24. Pulso de luz
Su teléfono vibró ligeramente sobre la mesa, y por un momento, Zoey apartó la mirada de la pantalla del espectrómetro para ver si era Emma respondiendo a su último mensaje.
Suspiró. Solo era una estúpida notificación de actualización.
Zoey volvió a enfocarse en su trabajo, aunque una pequeña punzada de frustración se albergó en su pecho. Había enviado un mensaje a Emma hacía horas, preguntándole si quería ir a esa «escapada» en las termas con su hermano y su nueva novia, pero como solía ser costumbre últimamente, todavía no tenía respuesta de ella.
*****
Teodoro ordenó sus platos al mesero y, mientras ambos esperaban, se inclinó hacia Zoey con una sonrisa que, a él, le parecía divertida, pero a ella, un poco perturbadora.
—Estaba pensando en hacer un viaje a unas termas la próxima semana —dijo Teodoro—. Un pequeño descanso, ya que los exámenes terminaron. ¿Te gustaría venir?
Zoey levantó una ceja, sorprendida por la propuesta.
—¿Tú? ¿Y yo? ¿En unas termas? —escupió Zoey haciendo énfasis en cada pregunta—. ¿Perdiste la cabeza?
Teodoro soltó una carcajada.
—Yo también me resistí a la idea al principio, pero Maggie insistió en que sería una buena oportunidad para acercarnos de nuevo como hermanos —dijo con calma—. Además, podrías invitar a quien quieras. La idea es desconectar un poco.
—¿Por qué no empezaste por ahí? —Zoey suspiró—. Así que fue idea de tu novia, debí suponerlo.
—¿Te cae mal?
—No, no... Lo decía porque a ti no se te caería una idea así ni en un millón de años.
Teodoro sonrió.
—¿Recuerdas que soy yo el que está enojado contigo, verdad? ¿Desde cuándo se invirtieron los roles?
—Desde que trabajo como una burra todos los malditos días. La universidad, la pizzería, proyectos excesivamente complicados... —Zoey lanzó su cabeza hacia atrás y se reclinó en la silla—. La verdad que no haría mal desconectar. —Se enderezó—. ¿Tengo que pagar algo?
—Yo me encargo, pero solo de ti. Si invitas a alguien más, correrá por su cuenta.
—Entonces acepto —respondió ella, tomando un sorbo de su bebida—. Entonces... ¿Cómo va todo con Maggie?
—No podría ir mejor. Pero... —Teodoro hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Escucha, sé que hemos estado distanciados.
—Okey, qué rápido vas al grano. ¿Te lo enseño ella?
—Puede ser, pero Zoey, en serio. —Teodoro se puso firme—. Quizás no siempre entiendo lo que estás haciendo, y sé que no siempre me lo dices todo. Pero quiero que sepas que confío en ti. —Guardó silencio—. Y espero que, si alguna vez te metes en problemas, de los serios, confíes en mí también. Estaré ahí para ayudarte... y sin preguntas. No necesito saber nada. Lo único que quiero es que cuentes conmigo.
Zoey bajó la mirada.
—Creo que invitaré a Emma —Sonrió, como siempre, cambiando de tema.
*****
Zoey sacudió la cabeza para despejarse y se dirigió hacia la campana de extracción, en donde tenía preparado otro experimento.
Un matraz de bola contenía una mezcla que había estado calentando suavemente en un baño María, intentando aislar uno de los componentes más volátiles del cigarrillo.
Ajustó la temperatura y observó cómo el líquido comenzaba a evaporarse, condensándose en un refrigerante de Liebig y recolectándose en un recipiente.
Con movimientos cuidadosos, tomó la fracción obtenida y la transfirió a un vial estéril, al que etiquetó con fecha y hora.
Después, se acercó a una centrífuga de alta velocidad, colocando la muestra dentro y programando los parámetros necesarios, hasta que luego de unos zumbidos, la máquina se puso en marcha.
Y de nuevo, a esperar. Se sentó sobre una mesa de un salto y volvió a revisar su teléfono, esta vez decidiendo enviar otro mensaje a Emma.
«Hey, sé que probablemente estás ocupada, pero dame una señal de vida. Tengo algunas noticias interesantes».
Envió el mensaje y dejó el teléfono a un lado, intentando no pensar demasiado en la falta de respuesta. Sabía que Emma tenía sus propias responsabilidades y desafíos que sortear, pero no podía evitar sentir un pequeño vacío por la distancia que a veces se creaba entre ellas.
