14. La feria
Emma salió del baño emanando un perfume dulce. Vestida de forma casual, sacudió ligeramente su cabello húmedo mientras bajaba las escaleras para llegar hasta la sala.
La noche prometía diversión en la nueva feria que abría sus puertas junto a la costa, y la emoción palpitaba en su pecho, aunque un ligero dolor de cabeza persistía, zumbando en sus sienes.
Cruzó la sala de estar con pasos decididos, dirigiéndose hacia la terraza del edificio, donde esperaba encontrar a Julia. La puerta de vidrio que conducía al exterior se deslizó con facilidad, revelando la extensión del balcón que parecía flotar sobre el predio universitario.
Allí, recostada sobre la barandilla con una postura despreocupada, estaba Zoey. El brillo de las luces lejanas se reflejaba en sus ojos, dándole un aire casi melancólico, aunque la sonrisa que esbozaba decía otra cosa.
—¿Y Julia? —preguntó Emma al llegar a su lado.
Zoey giró la cabeza, sacudiendo sus cabellos oscuros que caían sobre sus hombros. El viento jugaba con ellos, lanzándolos en desorden sobre su rostro.
—Fue a buscar una blusa a su habitación —respondió con un tono relajado—. Dice que le quedaba mejor que las que trajo aquí. Pero no te preocupes, después pasará por Leonard, Mikael y Natasha. Y, por cierto, Ulises ya pasó a buscar a Maca. Ya están en la feria.
Emma asintió, perdiendo la vista en el horizonte, su mente divagó unos segundos entre la emoción de la noche que se avecinaba y el leve malestar que no terminaba de desaparecer.
—Ah, y también decidieron llevar a Brenda —añadió Zoey, entrelazando los dedos sobre la barandilla—. No querían que fuese sola, no después de lo que pasó la semana pasada.
Zoey dejó escapar un suspiro, que por un momento parecía estar teñido de añoranza, aunque sus ojos brillaban con una chispa de felicidad genuina. Se inclinó un poco hacia adelante, dejando que el viento levantara suavemente su blusa ligera, y añadió con un tono que mezclaba la nostalgia con una suerte de resignación alegre.
—¿Sabes? Extraño un poco cuando Ulises solía llevarme a mí. Ahora siempre está con Macarena... —dejó escapar una risa—. Pero estoy muy contenta por ellos. Hacen linda pareja.
Emma sonrió con suavidad, aunque su cabeza no le daba tregua, y cada minúsculo movimiento le recordaba ese molesto pulso constante que la seguía hacia todos lados.
—Sí, lo hacen —respondió, aunque en su voz se notaba un rastro de cansancio—. Me alegra que estén felices.
Zoey la miró, notando la tensión en sus rasgos, y frunció el ceño.
—¿Estás bien? —preguntó, ladeando la cabeza.
Emma llevó una mano a su frente, presionando ligeramente como si eso pudiera aliviar el malestar. Cerró los ojos por un instante, tratando de enfocar su mente, pero todo seguía borroso en los márgenes de su visión.
—Es solo un dolor de cabeza —admitió con un suspiro pesado—. Hoy estuve usando mucho mis dones. Ulises fue muy estricto en la práctica de ajedrez, me llevó al límite. —Hizo una pausa, abriendo los ojos lentamente—. Mi ojo llegó a sangrar.
Zoey la miró con preocupación, pero Emma se apresuró a esbozar una sonrisa tranquilizadora.
—Supongo que, después del susto con Brenda, es normal que quiera que mejore, que quiera que todos estemos preparados.
Zoey asintió, aunque sus ojos seguían fijos en Emma y su preocupación era evidente. El viento seguía jugando con sus cabellos, y por un momento, las dos amigas se quedaron en silencio.
—Hablando de eso. Estaba pensando... —dijo, adoptando un tono más casual—. ¿Crees que podrías usar el latido de nuevo? Ya sabes, solo para echar un vistazo rápido. —Hizo una pausa y luego, en tono más bajo, añadió con una risa suave—. Para asegurarnos de que ninguna de las dos va a morir esta noche.
Emma levantó una ceja, captando la mezcla de broma y seriedad en la voz de Zoey. Se cruzó de brazos, tamborileando con los dedos sobre su codo, antes de asentir lentamente.
—Claro, puedo hacerlo —respondió, su voz sonando un poco más firme de lo que realmente se sentía—. Esto va a doler.
