20. Caja de pandora
Emma subía con pasos cautelosos por el sendero montañoso que serpenteaba detrás de la universidad, sintiendo la suave brisa matutina acariciar su rostro.
Al llegar a la cima de la colina, la vista se abrió ante ella. Un claro escondido entre los árboles reveló un vasto espacio, rodeado por un anillo de rocas musgosas y arbustos espinosos que proporcionaban una barrera natural, ocultando el lugar de miradas curiosas.
Zoey ya estaba allí, de pie, junto a una de las rocas más grandes.
Estaba mirando hacia el horizonte, como si estuviera inmersa en sus pensamientos, pero el ligero temblor en sus manos delataba su impaciencia. Emma se acercó, y al mismo tiempo, Isaac emergió desde otro sendero. Sus ojos se ampliaron al ver a Emma.
Su rostro reflejó una mezcla de sorpresa y curiosidad, como si no hubiera esperado encontrarla allí. Emma abrió la boca para decir algo, pero antes de que pudiera pronunciar palabra, Zoey levantó una mano, deteniéndola.
—Antes de que digas nada, esto es lo que va a pasar. —Zoey habló con firmeza, interrumpiendo cualquier pensamiento que Emma o Isaac pudieran tener—. Si sigo pensando en cómo funcionan tus malditos poderes... me voy a volver loca. Porque no tiene ninguna lógica científica. ¿Quieres saber por qué? No me importa, igual te lo diré. —Guardó silencio—. Es... imposible.
Emma permaneció muda. Zoey empezó a moverse, a causa de los nervios.
—Suponiendo que la teoría de Isaac es correcta, y que puedes manipular la luz, estaríamos suponiendo que eres capaz de generar fotones, partículas de luz, a voluntad. Pero no cualquier tipo de luz, no. Estamos hablando de fotones con una longitud de onda específica, lo que les daría ese color violeta. —Zoey empezó a caminar de un lado a otro—. Fotones que en tu caso parecen tener entre diez a treinta millones de nanómetros. —Sacudió la cabeza—. Uno a tres centímetros de longitud.
—Okey... —dijo Emma, pero fue interrumpida de nuevo.
—¡Pero eso no es todo! Porque estos fotones no solo son lucecitas de Navidad que aparecen cuando estás abrumada, pequeña. Ojalá, ya que también son capaces de interactuar con la materia circundante. ¡Y no se termina ahí! ¡Ni de puta broma! Porque por si eso fuera poco, que no lo es, esa interacción tiene que generar una excitación en los electrones de las moléculas, y posteriormente, descomponerlas a niveles subatómicos.
Isaac abrió la boca, pero decidió no interrumpir.
—Y aquí viene lo realmente loco. —Zoey respiró hondo, tratando de mantener el control—. Esa información, toda la estructura molecular de tu cuerpo, se codifica y se almacena en esos fotones y se desplaza a través del espacio hacia un nuevo punto de destino. —Zoey levantó un dedo, enfatizando lo que venía—. Y una vez allí, esos fotones tienen que reconstruir todas y cada una de las moléculas, átomo por átomo, para que tu cuerpo se materialice en ese nuevo lugar, intacto, como si nada hubiera pasado.
El silbido del viento fue lo único que cortó el silencio que le precedieron a aquellas palabras.
—En resumen, teletransportación—dijo Zoey, esbozando una amplia sonrisa de incredulidad mientras se inclinaba para mirar a Emma a los ojos—. Lo cual es física, humana, o alienígenamente imposible. ¿Por qué sabes lo que tienes que ser para lograr algo así?
—Un... —Isaac se animó a intervenir—. ¿Dios?
Zoey echó la carcajada más falsa de su vida.
—¡Un maldito acelerador de partículas humano! —dijo, fulminando con la mirada a Emma—. Para hacer eso, como mínimo, y aclaro que estoy haciendo una exageración aberrante con el término «mínimo», necesitarías generar y controlar una cantidad de energía colosal, suficiente para amplificar las partículas de tu propio cuerpo y crear un vacío tan extremo que prevenga cualquier interacción no deseada con moléculas de gas, evitando que se disperse en el proceso. ¡Y todo eso sin tener la más pálida idea de nada sobre física!
Zoey tomó una larga y contenida cantidad de aire, y lentamente la expulsó hacia afuera, junto a sus tensiones.
