19. El futuro original
La morgue estaba sumida en un silencio sepulcral. El detective Versace, un hombre imponente de piel oscura y mirada penetrante, estaba inclinado sobre una mesa de acero inoxidable.
La luz del techo iluminaba sus manos mientras manipulaba los archivos digitales del ADN extraído del cadáver de Brenda Lagos, hasta que luego de analizar los últimos datos, descubrió algo que lo hizo fruncir el ceño.
Entre los restos de Brenda, había rastros inconfundibles de ADN, sangre y cabello pertenecientes a Zoey Fisher. Su corazón dio un vuelco. Había estado trabajando junto con ella y Emma Clark infraganti durante algún tiempo. Sabía que esas dos tenían algo extraño, en especial con la forma en que siempre resolvían alguno de los casos de la isla, revelando información crucial.
Suspiró. Era claro que estaban metidas en algo gordo, pero como sus aportes hasta el momento habían sido para el bien de la comunidad, había sido sencillo ignorar retazos de sospechas sobre ellas.
Por desgracia, este hallazgo era algo que no podía dejar pasar de lado, sin importar la circunstancia. Estuvo a punto de enviar los resultados en su computadora, cuando de repente, el sonido de la puerta de la morgue abriéndose lo hizo levantar la cabeza.
Un hombre entró en la sala y Versace sintió cómo el aire se volvía más pesado, y como su corazón parecía querer salirse de su pecho.
No era cualquier hombre. Era una copia exacta de sí mismo. La misma piel oscura, la misma complexión poderosa, incluso la misma expresión grave que Versace siempre llevaba consigo.
—¿Qué mierda...? —comenzó a decir, pero su voz se quedó atrapada en su garganta.
El clon de Versace sonrió, una sonrisa que no tenía nada de amistosa, sino más bien pura crueldad.
—Buenas noches, detective —dijo el hombre, el timbre de su voz era tan idéntico que helaba los huesos—. Supongo que no esperabas verme aquí... o más bien, no esperabas verte a ti mismo.
Versace no se atrevió a mover un solo músculo de su cuerpo.
—¿Quién eres? ¿Qué eres...?
—Dicen que somos nuestro peor enemigo, o nuestro mejor amigo —respondió el clon—. Depende de ti quien quieres que sea, detective.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó, pero su voz apenas se escuchaba, invalidada por el temor.
—Muy buena pregunta. Sé que eres un hombre con principios, y lo respeto, pero en este juego, los vas a tener que dejar de lado. Te voy a dar una sencilla elección. No te asustes, te aseguro que será pan comido —Su clon se arrimó más—. Primera opción. Envía ese archivo. Lo que me obligara a ir a tu casa, con este mismo cuerpo, y asesinar a tu mujer y a uno de tus dos hijos. Al otro lo voy a dejar vivir, porque me considero buen samaritano.
La amenaza golpeó a Versace como un mazazo en el estómago. La crueldad en la voz de su clon era escalofriante. Sintió un sudor frío correr por su espalda mientras sus ojos permanecían fijos en los del hombre que había adoptado su rostro.
Su clon sonrió aún más.
—¿Te imaginas la cara de Jeremías, tu hijo menor, la próxima vez que te vea? ¿Te imaginas el terror y la confusión que sentirá cuando te vea moliendo a golpes a su madre y a su hermano hasta llenar toda su bonita cocina de sangre? ¿Te imaginas la próxima vez que le veas a los ojos? Quiero que se detenga a pensar en esa imagen durante un rato y la saboree.
Versace se quedó sin palabras, el color abandonó su rostro mientras las imágenes horribles que su clon había descrito se formaban en su mente.
—Te doy una oportunidad y solo una, de no tener que hacerle pasar eso al pobre Jeremías —continuó el clon—. La segunda y, por lógicas razones, mejor opción, es borrar todo archivo o registro de lo que descubrió del cadáver de Brenda Lagos. Elimínelo todo, que no quede absolutamente nada. Y luego, tome el próximo vuelo fuera de la isla y disfrute una cómoda vida en el destino que quiera. Con la tranquilidad de que hizo lo mejor por su familia.
Versace, incapaz de procesar completamente lo que estaba ocurriendo, sintió que sus rodillas se debilitaban. Se desplomó en el suelo. Su mente era un torbellino de miedo, rabia y desesperación, pero una cosa estaba clara: no podía arriesgarse a que esa pesadilla se convirtiera en realidad.
Con manos temblorosas, alcanzó la computadora y comenzó a eliminar los registros. Cada clic en el teclado era una puñalada en su conciencia, pero no tenía otra opción. Cuando terminó, levantó la vista para encontrar a su clon observándolo con una satisfacción perversa.
