15. Jaque mate (2)


—¡Nop! Ni de broma —murmuró para sí misma, cruzando los brazos mientras esperaba el regreso de Zoey y Brenda.

Mientras los minutos pasaban, y la fila avanzaba, Emma vigilaba constantemente a Ulises. Sabía que en cualquier momento él haría su jugada. Los nervios le comían por dentro, pero intentó serenarse todo lo que pudo, hasta que sucedió.

—Emma —dijo Ulises, girándose hacia ella con una sonrisa amistosa—. Si quieres, puedes acompañarnos. Podemos estar los tres juntos en la misma cabina, así no tienes que subir sola.

—Sí, sería una fantástica idea —añadió Macarena—. Será más divertido. Y tranquila, no nos besaremos en frente tuyo. No somos esa clase de pareja.

—Aunque podríamos serlo... —dijo Ulises en un tono, mitad broma, mitad súplica.

Emma esbozó una pequeña sonrisa, agradecida por la oferta, pero sabía que tenía que actuar. La duda la invadió por un instante, pero se obligó a hablar.

—Uli... ¿Te importaría si le digo algo a Maca a solas? —preguntó, tratando de mantener su tono casual.

Ulises la miró por un momento, pero luego asintió, sin darle mucha importancia.

—Claro, no hay problema. Me quedaré adelante, ya no queda mucho. Leonard es un exagerado —respondió, soltando el brazo de Macarena para seguir caminando hacia el frente.

Cuando él estuvo lo suficientemente lejos, Emma empezó a hablar.

—Maca, tengo que pedirte un gran favor. ¿Podrías dejarme subir sola con Ulises? —Susurró con pena—. Debo hablar algo con él. Es... es importante.

Macarena meneó la cabeza, sorprendida y un poco confusa. Se acomodó las gafas de sol, tratando de comprender la súbita petición.

—¿Hablar con él? —repitió, arqueando una ceja—. ¿Sobre qué?

Emma sintió cómo el calor subía a sus mejillas, y su mente se quedó en blanco por un segundo. Finalmente, decidió hablar con la mayor sinceridad que pudo.

—Bueno. Sobre... eh, Zoey —dijo, su voz fue temblorosa al principio, pero luego comenzó a encontrar algo de firmeza—. Él es su mejor amigo, y yo, bueno, ella... —Emma guardó silencio—. Me pasan ciertas... cosas.

—¿Estás bien? ¿Te sientes mal?

Emma se sintió más roja que nunca, balbuceando mientras buscaba las palabras adecuadas.

Cosas, Maca. Ya sabes...

De repente lo entendió todo y sus cejas dieron un salto olímpico hacia el cielo.

—¡Oh! —exclamó, tapándose la boca impresionada—. No tenía ni idea. Si necesitas hablar con él sobre eso, no te preocupes, claro que te dejo. Además... —añadió con una sonrisa juguetona, quitándose las gafas y sacudiendo su cabello—, creo que es un desperdicio que yo suba. Me despeinaré en vano.

Emma la miró, sorprendida por la facilidad con la que Macarena aceptó la situación. Sintió una oleada de alivio mezclada con gratitud y la sujetó de las manos.

—Gracias, Maca.

Cuando la fila avanzó y llegaron a la plataforma de la rueda de la fortuna, Macarena se acercó a Ulises, quien ya estaba listo para subir.

—Cambio de planes, Uli —dijo ella con una sonrisa amplia—. No voy a subir.

Ulises se giró hacia ella y su expresión cambió de inmediato a una mezcla de sorpresa y preocupación.

—¿Qué? ¿Por qué no?

—Tranquilo, no es nada malo. Solo... creo que te voy a esperar abajo con algo rico para comer.

Ulises intentó insistir, pero Maca ya se había marchado, excusándose con las personas que golpeaba con su bastón. De inmediato, Julia la vio y fue al rescate, pero también recibió un bastonazo en los pies.

Ulises se quedó allí, pálido. Poco después vio a Emma acercarse, y supo que no tenía más opción que aceptar la situación.

—Bueno. Vamos, Emma —dijo él con una sonrisa nerviosa, haciendo un esfuerzo por parecer despreocupado.

Emma asintió, intentando ocultar su propia ansiedad mientras ambos se subían al juego. En el mismo momento, Macarena y Julia tomaron asiento en una banca.

—Entonces... —dijo Julia, zapateando torpemente mientras intentaba encontrar algún tema de conversación para cortar el silencio incómodo que se había generado entre ambas—. ¿Ya tuvieron sexo?

*****

La atmósfera se volvía más densa a medida que Zoey y Brenda se alejaban del bullicio de la feria y se adentraban en una zona más solitaria. Las luces vibrantes y los sonidos festivos de fondo se difuminaban en la distancia, dando paso a un silencio que helaba los huesos.

El área estaba rodeada de carpas desgastadas y lonas que se mecían suavemente con la brisa de la noche, creando un juego de sombras que cubría el camino irregular hacia los baños.

