2. Efecto mariposa (1)
Capítulo 2
Efecto mariposa
Un puñado de hielo repiqueteó en el cristal de un vaso alto, cuyas facetas se reflejaban sobre el mostrador, bajo la iluminación rústica del bar. El bartender lanzó una coctelera al aire y la atrapó desde la espalda. Luego colocó un puñado de ingredientes en perfecto orden: primero un chorro de licor de coco, algo de jugo de piña y una pizca de licor de maracuyá.
Cerró la coctelera y empezó a agitarla.
Frente a él, una muchacha de cabello negro y ondulado, contemplaba el proceso sin despegar el ojo de la hipnotizante mezcla. Los colores del trago se fueron entremezclando, fabricando así un arcoíris líquido que el hombre vertió en el vaso, adquiriendo una tonalidad dorada.
El bartender deslizó el trago hacia ella con una sonrisa, finalizando su tarea. La muchacha respondió con un movimiento afirmativo con la cabeza y una pequeña sonrisa asomando en su semblante. La noche era joven y este trago era la primera puerta a abrir de una noche repleta de buenas expectativas.
En un rincón nocturno de la costa, donde las olas besaban la arena y las gaviotas se desplazaban por el cielo estrellado, la mujer dio su primer sorbo.
—¿¡Todos!? ¿Pero... por qué?
De repente, la atención de la chica fue abducida por un joven a una butaca de distancia que mantenía una conversación desde su celular. Ella se perfiló ligeramente para verlo mientras volvía a besar el vaso. A simple vista, parecía un chico de su misma edad. Tenía una cabellera anaranjada y revuelta que no le quedaba nada mal.
—¿Quién haría eso?
La chica volvió la mirada al frente y recostó uno de los codos sobre la mesada del bar. Intentó no continuar escuchando, pero ese tono tan elevado que usaba el joven al hablar no ofrecía mucha ayuda. Incluso hubo algunas personas sentadas en mesas más alejadas que tuvieron un impulso por torcer sus miradas hacia él.
—Bien. ¿Y a qué universidad tendré que asistir? Al menos espero que sea buena...
«¿Un universitario?», pensó ella. Eso le hizo recordar la noche que había decidido participar por un sorteo en dónde el premio mayor sería asistir a una de las mejores universidades de los últimos tiempos.
Pero no lo había ganado, por desgracia.
—¿Vanlongward? ¿En serio...? Ok, eso cambia las cosas. ¿Qué más necesitas?
Eso disparó de nuevo la atención de la mujer. Esa misma era la institución a la que había querido asistir al participar del sorteo. Conocía el excelente estatus de Vanlongward. Todo un «Hogwarts» de la modernidad, pero sin la magia de por medio.
Al parecer ese chico tenía bastante dinero. No esperó demasiado para hablarle cuando él terminó su llamada.
—¿Así que Vanlongward? —inició la conversación la joven—. Intenté ingresar ahí una vez, pero... —guardó silencio y bebió otro trago—. No pude.
—¿Y has probado intentar no escuchar las conversaciones de los demás? —preguntó él con desdén, sin siquiera mover un músculo ocular para mirarla.
—¿Cómo podría? Hablabas muy alto. Si no querías que te escucharan podrías ir a otro sitio.
El joven se giró en el taburete y se reposó en la barra.
—Seh, lo que digas.
—No pareces muy emocionado de asistir a Vanlongward. Yo estaría saltando en un pie.
El joven ni siquiera se molestó en responder. Por curiosidad, se inclinó y echó una mirada a la muchacha.
—¿Qué más da? —dijo para sí mismo, con aires cansinos—. ¿Quieres tomar algo?
—No. Ya estoy tomando algo, gracias.
El rostro del joven echó una mueca de insatisfacción.
—¿En serio vas a hacerte la difícil?
—Sí, le añade emoción.
—El único añadido que quiero ahora mismo es de alcohol... —El muchacho contempló el trago de la chica, se lo arrebató y tomó todo el resto—. Problema resuelto.
Acto seguido, en un azote a la mesa, el joven dejó una pila de billetes de la más alta denominación frente a ella.
—Pide una botella de lo que quieras, pero que sea fuerte.
—Wow, sin vueltas. Me gusta. Ese tipo de cosas hay que festejarlas.
—¿Y si mejor festejamos que mi hermano se morirá en unas horas?
—¿Qué? ¿En serio?
