27. Las sombras de Emma y Zoey
El ascensor estuvo a punto de cerrarse cuando Julia irrumpió, entrando apresuradamente para acompañar a Zoey. El chirrido de las puertas deslizándose sobre sus rieles marcó el comienzo de un descenso que, en más de un sentido, sería profundo y doloroso.
Zoey se dio la vuelta y permaneció quieta, mirando fijamente su reflejo en el espejo del ascensor. Su rostro, todavía enmascarado por una fachada de frialdad, comenzaba a agrietarse bajo la presión de sus emociones. Julia permaneció a su lado, sin decir ni una palabra, pero percibiendo toda la tensión que sofocaba el reducido espacio en el que se encontraban.
El silencio era denso. Cada segundo se estiraba como una cuerda que se tensa hasta el límite. Zoey cerró los ojos, respirando hondo, intentando mantener el control, pero los pensamientos se arremolinaban en su mente como un huracán, incontrolables. Intentó ser fuerte, pero el peso de su frustración, de su rabia contenida, de su impotencia, comenzó a hundirse en su pecho, presionando hasta que le faltó el aire.
Y entonces, sin previo aviso, el dique que sostenía sus emociones se quebró.
Zoey dejó escapar un sollozo ahogado, una grieta en la armadura de indiferencia que había construido. Su respiración se volvió errática y sus manos empezaron a temblar. Su rostro se deformó intentando, todavía, aplacar la marea de sensaciones que la abordaban, pero le fue imposible.
Gritó, y movilizada por una súbita explosión de desesperación, su cabeza se estrelló contra el espejo, una y otra vez, en un intento impulsivo de liberarse del dolor con más dolor.
—¡Zoey, para! —gritó Julia, horrorizada, mientras se abalanzaba para detenerla.
Pero Zoey no escuchaba. Cada golpe era más fuerte, cada grito más desgarrador, y cada lágrima más incontenible. El espejo se astilló en pedazos, y una línea de sangre comenzó a deslizarse por su frente.
Julia la apartó con urgencia, mientras trataba de contener el caos. Zoey, sin embargo, ya no podía más. El llanto que había reprimido por tanto tiempo explotó de su pecho en un feroz grito desgarrador que resonó en todo el ascensor. Era un alarido de angustia pura, un sonido que parecía querer arrancar el alma de su cuerpo, dejando en su lugar solo un vacío infinito y abrumador.
El ascensor llegó a su destino con un suave temblor y las puertas se abrieron revelando el lobby. Lambert, el encargado del edificio, se acercó corriendo al ver la escena, sus ojos se abrieron al máximo al ver la sangre en la frente de Zoey.
—¡Dios santo! ¿Qué pasó? —exclamó, mientras se apresuraba a sacar un kit de primeros auxilios de un compartimiento cercano.
Zoey apenas podía mantenerse en pie, sus lágrimas caían incesantes mientras Julia la sostenía. Lambert trabajó con rapidez, limpiando la herida con un paño empapado en alcohol. El escozor hizo que Zoey cerrara los ojos con fuerza, pero el dolor físico apenas era un alfiler comparado a las cientos de espadas que atravesaban su corazón.
—Por suerte, no hay ninguna astilla en la herida —dijo Lambert, tratando de sonar tranquilizador mientras colocaba una gasa con cinta sobre la frente de Zoey.
Zoey asintió débilmente, incapaz de articular siquiera unas palabras de agradecimiento, pero Julia se encargó de eso murmurando un «gracias» en su lugar. Lambert, con una mirada preocupada, se retiró unos pasos, dejando que las dos chicas se recuperaran.
Mientras salían del edificio, el aire fresco de la noche golpeó a Zoey, pero no logró disipar el nudo en su garganta. El silencio entre ellas dominaba todo a su alrededor. Sus pasos resonaban en la acera vacía, y el mundo parecía moverse con pereza, como si estuviese en sincronía con lo que sucedía en el interior de ambas.
Finalmente, Zoey rompió el silencio con una voz rota y poseída por la angustia.
—¿Tienes marihuana?
Julia la miró de reojo, notando la fragilidad en su tono, esa fragilidad que Zoey siempre se esforzaba en esconder.
—Ya no me queda —respondió evaluando opciones—. Pero sé dónde podemos conseguir.
Zoey asintió con una mirada perdida en algún punto en el suelo.
—Si quieres, después podemos ir a algún sitio tranquilo —continuó Julia, intentando ofrecer una solución, un respiro para el alma atormentada de su amiga.
Zoey asintió de nuevo, agradecida por no tener que decidir nada y tan solo dejarse llevar por Julia hacia algún lugar que pudiera darle una pausa, aunque fuera momentánea, al caos que habitaba en su interior.