De repente, el pitido de la centrífuga la trajo de vuelta a la realidad. Abrió la tapa y retiró con mucho cuidado el vial, ahora con una solución más clara y purificada.
Sus ojos, dos esferas azules empapadas de concentración, contemplaron el líquido contra la luz, notando la pureza y transparencia que indicaban un proceso exitoso.
—Cool, vamos progresando —dijo con una sonrisa satisfecha.
Zoey decidió que ya era momento de probar la efectividad de su compuesto. Preparó dos frascos alargados de vidrio, similares a jeringas, y vertió la solución en cada uno.
Los selló herméticamente y los etiquetó como «Muestra A-1» y «Muestra A-2». Los sostuvo en su mano, admirando el ligero brillo blanquecino que emanaba del líquido en su interior.
—Solo dos por ahora... —reflexionó, notando que el resto de sus materiales se habían agotado.
Se dirigió hacia su cuaderno de laboratorio y comenzó a anotar detalladamente los procedimientos realizados, los resultados obtenidos y las observaciones pertinentes.
Al final de la página, escribió en letras mayúsculas: «Adquirir más componentes de Luxus». Subrayó la frase varias veces, consciente de que conseguir más material era la prioridad número uno... y que lograrlo no sería nada fácil.
Dejó el cuaderno a un lado y se permitió un momento para estirarse y relajar los músculos tensos por horas de trabajo continuo.
Se dirigió hacia una pequeña estación de café que había improvisado en una esquina del laboratorio y se sirvió una taza humeante, y mientras tomaba su elixir de la vida, su teléfono vibró. Esta vez, la pantalla mostraba el nombre de Emma. Con una mezcla de sorpresa y alivio, Zoey tomó el dispositivo y lo leyó:
«¡Hey, perdón por no responder! Estoy muerta, fue un día muy duro».
Zoey sonrió, sintiendo cómo la pequeña molestia que había sentido antes se desvanecía, pero no del todo. Rápidamente respondió:
«¿Me lo dices a mí? Por cierto, estoy muy bien. Gracias por preguntar».
La respuesta de Emma llegó más rápido esta vez:
«¡Ayyyy perdón, perdón... Zo! ¿Cómo estás? ¿Qué noticias tienes?».
«Mejor te lo cuento cuando nos veamos. P.d: Te lo repito, mi hermano me invitó a una escapada en unas termas. ¿Te unes o no?».
«¿Un viaje? ¿Ahora?».
«Si... no sé, algo para descomprimir. Me dijo que podía invitar a quien quisiera y... pensé en ti».
Zoey negó. Definitivamente, no podía poner eso.
«Me dijo que podía invitar a quien quisiera».
«La verdad que no suena nada mal, pero... ¿Será que podemos extender la invitación?».
Zoey arrugó el entrecejo.
«Sí, supongo, mientras paguen».
«¿Puedo invitar a Isaac?».
Zoey permaneció en silencio, congelada frente al celular, sintiendo como si una espada le atravesara el pecho. Emma escribió de nuevo.
«Es que... quizás podría seguir con mi propio «proyecto» allá. ¿No te molesta?».
Zoey suspiró.
«Ese no es el concepto de descomprimir, pero como quieras. Obvio, no me molesta».
Guardó el teléfono y, sin ánimos de volver a revisarlo, terminó su café.
*****
Llevaban horas practicando en ese claro aislado, alejados del bullicio de la ciudad y de las preocupaciones diarias. El entrenamiento había sido intenso, con múltiples intentos fallidos que habían puesto a prueba tanto la paciencia de Emma como su control sobre las partículas de luz que podía manipular.
—Recuerda, concéntrate en el objetivo, pero no te obsesiones con él —le dijo Isaac, su voz calmada pero firme—. Tienes que sentir las partículas a tu alrededor, como si fueran una extensión de tu propio cuerpo. No las fuerces, simplemente guíalas.
Emma asintió, cerrando los ojos por un momento. Estaba cansada, pero no estaba dispuesta a rendirse. Podía sentir la presencia de los fotones violetas, brillando en su interior, listos para responder a su voluntad. Era como si cada partícula de luz tuviera una pequeña chispa de energía que esperaba ser liberada.
Frente a ella, sobre una roca plana, había colocado una pequeña piedra. Era un objeto sencillo, pero su misión era teletransportarlo de un sitio a otro, algo que, hasta ahora, no había conseguido. Lo más que había logrado era moverla unos centímetros antes de que cayera al suelo con un leve temblor.