Hubo un breve silencio. Luego él sonrió.
—¡Nah! Solo bromeo... —Y como si de un interruptor se tratase, el joven removió su actitud pesimista y la dejó a un lado por una más carismática—. ¿Qué te parece si nos presentamos de una vez?
—Me parece bien. —La muchacha le tendió la mano—. Me llamo Natasha Sinclair. Soy asesora de moda.
El joven esbozó una sonrisita.
—Qué coincidencia. Yo soy Nathan Becker. —Torció el labio, divertido—. Y digamos que ahora soy mi propio jefe.
Y así fue como empezó la noche.
Sorbos, notas musicales, diálogos animados, conversaciones profundas, selfis, más sorbos, más música, más diálogos... y aún más selfis.
La noche se presentaba como una sinfonía de diversión y despreocupación. Aunque el inicio de su relación había sido marcado por la chispa y la intensidad, y a pesar de la aparente conexión perfecta entre ellos, a pesar de ese encuentro fortuito e inesperado...
Desde el principio, nada había sido fortuito.
«Escucha, hermano. Te daré una última ayuda, antes de colgar. Sigue mis instrucciones y todo saldrá bien. ¿Ves la chica que está sentada a tu izquierda? Has lo siguiente...».
Natasha creía que había conocido a alguien carismático y muy sociable, alguien que decía todo lo que se le venía a la mente y que se mostraba muy auténtico y gentil. Alguien que en un instante puede estar bailando a toda máquina y al siguiente segundo compartir anécdotas divertidas junto a completos extraños.
«Necesitas moverte de ahí pronto. Ellos están rastreándote, así que lo mejor será que robes o compres un vehículo. Oh, no... olvídalo. No hay tiempo para el camino honesto. Dame un segundo... Ok, bien. Hay un tipo al que parecen llamar Macco. Sí... es un sobrenombre raro, pero no pude descubrir por qué le dicen así. Tiene un yate anclado en el Amarre C22 del puerto Cumarebo. La llave la tiene en su cinturón, pídele una foto. Sabes qué hacer».
Natasha se había sacado la lotería. No solo porque Nathan se había ofrecido a pagar por todas las bebidas y aperitivos que habían consumido, sino que ahora, también la invitaba a pasar la noche en un elegante yate pequeño.
«Cuando llegues, traza rumbo hacia el norte. Quédate unos tres días en Aruba. Te haré llegar un correo. Es una libreta que el mozo de este café me prestará en unos minutos. Vas a tener que cuidarlo con tu vida, ¿está claro? ¡No lo pierdas!».
Tras pasar una velada maravillosa y mágica, repleta de risas, tragos, música y sexo desenfrenado en medio del océano, Natasha sentía que sería muy difícil superar una primera cita tan encantadora como esta. Por desgracia para ella, lo que no sabía era que Nathan solo la estaba usando.
«Esta será tu primera elección, hermano. Puedes usurpar la identidad de esta chica. ¿Qué pasará con ella? Lo dejo a tu criterio. No nos es necesario seguir los mismos lineamientos que los Aionistas».
Finalmente, Natasha salió de la ducha y volvió a la habitación, dispuesta a una nueva ronda de actividad sexual. La puerta era deslizante y apenas hizo ruido cuando la abrió. Cosa que alertó a Nathan, quien, debido a la influencia del alcohol en su sistema, no pudo ser capaz de cambiar su aspecto a tiempo.
Natasha quedó perpleja y se paralizó al encontrarse con una versión idéntica y más joven de ella misma, de pie frente al espejo del camarote, decidiendo qué color de cabello le quedaba mejor a sus nuevas facciones.
Su cerebro quedó en blanco y no fue capaz de hacer otra cosa más que gritar.
En contra de sus deseos, Nathan tuvo que tomar una drástica decisión. Si hubiese sido un poco más cuidadoso el resultado quizás habría sido otro. No le sentó bien tener que arrojar el cuerpo calcinado de Natasha al mar. Aunque tampoco le fue una tarea difícil. Por un lado, sintió tranquilidad. Podría usar esta nueva identidad de forma definitiva en sus próximos viajes sin tener que intercambiar constantemente y sin temor a que la verdadera Natasha resultase un problema a futuro.
Eso era suficiente para convencerse a sí mismo de seguir adelante. Después de todo, dejar cabos sueltos nunca había sido su estilo.
