32. Todo se terminó



Maggie avanzaba con pasos rápidos a través del bosque, pero por más que se esforzara en encontrarla, no había señales de Zoey. Apretó los dientes, sintiendo la frustración, ardiendo en su pecho.

Hasta que, de repente, le llegó un susurro que le heló la sangre. Una voz se deslizó en su mente, como una sombra gélida y oscura.

Encontrarás a Casandra en el sur.

Maggie se detuvo de golpe y su corazón le dio vuelco. Reconocía esa voz. Kairos. Su aterradora presencia se filtraba en sus pensamientos como un espectro. Eso no estaba bien. Si él estaba allí, en su cabeza, significaba que su control se estaba debilitando más rápido de lo que se hubiese imaginado.

¡Apúrate!

—¡Cállate! —arremetió ella.

Isaac Morgan, no muy lejos del lugar, se giró sorprendido ante aquel grito. Maggie exprimió su cabeza, tratando de ocultar el temblor en su cuerpo. No podía permitirse una distracción ahora. Tenía que encontrar a Zoey. Tenía que llegar a ella antes de que fuera demasiado tarde.

Kairos volvió a susurrar, esta vez con un tono burlón y despiadado, nublándole la mente con imágenes de muerte y destrucción. Maggie cerró los ojos con fuerza, luchando por mantener el control.

Respiró hondo y, con la mandíbula apretada, se dirigió al sur. No confiaba en la información que Kairos le había dado, pero por ahora, era lo único que tenía.

Mientras avanzaba, el bosque parecía alargarse, envolviéndola en un silencio que rozaba lo sobrenatural.

Y entonces, la vio.

Emma caminaba entre los árboles. Rápidamente, se agachó detrás de un tronco, observándola desde las sombras. Su corazón latía con fuerza, pero una chispa de alivio recorrió su cuerpo. Emma estaba sola, pero viva. Por lo que Zoey todavía no había actuado.

Sin hacer ruido, la siguió a una distancia prudente. Los pasos de Emma eran decididos, pero Maggie podía percibir una sensación de tensión anticipatoria en su andar. Como si algo estuviese a punto de suceder.

Emma llegó a un claro, y allí estaba Zoey, detrás de un enorme árbol y sentada sobre una roca, mientras un cigarro se consumía perezosamente entre sus dedos. Maggie se acercó a una distancia prudente, con los nervios apretándole el estómago.

Un intercambio de palabras comenzó a fluir entre ambas, por lo que se aproximó un poco más para poder escucharlas mejor. Algo entre ellas no andaba nada bien. Maggie había conocido a muchas personas siniestras a lo largo de su vida; y muchas de ellas, como Zoey esta noche, eran incapaces de ocultar ese instinto asesino en su habla y en su mirada.

Maggie sintió un leve impulso de intervenir, pero por desgracia, todavía no era el momento. Si actuaba demasiado pronto, podría arruinarlo todo. Su mente la llevó a ese día en Aldebarán en dónde recibió aquella carta de Dean Becker.

«Madison, lo que te voy a decir no va a ser bueno. A partir de ahora tienes que tener mucho cuidado con Kairos. Entiendo que la corte quiere que reclutes a Emma, pero eso solo empeorará tu control sobre él. Casandra es el objetivo principal de Kairos y si te acercas mucho a Emma, él podría ganar más fuerza que nunca, y tú, quizás pierdas el control para siempre».

Maggie suspiró. Lo peor de todo no había sido eso. Si no la última parte: «Y debes tener mucho cuidado, porque también, bajo ninguna circunstancia, debes revelar tu identidad delante de Emma antes de la aparición de Osiris. Si lo haces, ella jamás te verá como una aliada, y para empeorar las cosas... Kairos ganará».

Entonces, sucedió. Maggie vio a Zoey sacar un arma.

—Mierda...

¡Mátala! ¡Acábala ahora!

Maggie sintió su corazón detenerse. Esto no podía estar pasando. ¿Qué podía hacer? ¿Qué decisión era la mejor? Maggie se mordió los labios hasta casi sangrar, intentando evaluar todas las posibilidades, pero antes de que pudiera reaccionar, la voz de Kairos volvió, más fuerte y más agresiva.