—Así que, por mi bien mental, me voy a hacer a un lado y ustedes verán cómo carajo funcionan tus dones. —Se volteó y empezó a caminar—. Usen lo que sea, el poder del amor, el poder de la familia, una araña radioactiva o el perro de John Wick. Me da igual... —Giró sobre sus talones y lanzó un beso al aire—. ¡Suerte!
Zoey desapareció de la vista de ambos, dejándolos envueltos en un incómodo silencio. Isaac miró a Emma, buscando algo en su expresión, pero ella mantuvo su mirada fija en el espacio donde Zoey había desaparecido.
—Emma, te juro que yo no sabía que Zoey iba a reunirnos. —Su voz sonó suave, casi arrepentida—. No quiero causarte molestias, así que... —hizo una pausa, como si sopesara sus siguientes palabras—. Creo que es mejor que me vaya.
Emma lo miró por un momento, y cuando finalmente habló, su tono sonó despreocupado, casi casual.
—No hay problema. Puedes quedarte, si quieres.
Esa respuesta sencilla lo tomó por sorpresa. Durante tanto tiempo, Emma había sido distante, fría, como si llevara una barrera invisible que lo mantenía a raya. Pero ahora, aunque su tono era tranquilo, había algo en su voz que lo descolocó.
Isaac parpadeó, procesando sus palabras.
—¿En serio? —dijo, inseguro.
Emma asintió, cruzando los brazos mientras le devolvía la mirada.
—Si Zoey piensa que tú me puedes ayudar a comprender mis poderes, confío en ella. —Su tono era neutral, pero con un matiz de aceptación que Isaac no había oído antes. Sin embargo, sus siguientes palabras llegaron con una advertencia—. Pero todavía no te he perdonado, Isaac. —Su mirada se endureció un poco, un recordatorio de que las heridas del pasado no sanaban fácilmente—. Eso no ha cambiado. Pero si quieres ayudarme, no veo problema en ello.
Isaac sintió una mezcla de alivio y culpa. Había esperado un rechazo más contundente, algo que reafirmara el muro que Emma había levantado entre ellos. Pero ahora, frente a su inesperada aceptación, se sentía pequeño, consciente del dolor que había causado.
—Gracias, Emma —dijo, con sinceridad. Era todo lo que podía decir en ese momento.
Emma simplemente asintió, como si esas palabras no necesitaran una respuesta elaborada. Miró hacia el sendero que se adentraba en el bosque, como si considerara lo que venía después.
—¿Por dónde empezamos? —preguntó, cambiando el tema sin preámbulos.
Isaac exhaló, aliviado. Se sentía en un terreno familiar, donde podía dejar atrás los errores del pasado, al menos por ahora, y enfocarse en el presente.
—Podríamos empezar con lo que ya sabes hacer —sugirió, tratando de no sonar demasiado entusiasta, pero tampoco indiferente—. Y luego, tal vez podamos experimentar con diferentes enfoques para ver si hay patrones en cómo se activan tus habilidades.
Emma lo consideró por un momento, asintiendo lentamente.
—Está bien. Vamos a intentarlo.
—Perfecto. Entonces... ¿Qué sabes hacer hasta ahora?
Emma bajó la mirada y luego la levantó en una mueca apenada.
—La verdad es que... nada.
Isaac sonrió echando un breve suspiro. Iba a ser una larga tarde.
*****
Los pasos de Madison Insigne y Adam Asensi resonaron con fuerza en los tablones de madera de la iglesia de la corte de los Elegidos de Aión, acompañándolos mientras avanzaban hacia el altar, donde aguardaba su líder.
Al llegar, Madison y Adam se arrodillaron frente a él, inclinando sus cabezas en señal de respeto.
—Levántense —ordenó el líder Ptolomeo.
Ambos obedecieron.
—Madison —continuó el líder—, ¿alguna novedad sobre la Diorin de Horus?
La mujer mantuvo la compostura, al responder, pero se notaba un leve rastro de frustración y arrepentimiento en sus palabras.
—Las cosas no salieron como lo había planeado, mi señor. Mi objetivo era usar a Macarena para introducir a Emma en la Corte, mientras Ulises Rojas y Brenda Lagos obtenían información sobre ella, pero surgieron complicaciones. Algunos de los individuos bajo mi influencia, se revelaron. Intentaron asesinar a Emma Clark sin mi consentimiento. Por lo que me vi obligada a tomar medidas. Liberé la influencia de uno de ellos y borré su memoria, por desgracia, cuando me encontré a la otra... Kairos ya la había asesinado. Por otro lado, todavía mantengo bajo influencia a Macarena Baute, por el momento.