Respiró hondo y cerró los ojos, concentrándose. Al abrirlos, desvió la mirada hacia ningún punto en particular, su ojo turquesa comenzó a brillar con un sutil resplandor. El destello fue breve, pero intenso, pero cuando terminó, su rostro perdió todo rastro de color.
Su expresión cambió en un instante. Sus manos volaron a su boca, como si intentaran contener una exclamación que luchaba por escapar.
Sus ojos ahora se abrían desmesuradamente, inundados por una mezcla de sorpresa y pavor. Un escalofrío recorrió su cuerpo, tensando sus músculos hasta dejarlos rígidos, y su respiración se volvió errática, casi inaudible.
Zoey, quien había estado observando todo con una media sonrisa, se enderezó de golpe al ver la reacción de Emma. Su corazón, que había estado latiendo con calma, comenzó a acelerarse, y la ligera broma que había hecho momentos antes, se reemplazó por una preocupación tangible.
—¿Emma? —preguntó Zoey—. ¿Estás bromeando? Dime que estás bromeando...
Pero Emma no podía responder.
Sus manos aún cubrían su boca, y sus ojos seguían enfocados en algo invisible, como si aún estuviera procesando la visión que acababa de presenciar.
La realidad se fue asentando en su mente, pesada y opresiva, hasta que finalmente, con un esfuerzo titánico, logró hablar, aunque su voz salió apagada, vacía.
—Es Brenda...
Se produjo un silencio sepulcral y las palabras colgaron en el aire, Zoey, que había estado esperando cualquier cosa menos eso, quedó paralizada por unos momentos.
Su mente intentó procesar lo que Emma acababa de decir, pero su cuerpo reaccionó primero. Con una expresión que oscilaba entre la incredulidad y la furia, dio una patada al aire, casi en un acto reflejo, como si pudiera descargar la frustración que comenzaba a apoderarse de ella.
—¡Lo sabía! —exclamó, volteándose con rabia—. ¡Esa hija de perra! La tenía en frente mío...
—Y Ulises también.
Zoey se quedó inmóvil, congelada en medio de su explosión de ira. La rabia que había comenzado a hervir en su interior se disipó de golpe y fue reemplazada por un frío aterrador que le recorrió la espalda.
Se giró poco a poco, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.
—¿Me estás jodiendo? —preguntó con la voz quebrada.
Emma solo negó con la cabeza. No podía hablar, no podía encontrar las palabras para explicar lo que había visto.
—¿Ulises...? —El nombre salió con dificultad, arrastrando consigo un torrente de emociones que Zoey apenas podía contener—. ¿Ulises? ¿Estás completamente segura?
Emma esta vez no lo afirmó, pero el gesto enmarcado en su rostro de tensión e impotencia lo hizo mejor que cualquier palabra que pudiera decir. Zoey tuvo que tomar aire. La idea de que Ulises, su amigo, su confidente, pudiera estar involucrado en algo tan oscuro, la dejó atónita, y una feroz sensación de desesperación comenzó a crecer en su interior.
—No puede ser...—susurró Zoey, perdiendo la batalla con sus emociones—. No él.
Ambas comenzaron a respirar con dificultad, abrumadas y desbordadas por una marea de pensamientos incontrolables.
—No quiero que se repita, Zo... —dijo Emma con dificultad, agarrándose la cabeza—. Si les pasa algo como a los Morales... —Emma se inclinó, pensando lo peor—. No, no, no...
—La puta madre que me parió...
El dolor de cabeza de Emma se intensificó, pulsando con fuerza en sus sienes, mientras Zoey sentía un nudo en el estómago que se apretaba más con cada segundo que pasaba.
—¡Mierda! —explotó Emma, recostando sus brazos en la baranda y hundiendo la cabeza.
—Necesito un trago, ya. —Declaró la ojiazul con voz firme y se dirigió como un misil hacia la cocina.
Emma la siguió, con la mente todavía agitada por las imágenes que acababa de presenciar. En la encimera, había una botella de vino espumante, la misma que Julia había abierto antes de salir.
Sin pensarlo dos veces, ambas llenaron una copa y la vaciaron en cuestión de segundos. El burbujeo del vino apenas logró calmar sus nervios, pero en ese momento, era todo lo que tenían.
El silencio que se instaló entre ellas fue espeso, tortuoso, repleto de una tensión que parecía asfixiarlas. Emma, distraída, dejó que su mirada vagara por la cocina hasta que sus ojos se posaron en la puerta de la heladera.
