5. El Diorin de Ra y la Diorin de Horus


Definitivamente, había más gente como ella.

Más gente con ojos cuya inexplicable magia le otorgaban ciertas habilidades especiales a sus portadores. Emma ya había podido suponer eso el año anterior, de la mano de aquella mujer que había inducido a los Morales a un estado de tal siniestra y perversa locura que, por poco, a ella, Zoey y Mily, les hubiese costado la vida.

La mujer de ojos escarlata era quien más ocupaba espacio en la mente de Emma. Era ella con quien había tenido un muy traumático primer acercamiento. Pero ahora, a solo unos cuantos pasos de distancia, encerrados en un depósito oscuro y metidos en un barco con ambientación pirata cuya fiesta continuaba retumbando a través de los parlantes sobre sus cabezas, había logrado tener su segundo acercamiento.

Con la diferencia que ahora podía ver con claridad, aquellos ojos, en primera fila, esbozando un resplandor dorado y cándido. Por fin, luego de tanto tiempo, se habían mostrado: los responsables de tantas muertes e injusticias habían salido a la luz.

—¿Quién eres? —preguntó Emma, sin mover un solo músculo de su cuerpo y con una voz que intentaba mantener serena a toda costa.

—¿En serio? Creo que hasta Ulises hubiese sacado ya esa conclusión.

Emma desvió la mirada. Tanto ella como Zoey habían iniciado una investigación nueva desde lo sucedido en Aldebarán. Habían intentado investigar a los responsables de todas aquellas calamidades. Por desgracia, no habían logrado encontrar mucho sobre ellos, lo que sí, la única pista que tenían, era sobre un único hombre...

Emma llevó la mano a su cuello y acarició el collar de luna que llevaba colgado.

—¿Eres el hermano de Dean? ¿Nathan Becker?

El hombre de los ojos amarillos sonrió con satisfacción.

—Ese mismo. El hermano de la persona que te obsequió esos ojos... y una nueva oportunidad.

Emma se dio un espacio para respirar y procesar aquel hecho.

—¿Por qué...? ¿Por qué tu hermano haría eso por mí? ¿Por qué se quitó... la vida? ¿Por mí?

—Tenía sus razones para hacerlo. La verdad es que podría haberle dado esos ojos a cualquier otra persona, pero te eligió por algo que es una obviedad. Eres una Diorin... aunque, no cualquier Diorin.

Emma sintió que su frente se arrugó, confusión de por medio.

—¿Qué es eso?

—Significa: de origen noble. Para que lo entiendas mejor, si cumples ciertos requisitos, o cierta disposición, es posible traspasar tus dones a alguien más. Aunque este no sea un Diorin —explicó Nathan con soltura—. Por otro lado, los que lo somos, como tú y yo, y algunos muy pocos más. Somos capaces de despertar estos dones por nuestra propia cuenta. Bueno, algo así. La verdad es que tampoco controlamos eso. Tenemos que ser elegidos.

Emma sacudió la cabeza, perpleja.

—Sigo sin entender... ¿Por qué yo?

Nathan resopló.

—Porque mi hermano quería que tuvieras una ventaja. Bueno, más de una ventaja. Verás, si él no te daba sus poderes, aun así serías una Diorin. La Diorin de Horus. —Nathan apuntó con el dedo al ojo derecho de Emma—. Tu ojo violeta es la manifestación de Horus. —Apuntó al otro—. Tu ojo turquesa, en cambio, es la manifestación de Casandra.

Emma recordó la conversación que había tenido con aquella mujer en la parada de autobús la noche que todo terminó con Isaac. Ella también había mencionado a una tal Casandra. «Me imagino que no conoces muy bien cómo funciona el destino que Casandra te muestra».

—Entonces, déjame ver si entiendo. Horus y Casandra son alguna clase de... ¿Dioses? ¿Demonios?

—Pfff... —Largó una risita—. Comprendo que Casandra de Troya no tan sea reconocida, pero, ¿ni siquiera Horus te suena? —Nathan chistó—. Da igual. No son Dioses. Se les conoce como Eternos. Son algo así como un eslabón superior al humano, pero no tan elevado como para ser denominado Dioses. —Nathan colocó su mano en su pecho—. Yo soy el Diorin de Ra.

—¿El Dios del sol...?

Nathan asintió con satisfacción y orgullo.

—Sí, él es más popular. De nuevo, no son Dioses. La historia fue tergiversada tantas malditas veces que, en serio, ni deberías molestarte en creer lo que dicen los historiadores.

—¿Por eso me están buscando? ¿Quieren que les entregue a estos Eternos?