—¿Te digo algo? —dijo el clon, casi orgulloso por el actuar de Versace—. Es usted más inteligente de lo que se ve a simple vista. Lo bastante como para tener un arma en su poder y no intentar usarla contra mí. En serio, lo felicito. Esa ha sido, sin duda, la mejor de las decisiones que ha tomado hoy.
Asintiendo de manera orgullosa, y sin más palabras que añadir, el clon se dio la vuelta y salió de la sala, dejando a Versace en el suelo, destrozado anímicamente.
Si bien, había tomado la decisión de proteger a su familia, el precio de esa protección... lo atormentaría para siempre.
*****
El jardín del monasterio se extendía como un oasis de serenidad en el corazón de la ciudad.
Las copas de los árboles se inclinaban ligeramente bajo el peso de las ramas atestadas de hojas. El aroma de las flores estaba impregnado en el aire, una mezcla de jazmín y rosas, mientras las fuentes de mármol esculpidas con figuras angelicales vertían agua en charcos cristalinos.
El niño, pequeño y sereno, caminaba descalzo por el sendero de piedras. Su mano se aferraba a una cuerda con la que guiaba a una pequeña cabra blanca.
El Líder Aionista lo observaba en silencio, de pie, junto a una estatua de mármol. Su túnica blanca ondeaba con la brisa, y sus ojos, oscuros y penetrantes, seguían los movimientos del niño con una mezcla de afecto y veneración.
De repente, el niño se detuvo. Soltó la cuerda, y la cabra siguió su andar, pastando con tranquilidad. El niño permaneció estático, con la mirada anclada hacia un punto invisible frente a él.
Un silencio sepulcral cayó sobre el jardín, y el aire, antes suave y cálido, pareció enfriarse en un segundo. El líder Aionista sintió un escalofrío recorrer su espalda, y un presentimiento extraño le invadió de repente. Se arrimó al niño y sus sospechas fueron confirmadas al ver sus ojos, emanando un fulgor blanquecino, puro y resplandeciente.
El oráculo había vuelto a manifestarse. El todopoderoso Aión traía un nuevo mensaje para la corte. El líder no dudó; cayó de rodillas ante el niño, entrelazó sus manos en un gesto de oración y afirmó la frente en la tierra en señal de reverencia.
No estaban solos; más seguidores de la corte se hallaban a los alrededores. Todos y cada uno de ellos abandonaron sus tareas e imitaron la reverencia con total sincronización.
—Aión... —murmuró el líder—. Desde lo más profundo de mi alma, te doy las gracias por mostrarte ante mí.
El niño inclinó la cabeza, sin modificar su postura. No había ningún gesto enmarcado en su rostro.
—Ptolomeo... —contestó el niño—. Veo que cuidas bien de Filadelfo.
—Sí, mi todopoderoso Aión. Usted sabe que el niño es mi máxima prioridad.
—No esperaba menos. Dada la circunstancia que comparten.
—Mi señor. Me enorgullece decirle que ya estamos muy cerca de cumplir con nuestra gran misión. El momento se acerca, puedo sentirlo, pero me apena admitir que necesito de su guía. Una vez más.
—Es por eso que estoy aquí, Ptolomeo. Pero debo advertirte, en esta ocasión, será diferente. Tu camino está transitando sus últimos soles. El momento por el que tanto has luchado todos estos siglos, está muy cerca. Por ende, esta, por desgracia... será nuestra última charla.
El líder se petrificó.
—La próxima, será cuando te conviertas en un eterno.
El lider guardó silencio, procesando esas palabras.
—¿Qué debo hacer mi señor? Por favor, le ruego, me muestre el camino con su infinita sabiduría.
—Tu camino a la eternidad no estará libre de sombras, Ptolomeo. Habrás de tomar una decisión crucial. El camino que decidas, impactará directamente en el futuro de todo el mundo. Espero que sepas a lo que te enfrentas.
—Sí, mi señor. Estoy listo.
—Tienes dos senderos, Ptolomeo. He sentido a Kairos. Su fortaleza está aumentando. Lo cual, era previsible al tener a Casandra tan cerca. Él buscará el control absoluto del tiempo y no se detendrá ante nada. Si no refuerzas el bloqueo de su Diorin, todos los seguidores influenciados por ella empezarán a liberarse de sus ataduras.
El líder levantó la vista.
