42. El tiempo lo arrastra todo
Kassia cerró la puerta de su suite con un suspiro relajado, deshaciéndose de los tacones en cuanto sus pies tocaron la alfombra.
Su habitación era exactamente como a ella le gustaba: espaciosa, moderna y con un ligero toque de desorden controlado. Se dejó caer en el sofá con un suspiro de alivio y cerró los ojos un segundo, disfrutando del silencio.
—Bueno, otro día sobrevivido —murmuró para sí misma con una sonrisa ladeada.
Abrió un ojo y miró la televisión, que aún seguía encendida con un canal de música antigua. No podía evitar sonreír al ver las letras cursis que alguien, en algún momento, había considerado poéticas.
Con un salto ágil, se levantó del sofá y se dirigió al armario. Sacó una camiseta holgada de algún concierto olvidado y un par de shorts cómodos. Kassia no era exactamente la persona más ordenada, pero sabía dónde estaba todo, al menos lo suficiente para encontrar lo esencial antes de irse a dormir.
Fue justo entonces cuando algo en su mente hizo «clic». El celular.
—No puede ser... —bufó, pasando una mano por su cabello platinado mientras hacía memoria. Lo había olvidado en la habitación de Serafina, claramente. Otra vez. Era una manía suya, dejar las cosas en los peores momentos posibles.
Con un suspiro resignado, salió de su suite en dirección a la de Serafina, decidida a recuperar su celular y evitar el caos matutino de buscarlo por todo el hotel. Pero cuando abrió la puerta de su habitación, lo que vio la detuvo en seco.
Serafina estaba en el pasillo, de pie frente a Jonatan, el guardia de seguridad que había visto hacía unos minutos. Al principio, todo parecía normal, pero en cuestión de segundos notó algo extraño. Jonatan sostenía un arma, y su expresión, aunque calma, parecía cansada.
Como si estuviera fastidiado por lo que estaba a punto de hacer.
—Supongo que no hay manera fácil de lidiar con esto... —murmuró Jonatan, levantando el arma en dirección a Kassia.
Antes de que pudiera siquiera pensar en reaccionar, el tiempo se detuvo.
Kassia juntó sus palmas en un movimiento instintivo, y de inmediato, un resplandor verde intenso inundó sus ojos, extendiéndose como un manto invisible a su alrededor. Todo se congeló. El sonido se desvaneció y el silencio absoluto tomó el control.
La bala, que había sido disparada un microsegundo antes, flotaba en el aire, suspendida en medio del pasillo, a centímetros de impactarla.
El gesto de Serafina estaba paralizado, y Jonatan, con el brazo extendido y el dedo en el gatillo, mantenía una mueca fija.
Kassia exhaló con lentitud, sintiendo la calma en su sistema. Se movió, esquivando la bala con un paso ligero, y caminó directamente hacia Serafina, tocando su hombro con suavidad.
—Hora de despertar —susurró.
Los ojos de Serafina parpadearon, el tiempo para ella comenzó a moverse, aunque todo lo demás seguía suspendido en ese mundo estático.
—Gracias —dijo Serafina, enderezándose y observando la situación.
—¿Qué demonios está pasando? —preguntó Kassia, aún alerta.
Serafina miró al guardia con frialdad.
—No es Jonatan —respondió, como si eso explicara todo—. Alguien se hizo pasar por él. Tengo la sospecha de que es un Diorin. Y el único que conozco capaz de cambiar de cuerpos de esta manera es Nathan Becker.
El nombre hizo que Kassia frunciera el ceño.
—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Kassia, relajando un poco la postura pero manteniendo el aura de control absoluto sobre el tiempo.
—Quiero saber quién está detrás de todo. Tengo mis sospechas de que es Ptolomeo, pero necesito confirmarlo.
Kassia asintió.
—¿Y qué hago yo?
—Arrastra el tiempo —dijo Serafina con firmeza—. No quiero que Nathan te vea. Cuando salgamos, salva a los chicos en mi habitación. Los mató. Y si encuentras más muertos en el hotel, ayúdalos también. Cuando termines, sin que nadie se entere, sígueme.
Kassia sonrió, esa sonrisa audaz que siempre la acompañaba cuando las cosas se volvían peligrosas. Esto iba a ser interesante.
—Está bien, Sera —respondió Kassia, guiñándole un ojo—. Tranquila. Te cuido la espalda.
Sin esperar más, Kassia regresó a su habitación, cerrando la puerta detrás de ella. Sabía exactamente lo que tenía que hacer. Juntó sus palmas una vez más, y sin separarlas desde la base, las movió en sentido antihorario.
La televisión que aún estaba encendida en su habitación comenzó a reproducir imágenes en reversa: los programas retrocedían y las canciones volvían a sus primeras notas. Todo en el cuarto seguía esa corriente inversa, hasta que Kassia sintió que el ciclo había llegado al punto exacto.
Soltó un suspiro y dejó que el tiempo volviera a su curso natural.
Esperó pacientemente, escuchando los pasos en el pasillo. Serafina y Nathan ya estaban marchándose. No había que apresurarse. Aprovechó para cambiarse de atuendo, y cuando los sonidos se desvanecieron por completo, Kassia abrió la puerta y salió de su suite.
