37. Visionarios



El suero se deslizó a través de la aguja y penetró en la piel de Madison. Emma retiró la jeringa sin decir una palabra, cruzó hacia la celda de Nathan y repitió el proceso. A pesar de que el día apenas comenzaba, la sensación de tensión que se depositaba en el interior de aquella lúgubre habitación era imposible de ignorar.

De todas formas, los Diorins ya no representaban un peligro con los efectos del suero inhibidor en sus sistemas. Mientras puedan continuar administrándoles dosis regularmente, ninguno podría escapar. Aunque, para su desgracia, estas habían sido las últimas dos que tenían en su poder.

Emma salió al pasillo que dividía ambas celdas y Mateus cerró la puerta, manteniendo una mirada nostálgica hacia Nathan.

—¿Me recuerdas? —preguntó Mateus—. Conocí a Dean en el orfanato hace muchos años. Tú en ese entonces eras muy pequeño y compartimos...

—No tengo ni idea de quién eres, viejo —respondió Nathan con un flechazo de indiferencia que se clavó en el corazón de Mateus.

El anciano apretó los labios y se quedó en silencio, asintiendo lentamente, y tragándose la decepción. Nathan alzó la mirada hacia las chicas.

—Ustedes se creen que ganaron —espetó—, pero no tienen ni idea de lo que sucederá. Solo lo empeoraron todo.

—¿Por qué no nos lo explicas? —cuestionó Emma dando un paso al frente. Nathan frunció el ceño y escupió al suelo, sin molestarse en ocultar su desprecio.

—Púdranse. Cuando recupere mis poderes, saldré de aquí y serán las primeras en arder.

—¿Qué te hace pensar que seguirás vivo para poder hacerlo? —desafió Zoey.

Madison lanzó una mirada de advertencia a Nathan antes de intentar mediar.

—Ni siquiera te gastes en ellas. Dejalo así, Nat. Ya hemos perdido. Solo nos queda enfrentar lo inevitable.

Zoey y Emma intercambiaron una mirada. La frustración empezaba a hacer mella, pero Zoey decidió que era hora de retomar el control.

—Okey, esto es lo que vamos a hacer. Me van a decir todo. ¿Quiénes son realmente? ¿Qué quieren de Emma? ¿Control mundial? ¿Algún patético plan para destruir el mundo?

—Otra fatalista más. —Madison negó con la cabeza, decepcionada—. Nadie quiere destruir el mundo, niña. Por lo contrario, mi corte y yo, queremos mejorarlo.

Nathan soltó una carcajada irónica.

—¿Mejorarlo? ¿De verdad vas a intentar engañarlas? ¿Igual que lo hiciste con Dean y conmigo? Vete a la mierda. Tú y esos sectarios solo se dedican a asesinar sin piedad.

Madison lo miró con una expresión severa.

—Te recuerdo que fuiste parte de nosotros durante gran parte de tu vida. No sé qué fue lo que Dean te dijo sobre nosotros, pero cometieron un error muy grave al traicionarnos.

—Éramos niños. Nos lavaron la cabeza. Dean solo me mostró la verdad. El mundo se acerca a un periodo nuevo. Si no detenemos «el cambio», ya no habrá nadie que pueda frenar lo que vendrá.

—¿Qué cambio? —preguntó Emma.

—No te importa. Además, ni siquiera estaremos vivos para cuando suceda. Osiris nos asesinará a todos.

—¿Cómo esperaba Dean que todo esto terminara, Nathan? —continuó Emma.

Nathan le lanzó una mirada de puro odio.

—Te lo repito, niña... se terminó. Da igual lo que hagamos ahora. El plan de mi hermano siempre fue un imposible. ¿Trabajar juntos para detener a Osiris? ¿Con una sociopata y dos idiotas que no tienen idea de una mierda? ¿En qué carajo pensaba?

Zoey permaneció en silencio, mientras su mente se quedaba con la palabra «Osiris» flotando. Sus ojos atravesaron el suelo durante unos segundos antes de proseguir con el interrogatorio.

—Supongo que Osiris es otro Diorin. ¿Por qué le temen tanto?

