44. Luz contra oscuridad
Desde detrás de los arbustos, tres estudiantes de periodismo observaban la batalla que se desarrollaba ante ellos. La pantalla de la cámara temblaba en las manos de algunos, pero aun así captaban con claridad todo lo que estaba ocurriendo: Emma Clark y una chica de pelo blanco, que aún no podían identificar, intercambiaban golpes y poderes que desafiaban toda lógica.
—¿Qué es eso? —murmuró uno de los chicos, con la cámara apuntando hacia el centro del patio exterior del castillo.
—¿Lo estás grabando todo? —preguntó una chica a su lado.
—Sí, sí... pero esto no tiene sentido. Esa... ¿No es Kassia Nowak? —respondió el chico con la cámara, reconociéndola por su distintivo cabello blanco.
—¿La influencer? —preguntó otro, con el ceño fruncido—. ¿Qué está haciendo peleando con... poderes?
De repente, el que sostenía la cámara vio algo que lo dejó mudo. Había una especie de grieta en el aire, justo en el lugar donde antes estaba el puente. Lo enfocó con la cámara, intentando captar cada detalle.
—Anthony, ¿estás viendo eso? —preguntó mientras intentaba comunicarse por radio con su compañero que estaba dentro del castillo—. Hay una especie de grieta cerca de tu posición.
Anthony Falling estaba en el interior del castillo. Asomó su cámara por el hueco que Emma había hecho en la pared. Desde arriba, grababa los feroces intercambios de golpes. Su mirada se dirigió hacia aquella extraña grieta.
—Lo veo —respondió Anthony, con el ceño fruncido mientras trataba de entender qué era aquella extraña manifestación que seguía creciendo y replicándose en distintos puntos a los alrededores—. No sé qué es, pero... quiero descubrirlo.
En ese mismo momento, en el centro del patio, Kassia lanzó una nueva ofensiva. Los orbes de oscuridad se arremolinaron alrededor de Emma, quien, rodeada por sus propios pulsos de luz, intentaba mantener su control, pero los orbes comenzaron a devorar cada destello de su energía.
El aire comenzó a silbar mientras los orbes generaban una fuerza gravitatoria propia, succionando el entorno con una ferocidad implacable.
Emma sintió decenas de tirones invisibles se aferraban a su cuerpo, arrastrándola con una fuerza que parecía querer arrancarla de su lugar.
Se agazapó, clavando los pies en el suelo polvoriento, buscando aferrarse a cualquier cosa que le diera estabilidad. Kassia aprovechó el momento para cerrar su mano con un gesto lento.
Los orbes, en respuesta, cambiaron de forma. Se retorcieron y comprimieron, hasta transformarse en nuevas estacas de pura oscuridad condensada. Rodearon a Emma, flotando con una energía siniestra, listas para lanzarse hacia ella.
Emma se apresuró y usó su «bucle del futuro», una de sus habilidades más avanzadas. Dentro de su mente, vio cientos de futuros posibles, experimentando cada golpe y sus formas para esquivarlas antes de que sucedieran. En una fracción de segundo, encontró el camino en el que lograba interponer sus fotones justo a tiempo para detener las dagas afiladas de Kassia.
Entonces, cuando las estacas se lanzaron hacia Emma en todas direcciones, las chispas violáceas surgieron en el aire y se estrellaron, brindándole unos pocos segundos más de tiempo.
Casi actuando de manera instintiva, volvió a ver el futuro. La visión le mostró a Kassia, intentando detener el tiempo. Tenía que ser rápida. Con un movimiento veloz de su mano, Emma creó pulsos de luz afilados que se materializaron en el espacio justo en el centro de las manos de Kassia antes de que las juntara.
Kassia ahogó un grito y sintió los cortes repentinos que le atravesaron las palmas. Era ahora o nunca. Un destello violeta surgió de repente y Emma apareció por encima de Kassia.
Su pierna ya estaba en posición, ejecutando una feroz patada descendente. Su cuerpo giró levemente hacia un lado, y el golpe conectó brutalmente con el rostro de Kassia, desestabilizándola por completo.
Sin perder un segundo, en el mismo tiempo que dura un suspiro, Emma se teletransportó de nuevo, esta vez apareciendo a la derecha de su rival y ejecutó un golpe directo al costado de sus costillas.
El impacto resonó y Kassia se retorció de dolor, pero antes de que pudiera reaccionar, Emma volvió a desaparecer, reapareciendo a su izquierda con un puñetazo directo a su mandíbula.
