17. Noche de luna menguante
Emma descendió del juego con las piernas tambaleantes y el corazón como un tambor enloquecido. Apenas sus pies tocaron el suelo, comenzó a correr.
El aire frío de la noche cortaba su rostro, pero no disminuía su velocidad. Sus ojos, aún turbios por las lágrimas y el agotamiento, buscaban con desesperación una figura conocida entre la multitud.
La encontró junto a la torre de las mil estrellas.
Zoey estaba allí, de pie, envuelta en sombras y con el cabello enmarañado. Emma sintió que algo se desmoronaba en su interior al verla, era como una mezcla de dolor, pero también alivio, y eso la impulsó a correr más rápido.
Zoey levantó la mirada, y en el instante en que la vio, ambas aceleraron el paso, acortando la distancia entre ellas, hasta que, finalmente, se encontraron en un abrazo. Uno tan fuerte que parecía querer reparar todo el dolor y el estrés que habían experimentado.
Emma se aferró a Zoey como si su vida dependiera de ello, sus dedos se clavaron a la espalda de su amiga, sintiendo el calor de su cuerpo y el latido de su corazón que, al igual que el suyo, retumbaba como nunca.
Durante unos largos segundos, ninguna de las dos dijo una palabra; solo respiraban, juntas, compartiendo el alivio y el terror que las había consumido.
—Zoey... —Emma susurró al fin, con la voz rota por el cansancio y la emoción—, estás llena de sangre. ¿Qué te pasó?
La ojiazul, con la respiración aún agitada, aflojó un poco el abrazo para mirarla a los ojos.
—No es tan grave como parece —intentó tranquilizarla, aunque su rostro pálido y sus labios temblorosos delataban la verdad—. Estoy bien.
Pero antes de que pudiera decir más, una sombra oscura cruzó su expresión, y la pregunta que le rondaba en la mente salió a la luz:
—¿Qué pasó con Ulises?
—Bueno. Me encargué de él... o eso creo.
—¿Eso qué significa? —Zoey temió lo peor—. ¿Lo...?
—¡No! Los dones de Horus... se activaron de nuevo. —Hizo una pausa, todavía tratando de comprender lo que había sucedido—. Creo que lo teletransporté a algún lugar, pero no sé a dónde. Todo pasó muy rápido.
Zoey la miró con sorpresa.
—Supongo que eso explica la interferencia de las luces de recién —En ese momento, notó algo inusual—. Tus ojos... —dijo, examinándolos de cerca—. Ahora tienes los dos violetas.
Emma parpadeó, confundida, levantando una mano hacia su rostro.
—No lo sabía.
Pero antes de que pudiera seguir indagando en lo que aquello significaba, una punzada de memoria la golpeó. Un frío aterrador le recorrió la espalda, y su mente, que ya había sido consumida por el agotamiento, comenzó a llenarse de un nuevo miedo.
—Brenda... —murmuró con urgencia, agarrando el brazo de su amiga—. ¿Dónde está? ¿Qué paso con ella?
La expresión de su amiga se ensombreció al instante. Había estado tan concentrada en Emma, en Ulises, en todo lo que acababa de suceder, que había olvidado por un momento la terrible situación de Brenda.
—Ella... —Luchó en su mente por encontrar las palabras adecuadas—. Logró liberarse del control, pero se desmayó. No la he visto desde entonces. Emma, tenemos que ir con ella.
Las palabras de Zoey se clavaron en Emma como un cuchillo. No había tiempo que perder. Asintió con prisa y ambas se pusieron en marcha.
Volvieron a correr, esta vez juntas, zigzagueando entre la multitud; doblaron una esquina, cruzaron bajo una de las carpas, sin siquiera pensar en el agotamiento que sus cuerpos manifestaban, pero en el momento en que llegaron, sus pies se detuvieron en seco.
Y sus ojos, teñidos por la sombra del espanto, se clavaron hacia el techo.
Ante ellas, una figura colgaba en el centro de la carpa. Su cuerpo se balanceaba con suavidad y llevaba la soga al cuello, tensada al máximo. Un silencio sepulcral las enmudeció, pero sus oídos todavía podían captar el lejano eco de las voces y la música de la feria, ajenas al horror que se desplegaba frente a sus ojos.
Emma sintió que el suelo bajo sus pies desaparecía, que el mundo se despedazaba. Esa pequeña chispa de alivio que había sentido antes, se había esfumado en un instante. Ahogado por el horror, la impotencia, y el peso abrumador de un hecho inevitable...
