3. A una última muerte de distancia



«Cuando llegues a la isla, te espera mucho trabajo. Vas a tener que encontrar un sitio alejado, solitario y preparar un Brúiteoir».

Natasha se sorprendió al leer sobre ese nombre.

Antes, cuando ambos eran parte de la corte de los elegidos de Aión, el Brúiteoir era cómo llamaban a una máquina especial que permitía retener a una persona y dejarlo colgando a través de un sistema de poleas, cables y un soporte.

En la lengua natal de los Becker, significaba «ahorcado», un apodo que ambos le habían dado a ese antiguo método de tortura Aionista para conseguir información. Un método que se dejó de emplear cuando la corte encontró a Dean Becker. Sus dones premonitorios eran suficientes para poder entrever distintos futuros y así obtener cualquier tipo de información, en lo que dura un suspiro.

¿Para qué necesitaba uno Dean en esta isla? Si se trataba de información, realmente no le hacía falta. Con una visión ya sería suficiente. A menos que lo necesitase para un fin específico y distinto. Como siempre, esa era una de las tantas preguntas que rondaban por la cabeza de Nat y que no tendría respuesta inmediata.

Natasha decidió no pensar en ello y continuar con su vida. Tuvo algunos momentos de paz. La competencia por la beca honorífica había sido entretenida, como poco. Saltaba a leguas que esa tal Emma ya había aprendido a inducir las visiones para contestar las preguntas.

Y ni siquiera lo disimulaba.

Aunque, a decir verdad, su hermano tampoco lo hacía al principio.

Tras varias semanas en la que se concentró en conseguir los elementos necesarios para el Brúiteoir, Nat recibió una nueva tarea de parte de su hermano. Una que no resultaría moralmente sencilla.

La tarea consistió en grabar un video haciéndose pasar por un alumno de Vanlongward. Al principio pensó que se trataría de Mikael, pero se alivió al descubrir que no fue así.

«Nat, esto es crucial. Los acontecimientos en el crucero dejaron un cabo suelto que debes eliminar cuanto antes. No será difícil con tus dones. Haz que parezca que se quitó la vida. Sabes el procedimiento. Su nombre es Daniel Parker».

Aunque la ejecución del plan era sencilla, grabar un video y luego chasquear los dedos para generar una explosión brutal que detuviese a Daniel de hablar con la policía, había algo que empezaba a ejercer presión en los hombros de Nat.

Algo que empezaba a sonar como... culpa.

Una culpa que tuvo que ahogar con mucho alcohol esa misma noche.

Los días prosiguieron y nuevas instrucciones llegaron a sus manos. Esta vez tuvo un trabajo de seguimiento. Esconderse, pasar desapercibido, infiltrarse y capturar fotos de Ada Fisher en su día a día.

A su vez, tuvo que colarse en un cuarto de hotel en la costa y dejarle una sutil advertencia; luego otra más en el pizarrón del aula de la universidad, junto con las fotos que había conseguido, y una última, en la habitación que Ada tenía en la casa de su hermano.

Aunque el trabajo le pareció rutinario, a Natasha sí que le sorprendió haberse topado con ese increíble sistema detectivesco que Ada llamaba «Redet». Descubrió también, tras haber leído e indagado a detalle sobre el pasado de la familia Fisher, fue atando las piezas necesarias para comprender el porqué su hermano le había advertido sobre ella en un primer momento.

De no frenarla, descubriría los dones de Emma.

De no frenarla, alertaría a todo el mundo sobre el paradero de la Diorin de Casandra.

De no frenarla, la corte Aionista estaría en la isla en un soplido.

Los preparativos y el plan que había trazado Dean le llevaron mucho más tiempo del que se había imaginado. No solo fueron las amenazas. En medio de eso, tuvo que incendiar un pupitre de su curso para ser enviada a terapia conductual y tener una mayor cercanía a su objetivo principal.

También tuvo tiempo de asistir a una divertida fiesta de disfraces para distenderse un poco. Allí también se presentó como Natasha Sinclair. Recordaba perfectamente esa noche. Era una de las, muy acotadas, que realmente tenía libertad para actuar a su antojo.