¡Mátala! ¡¿Qué estás esperando?!

Maggie tembló. Sentía la presión, la oscuridad, la amenaza constante de perderse en esa voz que le ordenaba actuar.

—¡Cállate! —murmuró entre dientes, con furia—. ¡No voy a hacerlo!

Pero Kairos no se detenía, su presencia se intensificaba, y Maggie sabía que si seguía escuchándolo, si le permitía adueñarse de sus pensamientos, todo se desmoronaría.

¡Mátala, o lo haré yo! ¡Apúrate, mortal insignificante!

Maggie maldijo en voz baja mientras veía cómo Zoey alzaba el arma. Vio su dedo temblando sobre el gatillo y sintió como el tiempo para tomar una decisión se le escurría mientras la voz de Kairos le asediaba sin compasión, convirtiéndose en un tumulto intolerable que no la dejaba pensar, ni respirar...

Se frotó el cuello, tratando de ahogar esa presión infernal que le nacía en la base de la cabeza, pero él seguía ahí. Taladrándole desde su interior.

Hazlo ahora... ¡Mátala!

El cuerpo de Maggie tembló.

¡Matala!

Sentía que la presión dentro de su cabeza crecía, como si Kairos estuviera a punto de aplastarla.

¡Mátala!

Los labios se le partieron por la tensión y un fino hilo de sangre recorrió su mentón mientras apretaba los dientes con todas sus fuerzas.

¡Mátala...! —La siguiente voz, se escuchó gruesa, y con una fuerza y claridad que le nubló la visión—. O yo te mato.

El corazón de Maggie latió con violencia y un grito quedó atrapado en su garganta, pero en lugar de soltarlo, algo dentro de ella estalló.

Sus pupilas se tiñeron de un rojo colérico. La mano de Maggie se alzó en un acto reflejo, y de sus dedos brotó una feroz ráfaga de energía que cruzó el aire con un crujido sordo, partiendo el suelo en su camino.

La onda alcanzó a Zoey de lleno, y salió despedida hacia atrás; al siguiente segundo, se frenó en seco, levitando en el aire. Sin ser eso suficiente, sus músculos se tensaron en un espasmo agónico que la llevó a arquearse de dolor.

Intentó gritar, pero solo consiguió escupir un jadeo ahogado. Los ojos de Maggie estaban clavados en ella, sin parpadear y enraizados en una rabia descomunal.

El arma que Zoey sostenía se escurrió de sus manos y cayó, pero antes de que pudiera tocar el suelo, comenzó a flotar lentamente, obedeciendo a la voluntad de Maggie. El cañón se desplazó, pero esta vez, la dirección cambió hasta apuntar justo en la cabeza de Zoey.

—Lo siento... —susurró Maggie.

Pero entonces, un estallido de energía emergió desde donde estaba Emma. Los ojos de la joven brillaron con un violeta cegador. De su cuerpo emergieron pequeñas partículas resplandecientes, que volaron como una tormenta de cuchillas luminosas hacia Maggie.

El golpe fue inevitable; y Maggie sintió la embestida con una fuerza brutal, arrancándola del control que mantenía sobre Zoey y lanzándola contra un árbol cercano. El impacto resonó en el aire, y el tronco crujió bajo el golpe.

Maggie cayó al suelo, jadeando. Zoey, ahora libre, se desplomó contra la tierra y el pánico no demoró en apoderarse de ella. Sus manos, temblorosas, se movieron torpemente por las hojas húmedas hasta que encontraron el metal frío del arma. Se levantó tambaleante, con la respiración agitada y los ojos empañados de terror.

—Perfecto... —susurró a secas—. ¡Mátense entre ustedes!

Y echó a correr.

—¡Zoey! —gritó Emma, extendiendo la mano hacia ella, pero su voz se perdió en el vacío.