—Así que deberás tomar una elección. Puedo mostrarte una vez más el futuro original, lo que te permitirá continuar con la profecía. En consecuencia, podrías peder todo lo que has construido, tus seguidores podrían revelarse bajo las órdenes de Kairos. —Hizo un silencio—. O puedes optar por el segundo camino y te ayudaré a reforzar la fortaleza de la Diorin Madison Insigne. El orden y la estabilidad de los tuyos prevalecerá. Pero hacerlo retrasará la profecía y tal vez pervierta el curso del futuro original.
El niño, con la voz de Aión, dejó escapar un suspiro que pareció reverberar a través de los árboles, sacudiendo las hojas y trayendo consigo una brisa fría.
—La decisión está ahora en tus manos, Ptolomeo.
*****
El reflejo del cristal del autobús mostraba dos cosas: su propio rostro, etéreo y difuso, al que intentaba ignorar, y más allá, un interminable lienzo de cadenas montañosas que se expandían ante ella.
Con la misma mano que usaba como apoyo para descansar su mentón, Emma tamborileaba con dos de sus dedos libres su mejilla, al ritmo de una tranquila melodía que escuchaba a través de sus auriculares.
Sus ojos, uno celeste y el otro violeta, rebotaban en coordinación horizontal, persiguiendo el recorrido del camino, mientras su hombro soportaba el peso de la cabeza de Zoey, durmiendo a su lado.
Ya habían pasado varios días de su retorno a Isla Blau. Volver había sido como abrir un libro viejo. El aeropuerto había sido el primer capítulo, ahí volvió a reencontrarse con Zoey luego de lo sucedido en la feria.
El funeral de Brenda Lagos, fue el segundo capítulo, una página que Emma desearía poder arrancar. La imagen que ella tenía de Brenda, siempre tan llena de dulzura y serenidad, con esa sonrisa tímida, pero contagiosa, se contraponía con el dolor de verla en la quietud de su despedida.
Emma desvió la mirada hacia la cámara profesional que descansaba en su regazo, un préstamo de Julia Suárez para la excursión. Era un gesto sencillo, pero en ese objeto pesado, Emma sentía el peso de la angustia de su amiga.
Su mente rememoró las palabras de Julia, quien había colapsado bajo el peso de la culpa, recordando la última interacción que había tenido con quien se había sido su mejor amiga.
«Si vas a armar escándalo, que no sea enfrente mío». Esas palabras, lanzadas en un arrebato de frustración, ahora la perseguían, quemándole por dentro. Emma la había visto desmoronarse, y el sonido de su llanto era imborrable de su memoria.
Después estaba Leonard, quien, tan destrozado como Julia, sufría la impotencia de no haberle dirigido ni una palabra a Brenda durante la feria, atrapado en sus propios problemas, sin darse cuenta del sufrimiento de la mujer que alguna vez quiso.
El autobús sacudió levemente al tomar una curva, y la sacó de su ensimismamiento, devolviéndola al presente. El castillo de Cassiopea aparecía ahora a lo lejos, imponente y majestuoso, una silueta de piedra que se dibujaba a lo alto de una ladera.
Emma levantó la vista de la cámara, mirando por la ventana mientras el castillo se acercaba. Lentamente, con un movimiento cuidadoso, usó el reflejo del vidrio y deslizó un dedo sobre su párpado, acomodando ligeramente el lente de contacto celeste hacia un lado.
Al hacerlo, retornó el violeta que ahora escondía. Una prueba irrefutable que desde aquella noche, en la feria, algo había cambiado. Su ojo turquesa, así como su habilidad para ver el futuro, habían desaparecido.
Zoey se removió a su lado, despertando con el sonido creciente de sus compañeros. Sus ojos aún somnolientos buscaron los de Emma.
—¿Estamos por llegar?
Emma asintió.
El autobús frenó con un leve chirrido frente a la entrada del castillo de Cassiopea, y un murmullo de emoción recorrió a los estudiantes cuando se bajaron. El sol se encontraba en su cenit, bañando con una luz dorada las antiguas paredes de piedra del castillo.
Las torres se alzaban hacia el cielo, y los jardines, cuidados con esmero, ofrecían un contraste vibrante con las tonalidades grises del edificio.
La profesora, una mujer de mediana edad con gafas rectangulares y un tono de voz firme, se dirigió al grupo, indicando que podían explorar el castillo y sus alrededores para capturar las mejores fotografías posibles para sus proyectos.
—Este lugar tiene muchas historias en sus rincones —les explicó—. Usen su creatividad y traten de captar la esencia del castillo. Tendrán la tarde para recorrerlo y encontrar lo que más les inspire.