—Vamos, Emma, una vez más —la animó Isaac, con un destello de confianza en sus ojos—. Esta vez, lo lograrás.
Emma dejó escapar un suspiro, relajando los hombros. Alzó una mano y lentamente comenzó a concentrarse en la piedra. A medida que lo hacía, pequeñas esferas de luz violeta comenzaron a materializarse a su alrededor, orbitando suavemente como si estuvieran esperando sus instrucciones.
—Eso es, controla tu respiración... y deja que la energía fluya —continuó Isaac, observándola con una mezcla de expectación y orgullo—. Piensa en la piedra como parte de ti. Imagina dónde quieres que se traslade.
Emma sintió cómo las esferas de luz se acumulaban alrededor de la piedra, envolviéndola en un suave resplandor púrpura. Visualizó el lugar donde quería que la piedra se transportara, a unos metros de distancia, y comenzó a guiar los fotones con su mente.
Era un proceso delicado, como tratar de mover una pluma con el viento sin romper su fragilidad.
De repente, la piedra comenzó a desvanecerse, desintegrándose en partículas de luz que se fusionaron con las esferas violetas. El corazón de Emma dio un vuelco, pero no dejó que la emoción la distrajera. Manteniendo el control, imaginó hacia dónde quería que las partículas apareciesen de nuevo, y entonces, sucedió.
La piedra desapareció de su vista por completo, junto a todas las partículas, y al segundo siguiente, aparecieron unos pocos metros más adelante. La piedra cayó en seco.
Emma dejó escapar el aire que no se había dado cuenta de que estaba conteniendo. Abrió los ojos, incrédula, observando el objeto en su nuevo lugar. Un instante después, una ola de alegría la invadió, y sin pensarlo, soltó un grito de emoción.
—¡Lo hice! ¡Isaac, lo hice! —exclamó, dando un salto y corriendo hacia él.
Isaac apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Emma saltara a sus brazos, envolviéndolo en un abrazo lleno de euforia. Ambos rieron, contagiados por la energía del momento.
—Sabía que podrías hacerlo —dijo Isaac, sonriendo ampliamente mientras la bajaba al suelo—. Fue increíble, Emma. ¡En serio lo hiciste! Yo solo estaba hablando tonterías...
—No, para nada. Me ayudaste muchísimo —dijo, mirándole de cerca.
Emma se apartó un poco, aun riendo, pero notando el repentino nerviosismo que les envolvió.
Ambos se quedaron en silencio por un instante, el uno frente al otro, sin saber exactamente qué decir. Fue Emma quien rompió el silencio, todavía con una chispa de emoción en su voz.
—Bueno, esto definitivamente merece una celebración, ¿no? —sugirió, algo tímida—. Podríamos ir a mi departamento, invitar a Zoey y a Julia. Hace tiempo que no las veo. También podría invitar a Leony, Mikael y Nat.
Isaac asintió con una sonrisa.
—Me parece una excelente idea. Necesitamos un descanso después de tanto entrenamiento. Y quién sabe, tal vez pueda presumir un nuevo trago que inventé —añadió con un tono juguetón—. En el bar en el que trabajo se volvió muy popular.
—¿En serio? ¿Cómo se llama?
Isaac se rascó la nuca, un tanto nervioso.
—Me da un poco de pena, pero, le llamé Latido del futuro.
Emma se sorprendió y sintió un repentino calor subiendo por su cuerpo.
—¿De verdad...?
—Sí, logré hacerlo de color turquesa con algunos colorantes endulzados. Y le gustó a mucha gente.
Emma no pudo evitar sonreír.
—Me estás diciendo... —comenzó a decir con timidez, antes de cambiar el tono a uno que fingía ofensa—. ¿Qué estás ganando dinero y fama con mi «latido»? ¿Y mis regalías?
Isaac echó una breve carcajada.
—¿Perdón? Yo inventé el nombre. No te corresponde ni un solo centavo. —Levantó un dedo—. Pero, como fuiste mi inspiración directa. Supongo que no te lo cobraré si lo pruebas.
—¿Cómo qué supones? —Lo empujó—. ¡No vas a cobrármelo! ¡Es mío!
Isaac echó una carcajada.
—¿Sabes? Hablando del latido del futuro. Ahora que aprendiste a controlar mejor el pulso de luz, me preguntaba...
—¿Pulso de luz?
—Ah, sí. Decidí que llamaría a ese nuevo don «pulso de luz», porque me dijiste que cuando te concentrabas en las partículas sentías un pulso en tu pecho.
