16. La reina y el peón
—Emma, traje algo para ti —dijo Ulises sacando una tableta de pastillas de su bolsillo para ofrecerlas a ella—. Son para tus dolores de cabeza. Debes estar muy agotada, ¿no?
Los heterocromáticos ojos de Emma saltaron de las pastillas hasta los ojos de Ulises, con una expresión severa.
—No quiero nada que provenga de ti —dijo a secas.
Ulises se encogió de hombros y las guardó.
—Como quieras —dijo contemplando el paisaje—. No están adulteradas si es lo que piensas. No necesito drogarte. —Su mirada se asentó en la rubia—. Ya gané el juego, Emma.
Ella mostró una breve sonrisa.
—Al fin dejaste el teatro. Y por como yo lo veo, si no tienes a Macarena cerca, dejas de ser un peligro. Ya he visto cómo continúa esto. No podrás hacer nada hasta bajar de aquí y ni te molestes en mostrarme ese estúpido video. Sé que es falso.
Ulises sonrió.
—Lo sé y te lo agradezco. Has movido las piezas exactamente como yo quería que lo hicieras —respondió el joven con calma—. Mi plan era atraerte a este lugar para charlar un poco contigo. ¿Podrías decirme cuantas visiones has vuelto a tener? Es para sacar un promedio más acertado. Hasta dónde llegué a descubrir, tu primer límite ronda las treinta horas. ¿Me equivoco?
—¿Mi primer límite?
—Sí, antes de que tengas el primer sangrado ocular. A partir de ahí empiezas a tener jaquecas fuertes. Por supuesto, con el tiempo, eres capaz de «recargar» tu capacidad y llegas a lograr un promedio de seis visiones cortas cada una hora, o más específicamente, una visión por cada diez minutos. Aunque es un aproximado.
Emma arrugó el entrecejo, perpleja. Ulises mostró otra sonrisa todavía más ancha.
—Ay, Emma, Emma... ¿Acaso creíste que nuestro entrenamiento era para ti? —Ulises negó divertido—. Desde un principio, siempre fue para mí. Quería estudiarte a fondo. Ver hasta dónde eras capaz de llegar. En cada una de nuestras partidas, yo era el que practicaba variantes para poder estar siempre por delante de ti.
Ahora sí, el rostro de Emma mostró su primera emoción: temor.
—Ese es tu problema. Das por sentado que por el simple hecho de tener un poder que te permite ver el futuro, crees que llevas la delantera. ¿Hace cuanto que los tienes? ¿Poco más de dos años? Y ni siquiera se te ocurrió averiguar cuál es tu propio límite.
Ulises echó un suspiro de decepción.
—Por eso no te los mereces. Dean Becker se equivocó seriamente al dártelos. Cualquier otra persona haría mejor uso de esos poderes. Estoy seguro de que Zoey me hubiera descubierto hace mucho.
—Me da igual lo que creas...
—Es la verdad, Emma. Lo sabes. Hasta el día de la fecha. ¿A quién has podido ayudar con tus dones? ¿Salvaste a Daniel? No. ¿Salvaste a Eva y a Marc? No. —Sonrió echando un suspiro—. Con tu amiga Vanesa tuviste un golpe de suerte, pero hoy, si no haces exactamente lo que yo te digo, no salvarás a Zoey.
Emma desvió la mirada, los nervios empezaban a hacer mella en sus temblorosas manos.
—Zoey estará bien. Podrá contra Brenda. Quien está contra las rejas eres tú. Ahora no tienes a Macarena para hacerle daño...
—¿Por qué querría hacerle daño? Ella me gusta y no quiero que nada malo le suceda. —Ulises echó una breve risita—. ¿Todavía crees que lo que viste en tus visiones era lo que realmente sucedería? Lamento la siguiente redundancia, pero, ¿cuándo te vas a dar cuenta de que solo viste aquello que yo quería que vieras? Despierta, Emma. ¿En serio pensabas que yo te iba a obligar a saltar desde la cima de esta cabina?