Emma se ajustó la cámara que Julia le había prestado y comenzó a caminar a la par de Zoey.
—Vamos por allí —dijo la ojiazul, señalando un camino que serpenteaba hacia uno de los patios interiores. La luz del sol se filtraba a través de los arcos de piedra, proyectando sombras largas sobre el suelo empedrado—. Ese es un buen lugar para una foto.
Mientras avanzaban, Mikael se arrimó a ellas.
—¿Les importa si me uno? Este lugar es demasiado grande como para recorrerlo solo —dijo, levantando su propia cámara con su habitual cara de póquer. Zoey y Emma asintieron.
Los tres comenzaron a explorar los rincones del castillo, deteniéndose aquí y allá para tomar fotografías. En una sala reducida, Emma capturó una imagen de Zoey mirando un antiguo tapiz que representaba una batalla pirata.
En la biblioteca, Mikael tomó una foto de Emma sentada en un antiguo sillón de cuero, la luz de la tarde caía sobre ella en ángulos perfectos mientras hojeaba un libro polvoriento. Se sorprendió al ver la fotografía, Mikael era bastante bueno.
Más tarde, Zoey se encargó de capturar los jardines, donde las estatuas cubiertas de musgo y las fuentes antiguas ofrecían un contraste entre la decadencia y la belleza natural.
El tiempo pasó rápido, y para cuando el sol comenzó a descender en el horizonte, el grupo había recorrido casi todos los rincones accesibles del castillo. Cada pasillo, cada habitación y cada rincón oculto habían sido capturados en las cámaras, documentando la mezcla de historia y restauración moderna que ofrecía el lugar.
Finalmente, subieron a una de las torres, para hacer una parada en el adarve, en la parte superior, una pasarela que rodea el castillo que ataño permitía a los guardias moverse de un puesto a otro, manteniendo la vigilancia desde una periferia elevada.
Decidieron descansar tomando asiento en una banca de piedra larga, desde allí, podían ver la extensión de los terrenos, los jardines que se extendían hasta perderse en la distancia, y el cielo teñido de tonos anaranjados por el atardecer.
Mikael no permaneció mucho tiempo ahí, se puso de pie y se estiró, alzando los brazos al aire con un gesto que denotaba agotamiento.
—Creo que ya tengo suficientes fotos para llenar todo el proyecto —dijo con lo que intentó ser una sonrisa, pero fue más bien un torpe movimiento de labios—. Gracias, chicas. Las veré más tarde. Voy a comer algo.
Zoey lo miró y asintió con una pequeña sonrisa.
—Nos vemos, Mikael —respondió, viéndolo descender por las escaleras de la torre.
Cuando el eco de sus pasos se desvaneció, Zoey giró su atención hacia Emma, pero sus ojos captaron a alguien más que se acercaba a ellas desde lo lejos del adarve.
—Alerta de metiche —susurró Zoey.
Emma se volteó y vio a Anthony Falling acercándose con una sonrisa que dejaba entrever cierta travesura.
—Hola chicas. Primicia. ¿Adivinen a qué le acabo de sacar fotografías? —dijo, evidentemente disfrutando del misterio que creaba.
Zoey lo miró con desdén, sin mostrar mucho interés en el juego de adivinanzas.
—¿Cadáveres y fiambres? —respondió con sarcasmo, mientras cruzaba los brazos.
Anthony soltó una risa, tomando asiento junto a Emma.
—No, nada tan macabro. —Bajó la voz y continuó—. Me colé en la zona clausurada del castillo. No tienen idea de lo que se están perdiendo. Ese lugar está congelado en el tiempo: las ruinas, el silencio, el hedor a humedad... Es como si estuviera atrapado en el pasado. Las fotos que tomé ahí son de otro nivel.
Emma lo escuchó con curiosidad.
—Interesante. —Respondió, mirándolo a los ojos—. Pero creo que ya tenemos suficientes fotos para nuestro proyecto.
Anthony no parecía desanimado por la respuesta de Emma. En cambio, su mirada se mantuvo fija en ella, como si hubiera algo más que llamara su atención. Se inclinó un poco hacia adelante, escrutando sus ojos con detenimiento.
—¿Qué tienes ahí? —preguntó, notando algo inusual en su rostro.
Antes de que Emma pudiera responder, Zoey intervino rápidamente. Se levantó y se posicionó entre ambos, apartando a Anthony de manera sutil pero firme.
—No es asunto tuyo, Falling. —Lo miró con una expresión seria—. ¿Por qué no te vas a seguir sacando fotos y nos dejas en paz?
