43. Choque de Diorins
Los ojos de Zoey se clavaban en el horizonte, sintiendo la impotencia apoderarse de su cuerpo. Emma la había dejado ahí, lejos del castillo, del peligro, de todo.
La impotencia de no poder hacer nada más que esperar la consumía por completo, pero eso no era lo peor, las imágenes de lo que había pasado, la muerte de Emma, eran una tortura sin fin.
Respiró hondo, pero sus pensamientos seguían enredados en la misma maraña de frustración y preocupación. Dio una patada al suelo, levantando un poco de polvo, pero era en vano, ya nada de lo que pudiera hacer aliviaría lo que sentía por dentro.
—No te preocupes. —La suave voz de Mateus interrumpió sus pensamientos. El anciano se acercó desde el interior del taller—. He llamado a Julia. Está a punto de llegar.
Zoey lo miró con el ceño fruncido.
—¿De qué servirá? —preguntó sin humor—. Emma está en el castillo, y nosotros aquí, a kilómetros.
Pero antes de que Mateus pudiera contestar, el sonido de un motor interrumpió la conversación.
Zoey alzó la mirada y vio cómo un vehículo se acercaba al playón del taller, deteniéndose justo frente a ellos. Era una camioneta de aspecto robusto, ideal para la carretera, pero no tan rápida como ella habría querido en ese momento. Las puertas se abrieron, y Julia fue la primera en bajar, seguida por Isaac, Leonard, y Mikael.
Zoey se quedó quieta, sorprendida por la repentina aparición del grupo, de todas formas, su expresión permaneció rígida y sin expectativas.
—¡El renovado equipo de rescate ha arribado! —espetó Isaac, siendo uno de los primeros en acercarse.
Julia caminó hacia Zoey.
—¿Hay algún jodido día que ustedes dos no se pongan en peligro? —preguntó Julia con ironía, pero a Zoey no le causó gracia—. Tranquila, querida. Ya estamos aquí. ¿A dónde hay que ir?
Zoey cruzó los brazos, evaluándolos a todos con la mirada.
—Aprecio que hayan venido, pero Emma está en el castillo de Casiopea con una lunática Diorin que puede manipular el tiempo. Y desde aquí hasta allá tardaremos más de una hora, incluso a toda velocidad. Es imposible llegar a tiempo para hacer algo.
Julia la miró fijamente, y Zoey reconoció esa chispa en sus ojos, la misma que siempre aparecía cuando tenía una idea que parecía imposible, pero que de algún modo funcionaba.
—¿Y si vamos por agua? —sugirió Julia mientras sacaba su celular y lo desbloqueaba—. No tardaríamos ni la mitad del tiempo. Sería más rápido y directo.
Zoey arqueó una ceja, incrédula ante la sugerencia.
—¿Y cómo carajo piensas hacer eso?
Julia levantó una mano, deteniéndola con un «ah, ah, ah» juguetón, antes de que pudiera decir algo más.
—Estoy pensando en eso, bebe —respondió mientras navegaba en su celular—. Y creo que tengo la solución.
Julia siguió desplazándose por su cuenta de Instagram hasta que encontró la foto que buscaba. Satisfecha, giró el teléfono hacia Zoey para mostrarle la imagen.
En la pantalla aparecía Flavia Anderson junto a su padre, el rector Anderson, sobre un yate de aspecto ultramoderno. La embarcación brillaba bajo la luz del sol, con líneas elegantes y un diseño que parecía más propio de una nave espacial que de una embarcación. Era perfecta.
Zoey frunció el ceño, tratando de entender el plan.
Julia, previendo la siguiente pregunta, sonrió.
—Antes de que me preguntes cómo vamos a convencer a Flavia, te doy un pequeño adelanto... —Julia bajó la voz, mirando a Leonard y Mikael con complicidad—. Flavia, Leonard y Mikael... bueno, digamos que se lo pasaron muy bien en la cabaña.
