35. Cueste lo que cueste



La nieve caía en copos y un silencio helado envolvía el mundo exterior.

Dentro de la cabaña, en el sofá de la sala de juegos, los labios de Emma y Zoey se separaron poco a poco, pero sus rostros permanecieron a solo centímetros de distancia. Sus respiraciones se entrelazaban, y los latidos de sus corazones seguían un ritmo conjunto, acelerado y descompasado.

Los ojos de Emma estaban cargados de emociones que no necesitaban palabras. Zoey la miraba, incapaz de romper ese contacto visual. Todo lo que sentían, lo que fingían, lo que no podían permitirse sentir... estaba presente en ese silencio profundo que compartían.

Zoey, con un movimiento templado, se levantó, aun manteniendo las manos de Emma entre las suyas. Caminaron juntas por el pasillo en dirección a la habitación de Emma, y al entrar, la puerta se cerró con un suave clic detrás de ellas.

Zoey, aun sosteniendo la mano de Emma, rompió el silencio primero.

—¿Cómo te sientes? —preguntó, refiriéndose al beso que ambas sabían que no era real, aunque por un momento, había parecido demasiado genuino.

Emma, aún un poco ebria, ladeó una sonrisa pícara antes de soltar una pequeña risa y llevarse la mano al estómago, fingiendo que iba a vomitar.

—¡No seas dramática! —La empujó, mientras ambas se sentaban en el borde de la cama de Emma.

La habitación no tardó en empaparse de una ligera tensión, no solo por lo que acababa de suceder, sino también por la pesada carga de su misión. Zoey, con el ceño fruncido, lanzó una mirada preocupada a Emma.

—¿Crees que alguien nos vio?

Emma cerró los ojos, buscando respuestas en sus visiones. Después de unos segundos, los abrió lentamente.

—Sí... —dijo con un tono serio—. Brenda y Bárbara. Las vi a través de la visión. Estaban afuera, escucharon la música.

Zoey sintió un nudo formarse en su estómago y llevó su mano hacia ese punto. Había jugado su parte, pero el daño colateral era inevitable. La mención de Bárbara hizo que la ira y la culpa se mezclaron en su interior.

—Ella... —murmuró Zoey con voz temblorosa—. ¿Cómo está?

Emma vaciló por un momento antes de responder.

—Está llorando, desconsolada.

Esas palabras atravesaron a Zoey como una daga. Sus manos se cerraron con fuerza. La rabia la inundó, no contra Bárbara, sino contra la situación que las había llevado a esto. El plan, la traición, las mentiras... todo se sentía... mal.

—Espero que el plan de Eme funcione, porque... —Zoey intentó terminar la frase, pero las palabras se le atragantaron en la garganta.

Emma, que percibió la angustia en su amiga, suspiró, tan desanimada como Zoey. Estaban atrapadas en una maraña de engaños que no parecía tener fin.

—Zoey —dijo Emma en un tono bajo y calmado, intentando transmitirle un poco de consuelo—, cuando todo esto termine... dile la verdad a Bárbara. Dile todo, sobre mis poderes, si es necesario. Sé que quizás no te crea al principio, pero te ayudaré a que lo haga. Al menos así, quizá no se arruine lo que tienes con ella.

Zoey no respondió de inmediato. Sabía que Emma tenía razón, pero la culpa la seguía carcomiendo. Finalmente, asintió en silencio, sin poder decir nada. Su mente estaba atrapada en una batalla interna, entre el deber de proteger a Emma y el dolor de herir a Bárbara. Se sentía horrible. Sucia.

Ambas permanecieron en silencio, con las miradas hacia el frente, y una concentración y determinación afilada en sus miradas.

—Tenemos que atraparlos —dijo Zoey, con una sombra determinada cruzando su mirada—. Vamos a lograrlo.

—Si... —susurró Emma, igual de enfocada—. Cueste lo que cueste.

*****

Algunos meses después. Luego de la desastrosa fiesta en el barco pirata, el eco de las pisadas de Zoey y Ulises resonaba en el campus universitario mientras atravesaban el puente.

Las luces parpadeaban a lo lejos, iluminando sus sombras que se alargaban a medida que caminaban, inmersos en un mutismo que ambos compartían sin incomodidad. Zoey encendió un cigarrillo, aspirando profundamente antes de exhalar el humo que se perdía en el aire frío.

—¿Quieres dormir aquí? —preguntó ella con la mirada fija en el camino—. Es tu habitación, después de todo.

—Claro... —aceptó él con un encogimiento de hombros. Pero su voz llevaba una nota de preocupación que Zoey no pasó por alto.

Atravesaron el puente, sus pasos acompasados. Ulises mantenía las manos en los bolsillos, mirando al suelo como si buscara respuestas entre las grietas del pavimento.

—Zoey...