Anthony levantó las manos en señal de rendición, aunque no sin antes lanzar una última mirada a Emma.
—Tranquila, Zoey. Ya me iba. —Se puso de pie y comenzó a alejarse—. Nos vemos luego, chicas. Subiré las fotos a mi galería, no se la pierdan.
Zoey lo siguió con la mirada hasta que desapareció por el mismo camino por el que había venido. Luego, se volvió hacia Emma, con una mezcla de preocupación y ligera irritación.
—¿Estás bien? —preguntó, observando atentamente a su amiga.
Emma asintió, esbozando una sonrisa que intentaba tranquilizar a Zoey.
—Sí, estoy bien. No te preocupes.
Zoey bufó y se sentó de nuevo junto a ella.
—Ese tipo siempre anda metiéndose donde no debe. —Comentó, aunque con un tono más relajado ahora—. ¿Te diste cuenta de cómo te miraba? Lo detesto.
Emma se encogió de hombros.
—No es nada. —Respondió, queriendo quitarle importancia—. Tú eras igual el año pasado —bromeó—. Además, ya se fue.
Zoey asintió, aunque aun con una ligera desconfianza en su mirada. De repente, el celular de Emma empezó a sonar. Lo sacó de su bolsillo y vio que alguien estaba llamándola. Zoey, por simple inercia, llevó sus ojos al celular.
«Llamada de Milena Lo-».
Pero rápidamente, Emma se puso de pie de un salto y ocultó la pantalla.
—Lo siento, Zo. Debo contestar. Ya vuelvo, ¿sí?
Zoey arrugó el ceño, confundida.
—¿Todo bien?
—¡Sí! No te preocupes —dijo alejándose de ella, para marchar hacia la torre—. Vuelvo enseguida.
Zoey la observó mientras se marchaba, quedándose sola. Hubo algo raro en aquella llamada, pero no supo descifrar qué era. Sin darle muchas vueltas al asunto, se dejó caer en la banca y se llevó una mano a la frente, cansada.
En un rincón del asiento estaba su mochila y la cartera de Emma, y recordó que necesitaba comprar más cigarrillos. Buscó en su mochila para asegurarse de que tenía suficiente dinero, y en ese momento, sus dedos tocaron algo inusual.
Un papel.
Frunció el ceño mientras lo sacaba. Era una pequeña carta, doblada cuidadosamente. La abrió, y a medida que leía el contenido, su expresión se fue transformando.
Los ojos de Zoey se abrieron de par en par, y su rostro palideció al instante. Miró a su alrededor, buscando desesperadamente alguna señal de quién podría haberle dejado esa nota, pero no encontró nada, solo el susurro del viento que movía suavemente su cabello. La sensación de estar abrumadoramente observada la envolvió, congelando su mente durante unos interminables segundos.
Sus manos temblaban mientras sostenía la carta, sin saber cómo reaccionar ante el inquietante mensaje. Finalmente, decidió comprimirla con fuerza con las manos, mientras saboreaba una agridulce sensación en la boca de su estómago.
Permaneció inmóvil, sin saber cuánto tiempo pasó en esa posición, hasta que la voz de Emma la devolvió a la realidad.
—¿Zo? ¿Estás bien? —preguntó Emma, su tono suave y lleno de preocupación.
Zoey se sobresaltó, escondió el papel y se obligó a componer una sonrisa mientras se volvía hacia su amiga.
—Sí, sí... Estoy perfecta —respondió, intentando sonar casual—. Solo recordé que no tengo cigarros.
Emma frunció el ceño por un momento, pero luego su rostro se iluminó con una ligera sonrisa.
—Creo que tengo algunos en mi cartera —dijo, abriendo su bolso para buscar dentro.
Zoey observó con curiosidad mientras Emma sacaba un paquete de cigarros de marca Luxus. Al verlos, una sensación de alarma la recorrió. Su mente reconoció inmediatamente la marca, y casi sin pensarlo, arrebató el paquete de las manos de Emma.
—¿Me estás jodiendo? ¿Qué carajo...? —murmuró, anonadada—. ¿De dónde sacaste esto? ¿Has visto de nuevo a Alain?
Emma se puso rígida al instante, y su expresión se volcó hacia el nerviosismo.
—No, no, nada de eso... —balbuceó—. Son unos que me sobraron del año pasado, eso es todo.
Zoey entrecerró los ojos, notando la tensión en la voz de su amiga.
—¿Has tenido esto en tu cartera desde el año pasado? —preguntó con elevada incredulidad en su tono.
Emma esbozó una sonrisita nerviosa, desviando la mirada.