Brenda había muerto.
*****
Emma estaba sentada en la arena, abrazando sus rodillas y con la espalda apoyada en un poste de madera que formaba parte del sostén de la estructura del muelle. La costa en ese rincón oculto entre las sombras estaba desierta.
Las lágrimas se deslizaban por su rostro, inagotables esta noche, mezclándose con la sal del mar que impregnaba el aire. Zoey, por otro lado, caminaba en círculos, incapaz de mantenerse en un solo sitio, con los puños apretados y el rostro deformado por el dolor y la frustración.
—¡Puta madre! —gritó Zoey—. ¿Cómo pudo pasar esto? ¡¿Cómo no lo viste, Emma?! ¡¿Cómo no lo viste?!
Emma cerró los ojos con fuerza, tratando de contener las lágrimas, pero era inútil. Las palabras de Zoey eran como dagas, hiriendo profundamente en su ya maltrecho corazón. Quería responder, quería decir algo, pero su mente estaba en blanco, consumida por la culpa y el miedo.
—Yo... —Emma murmuró, pero sus palabras estaban hechas un nudo dentro de su garganta—. Yo no lo sabía...
—¡Eso no es suficiente! —Zoey se giró hacia ella, con los ojos llenos de rabia y desesperación—. ¡¿Cómo se supone que confíe en ti si ni siquiera puedes ver lo que va a pasar?! ¡¿Para qué sirven esos malditos poderes si no pudiste salvarla?!
Emma hundió el rostro en sus manos, embutiéndose en su propia miseria. Las palabras de Ulises resonaban en su mente, cada vez más fuertes, más crueles.
—Tal vez él tenía razón —dijo Emma, con la voz quebrada—. Tal vez no sirvo para esto. No soy lo suficientemente fuerte, ni inteligente. No sé cómo controlar lo que tengo, y cuando trato de hacerlo... todo sale mal.
Zoey arrugó todo su rostro mientras cerraba sus ojos con fuerza. Guardó silencio durante unos segundos mientras toda aquella frustración que sentía se iba volcando hacia la tristeza. Se dejó caer junto a Emma en la arena, imitando su postura y dejando que su cabello revuelto le cubriera la cara.
—Perdón. No quise hablarte así. Es que... —murmuró con una extrema dificultad para respirar—. Ella no merecía esto. —De nuevo, la ira retornó—. ¡Mierda! —Y la culpa avanzó—. Y la dejamos ahí... sola.
—Versace ya está en camino. Le envié un mensaje anónimo, así que espero que no sospeche de nosotras.
—¿De qué va a sospechar? —dijo Zoey, empujando la arena con el pie—. Pensará que se suicidó.
—¿Y lo hizo?
—No... —respondió Zoey, con la mirada tan oscura como la noche—. Estoy segura de que no fue ella. Estoy segura. —Inhaló aire con profundidad—. Al final, pasó lo mismo que con los Morales.
Emma volvió a esconder la cabeza entre sus brazos.
—Mierda...
Ambas se quedaron en silencio, el sonido del mar y sus propios sollozos, siendo lo único que rompía la quietud de la noche.
La arena fría se colaba entre sus dedos, y el aire gélido de la costa les calaba los huesos, pero ninguna se movía. Estaban atrapadas en su propio dolor, enredadas en una maraña de culpa y desesperanza.
Pero en otro lugar, a una distancia segura, una cámara grababa cada uno de sus movimientos. Una figura se ocultaba en lo alto de la costa, casi invisible en la oscuridad.
Emma comenzó a temblar, la mezcla de emociones la asfixiaban. Sentada en la arena fría, con la espalda apoyada en ese poste de madera, sintió como la culpa, la ira y la impotencia se acumulaban, una sobre otra, hasta que ya no pudo contenerlas...
Y explotó.
—¡Ya no puedo más! —gritó Emma, repleta de rabia. Se golpeó la cabeza con las manos, desesperada, como si quisiera arrancarse los pensamientos que la atormentaban—. ¡No puedo soportarlo! ¡No puedo hacer nada bien! ¡Estoy cansada de que siempre haya un problema tras otro! ¡Cansada de que la muerte me persiga desde que recibí estos poderes!
Zoey la miró, atónita, sin saber qué decir ni cómo consolarla. Las palabras de Emma eran como un torrente descontrolado, una corriente de desesperación que la arrastraba cada vez más profundo.
