28. Aventura de cuñadas



La oscuridad de la madrugada envolvía la ciudad de Tokio mientras, en un apartamento con vista al río Sumida, un hombre vestido con ropa deportiva revisaba varias pantallas al mismo tiempo.

Las luces de sus dispositivos iluminaban su rostro con tonos azulados. Takashi, el líder del equipo de hackers conocido como Spectre, se encontraba coordinando la operación más compleja en la que habían trabajado. De repente, un mensaje encriptado apareció en su pantalla, proveniente de Berlín.

—Transferencia de datos en progreso —dijo Takashi para sí mismo, mientras sus dedos se deslizaban con habilidad por el teclado, habilitando un canal seguro hacia Londres.

Al otro lado del mundo, en una sala subterránea debajo de un pub londinense, Elara, la especialista en criptografía, observaba cómo la información se cargaba en su monitor. Su taza de café humeaba mientras miraba con ojos entornados las líneas de código.

—Transmisión recibida, procedo a desencriptar —murmuró, ajustando sus auriculares y activando el enlace hacia Nueva York.

En la Gran Manzana, dentro de un loft de techos altos en Brooklyn, Marcus, un prodigio de la ciberseguridad, recibía los datos con una sonrisa en los labios. Al pulsar una tecla, su pantalla se llenó de datos que fluyeron como un río en crecida.

—Perfecto, ya está todo listo para ser enviado a Quántum Tec. —Soltó un silbido mientras dirigía la transferencia hacia la sede principal en Chicago.

La información viajó en cuestión de segundos, cruzando continentes y océanos hasta aterrizar en la fortaleza digital de Quántum Tecnologías, la más poderosa empresa del planeta.

El complejo, un edificio de vidrio y acero que rozaba las nubes, era el cerebro de miles de operaciones globales. En la planta más alta, la CEO de Quántum Tec, Seraphina Vance, revisaba los informes del día con una expresión de aburrimiento apenas contenida.

Sera era el epítome de la modernidad: brillante, segura de sí misma y con un gusto impecable. Su largo cabello castaño caía en ondas suaves sobre un traje de diseñador, mientras que su oficina, con paredes de cristal y vistas panorámicas, mostraba una mezcla de lujo y tecnología de punta. Al otro lado de su escritorio, su asistente personal, Greg, aguardaba con una tableta en mano, esperando el momento preciso para interrumpir.

—Señorita Vance —dijo Greg, después de que ella terminó de firmar el último documento—, hay algo que debería ver. Spectre ha recibido una solicitud muy interesante.

Sera levantó la mirada con una ceja arqueada, inclinándose ligeramente hacia atrás en su silla de cuero.

—¿Spectre? —repitió con una sonrisa divertida—. Pensé que ese grupo ya no aceptaba clientes externos. ¿Qué es tan importante como para sacarlos de sus cuevas?

Greg deslizó su dedo sobre la pantalla, mostrando un archivo que contenía un nombre destacado: Milena Locker.

—Una mujer llamada Milena Locker los contrató —explicó—. Ha solicitado investigar a un hombre llamado Nathan Becker. El Diorin de Ra.

La CEO no pudo evitar soltar una risa corta, casi incrédula, mientras jugueteaba con un bolígrafo de metal que giraba entre sus dedos.

—Milena Locker... —murmuró, pensativa—. ¿La misma que hizo un escándalo en la bolsa de valores, ganando millones de la noche a la mañana? Interesante.

Greg asintió con seriedad, pasando a la siguiente parte del informe.

—Eso no es todo. Parece que Milena se ha relacionado recientemente con una joven llamada Emma Renata Clark. Según archivos secretos de la Corte de los Elegidos de Aión, Emma es la nueva Diorin de Horus y, al parecer, también es acreedora de Casandra. Ambas son residentes de la isla Blau.

Los ojos de Sera brillaron con una chispa de interés genuino. Se puso de pie, caminando hacia las ventanas que mostraban la vasta extensión de Chicago bajo la luz de la madrugada.