Se llevó una gran sorpresa al encontrarse con Emma en los baños femeninos. Ella le había esquivado por poco y se encerró en un cubículo a toda prisa. Natasha había estado platicando brevemente con otra chica, mientas le recomendaba un nuevo truco de maquillaje que no conocía, pero se despidió de ella casi al instante.

De repente, Natasha sintió un impulso esa noche.

Quizás podría darle una mano. No quería alterar el curso del destino, ni tampoco quería agitar las alas del efecto mariposa, pero... hoy era su día libre. Se suponía que ninguna decisión que tomase acarrearía consecuencias. De otra forma, su hermano le hubiese prohibido asistir a esta fiesta y ya.

Sacudió los hombros. ¿Qué podía pasar?

Natasha esperó unos segundos, hasta que escuchó a Emma gritar de dolor al otro lado de la puerta. Por suerte, nadie más que ella había escuchado. ¿Estaría usando sus dones? Nat sabía de sobra que el dolor ocular solo llega cuando empiezas a cruzar el límite de tu energía. ¿Para qué necesitaría Emma llegar hasta el límite en una simple fiesta? Más importante... ¿Por qué le importaba siquiera?

«Toc-toc-toc».

—¿Hola? ¿Estás bien? —preguntó Nat, pegando la oreja a la puerta—. Lamento molestar, escuché, gritos... ¿Todo en orden? ¿Puedo pasar?

Luego de un breve tiempo, la puerta se abrió. Natasha se encontraba vestida con un sensual atuendo de diabla, mientras que, Emma, por otro lado, llevaba un disfraz de algún personaje de cómic que le resultaba vagamente familiar... pero no sabía cuál.

—¿Estás bien? —preguntó Nat.

—Lo siento... Estoy bien ahora. Solo tuve un ataque muy fuerte de... jaqueca. Ya se me está pasando.

—Me pegué un susto de muerte con ese grito. Debió ser un ataque tremendo. —Natasha no le creyó en lo absoluto—. ¿Quieres que te dé una pastilla? Siempre que salgo traigo algunas en mi bolso.

—No te preocupes, muchas gracias. Ya está pasando —respondió Emma, acercándose al lavamanos para echarse una exagerada cantidad de agua a la cara—. Lamento haberte asustado.

—Está bien, no tienes que lamentar nada. A cualquiera le puede pasar.

A Nathan se le daba fenomenal fingir ser otra persona. Lo había hecho tantas veces en su vida que hasta podría tener buena madera como actor. Se arrimó hacia Emma y le ayudó a acomodar los flecos rebeldes de su cabello.

—¿Ya nos hemos visto antes? —prosiguió la conversación, Nat.

Emma se tomó un momento para observarla con detenimiento. Eso lo hizo sentir un poco incómodo. Con ese ojo, podría ver su futuro en cualquier segundo y descubrir toda la verdad. Tenía que tener mucho cuidado.

—Eso creo...

—¿Tú no eras una de las chicas que se peleó en la universidad? —preguntó Nat con audacia—. Creo haberte visto en la terapia de conducta de la psicóloga Barrientos. ¿O me equivoco?

—¡Sí! Ya me acuerdo. Tú también estabas ahí... ¿Natalia?

—Natasha, Sinclair.

—Emma Clark —dijo ella sonriendo—. Ahora esta situación me da más vergüenza. Lamento que me hayas visto así, parezco todo un desastre, pero te juro que soy una persona normal... a veces.

Natasha también sonrió.

—Eso es más de lo que yo puedo ser la mayor parte del tiempo...

*****

Nathan Becker no podía decir que su vida era aburrida. Ciertamente, provocar derrumbes explosivos en las ruinas de San Fabrá para que cerraran las puertas al público momentáneamente; buscar un sitio adecuado para construir el Brúiteoir y viajar durante días a bosques aislados de Aldebarán para practicar lo que su hermano llamó «lanzamiento de troncos a altura raza», resultaba más entretenido de lo que se hubiese imaginado.