Madison la contempló con una expresión sombría.

—Osiris es el Eterno de la muerte. Y su llegada a la isla es inminente. Si no trabajamos juntos, todos moriremos.

Zoey soltó una risa sarcástica.

—¿Están diciendo que debería creer en esta basura de «enemigo en común»? ¿Cuándo ustedes han matado a cuanta persona se les cruzara en el camino?

Madison negó con lentitud.

—Dean tenía razón. Si nos descubrían antes de tiempo, no tendríamos oportunidad alguna. Ya no hay vuelta atrás.

Nathan suspiró.

—Por fin lo entendiste. Solo cállate y esperemos que el Diorin de Osiris nos mate rápido.

A partir de ese momento, Nathan y Madison se transformaron en tumbas y no volvieron a responder una sola pregunta. Por más que lo intentaron una y otra vez, ni Emma ni Zoey pudieron arrancarles una palabra más.

La amargura se había asentado en sus rostros. Había algo oculto en aquella resignación silenciosa, casi derrotista, que despertó un malestar en Emma, Zoey y Mateus.

Sin poder hacer más, los tres dejaron atrás la habitación de la prisión, y se dirigieron a una sala aledaña, repleta de pantallas dónde se mostraban imágenes de lo que sucedía en tiempo real en las celdas.

Zoey cruzó los brazos, apoyándose contra la pared.

—Esto no tiene sentido —murmuró—. ¿Quién diablos es ese Diorin? ¿Cuándo va a aparecer?

—No parece que quieran cooperar con nosotros. ¿Deberíamos intentarlo más tarde?

—Primero vamos a necesitar más suero —respondió Mateus—. Creo que con el tiempo, podemos sacarles más información valiosa.

Zoey soltó un resoplido antes de empujar sus manos a los bolsillos de su chaqueta.

—No puedo hacer nada sin los cigarros Luxus —dijo con seriedad, luego se dirigió a Emma—. Deberías hablar con Milena. Tal vez pueda conseguirnos algunos más.

Emma la miró de reojo, cruzando los brazos.

—Eso fue lo que le dije cuando nos vimos la última vez. Milena me dijo que ya no le quedaban, y quien preparaba ese tipo de cigarros era Alaín. Aunque prometió hablar con él para ver si conseguía más. Solo que todavía no me ha dado una respuesta.

—Cool... —masculló Zoey, su expresión de fastidio era evidente. Golpeó el suelo con la punta de su bota.

De repente, un pitido interrumpió el incómodo silencio que seguía sus palabras. Emma revisó su teléfono.

—Es la profesora Barrientos. Dice que la charla será esta tarde y quiere saber si todavía estamos disponibles.

Zoey dejó caer la cabeza hacia atrás.

—La charla... —musitó con desdén, mientras recordaba la promesa que habían hecho al inicio del año—. ¿Hoy? Estamos en vacaciones, y tampoco estoy para esto ahora.

Emma la observó, meditando un momento.

—Yo menos. Podríamos cancelarla.

Mateus levantó la mirada hacia ambas.

—Quizás no sea mala idea. Podría ayudarlas a despejar la mente, a desconectar un poco de todo esto.

Zoey suspiró, pero no respondió de inmediato. Su mente estaba en otro lugar. Aún tenía que hablar con Teodoro y explicarle lo sucedido.

—Lo pensaré —murmuró finalmente, empujándose de la pared mientras se ajustaba la chaqueta, preparándose para marcharse—. Pero primero, tengo que ver a mi hermano. No puedo seguir posponiendo eso.

Emma asintió con firmeza, y mientras Zoey se marchaba, ella tomó la ruta opuesta, caminó hacia el taller, buscando un rincón aislado, apoyó la espalda contra la pared y marcó el número de Alain.

Luego de unos cuantos tonos, la línea se abrió, y la voz de Alain resonó, cargada de una sorpresa cínica.

—Creo que de todas las personas, quien menos esperaba que me llamara, eras tú.

Emma cerró los ojos un segundo antes de responder. Sabía lo que venía, pero no podía darse el lujo de dudar.

