4. Certeza Absoluta



Amarillo, rojo, azul, verde y naranja: los colores salieron expulsados hacia el cielo al sonido final del conteo colectivo. La fiesta en el barco estaba en su punto inicial más potente y el estallido de polvo colorido se diseminó sobre las cabezas de decenas de adolescentes.

Ella despegó la punta de los pies del suelo en un efervescente salto de emoción, agitó las manos y dejó salir su euforia en un fuerte grito. Sus cabellos, usualmente dorados, ahora estaban salpicados con varios colores del polvillo y la serpentina.

Y así era con todos los demás. Emma y sus amigos habían formado una ronda en un punto de la proa del barco festivo y el ambiente cargado de fiesta hacía parecer que el tiempo corría a toda prisa.

Leonard Couch y Brenda Lagos; él, con una camisa negra ajustada a su cuerpo, y ella, con una camiseta de diseño elegante, disfrutaban de cada pieza musical que el DJ les presentara esa noche.

Julia Suárez; quien llevaba una camisa atada en la zona del abdomen, era la encargada especial de levantar los ánimos de todos, suministrando bebidas, coreando a viva voz cada una de las letras que se conocía y retratar la diversión a su alrededor con la cámara de su celular.

Ulises Rojas tampoco se quedaba atrás. Quizás en materia de alcohol, su aguante se reducía a dos vasos de cerveza para comenzar a sentir los efectos deshinibitorios en su sistema; pero una vez que su pudor quedaba atrás, el joven se transformaba en un «torbellino» nada sencillo de frenar.

Hacía el doble de chistes que lo usual, bailaba y se movía el doble de lo usual, y acaparaba la atención inmediata de su entorno cercano con una lluvia de divertidas ocurrencias.

Ocurrencias que hacían estallar a Zoey Fisher de la risa. Quien aprovechaba cada oportunidad para rodearle con el brazo, brindar, bailar y pasársela en grande. Aunque, por supuesto, él no era el único al que usaba de poste momentáneo para disimular su falta de equilibrio.

También usaba a Emma Clark. Y cuando su brazo colgaba de su cuello, casi en todas las oportunidades, la rubia le tomaba de la mano, le daba una vuelta y otro nuevo baile comenzaba entre ambas.

Cuando la música finalizó, la dupla se separó, las gargantas pedían otra dosis de frescor. Fue Emma quien se volcó a la tarea de ser esta vez quien se dirigiese hacia la barra para aprovechar el nuevo descuento que había sido anunciado a través de los parlantes.

Zoey, por su lado, aprovechó que cada miembro del grupo se encontraba en su propia burbuja de diversión, y cuando nadie le veía, echó un vistazo a su nuevo celular: uno que Emma le había obsequiado poco después de hacer las paces tras los sucesos en Aldebarán.

«—¿Por qué...?».

«—Bueno. Ya que no me dejas confesar que gané la beca de forma muy poco honesta, al menos acepta esto de mi parte».

«—Ya te lo dije. Mientras menos conductas sospechosas mostremos será mejor. No nos beneficia que, justo en este momento, todo el mundo se entere de que hiciste trampa. Además, ya pasé página. Disfruta tu suite de lujo en paz».

«—Bien... ¿Pero te vas a quedar con el celular o no?».

«—¡Obvio!».

Zoey ya cumplía su segundo mes trabajando como cajera en la pizzería familiar de los Rojas y eso había llevado a que la relación con los padres de Ulises mejorase mucho en poco tiempo. Por otro lado, en ocasiones, deambulando por los pasillos de la universidad, se encontraba con páginas de los diarios de su gran acto de heroísmo colgadas en los murales.

A veces le resultaba hilarante como todo podía cambiar tanto en tan poco tiempo. De semifinalista, a la rebelde que casi es expulsada. De rebelde que casi es expulsada, a posible implicada por secuestro. De posible implicada por secuestro, a salvadora.

Y de Ada a Zoey.

Las notificaciones de su celular, como siempre, se encontraban vacías. Torció el labio y abrió la ventana de mensajes que tenía con aquella bella chica que había conocido en el crucero. Por desgracia, desde las vacaciones, los mensajes se limitaban a ser únicamente enviados por ella y ser brutalmente ignorados por Bárbara.

Se había estado aguantando toda la semana para no volver a hablarle, pero el alcohol ya había empapado su mente de pensamientos nocivos. No quería que las cosas terminaran de esa forma. Por desgracia, parecía haberse «enganchado» a esa chica más de lo que le hubiese gustado.