Sumando a eso, también tuvo que «tomar prestado» un autobús público, haciéndose pasar por un chofer y esconderlo en un páramo solitario a las afueras de la universidad, sin que nadie se enterase. Algo que, al poder cambiar de cuerpo a conciencia, resultaba tan sencillo como quitarle un dulce a un niño.

Entre preparativos, apenas podía tener tiempo para estudiar, pero por suerte su hermano ya se había anticipado a ello y le había facilitado todas las respuestas de sus futuros exámenes, por al menos, dos años.

Bendita premonición. No cabía dudas que era un don increíble.

Finalmente, llegó un día crucial para él. Una tarea cuya relevancia era marcada con esas etiquetas de color negro que Dean había desparramado por toda la libreta. Este tipo de actividades no admitía equivocación alguna, así que tenía que ser extremadamente cuidadoso al ejecutarlas.

En esta ocasión, su objetivo era secuestrar a Ulises Rojas, y para poder hacerlo correctamente, sin dejar abertura alguna a las sospechas, tenía que usar sus dones transformistas para adoptar la identidad de alguien muy peculiar.

«Hazte pasar por Emma Clark».

El brillo de sus ojos resplandeció en un dorado incandescente y su piel se revistió de un brillo atenuado. Luego, Nathan pasó de la forma de Natasha a la de Emma, en cuestión de segundos. Cada detalle estaba muy bien cuidado: su cabello, las pecas en su nariz y mejillas, su estatura.

Solo faltaba un último detalle.

Ya había visto la heterocromía de Emma en otras ocasiones y decidió replicarla en sus propios ojos. Para cuando terminó, el cristal de la fachada exterior del edificio VW le devolvió la imagen de una Emma Clark perfecta.

Ya era momento de actuar. Nathan avanzó hacia la puerta del edificio a la hora que su hermano le había especificado y el portero no se demoró en recibirla.

—¿Señorita Emma? Qué extraño, no la vi salir.

«Dile lo siguiente y te dejará pasar...».

—¿En serio? Pero si incluso me has abierto la puerta y todo. ¿No te acuerdas?

—¿Qué? ¿Lo hice? Oh, lo lamento mucho. Debo estar cansado. A veces me sucede... ya estoy viejo.

—No hay problema, Lambert —Nat sonrió y luego fingió estar apenada—. De hecho, tengo un favor que pedirte. Olvidé mis llaves arriba de nuevo. ¿Será posible que me dejes entrar a mi departamento?

Lambert echó una breve risa.

—Al parecer ambos estamos despistados hoy. Sígame, la escoltaré hasta sus aposentos.

«Sé graciosa. Has algún comentario tonto y no sospechará nada».

—¡Muchas gracias, oh gran salvador!

Lambert volvió a reír. Luego usó una llave especial para activar el ascensor y dirigirlo hacia el piso correspondiente de Emma. Estiró su brazo, permitiéndole pasar al ascensor, pero luego notó algo que le hizo arrimarse a la rubia.

Natasha se petrificó. El portero parecía extrañado por alguna razón a juzgar por las dos franjas que se arrugaron en su frente. Se arrimó unos centímetros más, provocando que ella se sintiese bastante incómoda a nivel «espacio personal». ¿Siempre eran tan confianzudos los porteros?

—¿Se ha cambiado los lentes de contacto de lugar? ¡Ja! ¡Casi no lo noto!

Fue entonces cuando Natasha sintió un escalofrío recorriendo su espina dorsal. ¿Se había confundido?

—Oh... ¿De verdad? Ni lo había notado... —respondió desviando su mirada.

—Ah propósito. Si no le molesta la pregunta. ¿Por qué seleccionó esos colores? ¿Moda? ¿O tienen algún significado especial?

—Moda... solo eso.

—¿Y puede ver bien con los lentes intercambiados? Quiero decir, mis ojos tienen graduaciones distintas en los míos. También uso lentes de contacto. ¿Alguna vez se lo mencioné?

—No, lo siento. —Nat dio un paso atrás con efusividad—. ¿Puedo irme? Tengo prisa...