—¿Me creerías si te dijera que olvidé que estaban ahí? —intentó bromear, pero su voz temblaba ligeramente.
Zoey la observó con desconfianza.
—Si no los quieres, puedo tirarlos... —sugirió Emma de repente, en un intento de cambiar el tema—. Además, estos supuestamente no son los que vendía Marc, si no que son de la primera versión, más... saludables, en teoría.
Zoey negó con la cabeza, guardando el paquete en su bolsillo.
—Cigarros son cigarros, qué sé yo —dijo, intentando restarle importancia al asunto—. Por un momento pensé que habías vuelto a verlo.
Emma forzó una sonrisa, pero su alivio fue evidente.
—No, no. Eso no pasará.
Zoey suspiró, dando un paso hacia la escalera.
—Si Anthony los ve, claramente los usará en tu contra —advirtió, lanzándole una mirada rápida a Emma—. Mejor vayámonos de aquí.
*****
La noche se desplegaba sobre la costa como un manto oscuro salpicado de luces distantes. Las olas rompían contra las rocas con una cadencia constante, casi hipnótica, mientras Isaac caminaba al ritmo de sus pensamientos.
A su lado, Renzo y Natalia hablaban animadamente.
—Hace un frío perfecto para algo caliente —dijo Renzo, frotándose las manos—. ¿Qué tal si vamos a la pizzería del muelle? Dicen que las hacen tan finas que podrías ver a través de ellas.
—¡Lo apruebo! —respondió Natalia.
Isaac se detuvo. Había algo en la idea que le incomodaba, una sensación vaga, pero persistente. Su mente conectó los puntos rápidamente, y de pronto, una punzada en el estómago lo hizo fruncir el ceño.
—Isaac, ¿qué pasa? —preguntó Natalia.
—Es... la pizzería de los Rojas, ¿verdad? —murmuró Isaac.
Renzo intercambió una mirada con Natalia antes de asentir lentamente.
—Sí, la misma. Pero si prefieres ir a otro sitio...
Isaac parpadeó un par de veces, como si intentara ahuyentar un pensamiento incómodo. Luego, sonrió con una expresión que no alcanzó a sus ojos.
—Nah, no vamos a cambiar los planes solo por eso. Las mejores pizzas de la isla no pueden quedarse sin probarse, ¿no?
Natalia lo miró con una mezcla de alivio y preocupación, mientras Renzo le dio una palmada en la espalda, agradecido de que no hubiera necesidad de buscar otro lugar en plena noche.
—Ese es el espíritu, viejo —dijo Renzo con una sonrisa amplia—. Además, es solo una pizzería, no el fin del mundo.
El grupo continuó su camino hacia la pizzería, y a medida que se acercaban, las luces cálidas y el bullicio del local los envolvieron. El letrero de neón parpadeaba ligeramente, como un faro invitándolos a entrar. A través de la ventana, podían ver las mesas llenas de gente riendo y disfrutando de su comida.
Al cruzar la puerta, el aroma de la masa horneada y la salsa de tomate les golpeó con fuerza. Isaac se encontró relajando los hombros casi de forma automática, hasta que alguien girtó desde el otro extremo del establecimiento y lo hizo encogerse.
—¡Eres tú! ¡No puede ser! —Una voz grave resonó desde el mostrador. Isaac levantó la vista y vio a un hombre corpulento y de bigote espeso, acercándose con una sonrisa amplia—. ¡No puedo creer que estés aquí! ¿Me recuerdas, muchacho? Nos ayudaste a mi y a mi mujer durante aquella tormenta en el crucero.
Isaac, sorprendido por el reconocimiento, forzó una sonrisa.
—¡Oh! Si, solo seguí el protocolo, señor —respondió con simpleza—. Nada del otro mundo.
—¡Vamos, no seas modesto! —insistió el hombre, sus ojos expresaban agradecimiento—. Esta noche la cena va por mi cuenta. Flavia, prepárales una de nuestras mejores pizzas. ¡Que sea con todo!
Flavia, una joven con el cabello teñido de rojo, recogido en un moño, asintió rápidamente mientras apuntaba la orden. Isaac, sin embargo, levantó las manos en señal de protesta.
—No hace falta, señor, en serio. Podemos pagar.
—¡Ni hablar! —El hombre sonrió de oreja a oreja, como si la simple idea de aceptar dinero de Isaac fuera absurda—. Es lo menos que puedo hacer. Además, quiero que tus amigos prueben la mejor pizza de la isla. Nada de discutir.
Renzo y Natalia compartieron una mirada de asombro y emoción, mientras Isaac, sin más opciones, cedió con una inclinación de cabeza.