De nuevo, Emma se teletransportó y su codo descendió, clavándose en la parte superior de la espalda de Kassia. El golpe la hizo caer, pero Emma no dio tregua.
En un instante, reapareció justo frente a ella, lanzando una serie de puñetazos consecutivos a su torso, recordando las lecciones de combate que Mikael le había enseñado tiempo atrás.
Cada golpe se volvía más rápido y certero que el anterior, haciendo que el cuerpo de Kassia se estremeciera con cada impacto. Kassia, tratando desesperadamente de defenderse, intentó levantar la guardia, pero un rodillazo directo al estómago le quitó el equilibrio, el aire y se desplomó en el suelo, pero justo antes de caer, Emma la rodeó con su pulso de luz y la teletransportó justo delante de ella para conectar con un derechazo brutal en el rostro.
Kassia apenas era capaz de reaccionar. Cuando caía de nuevo, Emma usaba sus dones para mantenerla en una posición favorable para asestar un nuevo ataque. Kassia se vió envuelta en un torbellino de puñetazos, patadas, codazos y rodillazos que llegaban desde cualquier dirección, sin descanso, sin interrupciones, sin piedad...
El ritmo de la batalla era implacable y cada ataque de Emma estaba orquestado para impedir Kassia recuperase el control. La rubia estaba cegada en volcar todas sus energías en atacar y devolverle todo el dolor y el daño que había recibido al principio de la pelea.
Kassia escupió sangre, su respiración era insostenible y su mirada ardía con furia. Apretó los dientes, afirmó los pies al suelo, y en un ataque de cólera, sus manos, todavía con los filamentos de luz incrustados en su piel, se reunieron una vez más.
La sangre se escurrió al hacerlo, y unas hileras carmesí descendieron al suelo, deteniéndose en mitad de la caída, junto con el tiempo a su alrededor.
El mundo quedó en completo silencio. La rabia brotaba en los ojos de Kassia mientras levantaba las manos hacia el vacío. Ahora era su turno. Oscuridad pura comenzó a rodear a ambas, burbujeando y retorciéndose como algo vivo, hasta que de decenas de estacas de oscuridad se materializaron.
—Se terminó el juego... —susurró Kassia con una mezcla de placer y venganza en su voz.
Las dagas de oscuridad se lanzaron hacia Emma con una velocidad brutal, buscando atravesar su cuerpo en un ataque mortífero y letal; pero Emma ya había visto el futuro.
Antes de que Kassia detuviera el tiempo, Emma, con una fracción de segundo para actuar, había movido su brazo ligeramente hacia arriba, lo suficiente para que ese fuera el primer miembro de su cuerpo que las dagas alcanzaran.
Y entonces, cuando la primera de las sombras perforó el brazo de Emma, y el tiempo retornó a su curso normal, en ese preciso instante, se teletransportó, dejando atrás el resto de las dagas que habrían atravesado su cuerpo por completo.
Apareció a varios metros de distancia, tambaleándose al materializarse.
Su brazo temblaba, prisionero de un ardor punzante, como mil agujas al rojo vivo. Emma sintió su piel desgarrada, cubriéndose cada vez de más de la sangre que brotaba en largos ríos escarlatas.
El dolor era tan intenso que su mano apenas podía cerrarse en un puño, y cada respiración que tomaba hacía que la herida latiera con una punzada agonizante, enviando ondas de dolor que casi parecían paralizarla.
Maldijo en voz baja. No podía rendirse todavía. Tenía que encontrar una forma de frenar a Kassia, cuanto antes. No había tiempo que perder.
Emma inició una carrera a toda velocidad, se teletransportó, sujetó a Kassia, luego de un feroz tackle, y ambas desaparecieron al siguiente segundo.
*****
Nathan reunió toda la fuerza de Ra y sintió cómo su cuerpo comenzaba a brillar con un resplandor dorado.
Una energía empezó a recorrerle el brazo desde el hombro hasta la punta de sus puños, creando patrones brillantes y luminosos que trazaban su piel como una red viva... y que duplicaban la ferocidad de todos y cada uno de sus golpes.
Cada vez que sus puños impactaban contra Madison, el aire alrededor vibraba. Los campos telequinéticos que ella intentaba levantar eran insuficientes para bloquear la devastadora potencia con la que Nathan la golpeaba.
Uno de sus puñetazos conectó directamente con el abdomen de la mujer, provocando un crujido seco y un gruñido ahogado de Kairos.