Emma empezó a ponerse pálida.
—Eso sería muy contraproducente, ¿no te parece? Imagina que ese plan sale bien. ¿Después qué? Seré sospechoso número uno de posible asesinato. ¡Nah! Hay formas mucho más sencillas de lograr que me des tus poderes.
—No entiendo... ¿Cómo?
—Ahí está. Te lo estoy explicando y sigues sin entender. ¡A eso me refiero! ¡Eres la peor opción para esos poderes! —Ulises se obligó a bajar el volumen—. Cómo veo que eres corta y tienes menos neuronas que un oso de peluche, simplemente lo haré más claro. La clave que le diste a Zoey para el candado, no funcionará, y tampoco las instrucciones para hacer que Brenda «entre en razón» con palabras de aliento. Todo lo que tus visiones te mostraron fue una puesta en escena que yo idee.
El corazón de Emma empezó a acelerarse.
—Contigo, me bastó con mantener en la mente mi plan inicial, sin pensar en el verdadero. A Brenda le dije lo mismo. Primero le ordené que viniese con un cuchillo y le explique cómo hacer para secuestrar a Zoey. Conociéndote, y a Zoey, deduje que ella intentaría hacerle cambiar de parecer, así que Brenda solo tenía que actuar como si eso funcionara, solo un poco.
Emma bajó la mirada. Esa mezcla de frialdad y confianza que estaba mostrando Ulises era aterradora.
—Cuando ustedes llegaron a la feria, le dije que se deshiciera del cuchillo porque no íbamos a usarlo, y también le expliqué cuál sería la verdadera jugada a seguir. Todo eso sucedía mientras tú estabas perdiendo el tiempo comiendo churros y concentrándote en que tu dolor de cabeza se disipara. Así podrías ahorrar tus visiones para usarlas en un momento crítico, como este, por ejemplo.
Ulises se encogió de hombros, divertido.
—Pero desde el preciso momento en que tú te subiste a esta cabina, perdiste el juego. Aunque si reconozco que estaba más nervioso por la parte que Brenda tenía que cumplir, pero por suerte, su último mensaje me dejó en claro que lo hizo a la perfección. Le tapó la boca a Zoey, tal como se lo ordené cuando ustedes jugaban a lanzar pelotas, y ahora la tiene prisionera, esperando nuevas instrucciones. ¿Me sigues o estoy yendo muy rápido para tu cerebrito?
Emma desvió la vista y un nuevo destello alumbró su ojo izquierdo. Buscó presenciar el futuro de Zoey, pero al terminar, su mirada se ensombreció al descubrir que todo lo que había dicho Ulises era cierto.
Pero lo peor de todo, fue el futuro que vio de sí misma. En ese futuro... Ulises ganaba.
—No puede ser... —Emma empezó a respirar con dificultad—. ¿Cómo...?
—¡Oh! Genial. ¿Has tenido otra visión? —preguntó Ulises, divertido y ansioso—. ¡Cuenta! ¿Mi plan sale bien? Aunque por tu cara, veo que sí. ¿Ya sabes cómo sigue esto?
Emma se agarró la cabeza, atónita. No podía creer lo que había visto. Era inaceptable. Ella... realmente iba a quitarse la vida esta noche. No. No podía ser real. Tenía que haber otro camino. Tenía que volver a intentarlo. Su ojo turquesa brilló con fuerza, aferrándose desesperadamente a la esperanza.
Pero en cada uno de los futuros.
En cada uno de los intentos.
El resultado era el mismo.
Al finalizar el juego, Ulises la obligaría a persuadir a Macarena y a Julia para ir a los baños. Ambas aceptarían, y como Julia es naturalmente hiperactiva, sería la primera en entrar. En el momento en que Macarena y Emma quedaran solas, Emma, siguiendo las instrucciones de Ulises, le diría a Macarena que sus gafas estaban sucias y se ofrecería a limpiárselas.