*****
Zoey seguía en el suelo, con la respiración entrecortada y el corazón golpeando sin piedad en su pecho.
Sus manos temblaban. El cuerpo inerte de Emma frente a ella parecía una cruel confirmación de lo imposible. No podía apartar la mirada de su amiga, y su mente repetía una y otra vez la misma pregunta: ¿Qué había hecho?
Las lágrimas caían de manera descontrolada, mezclándose con su confusión y desesperación, hasta que el sonido de pasos resonando en el pasillo interrumpió su caos interno.
No tuvo ni fuerzas, ni voluntad, para mirar. Apenas fue consciente de la elegante figura que entró en la cámara.
Kassia Nowak ingresó como si fuera dueña del lugar. Ignoró por completo a Zoey, enfocando su atención en Serafina, que ya estaba en un rincón, sin sus ataduras, y observando la escena. Kassia se detuvo frente a ella, esbozando una sonrisa tranquila.
—¿Cómo estás, Sera? —preguntó Kassia con suavidad, como si acabara de llegar de una simple reunión.
Serafina asintió con una expresión tranquila.
—Estoy bien. Aunque creo que te excediste un poco con esto del «cambio de cuerpos».
Kassia soltó una carcajada suave, pero divertida, manteniendo una expresión simpática.
—¿En serio? A mí me pareció que así aprendería la lección. Y, mira, matamos dos pájaros de un tiro: una Diorin muerta y esta loca... bueno, traumada.
El comentario fue como un disparo para Zoey, quien de repente volvió en sí. Kassia y Serafina estaban hablando de ella, de Emma, como si no significaran nada. Con el miedo transformándose en furia, se hizo de nuevo con el arma hacia Kassia con las manos temblorosas, dispuesta a disparar.
Pero cuando apretó el gatillo, no pasó nada.
Kassia, sin perder la calma, abrió la mano, dejando caer al suelo las balas del arma de Zoey con una sonrisa confiada.
—Parece que no aprendiste la lección... —dijo Kassia con una voz tan tranquila que resultaba inquietante.
Antes de que Zoey pudiera reaccionar, Kassia levantó su mano, y de inmediato, los ojos de Zoey se iluminaron con un brillo verdáceo.
Sus brazos cayeron pesadamente, como péndulos, su mirada quedó clavada en un punto en el vacío, y sus ojos, comenzaron a emitir pequeños e intermitentes destellos verdes.
Kassia se volvió hacia Serafina, aún sonriente.
—La he puesto en un bucle —dijo con satisfacción—. Que repita una y otra vez la muerte de esa chica, así no nos molestará por un buen rato.
—¿Cuando aprendiste eso?
—Me lo enseñó Nattia.
Serafina suspiró, cruzándose de brazos, pero manteniendo una postura calmada.
—En fin, Kass. Necesitas revivir a Emma.
La influencer arqueó una ceja.
—¿Por qué lo haría? Sabemos perfectamente qué terminará haciendo ella... y el resto de los Diorins.
Serafina cambió su tono, poniéndose seria por primera vez. Algo cambió en el ambiente.
—Sabes exactamente por qué. Necesitamos a todos los Diorins para que nuestro proyecto funcione. Así que te pido que lo hagas. Si quieres, puedes jugar un poco con ella... pero antes, necesitamos su «EDN».
Kassia resopló, resignada.
—Está bien, no te pongas así... —dijo con un suspiro dramático.
Finalmente, accedió. Con un chasquido de sus dedos, liberó a Zoey del bucle. Los ojos de Zoey parpadearon y volvió a la realidad de golpe, cayendo al suelo. Sus ojos se impregnaron de un sollozo incontrolable. Los recuerdos de la escena que acababa de revivir la desbordaban por completo.
—¿Disfrutaste de la película? —preguntó Kassia, burlona.
Zoey, rota, apenas podía hablar entre lágrimas. La culpa la consumía, incapaz de procesar lo que había hecho. Pero Serafina se acercó un poco.
—Tranquila...—le dijo con voz suave—. El destino de Emma no es morir hoy.
Kassia, aún sonriendo, añadió.
—Sí, para tu suerte —añadió Kassia sonriente—. El tiempo lo arrastra todo... —Juntó las palmas y sus ojos brillaron—. Incluso el destino.
Con esas palabras, los momentos de la muerte de Emma retrocedieron como si el propio tiempo hubiese sido arrastrado de nuevo al origen.
Zoey, empapada en lágrimas y paralizada por la conmoción, contemplaba atónita cómo las balas se desprendían del cuerpo de su amiga.
La sangre, que había manchado el suelo regresaba al interior de Emma, como si nunca hubiera salido. Las heridas se desvanecían mientras las balas volvían a quedar suspendidas en el aire, temblorosas, como si el destino mismo dudara antes de soltar su control sobre los hilos de la vida.
La morocha dejó de llorar, su respiración se detuvo entre el asombro y el terror. Y finalmente, frente a ella, Emma se reincorporaba con lentitud. El color de su piel regresó, como si hubiera sido robado y devuelto en cuestión de segundos. Cuando la última bala, la de su pierna, se desprendió de ella y el tiempo retomó su curso, todas las demás balas cayeron al suelo con un tintineo sordo.
Y Emma volvió a la vida.