Zoey no miró atrás y su silueta se perdió atravesando las sombras del bosque. Emma bajó el brazo, con el pecho agitado y una mezcla de incredulidad y decepción, traducidas en sus ojos violetas.

Giró la cabeza hacia donde estaba Maggie. Esta se levantaba, despacio, usando sus ensangrentadas manos para aferrarse al tronco de un árbol para incorporarse.

El aire se tornó irrespirable.

—Así que eras tú.... —musitó Emma, con una voz cargada de rabia.

—¿Por qué la dejaste ir? —preguntó Maggie con dificultad—. Estuvo a punto de asesinarte.

—Si yo fuera tú... —Partículas de luz violácea, intensas como diminutos faros, se elevaron cubriendo gran parte del claro—. Me preocuparía por mi propia vida.

—¡Espera! Estoy de tu lado...

Los ojos de Emma resplandecieron con ferocidad.

—Yo no.

Emma fue la primera en moverse. Con un rápido giro de su brazo, arrastró consigo una corriente de partículas que imitaron sus movimientos en el aire.

Las luces se agolparon, girando y reuniéndose entre ellas antes de precipitarse hacia Maggie como una marea iracunda, empujándola sin piedad hacia un lado.

El golpe fue feroz y el impacto contundente. Maggie quedó sin aire al instante, impactada por la devastadora fuerza de Horus, pero no se dejó someter.

Con una mirada de pura concentración, dejó que el dolor la alimentara y, se levantó con la rapidez de un resorte; luego, liberó una explosión de energía desde su propio centro, que se precipitó como un estallido que se liberó en todas direcciones, logrando desintegrar gran parte de las partículas.

El aire quedó momentáneamente enrarecido por la onda expansiva. Maggie, sin perder un segundo, flexiono la rodilla y dejó caer su bota con fuerza sobre la tierra. El golpe reverberó en el suelo como un trueno silencioso, y de esa descarga, emergió un impulso de poder que levantó a Emma por los aires. Fue un salto breve, pero suficiente como para dejarla indefensa.

Maggie no dudó. Con un movimiento brutal, como si lanzara un puñetazo, su brazo cortó el aire y liberó una ráfaga de energía pura. Era una fuerza invisible, pero su impacto cruzó el claro como un rayo indomable y golpeó a Emma con la violencia de un huracán.

El cuerpo de Emma salió disparado y su cuerpo se desdibujó en el aire antes de caer pesadamente sobre el suelo, arrastrada por la inercia del golpe.

Emma se desplomó, pero no se quedó allí. Había estado entrenándose para este momento... y no iba a dejarlo escapar. Mientras su cuerpo se reincorporaba, su brazo derecho trazó un arco desde abajo hacia arriba, y su mano, abierta como una garra, invocó una nueva oleada de partículas luminosas.

Todas se alzaron como un torbellino etéreo, girando con furia en torno a Maggie. La luz envolvió a su adversaria, prendiéndose a su piel como fuego líquido, hasta que Emma cerró su puño. Y en ese instante, las partículas, antes suaves y fluidas, se afilaron como cuchillas y, con una precisión mortal, se clavaron en el cuerpo de Maggie.

El grito de dolor que largó, se ahogó bajo el rugido de su propia energía. En el último segundo, antes de que las partículas pudieran desgarrarla por completo, liberó otra devastadora onda expansiva en un grito de poder que sacudió la flora circundante.

Sin darle tiempo a Emma para pensar, estiró su mano hacia dos árboles cercanos, y como proyectiles obedientes a su voluntad, los arrancó de raíz y los lanzó hacia Emma con una fuerza colosal.

Emma fue capaz de esquivar el primero, lanzándose sin pensar hacia un lado; pero el segundo sería imposible de eludir. Extendió sus manos al frente, con las palmas abiertas, y las cerró.

Las partículas se lanzaron hacia las comisuras del tronco en pleno vuelo, y luego, con un destello segador, lo resquebrajaron desde el interior. El árbol se partió en dos y las mitades rozaron a Emma por escasos centímetros, a la vez que el viento levantado por el impacto, azotaba su rostro.