Ese sería el primer paso para cumplir con la disposición: mirar por última vez a alguien a los ojos.
Después de que Macarena entrara al baño, Emma se quedaría atrás, y Ulises, a sus espaldas, le taparía los ojos con un pañuelo impregnado del perfume de Macarena, para asegurarse de que ella no pudiese mirar a nadie más.
Por último, la llevaría a la carpa dónde estarían Brenda y Zoey. Subiría unas escaleras, guiada por Ulises, hasta donde una soga colgaba desde lo alto.
Entonces Emma cumpliría con la última parte de la disposición, y con los gemidos desesperados de Zoey como telón de fondo, se pondría el nudo alrededor del cuello... y acabaría con su vida.
*****
—¿Sabes lo que más me divierte de todo esto? —susurró Brenda—. Es verte así, tan impotente, tan vulnerable. Siempre fuiste la chica fuerte, la que tenía todas las respuestas, la que siempre sabía qué hacer. Y ahora mírate... das lástima.
Zoey intentó apartar la mirada, pero no podía. Estaba atrapada, no solo físicamente, sino también emocionalmente, prisionera de las palabras de Brenda.
Su mente buscaba frenéticamente alguna salida, alguna forma de luchar, pero cada vez que lo intentaba, se encontraba con el mismo muro impenetrable. El pánico se enroscaba en su pecho, sofocante, y por primera vez en mucho tiempo, Zoey sintió un miedo puro.
Brenda pareció captar ese terror, y su sonrisa se ensanchó, revelando una satisfacción casi sádica.
—Ah, ahí está —murmuró con una sonrisa—. El miedo. Te sienta muy bien, querida. El miedo es lo único que te mantiene viva en este mundo. Pero... —Se inclinó un poco más cerca, hasta que Zoey pudo sentir su aliento en su rostro—. A veces, también es lo que te sentencia.
El corazón de Zoey latía con tanta fuerza que casi podía escucharlo retumbando en sus oídos. Sentía el sudor frío recorriendo su espalda, sus manos temblaban sin control y sus pensamientos se arremolinaban en un caos que no podía dominar.
No había escapatoria, no había plan, solo ese pánico que se convertía en su único compañero y que le susurraba que todo estaba perdido.
—¿No lo entiendes todavía? —continuó Brenda, levantándose con una lentitud deliberada, extendiendo el momento, disfrutando cada segundo—. Este no es tu juego, Zoey. Nunca lo fue. Te creías una «reina», pero siempre has sido un peón, nada más. Y ahora que Ulises ha movido sus piezas, te encuentras justo donde él quería que estuvieras: sola, indefensa, vulnerable... atrapada.
Zoey sintió cómo la desesperación se apoderaba de ella, invadiendo cada rincón de su ser. Su respiración se aceleraba, y por un instante, pensó que podría ahogarse en su propio pánico.
Intentó concentrarse, forzarse a pensar en alguna manera de escapar, pero todo lo que veía eran las cadenas que la retenían, el trapo que le impedía gritar, y los ojos de Brenda, tan llenos de una maldad aberrante, que la observaban con una mezcla de desprecio y deleite.
—Y lo mejor de todo —dijo Brenda, inclinándose de nuevo—, es que ni siquiera te diste cuenta. Pensaste que estabas un paso adelante, que podías manejarlo todo, pero no. Nunca tuviste el control. No eres especial. No eres una mierda. Tu único logro es... «Ser la amiga inestable de Emma». Ella es la especial en toda esta historia. Al menos, de momento.
Zoey intentó mantener la compostura, pero sus fuerzas flaqueaban. Su mente seguía girando, buscando, luchando por encontrar algo, cualquier cosa que pudiera salvarla. Pero no había nada.
Sus lágrimas empezaron a brotar incontrolables. Se sentía más impotente que nunca. Brenda se quedó allí, observando, disfrutando de cada segundo de la agonía de Zoey, regodeándose en el control que ahora tenía sobre ella.