—Emma Clark, ¿eh? —dijo en voz baja—. Así que finalmente Horus ha despertado. Déjame adivinar, el viejo Ptolomeo está asentado en Blau también. ¿Me equivoco?

—En efecto, señorita Vance. En resumen, el equipo Spectre está a la espera de que tome una decisión respecto a la información que se les solicitó. ¿La rechazamos, señorita?

Sera esbozó una sonrisa llena de astucia, como si ya hubiera anticipado la jugada perfecta.

—No, aún mejor. Dale a Locker todo lo que necesita sobre Becker, pero ni una palabra sobre la corte de Aión. —Hizo una pausa, observando el horizonte—. Mantendremos esa carta en la manga. Además, me encantaría ver cómo Milena maneja este pequeño juego. Será divertido.

—De inmediato, señorita Vance —dijo Greg, inclinando la cabeza ligeramente antes de salir de la oficina.

—Greg, una última cosa.

—¿Sí, señorita Vance?

—Contáctate con Nowak. Dile que se prepare para un pequeño viaje de negocios.

—¿Cree que ella esté preparada, señorita Vance? Su instrucción no ha terminado.

—Por favor, Greg. ¿Qué mejor forma de aprender a ser un Diorin en una isla repleto de ellos? Creo que es la oportunidad perfecta para probar sus habilidades.

Greg asintió con ceremoniosidad y abandonó el despacho. Sera, sola de nuevo, se quedó mirando por la ventana y una sonrisa traviesa se asomó en sus labios.

*****

Emma Clark salió del edificio. El día recién comenzaba en la Isla Blau, y aunque el sol apenas despuntaba, ya prometía ser un día cálido y luminoso. Ajustó la correa de su mochila sobre el hombro mientras avanzaba hacia la entrada, donde Lambert, el encargado del edificio, la esperaba con una sonrisa cordial.

—Buenos días, señorita Emma —saludó Lambert, inclinando ligeramente la cabeza.

—Buenos días, Lambert. —Emma le devolvió la sonrisa, un gesto automático pero sincero.

A medida que se alejaba, sus pasos resonaban suavemente sobre las baldosas de la acera. Cruzó el puente de madera que atravesaba el lago, y contempló el agua cristalina, reflejando el azul del cielo y el verde de los árboles que la rodeaban. Por un momento, la serenidad del paisaje la calmó, aunque no por mucho tiempo.

Al llegar a la universidad, notó la imponente estructura de las puertas principales, flanqueadas por pilares de mármol. Allí, sentada en las pequeñas escaleras de ingreso, estaba Zoey Fisher, con su característica postura relajada y un cigarro entre los dedos.

Emma sintió un nudo formarse en su estómago. A pesar de que había intentado mentalizarse durante todo el camino, la realidad de enfrentar a Zoey se sentía más difícil de lo esperado. Inspiró profundamente, intentando armarse de valor, y se acercó con una sonrisa que apenas ocultaba su nerviosismo.

—Hola, Zo... eh, Zoey. —saludó Emma, intentando sonar natural.

Zoey alzó la vista hacia ella, exhalando una nube de humo gris. Sus ojos, enmarcados por un delineado negro que acentuaba su expresión imperturbable, se encontraron con los de Emma.

—Hola.

Hubo un momento de silencio incómodo, un abismo invisible que las separaba, lleno de palabras no dichas y emociones contenidas. Emma, sintiéndose un poco más tensa, decidió romper el hielo.

—Escucha, antes que nada quería hablar contigo sobre lo que pasó... —comenzó Emma, pero Zoey la interrumpió, apagando su cigarro contra el suelo.

—No hay problema —dijo ella—. Estaba muy ebria esa noche. Me salí de control y no debí actuar así.

Emma asintió lentamente.

—Lo entiendo, Zoey. Pero tampoco fui justa contigo —dijo Emma, jugando nerviosamente con la correa de su mochila—. Te he evitado estos días y sé que no debí hacerlo. Lo siento mucho.