Pero cuando Emma giró para volver a enfrentar a Maggie, ya era tarde.

Maggie estaba justo frente a ella, a una distancia mortalmente corta.

Con un golpe brutal, la derribó al suelo con un estallido de energía que resonó como el impacto de un meteorito. La tierra bajo Emma tembló, y antes de que pudiera levantarse, sintió cómo el poder de Maggie la envolvía en una prisión invisible que la levantó del suelo, inmovilizándola por completo.

Emma intentó invocar sus partículas de luz una vez más, desesperada por liberarse, pero Maggie, con una sonrisa feroz y oscura en sus labios, no le dio oportunidad. Con un simple gesto de su mano, torció el cuerpo de Emma con su telequinesis, y las partículas que intentaban formarse se desvanecieron en el aire.

—Yo no te recomendaría moverte... —La voz de Maggie era fría como el acero, cortante y definitiva—. Eres buena, pero... sigues estando muy verde.

Emma trató de retorcerse, luchar contra la prisión invisible que la sostenía en el aire, pero sus fuerzas se derrumbaban. Cada intento de mover sus brazos, de invocar cualquier destello de poder, se desvanecía antes de materializarse.

Maggie tenía el control absoluto.

Desde el borde del claro, Isaac observaba con el corazón revolucionado. Su cuerpo temblaba de impotencia mientras apretaba sus puños al punto de entumecerlos.

Sabía que no podía intervenir, que cualquier intento de ayudar a Emma sería en vano. Pero verla así, atrapada, al borde de la derrota... era insoportable.

Isaac dio un paso adelante, pero se detuvo. Un nudo se formó en su garganta, cargado de desesperación. Tenía que hacer algo. Tenía que pensar en una solución cuanto antes...

—Aguanta, Emma... —murmuró entre dientes, con la impotencia, escociéndole la piel—. Por favor, aguanta.

Y sin esperar más, echó a correr hacia lado opuesto.

*****

Zoey corría por el bosque como si su vida dependiera de ello.

Las ramas de los árboles, filosas y oscuras, se alzaban como garras tratando de aferrarse a su piel, pero no había espacio para detenerse.

El aire parecía quemarle los pulmones, y cada paso resonaba como un martillo en su pecho, pero ella seguía adelante, empujada por la desesperación y el instinto de supervivencia.

Sabía que no podía volver; no podía permitirse pensar en lo que había dejado atrás: a Emma, enfrentándose sola contra Maggie, la mujer de los ojos rojos... la novia de su hermano. El simple pensamiento la hacía hervir de rabia. ¿Cómo había sido tan ciega? ¿Cómo no había visto las verdaderas intenciones de Maggie? Ahora lo entendía todo, pero eso no cambiaba nada. Lo único que importaba era escapar.

No sentía remordimiento por haber dejado a Emma atrás. Que se destruyeran entre ellas, se repetía a sí misma, como si eso fuera a liberarla de la creciente presión en su pecho.

Sin embargo, mientras sus pies golpeaban el suelo húmedo y resbaladizo, una parte de ella, la que solía ser cauta y sensata, gritaba que no estaba a salvo. Que, probablemente, ya no había escapatoria.

De repente, Zoey frenó en seco.

Su cuerpo se deslizó unos metros más sobre la tierra hasta que quedó de pie, jadeando, con la adrenalina aun ardiendo en su interior.

Delante de ella, dos figuras surgieron de la penumbra: Natasha y Julia. El corazón de Zoey dio un vuelco, y con la respiración aún entrecortada, instintivamente llevó la mano al arma que había escondido detrás de su espalda. Disimulando, la guardó con cuidado bajo su chaqueta antes de que ellas pudieran notarlo.

—¡Zoey! ¡Te encontré! —dijo Julia, animada—. ¡Y ya van tres! ¡Estoy on fire!

—¿A dónde ibas con tanta prisa? —preguntó Natasha con una voz casual, pero había algo en su mirada que hizo que el cuerpo de Zoey se tensara.

Zoey, todavía recuperando el aliento, se forzó a parecer despreocupada. Apretó los labios y dejó escapar una risa nerviosa.