Y en ese silencio asfixiante, el temor y la angustia se tornaron absolutos, envolviéndola por completo, dándole la aterradora certeza de que no tenía ninguna salida.
Y entonces, algo dentro de Zoey se rompió.
Su mente se vació por completo, cesaron los pensamientos frenéticos, las estrategias desesperadas. Dejó de buscar una salida, de planear algún escape. Todo se desvaneció en un instante, y en medio de ese abismo de silencio, Zoey simplemente... empezó a reír.
Una risa suave al principio, casi imperceptible, pero que fue creciendo, volviéndose cada vez más fuerte, más descontrolada. Era una risa que no tenía sentido, que no era de alegría, ni de burla.
Era la risa de alguien que había dejado de luchar, que había abandonado la razón, y que, por un momento, encontró en lo absurdo de su situación la única respuesta posible.
Brenda observó a Zoey con intriga. Esa risa sin sentido, que no encajaba en el contexto, la descolocaba. Brenda frunció el ceño, sintiéndose cada vez más rabiosa, hasta que finalmente, con un gesto brusco, le arrancó el pañuelo de la boca.
—¿De qué te ríes? —exigió Brenda.
Zoey la miró con una expresión que mezclaba burla y algo más profundo, algo que Brenda no podía descifrar del todo.
—Es verdad —comenzó Zoey, su tono se volvió más tranquilo, aunque la sombra de la risa seguía latente—, al principio iba a darte un discurso emocional, para ver si la verdadera Brenda surgía, pero me di cuenta de que la verdadera Brenda está justo aquí. Eres tú.
La confusión de la chica se profundizó, pero antes de que pudiera responder, Zoey continuó.
—Lo descubrí cuando peleé con Eva Morales. Esa influencia que te controla, lo único que hace es sacar a la superficie la mierda que llevas dentro. Y tú, Brenda, estás demostrando que tenías muchísima mierda. —Zoey hizo una pausa, observando cómo Brenda se tensaba—. No eres más que una inservible. Quieres hacer creer a todos que eres alguien amable, bondadosa, atenta, pero en realidad... —Sonrió—. Eres la persona más aburrida que conocí en mi vida.
Brenda sintió como si Zoey le hubiera dado un puñetazo en el estómago, pero lo que siguió fue aún peor.
—¿Sabes por qué a Leonard no se le paraba? —preguntó Zoey, con una crueldad calculada—. Porque es obvio que él patea para los dos lados, y tú, ilusa, vas a ser conocida como la chica que lo aburrió tanto que lo hará salir del closet.
La rabia de Brenda se desbordó.
Sin poder contenerse, golpeó a Zoey con una furia ciega, una y otra vez, hasta que la sangre empezó a salpicarle su propio rostro, sin embargo, Zoey no dejó de reír. Sus carcajadas rebotaban en las paredes del oscuro recinto, resonando con una locura que rozaba lo insano.
—¡Estás loca! —gritó Brenda, respirando con dificultad.
Zoey alzó la vista con la sonrisa teñida de sangre.
—Prefiero estar loca antes que pasar un segundo en tu piel —respondió desafiante—. No soportaría ser una persona tan básica, lineal y plana. Hasta tu jodido apellido es aburrido. No hay nada más estático... —Echó a reír—. Que un lago.
—¡Callate hija de puta! —Con un grito de furia, Brenda se abalanzó sobre Zoey, agarrándola del cuello, apretando con toda la fuerza que le quedaba.
Zoey, apenas respirando, apenas consciente del dolor, murmuró con voz rasposa:
—¿Lo ves? Todo el mundo te controla a su antojo. Puedo hacer lo que yo quiera contigo sin siquiera moverme. Si quiero que te enojes, lo consigo tan... fácilmente. Yo no soy el peón, lindura. Siempre lo fuiste tú. El peón de Julia, el peón de Leonard, el peón de la mujer de ojos rojos, el peón de Ulises, y aquí estoy, atada, me estás golpeando, y aun así, sigues siendo mi peón. —Sonrió al verla, al borde de perder los estribos por completo—. ¿Sabes que es lo peor? Que todos ellos lo saben.