Zoey caminaba a la par de Brenda, intentando mantener una fachada de calma, pero sus manos la traicionaban, temblando levemente mientras movía los dedos con nerviosismo.

De vez en cuando, lanzaba rápidas miradas hacia Brenda, quien, en contraste, se mostraba inexpresiva, con la mirada fija al frente, como si el momento no tuviera más importancia para ella.

De repente, Brenda detuvo su marcha, lo que hizo que ella también lo hiciera.

—Está bien, Zoey, no tienes por qué seguirme —dijo ella con un tono que parecía cansado y resignado—. No tiene que terminar de esta forma.

Zoey la miró, sorprendida, sin saber cómo responder.

—Seguramente ya sabes lo que va a pasar —susurró, como si la simple idea de ponerlo en palabras le pesara—. Supongo que esperas que en este momento simule que voy al baño y luego te ataque por la espalda, pero... la verdad es que ya me da igual. No quiero seguir con esto. Estoy agotada y solo quiero un poco de paz.

Brenda levantó ligeramente la blusa que llevaba, mostrando su abdomen para que Zoey pudiera ver que no llevaba nada escondido. En las visiones de Emma ella tenía un cuchillo.

—Tampoco tengo un arma, ni nada —continuó—. Soy solo yo.

Zoey la observaba con una mezcla de incredulidad y confusión. Las palabras de Brenda resonaban en su cabeza, pero algo en su interior la obligaba a todavía no bajar la guardia.

—Escucha —continuó Brenda, con una voz que ahora parecía casi suplicante—, esta noche no tiene que terminar mal entre nosotras. Pensé que estaría enojada contigo por lo que me hiciste, pero... la verdad es que creo que me abriste los ojos. Ulises quiere a Emma y tiene un plan. Te sugiero que vayas a ayudarla. Yo solo me apartaré.

Esas palabras dejaron a Zoey todavía más muda que antes. Miró hacia un lado, tratando de procesar lo que estaba escuchando, pero luego sus ojos se encontraron de nuevo con los de Brenda.

—¿Quién los está controlando, Bren? —preguntó Zoey, con una seriedad que casi cortaba el aire—. ¿Lo sabes al menos?

La chica esbozó una sonrisa triste.

—Zoey, si lo digo, terminaré muerta. Y si tú lo sabes, también te matará a ti. Lo siento, ojalá pudiera hacer o decir más. Ojalá pudiera ayudar, pero apartarme en este momento es lo único que me puedo permitir. Hablar contigo ahora podría ser mi perdición, ¿sabes?

Zoey sintió un nudo en la garganta. Sabía que Brenda estaba aterrorizada, y eso la hacía comprender cuán real era la amenaza. Pero no podía simplemente dejarlo así.

—Brenda, por favor... —insistió Zoey, con un tono suplicante—. Dime algo, lo que sea. Sé que eres una persona buena y te ayudaré. Emma y yo te protegeremos de lo que sea, te lo prometo.

Los ojos de Brenda se humedecieron, pero su mirada seguía llena de una resignación amarga.

—Zoey, no puedo. Solo... espero que puedas entenderlo.

Zoey se sintió un poco identificada con ese sentimiento; era exactamente lo mismo que ella estaba haciendo con su hermano, y ahora conocía la impotencia de estar del otro lado.

Brenda dio un paso hacia ella, como si quisiera hacerla reaccionar.

—Debes apresurarte a ir con Emma. Ulises podría hacer cualquier cosa con tal de llevar su plan a cabo. Si no consigue lo que quiere, no podrá contenerse, Zoey. Debes ayudarla, por favor...

Zoey la miró, replanteando la situación en su mente. Tras unos breves segundos, asintió, tomando una decisión.

—Bien, luego hablaremos —dijo, dándose la vuelta para marcharse rápidamente hacia la feria.

Por desgracia, tomó la peor decisión.

Luego de dar algunos pasos, escuchó el golpeteo de pisadas apresuradas detrás de ella. No tuvo tiempo de reaccionar. Una mano la rodeó con fuerza por el cuello, mientras otra le aplastó el rostro contra un pañuelo húmedo.

Zoey intentó resistirse, luchó con todas sus fuerzas, pero fue en vano. El olor acre del pañuelo la invadió, nublando sus sentidos. Sus movimientos se volvieron cada vez más lentos, su visión se oscureció, y finalmente, el mundo se desvaneció por completo.

*****

Zoey abrió los ojos con dificultad, su visión estaba nublada, como si una niebla espesa cubriera todo a su alrededor. Parpadeó varias veces, tratando de despejar la confusión que la invadía.

A su alrededor, la oscuridad la envolvía, apenas rota por tenues destellos de luz que se filtraban desde algún lugar lejano. Aún podía escuchar los ecos lejanos de la feria, las risas y los murmullos distantes que ahora parecían pertenecer a otro mundo.