—Está bien, muchas gracias.
Minutos después, se encontraron en una mesa junto a una ventana que daba al mar, con una pizza que parecía una obra de arte culinaria. Natalia tomó el primer bocado.
—Oh, Dios, esto es glorioso —murmuró, con una sonrisa de satisfacción—. No me importa cómo, pero voy a convencer al dueño de que me dé la receta.
Renzo rio, y el ambiente se relajó aún más. Isaac, aunque menos entusiasta, no pudo evitar disfrutar del momento. Había algo en la simpleza de una buena comida con amigos que tenía el poder de suavizar las aristas más agudas del día.
Mientras comían, la puerta de la pizzería se abrió de nuevo, y una figura conocida entró apresuradamente. Zoey, con su uniforme de trabajo aún fresco, se dirigió al mostrador con una expresión de disculpa.
—Perdón por la tardanza, señor. Recién llego del castillo —dijo, respirando un poco agitada.
El padre de Ulises la miró con una leve sonrisa y asintió.
—No te preocupes, Zoey. Pero ponte manos a la obra, ahora que Ulises se tomó unas vacaciones, estamos con el local lleno.
Mientras Zoey se apresuraba a cumplir con sus tareas, sus ojos se encontraron con los de Isaac por un breve instante. Una chispa de reconocimiento pasó entre ellos, y ella le dedicó un gesto amistoso antes de continuar con su trabajo. Isaac devolvió el saludo con una leve inclinación de cabeza.
La noche transcurrió sin sobresaltos, con la pizzería reduciendo su bullicio a medida que las mesas se vaciaban. Renzo y Natalia, satisfechos y ligeramente somnolientos, decidieron que era hora de partir.
—Creo que esta noche se salvó, Isaac. Al final, el nuevo novio de Macarena no estaba por aquí —comentó Renzo mientras se levantaba.
Isaac sonrió, esta vez de forma más genuina, y asintió.
—Supongo.
Después de despedirse de sus amigos, Isaac se dirigió a la salida, pero antes de llegar, una voz lo detuvo.
—¡Espera! ¿Puedo hablar contigo después? —Zoey apareció a su lado, su expresión seria pero amigable.
Él la miró, sorprendido pero curioso.
—Eh... si, claro. ¿Cuándo terminas tu turno?
*****
El viento salado del mar acariciaba sus rostros mientras Isaac y Zoey caminaban por la vereda aledaña al mar, dejando que la calma de la noche los envolviera en un silencio casi meditativo.
Zoey fue la primera en romper el silencio.
—Escucha, necesito un consejo. —dijo, mirándolo con una mezcla de seriedad y vulnerabilidad—. Emma... sus poderes. No sé cómo ayudarla a entenderlos, y mucho menos a controlarlos. Pensaba que quizás podrías echarme un cable.
Isaac la miró de reojo.
—¿Estás hablando de los latidos, o del ojo violeta?
Zoey se cruzó de brazos, mirándolo con una expresión que revelaba más preocupación de la que quería admitir.
—El ojo —dijo, apenas en un susurro—. Siento que hay algo en él que no logro descifrar.
Isaac asintió, desviando su mirada hacia el horizonte, donde el mar se fundía con el cielo en una línea infinita.
—He pensado mucho en eso, especialmente después de lo que pasó entre nosotros. —Se detuvo un momento, buscando las palabras adecuadas—. Al principio, creí que ese ojo la condenaba a ver un futuro lleno de caos y muerte, pero después de nuestra última discusión, comencé a reconsiderarlo. —Su tono fue más reflexivo, como si estuviera compartiendo un descubrimiento personal—. Ese día, cuando se enfadó conmigo, las luces del lugar comenzaron a parpadear. Y definitivamente no fue casualidad. Mi teoría es que el don de su ojo derecho está vinculado a la luz.
Zoey frunció el ceño, procesando lo que Isaac decía. Sus pensamientos viajaban a la feria, reviviendo cada detalle y el momento en que las luces se volvieron locas.
—¿Pudiste deducir eso solo viéndola una vez? —preguntó ella sorprendida.
Isaac sonrió apenado y se encogió de hombros.
—¿Qué puedo decir? Me gustan esas cosas.
—Supongo que tiene sentido. —Murmuró Zoey, más para sí misma que para Isaac—. Pero, ¿cómo puedo hacer que lo controle?
El sonido de las olas rompía suavemente en la orilla, acompañando cada paso que Zoey e Isaac daban.