Leonard se llevó una mano a la nuca, esbozando una sonrisa, mientras Mikael intentaba disimular una tos.
—Algo me dice que si ellos se lo piden, aceptará —continuó Julia con confianza—. Además, ella es un amor. Vale la pena intentarlo, ¿no crees?
Zoey dejó escapar un suspiro, observando la seriedad en los ojos de Julia, pero también esa chispa juguetona que no podía ignorar. A pesar de todo, una pequeña sonrisa asomó en sus labios.
—Está bien.
Julia le dio un suave codazo en el brazo, animándola.
—No te preocupes. Vamos a sacar a Emma de esa.
*****
—Ni hablar, de ninguna manera les voy a prestar mi yate —gruñó Anderson, cruzando los brazos frente a su pecho.
Su calva brillaba bajo la luz fría de los faroles de su hogar, y su rostro, de líneas severas, dejaba claro que no estaba de humor para discutir. Como de costumbre.
Zoey y Julia intercambiaron miradas frustradas. Estaban de pie frente a la moderna casa costera del rector, una estructura angular y minimalista con grandes ventanales que miraban hacia el mar turquesa de Ciudad Einstein.
—Rector, lo necesitamos —insistió Zoey—. No hay otra forma de llegar al castillo a tiempo. Emma está allí, y si no nos damos prisa, podría ser demasiado tarde.
—¿A qué viene todo esto de correr hacia un castillo? —preguntó Anderson, arqueando una ceja. Su mirada severa pasó de Zoey a Julia, como si estuviera evaluando cada palabra—. No sé ni de qué me están hablando, y aunque lo supiera, ¿cómo esperan que confíe en ustedes para permitirles usar mi yate? Es inaudito. Dudo mucho que sepan siquiera cómo funciona. —Su mirada se endureció aún más cuando se dirigió a su hija—. Y Flavia, ni te atrevas a pedirlo. Todavía no has aprendido.
Flavia sopló su flequillo rojizo, que asomaba bajo un gorro de lana gris.
—Papá, por favor. Quizás sea mejor que lo reconsideres. Si ellos lo necesitan, debe haber una buena razón.
—Una razón que, de momento, no se han molestado en explicar. No. No estoy dispuesto a que algo les pase allá afuera.
Zoey suspiró con pesadez. Sabía que Anderson no cedería sin una explicación completa, pero no tenían tiempo para eso.
—Te lo contaré todo, Anderson —dijo ella, con la voz entrecortada—. Pero necesitamos que nos lleves al castillo de Casiopea, por favor.
Anderson frunció el ceño, sus ojos brincaron de su hija a Zoey, y luego a Julia, como si estuviera calibrando las posibilidades. Su desconfianza habitual lo mantenía en una actitud rígida, pero había algo en la determinación de Zoey, en su tono de desesperación, que lo hizo detenerse por un momento.
Estudió a Flavia un segundo más. Su hija lo miraba con esos ojos que lo habían vencido tantas veces. Finalmente, Anderson soltó un largo suspiro, con las manos en las caderas, y murmuró para sí mismo.
—Está bien. Pero seré yo quien conduzca.
Flavia sonrió con alivio, mientras Julia y Zoey intercambiaban miradas de sorpresa. El rector, aunque molesto, ya había cedido.
Unos momentos después, ya todos se encontraban a bordo del yate, deslizándose sobre las aguas caribeñas. El océano parecía interminable mientras las olas chocaban contra el casco de la embarcación.
Anderson, al volante, miró de reojo a Zoey, esperando que cumpliera su promesa.
—Entonces, Fisher. Ya estamos en marcha. Ahora dime, ¿qué está pasando con Clark?
Zoey, ubicada cerca del timón, sintió la presión hundiéndose en su pecho. Las palabras se agolpaban en su mente, pero no conseguían salir con coherencia. Nerviosa, pasó una mano por su cabello y apartó la vista del rector, luchando por encontrar las palabras correctas.