—¿Sí?

—¿Crees que esto que sucedió arruine la investigación? —Ulises alzó la mirada, sus cejas fruncidas—. Sinceramente, ella me está preocupando. Creo que puede llegar a perder de vista nuestro objetivo.

Zoey exhaló lentamente.

—No lo sé. —Soltó con frialdad—. Espero que no.

—¿Podemos confiar en ella?

Zoey lo miró de reojo.

—Creo que ya sabes la respuesta, amigo.

Ulises asintió, pero la duda seguía grabada en su rostro. Después de unos metros más, volvió a hablar.

—¿Y si lo arruina?

Zoey se detuvo en seco, tirando el cigarro al suelo y aplastándolo con más fuerza de la necesaria.

—No dejaré que lo haga.

Al llegar a la entrada del edificio de pupilos, Zoey se quedó atrás y Ulises la miró con una mezcla de gratitud y confusión.

—Pensé que te quedarías aquí.

Zoey negó con la cabeza, excusándose con suavidad.

—Voy a ver a mi hermano. Necesito pensar un poco.

Aunque la excusa fue suficiente para Ulises, ella ya sabía a dónde iba en realidad. Tras despedirse de él con un gesto rápido, caminó en dirección contraria.

Tenía que llegar al taller.

Cuando finalmente llegó, Emma y Eme ya estaban allí, inmersos en una conversación que se detuvo cuando Zoey cruzó la puerta. Sus ojos se encontraron de inmediato, y Zoey pudo ver que Emma lucía más agotada de lo habitual. Pero había algo más en sus ojos: una revelación que estaba a punto de compartir.

—Nathan... —comenzó Emma, su voz apenas un susurro al principio, pero cargada de peso—. Los llama Diorins. A los que tienen poderes.

Zoey frunció el ceño, pero antes de que pudiera procesarlo del todo, Emma continuó hablando.

—Y también me lo confirmó... —hizo una pausa, tragando saliva antes de soltar las palabras que sabía destrozarían cualquier duda que quedara—. Él fue quien asesinó a Daniel.

El golpe de la revelación fue instantáneo.

Zoey no dijo nada. En lugar de eso, su mano derecha se aferró a la mesa más cercana. Podía sentir la rabia bullendo en su interior, pero la necesidad de mantener la calma la obligó a respirar hondo y contenerse.

El tiempo transcurrió casi sin que se dieran cuenta, y mientras Emma relevaba todo lo que había sucedido con Nathan, los tres trabajaban meticulosamente en los siguientes pasos del plan.

Mapas, notas, y especulaciones iban y venían entre ellos, pero el peso de lo que Emma acababa de revelar seguía presente, agazapado en cada rincón del taller.

Pasaron horas de concentración silenciosa hasta que, finalmente, Emma habló de nuevo, rompiendo el ritmo meticuloso de sus preparativos. Su voz era baja, temblorosa, como si dudara de compartir lo que había visto, pero sabía que debía hacerlo.

—Ah, casi me olvido de decírtelo. Vi algo más... —Emma levantó la mirada, buscando el rostro de Zoey—. Mientras estaba sola, después del enfrentamiento con Nathan... —Su respiración se hizo más pesada, como si las palabras fueran difíciles de pronunciar—. Vi mi futuro «peligro», por si él quería volver a atacarme, pero en lugar de eso, vi que alguien llamada Milena Locker enviará a un hombre a secuestrarme.

Zoey levantó la cabeza, dejando a un lado las notas que estaba revisando. Ese nombre le sonaba vagamente familiar, pero no recordaba de dónde. Emma le dijo que se trataba de la hermana de Errol, entonces Zoey la recordó. Emma ya le había mencionado lo sucedido con Alain y ella antes del viaje a Aldebarán.

A pesar de todo, el simple hecho de escuchar «secuestro» encendió una alarma en su mente. Era la confirmación de que los peligros no solo venían de Nathan. Milena Locker era otra pieza en el tablero que ahora debía ser manejada.

—Así que Milena Locker... —preguntó, buscando más detalles—. ¿No estaba en prisión con Alain?

Antes de que Emma pudiera responder, Eme intervino, adelantándose a la explicación.

—Ren y yo, ya habíamos hablado sobre Milena —dijo Eme, sus ojos serenos, pero su tono firme—. Saldrá de prisión mañana. Es una persona con mucha influencia en la isla. Y quizás podamos usar eso a nuestro favor también. Si ella está interesada en Ren... —Hizo una pausa, mientras su mente calculaba las posibilidades—. Podríamos establecer una sociedad con ella.

Zoey parpadeó, sorprendida. La idea era peligrosa, pero lo que más la alarmaba era la implicación de que Emma tendría que exponerse aún más.

—¿Y por qué haríamos eso?