—Quizás, si puede entender lo que siente cuando su ojo reacciona, podría aprender a dominarlo. —Hizo una pausa, como si estuviera buscando en su mente un término adecuado—. Hay algo en la ciencia ficción llamado: «Fotoquinesis». Es la capacidad de controlar la luz.
—Eso suena a algo sacado de un cómic. —El tono de Zoey fue mitad burla, mitad incredulidad.
Una sonrisa divertida cruzó el rostro de Isaac.
—Puede ser —admitió—, pero, ¿quién dice que no podríamos aplicarlo aquí? Quizás tenga la capacidad de manipular la luz en su entorno, pero primero debe aprender a controlarlo desde su interior.
Zoey se quedó en silencio, asimilando la posibilidad.
—Pero, ¿qué hay de las teletransportaciones? —La pregunta salió como un susurro, pero cargada de preocupación.
Isaac se quedó helado.
—¿Se puede teletransportar?
Ahora fue Zoey quien se quedó fría, sintiendo cómo el peso de sus palabras caía sobre ella. Había hablado de más, y no había vuelta atrás.
—Puta madre. —Suspiró, dejando escapar la frustración que llevaba dentro—. Como sea. Sí, también puede hacer eso. Con esos... fotones violetas que aparecen de la puta nada. Eso es lo que más me preocupa. Si no puede controlarlo, podría terminar en peligro... —Su voz se quebró ligeramente al final, reflejando su temor.
Isaac frunció el ceño, mientras su mente intentaba encajar aquella nueva pieza del rompecabezas.
—Eso es más complicado. —Admitió—. A ver, cuando estudiamos sus latidos, vimos que tenían ciertas variantes. Ella podía ver hasta tres tipos distintos de visiones. —Se detuvo un momento, organizando sus pensamientos—. En primera persona, donde es capaz de sentir y recordar a detalle todo lo que hace la persona cuyo futuro ve. Después tenía una visión más... —Miró al cielo, buscando la palabra que encajara—. «Espectral». Es decir, podía ver el futuro a la vez que se movía cuál fantasma por cualquier espacio circundante. En este caso, incluso podía verse a ella misma. Por último, estaba el latido en bucle.
—Ah, sí. Me habló de eso. —Zoey asintió, recordando sus conversaciones con Emma—. Le da una puntería perfecta.
Isaac negó con la cabeza, divertido.
—No es que le dé una puntería perfecta —corrigió—. Es que tiene tantas visiones sobre una misma acción que su memoria muscular aprende de ellas, y entonces, lo que a nosotros nos parece que es el primer intento, para ella fueron muchos más.
Zoey sonrió, sorprendida.
—Definitivamente, lo explicas mucho mejor que ella. ¿Entonces crees que la teletransportación es una variante del poder de su ojo violeta?
Isaac se encogió de hombros.
—Es lo más probable, aunque no sabría decirte cómo funciona porque jamás lo vi. —Su voz era un susurro pensativo—. Te hago una pregunta. ¿Emma ha intentado usar su ojo violeta?
Zoey asintió, frunciendo el ceño al recordar sus infructuosos intentos.
—Sí, hemos intentado volver a activarlo, pero no ha logrado una mierda.
Isaac levantó una ceja, con una chispa de intuición brillando en sus ojos.
—¿Te has puesto a pensar que quizás Emma está usando el «botón» equivocado?
Zoey lo miró, desconcertada.
—¿Eh?
Isaac sonrió, disfrutando del momento en que la idea comenzaba a cobrar forma en su mente.
—Imagina que estás jugando un videojuego. Los latidos, justamente los llamamos así porque ella siente un latido en el párpado. Vamos a suponer que los activa con el «botón X» —dijo mientras apuntaba con un dedo hacia sus ojos—. Lo que la lleva a tener sus visiones, pero probablemente, los poderes del ojo violeta, no se activen con la «X». —Hizo una pausa, permitiendo que la idea se asentara en Zoey—. Quizás se activan con otro botón. Solo hay que buscar cuál.
Zoey parpadeó, sorprendida por la simplicidad y claridad del concepto.
—Carajo, odio admitirlo, pero... tiene mucha lógica. ¿Y cuál sería ese botón?
—Bueno, no lo sé, pero cuando Emma se enojó conmigo, las luces parpadearon y ahí fue cuando su ojo violeta brilló. —Explicó, alzando los hombros, como si la respuesta fuera evidente—. ¿Quizás el botón que buscamos está en sus emociones?
Zoey asintió lentamente, asimilando la idea con seriedad. Luego, después de un breve silencio, se volvió hacia Isaac.
—¿Estás libre mañana?
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