*****
La noche se extendía como un manto oscuro sobre el campus universitario, y en los alrededores, un sendero sinuoso se perdía entre los árboles, sumergiéndolas en una tranquilidad que solo el bosque aledaño al campus les podía ofrecer.
Julia y Zoey subieron en silencio una colina alta, sus pasos amortiguados por la tierra suave y el crujido ocasional de las hojas bajo sus pies. La ascensión era ardua, pero ninguna de las dos parecía querer apresurarse. El aire fresco acariciaba sus rostros, despejando en parte las pesadas emociones que cargaban.
Al llegar a la cima, Julia guio a Zoey hacia un pequeño despeñadero, un claro escondido entre los árboles, donde la hierba crecía densa y suave. Se trataba de un rincón secreto, apartado del mundo, donde Julia había buscado consuelo en sus momentos más oscuros. En este sitio, el cielo se abría en un vasto lienzo nocturno, salpicado de estrellas que titilaban con una serenidad indiferente a los tormentos humanos.
Se recostaron en la inclinada de césped, dejando que el silencio se impregnara en ellas, un silencio que hablaba más que cualquier palabra. El firmamento, en toda su inmensidad, parecía un refugio seguro para sus pensamientos, para el dolor que ambas compartían, pero que raramente expresaban.
—Aquí fue donde tomé la última fotografía con Brenda —dijo, con la mirada fija en las estrellas.
Zoey permaneció en silencio, dejando que las palabras de Julia calaran en ella antes de responder. Todavía sentía la presión de las gasas en su frente, ahora acompañada de un escozor que le recordaba constantemente el fiasco que había hecho esta noche.
—¿La extrañas? —preguntó Zoey.
Julia asintió, dejando que la luz de la luna cayera en su angustiado rostro. Unas lágrimas tímidas comenzaron a escapar de sus ojos, trazando líneas brillantes en sus mejillas.
—Demasiado —respondió. Julia intentó secarse las lágrimas con la manga de su sudadera, pero parecía que cuanto más lo intentaba, más caían.
El silencio volvió a adueñarse de aquel rincón, interrumpido solo por el suave murmullo del viento entre los árboles.
—No sé qué hice mal... —susurró Julia—. ¿Cómo puede ser que dos de las personas que más quise en la vida hayan terminado suicidándose?
Zoey se giró para mirarla. Sabía que la verdad que cargaba era un secreto que debía guardar, pero eso no hacía que el peso fuera menos insoportable. La impotencia se mezclaba con la culpa y formaba un nudo en su garganta que le impedía hablar.
—Primero fue Daniel —continuó Julia, empapada de angustia mientras encendía un cigarro de marihuana—. Apenas habíamos comenzado una relación, aunque fuese a escondidas. Yo disfrutaba mucho con él, pero nunca llegué a conocerlo tanto como me hubiera gustado. Nunca pensé que haría algo así... nunca. —Guardó silencio—. Recuerdo haber hablado con él, justo antes de... de que todo pasara. Estaba tan aislado después del crucero, y le pregunté qué le preocupaba. Me prometió que pasaríamos más tiempo juntos después de solucionar unos asuntos, pero nunca me dijo qué eran. Y luego... se fue.
Zoey apretó los labios, luchando contra el impulso de gritar la verdad, de confesar lo que sabía. Pero las palabras se ahogaban en su garganta, atrapadas por una lealtad que no comprendía del todo, una promesa de silencio que la carcomía por dentro.
—Y ahora con Brenda... —Julia se cubrió el rostro con las manos, sollozando—. Todo se repitió. Se distanció de mí, y yo... yo no hice nada más que agrandar la grieta entre nosotras. Y luego, ella también se fue. ¿Qué hice mal, Zoey? ¿Por qué no pude ver lo que estaba pasando? ¿Por qué no hice nada para evitarlo?
Zoey sentía su corazón romperse con cada palabra de Julia, sabiendo que la culpa que ella cargaba no tenía fundamento. Pero, ¿cómo podría decírselo? ¿Cómo podría admitir que el dolor de Julia era el resultado de algo mucho más oscuro, algo que Zoey misma no podía enfrentar?
—Julia... —susurró, finalmente, con una voz cargada de emoción—. Lo siento tanto. Ojalá pudiera decir algo que lo hiciera mejor. Pero sé que no hay palabras para esto.
Julia giró la cabeza hacia Zoey, con el rostro empapado de lágrimas. Le dio el cigarro e intentó esbozar una débil sonrisa.
—No tienes que disculparte —dijo ella—. Cada uno de nosotros tiene sus propios demonios... y sus propias batallas. ¿No?