—Es un poco más complicado. Como te dije, no eres una Diorin cualquiera. Yo no podría enlazarme a otro Eterno que no sea Ra, por ejemplo. Así que aunque quisieras darme tus poderes, no podría recibirlos. —Nathan sonó los huesos de su cuello e inició una caminata circular muy lenta mientras continuaba hablando—. Por eso mi hermano te eligió. Te vio ese día en la cafetería, el día en el que escribiste la carta de suicidio. Vio tu futuro y vio como caías por la terraza por un accidente, que si me lo preguntas, fue un poco ridículo.

—Espera. Yo... ¿Moría ese día?

—Qué sorpresa. ¿No? Te arrepientes de escribir tu carta y te caes accidentalmente. Al destino le encantan las ironías. Como sea, mi hermano decidió ver, casi por casualidad, lo que pasaría si te salvaba. Fue ahí cuando descubrió que si no caías de la terraza, despertarías a Horus.

—Carajo...

—En fin. Nos estamos extendiendo demasiado —dijo Nathan, rodeando la habitación hasta llegar a la ventana circular—. La cosa es así: mi hermano ha apostado todas las fichas en ti, lo quieras o no. Una de sus últimas instrucciones ha sido que te enseñe a emplear el cien por ciento de los dones de Casandra. Los de Horus, ya son cosa tuya, no conozco nada sobre sus poderes.

Emma se tomó un momento para procesar cada palabra que ese sujeto lanzaba. Todo era muy confuso en su cabeza y haber estado tomando tanto no ayudaba en lo absoluto.

—Bueno, a decir verdad —comenzó a decir la rubia—. Mis visiones han estado fallando últimamente.

—Sí, porque eres una tonta.

—¿Eh...?

Nathan echó una risa fuerte y fugaz al aire.

—Tienes la capacidad de ver futuros alternativos, variantes de ellos, cientos de miles de ramas disponibles al alcance de tu vista, y solo te concentras en ver un único camino. Por esa razón fallan. A mi hermano eso le pasaba cuando era un niño y lo resolvió bastante rápido.

—¿O sea que hay más de un futuro?

—Por supuesto. Tu don premonitorio tiene dos elementos claves. La primera es el tiempo que eliges ver: futuro a corto plazo o largo plazo. La segunda es qué futuro eliges ver. Eso es más complicado, porque cada persona es capaz de modificar su futuro, todo el tiempo, con cada pequeña y minúscula decisión que tomen. Teniendo eso en cuenta, tú solo intentas ver un futuro basado en una única decisión. Es por eso que tus visiones no siempre son certeras.

—No estoy entendiendo...

Nathan resopló y se sacudió el cabello, impaciente. Odiaba tener que explicar este tipo de cosas.

—Mira, hagamos un ejercicio inofensivo, te voy a dar tres opciones. —Apuntó al frente—. Esas dos copas que están sobre el cofre y la botella. Haré estallar una de esas tres, con los ojos cerrados. Quiero que tú señales cuál de las tres opciones elegiré. ¿Fui claro?

Emma llevó su mirada a la mesa y luego a Nathan.

—¿Ahora?

—¡No! ¡Mañana! —Nathan levantó la mano, juntó sus dedos para preparar el chasquido y se tapó los ojos—. Te doy tres segundos. Uno, dos...

El turquesa de Emma resplandeció. El latido del futuro le mostró que una pequeña explosión contenida que sacudiría y reventaría la copa de la esquina derecha. Así que cuando terminó, apuntó su dedo hacia ahí.

—Tres.

La explosión llegó a los oídos de Emma, pero a diferencia de lo que su visión le había mostrado, fue la botella la que estalló y no la copa.

Nathan se destapó los ojos.

—¿Acertaste?

Emma negó, repleta de incertidumbre.

—No entiendo. Vi exactamente cómo hacías estallar la copa...

Nathan negó con desánimo.

—Porque solo viste el futuro que yo te mostré. En todo momento, me concentré en que mi decisión fuese hacer estallar la copa de la esquina. Luego, al momento de hacerlo, simplemente cambié de opinión. Por eso no acertaste.

—¿Y qué debería hacer? ¿Volver a ver otra visión? No tendría tiempo.

Nathan negó con seriedad.

—Debes usar todo el potencial de Casandra para lograrlo. Tienes que ver más de un futuro. No solo el de una decisión, sino que el futuro resultante de la toma de cada una de las decisiones.

Emma suspiró.

—No tengo idea de cómo hacer eso.

—Entonces vamos a probar otro método. —Nathan se recostó en el muro junto a la ventana y se cruzó de brazos—. Vamos a hacer las cosas más interesantes. Lo mismo que con la copa, pero esta vez lo llevaremos a un nivel mayor. Además de este barco, hay otros dos más en las cercanías. Quiero que me digas cuál de los tres voy a hacer estallar.

—Espera... —Emma quedó perpleja—. ¿Qué?

—Si quieres salvar a las personas que están en esta fiesta, te recomiendo que te pongas seria esta vez.

—No. No puedes...