—Por dos razones. —Eme se dirigió al tablero—. La primera es casi obvia, su dinero. Lo de ir a un casino no podrá repetirse. Es demasiado arriesgado, pero podríamos, con las visiones de Ren, convencer a Milena de ayudarnos. Tanto con la investigación, como con dinero, que lo necesitaremos para más adelante. Y a su vez, porque ella podría ser la responsable de la «ruptura» en la confianza entre ustedes.

—Si esto nos ayuda a avanzar, estoy dispuesta. —dijo Emma, sus ojos se movieron entre Eme y Zoey, buscando aprobación, pero también fortaleza—. Milena es un riesgo, pero si soy capaz de anticipar sus movimientos y usar eso a nuestro favor, podremos seguir adelante sin perder más terreno. Necesito empezar a ver futuros posibles para que esto funcione.

—Bien —aceptó Zoey—. Entonces, adelante. Pero Emma, asegúrate de que Milena no tenga la más mínima ventaja sobre ti.

Emma asintió y su ojo turquesa brilló.

*****

Tras varias semanas, la noche en que irían a la feria cayó sobre sus cabezas.

—¡Mierda! —explotó Emma, recargando los brazos en la baranda del balcón y hundiendo la cabeza entre ellos.

—Necesito un trago, ya —dijo Zoey, mientras se dirigía como un misil hacia la cocina.

Emma la siguió. Sin mediar palabra, ambas llenaron sus copas y las vaciaron en un instante.

El burbujeo del vino no calmó los nervios, pero en ese momento, era lo único que tenían. El silencio que cayó entre ellas era pesado. Emma dejó que su mirada vagara por la cocina, buscando un refugio momentáneo de la tormenta que se desataba en su cabeza.

Fue entonces cuando sus ojos se posaron en la puerta de la heladera.

Un imán pequeño, casi insignificante, publicitaba un taller de Ciudad Einstein. Emma lo observó fijamente, y sus ojos, vacíos por fuera, gritaban preguntas que no se atrevía a verbalizar.

Zoey, desde la otra esquina de la cocina, sintió esa mirada como un peso en sus hombros. No era necesario hablar para saber lo que Emma estaba pensando. Ambas sabían que las cosas se habían salido del control de Eme. Lo de Ulises y Brenda... y ojos-rojos.

El imán de Ciudad Einstein era más que una publicidad ahora. Para Emma, era una pregunta lanzada al aire: «¿Deberíamos hablar con Eme? ¿Llamarlo? ¿Correr a contarle lo que acababa de ver?».

Pero algo en Zoey se endureció. Lo sintió en el peso del tiempo que se les escapaba entre los dedos.

Zoey, respondiendo solo con el sutil endurecimiento de su mandíbula y un parpadeo lento, dejó claro lo que pensaba. No podían perder más tiempo. No podían correr hasta Ciudad Einstein para pedir consejo o buscar respuestas.

Zoey deslizó su mirada hacia el reloj de la pared. Las agujas avanzaban cruelmente, marcando cada segundo con una precisión que le resultaba insoportable.

Miró a Emma de nuevo, más firme ahora. No tenían opción.

—Emma —dijo, rompiendo el pesado silencio con un tono grave y decidido—. Hasta que Julia regrese y reúna a todos, tenemos veinte, tal vez treinta minutos. Suficiente para planificar algo. —Se detuvo un segundo, dejando que las palabras se asentaran, antes de continuar—. ¿Qué fue lo que viste? ¿Qué tan mal están las cosas?

—Muy mal...

*****

El tiempo transcurrió, y cuando Zoey entró en el taller, sintió dos golpes, uno fue el hedor de la maquinaria, y el segundo, un sofocante calor proveniente de la soldadura de metales.

Eme estaba inclinado sobre una mesa, manipulando con precisión varias herramientas. Un arnés extraño, brillante y de aspecto robusto, descansaba en una esquina, junto a una estructura metálica que apenas comenzaba a tomar forma, como si fuera el esqueleto de algo más grande.

A su alrededor había dispositivos complejos y afiches en el suelo que mostraban esquemas y diseños. La amplitud de la habitación sugería que estaban trabajando en algo de gran envergadura, aunque el detalle exacto no estaba claro todavía.

Cuando Zoey se acercó, Eme levantó la cabeza y la miró con ojos calculadores.

—¿Dónde está Ren? —preguntó sin rodeos, usando el apodo que él le había dado a Emma.

—La dejé con Isaac. Están practicando con sus poderes.

Eme, sin decir nada, volvió la mirada hacia un tablero de corcho que ocupaba una pared entera del taller. Era mucho más completo que la última vez que Zoey lo había visto, cubierto de nuevas fotos, notas y diagramas.

Las imágenes de sus amigos y conocidos estaban conectadas por líneas rojas y azules, como si fueran piezas de un rompecabezas que Eme intentaba ensamblar.

