —gritó y empezó a retroceder, tomando distancia.
Isaac y Zoey cruzaron una mirada de preocupación. El momento había llegado y no había más tiempo. Ambos dijeron sus últimas palabras.
—Eres la persona más increíble que he conocido —dijo Isaac—. Creo que tu decisión... ya la has tomado desde el primer momento. Yo también te apoyaré en lo que sea.
Anthony empezó a correr.
—Adelante, pequeña. Sabes lo que tienes que hacer... —dijo Zoey guiñándole un ojo—. Ve a ser una buena chica.
Y entonces, Anthony se arrojó al vacío.
Emma tomó aire y empezó a caminar.
En esos pocos pasos que la llevaban hacia el centro de la marabunta de personas; sus recuerdos de todo lo que había vivido hasta el momento la golpearon como meteoritos.
La carta de Dean Becker que le había salvado la vida; el crucero donde había conocido a Julia, Brenda y a Zoey; la competencia por la beca honorífica; la fiesta en Club Zero; el beso en la cabaña; las noches frías en Aldebarán; las prácticas con Isaac; la trampa a los Diorins en el balneario, y finalmente... la batalla en el castillo de Casiopea.
«Quizás el mundo cambie».
Emma se detuvo, respiró hondo, y con una determinación que nunca antes había sentido, levantó una mano y su ojo violeta resplandeció.
«Quizás no pueda evitar lo que se viene...».
Las cámaras giraron, los flashes iluminaron la escena como relámpagos, y todos los ojos —de estudiantes, profesores, periodistas, y el mundo entero— se enfocaron en Emma Clark.
«Pero yo también he cambiado».
Entonces, ocurrió. Desde las palmas de Emma, una corriente de energía se desplegó y los fotones de luz violeta surgieron, primero tímidos, pero luego arremolinándose con fuerza, envolviendo el aire a su alrededor.
La espiral luminosa se alzó hacia el cielo en un destello que dibujó finas líneas de luz que ascendieron con elegancia y fluidez.
«Ya fueron muchas las vidas que se perdieron y no pude hacer nada para evitarlo...».
El cuerpo de Anthony, que caía descontrolado hacia el suelo, fue envuelto en esa luz. Los fotones se adhirieron a su piel, rodeándolo en una especie de abrazo.
«Pero a partir de ahora, aunque el mundo se me ponga en contra...».
La caída, brutal e imparable, comenzó a desacelerarse. Anthony empezó a flotar, suspendido entre el cielo y la tierra, por la luz violeta que lo sostenía.
«Y aunque el destino me depare lo peor...».
Emma mantuvo su brazo extendido y su mirada fija en él, hasta que, finalmente, sus pies tocaron el suelo.
«Voy a enfrentarlo».
La luz violeta que lo rodeaba se desvaneció.
Anthony aterrizó ileso. Sus ojos desorbitados contemplaban a Emma frente a él, sin creerlo. Y entonces, alzó las manos al cielo y gritó:
—¡Esto...! —gritó con todas sus fuerzas—. ¡Esto es alucinante! ¡Acaban de verlo! ¡Todos! ¡Esto lo cambia todo! ¡Los poderes son reales! ¡La magia! ¡Todo lo que creíamos posible ahora se expande ante nosotros! ¡Este es un momento histórico para la humanidad! ¡Hoy cambiamos el mun...!
—¡Cierra el pico, imbécil! —Zoey lo interrumpió, apareciendo junto a Emma con su habitual actitud desafiante. Colocó el codo en el hombro de su amiga y asestó una mirada severa hacia Anthony—. O yo te cambiaré tu sonrisa a golpes.
Anthony, sobresaltado por la amenaza, dejó caer las manos, sin atreverse a responderle, pero el bullicio en la multitud se mantuvo. Julia fue la segunda en llegar, con una sonrisa temblorosa, pero llena de orgullo.
—Lo hiciste bien, querida. Muy bien.
Isaac fue el siguiente. Con una mezcla de admiración y alivio, se quedó de pie frente a ella.
—Mírate, Spider-Emm. Toda una heroína.
Macarena y Ulises también se arrimaron, rodeándola.
—Yo puedo conseguirte un traje, si lo necesitas —añadió Ulises.
Mikael, Leonard y Flavia también llegaron.
—Y una máscara —completó Leonard.
—¿Por qué? —preguntó Mikael—. Ya todos saben quién es.
—Oh, es cierto.
El círculo de amigos se cerró alrededor de Emma. Las miradas de los demás alumnos y periodistas seguían fijas en ellos, y aunque la verdad había sido revelada, ahí, dentro de ese pequeño grupo, todo lo malo parecía desvanecerse un poco.
Zoey, todavía apoyada en su hombro, le dio un apretón leve en el brazo antes de mirarla a los ojos.
—Juntas... —dijo con una sonrisa tenue—. Hasta el final.
Emma sonrió.
—Mientras no me dispares.
—No te prometo nada.
Ambas echaron una breve risa. Y ahí, rodeada por sus amigos, Emma sintió una calidez en su pecho que le devolvió las fuerzas.
Aunque las cámaras aún la seguían, aunque el futuro parecía incierto y repleto de desafíos, por primera vez en mucho tiempo, ya no sentía miedo ante lo que vendría. Su decisión quizás lo había cambiado todo, pero a su vez, también le había mostrado algo mucho más importante...
Ya no estaba sola.
Fin.
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