—¿Yo dije pulso? Creo recordar que dije latido...
—Emma, no podemos repetir los nombres. No sería original.
—Está bien —dijo ella divertida—. Entonces, ¿qué querías preguntarme?
—Ah, claro. Me preguntaba si ahora que dominas el pulso de luz, podrías usar el latido del futuro... —Hizo una pausa—. Qué bien suenan esos nombres. —Carraspeo la garganta y retomó—. En fin, usar el latido para acelerar tu entrenamiento. De la misma forma que usas los bucles del futuro para aprender algo al instante.
Emma guardó silencio y echó un breve suspiro. Durante unos momentos permaneció en silencio, interrogándose si sería buena idea o no revelarle a Isaac que ya no era capaz de usar el latido del futuro.
—Quizás preguntarte esto sea un error, después de lo que pasó con Macarena, pero... ¿Puedo confiar en ti?
*****
La cabaña estaba envuelta en una atmósfera cálida y acogedora, iluminada suavemente por la luz anaranjada de la hoguera que crepitaba en el rincón de la sala de juegos.
Las llamas proyectaban sombras danzantes sobre las paredes de madera, mientras el suave tintineo de copas y el murmullo de risas llenaba el aire.
En una esquina, el equipo de música sobre la mesa en isla dejaba escapar acordes alegres y vibrantes, creando un ambiente festivo. La mesa de pool, con su superficie de un verde brillante, estaba justo en el centro de la sala, lista para otro partido.
Los sillones de las esquinas invitaban a sentarse y relajarse, pero la energía en la sala era demasiado alta como para que alguien quisiera quedarse quieto. En el otro extremo de la habitación, una mini heladera mantenía frescas las botellas de vino espumante que seguían abriéndose con entusiasmo.
—¡Vamos, Flavia! —exclamó Vanesa, riendo mientras daba un pequeño empujón a su nueva amiga—. Es nuestra última noche aquí, así que hoy no quiero dudas. ¡Esos papitos de la cabaña 23 son nuestros!
Flavia, que ya había pasado el punto de tomar decisiones racionales, soltó una carcajada y asintió, con sus ojos brillando por la mezcla de vino y emoción.
—¡A la mierda! No podemos desaprovechar esta oportunidad —respondió, levantando su copa de vino como si brindara por la cacería que estaban a punto de emprender—. Julia, ¿vienes?
Julia, que estaba sentada en el borde de la mesa de pool, terminó su copa de un trago y se levantó con una sonrisa traviesa.
—Ya conquisté esa montaña, ahora vamos a conquistar esa cabaña —dijo, tambaleándose ligeramente mientras se dirigía hacia la puerta.
—¡Suerte, chicas! —les gritó Brenda desde su posición junto a la mesa de pool, levantando una mano en señal de despedida.
—¿No vienes, Bren? —preguntó Flavia.
—¿Ella? Ahora que está con Leonard se volvió una aburrida —bromeó Julia, guiñándole un ojo a la distancia.
—¡Hey! ¡Eso es mentira! ¡Maldita!
—¡Emma! —exigió Vane alzando su mano, como si pudiera arrastrar a Emma hacia ella con un movimiento psíquico—. ¡Tú no tienes excusa!
—¡Olvídalo! —dijo Emma aferrada a su taco de pool—. Estoy de racha aquí y no pienso perderla.
—¡Bah! ¡Tú te lo pierdes, bebe! —contestó Vanesa, mientras las tres se dirigían hacia la puerta, riendo y hablando en voz baja sobre lo que iban a decir cuando llegaran.
En cuanto la puerta se cerró detrás de ellas, el ruido en la sala disminuyó por un momento, pero fue interrumpido rápidamente por Bárbara, quien se acercó a Zoey, tambaleándose un poco pero con una sonrisa en el rostro.
—Zoey —dijo ella, arrastrando la voz por el cansancio—, creo que ya es hora de que me retire. Te estaré esperando en la cama, pero... no tardes mucho o me quedaré dormida —añadió con un guiño perezoso, dándole un beso rápido en la mejilla antes de dirigirse lentamente hacia su habitación.
Zoey la vio alejarse, sonriendo mientras terminaba su copa de vino. Se giró hacia Emma y Brenda, quienes estaban empezando otro juego de pool, con una botella recién abierta de vino espumante al lado.
—Bueno, parece que somos las últimas en pie —dijo Zoey, alzando la copa hacia sus amigas—. ¿Otro partido?