Allí, un pequeño imán, publicitando «Ciudad Einstein», capturó su atención. Era la ciudad más cercana al faro del fin del mundo. Emma lo observó con ojos vacíos. Zoey lo notó, pero se obligó a dejar de pensar, y empezar a buscar una solución. Observó la hora.
—Emma, hasta que Julia vuelva y reúna a todos, tenemos unos veinte o treinta minutos. Suficiente para planificar algo. —Suspiró, intentando organizar sus pensamientos—. ¿Puedes decirme qué fue lo que viste? ¿Qué tan mal está la cosa?
La rubia volvió su mirada hacia Zoey.
—Muy mal... —murmuró, buceando entre los horribles recuerdos de su reciente visión—. Esta noche van a actuar. Ulises... —Emma tragó saliva, y Zoey, al escuchar ese nombre, hizo un gesto espantoso de dolor que la obligó a llevarse la mano al pecho—. Él quiere mis poderes. No para él, sino que quiere que los transfiera a Macarena. Al parecer, cree que de esa forma ella podrá recuperar la vista.
Zoey sintió como si una bala le atravesara la boca del estómago. Su mente se resistía a aceptar lo que estaba escuchando.
—Tienes que estar bromeando... ¿Y Macarena?
—Ella no sabe nada. Verás, esto es lo que ocurrirá. En la feria habrá una atracción, la vuelta al mundo. Ulises me invitará junto con Macarena para que estemos los tres solos en una de las cabinas. —Emma hizo una pausa, el cambio abismal de pasar de «amigo a enemigo» con Ulises y Brenda todavía le resultaba increíble—. ¿Recuerdas que me hablaste de un videojuego que él estaba desarrollando?
—Sí... —Zoey asintió, atenta.
—Bueno, eso era mentira. Querrá usar tu modelo, y el de Leonard y Julia, para hacerme creer que están prisioneros en algún sitio, y obligarme a... quitarme la vida. Habló de una disposición. Es complejo, pero parece un método para que estos dones se transfieran, para ello, Maca tiene que estar presente y yo tengo que morir por mi cuenta. No puede matarme.
Zoey intentó procesar lo que acababa de escuchar, pero era como si las palabras de Emma se desvanecieran en su mente antes de que pudieran asentarse.
—Okey, okey, okey... —repitió, más para sí misma que para Emma—. Pero no funcionó. ¿Verdad? Su plan. Descubriste que los modelos eran falsos.
—Sí, adelanté la visión lo más que pude y supe que eran falsos. El problema es que, estando Macarena ahí, si yo no accedo a pasarle los poderes, Ulises perderá el control, peleamos y Macarena termina cayéndose al vacío.
—Mierda... ¡Ulises, la madre que te parió! —Zoey apretó los puños, conteniendo la furia que amenazaba con desbordarse—. ¿Y yo qué carajo estoy haciendo en ese momento?
—A eso iba, Zoey. Brenda intentará hacer las paces contigo en la feria, te llevará a un sitio aislado, junto a los baños femeninos. Hay una carpa vacía que funciona como un depósito. Ella te noquea y usa un candado con clave para atarte. Por lo que vi, parece estar peor que Ulises, no se controla para nada y termina usando un cuchillo para...
Zoey no dejó que Emma terminara. Tomó la botella de vino y la llevó a sus labios, vaciándola en un desesperado intento por acallar el terror que comenzaba a invadirla. Cuando bajó la botella, sus manos temblaban, y sus ojos se enfocaron en Emma, cuyo ojo turquesa había comenzado a sangrar.
—¡Hey! ¿Estás usando tus visiones de nuevo?
—¿Y qué esperas? —Emma respondió con voz entrecortada, limpiándose la sangre que caía de su ojo—. Necesito saber cómo resolver esto.
Zoey asintió, aunque la preocupación en su rostro era evidente. Tomó una servilleta y, con cuidado, limpió las mejillas de Emma, mientras intentaba mantener la calma.
—Bien, bien, pero... —Zoey hizo una pausa, luchando por mantener su voz estable—. ¿Pudiste ver algo que nos saque de esa situación?
Emma cerró los ojos, intentando recordar con claridad lo que había visto. Respiró hondo antes de hablar.
—Vi lo que sucedía si no vamos a la feria. Ulises me amenazará llamándome, para matar al primero que se le cruce. Brenda hará lo mismo que te haría a ti, pero a Julia.
Zoey maldijo en voz baja, apretando los dientes con fuerza.
—¡Me cago en...! Bien, a ver. Tenemos que pensar. —Se tomó un momento para concentrarse, cerrando los ojos como si intentara visualizar una salida—. Es evidente que Ulises te forzó para que no pudieras encontrar alternativas para salvarte hoy, así que tracemos un plan con la visión que tenga más probabilidades de éxito.