—¿Eso crees? —Nathan mostró una sonrisa empapada en confianza—. ¿Piensas que me temblará el pulso, niña? A veces hay que hacer sacrificios y el «peligro de muerte» siempre es el mejor disparador en estos casos. ¿Estás preparada? Si logras decirme cuál de los barcos estallará, podemos dar por terminada nuestra reunión. Más te vale demostrarme que mi hermano no se equivocó contigo.

—¡Espera, espera! —Emma avanzó un paso—. No hace falta poner en peligro a nadie. Puedo practicar si me das más tiempo...

—Oh, claro que te daré tiempo. Tienes diez segundos.

—¡No! ¡Tiene que haber otra manera!

—Nueve...

—¡Carajo!

Emma usó el latido del futuro.

El rugido del cataclismo surcó el aire como un trueno desgarrador. La nave, antes majestuosa, ahora se convertía en una danza frenética de llamas y escombros. La explosión, como la ira de los dioses encapsulada en un único momento, desató una sinfonía de caos y destrucción que envolvió el navío en una danza brutal y efímera de fuego.

—Ok... ¡Ya! ¡Será el barco que está más cerca de la costa! —Emma apuntó a una dirección a su izquierda—. ¡Ese es el que estás pensando que estallará!

—Puedo cambiar de opinión, recuérdalo.

—¡No tiene sentido! ¿Cómo voy a saber qué opción elegirás al final?

—Siete... seis...

De nuevo, Emma volvió a usar el latido.

Las llamas se alzaron con voracidad desde el centro de la nave, danzando con una ferocidad caótica que engullía y se tragaba la madera como si fuera simple paja. La energía liberada pintó el cielo nocturno con destellos de naranja y rojo, creando una aurora ardiente de terror que consumió a todas las personas que estaban dentro.

—¡El otro! ¡Será... el otro barco! —Su dedo, prisionero de un pánico absoluto, apuntó ahora al punto opuesto—. No lo hagas... por favor.

—Cinco... cuatro...

—¡Puta madre!

Una vez más, el latido del futuro se desencadenó. Emma intentó concentrarse en ver más allá de un futuro. Intentó visualizarlo en su mente, pero de nuevo, solo fue una única variante la que Casandra le mostró.

Los fragmentos del barco en el que Emma se encontraba se lanzaron al aire como estrellas fugaces condenadas, estallando y despidiendo un resplandor efímero antes de desvanecerse en la vastedad de la noche.

Emma vio como Julia y Ulises fueron despedidos por la onda expansiva a una velocidad alarmante; Leonard y Brenda se vieron consumidos por las llamas, mientras que Zoey fue sorprendida por un considerable fragmento del mástil que se incrustó en su cuello.

El agua circundante se agitó con el eco de la explosión.

—¡No! ¡Basta! —Emma se encorvó, presa del agotamiento—. ¡No lo hagas! ¡Por favor!

—Tres... Dos...

—No...

Emma vio el futuro de nuevo.

Luego otra vez más, y otra vez...

Una seguida de la otra.

Vio todas las visiones que fue capaz, pero en cada ocasión, el barco que estallaba era distinto, la explosión terminaba devastando todo y arrastrando cada vida consigo.

La última de sus visiones le mostró su propia muerte; siendo ella envuelta por las llamas, la agonía, el dolor y la desesperación.

—Uno... —dijo Nathan y chasqueó los dedos.

Emma, por su lado, se vio sucumbida por la presión. No lo toleró. Sus rodillas cedieron y chocaron con los tablones. Su cuerpo se paralizó y sus brazos intentaron cubrirla, previniendo su brutal muerte.

Pero eso nunca sucedió.

Nathan echó otro suspiro cansino y chistó de manera repetitiva.

—Supongo que fallaste, de otra forma no estarías ahí tirada pidiendo clemencia por tu vida y sabrías que, finalmente, ningún barco explotaría.

A Emma le costaba respirar.

De repente, un sentimiento espantoso de impotencia empezó a manifestarse en su cuerpo. Su frente mostró las primeras gotas de sudor gélido. Sus manos se aferraban a los tablones, sosteniendo un cuerpo abatido y tembloroso.

Presenciar la muerte en las visiones era horrible. Podía sentir la agonía y el temor de todas las personas. Sentía el calor de las llamas y el sentimiento de desolación envolviéndola por completo. Entonces, la ansiedad llegó a ella, como un dolor punzante en la zona trasera de su cabeza, y sin perder tiempo, las lágrimas empezaron a emerger de sus ojos.

¿Por qué ella tenía que tolerar todo este peso?

¿Por qué la metían a ella en situaciones más allá de su comprensión?

¿Por qué era ella la responsable de la vida y la muerte de tantas personas?