«Zoey: Hola... ¿Cómo estás?».

Guardó el celular con pesimismo. Sabía que no habría respuesta, pero al menos enviar ese mensaje la liberaba un poco de aquella tormentosa ansiedad, otorgándole una vacía sensación de esperanza.

Y Ulises notó aquello.

—¿No habíamos hablado ya de esto, amiga? —preguntó el chico, acariciándole la espalda.

Zoey se encogió de hombros.

—Sí, sí. Lo sé. —Una audaz, vivaz y enérgica Julia llegó, alcanzó un vaso a medio terminar a Zoey, y se sumó a la conversación—. Gracias, Ju. Escuchen. Solo déjenme clavarme este puñal en el corazón, un poquito más. Con esta de seguro aprendo.

Julia asintió. Había llegado fuera de contexto, pero esas palabras ya le explicaban toda la situación.

—¿Te doy un consejo, querida?

—Por supuesto, lo ignoraré de todas formas —dijo Zoey intentando que el humor hiciese desaparecer ese potente sentimiento que le carcomía por dentro que sonaba a «soy una idiota».

—Bloquéala, ya. ¿O mejor? ¡Insúltala! Te odiará, no te hablará jamás y puedes empezar a olvidarte de los puñales.

—Creo que estoy de acuerdo, solo con la primera opción —dijo Ulises.

—¿Por qué haría eso? No se lo merece. No me ha hecho nada, fui yo quien la decepcionó.

Julia resopló con estilo. ¿Cómo es resoplar con estilo? Era algo que solo ella podía lograrlo de manera tan natural, combinando una inclinación sutil de cabeza, un soplido que elevó el mechón más cercano de su rostro hacia arriba y un remate de latigazo de ojos que ascendió por un microsegundo y descendió en picada hacia Zoey.

—Vamos, sé honesta. ¿Qué carajo pasó allá en las vacaciones como para que te aplique la ley del hielo de esa forma? Todas la estábamos pasando de puta madre esa noche.

—Inter...

—No. Ni se te ocurra decir «intercambio de opiniones» —barajó la muchacha.

Zoey suspiró, hizo una mueca, se terminó la bebida y asintió mecánicamente alejando su mirada hacia el horizonte.

—Ok. Se puso celosa.

Luego de la respuesta pasaron dos cosas. Emma volvió, no con uno, ni con dos, sino que con tres hieleras que contenían hasta dos botellas de distintos licores dentro. Pero cómo sus manos solo le bastaban para cargar con una de ellas, se valió de la ayuda de dos buenos samaritanos que encontró en el camino.

Mikael y Natasha, así como Emma, depositaron las hieleras en el suelo. Luego, al levantar la mirada, Mikael y Leonard volvieron a reencontrarse después de un largo periodo de ausencia verbal. Había pasado mucho tiempo desde que se habían dirigido la palabra.

—Pero bueno... —dijo Leonard, su labio se animó a esbozar una breve sonrisa—. Parece que alguien salió de su cueva, al fin. —Sus ojos se dirigieron de inmediato en Natasha, quien le devolvió una sonrisa—. Y parece que acompañado. ¿Quieres contarnos?

Natasha y Mikael compartieron un breve segundo de complicidad al chocar miradas.

—Se puede decir que... —comenzó a decir Mikael—. Estamos viéndonos.

—¡Genial! —espetó Brenda.

Emma y Ulises también sintieron un interés por la nueva conversación que se abría en el grupo, sin embargo, Julia todavía no olvidaba la que ella sostenía con Zoey. Ya que, lo que había dicho, le había resultado bastante particular. Se acercó a ella, esta vez, manteniendo un tono cuidado y reservado.

—¿Cómo que «celosa»? ¿De quién podría estar ella celo...? —preguntó con seriedad y el semblante arrugado de confusión. Pero después, como por asociación divina, echó un vistazo disimulado hacia Emma. Luego a Zoey. Volvió a Emma... y una última vez más a Zoey—. ¿Me estás jodiendo?

Unos ojos azules empapados en intensidad se arrimaron hacia Julia.

—Escucha. No... —Zoey se encargó de ponerle bastante peso a sus palabras—, saques conclusiones. ¿Ok?

Al contrario de lo que la ojiazul esperaba, el semblante de Julia mostró una variada paleta de emociones desfilando en tiempo récord: sorpresa, diversión, alegría, jocosidad... y hubiese seguido, pero Zoey le volvió a advertir:

—¡Julia! En serio... no es lo que parece. ¿Ok? No te confundas.