Zoey asintió.
—Siento que... —Zoey fumó inhalando hondo, y luego exhalando una gran columna de humo—. Todo este problema con Emma parece tan absurdo comparado con lo que tú estás pasando.
Julia sacudió la cabeza, alcanzando la mano de Zoey y apretándola con fuerza.
—No digas eso. No tienes por qué sentir que tus problemas son menos importantes. Lo que sientes es real, Zoey. Y no se trata de comparaciones. Todos tenemos nuestro propio dolor... y el tuyo es tan válido como el mío.
Zoey sonrió con la ironía golpeándola.
—Le dije lo mismo a Flavia el año anterior... y aquí estoy. El destino es una perra cuando quiere.
El silencio volvió a envolverlas, mientras el humo del cigarro pasaba de boca en boca, envolviéndolas en una bruma que parecía abrazar las emociones que compartían. Fumaron en silencio, mirando las estrellas, buscando en ellas alguna respuesta que el mundo terrenal no parecía ofrecerles.
Después de un rato, Julia giró la cabeza hacia Zoey.
—¿Quieres hablar de Emma? —preguntó con cuidado.
Zoey exhaló el humo lentamente, contemplando sus palabras antes de dejarlas escapar al aire nocturno.
—No hay nada que hablar —respondió con la voz cargada de una tristeza resignada—. Emma nunca sintió nada por mí. Lo que sucedió en la cabaña no fue más que un error. Un error del cual me quise aferrar, porque... —Suspiró—. Me sentía tan mal por haber perdido a Bárbara. Era como si necesitara algo, cualquier cosa, para no sentirme tan sola.
—Bueno. Sé que tuvimos nuestras diferencias antes, pero no estás sola. Quiero decir, puedes contar conmigo. Eres una buena persona.
Zoey sacudió la cabeza.
—Te agradezco, Julia. Te retribuiría, diciéndote que también puedes contar conmigo, pero si voy a ser honesta... —dijo ella, ensombreciendo su mirada—. No soy una buena persona. Hay mucho de mí que no conoces. Que nadie conoce. No soy quien crees.
—No me digas que tienes otro nombre...
Zoey echó una breve carcajada.
—No, no... Sí, soy Zoey.
—Entonces, lo que sea, me da igual. Todos tenemos nuestros secretos. —dijo Julia—. A ver, tú siempre supiste lo que yo hacía a escondidas. Ya sabes, sobre las drogas. Y jamás se lo dijiste a nadie. Brenda era mi mejor amiga y nunca se lo conté.
—Fuiste inteligente, ella te hubiese taladrado la cabeza para no hacerlo.
Ambas rieron.
—Sí, es verdad. Pero insisto, puedes confiar en mí.
—Gracias.
Julia le pasó el cigarro a Zoey y ambas volvieron a contemplar las estrellas en silencio mientras fumaban.
— Y añadiré una última cosa más. Emma una tonta si no se fija en ti.
Zoey echó una risita que le llevó a escupir humo y toser.
—No... —dijo, sonriendo a la infinidad del cielo—. Tonta se le quedaría muy corto.
Ambas volvieron a compartir unas risas.
Y así, mientras el cielo nocturno seguía desplegando su manto de estrellas, Zoey y Julia permanecieron allí, cada una acompañando la soledad de la otra, buscando en el universo alguna señal de que todo podría, algún día... sanar.
*****
El pequeño departamento de Natasha Sinclair, ubicado en el corazón de Ciudad Universitaria, exudaba una atmósfera única. El espacio era reducido, pero cada rincón, cada esquina, había sido cuidadosamente diseñado para aprovechar al máximo lo que ofrecía.
Una pequeña biblioteca ocupaba un lado de la sala, llena de libros antiguos con lomos gastados por el tiempo, mientras que en el otro lado, una chimenea adornada con cerámicas permanecía apagada, pero lista para calentar el ambiente en cualquier momento.
Mikael, Natasha e Isaac se reunieron en el centro de esa sala, rodeados por el silencio denso que seguía a la tormenta emocional que había sido la fiesta de Emma.
—Lo que pasó en la fiesta me dejó con un mal sabor de boca—dijo Isaac, rompiendo el silencio mientras dejaba caer su abrigo sobre una silla cerca de la chimenea—. Emma casi nos echó a patadas. No es normal en ella.
—¿Qué esperabas? Después de lo que sucedió con Zoey... ¿Y has visto cómo dejó el espejo del ascensor? —respondió Natasha mirando hacia la oscuridad de la noche a través de la ventana—. Hablando de eso. ¿Escucharon lo que ella dijo?
Mikael asintió.
—Sí. Parece que trabaja en algo que «podría cambiarlo todo».