—No te lo estás tomando en serio... —Nathan se reclinó hacia un lado para echar una mirada hacia el ventanal y prosiguió—. Parece que ni siquiera tus amigos te importan. ¿Acaso querías que todos murieran? Ni siquiera pensate en enfrentarme para evitarlo. No, niña. Esto no avanzará nunca, si no pones un poco de tu parte.

Emma apenas podía escuchar las réplicas de Nathan. Él, por otro lado, comenzó a balbucear para sí mismo.

—Parece que tengo que pensar en otra cosa —dijo y comenzó a deambular de lado a lado—. Quizás necesitas una amenaza más grande. Quizás pueda secuestrar a alguien que quieras más. Esa... ¿Cómo se llamaba? Vanesa. Podría funcionar. Lo hiciste bien en Club Zero aquella vez.

«¿Vanesa...?».

Un espadazo de dolor atravesó el estómago de Emma en ese segundo al escuchar ese nombre.

—Podría repetir lo que hice con Ulises... —Nathan llevó su mano al mentón en una mueca reflexiva—. O podría pensar algo menos elaborado, pero con más impacto...

«Ulises...».

Otro espadazo le atravesó, mucho más grande, mucho más feroz, más doloroso, más terrorífico...

Su respiración se cortó.

—Oh, carajo... ¿Cómo no lo pensé antes? ¡Isaac! ¡Claro! Eso mezclaría muchos sentimientos. La ira y la frustración que sientes por él, con el temor a ser la responsable de su muerte. Eso... —Nathan chasqueó los dedos, esta vez no con intenciones homicidas, sino que reveladoras—. Eso sí que podría funcionar.

Emma cerró sus ojos y apretó los dientes con todas sus fuerzas.

Fue un lapso de tiempo extremadamente corto, ni siquiera de un segundo, en el que su mente se tiñó de blanco.

Su corazón, en ese momento, pareció detenerse, y los sentimientos, desatados cuál vendaval, empezaron a crecer en su interior como un monstruo cautivo, finalmente, liberado.

—Muy bien, creo que podría trazar un plan para... —De repente, Nathan sintió una fuerte punzada en su interior, ubicado en la zona del plexo solar. Llevó su mano hacia ese punto y arrugó el entrecejo, confundido—. ¿Y a ti que te pasa...? —Balbuceó por lo bajo. Luego, llegó a la conclusión por su propia cuenta y se volteó—. Oh...

Emma cerró sus puños con una firmeza que resonó en la quietud de esa habitación.

Con movimientos cuidados y suaves, flexionó la rodilla y usó sus manos para tomar impulso y colocarse de pie. Su mirada permanecía agachada, velada por la cortina de cabello que caía sobre su rostro. En ese momento, una ola de ira, hasta entonces confinada, encontró su liberación en una mirada intensa que buscó como destino al Diorin de Ra.

Dos ojos resplandecientes, abrazados por un resplandor violáceo profundo, rompieron con la penumbra de la habitación.

La oscuridad cedió ante la fuerza de aquella luz, que parecía contener la esencia misma de toda la tormenta de sentimientos que se desataba en el interior de Emma.

A su vez, pequeños destellos y diminutas partículas de luz aparecieron a su alrededor, y empezaron a danzar en el aire. La habitación se copó con la cadencia de aquellas repentinas partículas que rebanaban la oscuridad. En su hipnótico despliegue, fueron adoptaron formas angulosas y afiladas, mientras ascendían hacia el techo para desaparecer y aparecer de nuevo en el suelo.

Emma emanaba una presencia que no solo se sentía en la vista, sino que se percibía como una corriente eléctrica que ahogaba el aire de la habitación.

Y así, mientras las formas de luz afiladas crecían en número, el camarote se convirtió en el escenario de un éxodo de luz y sombras, marcado por la feroz tormenta de emociones que, por tanto tiempo, Emma había contenido en su interior...

Y que ahora habían despertado.

—¡Sí! —exclamó Nathan—. ¡Exactamente, a eso me refería! —Celebró, golpeando las palmas—. Pero, ahora, tiene que ser con Casand...

Como un relámpago, repentino, veloz y salvaje, Emma desató toda su furia. Con un movimiento tan simple como levantar su mano hacia adelante, todas aquellas manifestaciones de luz violácea se dispararon en una trayectoria vertiginosa y letal hacia Nathan.

La energía de Horus se liberó como un vendaval etéreo, en tan solo una fracción de segundo, y arrasó con todo a su paso. Ni siquiera alguien como Nathan, con todos sus años de experiencia como Diorin, fue capaz de anticiparse a la descomunal fuerza sobrenatural que le embistió.

La abrupta explosión que siguió sacudió el navío por completo, y su estallido repentino eclipsó las luces y menguó toda la energía del barco durante unos efímeros segundos. Mientras tanto, en la cubierta, la explosión revolucionó a todos los presentes.