—¡Siempre es lo mismo! —continuó Emma, su voz quebrada por la furia—. ¡No importa lo que haga, siempre termino fallando! ¡No puedo salvar a nadie!
Las lágrimas corrían por su rostro, pero ahora había algo más en sus ojos. Un brillo extraño, un destello de energía que comenzó a manifestarse a su alrededor.
Pequeñas partículas violetas empezaron a aparecer en el aire, levitando y flotando de manera errática, como si respondieran a la tormenta emocional que se desataba dentro de Emma.
Zoey quedó estupefacta, observando cómo esas diminutas luces se materializaban de la nada.
—Emma... —murmuró Zoey, tratando de alcanzar a su amiga desde el poste aledaño, pero sin atreverse a acercarse más.
Pero Emma no la escuchaba. Estaba perdida en su propio abismo de desesperación, golpeando sus puños contra la arena, maldiciéndose a sí misma, sintiendo cómo su cuerpo temblaba bajo el peso de todo lo que había fallado.
—Desearía... —sollozó Emma, su voz apenas un susurro mientras las partículas violetas se intensificaban a su alrededor, girando en un torbellino caótico—. Desearía jamás haber recibido estos poderes...
Y entonces, en un abrir y cerrar de ojos, Emma desapareció.
Su cuerpo se desvaneció en un parpadeo, consumido por el mismo resplandor violeta que la rodeaba. Las partículas se disiparon en el aire, dejando atrás solo el vacío.
Zoey quedó paralizada, su mente fue incapaz de procesar lo que acababa de suceder. Emma había desaparecido frente a sus ojos, como si nunca hubiera estado allí. El terror y la confusión la envolvieron, dejándola sin aliento, sin palabras.
Pero no era la única que había sido testigo de lo ocurrido. A lo lejos, en la oscuridad, Anthony Falling apartó la vista de su cámara, con las manos temblando. Lo que acababa de grabar era algo que nunca había creído posible.
—¿Pero qué carajo...?
*****
El viento azotó su rostro con una fuerza inesperada, tan helado y feroz que casi la dejó sin aliento.
Emma sintió cómo la gravedad la arrastró de repente hacia adelante, y una sensación de vértigo le oprimió el pecho cuando notó que no había suelo bajo sus pies.
En el siguiente segundo, sus talones golpearon el filo de una terraza, y el abismo nocturno se desplegó ante ella, negro y profundo, como una boca hambrienta esperando devorarla.
El impulso la llevó a inclinarse peligrosamente hacia el vacío. Su corazón se detuvo por un segundo eterno mientras sus brazos se agitaban frenéticamente en el aire, buscando algo a lo que aferrarse.
Un segundo más y no lo hubiese contado, por fortuna, sus dedos se aferraron con fuerza a la gélida superficie de una baranda metálica detrás de ella. Su inclinación frenó, pero la sensación de peligro al contemplar hacia abajo seguía latente.
Una jungla urbana de calles bulliciosas, autos que zumbaban como insectos mecánicos y personas moviéndose en un frenesí indiferente se desplegaban debajo de ella.
Emma no lo entendía, pero este escenario, bañado en un manto de luces brillantes, le resultaba vagamente familiar, pero el pánico en su pecho eclipsaba cualquier reconocimiento. Todo lo que importaba era salir del peligro, alejarse de ese borde traicionero que amenazaba con tragársela.
Con un esfuerzo titánico, giró su cuerpo, tensó sus músculos, y poco a poco, fue pasando una pierna sobre el otro lado de la baranda, sintiendo el metal gelido contra su piel, hasta que finalmente, con un último impulso, se dejo caer en la firmeza del suelo.
El contacto con la superficie segura fue un alivio tan intenso que la hizo temblar. Su respiración, entrecortada y frenética, comenzó a estabilizarse poco a poco, aunque su mente seguía atrapada en una bruma de absoluta confusión.
Su mirada saltó frenéticamente de un lado a otro, intentando orientarse. Las sombras y formas de la terraza comenzaron a aclararse, y de repente, la realización la golpeó con la fuerza de un martillo.
Este lugar... lo conocía demasiado bien.
Era el mismo edificio donde había vivido antes de que todo cambiara, antes de su viaje a Isla Blau, antes de que su vida se transformara en una pesadilla que parecía no tener fin.
¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué había aparecido en este lugar? Su mente, todavía luchando frenéticamente para poder procesar lo que sucedía, se detuvo cuando un sonido de llamada rompió el silencio.