Natasha asintió con seriedad.
—Exacto. No puedo quitarme eso de la cabeza. Mi hermano mencionó algo sobre «el cambio». Es algo que no puede pasar bajo ninguna circunstancia.
—¿Y no hay nada más en la libreta que me mostraste? —preguntó Isaac.
—No. Esa libreta solo era del año anterior. Dean dejó nuevas instrucciones en una nueva que me llegó hace poco, pero son muy pocas hojas y es peligroso revisarlas antes de tiempo.
Isaac se acercó a la chimenea, encendiendo un fósforo que mantuvo un momento frente a su rostro antes de tirarlo al fuego. El crepitar de la llama naciente fue el único sonido en la habitación.
—Ah, supongo que por eso decidiste reunirnos hoy. ¿Crees que Zoey sabe algo que nosotros no? —preguntó Isaac, con el rostro iluminado por la luz danzante—. ¿O está actuando por impulso?
Natasha negó con la cabeza y se volvió para mirarlo directamente.
—Con los poderes de Emma, nunca se sabe. Aun así, hay algo que no me cierra con ella. Vi el ojo de Casandra muy distinto, más apagado. Mi hermano jamás tuvo ese matiz de ojo, sin importar cuanto usara su don. ¿Estás seguro de que no sabes nada más?
Isaac apartó la mirada.
—Al menos hasta dónde yo sé.
—¿Las has visto usar sus visiones en los entrenamientos?
Isaac, todavía con el rostro escondido, apretó los labios.
—La verdad es que no —contestó con una voz apagada.
—Eso es raro... —meditó Natasha—. Quizás en el próximo entrenamiento puedas incitarla a usarlos.
—Lo tendré en cuenta.
—Según mi hermano, la llegada de Osiris será pronto. Tenemos que tenerla de nuestro lado cuanto antes, pero para ello, no puede descubrirme. —Renegó—. ¡Y lo peor es que no sé por qué! Si Dean fuese más claro, esto sería más sencillo. Odio estar escondiéndome de ella y Madison.
—¿Tan fuerte es Osiris? —preguntó Isaac, intrigado.
—Es el Diorin de la muerte por algo. Aunque desconozco cuáles son sus dones. En la corte lo tenían como a un maldito demonio. —Natasha se dirigió hacia Mikael—. En fin. ¿Pudieron hacer lo que les pedí o no?
Mikael, sintiendo la atención sobre él, se incorporó de la silla en la que había estado sentado y se acercó a la mesa central.
—Sí —dijo con seriedad—. Aproveché el caos que armó Leonard y recorrí el departamento con la excusa de buscar productos de limpieza. —Hizo una pausa—. Los encontré más rápido que él y los oculté. Luego planté los micrófonos que me diste en varios lugares. También conseguí dejar uno en la funda del celular de Julia y otro en el de Zoey, pero no pude acercarme a Emma ni a Flavia.
—Yo me encargué de eso —dijo Isaac dejando los micrófonos sobrantes sobre la mesa—. Lo hice cuando Emma me dio su celular para pedir las pizzas. Y luego, cuando Flavia quiso aprender a preparar mi trago, ella dejó su celular en la mesa para seguir a Emma en redes sociales. Aproveché ese momento también.
La sonrisa de Natasha se extendió lentamente por su rostro.
—Excelente, chicos —dijo finalmente, mientras volvía a su lugar junto a la ventana—. Ahora solo queda esperar, pero, Mikael, quiero que centres especial atención a Zoey a partir de ahora.
—¿Por qué? —preguntó él—. ¿Crees que será un problema?
—Puede ser tanto un problema, como una ayuda. Por un lado, Zoey estuvo a punto de revelar algo esta noche. Así que quiero que vigiles todos sus movimientos. Quiero saber todo lo que hace y en qué está trabajando.
—Entiendo.
—Pero también, ten cuidado —continuó Natasha—. Porque una de las últimas cosas que mi hermano me dijo en su carta, luego de lo de Aldebarán, fue que Zoey sería un cable a tierra para Emma... «de momento».
—¿Eso que quiere decir? —preguntó Isaac.
—No lo sé, pero conociéndolo, él no escribiría nada al azar. Cada palabra, cada detalle, lo medita muy detenidamente. Sabe exactamente qué ocasionará y es por eso hay que ser cuidadosos. —Natasha suspiró—. Siento que nuestro momento de actuar está cada vez más cerca, así que lo repito: vigilen bien a ambas. No quiero ninguna maldita sorpresa, ¿está claro?
Ambos asintieron en silencio.
—Quiero que ustedes dos, desde este momento, se transformen en las sombras de Emma y Zoey.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top