—Yo... —balbuceó—. Es complicado. No sé ni por dónde empezar. Todo está... todo está fuera de control.
Antes de que pudiera continuar, sintió una mano cálida posarse en su hombro. Era Isaac.
—Zoey —dijo él en voz baja—, creo que has pasado por mucho. Si lo prefieres, yo se lo explico.
Zoey asintió.
—Gracias.
Isaac le devolvió una sonrisa y le dio un pequeño apretón en el hombro antes de voltearse hacia Anderson.
Mientras él hablaba, Zoey se apartó hacia uno de los rincones más alejados del yate, buscando un respiro y un momento de soledad en medio de la confusión. Se dejó caer en un asiento acolchado, apoyando los codos en las rodillas y hundiendo su rostro entre las manos.
Su mente regresó a los horrores que había vivido en el castillo. Las imágenes de Emma, los disparos, la sangre... todo se repetía una y otra vez en su memoria. El error que había cometido la inundaban con una feroz culpa que la hacía sentir más pequeña a cada segundo que pasaba.
Se llevó una mano al rostro, sintiendo las lágrimas arder en sus ojos, pero no las dejó caer.
Apretó los dientes. Sus expresiones rotaban entre la desesperación y el arrepentimiento. El peso de lo sucedido era insoportable. Una tortura.
Un sollozo escapó de su garganta, pero intentó ahogarlo con rapidez. Tenía que mantenerse fuerte, pero... la culpa era un monstruo que la ahogaba sin piedad alguna.
Las olas continuaron chocando contra el casco, mientras Zoey, consumida por sus pensamientos, no pudo evitar preguntarse si alguna vez podría perdonarse por lo que había hecho.
O peor, si Emma lo haría.
*****
La batalla estalló.
Adam fue el primero en moverse. Con un giro rápido, lanzó un puñetazo a un corrompido directo en la mandíbula. El crujido de los huesos resonó, y mientras el hombre caía, Adam vio a otros dos acercarse por su flanco, no había tiempo para contenerse, se agazapó evadiendo el primer golpe.
Sin perder tiempo, sus puños se cerraron, invistiéndose en la energía de Seth, rodeándose de chispazos eléctricos. Dio dos puñetazos, el primero lanzó a un corrompido a un encuentro feroz contra el suelo, y el segundo expulsó al siguiente hacia atrás, estrellándolo contra las bancas de madera.
La iglesia era un caos de movimiento, gritos y violencia, un remolino de cuerpos que se golpeaban, a diestra y siniestra, creando un caos absoluto.
Los seguidores de Aión peleaban con las manos desnudas, o armas, mientras los corrompidos, bajo la influencia de Kairos, se movían con una fuerza sobrenatural, como si no sintieran dolor o miedo.
Un fiel de Aión trató de acuchillar a uno de los corrompidos, pero este último bloqueó el ataque con un brazo, ignorando la herida que le abría la piel y, con una violencia abrumadora, le rompió el cuello con un solo movimiento.
El cuchillo se desplazó de la mano del cadáver y cayó, pero en el último segundo antes de que llegara al suelo, otra seguidora de Aión se deslizó por el suelo, lo tomó, y con la misma inercia se colocó de pie, y se abalanzó hacia el corrompido, acuchillándole repetidas veces en distintas zonas vitales del cuerpo.
La sangre saltó hacia todos lados; una gota se desplazó por el aire hasta llegar a una corrompida de cabello rapado que se abalanzó hacia un Aionista que tenía un arma en la mano: dos balas atravesaron su cuerpo, pero no le importó, antes de que el Aionista pudiera reaccionar, la corrompida cerró las distancias y lo levantó de un brazo, estampándolo contra el suelo con una brutalidad que hizo vibrar el suelo de la iglesia.
La corrompida cerró sus dedos en el cuello de su víctima con una sonrisa sádica estampada en el rostro, pero antes de poder dar el golpe final, una bota se clavó en su cráneo. La patada fue brutal; chispas eléctricas se desprendieron en el ataque, reventándole la cabeza por completo.