Brenda finalmente se desmoronó y soltó un feroz grito de frustración. Ese era el momento. Ese era el quiebre emocional que estaba esperando. Era ahora o nunca. Si no podía hacerle cambiar de parecer, entonces la hundiría en el más profundo pozo de la desesperación.
—¡¿Y qué?! —gritó Zoey.
Brenda parpadeó, desconcertada, aflojando ligeramente su agarre, lo que permitió a Zoey inhalar una bocanada de aire. Esa pequeña vacilación fue todo lo que necesitó para seguir.
—¿Qué mierda importa lo que piense la gente? —Apenas podía hablar, pero la rabia que sentía por dentro la impulsaba a seguir—. ¿Cuál es el puto problema de ser una maldita aburrida de mierda?
El rostro de Brenda se contrajo en una mueca de furia, y sus manos se tensaron una vez más, pero esta vez Zoey estaba preparada. Aprovechando el respiro que le había dado, continuó, entrecortada por el dolor:
—¡¿Vas a dejar que alguien te diga tres putas verdades y alterarte?!
La ira de Brenda parecía desbordarse como un río en plena crecida. Con un grito gutural, se afirmó y la golpeó con severidad en el rostro. Zoey sintió el sabor metálico de la sangre en su boca, pero se obligó a seguir, mientras escupía palabras mezcladas con sangre.
—¡Eso es lo que eres! ¡Y listo! —Zoey se enderezó con dificultad, apenas sostenida por sus rodillas temblorosas—. ¡Eres Brenda Lagos! ¡Y con eso sobra!
Brenda, temblando de furia, levantó el pie y lo estrelló contra el suelo, justo al lado de Zoey, quien apenas esquivó el golpe. Las lágrimas de frustración comenzaron a brotar de los ojos de Brenda, mientras su pecho se agitaba con una respiración errática.
—¡No dejes que nadie te diga quién ser! Ni yo... ni ellos —Zoey hizo una pausa—. No permitas que te controlen, Brenda. —Cada palabra parecía arrancarle un pedazo de su propia alma, pero no se detuvo—. ¡Eres la única que puede hacerlo!
Brenda, con los ojos desbordantes de ira y dolor, levantó el puño para golpear a Zoey una vez más. Esta vez, sin embargo, Zoey no se apartó, ni esquivó. En su lugar, la miró directamente a los ojos, desafiando la violencia que sabía que se avecinaba.
—¡Así que, mierda, agarra el puto coraje que tienes adentro, que sé que lo tienes, sácalo afuera y...! —El puño de Brenda se estrelló contra la mejilla de Zoey. Escupió más sangre, pero no le importó—. ¡Lucha!
Brenda retrocedió, su rostro ahora desfigurado por una mezcla de terror e incredulidad, como si no pudiera comprender por qué Zoey seguía hablando, seguía desafiándola, seguía levantándose.
Zoey, con la visión nublada por el dolor, se levantó una vez más, tambaleándose pero sin detenerse.
—¡Esta es tu vida, pelea por ella! ¡Rompe el maldito control! —gritó con la voz rota, sus palabras cada vez más difíciles de pronunciar, pero más potentes que nunca—. ¡Despierta de una puta vez, Brenda Lagos!
En un último arrebato de ira, Brenda volvió a golpearla, pero esta vez, el golpe fue al muro junto a Zoey, y al siguiente instante, un grito desgarrador nació desde lo profundo del alma de Brenda.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y con un gemido, se desplomó al suelo, cayendo de rodillas, luchando contra la fuerza invisible que la había estado controlando todo este tiempo.
—No... —murmuró Brenda entre sollozos—. No quiero... hacerte daño...