—Alain, necesito un favor. —Su tono fue directo, sin rodeos, casi en un susurro—. Es importante. No tengo tiempo para andar con vueltas. Se trata de los cigarros Luxus, el primer prototipo. ¿Podemos vernos y llegar a un acuerdo? Los necesito cuanto antes.

Un silencio denso se cernió sobre la conversación, roto solo por una risa sarcástica del otro lado de la línea.

—Emma, la última vez que intenté ayudarte, me metiste en prisión. —Alain dejó escapar las palabras con una frialdad que hizo que el pecho de Emma se encogiera—. Me insulta que creas que puedes llamarme ahora, después de tanto tiempo, y para colmo, pedirme un favor.

Emma se mordió el labio, queriendo interrumpir, pero sabía que cualquier intento sería inútil. Las palabras de Alain caían como cuchillos, tajantes, sin espacio para la reconciliación.

—No vuelvas a llamarme —concluyó él—. Que tengas un buen día.

El clic final fue como un disparo en el vacío, dejándola sola, con la impotencia manifestándose en una mueca de disgusto.

Del otro lado de la isla, Alain dejó caer el teléfono sobre su escritorio. Levantó la mirada hacia la mujer que estaba sentada frente a él, quien le observaba con una sonrisa tranquila.

—Lamento la interrupción —dijo Alain, enderezándose en su silla y tratando de recobrar su compostura.

—No tienes que disculparte, Alain. —Su voz era suave, pero cargada de una autoridad que parecía envolver el ambiente—. Entiendo que los fantasmas del pasado a veces tocan la puerta cuando menos lo esperas.

Serafina Vance, la CEO de Quántum Tec, no era una mujer fácil de impresionar. Sus ojos, profundos y calculadores, se fijaron en él con un interés que no delataba ni juicio, ni sorpresa. Simplemente, estaba ahí, como una fuerza inmutable que no necesitaba explicar su presencia.

Alain pasó una mano por el escritorio, como si el gesto pudiera borrar las huellas de la llamada anterior. Inspiró.

—En fin, señorita Vance —comenzó a decir, mientras entrelazaba los dedos frente a sí—, me complace tener a alguien de su trayectoria aquí, en mi modesta empresa. —Hizo una pausa, inclinándose un poco hacia adelante—. Debo admitir que es una verdadera sorpresa. Como verá, he tenido ciertos percances. —Una sombra cruzó su mirada—. Y todo se ha reducido a empezar de nuevo.

La sonrisa de Serafina era tan controlada como su presencia; no había ni un sutil rastro de condescendencia en sus ojos, solo una calma imperturbable que, a pesar de ser una visitante, su seguridad la hacía parecer dueña del momento.

—Es un honor conocerlo, señor Torres. Sinceramente, he quedado muy impresionada con su trabajo. Su proyecto para un tabaco saludable... —Dejó que la admiración se deslizara por el aire antes de continuar—, es toda una proeza. Innovar en una industria tan tradicional como esta requiere audacia.

Alain asintió ante el halago.

—Le agradezco sus palabras, señorita Vance. Ha sido un camino largo, lleno de obstáculos. —Soltó un suspiro, recordando los tropiezos y fracasos, cuyas huellas le eran muy difíciles de borrar—. Pero supongo que ya lo sabe... —Una sonrisa amarga afloró en sus labios—. No fue un secreto para nadie que pasé un tiempo en prisión. Pero ahora, lo único que quiero es rectificarme y continuar el legado que mi padre dejó.

Serafina lo observó con una intensidad serena.

—Aplaudo tu anhelo, jovencito. —Sus palabras eran como un bálsamo, pero con el filo suficiente para cortar cualquier duda—. El camino hacia la grandeza está lleno de abismos, y a veces, esos mismos abismos nos arrojan al vacío. —Dejó caer su mirada en un punto impreciso del escritorio, como si vislumbrara en el reflejo de la madera algún recuerdo lejano—. Pero levantarse y seguir apostando por nuestros sueños es lo que realmente importa. Y, por lo que creo, la oferta que vengo a ofrecerle, podría resultarle interesante.