Zoey no pudo moverse; su cuerpo estaba paralizado, la culpa pesaba sobre su pecho como una losa y su mente, aún revuelta por lo que acababa de presenciar, apenas podía procesar lo que ocurría frente a ella.
Emma, desorientada, parpadeó varias veces, sin comprender cómo había pasado de mirar a su amiga apuntándole con un arma, a estar ahora arrodillada en el suelo, con lágrimas en el rostro y una sensación abrasadora en el pecho.
Sus manos temblorosas intentaron estabilizarse contra el piso frío mientras alzaba la vista con confusión.
—¿Qué... pasó? —murmuró Emma, sin esperar respuesta.
Apenas había pronunciado la pregunta cuando un ardor súbito le recorrió. Un estremecimiento le atravesó la columna vertebral y, antes de que pudiera reaccionar, sintió algo perforar la parte alta de su pecho.
La sorpresa fue inmediata. Kassia, que había aparecido sin hacer el menor ruido, sujetaba entre sus manos un dispositivo extraño: un cilindro cromado, del cual surgían cinco delgadas agujas que se clavaban en la piel de Emma como tentáculos metálicos.
La sangre que extraía no era normal; en su interior, contenía destellos violetas que flotaban como partículas luminosas.
—¿Qué mierda...? —Emma trató de apartarse, pero Kassia ya había terminado y se separó de ella con una sonrisa tranquila.
—No te preocupes —murmuró Kassia, sin siquiera mirarla, mientras volvía junto a Serafina y le entregaba el cilindro que contenía el EDN de Emma.
Serafina lo recibió con una expresión seria, sin dirigirle una palabra a su compañera. Kassia, entonces, volvió su atención a Emma, que observaba la escena con una mezcla de miedo y perplejidad.
—Te recomendaría que te lleves a tu amiga de aquí —dijo Kassia—. Si quieres que viva, claro. Yo no me tardaré.
Kassia juntó las palmas y, tras unos segundos, tanto ella como Serafina se desvanecieron en el aire, como si nunca hubieran estado allí.
Emma, aún aturdida, se volvió hacia Zoey, que seguía en el suelo, con una sombra de terror pintando su semblante.
—¿Qué está pasando? —preguntó Emma, mientras la desesperación teñía su voz. Caminó hacia su amiga, pero Zoey, al verla, rompió en un llanto aún más amargo, arrojándose a sus brazos.
—Lo siento... lo siento tanto —murmuró Zoey entre sollozos, aferrándose a Emma con una fuerza que parecía desesperada, como si temiera que su amiga pudiera desaparecer en cualquier momento—. Yo...Yo no...
Emma la abrazó, intentando calmarla, aunque su propia mente era un torbellino de preguntas sin respuesta. Bajó la mirada, tratando de recordar. Las imágenes eran borrosas, confusas, como si su memoria estuviera atrapada en un sueño que se desvanecía al intentar aferrarse a él.
—Zoey... yo lo recuerdo. —La voz de Emma temblaba—. Recuerdo que me disparaste en la pierna, pero es extraño. Es como si... lo hubiera visto en una de mis visiones. Sé que me heriste, lo sentí... pero ahora, es como si nunca hubiera pasado.
Zoey no pudo decir nada. Las lágrimas seguían rodando por sus mejillas y sus labios eran incapaces de formar palabras. El peso de lo que había hecho la aplastaba por completo.
Antes de que pudiera responder, una energía fría atravesó el aire. Kassia apareció de nuevo. Emma la vio primero, y su cuerpo reaccionó instintivamente, poniéndose entre ella y Zoey, protegiéndola con una mirada feroz.
—¿Quién eres? —espetó Emma, con el ceño fruncido y el cuerpo en tensión—. ¿Qué es lo que quieres?
Kassia solo alzó una ceja, como si la pregunta fuera irrelevante.
—Kassia Nowak, un gusto. Y si quieres saber más, ya te lo he dicho, primero, saca a tu amiga de aquí —respondió Kassia con una calma inquietante—. Quiero hablar contigo a solas.
Zoey, aún temblando, apretó los dientes, intentando recobrar algo de fuerza.
—No iré a ningún lado —dijo, pero antes de que las palabras se enfriaran en el aire, Emma ya había actuado. En un parpadeo, ambas estaban fuera del taller de Mateus.
Zoey parpadeó sorprendida, sus manos buscaron sin perder tiempo el brazo de Emma con desesperación.
—¡Emma, no! —exclamó, pero Emma se apartó con un gesto seco.
—Quédate con Mateus —ordenó—. Quiero saber qué está pasando. Luego hablamos.
Y antes de que Zoey pudiera decir nada más, Emma desapareció en un destello violáceo, dejando a su amiga sola bajo la luz pálida de la luna.
*****
Adam Ascenzi observaba la iglesia desde la altura del altar.
Los corrompidos. Sentía su presencia como un peso oscuro y denso, un mal que se extendía lentamente por el recinto sagrado. La arquitectura de la iglesia, con sus altos vitrales y bancas de madera gastada, contrastaba con la escena que se desplegaba ante él: ojos inyectados en un resplandor rojizo, semblantes apagados, vacíos de voluntad propia.
—Quiero hablar con el que tenga más fortaleza, con quien esté más conectado a Kairos —dijo en voz alta, en un tono implacable y claro, como una orden innegociable.