Zoey, sangrando y al borde de perder el conocimiento, se arrastró hasta ella. Su mano apenas alcanzó a rozarla.
—31... —susurró Brenda con dificultad, como si cada palabra fuera una batalla en sí misma—. 47.
Zoey, apenas capaz de creer lo que había oído, se liberó del candado que la mantenía atada con rapidez, sintiendo un nuevo ímpetu de energía recorrer su cuerpo. Se lanzó hacia Brenda, intentando sostenerla mientras su cuerpo convulsionaba con una fuerza brutal.
—¡Brenda, resiste! ¡Tú puedes! —gritó Zoey, desesperada. Pero las convulsiones de Brenda se intensificaron, y el color de sus ojos no paraban de saltar entre sus marrones naturales y el siniestro escarlata.
Con las últimas reservas de energías que le quedaban, alzó la vista hacia Zoey.
—Salva a Emma. Por favor.
Zoey, con lágrimas en los ojos, vio cómo Brenda perdía el conocimiento, su cuerpo perdió fuerza y se desplomó en el suelo, como una marioneta a la que le habían cortado los hilos.
El tiempo se estaba acabando. Con el corazón latiendo desbocado y una determinación renovada, Zoey se levantó y echó a correr, dejando atrás el cuerpo inmóvil de Brenda.
*****
Emma ya no podía distinguir el horizonte del cielo.
Todo se mezclaba en una nebulosa de sombras y luces distantes, mientras sus ojos, incapaces de enfocar, se perdían en un mar de dolor.
Su cabeza latía con una presión implacable, y sus párpados, pesados como plomo, apenas podían contener las lágrimas mezcladas con la sangre que se deslizaban por sus mejillas.
Las gotas caían al suelo, marcando pequeñas estrellas en el polvo que se arremolinaba bajo sus pies. Se sentía atrapada, inmersa en una trampa sin salida, mientras la rueda de la fortuna ascendía, llevándola a la cúspide de su desesperación.
La cabina había llegado al punto más alto y se estancó en el lugar. La imponente altura, lejos de otorgarle una perspectiva que disfrutar, la sumía en un abismo de insignificancia. Su mente la castigaba sin cansancio. ¿Qué podía hacer ahora? ¿Qué podría hacer alguien tan débil, tan miserablemente inútil como ella?
Ulises, a su lado, se hallaba sereno, casi en paz, era el único que parecía estar disfrutando del juego. Él no lloraba, no sufría; solo contemplaba el mar lejano y la luna reflejada como un espectro, indiferente a la tormenta interna que azotaba a Emma.
—Deberías aprovechar, si es que aún puedes ver algo —dijo Ulises—. El paisaje es realmente hermoso esta noche.
Emma apenas pudo levantar su cabeza para mirarlo. Un vacío inmenso y desolador la envolvía, aplastándola contra el peso de la inutilidad. Sus pensamientos eran dagas afiladas, clavándose una y otra vez en su mente al borde del colapso. ¿De qué le servían estos malditos poderes si ya ni siquiera podía usarlos?
—No te sientas apenada —prosiguió, con un aire casi paternalista—. Es natural. Has obtenido un don que te queda demasiado grande. No es culpa tuya. Simplemente, te tocó cargar con algo que no deberías haber tenido que llevar. Pero no te preocupes, eso se corregirá pronto.
Sus palabras eran una daga en el corazón para Emma. Cada una de ellas se clavaba en lo más profundo de su ser, alimentando la furia y el desprecio hacia sí misma. Cobarde. Débil. Patética.
«Vas a perder».
Los ojos de Emma, hinchados y rojos, bajaron hacia sus pies. Ya no veía el cielo, ni el mar, ni siquiera el asiento en el que estaba sentada. Lo único que alcanzaba a distinguir eran sus zapatos, borrosos y empapados de lágrimas.
«No. Ya has perdido».
Su visión era un océano de blancura, cada vez más espesa, más densa, como si el mundo mismo estuviera desapareciendo ante sus ojos.