Adam ayudó a su seguidor a colocarse de pie, con un apretón de mano que lo levantó como si su cuerpo fuese de papel. De repente, un corrompido apareció frente a él, blandiendo como arma un fragmento de madera afilado.
Adam se preparó para evadirlo, pero el corrompido jamás llegó hacia él. Un disparo resonó en el aire y atravesó a su agresor antes de que siquiera pudiera darse cuenta.
Uno más, con un corte mohicano, llegó desde una posición cercana con un cuchillo de carnicero en la mano, dispuesto a terminar con el Diorin; Adam esquivó el primer tajo con un ágil giro de cintura, dejando que la hoja cortara el aire vacío.
En un movimiento rápido y calculado, Adam lo desarmó con una patada ascendente, el cuchillo se desprendió de su mano y se clavó en la espalda de un Aionista que luchaba contra dos corrompidos a la vez.
Adam notó eso y, con una destreza sin comparación, aplicó una llave al cabeza de cepillo, luego lo volteó de tal forma que quedara alineado a los otros dos: posó su mano en el pecho, y una pequeña, pero letal descarga eléctrica nació y lo lanzó cuál proyectil, derribando a los corrompidos.
Adam, ahora cubierto de sudor, volvió al centro de la iglesia. Sin embargo, justo cuando pensaba que la batalla estaba siendo controlada, un estruendo ensordecedor resonó en toda la iglesia, y desde la puerta, más corrompidos ingresaron dispuestos a todo.
Adam apretó los dientes, y sus ojos, dos esferas azules, destellaron.
*****
En el puente, Emma apareció justo detrás de Kassia en un destello fugaz de partículas violetas que reverberaron en el aire. Preparó su ataque, invistiéndolo con el poder de Horus, pero Kassia fue más veloz.
Todo se congeló. La mirada de la peli plateada se deslizó hacia Emma, saboreando su ventaja. Con calma, Kassia giró sobre sí misma y lanzó un golpe directo cargado con los orbes oscuros de Osiris.
En ese mismo segundo en el que el tiempo retornó, su ojo violeta brilló. La proyección de su yo futuro se materializó como un fantasma translúcido, y esa versión vio el golpe venidero.
El puño de la Kassia se cubría de una oscuridad densa, los orbes de sombra alrededor de su mano distorsionaban la luz como pequeños agujeros negros, mientras el puño proyectado de la Emma de la visión se empapaba en partículas de fotones violetas, tan vibrantes como la energía misma del universo.
Ambos puños se encontraron.
Una feroz explosión resonó en todo el puente, una colisión de fuerzas tan brutales que el impacto no solo las separó, sino que generó una onda expansiva que las lanzó hacia los extremos opuestos del puente.
El suelo de piedra bajo ellas se resquebrajó, polvo y escombros volaron por los aires, y una grieta enorme se extendió desde el centro del puente hasta los pilares que lo sostenían.
Emma se levantó con rapidez, respirando con dificultad, mientras Kassia se erguía al otro lado.
Y entonces, como si el mundo se acelerara de nuevo, ambas desaparecieron de la vista, solo para reaparecer en diferentes puntos del puente, golpeándose brutalmente en cada colisión.
Una se teletransportaba, mientras que la otra detenía el tiempo para no quedarse atrás. A ojos normales, era como si ambas aparecieran y se desvanecieran en ráfagas de luz y sombra. Sus golpes resonaban como truenos, haciendo temblar los muros del castillo con cada choque de las Diorins.
Kassia detuvo el tiempo, lanzándose hacia Emma, pero en el segundo que lo hizo, Emma ya había visto su movimiento. La teletransportación se activó al instante, apareciendo justo a un lado de Kassia, lista para devolver el golpe.
Sin embargo, cada vez que sus poderes chocaban, el entorno se quebraba aún más. Paredes que alguna vez habían sido firmes ahora caían a pedazos, las vigas se desplomaban, y los escombros cubrían todo el suelo del castillo.