La multitud, en respuesta, comenzó a moverse de manera casi mecánica, formando un pasillo con sus cuerpos.
Adam mantuvo su postura rígida, mientras la horda de Aionistas abría el camino.
Al final de la iglesia, enmarcados por las puertas de acceso, estaban Ulises Rojas y Macarena Baute. Ulises tenía una postura imponente, mientras que Macarena, sostenía su bastón blanco con la misma seguridad que un general con su espada, ambos permanecían quietos.
Sus ojos brillaban con el mismo resplandor rojizo que los demás, pero con una intensidad más aterradora.
—¿Qué quieren? —demandó Adam—. Si no sacan a estos Finisterra de mi iglesia, me veré obligado a tomar medidas drásticas.
Macarena esbozó una ligera sonrisa, como si la amenaza de Adam fuera una cuestión menor, una brisa insignificante en medio de una tormenta.
—Lo siento. Eso no va a ser posible —respondió—. Mi señor Kairos necesita que el oráculo muera.
Ulises siguió.
—Él no tiene pensado volver jamás a la prisión mental en la que ha sido sometido durante tantos años. Así que, amablemente, le pido que nos entregue al niño.
—O tendremos que tomar medidas drásticas, también —concluyó Macarena con una sonrisa.
El corazón de Adam latió más rápido, pero su exterior permaneció inmóvil, con una calma superficial que solo ocultaba la furia bajo su piel.
Abrió la boca para responder, pero un alarido en su oído lo interrumpió. Su celular, aún en llamada con Madison, temblaba con los gritos desesperados de la mujer al otro lado de la línea.
—¡Adam! —La voz de Madison era un susurro frenético—. ¿Puedes decirme que estás viendo? ¿Quiénes son los mas afectados por Kairos?
—Son dos niños. Me es imposible describirlos sin insultarlos.
—Mierda... Escucha Adam, por favor, no los mates. Ninguno de ellos es un Finisterra real. Todos están siendo corrompidos, puedo devolverlos a la normalidad, pero necesito tiempo.
—No hay tiempo, Madison —replicó Adam—. Están aquí ahora y no voy a permitir que se acerquen al oráculo.
—¡Adam, por favor! No tienes que hacer esto. Solo espérame. Iré hacia allá enseguida.
Adam guardó silencio por un momento, su mirada fija en los ojos brillantes de Macarena y Ulises al final del pasillo.
—Lo lamento, pero si no puedes controlarlos, lo haré yo desde aquí. —Con esas palabras, Adam colgó el celular.
De repente, desde lo alto de una galería en la parte posterior de la iglesia, apareció el Supremo Líder, escoltando al niño que todos querían: El oráculo.
—¿Ascenzi? —preguntó el Supremo Líder—. ¿Qué significa todo esto?
Adam levantó la cabeza hacia ellos, manteniendo el rostro sereno.
—Son los corrompidos de Kairos —explicó, sin apartar la vista de los dos cabecillas—. Están aquí por el oráculo.
El Supremo Líder se tensó ante la mención de Kairos. Su mirada rápidamente buscó al niño, y en un gesto firme, lo empujó hacia las sombras.
—Ocúltate —ordenó, con un tono que no admitía discusión—. No permitas que te encuentren.
Acto seguido, el líder giró hacia sus hombres, los pocos fieles que aún no habían sucumbido al control de Kairos.
—Ayuden a Ascenzi a detener a estos Finisterra —ordenó con determinación—. No dejen que se acerquen al niño.
*****
Emma apareció una vez más en aquella cámara oscura del castillo. Frente a ella, Kassia la esperaba con una sonrisa fría, apoyada contra el muro y los brazos cruzados en una postura de indiferente seguridad.
—Al fin —dijo Kassia, levantando una ceja—. No esperaba verte tan pronto. Es una grata sorpresa tener en frente a la Diorin de Horus.
Emma avanzó con pasos rápidos y se detuvo frente a ella, llevando la mano a la marca donde le habían extraído su sangre.
—¿Qué me has hecho?
Kassia se encogió de hombros como si la pregunta no tuviera importancia.
—Relájate —respondió con tono despreocupado—. Solo extrajimos un poco de tu ADN mezclado con el de tu Eterno. Serafina lo llama EDN. Nada de lo que debas preocuparte.
Emma frunció el ceño, todavía desconcertada. Esa respuesta no satisfacía sus preocupaciones, y Kassia lo sabía. Pero antes de que pudiera continuar interrogándola, la chica siguió hablando.
—Por otro lado, no esperaba volver verte tan pronto —continuó Kassia—. Pensar que cuando nos cruzamos por primera vez, en la fiesta de disfraces, no tenía ni idea de que estaba bailando con una de las responsables del fin del mundo.
—¿De qué hablas? —inquirió Emma confundida—. No entiendo nada de lo que estás diciendo.
Kassia se encogió de hombros.
—No importa si lo entiendes o no. Tú y todos los Diorins van a causar estragos en este planeta. Por suerte, Serafina y yo tenemos las herramientas necesarias para evitar la cantidad masiva de muertes que ustedes, en unos años, llevarán a cabo.
Las palabras de Kassia eran frías pero cargadas de una certeza que dejaba a Emma helada.