Ninguno supo el origen de aquel imprevisto. La mayoría de las personas manifestaron temor e incertidumbre colectiva. En cambio, otros, como Zoey y Ulises, quienes también se vieron perplejos ante la situación, compartieron una mirada de complicidad que fabricó la misma pregunta en sus respectivas mentes.

«¿Dónde está Emma?».

Nathan Becker se convirtió, en un parpadeo, en prisionero de una ráfaga de energía indomable y descomunal que le lanzó como una simple marioneta. Sintió la oleada de energía quitándole el aliento y cada trozo de la cubierta resquebrajándose en su espalda. Emergió al exterior del navío, a mar abierto, y su cuerpo se fue en picada hacia el mar.

Sus oídos se taparon por el estrépito del choque con las aguas rugientes de la noche, sonido que competía con el eco que se le había quedado guardado en la mente de aquella severa explosión.

Nathan permaneció estático mientras su cuerpo se sumergía de manera precipitada hacia las profundidades. Entre tanto, se permitió tomarse unos segundos para recuperar el eje de su orientación.

Sonrió. Jamás había presenciado algo similar.

Ahora entendía mejor por qué su hermano le había seleccionado. Nathan volvió a emerger a la superficie. Extendió su mano para fabricar un campo de fuerza pequeño y de formato horizontal del cual poder valerse para colocarse de pie.

Esa explosión no era una buena señal. Probablemente, todos en el barco estarían con las orejas paradas tras escuchar el estruendo. Lo mejor ahora mismo sería marcharse y evitar todo tipo de conflictos que pudieran dejar en evidencia cualquier forma de manifestación divina de los Diorin.

Por desgracia, descubrió un segundo después de ese pensamiento, que eso, no iba a ser posible.

Emma había sido consumida por una ira colérica sin precedentes y su cuerpo actuó por simple instinto. Se desplazó por el camarote a toda velocidad, atravesó la zona destruida del casco y saltó hacia Nathan con una precisión que fue impulsada por aquella red de partículas que le rodeaban.

El tiempo que se demoró en llegar a su objetivo fue de apenas un parpadeo. El anonadado semblante de Nathan se iluminó con la lluvia de destellos que desprendió el puño de Emma al chocar con su cara.

Para él, todo se volvió blanco en un segundo, y al siguiente, una vez más, su cuerpo fue abducido por la inercia de un feroz golpe que le llevó a rodar de manera estrepitosa por el firmamento.

El joven recuperó el eje con rapidez y se afirmó a los tablones para frenarse. Algo no andaba bien. La línea de su mirada se trasladó hacia abajo. Ya no estaba en mar abierto. Debajo tenía una red de tablones que le brindaban un soporte. Observó a los lados; faroles altos iluminaban su presencia. Echó una furtiva mirada hacia atrás, solo para atemorizarse al descubrir que se hallaba en el muelle por el que habían abordado a los barcos.

Al final del puerto, la presencia de algunos transeúntes le llevó a actuar con premura. Chasqueó sus dedos, concentrándose en todos los faroles, y los hizo estallar en una contenida explosión para poder envolverse entre las sombras.

Apenas podía seguir el hilo de lo que estaba sucediendo. ¿Cómo demonios había llegado hasta aquí? La respuesta, una dolorosa respuesta, llegó más rápido de lo que se hubiese imaginado.

Una vez más, Emma asestó un ataque veloz y sorpresivo. Un nuevo destello blanco cegó por completo a Nathan. La ferocidad de esos golpes no era nada normal. Cada impacto que recibía era acompañado por una inyección de fuerza que le arrojaba atrás sin piedad.

Esta vez recuperó el equilibrio más rápido. Se levantó en el mismo segundo y afirmó su guardia. Su mirada volvió a intentar ubicarlo en su entorno espacial. Ahora sus pies se afirmaban sobre un ripio, a su alrededor no había más que oscuridad. Pudo notar una construcción vagamente similar que se erguía frente a él, y detrás de una Emma Clark, que no tenía intenciones de frenar el ritmo de sus ataques.

Para cuando Nathan descubrió que estaba en la cima del teleférico del Faro del fin del mundo, otro golpe más nubló su percepción. Esta vez, el puño había conectado en la boca del estómago, arrebatándole el aire con una contundencia feroz. Nathan se valió de una llave para sujetar a su atacante y lanzarla hacia un lado.

Respiró.

Otra vez se habían desplazado.

Ahora, el resplandor lumínico de la imponente Torre VW le saludaba. Emma se valió de las barandas del puente para colocarse de pie y ni siquiera esperó para volver a iniciar una carrera frenética hacia él.

Nathan ya estaba harto. Chasqueó los dedos y generó una pequeña explosión para derribarla.

—¡Hey! —espetó, furioso—. ¡Cálmate de una vez! No quiero hacerte daño. Así que no me obligues.