Ambas luchaban como si el tiempo y el espacio fueran juguetes en sus manos.
Y entonces, algo anormal sucedió.
Una grieta se abrió en el aire, justo en el centro del puente. Al principio, diminuta, un corte fino que pulsaba como si tuviese vida propia, casi invisible a los ojos, pero con cada golpe, se expandía, distorsionando todo a su alrededor. Los bordes de la grieta ondulaban como si la propia realidad se estuviera deshilachando, pero ninguna de ellas lo notó. Solo tenían ojos la una para la otra.
Kassia extendió sus manos, y de los vacíos que dejaba a su alrededor comenzaron a formarse orbes más grandes que empezaron a tragarse el brillo de los fotones de Emma.
Con un gesto rápido, Kassia usó el poder absorbido por sus orbes para moldearlo en formas afiladas y estacas de oscuridad se materializaron en el aire.
Las lanzó con una velocidad que rebanó el viento. Emma, que ya había anticipado este ataque, se teletransportó justo a tiempo, pero las estacas seguían formándose desde los orbes a su alrededor, siguiendo su rastro sin descanso.
Cada vez que Emma se desplazaba, Kassia estaba un paso por detrás, creando más armas de oscuridad que atacaban desde todos los ángulos posibles. Las partículas de luz violácea de Emma se encendieron en un escudo brillante, interceptando las cuchillas de Kassia en pleno vuelo. Pero Kassia no se detenía. Con un grito de esfuerzo desmedido, estrelló ambas manos contra el suelo del puente, haciendo que los orbes que flotaban en la zona debajo del puente implosionaran, tragándose la materia, para luego liberarla en feroces ráfagas de explosión.
La estructura no soportó la presión y el puente se derrumbó al instante.
Ambas se desplomaron en una espiral de escombros hacia los patios interiores del castillo. Pero la lucha no se detuvo ni siquiera mientras caían. Kassia, ralentizó su caída durante unos segundos con el poder de Cronos, y suspendida en el aire, formó nuevas lanzas de oscuridad que arremetieron hacia la rubia.
Emma vio el futuro. Supo exactamente dónde transportarse para evadir cada uno de los ataques, pero la gravedad la sorprendió de repente y su cuerpo terminó por desplomarse en el suelo.
Emma cayó rodando por el césped del patio, y Kassia disipó la ralentización de su caída para aterrizar frente a ella. Sus pies levantaron tierra al arrastrarse con una agilidad que parecía inhumana. Lista para continuar con la misma intensidad.
Emma aplastó el césped con su mano y se colocó de pie con dificultad. A pesar de que su frente estaba empapada de sangre, su mirada no perdía determinación.
—¿Estás cansada, Diorin? —escupió Kassia, mientras más sombras surgían a su alrededor—. Ya perdiste contra mí una vez. Espero que este baile no termine tan pronto.
Emma, aún jadeante por el esfuerzo, levantó una de sus manos que se invistió con los pulsos de luz; la llevó hacia atrás, y los lanzó hacia Kassia con todas sus fuerzas.
*****
El fuego surcó el aire en un arco rasante, iluminando el entorno con un destello abrasador que reflejaba la furia contenida de Nathan Becker.
Las llamas, intensas como el mismo sol, avanzaron hacia Madison, quien se mantuvo impasible, con su mirada poseída por el oscuro brillo escarlata de Kairos.
Justo antes de que el fuego la alcanzara, levantó una mano con calma casi despreciativa y, con un simple gesto de sus dedos, un campo invisible de energía surgió a su alrededor. Las llamas se desintegraron, dispersándose como si hubieran golpeado una barrera impenetrable.
Nathan rechinó los dientes, frustrado por la facilidad con la que su ataque había sido neutralizado. Respiró hondo, sus ojos dorados ardían de intensidad mientras más y más fuego crepitaba alrededor de su cuerpo, envolviéndolo como un manto flamígero. Su piel brillaba bajo la luz incandescente.