—S-si, claro. Lo lamento. Siga, señorita Emma.

Nat se obligó a forzar la mejor sonrisa que pudo hasta que las puertas se cerraron frente a ella. Solo en ese momento fue cuando dejó escapar un sostenido y sonoro suspiro de desprecio.

—¡Qué tipo pesado! —susurró.

El ascensor se elevó hasta a llegar al piso de Emma, y una vez más, siguiendo las instrucciones de su hermano con cronometrada certeza, se metió al departamento.

Mientras escrutaba el sitio con cuidado, pudo escuchar el ruido de música y la ducha del piso de arriba, lo que le dio luz verde para moverse. Se escurrió a la cocina, abrió la alacena y en una taza específica de azul con el mango amarillo, vertió una solución somnífera que llevaba consigo.

Dejó la taza en el mismo sitio, luego cerró la alacena, y sin más que hacer allí, se marchó.

Para no tener inconvenientes con ese portero, cambió de apariencia para que Lambert no viese a Emma salir de nuevo y fue a sin pausa, pero tampoco prisa, a buscar el autobús.

Tuvo que esperar unas horas hasta que la reunión que la verdadera Emma tenía concretada con Ulises culminara, después, fue tan sencillo como llegar a la hora indicada a la universidad, permitir que Ulises ascendiera a un autobús completamente vacío, esperar que el somnífero hiciese efecto mientras conducía, y trazar rumbo directo hacia la casa de los Fisher.

Tenía que ser muy veloz esta vez, porque Ada llegaría en un lapso de solo seis minutos. Estacionó el bus, con Ulises roncando a viva voz en la zona trasera, se convirtió en el profesor Fisher, solo por sí las dudas, luego pateó la puerta y destruyó cada unas de las pertenencias de la habitación de Ada... o más bien, Zoey.

Salió de la casa a toda velocidad, cerró la puerta lo mejor que pudo y se dirigió hacia el autobús. Un segundo antes de poner un pie sobre la escalera de ingreso, pudo ver cómo Zoey descendía del mismo autobús, a solo unos metros de su posición.

Si ella no hubiese permanecido con la mirada clavada a su Tablet, quizás le hubiese visto. En fin, era mejor así. Todavía tenía mucho camino que recorrer. Tomó el volante, cerró la puerta, y mientras Zoey ingresaba a su casa, pisó el acelerador a fondo y se preparó mentalmente para la llamada que le haría en el siguiente minuto.

El tiempo que le demoró llegar a las ruinas no le era suficiente como para lograr atar a Ulises y enviarle una foto de él para activar el modo «ansiedad» que tenía que despertar en Zoey esa tarde. Por fortuna, ya se había encargado de eso el día anterior, sin la necesidad usar al verdadero Ulises Rojas, ni lastimarlo previamente.

Le bastó con usar dones, mucho maquillaje, un trípode y una buena cámara.

*****

—El conteo fue apagado —dijo Nathan, oculto entre la maleza de la ruta que llevaba a las ruinas de San Fabrá—. Apúrate, borra todo, y solo para que no hagas nada estúpido, si intentas identificarme...

—Ulises se muere. Lo entiendo. Solo dame un segundo y... Está hecho. —Contestó Zoey—. Tienes lo que querías. Ahora deja libre a Ulises.

Nathan echó una mirada al cuaderno, avanzando a otra nueva página.

«Ok, hermano. Enhorabuena si llegaste hasta aquí. Aun así, lamento decirte que hay un ligero problema. Vamos a tener que encargarnos del chico. Ya tiene sospechas sobre mí, si lo dejamos ir, dará igual que Zoey haya eliminado todo. Así que, lo lamento, pero vas a tener que soltar las cuerdas».

—¿Qué pasa...? —preguntó Zoey desde la calle, con la cabeza agachada—. ¿Por qué no me dices nada? Hice lo que me pediste. Solo quiero que...

—Quieres que Ulises esté bien. Bla, bla, bla. Dame un segundo, estoy leyendo.

—¿Qué...?