—¿De qué demonios estás hablando? —replicó Emma, frustrada—. ¿Tú también puedes ver el futuro?
Kassia soltó una carcajada corta y negó con la cabeza.
—No necesito ver el futuro —respondió—. Ya estuve allí. Cronos me llevó el tiempo suficiente para saber exactamente lo que va a pasar. Y para serte sincera, ahora que tenemos tu EDN... puedo actuar como me dé la gana.
Emma dio un paso atrás.
—Serafina dice que no debería matarte —continuó Kassia—. Pero con todo lo que he visto. Con el futuro que te depara a ti y a todos los asquerosos Diorins, simplemente, no puedo quedarme de brazos cruzados.
Emma, cada vez más angustiada por lo que estaba escuchando, levantó las manos en señal de tregua.
—No sé qué es lo que has visto —dijo con voz tensa—, pero yo no tengo necesidad alguna de pelear contigo. No deseo destruir el mundo ni hacer nada de lo que estás diciendo. Solo quiero entender qué está pasando.
Kassia la miró con una mezcla de desprecio y lástima.
—Ya te lo dije, no es que lo haya visto. Yo estuve allí. Ustedes van a reducir todo a cenizas. Van a asesinar a millones. Será un exterminio humano como jamás se ha visto. Y los últimos en pie serán ustedes... los Diorins.
Emma sintió que el suelo bajo sus pies se desmoronaba. No había lógica en las palabras de Kassia, pero la seguridad con la que hablaba le erizaba la piel.
—Hablas de los Diorins... —comenzó Emma, con el ceño fruncido—. ¿Qué acaso tú no eres una también?
Kassia negó lentamente.
—Te equivocas. Yo no soy una Diorin... como tú.
Antes de que Emma pudiera procesar lo que estaba diciendo, Kassia juntó las palmas de las manos y, en un parpadeo, desapareció de su vista.
Emma apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando un feroz golpe la alcanzó por la espalda, haciéndola caer al suelo con un gemido ahogado.
Kassia reapareció a pocos metros de ella, mirando su propio puño con una expresión de ligera confusión.
—Qué raro... —murmuró, casi para sí misma—. Al tocarte, el tiempo volvió a la normalidad. Bah, en fin... no cambia nada.
Emma se levantó adolorida y tensa. Sus ojos destellaron en un intenso tono violáceo, y partículas de luz comenzaron a elevarse a su alrededor.
—Oh, al fin vas a enfrentarte a mí —dijo Kassia con una sonrisa divertida—. Veamos de qué eres capaz.
Antes de que Emma pudiera hacer nada, Kassia volvió a congelar el tiempo. Todo quedó suspendido, la luz, el aire, el sonido...
Solo Kassia podía moverse en ese espacio congelado. Con una velocidad imposible de preveer para Emma, lanzó otro golpe directo y ella fue arrojada de nuevo al suelo.
Kassia lanzó otro golpe, directo y brutal, que se estrelló contra el cuerpo de Emma con una precisión despiadada. La joven apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de sentir el impacto. El dolor era abrumador y cada golpe era como una tormenta que la aplastaba sin piedad.
Golpe tras golpe. Kassia se movía en ese mundo inmóvil, descargando su furia una y otra vez. Emma sintió sus fuerzas desvanecerse con cada impacto, sus huesos crujir bajo la intensidad, pero entonces, cuando Kassia lanzó un golpe directo a su mejilla izquierda, algo diferente ocurrió.
El golpe fue como una explosión en cámara lenta.
Emma sintió cómo el impacto se extendía a través de su cráneo y un feroz hormigueo atravesó su cabeza. Un dolor agudo recorrió su rostro, y su mente, seguido de un eco, una resonancia profunda entre dos poderes que nunca debieron encontrarse... Y algo despertó dentro de Emma.
El poder de Casandra, que había estado dormido durante tanto tiempo, ahora rugía dentro de ella. Las memorias de ese poder resonaron con la energía de Cronos, como si ambos estuvieran hechos del mismo tejido.
El dolor se transformó en claridad, en una comprensión repentina y aterradora. Los ojos de Emma, que antes brillaban con el violeta de Horus, ahora mostraban un nuevo resplandor.
Su ojo derecho seguía ardiendo con el color violeta... pero su ojo izquierdo, el que había sido golpeado, destellaba un intenso y profundo turquesa, el color de Casandra.
Emma se levantó lentamente, sintiendo cómo el poder fluía a través de ella con una fuerza renovada. Sus piernas temblaban, pero su mirada era ahora inquebrantable. Kassia notó el cambio en Emma y sonrió con una mezcla de deleite.
—Ah, es verdad. Tú también eras la Diorin de Casandra —dijo Kassia con un tono burlesco—. Pero, ¿serás capaz de esquivar al menos uno de mis golpes? No creo que ver el futuro te ayude mucho.
Antes de que Emma pudiera responder, Kassia volvió a atacar, deteniendo el tiempo, pero en el instante antes de que el mundo se congelara, Emma activó su don recién despertado.
La visión de Casandra se desplegó ante ella como un río inagotable de posibilidades. En un instante, vio a Kassia arremeter, vio cómo el golpe se acercaba, y vio un futuro en el que lo esquivaba.