—¿Ha logrado recuperar los dones de Casandra? —preguntó Eme, sin apartar los ojos del tablero.

Zoey negó con la cabeza, sintiendo el peso de la pregunta.

—No —respondió, con una leve exhalación—. Todavía sigue con ambos ojos violetas.

Eme hizo una pausa, como si reflexionara sobre la implicación de eso. Los ojos violetas de Emma eran un recordatorio constante de la ventaja que habían perdido, pero antes de que Eme pudiera decir algo más, Zoey dio un paso adelante, con un aire de urgencia.

—Pero tengo nueva información. Muy importante. —Su voz sonó firme, mientras sacaba un papel arrugado de su chaqueta y lo dejaba caer sobre la mesa de trabajo de Eme con un golpe seco.

Eme arqueó una ceja y se acercó, tomando la nota con cuidado. Sus ojos se ensancharon a medida que leía las palabras escritas en el papel.

«Los cigarros Luxus tienen un compuesto especial que es capaz de desconectar a un Diorin de su Eterno. Le quitará momentáneamente sus dones».

El silencio que siguió fue compacto. Eme miró la nota por un largo momento.

—¿Quién te dejó esto?

Zoey se apoyó en la mesa, cruzando los brazos mientras estudiaba a Eme.

—No lo sé, pero me adelanté —dijo, con una leve sonrisa astuta—. Fui a la casa de mi hermano. Le robé las llaves de la sala de profesores y... bueno, también robé algunos exámenes del aula de periodismo.

Eme levantó la vista de la nota, intrigado.

—Solo los alumnos de periodismo fueron a la excursión del castillo de Casiopea. Allí fue donde descubrí esto, así que vigilaré la letra de todos y cada uno, para compararla con la de esta nota.

—Es un buen plan —murmuró Eme—. Pero no tenemos mucho tiempo. Sigue con eso, y yo seguiré preparando... —Hizo un gesto hacia el armazón de metal—. Esto.

Zoey echó un vistazo más atento a la estructura. Era grande, y aunque su forma aún no estaba completa, algo en su diseño le sugería que estaba hecha para contener, para aprisionar. Y en ese momento, comprendió. Eme estaba construyendo una prisión.

Una prisión para los Diorins.

*****

Emma llegó al taller bajo el manto de la noche, su cuerpo sufría el agotamiento, pero su mente todavía continuaba alerta después de un largo día de entrenamiento. Apenas puso un pie dentro, Zoey corrió hacia ella con el rostro iluminado por una mezcla de sorpresa y urgencia.

—¡Lo descubrimos! —exclamó Zoey, sujetando a Emma del brazo con entusiasmo.

Emma, confundida, dejó que Zoey la guiara más adentro del taller, con las máquinas y los equipos brillando en la penumbra.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Emma, con el ceño fruncido, sin poder seguir el ritmo del nerviosismo de su amiga.

Zoey la soltó y, mientras caminaba rápido por el taller, comenzó a explicar.

—Hoy, en el castillo, recibí una nota extraña. Sobre los cigarros Luxus. Decía que estaban elaborados con un componente especial que despoja a los Diorins de sus poderes.

Emma se detuvo en seco y su expresión se tensó de inmediato. La incredulidad cruzó su rostro.

—¿Qué? ¿En serio? ¿No te di esos cigarros justamente hoy?

Zoey se giró, sonriendo con satisfacción.

—¡Exactamente! Por eso me sorprendí tanto, pero decidí seguir fingiendo que no sabía nada, para ver hacia dónde llevaba todo esto.

—¿Estás segura de confiar en esta nota? ¿Y si es mentira?

—¿Crees que no se me ocurrió? —preguntó ella sonriente—. Pero después me acordé de esa charla que tuvimos hace tiempo. ¿Recuerdas que encontré unos cigarros Luxus en un pantalón que me prestaste y los probé?

—Sí, y tus palabras fueron: son un asco.

—Y no mentía, pero también me dijiste que quien te los dio había sido Alain... en la fiesta de club Zero.

—Sí.

—¿Y qué te pasó a ti en Club Zero? —preguntó Zoey con la palabra confianza brillando en sus ojos—. Tus dones empezaron a fallar.

Emma se congeló en el lugar, recordando aquel momento.

Era verdad, Alaín le había regalado unos cigarros Luxus esa noche. Inmediatamente después, sus visiones se habían vuelto inestables, y cuando intentó usarlas como siempre lo hacía, no había sido capaz de hacerlo bien. Incluso llegando a desmayarse. Desde aquel entonces, nunca supo por qué había sucedido eso.

—Mierda... ¿Fue por esos cigarros?

—Eso parece. Ya me enfocaré en investigarlos a fondo, pero no es todo, Emma. Tenemos algo mejor.