—¿Prisa? —repitió, como si la pregunta hiciera gracia—. No, no. Solo... seguía jugando.

—Igual eso es trampa. Se supone que tienes que quedarte en un solo sitio y hacer sonidos —comentó Julia, sonriendo con inocencia, como si realmente creyera que seguían en medio del juego.

Pero, en cambio, Natasha no sonreía.

Su rostro permanecía inexpresivo, sin quitar un segundo los ojos de Zoey. El silencio que siguió fue insoportable. Zoey notaba la duda en cada mirada que Natasha le dirigía, como si intentara diseccionarla, buscando la verdad bajo la superficie.

Trató de sacudirse esa sensación, de mantener su fachada tranquila, pero cada segundo que pasaba hacía que se sintiera más acorralada.

—¿Y ese ruido que escuchamos hace un rato? —preguntó Natasha, rompiendo el silencio como si lanzara una trampa, un sutil señuelo—. Sonó fuerte. ¿No lo escuchaste?

El corazón de Zoey se aceleró aún más. Notó cómo su pulso martillaba en sus sienes, y sus dedos, inquietos, apretaban el dobladillo de su chaqueta.

—No... —respondió, tragando saliva—. No oí nada.

Natasha inclinó la cabeza con lentitud, como si analizara cada palabra.

—¿De verdad? —dijo dando un paso más cerca—. Porque venías justo desde la dirección de donde provino el sonido.

El estómago de Zoey se revolvió.

«Mierda, mierda, mierda...». Trató de buscar alguna respuesta convincente, pero las palabras parecían haberse esfumado de su mente. Julia, sin darse cuenta del nerviosismo de Zoey, intervino con una sonrisa más amable.

—Zoey, ¿estás bien? —le preguntó con suavidad—. ¿Te asustaste con algo en el bosque? A veces las sombras juegan malas pasadas.

Zoey se aferró a esa excusa como si fuera su única salida.

—Sí... —respondió rápidamente—. Me asusté. El bosque puede ser... intimidante. Pero ahora solo iba hacia la hoguera. Así que si me disculpan...

Dio un paso hacia atrás, intentando marcar su retirada. Pero Natasha se adelantó de nuevo, colocándose estratégicamente en su camino. Los ojos de Zoey comenzaron a arder de rabia contenida.

—¿Y qué te pasó en la mano? —inquirió Natasha, señalando una herida que goteaba sangre—. Parece que te lastimaste.

Zoey miró su mano, casi sorprendida de que aún no había notado la herida.

—Me caí... —respondió, forzando una sonrisa.

Pero, de nuevo, Natasha no pareció satisfecha con la respuesta.

Zoey carraspeó, tratando de disimular su creciente nerviosismo. Intentó dar un paso más, pero Natasha no se movió.

—¿Por qué no nos acompañas a ver de dónde vino el sonido? —sugirió Natasha, ladeando la cabeza con una sonrisa astuta—. Ahora somos tres, no tienes por qué asustarte. Quizás alguien necesita de nuestra ayuda.

Julia asintió, apoyando la idea con entusiasmo.

—Sí, Zoey. Es buena idea, así no tienes que volver tú sola.

Zoey soltó un largo suspiro, sintiendo cómo la desesperación se apoderaba de ella. Llevó su mano hacia atrás y sujetó la empuñadura del arma con fuerza.

—Lo siento. No me dejan otra opción...

*****

Maggie apretó su puño con fuerza.

El cuerpo de Emma se estremeció de inmediato y sus costillas impactaron contra la corteza del árbol con una violencia que la dejó sin aire.

El dolor recorrió cada centímetro de su ser, incapaz de hacer otra cosa más que lanzar jadeos cortos y entrecortados.

Intentó invocar de nuevo el pulso de luz, pero algo, una barrera invisible y asfixiante, la sujetaba con brutalidad, como si le estrangulara desde cada fibra de su cuerpo. El aire apenas le llegaba a los pulmones, y su visión empezaba a oscurecerse.