Emma asintió, aunque la presión en sus sienes aumentaba con cada segundo que pasaba.
—Supongo que es la que más nos expone. Ir a la feria... —murmuró, frotándose las sienes en un intento por aliviar el dolor—. Hay algo más. Cuando vi tu futuro, tú hablaste con Brenda. Intentaste convencerla de que ella no era así. Intentaste que reaccionara y recuperara el control. Estuviste muy cerca de que ella dudara. Quizás, si vuelvo a tener algunas visiones y tu conversación cambia, podrías conseguirlo.
Zoey la miró con una mezcla de esperanza y temor. Exhaló de manera sostenida.
—Bien, perfecto. Haremos eso. Desde tu lado, él solo es un peligro si tiene a alguien alrededor, ¿no? Es decir, si logras conseguir que Macarena no suba a ese juego. Tú no corres peligro con él... ¿O sí?
—Eso supongo.
—¿Y no hay forma de que tú puedas convencer a Ulises de reaccionar?
—Quizás, si consigo estar a solas con él. Podría intentarlo.
—Genial. Entonces ese será el camino a seguir. ¿Puedes usar el latido?
—Sí.
Emma cerró los ojos de nuevo, concentrándose. Respiró profundamente, los abrió, y su ojo turquesa brilló una vez más, pero esta vez el dolor fue insoportable. Se tambaleó, pero logró recomponerse, respirando con dificultad.
—¡Ey! ¿Estás bien?
—Okey, Zo. Ya sé qué haremos. —Respiró hondo, intentando calmar su agitada respiración—. Escucha con atención y graba cada palabra que te voy a decir. Si seguimos todos los pasos correctamente, y no modificamos nada, podría haber una posibilidad de que ellos vuelvan en sí. Y descubrir a la mujer de ojos rojos.
Zoey asintió.
*****
Una perfecta luna menguante coronaba el cielo esa noche, buscando esconderse detrás de unas solitarias y alargadas nubes.
Zoey encendió el cigarrillo con un chasquido suave de su mechero dorado. El brillo de la llama iluminó sus ojos por un breve instante. Su mente, era concentración absoluta.
A su lado, Emma permanecía en silencio, acariciándose las sienes con los dedos en un intento de aliviar las persistentes molestias que le habían dejado las visiones. El dolor en su cabeza aún pulsaba como un taladro, una advertencia constante de lo que estaba por enfrentar.
El vehículo que las había traído, a ellas y al grupo, ya había desaparecido en la distancia, dejando a las dos jóvenes solas en la entrada de la feria.
A unos pasos por delante, el resto de sus amigos caminaban hacia las luces y sonidos que los llamaban desde la feria, ignorantes de la tensión que envolvía a Zoey y Emma. La multitud se movía a su alrededor, bulliciosa y despreocupada, creando un contraste abrupto con la marea de emociones que ambas compartían.
—¿Lista? —preguntó Emma, su voz, un susurro que apenas logró atravesar la bruma en su mente.
Zoey no respondió de inmediato. Inhaló profundamente mientras contemplaba el tumulto que las esquivaban, dirigiéndose hacia la entrada. Luego, exhaló el aire, dejando escapar el humo en una columna gris que se desvaneció en el cielo.
Zoey se volteó, enfrentándose a la feria, dejó que el cigarrillo colgara de sus labios un segundo más antes de tomarlo con dos dedos y lanzarlo al suelo. Emma siguió su ejemplo, volviendo su mirada hacia lo que, en su mente, eran las puertas de un destino que podría, o terminar con sus vidas, o brindarles una breve cuota más de tiempo.
Las luces brillantes parpadeaban en las atracciones, y el olor a algodón de azúcar y frituras llenaba el ambiente entero, mezclado con el sonido distante de risas y gritos. Sin embargo, esa festividad colectiva no alcanzó a tocar sus emociones; sus rostros permanecieron impasibles, y sus expresiones endurecidas.
Zoey, con la voz baja y cargada de una determinación que no dejaba espacio para dudas, murmuró.
—Vamos.
Al mismo tiempo que pronunciaba esa palabra, aplastó el cigarrillo con la punta de su bota, extinguiendo el último resquicio de su breve calma. Las dos comenzaron a caminar hacia la entrada, embutiéndose a la boca del lobo en silencio y navegando entre la marea de las personas, con una finalidad clara.
La noche había comenzado.
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