Emma, aun en el suelo, se irguió en total silencio y permaneció en su lugar. Sus ojos eran como dos relámpagos violáceos y su mirada transmitía una sola cosa: ira.

—Puta de mierda. Ni siquiera me escucha...

Emma volvió a levantar su mano y las partículas volvieron a emerger. Esta vez, rodeando a Nathan y volviéndolo prisionero. Los fragmentos de luz se volvieron filosos y empezaron a cortar la piel de Nathan sin piedad.

Emma hizo dos movimientos más. En el primero, llevó a mover las partículas hacia abajo, y provocaron que Nathan descubriese la dureza de los tablones del puente. En el segundo, arrastraron con celeridad a Nathan hacia ella.

Emma preparó su puño, embutido en la energía que desprendía su furia, y una vez más, con todas sus fuerzas, asestó un golpe que arrojó a Nathan a otro nuevo escenario.

La sombra de un bosque frondoso los envolvió al siguiente segundo. Nathan ya estaba harto de hacer de saco de boxeo. Apretó los dientes con fuerza mientras volvía a colocarse de pie. Cerró sus puños y el fuego ardiente de Ra se manifestó en sus nudillos.

Dirigió una mirada furtiva hacia Emma, y luego, las llamas se desvanecieron. Maldijo entre dientes. No podía hacerle daño. No sabía que tan preparada estaba para una lucha de las que él acostumbraba librar. Nathan no era muy calculador a la hora de medir su fuerza. Si se dejaba llevar por sus emociones, podría provocar un desastre que llamaría indudablemente la atención de la Corte Aionista.

Eso, si ya no lo había hecho la maniática de ojos violetas que no dejaba de atacar a diestra y siniestra. El bosque recibió una caricia de destellos que emergieron desde la palma de la rubia y se lanzaron hacia Nathan. El Diorin de Ra se valió de su agilidad para evadirlos, escondiéndose tras un árbol, pero esos malditos fragmentos luminiscentes no respetaban ninguna ley física.

Viraron de dirección y le persiguieron como abejas asesinas. Una vez más, Nathan se vio acorralado, pero ya no pensaba caer bajo el mismo truco.

Sus ojos destellaron en un resplandor dorado y un campo de fuerza cubrió toda la periferia cercana de Emma, envolviéndola en un domo impenetrable. Luego, concentró su poder y liberó una llamarada que expulsó desde el interior de su cuerpo, que hizo estallar cada una de las partículas de luz hasta extinguirlas.

—¡Basta! ¡Cálmate de una vez! —espetó Nathan aproximándose hacia ella—. ¡No soy tu enemigo!

El silencio era la única manera que Emma tenía de comunicar. Nada de lo que él le dijese lograba afectarla de ninguna manera. Su mirada era tan rígida, siniestra y severa como un demonio desprovisto de alma. No había forma alguna de razonar con ella.

Sin mostrar signos de cambios, Emma se arrodilló en el suelo con una pierna en horizontal y la otra flexionada. Extendió su mano izquierda hacia abajo, rozando la tierra, y estiró su otro brazo hacia atrás.

Nathan no comprendió hasta que fue demasiado tarde. Cuando Emma cerró su puño, el que preparaba el ataque, cientos de fragmentos de luz volvieron a emerger; se encastraron en la piel de Nathan y lo aplastaron contra el suelo.

Su mirada quedó perfilada hacia el cielo estrellado de esa noche. Al instante siguiente, Emma apareció justo encima de él: su rodilla aprisionó el brazo de Nathan enseguida; la mano, que antes acariciaba la tierra, ahora se cerró en su garganta; por último, su brazo hizo un fugaz y contundente movimiento...

Y el golpe, sacudió el bosque.

Nathan sintió un pitido que se quedó resonando en su oído.

Ese puñetazo le había quitado el aliento por completo. Ya no estaban en el bosque. Una vez más, se habían trasladado a otro sitio. Uno más cerrado, cuyos pasillos angostos le recordaron a los de la universidad.

Otro golpe más, rugió esa noche.

La contundencia y la ferocidad del impacto no parecía tener intenciones de disminuir. Nathan tuvo que echar una bocanada de aire brutal de su garganta para volver a componerse.

Su cuerpo sintió una feroz oleada de frío y el viento silbaba con fuerza, arrastrando millares de copos de nieve consigo. El joven se rindió. Ya ni siquiera tenía la más pálida idea de dónde estaban ahora, pero, dada las circunstancias, tampoco le importaba.

Otro golpe más...

Otro...

Y otro...

Emma no hacía más que golpear sin benevolencia. Sin compasión alguna. No lo pensaba. Su cuerpo tan solo actuaba, movilizado por la más grande fuente de ira y odio que sentía.

Cada golpe era una herida en su alma que todavía no sanaba.

Cada estallido de rabia y ferocidad era la sangre de todas aquellas personas inocentes que habían muerto en el camino.