Emma, que estaba alineando el taco para su primer golpe, asintió con entusiasmo.
—Definitivamente. Pero esta vez... quiero que Brenda y tú jueguen en equipo. A ver si pueden ganarme —bromeó, con una mirada retadora mientras apuntaba la bola blanca hacia el triángulo de bolas de colores.
—¿Oh, así que crees que no podemos? —respondió Brenda, levantando una ceja y aceptando el desafío—. Zoey y yo haremos el equipo perfecto. Vas a ver.
Zoey se rio, llenando las copas de nuevo antes de unirse a Brenda al otro lado de la mesa.
—Hay que hacerlo interesante —dijo Zoey, asestándole una mirada retadora a Emma—. Quien pierda, debe cumplir una prenda.
—Acepto —comentó Brenda, divertida.
Emma sonrió y lanzó la bola blanca con un golpe preciso, y las bolas de colores se dispersaron por la mesa en todas direcciones.
Una de las bolas, cayó en una tronera con un sonido sordo, y Emma levantó las manos en señal de triunfo.
—Primera sangre —exclamó, empapada en seguridad, acercándose a la mesa para recuperar su copa—. Prepárense, porque voy a humillarlas.
El juego continuó, con Zoey y Brenda bromeando y riendo mientras discutían la mejor estrategia para vencer a Emma, quien jugaba con una destreza sorprendente considerando lo tarde que era y cuánto habían bebido. Las botellas de vino espumante se vaciaban lentamente, y las risas aumentaban en volumen.
—¡No puedes hacer eso! —protestó Brenda, fingiendo indignación cuando Emma metió otra bola con un tiro que parecía imposible.
—Claro que puedo, y lo haré de nuevo —dijo Emma, sonriendo de oreja a oreja mientras preparaba su siguiente tiro.
—Vamos, Brenda, tú puedes —dijo Zoey, cediéndole el taco a su amiga, y luego, a paso lento, susurró algo a Emma justo al pasar a su lado—. Sé lo que estás haciendo, maldita tramposa.
Mientras Brenda preparaba su tiro, Emma se volteó con una sonrisa triunfante y malévola.
—No puedes probar nada.
Zoey se le arrimó.
—¿Ah si? ¿Crees que dos no pueden jugar el mismo juego? —dijo, volando hacia el mini-refri para descorchar otra botella. Volvió con Emma y se la dio—. Ten. A ver cuanto te dura ese ojo mágico, emborrachada hasta la médula.
Emma aceptó el desafío y tomó un gran sorbo de la botella. Luego echó una mirada traviesa a Zoey y se volvió para observar el tiro de Brenda. El golpe no fue perfecto, pero logró meter la bola, y ambas amigas celebraron como si acabaran de ganar un campeonato.
—¡Sí! —gritó Brenda, levantando el puño en el aire—. Vamos a ganar esto, te lo digo.
Emma rodó los ojos, divertida.
—Está bien, está bien, admito que eso fue un buen tiro, Bren. Pero no cantes victoria todavía —dijo, y luego lanzó su próximo tiro con una precisión que dejó a todas en silencio por un momento.
La bola 8 rodó lentamente hacia una tronera y cayó, marcando el final del juego.
Emma levantó los brazos en señal de victoria.
—¡Y ahí está! —exclamó—. ¡Soy imparable!
—¡De nuevo! —exigió Zoey—. ¡Esta vez será distinto!
—Ah, no... —dijo Emma con una mirada traviesa—. Ahora tienen que cumplir una prenda para mí.
—Escupe la prenda de una vez, pero te aclaro que no saldré sin ropa afuera.
—¿Por qué pediría eso...? —Emma lo meditó—. Aunque sería gracioso. ¡Nah! —dijo bamboleándose para arrimarse a ambas—. La prenda será la siguiente: ustedes dos se tienen que dar un beso.
—¿Qué? —preguntó Zoey.
—¿Qué pasa? Bárbara y Leonard no están aquí.
—No es por eso, tonta. Es porque Brenda... —de repente, Zoey y Emma escucharon un sonido gutural inconfundible que nació de la garganta de Brenda.
Al verla, su rostro estaba mucho más pálido de lo usual, y sus manos sostenían su boca; sus cachetes se habían inflado a casi reventar, y luego de otro sonido gutural más; Brenda echó a correr despavorida hacia el baño.
Zoey y Emma permanecieron en silencio, contemplando la escena, con los ojos muy abiertos, y al segundo siguiente, sus risas rebotaron por toda la cabaña.
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