Sin embargo, cuando el tiempo se detuvo y Kassia atacó, todo sucedió demasiado rápido. Emma supo dónde llegaría el golpe, pero su cuerpo no pudo seguir el ritmo. El puño de Kassia la golpeó con fuerza, lanzándola de nuevo al suelo. El dolor fue insoportable.
Otra vez.
Kassia no dio tregua. Golpe tras golpe, arremetía contra Emma congelando el tiempo y lanzando ataques devastadores.
Emma, desesperada, intentó ver el futuro de nuevo. Cada vez que sus ojos se abrían a las posibilidades, veía cómo podría evitar el ataque, cómo podría moverse para esquivar el golpe, pero cuando el tiempo se congelaba de nuevo, era como si el conocimiento del futuro no bastara.
Su cuerpo jamás podía reaccionar a tiempo y el ciclo se repetía.
La frustración crecía en su interior con cada impacto.
El siguiente golpe la alcanzó en el abdomen, y Emma cayó al suelo, jadeando por el aire arrebatado. Intentó levantarse, sus ojos volvieron a brillar, pero Kassia ya estaba lista para el próximo ataque.
—Vamos, Diorin —se burló Kassia—. ¡Esto es aburrido!
Emma volvió a mirar al futuro, a un futuro en el que podría esquivar, podría resistir. Pero, de nuevo, cuando el tiempo se congeló, su cuerpo no fue lo suficientemente rápido. Emma ya no veía solo golpes; veía su cuerpo caer, una y otra vez. Veía cómo las sombras de sus visiones se desvanecían ante la brutalidad de Kassia, y por más que intentara detener lo inevitable, siempre terminaba en el suelo, más rota y débil con cada ataque.
—Parece que el futuro no siempre es útil, ¿verdad? —Kassia se burló, preparándose para otro golpe mientras Emma luchaba por levantarse.
Emma jadeaba, el sudor y la sangre le recorrían la frente y sus músculos ya estaban entumecidos, tolerando el dolor pulsando en cada rincón de su cuerpo. Pero a pesar de todo, seguía de pie.
«¿Qué hago?».
Sabía que no podía rendirse, no mientras tuviera el poder de Casandra y Horus en su interior, aunque ahora mismo parecía que ambos eran insuficientes ante la implacable fuerza de Kassia.
«¿Cómo la detengo?».
Emma estaba acorralada. Una y otra vez, Emma, atrapada en ese limbo, veía venir los ataques, pero su cuerpo no podía moverse lo suficientemente rápido cuando el tiempo reanudaba su curso.
«No puedo detener el golpe», pensó Emma, apenas pudiéndo ponerse de pie. «No puedo evitar el golpe, pero... ¿y si no necesito esquivarlo?».
Un nuevo pensamiento comenzó a tomar forma en su mente, como una chispa que se encendía en la oscuridad. Si no podía detener el golpe, si no podía cambiar ese destino inamovible... quizás, podía encontrar la forma de reescribirlo.
Kassia, segura de su poder, sonreía con la certeza de quien ha ganado la batalla antes de que comience. De nuevo, juntó las palmas, pero en el segundo previo, Emma vio su futuro.
La visión fue clara, nítida. Kassia se acercaba, su puño descendía hacia su rostro, pero esta vez, tenía un plan.
Una segunda Emma apareció ante sus ojos, translúcida, como un reflejo proyectado desde el futuro.
Esa versión de Emma, una imagen anticipada por el poder de Casandra, esquivó el golpe de Kassia, inclinándose hacia un lado con gracia, y justo cuando el puño de Kassia pasaba rozando su rostro, la Emma de la visión preparó su propio ataque.
Su brazo se elevó en un ángulo perfecto y su puño se dirigió directamente al rostro de Kassia.
Pero Emma sabía que esa versión de ella, esa imagen del futuro, no era tangible. Por más que la visión mostrara cómo podía contraatacar, su cuerpo no reaccionaría a tiempo y ese golpe que veía jamás impactaría realmente a Kassia.
Sin embargo, era exactamente lo que quería.
Sin dudarlo, concentró toda su energía en el puño de la Emma de la visión. Su ojo derecho, el ojo de Horus, comenzó a brillar con una luz intensa, y entonces, en el instante preciso antes de que el golpe de Kassia impactara, partículas de luz violeta comenzaron a formarse alrededor del puño de la Emma de la visión, envolviéndolo en un resplandor brillante y poderoso.
El tiempo volvió a moverse, pero esta vez, Emma estaba preparada. Kassia conectó el golpe, su puño chocó contra el cuerpo de Emma, arrojándola con brutalidad hacia el suelo.
El dolor fue feroz, pero justo en el mismo instante en que el golpe aterrizó, el estallido violeta de la visión se materializó en la realidad.
Como un eco feroz del futuro, el puño de la Emma de la visión impactó con una fuerza devastadora en el rostro de Kassia.
El efecto fue inmediato y brutal. La energía violeta explotó en su piel. El rostro de Kassia se torció por el golpe inesperado y su cuerpo fue lanzado hacia atrás con una violencia extrema.
Kassia salió disparada, su cuerpo atravesó la pared endeble del castillo como si fuera de papel. El sonido del muro colapsando resonó en su espalda mientras los escombros se desperdigaban en cascada.