La aludida alzó las palmas en señal de paz, sin ser capaz de disimular ni un poco la bestial sonrisa que mostraban sus labios. Cerró los dedos y los deslizó por su boca en señal de «soy una tumba».

De repente, una notificación las interrumpió. No fue escuchada por nadie, pero Zoey notó la vibración en su pantalón. Julia arrimó la cabeza para poder fisgonear, sin una sola gota de vergüenza.

«Bárbara: Hola. Bien... trabajando».

Zoey contestó a la velocidad de la luz. Jamás en su vida había tecleado una respuesta tan rápidamente cómo ahora.

«Zoey: Que bien... me alegro. ¿En el crucero?».

«Bárbara: Si».

Y de nuevo, la sensación de vacío dejó a la ojiazul sin nuevas ideas sobre como remontar la conversación. Hastiada, guardó su celular y aceptó el nuevo trago que, esta vez, vino de la mano de Natasha.

—¿Tienes un cigarro? —le preguntó a Julia.

—Obvio —le respondió ella, obsequiándole uno—. Pero después me contarás todo. ¿Trato?

Zoey apartó la mirada mientras encendía su cigarro y el de Julia. En ese segundo, sus amigos corearon un estallido de risas coordinadas. Ambas se sumaron al grupo y notaron más presencia de personas que la usual. Ya habían visto llegar a Natasha y a Mikael, pero parecía que un nuevo integrante había arribado a sus proximidades.

O más bien, a las proximidades de Emma.

—¡Solo una canción! ¡Por favor!

Quien hablaba era un sujeto de baja estatura que llevaba una camisa blanca desabotonada y manchada con varios de los colores que se habían lanzado al inicio de la fiesta. Tenía el cabello enmarañado y una muy notoria cantidad de aritos luchando por conservar sitio en su oreja derecha. En un gesto que simulaba la súplica, sus palmas anhelaban ser tomadas por cualquiera de todas las chicas del grupo.

Al no conseguir respuesta afirmativa de Emma, sus manos viajaron hacia Natasha, pero un Mikael salvaje a su lado, de postura erguida, cara rígida y mirada despreocupada, le hizo cambiar de parecer.

Así que las manos se fueron, solo por un segundo, hacia Brenda, pero luego vio que ella ya tenía las suyas ocupadas, abrazando a, posiblemente, la persona más guapa y elegante de toda la fiesta.

Imposible en miles de vidas competir contra él.

Como si de una cobra se tratase, las manos continuaron al asecho: esta vez, direccionándose hacia Zoey. Quien le devolvió una sonrisa, se aproximó hacia él, amagó con tomarle las manos, y solo cuando presenció la ilusión manifestándose en su rostro, cerró los puños, los volteó y mostró dos dedos anulares.

El mensaje había sido muy claro; así que cambió de dirección hacia Julia y...

—Estás completamente chiflado si piensas que seré la última opción —dijo ella, apartándolo del grupo—. Piérdete, niño.

El muchacho se marchó sin más, y el grupo finalmente se cerró en una ronda de festejo, diversión y risas.

—¿En serio ese tonto creía que me iría con él? —preguntó Julia a nadie en particular.

—Te seré sincera... yo pensé que aceptarías —añadió Brenda y, de nuevo, todos estallaron de risa.

—Entonces, no me conoces querida.

—¿Y tú, Em? —preguntó Leonard—. ¿Por qué no le das una oportunidad? Así olvidas a... ya sabes.

Emma entrecerró los ojos.

—¿Y cómo es que tú lo sabes...?

—Emma... —Se adelantó Julia—. Todos aquí sabemos lo que pasó.

—¡Chicas! —La mirada de Emma saltó de Julia a Bren—. No quería que le cuenten a nadie. Eso fue horrible para mí...

—Yo no sé nada... —añadió Nat, simulando interés—. ¿Es buen chisme?

—¡Pffff! ¡De los mejores! —espetó Zoey, divertida. Todos se tentaron, excepto la rubia.

—¿Me lo resumen? Si no hay problema, claro.

—¡Por supuesto! —dijo Ulises, tomando un trago—. Es así. Resulta que Emma salía con alguien...

—No, no, no. Yo no salía con él...

—Bueno. Se veía con alguien —corrigió Brenda—. Un alguien que no nombraremos para...

—¡Isaac Morgan! —interrumpió Zoey, haciendo una fuerza sobrehumana por no volcar su vaso al tomar y reír a la vez. Emma contestó con un rápido pero suave golpe a su brazo—. ¡Ups!