Cada estruendo que copaba sus oídos era la manifestación de todas aquellas noches sufriendo y temiendo por su propia vida.

Lo juntó todo.

Todas esas heridas, toda esa rabia, todo ese dolor. Lo llevó a su puño, levantó el brazo, y volvió a atacar.

Con un movimiento imperceptible a la mirada humana, la mano de Nathan bloqueó el siguiente ataque con un certero y contundente agarre.

Hebras diminutas de luz dorada aparecieron y se ramificaron a gran velocidad hasta cubrir todo el puño y el brazo del muchacho.

Ahora sí...

«Contenerse y una mierda...».

Finalmente, Nathan devolvió el ataque. Usó su otro puño libre para asestar un feroz golpe al estómago de Emma. Expandió su mano y acumuló calor; sabía que ya había sido suficiente, que ya no bastaba más para noquearla. Pero su interior estaba encendido fuego y tenía que liberarlo.

Una súbita explosión se originó desde sus dedos y Emma salió eyectada hacia atrás. Su cuerpo se desparramó por la ladera unos cuantos metros, hasta que una roca le obligó a detenerse por completo.

Nathan permaneció en su sitio, intentando recuperar el aliento, mientras el humo de la explosión en su mano terminaba de disiparse. Se demoró en levantarse, y cuando lo hizo, se acercó hacia la Diorin de Horus con una creciente rabia interna que se obligó a disipar a fuerza de voluntad.

Ella estaría bien. Por suerte, había logrado evitar incendiar de pies a cabeza a aquella insolente a último segundo. La última explosión fue más una ráfaga de aire que otra cosa. Aunque siendo honesto consigo mismo, luego de aquella arremetida salvaje que tuvo que tolerar, quedó bastante sorprendido por la templanza con la que había manejado la situación.

Apenas había podido detener sus emociones. De no haber sido así, esta chica estaría borrada del mapa en tan solo segundos. Inhaló aire con profundidad y le dedicó una mirada aguerrida.

Jamás habría imaginado que el poder de Horus fuese tan devastador y complejo. Mientras hacía sonar los huesos de su cuello, inspeccionó el lugar. No tenía ni la más pálida idea de dónde estaba. Había algunas construcciones montañosas a su retaguardia, pero el resto era un campo abierto en medio de la nada.

¿Ella los había arrastrado hacia aquí en medio de la pelea?

Y no solo eso, sino que también había logrado inmovilizarlo en varias ocasiones, incluso hasta había sido capaz de escaparse de su cárcel de energía, con una sencillez aterradora.

Lo peor era que esta, hasta dónde él sabía, apenas había sido la primera vez que ella usaba estos poderes. Puede que no a conciencia, definitivamente, había sido Horus quien guio su mano. De todas formas, eso no le quitaba mérito.

Nathan, sin contar a la Diorin de Kairos, jamás se había sentido tan acorralado con nadie en alguna pelea.

De inmediato, las palabras de su hermano se replicaron en su cabeza con un tinte de amargura: «Si ella logra controlar a Horus, lo saben, será el arma más poderosa». Al parecer, Dean no se había equivocado y mucho menos había estado exagerando. Ella podría ser la clave para detener a «ese» molesto Diorin de ojos negros.

Nathan tomó aire y se alejó de ella. Luego, metió la mano en uno de sus bolsillos, rezando porque el agua, los golpes, las rocas, los azotes, la nieve, y aquellas molestas partículas de luz, no lo hubiesen averiado.

Su labio mostró una breve mueca de sorpresa. Por increíble que pareciera, ni siquiera tenía un rasguño. Aunque ojalá, él pudiera decir lo mismo.

Marcó un número y llamó a Mikael.

*****

Algunas piedritas se elevaron por el friccionar de los neumáticos cuando Ulises detuvo el auto en seco. Ambas puertas delanteras se abrieron en sincronización y Zoey fue la primera en salir disparada en busca de Emma.

Encontró a la rubia en el suelo, en medio de la nada, con los brazos cruzados sobre las rodillas y la mirada agachada. Zoey arribó hacia ella con una celeridad impulsada por la preocupación. Ulises, en cambio, llegó unos segundos después.

Ambos fueron disparadores de decenas de preguntas que Emma no tuvo el coraje de contestar de inmediato. Ni siquiera se esforzó por levantar la mirada y tampoco hizo mucho por comunicarse, más allá de dar algunas afirmaciones positivas respecto a si se encontraba bien o no.

Lo único que hizo fue ponerse de pie y caminar hacia el vehículo, encerrando todo tipo de pensamiento en su cabeza, y bloqueando toda forma de comunicación bajo un sótano impenetrable de silencio.

Zoey y Ulises compartieron una mirada cuya preocupación se sintió en ambos por igual.