Intentó moverse, pero un dolor punzante en las muñecas la hizo detenerse. Bajó la mirada, notando que sus manos estaban atadas a un poste con unas cadenas finas que las envolvían, inmovilizándola.

El frío del metal se sentía como una mordida gélida en su piel, y un candado con clave numérica mantenía las cadenas cerradas. El pánico comenzó a asomarse en su mente, pero lo reprimió con determinación.

«Cinco, siete, ocho... dos», recordó y comenzó a girar los números del candado, buscando liberarse, pero se llevó una gran sorpresa al ver que no cedió.

En ese instante, una risa baja y maliciosa rompió el silencio, reverberando en sus oídos.

Zoey giró la cabeza y sus ojos se encontraron con una figura que emergía de las sombras. Brenda Lagos estaba allí, pero algo en ella era diferente, y perturbador.

—¿Intentaste usar la clave que te dijo Emma? —se burló Brenda portando una expresión, tan ajena a la persona que ella conocía, que la hizo estremecer—. Pobre ilusa. Ese es tu problema. Confías demasiado en ella.

Brenda chasqueó la lengua reiteradas veces y se acercó a paso lento, con un humor que oscilaba entre la diversión y la crueldad.

—¿Puedo preguntar cómo pensabas convencerme? «Brenda, eres una de las chicas más buenas que conozco». —Su voz cambió, adoptando un tono ridículo—. «Brenda, esta no eres tú, eres mejor que esto». —Volvió a reír, mientras repetía con desprecio—. «No te lo mereces...».

Zoey intentó hablar, pero un trapo húmedo y áspero le cubría la boca, silenciando cualquier palabra o grito. Todo lo que podía hacer era observar con temor a su captora.

Brenda continuó y su tono se volvió más venenoso.

—¿En serio pensabas que ibas a hacerme cambiar de bando con palabras bonitas, cielo? —preguntó con una sombra de locura enmarcada en sus ojos—. ¿Crees que esto es una película de Disney? No. Así no funciona, dulzura.

Brenda se acercó aún más, su risa ahora era una carcajada baja y gutural que resonaba en la oscuridad.

—Tú te jactas de ser la más lista de toda la puta universidad —dijo con un tono casi exasperado—. Durante mucho tiempo, hasta yo también llegué a pensarlo, pero viendo como están las cosas... Ulises te da mil vueltas.

Se detuvo.

—¿Creías que tenías alguna posibilidad al venir aquí? ¿Crees que Ulises no sabría que ella vería el futuro? ¡Eso es justamente lo que él quería! —exclamó, agachándose hasta estar a la altura de Zoey—. Y ustedes, tontas, cayeron redondas en su trampa.

Brenda, con una sonrisa cruel, extendió la mano y le estrujó la cara con los dedos, con la misma fuerza con la que Zoey lo había hecho antes, apretando con severidad. En ese momento, los ojos de Zoey llegaron a un punto en el techo y su mirada se volvió pálida: había una soga colgando en lo alto, formando un círculo perfecto en su centro, esperando el abrazo de su próxima víctima.

—Y ahora estás aquí, en mi poder —dijo, saboreando la mirada de confusión y perplejidad de Zoey—. Así que dime, cachorrita... —Sus ojos, ahora sí, se volvieron escarlatas—. ¿Qué vas a hacer ahora?

*****

La oscuridad de la noche envolvía la feria, y desde lo alto, las luces y sonidos se desvanecían en un murmullo lejano. Emma estaba sentada en una de las cabinas de la rueda de la fortuna, observando cómo el mundo descendía lentamente.

A su lado, Ulises estaba inquieto, su mirada rebotaba de un lado a otro, pensativo, nervioso. Emma sabía que era una buena señal. Estaba por buen camino.

—¿Te molesta que fume? —preguntó Emma con calma, sin apartar la vista del paisaje que se achicaba poco a poco bajo sus pies.

Ambos estaban sentados en la cabina del juego, uno frente al otro.

—Preferiría que no lo hicieras —respondió con la voz tensa y las manos aferradas al borde del asiento.

Emma lo observó por un segundo. La cabina seguía ascendiendo con una cadencia casi hipnótica. Aun así, decidió encender el cigarro.

Luchó contra el viento que intentó apagar la llama de su encendedor, pero finalmente lo consiguió. Una bocanada de humo blanco y denso escapó de sus labios, golpeando el rostro de Ulises.

Él apartó la mirada, incómodo, y sin decir nada.

El silencio entre ellos se hizo más pesado, roto solo por el zumbido lejano de la feria y el crujido suave de la estructura metálica de la rueda.

Emma exhaló otro largo suspiro de humo, disfrutando del ligero aturdimiento que le producía el tabaco, mientras mantenía su expresión impasible.

De repente, el teléfono de Ulises vibró, sacándolo de su trance. Lo sacó del bolsillo y miró la pantalla. El mensaje que había recibido era de Brenda y el contenido hizo que una sonrisa lenta, calculada y peligrosa se dibujara en su rostro.

«Jaque mate».

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