Madison, o más bien Kairos, sonrió con una malicia que no pertenecía a la mujer que Nathan conocía. Las piedras a su alrededor comenzaron a vibrar, levantándose de forma amenazante del suelo.
Sin previo aviso, las rocas salieron disparadas hacia Nathan con una velocidad letal, girando como proyectiles. Nathan reaccionó instintivamente, cruzando sus brazos frente a su cuerpo y generando un muro de energía dorada tan denso que las rocas se convirtieron en polvo antes de tocarlo.
Pero Kairos no se detuvo; más piedras y fragmentos del suelo se elevaron como si la tierra misma fuera su arsenal, listas para lanzarse sobre Nathan desde todas direcciones.
Nathan vio venir la emboscada y soltó una explosión de fuego desde sus pies, impulsándose hacia arriba justo antes de que las rocas lo aplastaran.
El aire a su alrededor se ondulaba con el calor de sus llamas mientras se elevaba por el aire, girando sobre sí mismo para liberar una ráfaga de fuego dirigida directamente hacia Madison. Las llamas se arremolinaron en una espiral mortal, avanzando con una fuerza devastadora.
Pero Madison, con la misma calma desquiciada, extendió ambas manos. Las llamas se desvanecieron de nuevo. Luego, con un movimiento de su mano, lanzó un feroz golpe al que distorsionó el aire, como si fuese un misil invisible que llegó a Nathan en cuestión de un suspiro.
Nathan, sorprendido, apenas tuvo tiempo de generar una barrera a su alrededor, pero el impacto fue brutal. La telequinesis colisionó y le derribó, lanzándolo hacia el muro del castillo.
La pared se desplomó y escombros cayeron hacia Nathan.
Una explosión se detonó al siguiente segundo; Nathan salió desde el interior de una nube espesa de polvo, a toda velocidad, volviendo al exterior. Su cuerpo se envolvió nuevamente en llamas, pero esta vez, en lugar de atacar directamente, lanzó una onda expansiva de fuego hacia el suelo, desintegrando los escombros y creando una zona despejada.
—¡Es suficiente! —rugió Nathan, levantando ambos brazos. Desde sus puños, se desató una ráfaga de fuego abrasador, que surcó el aire con violencia, iluminando la oscuridad a su alrededor. Las llamas, cargadas con el poder de Ra, envolvieron el espacio entre él y Madison, intentando cercarla en un muro infernal.
Madison levantó una ceja con indiferencia mientras extendía una mano. El fuego que buscaba consumarla se desvió en el aire, curvándose como si una fuerza invisible lo repeliera. La presión de su telequinesis empujó las llamas hacia los lados, disolviendo el ataque como si no fuera más que una brisa cálida.
—¿Eso es lo mejor que tienes, Ra? —La voz de Kairos resonaba con una mezcla de burla y desdén—. Esperaba más de ti.
Nathan gruñó, apretando los dientes mientras se arremolinaba más fuego a su alrededor. No podía perder tiempo, no con Madison en juego. Su mirada se encendió de determinación, y sus ojos brillaron con un dorado intenso, reflejando las llamas que ya danzaban en sus manos.
—Maldito parásito... —Nathan apretó los puños y el fuego envolvió sus brazos como serpientes incandescentes—. Te juro que te consumiré hasta las cenizas.
Madison no se quedó de brazos cruzados.
La gravedad pareció cambiar de dirección mientras rocas y árboles se levantaban del suelo como si estuvieran siendo arrancados. Las rocas comenzaron a girar alrededor de Kairos, formando una tormenta de escombros que crecía en intensidad, lanzándolos con una fuerza devastadora hacia Nathan.
Nathan rodó por el suelo, esquivando por poco los fragmentos que se estrellaron contra la tierra con un estruendo que hizo temblar el área.