Nathan apretó los dientes, rabioso.

—Me cago en todo... —susurró para sí mismo.

«Sé que no es justo para nadie. Por desgracia, no puedo continuar viendo variantes del futuro para salvarlo. Aún queda mucho por resolver y no puedo gastar más energía. Dale cinco minutos a Zoey de ventaja, al menos, con eso, él morirá con una sonrisa. Algo es algo».

Nathan suspiró y sacudió la cabeza.

—Oh, ok... ¿Qué se le va a hacer? Tengo malas noticias. ¿Sabes? De verdad Ulises me caía bien. Es una lástima. No puedo hacer nada. Tengo instrucciones claras y debo seguirlas. Efecto mariposa y toda esa basura. Pero, me has ablandado el corazón. Te voy a dar una sola oportunidad... ¿Está claro? Así que si fuese tú... empezaría a correr, chica.

—¿Correr? ¿Cómo...? ¿Qué vas a hacer...?

—Te dejaré cinco minutos... —Guardó silencio y lo meditó un poco. ¿Bastaría ese tiempo para que ella llegue al menos a verlo?—. Y diez segundos. Yo te recomiendo que los aproveches. Estos diez segundos no están en el plan, pero... son solo segundos, ¿no? ¿Qué podría pasar? Después de todo, nadie le gana a la muerte en velocidad.

*****

La brisa en el bosque norte de Aldebarán sacudió el flequillo de Nathan luego de que Madison Insigne abandonase el lugar. Su cuerpo se movía por mero reflejo, rebuscando en el hueco de un árbol aquella última nota que tendría de su hermano. Su mente, por otro lado, rememoraba las palabras que había escuchado de él recientemente.

«Los necesito, chicos. Madison, por favor, mantén a los Aionistas alejados un poco más. Al menos hasta que «el cambio» no se produzca. Luego les prometo que tendrán vía libre para masacrarse los unos a los otros como la hermosa familia que somos».

«De momento. ¿Paz, por favor? Sería ideal. En especial para desarrollar todo el potencial de la Diorin de Horus. No se olviden que también posee a Casandra y por eso le resulta más complicado llevar al hilo sus dones».

«Pero en cuanto los domine, lo saben, será el arma más poderosa de la Tierra, y podría estar en cualquiera de sus bandos, pero deben tener cuidado... y sobre todo: elegir sabiamente sus caminos. Yo ya no podré ayudarlos. Están solos. Eviten a ojitos negros... y eviten «el cambio», a toda costa. Dean Becker, out. Los amo».

Sus dedos acariciaron una superficie lisa y suave. Al fin. Se incorporó, deshizo los pliegues del papel y leyó el contenido en total en silencio.

«Hermano... ya no puedo seguir viendo el futuro. Estoy en mi límite. Te necesito para una última tarea y ya no puedo darte más instrucciones detalladas. Así que correrá por tu cuenta. Necesitas que Emma domine a Casandra a la perfección. Hasta ahora solo puede ver un único futuro y eres la única persona que puede enseñarle. Por desgracia, ella te buscará por todo lo que te he hecho hacer, así que tendrás que tener cuidado de no ser descubierto.

Lo único que sé, lo último que fui capaz de ver, es lo que le sucederá con el mundo si El Cambio se lleva a cabo... Y no es nada bueno.

Perderíamos por completo el control y los Aionistas serían el menor de los problemas. Cuando todo termine, si logra salir bien, la libertad que tanto has anhelado, la vida que siempre has soñado, todo lo que siempre has querido hacer, hermano mío, estará a tu alcance... a tan solo una última muerte más de distancia.

Tranquilo, sé que estás cansado de tener que tomar vidas. Sé que no es lo que quieres, y sé muy bien el horrible peso que pongo en tus hombros. Te prometo que esta será la última vez.

Y hay algo más... en esta ocasión no deberás hacerlo tú. Creo que esa es la parte difícil, porque en este caso, tu tarea consiste en convencer a Emma de quitarle la vida a una persona. Solamente a una sola persona...».

«Su nombre es...».

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