Madison fue empujada hacia atrás, pero se detuvo en seco; Kairos, enfurecido, lanzó un bramido rabioso, y los ojos de Madison brillaron en un rojo oscuro.
Con un solo gesto de su mano, una fuerza invisible y brutal golpeó a Nathan, lanzándolo a varios metros de distancia. El Diorin cayó, pero se levantó de nuevo, alzó los brazos y lanzó una oleada de fuego que arrasó con todo a su paso, quemando la tierra, el aire, y el mismísimo espacio entre ellos.
Madison, con un gesto apenas perceptible de su mano, desvió las llamas sin siquiera tocarlas. Kairos ya no tenía ganas de seguir jugando. Ahora estaba dispuesto a ir en serio.
Y entonces sucedió.
El suelo comenzó a separarse, no por grietas visibles, sino como si una fuerza colosal tirara de él desde el centro. Piedras, escombros, raíces y árboles enteros se elevaron en el aire, siendo arrastradas con una violencia imparable.
El castillo de Casiopea comenzó a desmoronarse a merced de aquella devastadora energía, desintegrándose en fragmentos que eran arrastrados hacia el vórtice que Madison había creado.
Los muros se sacudían, las torres crujían, y el eco de la destrucción resonaba por todos los rincones, transformando poco a poco el majestuoso castillo... en un caos de escombros.
En el interior, Anthony luchaba por mantener el equilibrio en medio del terremoto que estaba sacudiendo su mundo. Se aferró desesperadamente a una columna de piedra, pero el suelo bajo sus pies se fragmentó, y con un grito ahogado, él cayó y fue lanzado por los aires.
Su cuerpo voló en una trayectoria caótica, sin control, como un muñeco de trapo arrojado por el viento. Intentó agarrarse a cualquier cosa, pero sus manos solo encontraron el vacío. Entonces, el vértigo lo envolvió y gritó a todo pulmón.
Nathan, por su lado, luchaba por no ser abducido por el vórtice, y escuchó a Anthony, giró la cabeza y, con horror, vio cómo salía disparado hacia el cielo. El cuerpo pivotaba en el aire mientras se alejaba, elevándose a una velocidad descomunal, para luego empezar a descender.
Nathan lo supo al instante. El impacto sería fatal.
De repente, algo se movilizó en su interior, un impulso que no fue capaz de entender, y sin tiempo para procesarlo, Nathan apuntó su mano hacia el cielo.
Su rostro, empapado en sudor y lleno de concentración, se crispó mientras canalizaba cada gota de energía que tenía. En el último segundo, justo cuando Anthony estaba por estrellarse contra el suelo, un campo de fuerza dorado —brillante y casi cegador— se formó bajo él.
El cuerpo de Anthony chocó contra el campo de energía, amortiguando su caída en una explosión de destellos dorados. El campo de fuerza se resquebrajó al instante, debilitado por el impacto, y Anthony se desplomó, arrastrándose por el suelo.
El golpe lo dejó inconsciente, pero al menos, estaba vivo.
Nathan exhaló, agotado. Sin embargo, su alivio fue fugaz. Una risa cruel reverberó en aire y la voz de Kairos se escuchó como un espectro en la oscuridad.
—Desde cuándo te volviste un héroe, Becker...
La burla de Kairos fue lo último que Nathan escuchó antes de que una descomunal torre arrancada del castillo se precipitara hacia él. No tuvo tiempo de reaccionar.
El golpe fue devastador y su cuerpo quedó sepultado entre una masa gigantesca de escombros.
*****
Un destello violeta apareció a lo alto de una de las torres del castillo, y Emma, sin vacilar, soltó a Kassia, dejando que la fuerza de la gravedad hiciera su trabajo.
La chica cayó al vacío mientras su cuerpo giraba sin control en el aire, pero en el último segundo, a solo unos metros del suelo, extendió las manos, y de sus palmas emergieron orbes de oscuridad. Los pulsos absorbieron la energía del impacto, ralentizando su caída hacia los escombros.
Emma apareció junto a ella al siguiente segundo. Kassia apenas tuvo tiempo de ponerse en pie. Sin palabras, ambas sabían que esto no se detendría hasta que una de las dos quedara fuera de combate.
La oscuridad y la luz empezaron a condensarse alrededor de ellas, pero entonces, un feroz temblor sacudió todas las inmediaciones del castillo.