Emma cruzó los brazos, interesada. Sabía que cuando Zoey se ponía en modo detective, siempre sacaba conclusiones interesantes. Zoey respiró hondo, emocionada por lo que iba a contar.

—Al principio pensé que quien nos había dejado la nota era Anthony Falling, porque fue el único que se nos acercó de forma sospechosa en el castillo. Comparé su letra con la de la hoja, pero... me equivoqué. No fue él. Hubo alguien más que estuvo con nosotras todo el tiempo.

Se acercó al tablero de corcho y señaló una imagen en particular.

—Fue él —dijo, apuntando a la foto de Mikael Béquer.

Emma entrecerró los ojos. Mikael siempre había sido una figura enigmática, pero no creía que él estuviera involucrado directamente en todo esto.

—¿Mikael? ¿Qué tiene que ver con esto?

Zoey asintió y continuó, acercándose más al tablero.

—Eme y yo estuvimos conjeturando. Para que Mikael supiera esa información sobre los cigarros, tendría que estar relacionado con Ojos-Rojos o con Nathan, pero... —Hizo una pausa, buscando las palabras correctas—. El problema es que Ojos-Rojos controla a la gente, los convierte en sus marionetas. Y claramente, Mikael no está siendo manipulado. Esto es algo que él hizo por su cuenta. Así que, por descarte, podemos intuir que Mikael podría estar asociado con Nathan. ¿Y quién es la persona más cercana a Mikael?

—¡Mierda! —espetó Emma, tapándose la boca—. ¿Leonard?

Zoey soltó una breve carcajada. Señaló otra foto en el tablero, justo al lado de la de Mikael: Natasha Sinclair.

Emma se quedó anonadada.

—¿Ella? —murmuró—. ¿Cómo lo sabes?

Zoey la miró seriamente.

—¿Recuerdas cuando Nathan te tendió una trampa en el barco pirata? Todos estábamos allí, incluido Mikael y Natasha. Pero cuando tú te separaste del grupo porque Nathan te había atrapado, hubo una persona que desapareció en ese mismo momento. Y no me di cuenta hasta ahora.

Emma frunció el ceño.

—Natasha Sinclair.

Zoey esbozó una media sonrisa, pero Emma, todavía incrédula, soltó una risa tensa.

—Lo gracioso es que pensé en Natasha al principio porque su nombre se parecía al de Nathan, pero me pareció una tontería tan grande que lo descarté —dijo Emma, intentando reírse de su propia ingenuidad.

Eme, quien había estado en silencio observando la escena desde el otro lado del taller, intervino con una voz firme.

—Quizás esa era justamente la idea. Hacernos pensar que era demasiado obvio para ser cierto.

Zoey asintió, sintiéndose respaldada por Eme.

—Con esto, sabemos exactamente de quién cuidarnos. Uno menos en la lista. Ahora solo falta... Ojos-Rojos.

El silencio se instaló por un momento. Emma dejó escapar un suspiro aliviado, pero su mente seguía girando, consciente de que aunque habían hecho un gran avance, lo más peligroso aún estaba por delante.

—Ojos-Rojos... —murmuró, mirando el tablero.

*****

Zoey estaba concentrada, preparando con cuidado un suero en la mesa de trabajo.

—Okey, ¿estás lista? Esta será el último testeo.

Emma asintió. Zoey le colocó el suero a Emma y, luego de una intensa jaqueca que revolvió su mundo, sus ojos violetas se esfumaron, para volverse unos comunes ojos miel. Emma contempló sus manos, intentó invocar las partículas de luz, pero no fue capaz de lograrlo. Zoey colocó un temporizador.

—Cuando tus poderes vuelvan, anota la hora exacta.

—Sí... —Emma observó la herida en la frente de Zoey—. ¿Cómo estás con eso? No tenías que ir tan lejos.

Zoey soltó una risa breve, casi despreocupada.

—Quizás me dejé llevar un poco porque Julia estaba mirando —admitió, encogiéndose de hombros—. Quería que pareciera real, pero no pensé que el espejo se rompería tan fácil.

Se acarició la herida, con una expresión satisfecha y hasta un poco orgullosa.

—Pero, ¿sabes qué? Creo que me lucí. Fue una gran actuación. Debería ser actriz. Solo tuve que pensar en Ada... —dijo con un suspiro, recordando a su hermana—. Y las lágrimas salieron solas.

Emma sonrió, aunque la mención de Ada la dejó un poco incómoda. Sabía cuánto dolor había en esa pérdida, y que Zoey podía usarlo tan eficazmente, le resultaba tanto admirable como aterrador.

Eme, trabajando en otro rincón del taller, observaba a ambas con una expresión de aprobación.