El líder escuchó en absoluto silencio, sin embargo, la intensidad de su mirada sugería que cada palabra de su seguidora era analizada con extrema cautela. Adam Ascenzi dio un paso adelante, dirigiéndose al líder con un tono respetuoso.
—Permítame hacerme cargo, señor. Puedo acelerar los planes y asegurarme de convencer a la Dorín de Horus lo más pronto posible. Y si no accede a la primera, volveremos a empezar.
El líder alzó una mano, indicándole que se detuviera. Una leve sonrisa, fría y calculadora, se dibujó en su rostro.
—No se apure, Ascenzi. Eso no será necesario. El oráculo se ha manifestado nuevamente. Ya conocemos el siguiente paso para alcanzar nuestro destino. La Dorín de Horus ya no es nuestra prioridad. Al menos de momento.
La sorpresa en el rostro de Madison fue evidente, pero se contuvo de interrumpir. El líder prosiguió.
—Ahora concentraremos todos nuestros recursos en obtener al Dorín más poderoso de todos: el Dorín de Osiris. Su aparición en la isla es inminente, y debemos estar preparados.
Madison, aunque aún confundida, asintió con la cabeza. Sin embargo, no pudo evitar expresar su preocupación.
—Mi señor, si me permite la pregunta, ¿Qué hay de Kairos? He estado sintiendo que su influencia se vuelve más fuerte en los individuos que controlo. No me obedecen al cien por ciento. Eso podría ocasionar problemas.
El líder, con una mirada que denotaba tanto comprensión como una autoridad incuestionable, respondió:
—Es precisamente por eso que te ordeno que descanses, Insigne. Kairos es un eterno que no debemos subestimar. Necesitas asegurarte de mantener el control sobre él. El oráculo ya no puede ofrecerte más asistencia; ha brindado su última revelación.
Madison sintió un escalofrío recorrerle la espalda al oír esas palabras. Sin embargo, no había lugar para la duda en la Corte. Asintió una vez más, aceptando su destino con la resignación de quien ha entregado su voluntad a una causa mayor.
Adam, siempre pragmático, preguntó:
—¿Cuáles son los próximos pasos? ¿Qué haremos con el Dorín de Osiris?
El líder guardó silencio durante un momento. Luego, con una calma que solo él poseía, declaró:
—Todo a su debido tiempo. De momento, nos mantendremos en las sombras, como lo hemos hecho hasta ahora. Cuando llegue nuestra oportunidad, el Dorín de Osiris se presentará ante nosotros. Para entonces, Ascenzi, te quiero preparado. Cuando consigamos su poder, finalmente, la Diorin de Horus será el último escalón para alcanzar la eternidad.
El líder hizo un gesto con la mano, indicando que la reunión había concluido. Madison y Adam se inclinaron una vez más, antes de dar media vuelta y marcharse en silencio.
Detrás de ellos, el líder se quedó en pie, fijando su mirada hacia el altar, sintiendo la eternidad, más cerca que nunca.
*****
La noche había caído, y el aire estaba cargado de la frescura típica del anochecer. La luna llena iluminaba débilmente el claro donde Emma e Isaac se encontraban, con la brisa nocturna arrastrando sus susurros entre los árboles cercanos.
El cansancio se reflejaba en el rostro de Emma, mientras intentaba, sin éxito, controlar esas partículas de luz que siempre parecían eludirla. Frustrada, dejó escapar un suspiro y cerró los ojos, apretando los puños sobre el césped húmedo.
—No entiendo —dijo con la voz quebrada—. Lo he intentado todo, Isaac. Todo.
Isaac, de pie frente a ella, cruzó los brazos y la observó en silencio. Sabía que la clave no estaba en la técnica. Quizás, pensó, el problema era que Emma estaba demasiado concentrada en los métodos, y no en lo que realmente importaba: sus emociones.
—Emma... —comenzó, arrodillándose frente a ella, acercándose lo suficiente para que sus miradas se encontraran—. No se trata solo de intentarlo. No es cuestión de seguir pasos o fórmulas.
Emma frunció el ceño, sintiendo que las palabras de Isaac solo añadían más confusión.
—¿Entonces?
—De creer —respondió Isaac, con una convicción en sus ojos que Emma no pudo ignorar—. Tienes que creer que puedes hacerlo. No puedes esperar a que suceda por sí solo.