El suelo bajo sus pies comenzó a temblar, los muros a lo lejos crujían, y las torres del castillo se inclinaron peligrosamente hacia un lado.
De repente, el suelo bajo ellas se agrietó y el viento rugió en todas direcciones. Árboles, pedruscos, ladrillos, piezas de armaduras, escudos, asientos de piedra, estandartes, cañones... todo comenzó a volar alrededor de ambas, como si estuviesen siendo arrastrados por un huracán de proporciones titánicas.
Kassia, todavía con la guardia en alto, giró la cabeza contemplando la devastación que se cernía delante de sus ojos, mientras que Emma echó un vistazo hacia el cielo para horrorizarse con el gigantesco vórtice que parecía envolverlas.
—¿Qué está...? —dijo, pero un agudo grito le interrumpió.
A lo lejos, en el fondo del patio, donde el vórtice crecía con ferocidad, Emma pudo ver siluetas humanas atrapadas en el aire, girando, gritándole a la nada, mientras eran arrastradas con violencia hacia el cielo.
Sin tener tiempo para digerirlo, se giró hacia Kassia.
—¡Tenemos que salvarlos!
Kassia, aun con los ojos brillando en ese verde y negro sobrenatural, echó una rápida mirada a las personas atrapadas por el vórtice. Su expresión cambió por un instante, como si estuviera debatiéndose internamente qué hacer.
—Mierda.
Kassia extendió su mano derecha, y curvó sus dedos como garras, como si, al hacerlo, pudiese sostener el tiempo con sus propias manos. Su ojo verde brilló, y entonces, todo lo que había alrededor de ellas comenzó a moverse más lento.
Su ojo empezó a sangrar, mientras su brazo temblaba, tolerando la ferocidad del tornado. Aunque todavía no se detenía, su ritmo había disminuido notoriamente, como si estuviese desplazándose en cámara lenta.
—No puedo detenerlo del todo... —murmuró Kassia entre dientes, sintiendo la sangre que se escurría de su ojo—. ¡Apúrate! Esto te dará tiempo.
Emma no perdió un segundo más. Sus ojo izquierdo parpadeó con destellos turquesas. Vio el futuro, vio cada movimiento, cada trayectoria, cada grito de auxilio de aquellos que estaban en peligro. En apenas un instante, supo exactamente quiénes necesitaban ser salvados y dónde estarían en los próximos segundos.
Con una velocidad y precisión inhumanas, Emma se teletransportó hacia el primero de ellos, un hombre atrapado en el aire a punto de colisionar con la muralla del castillo. Llegó a él, lo envolvió en un destello de luz, y en un instante, ambos desaparecieron, reapareciendo en una meseta elevada, a lo lejos del castillo.
Sin perder el ritmo, Emma se teletransportó de nuevo, recogiendo a otro más. Uno tras otro, Emma los fue salvando. Sus movimientos eran rápidos y calculados, impulsados por la premonición y el instinto.
Cada persona que rescataba, la llenaba de una mezcla de alivio y desesperación, porque a pesar de su esfuerzo, el vórtice no paraba de crecer.
Las partículas de luz violeta que la acompañaban en cada teletransportación parpadeaban como pequeñas estrellas en la oscuridad del patio, iluminando los cuerpos que volaban sin control.
Finalmente, cuando el último de ellos estuvo a salvo, Emma reapareció cerca de Kassia, agotada, pero firme. Kassia, con la mano aún extendida, dejó que su poder se disipara.
El tiempo volvió a su curso normal, y ambas se quedaron en silencio, observando el vórtice que seguía girando a lo lejos, aunque sin más víctimas a la vista.
El torbellino era tan monumental que podía apreciarse desde kilómetros a la redonda, una tormenta de escombros que se levantaba hasta el cielo y giraba como un huracán enloquecido.
Desde la cima de la colina, los alumnos de periodismo que habían sido rescatados, observaban con los ojos abiertos de par en par, incapaces de comprender el caos que se desplegaba ante ellos. La situación los había superado a todos, y las cámaras ya no grababan, sino que temblaban en sus manos, ante la magnitud de lo que veían.
Milena y Efraín, desde la carretera que serpenteaba cerca de la costa, permanecieron estupefactos al ver el desastre a la distancia. El rostro de Milena permanecía tenso, mientras que Efraín, a su lado, dejaba caer un puro que había estado colgando de sus labios ante lo que estaba presenciando.