—Esto no debería haber resultado así —gruñó Maggie, su frustración era evidente en cada palabra.

Sus ojos escarlatas se clavaron en Emma, con la mandíbula tensa y los labios apretados. Emma trató de mover sus manos, de emitir aunque fuera una palabra, pero cada músculo le dolía como si ardiera.

Maggie comenzó a murmurar para sí misma, paseando en círculos frenéticos, como una bestia enjaulada. Su irritación solo crecía con cada acelerado paso que daba.

—Carajo... —murmuró Maggie, pasando las manos por su cabello—. Ahora no sé qué hacer contigo. No puedo dejarte así, no puedo...

El pánico la envolvía y sus pensamientos eran un torbellino caótico. Se acercó un poco más a Emma y su voz se volvió fría.

—Supongo que tendré que hacerte perder el conocimiento y llevarte a la corte —susurró—. Quizás si el oráculo aumenta mi poder, podría... —Hizo una pausa, desviando la mirada—. Quizás podría borrar tu memoria. Aunque... —Se pasó la mano por el rostro—. Borrar la memoria de un Diorin sería demasiado riesgoso con la llegada de Osiris tan cerca. Y al parecer ya no cuento con la ayuda del oráculo... ¡Por Aión!

Su frustración volvió a crecer, hasta que golpeó el suelo con el pie, superada por la situación. Se giró para encarar a Emma, levantando su mano con una oscura y determinante resolución en la mente. El brillo amargo en sus ojos indicaba que no le quedaba otra opción.

—Te llevaré con el Supremo Líder. Él decidirá tu destino.

Emma apenas podía mantener los ojos abiertos. El dolor era insoportable, como si todo su ser estuviera a punto de desmoronarse.

Y entonces, justo cuando la mano de Maggie se alzó para finalizar la contienda, una voz irrumpió en el tenso silencio.

—¿Maggie? —La voz de Teodoro Fisher atravesó el bosque como un eco distante.

Maggie se congeló en el acto y su expresión se deformó en una máscara de sorpresa al reconocerlo.

Se giró lentamente, su rostro, pálido, reflejó un revoltijo de incredulidad y miedo cuando sus ojos se posaron en Teodoro. Él la miró con esos ojos. Los ojos del espanto. De repente, la respiración de Maggie se volvió irregular y el control que ejercía sobre Emma se desvaneció en un parpadeo.

Emma cayó al suelo, débil, temblorosa y lastimada, pero con una renovada chispa de oportunidad en crepitando en su interior. Aprovechó el breve lapso de distracción, e invocó todo lo que le quedaba de energía. Las partículas de luz comenzaron a arremolinarse a su alrededor, envolviéndola en una aura brillante y mística.

Maggie, todavía atónita por la aparición de Teodoro, apenas notó el destello violeta que llenó el aire, y para cuando se dio la vuelta, buscando retomar el control, Emma había desapareció en un parpadeo.

—¿Qué...?

*****

Con un rápido movimiento, Zoey sacó el arma y la apuntó hacia ambas.

Julia ahogó un grito y sus ojos fueron poseídos por un brutal torrente de terror. Por otro lado, Natasha ni siquiera se inmutó y su expresión se endureció todavía más.

—No tengo nada contra ustedes —dijo Zoey, con la voz temblorosa, pero decidida—. Pero necesito irme, ahora. Así que, o me dejan pasar, o me abriré camino. No quiero hacerles daño...

Natasha alzó las manos, como en señal de rendición, aunque sus ojos seguían firmes e imperturbables.

—No queremos problemas —dijo ella con calma—. Tranquilízate. Nadie tiene que precipitarse aquí. Te puedes marchar, no haremos nada.

Zoey asintió, dando un paso hacia adelante. Pero entonces, una duda la invadió. Algo no estaba bien. No podía simplemente marcharse. Si las dejaba ir, indudablemente complicaría todo para ella en el futuro.

¿Pero qué podía hacer? ¿Cuál podía ser la solución? Sus ojos recorrieron el rostro de Julia, viendo el miedo desbordarse en ella. Sintió un nudo formarse en el estómago. ¿Por qué de todas las personas... tenía que ser ella?