Con un movimiento rápido de su mano, lanzó una oleada de energía telequinética tan poderosa que arrancó un árbol del suelo, haciéndolo volar en dirección a Nathan. Con reflejos rápidos, Nathan levantó una pared de energía que envolvió el tronco antes de que lo alcanzara, pero la fuerza del impacto lo hizo retroceder, tambaleándose por un momento.
—¡Mierda! —bufó Nathan, sus puños ardían con una intensidad casi cegadora. El poder de Ra palpitaba en su interior, pero Kairos era implacable. Tenía que pensar rápido.
Madison levantó ambos brazos y la tierra a sus pies comenzó a elevarse en colosales masas de roca y tierra. En un instante, lanzó una montaña de escombros hacia Nathan, cubriendo todo el terreno frente a él. Nathan intentó levantar un escudo a su alrededor, pero esta vez, el ataque de Madison fue demasiado rápido.
Una piedra enorme lo golpeó en el costado, derribándolo hacia el suelo con un estruendo.
Madison sonrió, avanzando lentamente hacia Nathan, quien intentaba levantarse, respirando con dificultad.
—Tu poder es impresionante, Ra. Pero no lo suficiente.
Nathan sintió la presión del fuego arder en sus venas mientras veía cómo los escombros y las piedras seguían flotando, cubriendo casi todo el cielo a su alrededor. La distancia no era su ventaja, eso estaba claro. Si quería ganar esta pelea, tendría que cerrar la brecha.
Se concentró, y en un movimiento rápido, el fuego envolvió su cuerpo al completo. Con un feroz grito, lanzó una explosión bajo sus pies, y el estallido lo impulsó hacia adelante como una flecha de fuego.
Madison hizo llover escombros para detenerle, pero Nathan en ese estado era tan veloz que ninguno llegó hacia él. Sin perder tiempo, la mujer levantó la mano para crear otro campo de energía, pero Nathan ya se había anticipado.
Justo antes de llegar a ella, lanzó una pequeña, pero precisa explosión a un lado, desestabilizándola.
Ese momento fue suficiente.
El puño de Nathan impactó directamente en el rostro de Madison con una brutalidad feroz. El crujido del golpe retumbó en el aire, y la mujer fue empujado hacia atrás, tambaleándose por la fuerza del impacto, pero sin caer.
El fuego seguía ardiendo en los puños de Nathan mientras avanzaba, sin darle espacio para recuperarse.
Madison intentó reformar el campo de energía, pero Nathan siguió presionando, lanzando una ráfaga de golpes sin descanso. Cada uno de sus puños era una explosión en miniatura, vibrando con el poder de Ra, buscando acabar con la resistencia de Kairos antes de que pudiera contraatacar.
Ya la tenía, no podía dudar.
*****
Mientras tanto, en la iglesia, el caos no era menos intenso.
Adam, con su semblante serio y agotado, continuaba deshaciéndose de los corrompidos con una ferocidad digna de un Diorin como él.
El suelo estaba cubierto de escombros, cuerpos de Aionistas y Corrompidos por igual. La pelea había sido despiadada, sin tregua ni respiro. Adam sabía que no podía permitir que esta lucha durara mucho más. No mientras Kairos seguía aumentando su influencia y poder. Sus seguidores estaban siendo manipulados, pero él debía acabar con esto ahora.
Cerró los ojos por un segundo, concentrándose en las nubes oscuras que comenzaban a reunirse sobre la iglesia. Sabía que, si quería terminar esta batalla, debía preparar algo definitivo, pero no podía agotarse aún. Debía guardar fuerzas para lo que venía después.
Adam respiró hondo, y al abrir los ojos, su mirada se volvió fría como el acero.
El hombre giró sobre su propio eje, esquivando un golpe de un corrompido que se lanzó hacia él con una vara de metal. Con un rápido movimiento, Adam extendió la mano y disparó una pequeña descarga de energía que envió al finisterra contra una pared, quebrándole los huesos de su espalda.
Finalmente, la carga estática en el ambiente le dio la señal a Adam de que su ataque definitivo estaba cerca de culminar.