Kassia fue arrojada hasta los exteriores del castillo, aterrizando en un puente de piedra que conectaba dos torres.
Emma cayó al suelo, temblando de dolor, pero con una sonrisa tenue que se formó en sus labios. Lo había logrado. No había esquivado el golpe, pero había reescrito su destino, utilizando el poder de Casandra y el de Horus a la par.
Kassia, ahora en el puente, se tambaleó, aturdida.
—Muy bien... —dijo con una mezcla de satisfacción y furia—. Esto se está poniendo interesante.
*****
Madison Insigne apretó el teléfono contra su oído mientras intentaba, en vano, reconectarse con Adam, pero entonces, tan repentino como un relámpago, un alarido de furia irrumpió desde lo más profundo de su ser.
Sucedió como un golpe silencioso, sofocante y brutal.
El pavor se deslizó por su columna vertebral, helándole la sangre. El terror creció dentro de ella, sin forma ni dirección, hasta que lo sintió: las voces.
—Llegó la hora...
Madison dejó caer el teléfono. Se llevó ambas manos a la cabeza. La presión era insoportable, su propia mente se sentía como una cárcel. Gritó, pero sus gritos parecían ser absorbidos por esa presencia invasiva.
—¿Lo sientes? —continuó la voz, cada palabra penetrando como una cuchilla invisible—. ¿Sientes la resonancia de Cronos y Casandra? Están aquí... muy cerca.
El terror de Madison alcanzó nuevas profundidades. Comenzó a agitarse, sacudiendo su cuerpo en un intento desesperado de resistir. Se inclinó hacia adelante, apretando los dientes mientras sus rodillas cedían y se derrumbaba en el suelo.
—No... —gimió, quebrada por el dolor y la confusión, mientras bufaba entre dientes, maldiciendo entre jadeos agitados. Pero la voz no la dejó en paz.
—Ya no te necesito, Madison —susurró la voz—. No volverás a encerrarme.
Madison empezó a tambalearse.
—A partir de ahora. Yo tomo el control.
Su cuerpo se sacudió violentamente, como si algo dentro de ella se desmoronara, y todo dejó de tener sentido. Cada fibra de su ser estaba siendo tomada, dominada, arrancada de su voluntad. Madison ya no gritaba; gemía, se retorcía y sus manos temblaban, arañando el suelo bajo ella.
Nathan Becker, quien se encontraba a poca distancia, escuchó los gritos y se acercó. Cuando la vio arrodillada, como si algo invisible la estuviera devorando desde adentro, su rostro se ensombreció.
—¿Madison...? —Su sonó firme, pero no carente de preocupación. Ella no respondió, perdida en la batalla interna que luchaba contra Kairos.
Nathan, con un ceño fruncido, dio un paso atrás, consciente de lo que eso podría significar.
Madison, de repente, quedó inmóvil y el silencio que cayó sobre el sitio se volvió opresivo.
Nathan mantuvo su distancia, y de pronto, un ruido seco cortó el aire: la risa de Madison. Era baja, casi un susurro al principio, pero rápidamente se transformó en una carcajada oscura, distorsionada, cargada de una malicia ajena a la mujer que alguna vez conoció.
Sus ojos, antes llenos de terror, ahora brillaban con un furioso destello escarlata. Algo en esa mirada hizo que Nathan sintiera un escalofrío recorrer su espalda.
—Apártate... Ra —murmuró ella, con una voz inhumana—. Casandra y Cronos son míos.
Nathan se enderezó. Sus ojos, ahora ardiendo con un intenso brillo dorado, reflejaban el fuego que comenzaba a encenderse en sus puños.
Las llamas surgieron.
—Devuelve el control a Madison, hijo de perra. —Su voz retumbó, gélida—. No me obligues a matarla.
El suelo comenzó a vibrar bajo sus pies. La tierra, como si respondiera a una fuerza invisible, empezó a temblar violentamente. Las piedras comenzaron a flotar en el aire.
Madison, o lo que quedaba de ella, se incorporó lentamente. El aire a su alrededor crepitaba con energía siniestra, y mientras el suelo temblaba bajo sus pies, con un susurro gélido, que apenas se distinguía entre los estruendos de la tierra y el viento, habló:
—Tuviste tu oportunidad, Ra...
*****
Adam se encontraba en el centro del altar.
En su pecho sentía la presencia creciente de la batalla que estaba a punto de desatarse, y el peso del destino del oráculo sobre sus hombros. Miró a sus seguidores, aquellos que habían jurado lealtad eterna, que habían dejado todo por el camino de la luz.
—Elegidos de Aión —dijo a viva voz—. El momento ha llegado.
Con un movimiento solemne, Adam se despojó de su gabardina negra, dejándola caer al suelo con un sonido sordo.
La gabardina, símbolo de su devoción, tenía una solapa dorada que envolvía el cuello como una serpiente de luz divina. Era una prenda imponente, tejida con pesados pliegues oscuros, que, hasta ese momento, había sido parte de su identidad y la de sus seguidores. Pero ahora, al deshacerse de ella, marcaba el comienzo de una nueva etapa.
Una declaración silenciosa de guerra.
Uno a uno, todos los Elegidos de Aión siguieron su ejemplo. Las gabardinas negras con sus solapas doradas cayeron al suelo en un acorde unánime, creando un mosaico oscuro en el suelo de la iglesia.