Más lejos aún, en las aguas caribeñas, el yate en el que viajaban Zoey y los demás se acercaba con rapidez hacia la costa. El motor rugió y empezó a desacelerar al llegar a las inmediaciones.
Zoey, con el viento golpeando su rostro, y el yate agitándose por las olas, miraba al frente, con el corazón en la garganta.
Sabía que Emma estaba ahí, en medio de esa tormenta, y aunque el miedo intentaba apoderarse de ella, su espíritu le pedía a gritos que tenía que hacer algo para ayudarla. Sin dudarlo, se aproximó al rector Anderson y le suplicó que la llevara a tierra, para no poner en peligro el barco.
Mientras tanto, Emma y Kassia permanecían cerca del corazón del vórtice. Ambas tuvieron la misma idea y emplearon sos pulsos de luz y oscuridad para mantenerse afirmadas al suelo y no salir despedidas.
Kassia apuntó su dedo hacia el responsable de la destrucción, Madison, levitando en las lejanías.
—¡Eso es a lo que me refiero! —gritó Kassia, siendo ahogada por el incesante sonido del viento y escombros—. ¡Los Diorins terminarán con todo! ¡Ninguno merece tener esa clase de poder!
—Esto tiene que terminarse ahora... —espetó Emma, apretando los puños con impotencia—. Ayúdame a detenerla.
—Por primera vez, estoy de acuerdo.
—¿Puedes congelar el tiempo?
—Sí, creo que puedo hacerlo una vez más —respondió Kassia, limpiando los restos de sangre de su ojo—. Pero no puedo traerte al tiempo muerto, porque cuando te toco, por alguna razón, se reanuda. Lo haré sola. No te preocupes, la mataré a la primera.
—Espera... —se apresuró Emma—. No. No vamos a matarla. Solo hay que detenerla. No tiene por qué morir.
—¿No estás viendo a tu alrededor? Si la dejamos vivir, esto podría volver a suceder.
—¡No! —insistió la rubia—. No vamos a matar a nadie.
—¡Ja! ¡Como si a ti te importara! —escupió Kassia furiosa—. ¿No quieres asesinar a una Diorin, pero sí a toda la humanidad?
—¿De qué mierda estás hablando? ¡No quiero que nadie termine muerto!
—¡No funciona así! —Bramó Kassia—. ¡Es lo que terminará sucediendo, sin importar lo que hagamos! ¡No hay manera de cambiar el destino original!
—¡Me da igual el puto destino! —estalló Emma—. ¡Ya me cansé! No sé que viste en el futuro, pero no me importa. Desde que tengo estas premoniciones siempre pienso que las cosas serán de una forma y termina siendo totalmente distinto —Emma bajó la mirada un segundo, y luego la levantó de nuevo, conectándola con la de Kassia con férrea determinación—. Te lo repito: no vamos a matarla. Si hay algo que aprendí es que el destino es volátil y completamente impredecible...
—No este destino... —subrayó Kassia—. Te aseguro que esto sucederá, contigo o sin ti. Así que si no me ayudas, te recomiendo que no me estorbes.
Kassia intentó juntar sus manos...
—¡No! —gritó Emma, arremetiendo contra ella con todo el impulso que le quedaba.
Y solo eso bastó para que sus cuerpos perdieran el contacto con el suelo y se elevaran, abducidas por el tornado de escombros que se alborotaba a su alrededor.
Y la batalla continuó.
Ambas pivotaban en el aire, aferrándose la una a la otra y lanzándose golpes a diestra y siniestra.
Emma, con el brazo izquierdo inutilizado, sintió un feroz torrente de dolor cuando lo movió para sujetarse con todas sus fuerzas a Kassia; y entonces, con un jadeo entrecortado, Emma lanzó el primer golpe.
Su puño derecho impactó contra la mandíbula de la chica. El golpe fue lento, cargado de agotamiento, pero efectivo. Kassia tambaleó en el aire, pero no se dio el lujo para rendirse y contraatacó.
Sujetando a Emma por el cuello con una mano, usó la otra para devolver el golpe. El impacto fue brutal. El puño conectó justo debajo de las costillas, arrancándole un jadeo de dolor, y el segundo, fue con ferocidad hacia el brazo herido de Emma.
El mundo se volvió blanco por un segundo. La agonía fue tan intensa que Emma sintió que su visión se nublaba. Su brazo parecía al borde de estallar en llamas. Pero, aun así, no iba a ceder.