Zoey la miró por un momento, como si evaluara la sinceridad de sus palabras, antes de asentir.

—Como dije, no hay problema —concedió Zoey, pero había algo en su tono que indicaba que el tema no estaba completamente resuelto.

Emma notó la herida en la frente de Zoey, una franja transversal pequeña, pero profunda cruzaba su frente.

—¿Estás bien?

—Sí, no te preocupes.

—Okey, entonces... —dijo Emma, intentando sonar más animada—. ¿Cómo va eso en lo que estabas trabajando? Me dijiste que era algo importante.

Zoey dejó escapar un suspiro, esta vez más relajada, y se levantó de las escaleras.

—Ven conmigo —dijo, haciendo un gesto hacia la puerta—. Te lo mostraré en el laboratorio.

Emma la siguió a través de los amplios pasillos de la universidad, ahora, vacíos por las vacaciones intermedias.

—He estado investigando algo... especial —comenzó Zoey mientras caminaban—. Es un suero, un compuesto que podría ayudarte. Pero necesito que lo pruebes para saber si realmente funciona.

Emma la miró, sorprendida y curiosa.

—¿Ayudarme? —preguntó, frunciendo el ceño—. ¿En qué sentido?

Zoey la miró de reojo.

—Lo sabrás cuando lo veas. No quiero adelantarme, pero creo que puede ser exactamente lo que necesitas.

Pero entonces, justo cuando estaban a punto de llegar al laboratorio, el celular de Emma vibró en su bolsillo. Miró la pantalla y vio un nombre que la hizo detenerse.

—Tengo que contestar. Dame un segundo —dijo Emma, alejándose un poco mientras atendía la llamada.

La conversación fue rápida y discreta. Emma asintió varias veces, y su expresión se volvió cada vez más tensa. Finalmente, colgó y se acercó de nuevo a Zoey, con un gesto apenado.

—Escucha. Vas a querer matarme, pero... tengo que irme —dijo Emma, claramente mortificada—. ¿Podemos continuar más tarde?

—¿Me estás jod...? ¿Por qué? —preguntó, sin molestarse en ocultar su frustración—. ¿Qué puede ser tan urgente?

Emma intentó mantener la calma, pero Zoey podía ver la tensión en sus ojos.

—Es algo... muy importante —dijo Emma, sin dar más detalles—. De verdad lo siento, Zoey. Te prometo que podremos vernos esta tarde, con todo el tiempo del mundo. Pero ahora tengo que irme.

Zoey la miró fijamente, sin creerse lo que estaba pasando.

—¿Más importante que lo que yo estoy haciendo? —preguntó tajante—. Porque me cuesta creerlo.

Emma no supo qué decir, su mente luchó por encontrar una explicación convincente. Finalmente, decidió ser honesta, al menos en parte.

—No es algo que pueda posponer. Pero confía en mí, esta tarde estaré aquí, y podremos continuar.

Zoey dejó escapar un suspiro exasperado, mirando a Emma con una mueca de decepción.

—No puedo, estaré trabajando en la pizzería —murmuró, tomando las llaves del laboratorio con más fuerza de la necesaria—. Da igual. Ya veremos cuando tengas tiempo.

Emma dio unos pasos hacia atrás.

—Lo siento mucho, de verdad. Lo hablamos luego, ¿sí? —dijo antes de darse la vuelta y comenzar a alejarse rápidamente.

Zoey se quedó sola frente a la puerta del laboratorio y las llaves colgando inertes de su mano. Observó cómo Emma se perdía de vista y negó con rabia.

Había algo no encajaba en su actitud, y la sensación de que le estaban ocultando algo comenzó a crepitar en su interior como un fuego imposible de ignorar.

Zoey caminó de un lado a otro, inquieta, mientras su frustración burbujeaba, incesante. Finalmente, después de unos momentos de deliberación, lanzó un murmullo cargado de frustración.

—¡Mierda! —exclamó, tomando una decisión súbita.