—Sí, Isaac. Un chico que ya habíamos visto en el viaje en el crucero. Y había mucha química entre ambos... —continuó Brenda—. Luego volvieron a encontrarse en la isla y se volvieron casi inseparables. Hasta que, una noche...

—La noche de su cumpleaños, cabe recalcar... —añadió con audacia Uli.

—En serio —irrumpió Emma—. ¿Cómo saben tanto...?

Todos volvieron a reír. Excepto Emma.

—Resulta que en la noche del cumpleaños de Isaac —prosiguió Leonard—. Ambos habían pasado varias horas tomando, platicando y riendo. Más tarde, los dos se apartaron y fueron sospechosamente a un cantero bajo, oculto de la vista de todas las personas.

—Pero no de nosotros... —compartió Bren, con altanería.

—Y cuando llegó la hora de la verdad... —continuó Julia—. ¡Lo que todos imaginamos que pasaría desde que se conocieron en el crucero, sucedió!

—¡Que bien! ¿Se besaron? —preguntó Nat, divertida.

La mueca de Emma se ensombreció.

—Seh...

—¡Pero ahí no termina la historia, querida! —continuó Brenda—. Porque después apareció alguien más en la escena...

—¿Quién?

—Ok, ok, ok... —irrumpió Zoey—. Esta parte la contaremos rápido, a ella no le gusta escucharlo. Apareció la novia de Isaac, con un regalo para él. Dato no menor: Emma no sabía que Isaac tenía novia.

—Dato no menor número dos —dijo Julia—. El idiota lo escondió desde siempre.

—Auch... —Nat arrugó el entrecejo, echando una breve mirada hacia Emma—. Mal asunto.

—Y se pone peor... —continuó Emma, su voz se había apagado—. Ella... —Tomo aire—. Ella era...

De repente, todo retornó.

Para Emma, aquel dolor, la humillación y esa sensación de impotencia volvieron a emerger con una intensidad que le dejó abrumada.

Un torbellino de emociones nefastas y espantosas la envolvió por completo sin permitirle continuar. A pesar de los meses, el tiempo parecía resistirse a cerrar aquella punzante herida. Su corazón, desencadenado, comenzó a latir con rapidez, la respiración fluctuaba al ritmo de ese recuerdo, y la ira, como una tormenta desatada en su interior, empezó a manifestarse poco a poco.

Su mirada buscó el suelo y sus pies buscaron alejarse de allí.

—Carajo, Emma. —Zoey la rodeó con los brazos antes de que pudiese avanzar—. Ok, perdón. Nos fuimos a la mierda. ¿Estás bien? No volveremos a bromear con eso.

—Está bien, Zo. —Saltaba a la vista que mentía—. No pasa nada. Solo quiero...

No terminó la frase. Quitó las manos de la oji azul de sus hombros y luego arrebató los vasos de Julia y Brenda para terminárselos de una sentada, uno tras otro. Lanzó los vasos por la borda y se marchó con un aura derrotista rodeándola, hasta perderse en medio del mar de gente.

Zoey se volvió hacia los demás.

—¿Estamos todos de acuerdo que somos unos insensibles de mierda? —Sacudió su cabeza—. ¿En qué estaba pensando?

Zoey persiguió a la rubia. Descendió un escalón de la zona de proa hasta llegar a la barra, ubicada en el centro del barco; Emma estaba allí, desplazándose sin prisa, sin ánimos y sin humor.

—¡Hey! —Zoey la alcanzó—. Perdón... no quise herirte. Lo siento, de verdad. No sé por qué pensé que lo habías superado. Fui una idiota...

—La única idiota soy yo —dijo Emma, sin levantar la mirada—. No estoy enojada con ustedes. Estoy enojada conmigo. Ya pasaron meses y sigo sin dejar, ni un puto día, de pensar en él.

—Emma...

—Por favor, solo déjame sola.

Emma echó un vistazo hacia la barra. El chico que antes había intentado invitarla a bailar se encontraba allí, volviendo de comprar un trago para él solo. Emma le intercepto, lo alejó de la barra sin decir nada y le llevó hacia la orilla del barco; luego le miró a los ojos y le besó.

El joven, todavía sin entender cómo es que Dios le había iluminado de esta manera, pero tampoco sin ofrecer resistencia alguna, festejó su repentino triunfo, alzando ambos brazos al cielo mientras continuaba con el intercambio salival. Derramó un poco de su trago al hacerlo.