Emma apartó la mirada. Sabía que Isaac tenía razón, pero no lograba sentir esa certeza en su interior. Sentía que sus emociones eran un caos, demasiado intensas para canalizarlas, demasiado confusas para entenderlas.
Isaac la observó en silencio, notando cómo la desesperación empezaba a teñir su expresión.
Se quedó pensativo durante un largo momento, buscando una manera de romper la barrera que los separaba. Entonces, de repente, algo se encendió en su mente. Se inclinó un poco más hacia Emma, y con un suspiro profundo, decidió arriesgarse.
—Emma, sígueme el juego.
Ella lo miró con desconfianza, frunciendo el ceño.
—¿Qué?
Isaac ignoró su pregunta inicial y lanzó la suya, directo al corazón.
—¿Cómo te sentiste cuando te engañé esa noche? —soltó de repente—. ¿Cómo te sentiste cuando supiste que Macarena y yo éramos novios?
Emma se quedó helada por un momento y sus ojos se abrieron ligeramente.
—¿En serio? —dijo, con una sonrisa torcida que no llegaba a sus ojos—. Sé lo que estás intentando hacer... y no creo que funcione.
Isaac no retrocedió. En lugar de eso, su sonrisa se tornó más desafiante, con un brillo juguetón en sus ojos que Emma no había visto en mucho tiempo.
—Solo... déjate llevar, ¿sí? Veamos qué pasa.
Emma sintió que algo en esas palabras se removía en lo profundo de su ser.
«Déjate llevar». Las mismas palabras que el hombre en el café le había dicho. Se quedó en silencio, mirando el cielo estrellado mientras su mente la llevaba de vuelta a ese momento, a esa conversación que había dejado una marca en su interior.
Finalmente, con un suspiro largo, Emma asintió. Se acomodó, moviéndose para sentarse frente a Isaac, cruzando las piernas sobre el césped.
—De acuerdo.
Emma se quedó en silencio un momento, con la mirada perdida en el vacío, como si sopesara si realmente quería abrir esa caja de Pandora. Finalmente, con un suspiro que parecía arrastrar todo el peso de sus emociones, empezó a hablar.
—En ese momento estaba muy vulnerable... —dijo, en apenas un murmullo—. Me sentía muy sola y eras la única persona que sabía lo que me pasaba. Sentía que solo contigo podía ser yo misma. Sin máscaras, ni apariencias. Y también, solo cuando estaba contigo... no sentía miedo.
Las palabras fluían despacio, cada una, cargada de un dolor que había mantenido oculto por demasiado tiempo.
—Pero cuando descubrí que estabas con Macarena... —Cerró los ojos, rememorando ese penoso momento—. Me sentí traicionada. —Emma apretó los puños—. Me sentí una estúpida por haber confiado en ti.
Isaac la observaba, conteniendo la respiración.
—Pero eso no fue lo que más me molestó... —Emma continuó, y su voz adquirió un tono más amargo, más enojado—. Lo peor era que, a pesar de todo lo que habías hecho, a pesar de que sabía que tenía que odiarte... —Emma presionó su pecho con el puño—. No podía hacerlo.
En ese momento, sucedió.
Pequeñas y diminutas partículas de luz violeta empezaron a formarse, poco a poco, alrededor de Emma. Isaac se petrificó al verlas. Era impresionante, jamás había presenciado nada igual. Eran como luciérnagas que danzaban en el aire, atraídas por la intensidad de los sentimientos de Emma.
—Estuve mucho tiempo intentando olvidarte... —Emma bajó la voz, casi como si estuviera hablando consigo misma—. Intentando dejar de pensar en ti, pero... no podía. Nunca pude. Y eso es lo que más me molestaba.
Cada palabra que Emma pronunciaba parecía darle forma a esa energía, una energía que había estado acumulándose en su interior durante tanto tiempo. Las partículas comenzaron a cambiar a una forma más caótica, como si no pudieran decidir qué eran. Isaac sintió una punzada en el pecho al verla así, tan vulnerable, y tan fuerte al mismo tiempo.
—Ya ni siquiera estaba enojada contigo... —admitió Emma, con melancolía—. Estaba furiosa conmigo misma. Por ser tan... imbécil. Por seguir teniendo sentimientos hacia ti. Porque por alguna maldita razón, sin importar lo que hiciera, no podía dejar de pensar en ti.
Las partículas se agitaron con su confesión, pero comenzaron a desacelerarse.