Bajo las gabardinas, los seguidores de Adam vestían camisas blancas impecables, símbolo de pureza y devoción.
—Los individuos que tienen frente a ustedes —dijo, con la voz cortando el aire como una hoja afilada—, son considerados, ahora y para siempre, finisterras de la corte. Ya no pertenecen al árbol sagrado de la eternidad. Ya no son nuestros hermanos. No son más que sombras traidoras.
Los corazones de los Elegidos latían al unísono con sus palabras, una fuerza invisible les recorría las venas, cada palabra de Adam era un martillo que templaba su determinación.
—Así que, en nombre de nuestro todopoderoso Aión —continuó, mientras su mirada se endurecía, fija en sus enemigos—, sin importar a quién tengan enfrente, ni los lazos terrenales que alguna vez pudieron haber compartido... quiero que ataquen. A matar.
Al otro lado, los Corrompidos por Kairos, aún envueltos en sus gabardinas negras, permanecían inmutables, su oscuro uniforme una extensión de la presencia de Kairos, como si las sombras mismas fueran parte de ellos.
Sus ojos, escarlatas y vacíos, brillaban como una amenaza silente.
Ulises y Macarena, fieles servidores de Kairos, retrocedieron, deslizándose con suavidad hacia la penumbra junto a la puerta de la iglesia.
—El falso reinado de Aión caerá esta noche —anunció Macarena, con una sonrisa empapada de malicia—. Prepárense, mortales... porque ahora, quien se alzará a la divinidad absoluta será Kairos. Cumplan con su voluntad... y asesinen al oráculo.
Los seguidores de Aión y los Corrompidos se miraron desde lados opuestos del santuario, como dos mareas que estaban a punto de chocar.
—¡Por Aión!
—¡Por Kairos!
*****
Emma Clark se irguió.
A lo lejos, el puente se extendía sobre el vacío, y en el extremo más alejado, se hallaba Kassia. Emma se transportó hacia el puente al siguiente segundo, dejando una estela de luz a su paso.
Su llegada fue casi instantánea, y al materializarse en el aire, la energía de Horus brotó de sus manos, preparándose para lo que se vendría.
Las partículas flotaban a su alrededor como las brasas de una fogata, ascendiendo en suaves espirales, rodeándola, cargando el ambiente con su poder místico.
Emma avanzó con decisión, acompañada por el resplandor morado que envolvía su figura. Las luces formaban una especie de barrera etérea entre ella y Kassia, trazando un límite claro entre el lado de la luz y el de la oscuridad.
—Veo que no vas a detenerte —dijo Emma—. Así que te lo advierto... o paras con toda esta ridícula situación, o lo haré yo por la fuerza.
Frente a ella, Kassia permanecía en el suelo, pero en lugar de intimidarse, una sonrisa sutil y peligrosa brotó de sus labios, mientras comenzaba a incorporarse. Su mirada era desafiante, casi burlona, como si las palabras de Emma solo hubieran alimentado su entusiasmo.
—¿Así que crees que todavía puedes conmigo? —murmuró Kassia—. Bueno, te tengo una mala noticia, linda...
Y entonces, lo inimaginable comenzó a ocurrir.
Pequeños orbes oscuros aparecieron a su alrededor, suspendidos en el aire como manifestaciones de un abismo insondable. Eran como pequeños agujeros negros, pero no eran simplemente esferas de oscuridad; parecían devorar la luz, atrayéndola hacia sí con una fuerza invisible y vibraban en un zumbido bajo y constante.
Parecían el antítesis de las partículas de Emma: donde la luz vivía y danzaba, los orbes de Kassia eran pozos de oscuridad absoluta, succionando cualquier energía cercana hacia su interior.
Kassia alzó una mano, sus dedos entreabiertos, y los orbes de oscuridad comenzaron a multiplicarse, flotando como presagios de destrucción.
—No eres la única que tiene un haz bajo la manga.
Emma, con sus partículas de luz chispeando a su alrededor, intentó mantener la calma, pero su mirada se endureció cuando vio el cambio en los ojos de Kassia.
El ojo izquierdo de Kassia permanecía en un verde intenso, irradiando la energía de Cronos, el control del tiempo.
Pero lo más perturbador fue el ojo derecho: ahora estaba completamente teñido de oscuridad, tan profundo y vacío como los orbes que flotaban a su alrededor.
Este poder era diferente, más temido. Era el poder de Osiris, el dios del inframundo, la muerte personificada. La mezcla de ambas fuerzas en un solo ser era una aberración de la naturaleza, un símbolo de desbalance y caos.
Emma retrocedió un paso.
—¿Tú eres la Diorin de Osiris?
Kassia lanzó un suspiro y negó con la cabeza.
—¿Cuántas veces tengo que decírtelo? —dijo con un tono que bordeaba en la burla—. Yo no soy una Diorin.
El silencio cayó por un momento, mientras Kassia daba un paso más hacia adelante, acercándose, sus orbes oscuros zumbando a su alrededor con un hambre palpable.
—Soy parte de un proyecto que Serafina llama: Supra —continuó—. Pero a mí me suena muy pretencioso.
Sonrió... y sus ojos brillaron.
—Así que yo sigo diciendo que soy, simplemente, alguien normal.
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