Levantó ambos brazos hacia el cielo oscuro que se cernía sobre la iglesia y las nubes respondieron de inmediato. Los vientos se agitaron, y un retumbar lejano comenzó a sentirse en lo profundo del cielo ennegrecido.
Los relámpagos empezaron a formarse, brillando con fuerza, cargados con el poder de Seth, pero Adam no los liberaría todavía. Sabía que cada segundo de preparación contaba.
Uno de los Corrompidos se lanzó hacia él con un grito furioso, pero antes de que pudiera tocarlo, Adam lo envió volando con una ráfaga de viento que nació desde el centro de su cuerpo, y lo apartó como si fuera una mera hoja. Otro vino desde su izquierda, y Adam lo derribó con un rápido rayo que lo dejó tendido en el suelo, inconsciente.
Sin descanso, más corrompidos salían de la nada intentando alcanzarlo, pero ya estaba listo. La energía en el cielo se concentraba con más fuerza, y en ese momento, supo que era hora de actuar.
Con un grito, Adam bajó ambos brazos de golpe, dirigiendo toda la furia acumulada de los cielos sobre sus enemigos.
Los relámpagos descendieron desde las nubes como serpientes eléctricas, rasgando la oscuridad de la noche. Ingresaron por los largos ventanales de la iglesia en un destello cegador, impactando en cada uno de los corrompidos que quedaban en pie.
El suelo tembló bajo la fuerza de la descarga, y el estruendo de los relámpagos sacudió las paredes de la iglesia. Los corrompidos por Kairos cayeron al suelo, incapaces de soportar la energía desatada.
Adam permaneció inmóvil por un momento, observando cómo el último de ellos se desplomaba. El aire olía a ozono, y la iglesia, que antes estaba llena de caos, se sumió en un silencio sepulcral.
Adam levantó la mirada, buscando con urgencia a Macarena y Ulises entre el caos de la iglesia, pero no estaban por ningún lado.
Un mal presentimiento lo recorrió. Rechinando los dientes con frustración, se giró de inmediato y comenzó a correr hacia la zona subterránea, donde sabía que el supremo líder y el niño oráculo debían estar ocultos. Cada paso que daba resonaba en los pasillos vacíos y el eco de sus botas en la piedra aumentaba su ansiedad.
Al atravesar la última puerta, la escena lo dejó congelado por un segundo. Macarena y Ulises, los dos mayores corrompidos por Kairos, estaban de pie frente al niño oráculo. Ptolomeo, el supremo líder, yacía inconsciente en el suelo.
Un frío temor recorrió a Adam al ver lo que estaba a punto de suceder. Justo antes de que pudiera intervenir, ambos corrompidos extendieron sus manos hacia el niño.
Pero algo sucedió.
Los ojos del niño brillaron con un resplandor blanquecino y, al menor contacto, Macarena y Ulises cayeron inertes al suelo. No hubo gritos, no hubo lucha; solo un instante de silenciosa liberación.
Adam observó, atónito, mientras el niño se volvía hacia él, sus ojos brillaron un segundo más antes de volver a la normalidad. Con una calma perturbadora, el niño habló:
—Ellos ya no serán un problema. Los he liberado del control de Kairos, pero Aión me dio un mensaje. Es Madison Insigne. Ella está en peligro. Osiris está cerca.
El supremo líder, Ptolomeo, empezó a moverse lentamente, recuperando la conciencia. Se levantó con esfuerzo y, tras unos segundos de recomponerse, se dirigió a Adam con un semblante grave.
—Lo mejor será que te vayas —dijo Ptolomeo con voz ronca—. Ayuda a Insigne... y tráeme a Osiris.
Adam asintió, comprendiendo la urgencia. Su mente ya estaba maquinando la siguiente jugada. Giró sobre sus talones y antes de marcharse, pidió prestado el helicóptero de la corte, y sin perder más tiempo, se dirigió hacia la salida.
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