Con un esfuerzo desesperado, pivotó en el aire y lanzó otro puñetazo con su mano derecha, esta vez directo a la sien de su rival. El golpe no fue limpio, ni rápido, pero suficiente para hacerla retroceder, apenas sostenida por el caos del tornado.
Ambas se movían en un ritmo descoordinado, golpeándose de forma errática. Kassia, con los dientes apretados y la respiración entrecortada, lanzó un puñetazo torpe que alcanzó el rostro de Emma, partiéndole el labio. El sabor metálico de la sangre llenó su boca, pero no se detuvo.
Mientras el viento rugía a su alrededor con más furia que nunca, y las arrastraba y zarandeaba hacia un destino incierto, en el centro del caos, Madison flotaba suspendida, contemplando la batalla, con una sonrisa perversa dibujándose en sus labios.
Alzó una mano lentamente, con la intención de acabar con ambas de un solo golpe. Su control sobre el tiempo y la realidad estaba casi completo. Solo tenía que arrebatárselo a ellas, pero antes de que pudiera desatar su poder, algo cambió en el cielo.
Desde lo alto, a través del rugido embravecido de la tormenta, un helicóptero luchaba por mantenerse en el aire.
Las hélices se tambaleaban con dificultad mientras el viento huracanado lo empujaba de un lado a otro. En la compuerta abierta, Adam Ascenzi permanecía firme, con su mirada fija en Madison y su rostro endurecido por la decisión.
—Lo siento, Insigne.
Alzó una mano al cielo, invocando una nube de tormentas que se extendió con velocidad por el horizonte. Relámpagos comenzaron a desplegarse a través del cielo oscuro.
Y entonces, con un movimiento brusco, Adam bajó su brazo.
Como una espada divina, un relámpago feroz cayó desde las nubes, dirigiéndose con precisión hacia Madison. El impacto fue instantáneo. El rayo alcanzó su cuerpo con una violencia indescriptible, haciendo que todo su ser se sacudiera.
Madison quedó paralizada al instante. El rugido empezó a extinguirse, y los escombros, liberados de su control telequinético, comenzaron a caer en picada hacia el suelo, junto con ella.
Emma, viendo la oportunidad, se teletransportó detrás de Kassia.
Sin dudarlo, le hizo una llave en el aire, sujetando su cuello y forzando sus manos a separarse para que no pudiera detener el tiempo.
Con un grito de esfuerzo, su ojo violeta empezó a sangrar, enviándole un torrente de padecimiento que pareció atravesar todo su cráneo; pero aun así, aun en las últimas, pudo ser capaz de convocar sus pulsos de luz filosos, clavándolos entre su cuerpo y el de Kassia, para inmovilizarla por completo.
Y entonces, ambas comenzaron a caer a una velocidad vertiginosa junto a la marea de escombros.
Kassia, retorciéndose en el aire, intentó frenar el tiempo o invocar los orbes oscuros, pero su cuerpo ya estaba al límite, y con cada segundo, sentía cómo el brazo de Emma la asfixiaba, impidiéndole hacer cualquier cosa para salvarse. Hasta que, tras retorcerse, luchar y gimotear... sus ojos abandonaron el color negro y verde de sus dones, y volvieron a la normalidad.
Emma, por su parte, se encontraba a punto del colapso total de sus fuerzas. Los pulsos de luz que había invocado la herían, cortando su propia piel mientras, intentaba mantener a Kassia inmovilizada.
Sentía cómo ambas caían cada vez más rápido y el suelo acercaba peligrosamente bajo ellas a cada segundo. El impacto sería inminente. Tenía que teletransportarse. Tenía que escapar... pero entonces, sucedió.
Como si de un interruptor se tratase, su fuerzas, sus energías, su voluntad, todo... llegó a cero.
Los pulsos se desvanecieron, su agarre se debilitó, y sus ojos luchaban por no cerrarse. Ya no podía hacer nada. Ningún músculo le respondía. El solo hecho de no perder la conciencia en plena caída ya resultaba una tarea abrumadora. Había perdido por completo todo control sobre su cuerpo. Se había exigido tanto que, ahora, su organismo se lo estaba cobrando.
Y entonces, mientras Emma cerraba sus ojos, rindiéndose al agotamiento; mientras la distancia hacia la inevitable colisión se recortaba drásticamente a cada segundo, y mientras su mente le recordaba aquella visión de muerte, que ahora resultaba imposible de evitar...
Emma y Kassia, se entregaron a su destino.
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