«No hay escapatoria».
Y de repente, dejó de ver.
Emma sintió como si su corazón se hubiera detenido en su pecho, dejando solo un vasto e interminable vacío. La visión borrosa que la había torturado durante tanto tiempo se desvaneció de repente, y lo único que podía ver era un lienzo totalmente blanco. Como si hubiera sido tragada por una niebla impenetrable, por una nada absoluta.
En ese mismo momento, las luces de la feria que se extendía bajo sus pies comenzaron a parpadear, emitiendo un zumbido agudo.
Chispazos estallaron en el aire, que reverberaron a través de la noche, y al segundo siguiente, todas las luces se apagaron, sumiendo a la feria en la oscuridad.
Emma no pudo ver más allá del blanco cegador que la envolvía, ni oír más allá del rugido sordo que resonaba en su cabeza. Solo le quedaba el abismo, profundo y aterrador... del cual empezó a emerger la ira.
Ulises, aun con la mirada fija en el horizonte, giró su cabeza hacia Emma, esperando encontrar en ella la misma sumisión, la misma derrota que había visto antes, pero lo que vio, lo dejó helado.
Emma permanecía con la cabeza agachada, su brillante y rubio cabello, en la oscuridad total, parecía un manto oscuro, que le ocultaba el rostro.
A simple vista, parecía inmóvil, pero había algo en el aire que había cambiado. Ulises lo sintió antes de verlo: pequeñas partículas de luz comenzaron a materializarse a su alrededor.
Eran diminutas, de un color violeta que apenas se percibía, flotando, cargadas de una energía que hizo que el corazón de Ulises latiera más rápido.
Emma levantó la mirada.
Sus ojos ya no eran los de una chica rota. Brillaban con un resplandor violeta tan intenso que parecía perforar la misma realidad, clavándose en Ulises con determinación.
Al mismo tiempo, las luces de la feria volvieron a encenderse con una ferocidad deslumbrante. Las máquinas rugieron de nuevo, pero esta vez, la feria se bañó en un resplandor casi cegador.
Ella se movió de su asiento con una rapidez que Ulises no pudo prever. En un solo movimiento, lo agarró por el cuello de su camisa y lo levantó del asiento con una brutalidad que había permanecido escondida mucho tiempo, ahora libre.
El miedo se apoderó del semblante de Ulises.
—Me importa una mierda si doy la talla o no para estos poderes —escupió Emma, su voz era tan afilada como los bordes de las partículas que seguían multiplicándose a su alrededor—. Me importa una mierda lo que tú pienses de mí. Podré no ser tan inteligente como tú o como los demás, pero mientras tenga estos dones, haré lo que sea, lo que sea... para proteger a las personas que me importan.
Mientras hablaba, las partículas de luz comenzaron a moverse con una velocidad y precisión aterradoras. Rodearon a Ulises y empezaron a clavarse en su piel, cada una dejando una marca roja a su paso. El dolor que sintió fue instantáneo, pero no pudo moverse, ni siquiera gritar.
Emma lo mantenía en su lugar, con los ojos como dos brazas de fuego violáceas.
—Te juro... —susurró Emma, con una ferocidad aplastante—, que si alguien, quien sea, intenta dañar a las personas que me importan... lo haré desaparecer.
Emma lo soltó, pero antes de que él pudiera reaccionar, las partículas lo envolvieron por completo. Un resplandor cegador estalló en el aire, y en un remolino de luz breve, el cuerpo de Ulises se disolvió en un segundo.
*****
Ulises cayó de espaldas, sobre tierra y hojas.
Observó a su alrededor y una oscuridad gélida le rodeaba. Intentó ubicarse y reconoció un lago oscuro y silencioso, cuyas aguas reflejaban la luz de una luna apenas visible a través de las ramas.
Su rostro dibujó una sombra de pavor al percatarse de que estaba, completamente solo, en los bosques de Aldebarán.
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