Zoey, por otro lado, echó un suspiro y no le quedó más opción que volver a la ronda.

—¡Wow! —exclamó el muchacho, la sonrisa de su rostro era imborrable—. No me lo esperaba. Soy Randy. ¿Cómo te llamas?

—No te interesa —dijo Emma, luego echó un vistazo al trago de Randy—. ¿Puedo?

—¡Claro!

Ella no tardó más de unos segundos en zamparse el vaso entero. Luego procedió a seguir besando a Randy. Para su desgracia cotidiana, a pesar de intentar abstraerse de sus recuerdos, y de ahogar las penas a base de alcohol mientras se besuqueaba con un extraño, el dolor todavía no tenía intenciones de bajar la guardia.

Luego de unos acalorados minutos, sus labios se separaron para tomar aire.

—¿Compramos otro? —preguntó la rubia.

—¡Por mí, sin problema! ¿Qué quieres tomar?

—Lo que me haga peor. Eso quiero.

—¿Ok...? —respondió él, extrañado—. Bueno. No te vayas... ya vuelvo.

—Si...

Emma se volteó. Recostó sus brazos sobre la barandilla del barco e inclinó su torso hacia adelante.

Se tomó un momento para cerrar sus ojos y echó un sostenido suspiro de desánimo.

Su mente ahora mismo era un caos absoluto. No solo por el suceso con Isaac. Lo que había pasado con los hermanos Morales seguía lastimándole en lo más profundo de su corazón. Si hubiese podido ayudarles de alguna manera... quizás no habrían tenido un destino final tan trágico.

La mención del crucero, cuando sus amigos le estaban contando la historia a Natasha, había activado en ella el recuerdo del padre de los Morales. El capitán del Novacai. Él no había hecho nada, sin embargo, había sufrido más que nadie. Le habían despedido, y aunque pudieron restituirle el cargo a otro crucero, luego se enfrentó a la muerte, o desaparición, de sus dos únicos hijos.

Aunque Zoey le había dicho, una y mil veces, que ellos probablemente hubiesen escapado. Ella había visto una visión antes del viaje a Aldebarán en dónde dos cuerpos eran brutalmente calcinados hasta no ser más que un compuesto de huesos achicharrados.

Si bien no había presenciado ese hecho con sus propios ojos, por alguna razón, en su interior, sabía que se trataba de ellos. Dejó escapar otro suspiro y se exprimió la cabeza con las manos con mucha fuerza.

Se sentía culpable. Todo esto había resultado de esa forma porque alguien le buscaba. Alguien que conocía sobre sus ojos y sus poderes. ¿Quién demonios era esa mujer? ¿Y dónde mierda estaría ahora?

Quizás... planificando arruinarle la puta vida de nuevo.

La presión era devastadora. La sensación de estar siendo observada, vigilada, asechada... todo el tiempo, constantemente y sin descanso. Era demasiado para ella.

A eso, se le sumaba un peso extra. Sus visiones. Desde Aldebarán, quizás un poco antes también, había notado que no tenían una certeza absoluta. A veces, sencillamente, aunque pudiese ver el futuro, este no acertaba y no sucedía lo que su visión le mostraba.

En ese caso... ¿De qué le serviría su don?

Antes de la fiesta, al resolver el caso del acosador de universitarias, estaba completamente segura que nadie moriría. En su visión, el acosador solamente ataba al novio de su víctima, pero no le hacía daño. ¿Por qué entonces no había sucedido eso? ¿Por qué no había visto el futuro real en dónde el acosador asesinaba sin escrúpulos a aquella persona? De haberlo sabido... habría hecho las cosas de otra forma.

Habría intervenido.

Habría cambiado ese destino.

Habría salvado aquella vida inocente...

—¡Ya volví! —dijo Randy, colocándose junto a Emma.

Emma sacudió la cabeza, bloqueó por completo su lluvia de pensamientos y se giró hacia el muchacho.

—Gracias. ¿Cuánto te costó? Te pagaré...

—Nah. No hace falta. Yo invito —dijo el joven, tomando un sorbo—. Aunque compré uno, para compartir. ¿Está bien?

Emma asintió.

—Perdón por lo de recién. Hoy no estoy de muy buen humor...

—No te preocupes. Yo también tengo un día malo. Hoy me despidieron.

—No me jodas.

—No. En serio —dijo intentando esbozar una sonrisita—. Espero encontrar algo pronto. Pero, nah, no hablemos de ello. ¡Estamos en este barco para divertirnos! ¿O no?