Se puso de pie con torpeza y sacó el teléfono de su bolsillo. Sacudió un poco la arena que se le había metido estando en la costa y vio que en la pantalla, el nombre de Zoey parpadeaba con insistencia.
Con un nudo en la garganta, Emma deslizó el dedo para contestar.
—¿¡Emma!? ¿Dónde puta-mierda-carajo estás? —preguntó Zoey, el viento de la costa casi ahogaba toda sus palabras... e insultos.
Emma respiró hondo, aún aturdida por el súbito cambio de escenario. Miró alrededor, sintiendo una mezcla de nostalgia y confusión mientras contemplaba el lugar.
—Zoey, no me lo vas a creer. Estoy... en la terraza de mi edificio.
—¿Qué? Okey, ¿no podías irte más lejos? —suspiró—. Voy a ir hasta allá.
—No, no... Zoey. En mi antiguo edificio —aclaró Emma, aunque lo veía, todavía no podía creérselo—. No estoy en la isla.
—¿Qué? ¿Cómo mier...? —Zoey se interrumpió, considerando que a la primera sentencia le había faltado intensidad—. ¿¡Qué!?
—Yo me hago la misma pregunta, Zo. Sueno tranquila, pero estoy a punto de desmayarme en cualquier momento.
Zoey guardó silencio un instante, digiriendo la información antes de responder.
—Entonces... usa tus poderes para volver. ¿No? —El tono de Zoey era casi una súplica.
Emma se mordió el labio, comenzando a caminar de un lado a otro en la terraza, tratando de organizar sus pensamientos. La idea parecía tan simple, pero la realidad era que no sabía cómo manejar lo que acababa de ocurrir.
—No puedo... —confesó, deteniéndose un momento para mirar al horizonte—. No sé cómo hacerlo.
Zoey dejó escapar un suspiro frustrado, aunque intentó mantener la calma.
—¿Pero cómo llegaste ahí? Tal vez si repites lo que hiciste...
Emma cerró los ojos, recordando el arrebato de ira que había sentido segundos antes de desaparecer. La impotencia, la rabia, todo se mezcló en un torbellino que, de alguna manera, la había traído hasta aquí.
—Fue... un impulso. Estaba furiosa. Me sentía inútil. —Su voz tembló al recordar esos sentimientos mientras daba vueltas por toda la terraza—. Pero no sé cómo hacerlo de nuevo, no sé cómo manejarlo.
Mientras hablaba, Emma subió la mirada hacia el muro trasero que daba a la puerta de ingreso. Y de repente, sus palabras se detuvieron en seco, y su atención fue atrapada por algo que estaba dibujado en la pared.
Sin pensar, quedó con un pie suspendido en el aire. Cuando finalmente lo apoyó, se aproximó al dibujo, intrigada.
—Zoey, espera un poco... hay algo aquí. —Emma se acercó más, observando el pequeño dibujo con una enorme curiosidad instalada en lo profundo de su pecho.
Sus ojos, ahora ambos violetas, por alguna razón, se expandieron en una mueca de sorpresa. Era una luna menguante con una línea fina que descendía hacia abajo, pero que no llegaba al final, como si colgara de un hilo partido a la mitad.
Zoey seguía hablando, pero las palabras se desvanecían en el fondo. Emma acarició su collar por instinto, y con suavidad, se lo sacó y lo sostuvo frente a sus ojos, comparándolos con el dibujo.
¿Qué demonios estaba pasando? ¿Acaso sería una coincidencia? Aunque su mente se inclinaba por la primera opción, su instinto le decía lo contrario, y en un acto de epifanía, se giró sobre sus talones y levantó la mirada hacia el cielo.
Y allí, desplegándose sobre su cabeza, rodeada por un infinito salpicón de estrellas, se desplegaba una hermosa noche de luna menguante.
Casi como si algo dentro de ella supiera lo que debía hacer, alineó el dije de su collar con la luna real. Al enfocar mejor la vista, notó que la cadenita del collar bajaba en una línea perfecta, justo como el dibujo en la pared, y apuntaba a un punto específico en el cielo, siguió la línea imaginaria hasta un lugar concreto, y entonces, vio que conectaba con una pancarta publicitaria a lo lejos.
Su respiración se cortó y su corazón dio un vuelco; y mientras los pliegues de su ropa y su cabello se sacudían ante una rafaga repentina, dijo:
—Zoey, tengo que colgar. Creo que encontré algo.
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