—Lo han hecho bien, todo está saliendo según lo planeado —dijo Eme, acercándose a ellas—. Ya estamos muy cerca para que las visiones de Ren se cumplan, y si mis cálculos no me fallan, todo terminará en el viaje que Teodoro planea hacer con Zoey.

Emma alzó una ceja, interesada.

—¿El viaje? —preguntó.

—Sí, lo investigué —respondió Eme, cruzando los brazos—. El lugar es ideal para la última fase del plan. Allí podría ocurrir la ruptura final.

El aire en la habitación pareció enfriarse un poco cuando Eme mencionó «la ruptura». Zoey se tensó ligeramente, aunque lo disimuló bien.

—Ahora que tú y Ren han tenido esa primera gran pelea, lo siguiente es romper por completo el lazo de la amistad —continuó Eme, observando a Zoey—. Deberás seguir a Ren a donde vaya, pero tú, la próxima vez que veas a Milena... Escoge un lugar público.

Emma asintió, entendiendo el siguiente paso. Había tanto en juego, y cada movimiento debía ser cuidadosamente calculado.

—Y después de eso... —Eme continuó—. Zoey, tendrás que quebrarte. Por completo. Delante de otras personas.

Zoey asintió, pensativa.

—Podría ser en el lugar donde trabajo —sugirió, entrelazando las manos—. Flavia siempre está allí, y si hago mucho escándalo, correrá la voz. Además, Ulises también volverá a trabajar pronto. Tanto si sigue siendo uno de los ojos-rojos como si no, verá la escena.

Eme consideró la idea por un momento antes de asentir lentamente.

—Eso podría funcionar. Pero nos falta asegurarnos de que todos acepten las invitaciones al balneario —dijo, mirando el tablero lleno de fotos, planes y anotaciones—. Si logramos convencer a todos de que Zoey ha roto completamente sus lazos con Emma, entonces solo quedará quebrar la investigación.

Zoey asintió de nuevo.

—Dejaré una libreta con anotaciones falsas sobre el suero. Eso debería mantener a los Diorins en alerta. Además, revelará que Emma no tiene poderes, lo que aumentará las posibilidades de que intenten intervenir cuando yo... quiera «asesinarla».

El plan avanzaba sobre ruedas, y sin contratiempos, pero la tensión en la habitación era palpable. Eme frunció el ceño.

—Por desgracia hay un problema, que no consigo resolver. Y es que probablemente tanto Ojos-Rojos como Nathan, al enterarse de todo, tendrán todas las alarmas sobre ti, Zeta. Ya será muy difícil para Ren lidiar con alguno de los Diorins si se da la ocasión. ¿Pero cómo harás tú para administrarles el suero por sorpresa? Y más importante, ¿cómo haremos para separarlos?

El silencio cayó sobre ellas. Zoey bajó la mirada, pensativa, hasta que una idea se formó en su mente.

—Quizás podríamos incluir a alguien más en el equipo del taller —dijo, finalmente, mirando a Emma.

—¿A quién tienes en mente? —preguntó Emma, curiosa.

Zoey sonrió, como si tuviera una carta bajo la manga.

—Empieza con «J».

Emma la miró, parpadeando lentamente mientras procesaba la respuesta.

—¿Julia?

Antes de que Zoey pudiera responder, Eme intervino con firmeza.

—No. No podemos confiar en nadie más —dijo, tajante—. Este plan es demasiado arriesgado para involucrar a terceros.

Zoey no cedió.

—Tengo una corazonada con ella. No estoy completamente segura, pero no veo otra forma de que los Diorins bajen la guardia. No lo harán conmigo y tampoco podemos esperar que Ren se encargue de ambos. Julia es nuestra mejor opción.

Eme seguía indeciso, pero Zoey continuó.

—Piénsalo. El plan es que separar a todos con el juego de Cazadores y Animales. Hasta ahí bien, puedo encargarme de amañar el juego para elegir los nombres que queremos. Aunque eso será sospechoso, ya que seré yo la que dará la idea en primer lugar.

—Ahora que lo pienso... —Intervino Emma—. Si contamos con alguien más, como Julia, ella podría hacerlo y nadie sospechará. Además, podría tener vigilada a Natasha y mantenerla ocupada mientras tanto. Porque ahora mismo, lo que necesitamos es que sea ojos-rojos quien pise la trampa.

—Exacto —prosiguió Zoey—. Con alguien más en el tablero de juego, será más sencillo mantener el efecto sorpresa. Julia podría enviarnos mensajes constantes por celular para advertirnos si ve algo inusual y mantener alejada a Nat.

Emma continuó.

—Y como no sabemos si quien aparecerá sera ojos-rojos o alguien controlado por ella, asumiremos que quien sea que me siga lo hará para protegerme de Zeta, por ende, será ojos-rojos. Ya que yo, como seré Cazadora, nadie debería de estar siguiéndome.