—Durante todo este tiempo peleaba con mis propios sentimientos... —La voz de Emma sonaba distante y apagada—. Una parte de mí te quería odiar, y la otra, sabía que aunque habías jugado con los sentimientos de Macarena y con los míos... —Apretó los dientes, sintiendo un nudo en la garganta—. Esa maldita parte dentro de mí... —Lágrimas empezaron a brotar—, todavía quería...—Subió la mirada y sus ojos, ambos violetas, se conectaron a los de Isaac—. Confiar en ti.
Isaac se sintió cada vez más pequeño frente a ella. Las partículas violetas, antes tan caóticas, comenzaron a suavizarse, como si estuvieran absorbiendo la sinceridad de sus palabras.
—Y pensar en eso me dolía mucho... —Emma exhaló con fuerza, cerrando los ojos por un momento—. Todo el tiempo, mi mente seguía buscando una forma de comprender por qué me habías mentido. Pero siendo sincera... creo que siempre supe la razón.
Emma abrió los ojos, mirando a Isaac con una mezcla de dolor y comprensión. Las partículas que la rodeaban se tornaron más brillantes, pero todavía llevaban un matiz afilado.
—Y lo confirmé cuando Macarena me contó lo que sucedió entre ustedes... —continuó, su voz ahora más suave, más controlada—. Lo hiciste por miedo. A veces, aunque intentamos hacer lo correcto, no siempre sale bien y yo conozco ese sentimiento. Sé bien lo que es mentirse a uno mismo e intentar aparentar algo que no eres. Querías lo mejor para Macarena, pero tenías miedo de soltarla.
Isaac sintió una oleada de culpa al escuchar esas palabras, pero no dijo nada. Sabía que Emma necesitaba sacar todo lo que había guardado dentro de sí durante tanto tiempo.
—Y aunque todo salió mal y nos lastimaste... —Emma hizo una pausa, y cuando volvió a hablar, su voz era más baja, pero cargada de una verdad innegable—. Esa parte de mí, que quería confiar, sabía que no había sido tu intención. Pero el dolor que había sentido había sido tan grande, tan espantoso, que hice todo lo posible por ignorarla.
Las partículas violetas flotaron más cerca de ella, rodeándola en un halo suave y luminoso, pero todavía inquieto.
—¡Pero no podía! ¡Y eso me daba mucha rabia! —La voz de Emma se alzó, y las partículas volvieron a flotar, descontroladas—. Y por eso no quería saber nada sobre ti. Porque en el primer momento en que me descuidara —Inhaló aire, y su puño, que durante todo este tiempo había estado apretando la boca de su estómago, se abrió lentamente—. Sabía que te perdonaría.
Y entonces, en ese instante, las partículas de luz comenzaron a cambiar. Sus formas afiladas y caóticas se transformaron en esferas suaves, redondeadas, que flotaban pacíficamente a su alrededor, como si estuvieran respondiendo al peso que finalmente Emma había soltado.
—De hecho... —dijo Emma, con una pequeña sonrisa que era más de resignación que de alegría—. Siendo honesta... —Volvió a mirarlo—. Ya te había perdonado hace mucho.
Las esferas de luz brillaron intensamente por un momento, reflejando la verdad de sus palabras. Y luego, lentamente, comenzaron a desvanecerse, dejando solo un suave resplandor en el aire, como un eco de los sentimientos que Emma había liberado.
Isaac, solo pudo mirarla en silencio, sintiendo una mezcla de admiración y una profunda gratitud. Emma le devolvió la mirada, con unos ojos que reflejaban la serenidad que finalmente había encontrado dentro de sí misma.
Isaac finalmente se atrevió a hablar.
—Lamento que mis inseguridades te hayan lastimado —dijo con una voz suave, pero cargada de dolor—. Y que también hayan lastimado a Macarena. —Una breve sonrisa se dibujó en su rostro, pero murió al siguiente instante—. Me hace sentir bien que digas que me perdones, pero no creo merecerlo. Solo lo aceptaré si eso te quita un peso a ti, pero no a mí. Yo todavía no lo hice. —Negó para sí mismo—. Y dudo que esté cerca de hacerlo.
—Bien. Entonces, supongo que... —dijo ella, apartando la mirada—. Ya hemos terminado por hoy.
Isaac asintió lentamente.
—Sí, pero, ¿sabes qué? —dijo él, apuntando a la mano de Emma—. Creo que ya encontramos tu botón.
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