Con un último vistazo hacia el pasillo vacío, guardó las llaves y comenzó a seguir a Emma, asegurándose de mantener una distancia prudente.

La sospecha que la consumía era demasiado grande como para ignorarla, y Zoey no estaba dispuesta a dejar que esta oportunidad se escapara sin obtener algunas respuestas.

Emma había salido de la universidad con paso rápido, como si estuviera ansiosa por llegar a algún lugar. Zoey no pudo evitar sentir una punzada de desconfianza mientras veía a su amiga dirigirse hacia la parada de autobuses.

Algo en la urgencia que tenía la inquietaba, y esa sensación se transformaba en una necesidad insaciable de saber la verdad. Con cautela, Zoey bordeó la zona de estacionamiento, utilizando los pocos autos como escudo.

Apenas había coches, pero los que estaban le ofrecían cobertura suficiente. Se movió con la agilidad de una sombra, cuidando cada uno de sus pasos para no ser vista. Desde su posición, pudo ver cómo Emma sacaba su celular, mirando la pantalla con una mezcla de impaciencia y nerviosismo.

De repente, el sonido de un motor rompió la clama, y Zoey se tensó al notar un vehículo aproximándose a ella. Con el corazón latiéndole con fuerza, se escondió detrás de un sedán gris, observando de reojo cómo el coche se detenía justo a su lado. La ventanilla del acompañante descendió, revelando un rostro familiar que hizo que Zoey se sobresaltara.

—¡Zoey! —exclamó Maggie Linder, sonriendo al verla—. ¡Qué coincidencia! ¿Qué haces aquí?

Zoey parpadeó, sorprendida. No esperaba encontrarse con la novia de su hermano en medio de su intento de espionaje, pero se obligó a responder con naturalidad.

—Oh, Maggie, hola —dijo, devolviendo la sonrisa con un esfuerzo—. Podría preguntarte lo mismo. No es común verte por la universidad.

Maggie levantó un fajo de carpetas que descansaba en el asiento del acompañante y se encogió de hombros, como si la situación fuera más cómica que inconveniente.

—Teodoro me envió a buscar estas carpetas que dejó olvidadas en su aula —explicó, rodando los ojos con una sonrisa divertida—. Estaba muy ocupado lidiando con un problema de plomería en su casa y no pudo venir él mismo. Así que me pidió que le hiciera el favor mientras tanto.

—¿Teo? ¿Arreglando tuberías? —replicó Zoey, con el sarcasmo fluyendo con facilidad en su tono—. Me cuesta creerlo. Seguro termina haciendo un desastre. ¿Por qué no contrata a alguien?

—¡Exacto! Es lo que le aconseje, pero... hombres —dijo, sacudiendo la cabeza—. Así que aquí estoy. No sabía qué el contrato de noviazgo implicaba convertirme en su asistente personal para todas las cosas que él olvida.

Zoey sonrió, pero había algo más en la mirada de Maggie, algo que hizo que su siguiente comentario se sintiera casi como una advertencia divertida.

—Nunca tengas pareja, Zoey. Disfruta mientras puedas. La vida es mucho más sencilla así.

—Muy tarde para eso —dijo Zoey, con una risa amarga—. Tendrías que habérmelo dicho hace unos días. Me habría ahorrado una buena metida de pata.

Ambas rieron, aunque la risa de Zoey fue más corta y tensa. Su mirada, una vez más, se dirigió hacia Emma, que en ese preciso momento parecía estar a punto de subirse a un coche que acababa de detenerse frente a ella. La ansiedad de Zoey creció de repente al ver cómo su oportunidad de seguirla se desvanecía.

Zoey miró a Maggie, luego al vehículo que estaba por llevarse a Emma, y finalmente, como si una idea se materializara de la nada, se giró con determinación.

—Maggie... ¿Estás muy ocupada ahora mismo? —preguntó Zoey con un tono suplicante—. Necesito un favor enorme, y tú eres la única que puede ayudarme.

Maggie levantó una ceja, intrigada por la súbita urgencia en la voz de Zoey.