Alain tamborileó sus dedos sobre la superficie del escritorio. Su cuerpo parecía relajado, pero sus ojos, aquellos que habían visto demasiadas puertas cerrarse, brillaron con una mezcla de cautela y cuidado.

—No voy a mentirle, señorita Vance... —dijo, con un aire más personal—. Me honra que esté aquí, que me presente esta propuesta, pero hay algo que no puedo dejar de preguntarme. —Levantó la mirada—. ¿Por qué mi tabaco? —Dejó que el silencio se prolongara unos segundos—. Ni siquiera he alcanzado mi objetivo. Sigo trabajando en el nuevo desarrollo del primer prototipo.

Serafina sonrió de una forma que Alain no logró descifrar por completo.

—Porque su objetivo es similar al mío, señor Torres. —Su voz adquirió un tono más íntimo—. Somos visionarios, y como tales, queremos, a nuestra manera, mejorar las condiciones de esta realidad. —Su mirada se agudizó, como si quisiera traspasar las barreras que él había erigido—. Por eso creo que nuestra sociedad, si acepta mis términos, nos llevará a dar un paso crucial en nuestros objetivos y nos acercará, un poco más, hacia ese nuevo y mejor mundo, que ambos, buscamos crear.

*****

«Zoey: ¿Cómo te fue con Alain?».

Emma suspiró, mirando hacia el campus bajo sus pies desde la terraza de su departamento. El viento le revolvía el cabello mientras apoyaba un brazo en la barandilla.

«Emma: Pésimo, me colgó a la primera. Supongo que era más que obvio...».

En la casa de Teodoro, Zoey marchaba de un lado a otro, recorriendo la sala con pasos lentos. De vez en cuando, se detenía para contemplar las fotos que su hermano tenía en la repisa. Volvió la atención a su celular.

«Zoey: Mierda. ¿Estás consciente de que no tenemos tiempo, verdad? Si no conseguimos el suero pronto, aunque esos hijos de puta no tengan sus poderes, no llegaré a sintetizarlo a tiempo».

Emma frunció el ceño, encendiendo un cigarrillo. El humo ascendió en formas erráticas, desvaneciéndose en el aire.

«Emma: Lo sé... pero todavía tengo una carta bajo la manga. Ya le insistí de nuevo a Milena, irá a hablar con Torres por la tarde».

Zoey se dejó caer en el sofá de Teo, cruzando las piernas. Miró el reloj en la pared, odiando cómo el tiempo se les escapaba de las manos.

«Zoey: Si consigue, al menos una caja, antes de la medianoche, quizás podría llegar. LPM. Odio estar siempre contra las putas cuerdas».

«Emma: ¿Y crees que yo no? En fin... ¿Ya hablaste con Teo?».

Zoey se llevó una mano a la frente, masajeándose las sienes.

«Zoey: Sí... fue tan incómodo como esperaba. Me preguntó por Maggie, a pesar de que le dije que era una loca sádica asesina hija de su perra madre. Pero... lo entiendo, fue un golpe duro. Nadie lo esperaba... maldita hija de puta. Pregunta: si no conseguimos el suero, ¿podemos matarlos?».

Emma suspiró dando una pitada al cigarro. Luego tecleó.

«Emma: No».

Zoey se levantó del sofá y caminó hacia la ventana para atisbar el jardín de Teo.

«Zoey: Ellos lo harán...».

«Emma: No. Si no conseguimos el suero a tiempo, los transportaré lo más lejos que pueda, y cuando vuelva, solo... nos ocultaremos o algo».

Zoey golpeó la pared con el puño, frustrada.

«Zoey: Me cago en todo. Como sea... ¿Qué hacemos ahora?».

Emma se apoyó contra la barandilla, mirando al cielo.

«Emma: Supongo que no queda más que esperar. ¿Nos vemos un rato? Quizás, mientras esperamos que Milena responda, podemos ir a la clase de Barrientos. Solo será una hora... y se lo prometimos».

Zoey se giró, ahora en dirección a la sala vacía de Teo. Sopló uno de los mechones rebeldes de su frente y una mueca de pereza se dibujó en su semblante.

«Zoey: Uffff... Está bien, supongo que si hay alguien que puede subirme el humor ahora es Barrientos».

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