—Julia... —murmuró Zoey con una profunda amargura—. Mierda... Lo siento mucho.

Zoey volvió a levantar el arma. Julia se aterró y se escondió detrás de Natasha, ella, por otro lado, se plantó con firmeza, escudándola con su cuerpo.

—No tienes que hacer esto, Fisher —dijo Natasha con una seguridad alarmante—. No te daré una segunda oportunidad. Baja el arma ahora.

Zoey temblaba, su respiración era cada vez más errática. Sabía que Natasha estaba diciendo la verdad, pero el miedo... el miedo era insoportable. Apretó los labios.

—En serio. Lo siento mucho, pero soy yo la que no puede dejarte ir... —dijo en un susurro, y lanzando una mirada que un principio trasmitió temor, pero que al siguiente segundo, cambió por completo—. Nathan...

El grito salió de su garganta antes de que pudiera detenerlo.

—¡Ahora!

Julia se movió con rapidez, y en solo un segundo, sostuvo a Natasha con un brazo, y con su mano libre, y el corazón acelerado, le ensartó una jeringa en el cuello.

*****

Teodoro, aun en estado de shock, se acercó lenta y cautelosamente.

—¿Qué está pasando aquí, Maggie? —preguntó, con desconcierto y confusión.

Pero Maggie no le prestaba atención. Sus ojos estaban fijos en el vacío que Emma había dejado tras de sí. El bosque parecía más oscuro, el aire más denso. Todo a su alrededor gritaba peligro.

Entonces, un segundo después, Emma reapareció, como un relámpago en la noche, justo detrás de Maggie. Con un movimiento preciso, le clavó una jeringa en el cuello, inyectando el contenido sin dudar.

Maggie soltó un grito ahogado de dolor, sus manos volaron hacia la aguja, tratando de arrancarla, pero el compuesto ya comenzaba a correr por sus venas.

Se sacó la jeringa de un tirón violento, e inmediatamente, trató de lanzar un golpe de energía hacia Emma. Sin embargo, antes de que pudiera concentrarse, un feroz latigazo de dolor le atravesó el cráneo, obligándola a tambalearse hacia un lado.

—Mierda... —susurró, con los ojos inyectados de rabia.

Tratando de recuperar el control, intentó de nuevo invocar sus poderes, pero cuando extendió la mano hacia Emma... nada ocurrió.

El terror comenzó a crecer dentro de ella. Sus ojos, que antes estaban llenos de determinación, ahora reflejaban puro pánico.

*****

En otro rincón del bosque, Nathan, tras recibir la inyección, sintió un dolor abrasador en su cráneo, como si miles de agujas atravesaran su mente a la vez.

Sin que se diera cuenta, su cabello largo y cobrizo comenzó a empequeñecerse y a mutar de color, mientras que su cuerpo comenzó a ganar un poco de altura y sus rasgos empezaron a transformarse, revelando la verdadera forma de Nathan: un joven de cabello corto, desarreglado, de un naranja apagado y ojos grises, que ahora solo transmitían una profunda sensación de desconcierto.

Miró sus propias manos, aterrorizado, palpándose el rostro y el torso, mientras un pánico creciente se apoderaba de él.

El terror lo llevó a usar sus poderes. Estiró su mano, buscando el destello de fuego que siempre le obedecía sin esfuerzo, pero que, en esta ocasión, brilló por su ausencia. El vacío lo golpeó con la misma violencia que el miedo, y en ese instante, todo encajó en su mente con la claridad de una sentencia ineludible.

Esto nunca había sido una trampa para Emma.

Julia se desplazó veloz, guardando las distancias, pero posicionándose cerca de Zoey. Mientras ella, con la mirada encendida en una mezcla de rabia y satisfacción, empezó a acercarse a Nathan, lenta pero segura. Saboreaba cada paso, como si cada centímetro que acortaba entre ellos fuera una larga, esperada y anhelada victoria.