—Bueno, no tenía planes aparte de entregarle estas carpetas a Teodoro... —dijo, alargando las palabras mientras consideraba la petición—. ¿De qué se trata?

Zoey no perdió tiempo. Sabía que no podía dar demasiadas explicaciones sin levantar sospechas, pero también entendía que necesitaba que Maggie confiara en ella.

—Necesito que me lleves detrás de ese coche —explicó, señalando discretamente hacia el vehículo que Emma había abordado—. No tengo tiempo para explicarte todo ahora, pero es importante. Te lo prometo.

Maggie la miró fijamente, el escrutinio en su mirada era evidente. Zoey casi podía ver las preguntas formándose en su mente, pero Maggie parecía estar acostumbrada a la naturaleza impredecible de los Fisher.

Finalmente, soltó un suspiro teatral y sonrió con resignación.

—Está bien, me agrada la idea de tener una pequeña aventura de cuñadas. Pero si esto me mete en problemas con tu hermano, tendrás que lidiar con él por mí.

Zoey dejó escapar un suspiro de alivio.

—Trato hecho —respondió Zoey sonriendo, aunque su mente seguía enfocada en la figura de Emma, que ya había subido al vehículo—. Prometo que será rápido.

El auto de Maggie se deslizó fuera del estacionamiento, avanzando con cuidado por el camino que bordeaba la universidad.

Zoey, en el asiento del acompañante, mantuvo la mirada fija en el vehículo que transportaba a Emma, asegurándose de que no se alejara demasiado. El silencio entre las dos mujeres era un tanto incómodo, lleno de preguntas sin hacer y respuestas que aún no sabían cómo formular.

Maggie fue la primera en romperlo, con un tono que oscilaba entre la curiosidad y la cautela.

—Zoey, ¿a quién estamos siguiendo exactamente? —preguntó mientras observaba la carretera y, de vez en cuando, el coche que tenían delante.

Zoey sintió que su corazón latía con fuerza en su pecho. No quería implicar a Maggie más de lo necesario, pero tampoco tenía sentido ocultar la verdad en ese punto. Después de un breve silencio, suspiró, cediendo finalmente.

—A una amiga, se llama Emma —respondió, sin apartar la vista del camino.

Maggie asintió, como si el nombre confirmara algo que ya sabía. Mantuvo sus ojos en la carretera.

—¡Ah, sí! Teodoro me habló de ella. Dijo que tenían una... relación interesante.

Zoey arqueó una ceja, sorprendida por la elección de palabras de Maggie.

—¿Interesante? —preguntó, intentando sonar casual, pero sabiendo que quizás había más detrás de esa palabra—. ¿Qué es lo que mi hermano te ha contado exactamente?

Maggie dejó escapar una risa.

—Bueno, me contó casi todo, la verdad —comenzó Maggie, sus manos se afirmaron en el volante mientras tomaban un desvío que los sacaba de la universidad y los dirigía hacia la ruta principal—. Me habló de cómo se salvaron de aquella tormenta en el crucero; de cómo discutieron por la beca honorífica, y luego volvieron a pelear en la universidad. Y, claro, también me contó sobre lo que ocurrió en Aldebarán, ese secuestro que ambas sufrieron.

Zoey apretó los labios al escuchar la lista de eventos que Maggie recitaba, cada uno de ellos evocando recuerdos que aún la hacían estremecer.

No había olvidado ninguno de esos momentos, especialmente el secuestro en Aldebarán, donde pensó que tanto ella como Emma no saldrían con vida. Aquel evento había marcado un antes y un después en su relación, pero escuchar que Teodoro había compartido todo aquello con Maggie la hacía sentir expuesta y vulnerable.

—¿Y qué opina mi hermano sobre todo eso?

El coche de Maggie giró suavemente en una curva, dejando atrás los edificios de la ciudad universitaria y adentrándose en un camino más abierto, donde los campos verdes se extendían hasta donde la vista alcanzaba.