—Creo que lo mejor es intentar mantener la cabeza fría. —Ulises empezó a caminar—. No parece que esté lastimada, así que quizás sea mejor llevarla a su casa. Hablaremos con ella mañana. No sé qué le pasó, pero, por su cara, dudo que nos diga algo hoy.

Zoey asintió de forma mecánica. Echó una mirada al suelo, se volvió, y se hizo con el celular de Emma.

—Bien, pero me quedaré con ella, no voy a dejarla sola. Voy a ver qué coartada le invento. Los demás también están preocupados.

—Ese agujero que apareció en el barco... —espetó Ulises—. ¿Crees que fue ella?

—Últimamente, nada me sorprendería. —Zoey y Ulises empezaron a acercarse al vehículo. Emma, al parecer, se había recostado en el asiento trasero—. De algo sí estoy segura. Volvió a pasar lo mismo que en Aldebarán. —Una mirada seria de ojos azules se clavó en los marrones de Uli—. Así que, lo que sea que le haya pasado, sin duda, fue algo malo.

Pactando un silencio implícito, ambos volvieron al vehículo.

El viaje hacia la universidad estuvo cargado de tensión, incomodidad, preocupación y nerviosismo. Ulises decidió encender la radio para aminorar la mala vibra que se sentía en el ambiente. Mientras tanto, Zoey se ocupó de enviar un mensaje a Brenda haciéndose pasar por Emma. Inventó lo primero que se le vino a la cabeza.

«Emma: Brenda, hola. Espero que estén todos bien. ¡Yo lo estoy! Luego de descender me fui con alguien más. El chico que me había invitado a bailar. Lamento haberlos abandonado así. Quería distenderme un poco. Voy a pasar la noche con él, así que no me esperen».

Zoey guardó el celular esperando que Brenda fingiese al menos ser lo suficientemente estúpida como para creerse ese cuento.

La realidad era que, tras la explosión en la zona inferior del barco, todos los pasajeros habían sido inmediatamente desalojados en el puerto. Aquel momento fue intenso para todos, el grupo había descendido del barco de a tandas separadas. Zoey y Ulises, por suerte, habían sido de los primeros en llegar a tierra firme, mucho antes que los demás.

Fue allí cuando recibieron un mensaje de Emma, junto con las coordenadas de su paradero, y aprovecharon el alboroto, la oscuridad del puerto, y la congestión de gente, para escurrirse y acudir en su ayuda.

Para cuando llegaron a la Torre VW, Emma fue recibida por una portera nueva. Se trataba de, quizás, la mujer más alta que había visto en su vida. En ocasiones, junto con otros dos encargados, reemplazaban a Lambert en los turnos nocturnos.

La mujer abrió la puerta a la rubia y le permitió el ingreso. Emma se volteó ligeramente tras ingresar, para dirigirse hacia Zoey y Uli.

—Gracias. —En todo el trayecto, esas habían sido las primeras palabras de Emma. Su tono fue apenas audible—. No hace falta que se queden.

—Pero... —Zoey iba a replicar, pero el suave toque en el hombro que Ulises le dio fue motivo suficiente para detenerse—. Volveré aquí mañana, temprano. ¿Sí? ¿Estarás bien?

Emma asintió, volvió a agradecer, y se marchó.

Sin mucho más que hacer, Ulises y Zoey emprendieron una caminata lenta hacia el puente del lago que se enfrentaba a la torre. El mechero dorado de Zoey encendió un cigarro que viajó hacia su boca.

—¿Quieres dormir aquí? —preguntó ella—. Es tu habitación, después de todo.

Zoey y Ulises habían llegado a un acuerdo común. Ella había dejado de vivir con su hermano luego de recuperarse por completo de las heridas que se había agenciado en Aldebarán. Y como en aquel entonces, a Ulises todavía le quedaban algunos meses más de recuperación en silla de ruedas, decidió quedarse con sus padres.

Poco antes de terminar el primer año universitario, en víspera de vacaciones y con Uli ya en plena forma, le permitió a ella permanecer un tiempo más allí, hasta que la nueva jornada universitaria diera inicio.

—Claro... —aceptó él.

Ambos atravesaron el puente en silencio. Sus pisadas eran la única fuente de ruido en toda el área del campus universitario.

—Zoey...

—¿Sí?

—¿Crees que esto que sucedió arruine la investigación? Sinceramente, ella me está preocupando. Creo que puede llegar a perder de vista nuestro objetivo.

—No lo sé. —Exhaló humo—. Espero que no.

—¿Podemos confiar en ella?

—Creo que ya sabes esa respuesta, amigo.

El joven asintió mientras la caminata prosiguió. Unos cuantos y pensativos metros después, él retomó:

—¿Y si lo arruina?

Zoey arrojó el cigarro al suelo y lo aplastó con fuerza.

—No dejaré que lo haga.

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