—Entonces, yo estaré en el gran árbol y tú me «buscarás» por las cercanías, pero en realidad solo esperarás que alguien te siga a ti. Cuando lo identifiques, podrás venir hacia mí. Yo estaré atenta a lo que me diga Julia, y podríamos tener una nueva clave, como... si yo estoy fumando, significa que sé que Julia está distrayendo a Natasha.

—Podríamos agregar una más... —dijo Emma pensativa—. Mientras me acerco, intenta observar a los alrededores. Si ves a alguien cerca, o siguiéndome... silba.

—Hecho.

Eme se mantuvo en silencio por unos segundos, observando a Zoey y Emma con cautela. Su expresión continuaba reacia a la idea de añadir a otro integrante al equipo, pero finalmente, Zoey le recordó las palabras que Eme le había dicho al principio de todo.

—Esto es a todo o nada... ¿No?

Eme la miró por un largo instante antes de soltar un suspiro resignado.

—Muy bien.

*****

La puerta del taller se abrió, dejando entrar a Zoey, quien escoltaba a Julia con paso firme. Julia, algo insegura, miraba alrededor, tratando de procesar el ambiente extraño que la rodeaba.

Zoey le hizo una señal de silencio, mientras se disponía a guardar su celular y todo aquello metálico que tuviera en un cofre. Luego le indicó hacer lo mismo a Julia.

Ella, aún sorprendida, asintió sin decir palabra e hizo lo propio, siguiendo el ejemplo de Zoey. Sus ojos expresaban una gran confusión mientras lo hacía.

Cuando finalmente entró al taller, sus pasos vacilaron al ver a Emma, de pie, al otro lado de la habitación, junto a un hombre que no conocía. Julia se detuvo en seco y su respiración se aceleró. La incertidumbre, de repente, se transformó en miedo.

—Emma, Zoey... —Su voz tembló—. No entiendo nada. ¿Van a quitarme los órganos?

Ambas intercambiaron miradas antes de soltar un bufido largo y angustiado seguido de unas risas. La tensión en la sala se disolvió por un instante, como si ese comentario, aunque nervioso, hubiera cortado la incomodidad.

—Tanto tiempo manteniendo nuestros nombres en clave... —se quejó Zoey, llevando una mano a su frente, pero le dolió, y la quitó rápido—. Y lo dices a la primera oportunidad.

Emma no pudo evitar sonreír con ironía mientras se cruzaba de brazos.

—Excelente, Julia. Muy discreta.

Pero antes de que la incomodidad pudiera crecer, Eme, que había estado observando en silencio, rompió el momento con una sonrisa tranquila.

—De todas formas, ya lo sabía —dijo con calma, haciendo que Julia se girara para mirarlo, aún más confundida.

Zoey se acercó y le puso una mano en el hombro a Julia.

—Siéntate —le pidió—. Te vamos a contar todo.

Julia, todavía aturdida, obedeció y se sentó en un viejo sillón que estaba contra la pared. Sus ojos recorrieron los tableros llenos de fotos, mapas y notas escritas a mano. Información caótica y fragmentos de algo mucho más grande de lo que podía imaginar.

Su corazón palpitaba acelerado mientras Zoey y Emma comenzaban a relatarle la verdad, empezando por los Diorins, el plan meticuloso que habían diseñado, las mentiras que habían tenido que construir... y lo que estaba por suceder en el viaje de Teodoro.

El silencio cayó con contundencia cuando terminaron de hablar. Julia permaneció sentada, inmóvil, mirando al vacío. Era demasiada información para asimilar de una sola vez. Los tableros frente a ella parecían un rompecabezas imposible de resolver. La imagen de Daniel y Brenda pasó por su mente como un rayo, y algo dentro de ella se quebró.

Finalmente, sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, y su voz tembló cuando, con un hilo de voz, preguntó:

—¿Entonces ellos... asesinaron a Daniel y Brenda?

Zoey se acercó a ella, se arrodilló a su lado y le tomó la mano con suavidad.

—Sí —confirmó con un tono bajo pero claro.

Julia cerró los ojos, apretando los puños con fuerza. El dolor se transformó en furia. Todo lo que había conocido, cada relación, cada verdad, se había destrozado frente a sus ojos. Y en medio de ese caos, algo se encendió en su interior.

—Gracias por confiar en mí —dijo, limpiándose las lágrimas con la manga y recuperando el aliento—. ¿Qué necesitan que haga?

Emma y Zoey se miraron por un instante, sorprendidas por la fortaleza de Julia. Luego, ambas se acercaron y la envolvieron en un abrazo cálido y reconfortante.

Por un momento, todas compartieron el peso de la responsabilidad y el alivio de no tener que cargarlo solas.