Un par de vehículos pasaron por el otro lado de la carretera, mientras el paisaje empezaba a transformarse en colinas suaves y granjas dispersas.

—Él está preocupado —respondió, con una sinceridad que Zoey no pudo ignorar—. Desde que volviste a amigarte con Emma, Teodoro ha sentido mucho miedo de que ella esté metida en algo peligroso... algo que podría lastimarte. No está muy contento con su relación, y por eso ha estado tan distante.

Zoey sintió un nudo formarse en su estómago al escuchar esas palabras. Sabía que su hermano siempre había sido algo sobreprotector, pero... razón no le faltaba. Maggie hizo una pausa, como si estuviera sopesando sus próximas palabras.

—Pero le dije que quizás esa es, justamente, la fortaleza de su relación —continuó Maggie, con una sonrisa amable—. A pesar de todo lo que han vivido, siguen juntas. Y si ese lazo es tan fuerte como para tolerar todas esas embestidas, no necesariamente tiene porque ser algo malo, ¿verdad?

Zoey permaneció en silencio, dejando que las palabras de Maggie se asentaran en su mente. Siempre había visto su relación con Emma como una mezcla de altibajos, de momentos intensos seguidos de largos periodos de calma. Pero ahora, empezaba a dudar. Quizás ese lazo no era tan fuerte como pensaba. Quizás Emma le estaba ocultando algo que podría cambiar todo.

Mientras el coche continuaba su camino, Zoey miró por la ventana, observando cómo el paisaje se deslizaba a su lado. Las colinas verdes se transformaban en campos abiertos, salpicados de pequeños bosques y casas rurales. Era un escenario que en otro momento habría encontrado relajante, pero ahora solo servía para aumentar su ansiedad.

—No lo sé, Maggie —dijo Zoey finalmente, con un tono que traicionaba su confusión—. Últimamente, las cosas entre nosotras no están del todo bien. Hay algo en ella... que siento distinto. No estoy segura si es por mi culpa o qué, es por eso que la estoy siguiendo. Lo único que sé, es que necesito llegar al fondo de todo esto.

—Me parece bien.

El auto seguía avanzando por la carretera mientras el paisaje alrededor comenzaba a cambiar. Las colinas suaves se transformaban en tramos de vegetación más densa y desordenada. Maggie frunció ligeramente el ceño y lanzó una mirada a Zoey antes de devolver su atención a la carretera.

—No es que me esté arrepintiendo de traerte Zoey, pero... ¿A dónde crees que se dirige Emma? —preguntó, tamborileando suavemente en el volante—. Ya nos estamos alejando bastante de Ciudad Universitaria.

Zoey miró el vehículo de Emma al frente, su ceño también se arrugó en una mueca pensativa.

—No creo que sea tan lejos —dijo Zoey, intentando sonar segura de sí misma—. Probablemente, terminemos en Ciudad Arquímedes. Si no recuerdo mal, Isaac vivía allí antes de mudarse al campus. También vive Ulises... aunque dudo mucho que se encuentre con él.

Maggie arqueó una ceja, pero no hizo ningún comentario.

Pasaron unos minutos más, y ambas platicaron un poco acerca de cómo Maggie y Teodoro se habían conocido, que no fue nada del otro mundo. «App de citas», respondió Maggie con un tinte de vergüenza.

Pero entonces, cuando el vehículo de Emma no tomó la salida hacia Ciudad Arquímedes, Zoey frunció aún más el ceño.

—Bueno, no va a Arquímedes —murmuró Zoey, claramente confundida—. Tal vez... ¿Ciudad Einstein? —No sonaba muy convencida, como si estuviera lanzando una idea al azar.

—¿Conoce a alguien ahí?

—Bueno. ¿Los Morales? No...—Respondió desanimada—. No, ahora mismo no tengo a nadie en mente que ella conozca en esa ciudad. Esto es cada vez más raro.

Maggie lanzó una mirada fugaz a Zoey, captando la creciente incertidumbre en su rostro.

—Si ella no se detiene en Einstein, nos alejaremos bastante del centro de la isla —comentó Maggie, con un tono de advertencia en su voz.