—Si...

—Entonces... ¿Bailamos? —preguntó el joven, tendiéndole la mano—. Hay una pista abajo, que tiene una ambientación excelente. ¡Te encantará!

Emma, finalmente, cedió ante el encanto de la propuesta, permitiendo que su rostro iluminara la cubierta con la primera sonrisa auténtica de la noche.

Randy la condujo con galantería hacia unas escaleras que se hundían en las entrañas del barco.

Descendieron, y al alcanzar el corazón de la nave, se encontraron con una atmosfera que desbordaba la palabra «diversión» en cada rincón. El interior estaba enmarcado por tablones de madera envejecida y lámparas tintineantes que oscilaban al compás de la música.

Atravesaron una cortina de vapor y emergieron en la pista de baile, un reino vibrante que titilaba con luces de colores, neones en las paredes y reflejos destellantes en los techos. Los danzantes, algunos vestidos con atuendos de época pirata, liberaban sus almas bailando sin escrúpulos.

Las decoraciones estaban meticulosamente diseñadas y recreaban la esencia de la auténtica vida pirata: banderas ondeantes, cofres del tesoro con monedas de oro falsas, y velas colgantes que arrojaban destellos sobre rostros sonrientes.

En un rincón, Emma contempló a un grupo de amigos riendo a carcajadas que alzaban sus copas en un brindis improvisado, mientras que cerca de la barra, un barman hábil preparaba cócteles que destilaban la esencia misma de la aventura. Ahora, para ella, los Barman tenían un «algo» que le aterraban. Como si, en algún momento, en algún lugar, lo fuese a encontrar a él...

—Por aquí, Emma.

Randy escoltó a la rubia a través de la marabunta de personas y luego se dirigió hacia el final de la pista. Descubrieron un rincón sumido en sombras, donde una puerta oculta tras la penumbra revelaba un cartel que desafiaba la curiosidad: «Solo empleados». Sin que la advertencia le arrugara el entrecejo, Randy giró el pomo y, deslizándose furtivamente, arrastró consigo a Emma.

La puerta los condujo a un reino de sombras e intimidad.

El aire, cargado con el aroma de madera y humedad, los envolvió al instante. El espacio estaba destinado a ser un camarote de almacenamiento. Había cajas etiquetadas que se apilaban en los rincones, acompañadas por algunos barriles de ron vacíos.

Una tenue luz provenía de una ventana circular en el fondo, su cristal estaba empañado por el aliento de la noche marina, pero el reflejo de la luna era más que suficiente para poder vislumbrar el interior y no llevarse un infortunado tropiezo.

Emma avanzó hacia el centro, dejando que la curiosidad le llevase a acariciar con sus dedos un cofre antiguo y desgastado que servía más como una mesita improvisada, y que era el sostén de dos copas vacías y una botella a medio terminar.

Sus labios esbozaron una sutil sonrisa perspicaz que se anticipaba a las intenciones de Randy.

—¿Sabes? —dijo la rubia, tomando la botella para inspeccionar la marca del licor—. Esta situación me lleva a un recuerdo un poco feo, a decir verdad. —Se volteó hacia Randy—. Aunque espero que esta noche podamos cambiar ese recuerdo por uno mejor.

Randy se vio tentado a sonreír.

—Si... Me acuerdo. Esa situación con Errol, ¿no es así?

La mirada de Emma pareció congelarse en apenas un segundo.

—¿Cómo...?

—Pero eso no fue un recuerdo. Eso en realidad nunca te sucedió... —dijo Randy con tranquilidad y soltura—. Aun así, entiendo tu confusión. Es normal que se te mezclen los recuerdos reales con tus visiones.

Emma retrocedió, espantada.

—¿Cómo sabes eso...?

Randy volvió a compartirle una sonrisa más, pero esta, fue aterradora. Se volteó, lo suficiente para alcanzar el pomo de hierro de la puerta, y simplemente posando su mano en él, lo derritió y esparció el metal en la junta para que nadie pudiese entrar allí... o salir.

Emma perdió el control de su respiración cuando, al siguiente segundo, el rostro de Randy, su altura, su cabello, su complexión, todo... comenzó a cambiar delante de sus ojos.

—Lo sé... —Un individuo de cabello cobrizo, más alto, más atlético, más intimidante, y con una mirada penetrante de ojos que resplandecían en un tono dorado, se afirmó frente a ella—. Porque mi hermano me lo dijo.  

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