—No te preocupes —murmuró Emma—. Lo haremos juntas.

*****

En una pequeña habitación, oculta entre las paredes de ladrillo desgastadas del taller, Emma y Zoey se preparaban mentalmente para lo que se vendría. Este rincón secreto, apartado del bullicio de los planos y herramientas, parecía un santuario privado.

Era un lugar que Emma y Zoey habían improvisado, lleno de detalles que solo las dos conocían. Un sofá viejo, pero cómodo, dominaba el centro del espacio, acompañado por una mesa de madera con marcas de uso.

Zoey estaba sentada en el suelo, con las piernas cruzadas, mientras revisaba una serie de notas dispersas, pero su mirada se perdía entre las sombras, nerviosa. Emma estaba tumbada en el sofá, con los ojos cerrados, tratando de encontrar un momento de paz, aunque su mente no dejaba de anticiparse a los posibles errores que podrían llegar a suceder.

Finalmente, Emma abrió los ojos y se incorporó, apoyando los codos en las rodillas mientras miraba a Zoey.

—Mañana... —dijo con un suspiro, como si esa palabra pesara más de lo que podía soportar—. Es el gran día.

Zoey levantó la mirada hacia ella.

—Lo es —respondió con suavidad—. Todo lo que hemos hecho, cada paso, cada mentira, cada sacrificio... todo nos lleva a mañana.

Emma asintió, pero había algo más en sus ojos, una sombra que se negaba a disiparse. Se abrazó a sí misma, como si el frío de la noche hubiera logrado filtrarse a través de su piel.

—Zoey... —susurró, la voz cargada de vulnerabilidad—. Tengo miedo.

Zoey frunció el ceño y se acercó a ella, apoyando una mano en el borde del sofá, como si pudiera darle apoyo solo con estar cerca.

—¿Miedo de qué? —preguntó, aunque lo sospechaba.

Emma bajó la mirada, jugando con el borde de su suéter. Era difícil poner en palabras lo que la atormentaba.

—He estado pensando en las visiones —comenzó—. La primera, la de ti... y luego la mía, cayendo al vacío. No puedo sacarme esa imagen de la cabeza.

Zoey se quedó en silencio por un momento. Sabía que esas visiones pesaban sobre ella como una amenaza latente. Pero se negó a ceder al miedo. Se movió para sentarse junto a Emma en el sofá, tomando sus manos entre las suyas.

—Emma, mírame —dijo con suavidad—. Te lo dije el primer día de clases y te lo repito ahora: cada vez que me necesites estaré ahí. No sé qué va a pasar mañana, pero si las cosas salen mal, haré todo lo que esté a mi alcance para no dejarte sola.

Emma levantó la vista, encontrándose con los ojos de Zoey. Había una profundidad en ellos que le recordó por qué confiaba tanto en ella. Pero el miedo, esa sensación de que algo podía salir mal, seguía aferrado a su corazón.

—Pero las visiones, Zoey... —insistió Emma—. ¿Y si no podemos detenerlo? ¿Y sí, pase lo que pase, todo ya está predeterminado?

Zoey negó con la cabeza, y su expresión se endureció, no de enojo, sino de pura convicción.

—No creo en destinos escritos, y tú, más que nadie, tampoco deberías —respondió con ligereza—. Creo en lo que hacemos, en nuestras decisiones. Y te prometo, Emma, que pase lo que pase, sin importar cuántas veces nos caigamos, siempre te levantaré, y sé que tú harás lo mismo por mí.

El silencio volvió a caer entre ellas, pero esta vez no era de tensión, sino de una conexión más profunda. Emma pudo sentir el calor en las palabras de Zoey, y por un instante, el miedo pareció disiparse. Se permitió un pequeño suspiro de alivio, apoyando su cabeza en el hombro de su amiga.

—Gracias —murmuró Emma, apenas un susurro—. «Eres la mejor, Zo».

Zoey entendió la referencia y echó una risa. Abrazó a Emma y, simplemente, contempló hacia la nada.

El mundo exterior se sentía distante, casi irreal. Allí, en esa pequeña habitación, en ese rincón de complicidad y confianza, todo parecía estar bien, aunque solo fuera por un momento.

Mañana, el caos llegaría. Los Diorins, las mentiras, el peligro inminente, todo se abalanzaría sobre ellas con una ferocidad inigualable.

Pero ahora, en ese pequeño instante de respiro, podían soñar con la victoria, con el final que tanto habían planeado, y con la promesa de que, pase lo que pase, su vínculo no se rompería.

—Vamos a lograrlo... —dijo Zoey en un murmullo, esperando que Emma completara la frase que, tiempo atrás, en la cabaña, se habían dicho.

Emma, con los ojos cerrados, asintió levemente, y luego, los abrió con determinación.

—Cueste lo que cueste.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top