*****
«Descubierta una nueva especie marina en las Islas Turcas y Caicos».
«Aburrido», pensó Natasha y cambió de página.
«Festival de Música Reggae en Jamaica Atrae a multitudes».
Cambió de página de nuevo.
«Aumento en avistamientos de ballenas en las Costas de República Dominicana».
Volvió a pasar de página.
«Inauguración del Castillo de la Condesa Citali de Casiopea como Punto Turístico».
Aquello había logrado captar su atención por un momento, sin embargo, ninguno de los artículos despertaba su interés real en ese instante.
Natasha Sinclair se hallaba en un quiosco de periódicos junto a la sala de espera del aeropuerto. Junto a su butaca descansaba su equipaje para comenzar una nueva vida en la Isla Blau. Ahora mismo la profesora Rothingam se había lanzado a la búsqueda los dos últimos alumnos que restaban del grupo del centenario para así, finalmente, poder arribar al crucero.
Nat siguió pasando páginas. Tenía un anhelo interno de poder encontrar algún artículo relacionado con el fallecimiento de su hermano, pero ya habían pasado varios días del incidente, y aparentemente, él no ocupaba un lugar tan destacado como para competir con unas ballenas en Dominicana.
De pronto, una voz a su lado la devolvió a la realidad circundante.
—Si no vas a leer nada. ¿Me lo prestas? —le preguntó una chica—. Ese artículo del castillo tiene buena pinta.
Natasha despegó la mirada de la revista y su sorpresa fue evidente. Tatuajes en los brazos, cabello azabache, mirada intensa y actitud relajada. No había duda de quién se trataba.
Ya había leído sobre ella antes, en la libreta que su hermano le había enviado. Dean le había escrito sobre algunas personas que resultarían cruciales en este viaje para sus objetivos. Si bien él no había mencionado que se encontrarían en un sitio como este, probablemente se debiera a que este encuentro no supondría ninguna repercusión a futuro.
Aunque Nat estaba mucho más interesado en conocer quién sería la sucesora directa de los dones de su hermano —la nueva Diorin de Casandra, y quien despertó al último Eterno: Horus—, su hermano, le había advertido especialmente sobre una chica que se hacía llamar Adaline Fisher.
Ahora que la veía con detenimiento, siendo honesto, no parecía gran cosa. No había nada de especial en ella. Ni siquiera era una Diorin. ¿Cómo esta chica podría resultar un peligro para él? ¿Acaso su hermano se había vuelto loco? Intentó no darle muchas vueltas. Ya llegaría el momento en que lo entendería todo. Por ahora, intentó no establecer demasiado contacto visual y deslizó la revista hacia ella.
—Léelo, la verdad solo estaba aburrida y pasaba páginas.
—Eso noté... —dijo Ada y se dirigió a la página que destacaba el artículo del castillo—. ¿No es increíble todo lo que hay en esta isla?
—Me tiene sin cuidado.
—¿No eres muy parlanchina, eh?
—¿Y tú qué? —Nat recostó el mentón sobre su palma al hablar—. ¿No deberías estudiar para esa beca-no-se-qué?
Ada sonrió y ni siquiera prestó atención al comentario.
—Ah, interesante. Parece que el castillo fue un regalo para la Condesa y fue parte de la defensa de Isla Blau en 1678. Por si no lo sabes, esta es una época especial en la historia. ¡Piratas! —dijo divertida—. Según se menciona, ella vivió una larga vida, nunca se casó, nunca tuvo hijos, y se esfumó de la isla de manera misteriosa, por lo que nadie sabe nada sobre su procedencia. El castillo fue restablecido hace poco para fines turísticos. No estaría mal verlo algún día.
—Yo paso. Seguro su cuerpo está por ahí, enterrado. No deberías creer mucho en esos artículos. Desde siempre la humanidad ha mentido. La realidad es únicamente comprobable si estamos ahí para verificarlo.
—Todos mienten, eso te lo concedo —compartió Ada, cerrando la revista—. Supongo que no nos queda más que elegir a quién le vamos a creer. ¿Mi opinión? Yo pienso que Citlali quería ser pirata y se fue de la isla.
Natasha esbozó una sonrisita que fue inmediatamente interrumpida por los gritos de una muchacha de cabello lacio y negro; de facciones delicadas y ojos alisados que se desplazaba como una gacela comunicando a todos los ingresantes del centenario que se dirigieran a la sala de espera para una foto grupal.
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