Zoey asintió, cada vez más intrigada, pero de repente, una idea cruzó como relámpago por su mente.

—Quizás va a ver a Vanesa. Einstein tiene un aeropuerto.

—Oh, genial. Entonces no será tan lejos.

El tiempo pasó y, para su sorpresa, el vehículo de Emma tampoco tomó la salida hacia Einstein, mucho menos hacia el aeropuerto. La sensación de desconcierto se profundizó en Zoey, quien finalmente giró la cabeza hacia Maggie con una expresión de confusión evidente.

—Maggie, ¿qué hay más allá del centro de la isla?

La mujer, tras unos segundos de reflexión, respondió:

—Si siguen por esta ruta y atraviesan el Puente Galileo, llegarán a la zona norte de la isla. Allí está Ciudad Edison, el parque natural Aldebarán y algunas otras ciudades costeras.

Zoey frunció el ceño al escuchar esto. Ciudad Edison no le parecía un destino probable para Emma, y mucho menos Aldebarán.

—No recuerdo que Emma conozca a nadie en Edison —reflexionó Zoey en voz alta, antes de añadir con un toque de humor—. Espero que no vayamos a Aldebarán. Ese es el lugar más alejado de la isla, y la última vez que estuvimos allí, no fue precisamente una experiencia agradable.

Maggie rio suavemente ante el comentario, pero el nerviosismo en la voz de Zoey no pasó desapercibido. Con el tiempo, y unos cuantos y calurosos kilómetros más recorridos, finalmente, el vehículo de Emma ingresó a la enorme megalópolis de Ciudad Edison.

Y lo que antes era un paisaje campestre de carreteras solitarias y campos bañados por el resplandor del sol, se convirtió de repente en una sinfonía caótica de acero y cristal, donde la naturaleza parecía haberse retirado ante el imponente dominio de la civilización.

A medida que ingresaban a Ciudad Edison, el cambio fue abrumador.

La soberanía de los rascacielos, acariciando los cielos. El rugido constante de los motores, el chirriar de los frenos de los camiones de carga, y el zumbido incesante de las motocicletas que zigzagueaban entre los autos. De vez en cuando, el grito lejano de una sirena rompía la monotonía del tráfico, añadiendo una capa más a la cacofonía urbana.

Las aceras estaban repletas de gente apresurada, cada uno siguiendo su propio destino en un mar de rostros desconocidos. Los vendedores ambulantes ofrecían su mercancía con voces fuertes, intentando captar la atención de los transeúntes, mientras los carteles de neón parpadeaban con colores vibrantes sobre sus cabezas, proyectando colores eléctricos que bailaban sobre el asfalto.

Zoey observaba todo esto desde la seguridad del interior del auto, sintiéndose como una espectadora en una obra monumental, casi sobrecogida por la magnitud de la ciudad que la rodeaba. Edison tenía un pulso que se sentía en cada bocina que resonaba y en cada paso apresurado que golpeaba las aceras. Zoey se sintió pequeña, tan solo un engranaje más en la maquinaria colosal de la urbe.

El auto de Maggie giró en una intersección, entrando en una avenida flanqueada por tiendas de lujo y grandes almacenes, donde las vitrinas brillaban con luces deslumbrantes, exhibiendo productos que parecían inalcanzables, rodeados por la opulencia y el exceso.

En lo alto, puentes peatonales conectaban edificios como arterias de metal, y Zoey pudo ver a decenas de personas cruzando de un lado a otro.

Mientras más recorrían el corazón de Edison, la sensación de asfixia aumentaba, como si la ciudad misma estuviera cerrándose sobre ellas, envolviéndolas en su abrazo de concreto.

Y entonces, una pregunta hizo aparición en su mente, una y otra vez, mientras sus ojos intentaban captar cada detalle del entorno, desde los letreros de tiendas, hasta los rostros desconocidos que se mezclaban en la multitud.

—¿A qué carajo viniste aquí Emma?

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