—Bienvenido al aburrido mundo normal, Nathan —dijo Zoey con una sonrisa empapada en confianza. El momento, finalmente, era suyo, y lo estaba disfrutando.

*****

—¿Qué... qué me has hecho? —gritó Maggie, tambaleándose hacia atrás, incapaz de aceptar lo que estaba ocurriendo. Las venas de su cuello empezaron a palpitar violentamente, mientras un sudor frío le recorría la frente.

Emma, con el aliento entrecortado, dio un paso adelante. Alzó su mano, cada uno de sus dedos empezaron a levantar destellos violetas que comenzaron a rodear a Maggie, hasta que se detuvieron por completo, como el preludio de una feroz tormenta que se desataría.

—Teo... —su voz le temblaba, pero su decisión no—. Perdón por lo que vas a ver, pero... —Las partículas de luz a su alrededor comenzaron a condensarse, chispeantes como pequeños relámpagos—. Maggie no la persona que tú crees.

Emma, con un gesto firme, invocó un poderoso pulso de luz que brotó de sus dedos como una explosión controlada. Las partículas violetas envolvieron a Maggie, arrastrándola con violencia hasta que su espalda chocó contra el enorme tronco del árbol detrás de ella.

Emma cerró los dedos y las partículas se tensaron alrededor de Maggie, apretando su cuerpo como si fueran cadenas luminosas.

—¡¿Qué mierda me diste?! —gritó Maggie, su rostro era una mezcla de ira y desesperación. Sus ojos desprovistos del destello rojo que solían poseer, ahora habían sido reemplazados por simples y apagados ojos marrones.

Intentó retorcerse, pero las partículas de luz la contenían con una precisión letal. Y entonces, en un momento de epifanía, la comprensión se deslizó en su mente.

—El suero... —murmuró, con los ojos dilatados.

Emma asintió, fría.

—Sí. El suero nunca fue para que yo recuperara mis poderes. —Su voz era un susurro, pero su determinación era un grito de guerra—. Siempre fue todo lo contrario.

*****

—Después de tanto, tanto tiempo... —dijo Zoey haciendo un bestial esfuerzo para que su voz no se quebrase, pero sin lograr conseguirlo. De todas formas, no importaba, porque el fuego en su mirada ardía con un fervor inextinguible—. Finalmente, te puedo ver a los ojos, pedazo de hijo de puta.

Nathan retrocedió, tropezando con sus propios pies, incapaz de escapar de la amenaza que se cernía sobre él.

—No tienes ni la menor idea de cuánto esperé este momento... —Zoey levantó el arma, y la fría boca del cañón apuntó hacia él. Su dedo acariciaba el gatillo con una calma casi siniestra—. No tienes idea de a cuántas personas tuve que engañar, a cuántas hice sufrir... solo para tenerte aquí... —Apretó los dientes con rabia—. Pero ahora, finalmente... eres mío.

*****

Emma avanzó decidida, con el brazo al frente, apuntando hacia Maggie, mientras las lágrimas empezaban a agolparse en sus ojos. Inhaló aire profundamente y habló.

—Todos los días. Todos los malditos días... vivía con temor de no saber si vería el siguiente amanecer... —La voz de Emma era un eco de sufrimiento contenido, de meses enteros, de miedo y angustia—. Cada vez que me levantaba, tú eras una sombra que me seguía a todas partes, que nunca me dejaba respirar, y que tu sola presencia ponía en peligro a todas las personas que me importaban.

Las lágrimas rodaban libremente por su rostro, pero su mirada era más firme que nunca. La fuerza que emanaba de ella, ya no venía del odio o del rencor, si no de la liberación de una sinfonía de sufrimiento que estaba llegando a sus compases finales.

—Pero todo se terminó —dijo con ímpetu; sus ojos violetas brillaron—. Ahora, ya te tengo...

Sin la necesidad de estar juntas, Emma y Zoey compartieron la misma energía desenvolviéndose en su interior, la misma sensación de una justicia que se desplegaba frente a sus ojos, el mismo respiro de libertad... y también, las mismas últimas palabras de sentencia:

—Y no pienso dejarte escapar.

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