11. La experiencia completa



Varios días habían pasado y el caluroso atardecer caribeño no daba tregua. En uno de los patios centrales del anillo uno de la universidad Vanlongward, varias mesas de piedra estaban esparcidas en el área verde, cada una acompañada de bancos del mismo material.

Los estudiantes charlaban, estudiaban y se relajaban en este rincón de tranquilidad, y en una de las mesas, Emma y Ulises Rojas se encontraban inmersos en una intensa partida de ajedrez.

Emma tenía el ceño fruncido, concentrada, mientras usaba sus visiones para intentar vencer a Ulises. Cada vez que ella hacía un movimiento, su mente se llenaba de posibilidades y futuros alternativos que la confundían y agotaban. Aunque podía ver el resultado de un movimiento en un segundo en tiempo real, las innumerables ramificaciones y variaciones resultaban abrumadoras.

Ulises, mientras tanto, mantenía una actitud serena y observadora. Sabía que su amiga podía ver el futuro, pero también sabía que eso no siempre le daría la ventaja en el ajedrez. Cada vez que Emma realizaba un movimiento, Ulises cambiaba su estrategia, adaptándose rápidamente y llevando a Emma a un callejón sin salida.

Emma inició una nueva partida moviendo su peón a e4. Observó el tablero con detenimiento, permitiéndose un instante para evaluar las posibilidades.

Ulises asintió, respondiendo rápidamente.

—Peón a e5.

Emma utilizó su poder para ver el resultado de varias jugadas posibles. En un segundo, múltiples futuros se desplegaron ante ella, pero cada uno parecía llevarla a una conclusión inevitable. Siguió con su estrategia inicial.

—Caballo a f3.

Ulises sonrió, moviendo su propio caballo a c6.

Emma adelantó otro peón, sintiendo la presión aumentar.

—Peón a d4.

Ulises capturó el peón sin dudar.

—Peón por d4.

Emma entrecerró los ojos por un breve segundo, intentando ver el futuro inmediato. Las visiones se amontonaban en su mente, mostrándole diversas ramas de posibilidades. Decidió continuar con una jugada agresiva.

—Caballo por d4.

Ulises respondió sin titubear.

—Caballo a f6.

Emma, ya empezando a sentir la fatiga mental, adelantó su reina para ejercer presión.

—Dama a d3.

Ulises movió su peón, bloqueando cualquier avance inmediato.

—Peón a d5.

La frustración de Emma aumentaba con cada movimiento. Cada visión le mostraba que, sin importar cómo cambiara sus jugadas, Ulises siempre tenía una respuesta preparada. Intentó otra estrategia, adelantando su alfil.

—Alfil a e3.

Ulises respondió capturando su peón central.

—Caballo por e4.

Emma movió su peón para intentar forzar al caballo a retroceder.

—Peón a f3.

Ulises simplemente retrocedió su caballo a una posición segura, con una actitud relajada.

—Caballo a f6.

Cada intento de ver más allá la dejaba más cansada. Las visiones se volvían borrosas y confusas, multiplicándose en un mar de posibles futuros. Ulises observaba su frustración, consciente del esfuerzo que ella estaba haciendo.

Emma decidió enrocar para proteger a su rey y poner en juego su torre.

—Enroque corto.

Ulises movió su dama con determinación.

—Dama a d6.

Emma suspiró y entrecerró los ojos de nuevo, tratando de encontrar algún futuro en el que pudiera ganar, pero entre todas las posibles variantes solo encontró decenas de derrotas.

—Olvídalo. Me rindo. No sé qué hacer... —dijo echando un suspiro—. No encuentro la forma de ganar. Todos los «latidos» que uso me muestran que pierdo en cada ocasión.

—No te frustres, Emma. Es lógico, si lo piensas —dijo Ulises, mientras reunía las piezas para guardarlas en la caja—. Escucha. Soy un jugador muy experimentado. Cuando era niño gané algunos torneos de ajedrez en la escuela. Aunque puedas saber qué movimiento haré y actúes en consecuencia, me adaptaré para intentar ganar de otra forma.

—Oh, ¿me estás echando en cara tu excelente nivel? —bromeó la rubia.

Ulises echó una breve risa.

—Más o menos. Solo te falta más experiencia. Probablemente, en este momento, no me puedas ganar porque todavía se te es imposible hacerlo. Por eso siempre ves futuras derrotas.

—Aun así, es decepcionante.

Ulises sonrió.

—Sigue intentando. Ya verás los frutos más adelante. De hecho, has hecho un enroque, cuando nunca te enseñé como hacerlo.

—Sí, es porque vi cómo lo usaste en varias ocasiones y quise intentarlo.

—A eso me refiero.

—¡Que hay, aburridos! —dijo Zoey, dejando algunas bolsas de comida rápida sobre la mesa—. ¿Cómo te fue?

Emma negó desilusionada y Zoey sonrió, divertida.

—¡Owww! ¿Has vuelto a ser humillada?

—Más veces de la que imaginas.

—En realidad, para mí, apenas jugamos tres partidas —comentó Ulises.

—Aburrido. Traje algo para comer y un poco de compañía —dijo Zoey, lanzando una mirada hacia Julia y Brenda, que venían caminando más atrás con sus propias bolsas de comida en la mano.

Julia y Brenda saludaron a todos y se sentaron en la mesa. Mientras todos degustaban sus hamburguesas, platicaban y comentaban anécdotas de lo que habían hecho en sus primeras semanas de clases, Emma recibió un mensaje de Macarena, y ella le contestó con un mensaje de voz.

—¡Hola, Maca! Claro que puedes venir, estamos comiendo algo en el patio del anillo uno. ¿Quieres que te busque?

Luego de unos momentos, Emma recibió una respuesta a texto.

—Dice que está cerca, así que vendrá por su cuenta.

De todos los presentes, la única sorprendida resultó ser Julia Suárez, quien tuvo que tomar un sorbo de gaseosa para hacer pasar el trozo de hamburguesa que se le atoró en la garganta.

—¿En serio a nadie le parece raro eso?

—¿Qué cosa? —preguntó Brenda.

Julia apuntó al celular de Emma.

—¡Eso! ¿Cómo es que Maca puede enviar mensajes de texto?

Todos echaron a reír.

—Magia... —respondió Emma, lanzándole a Julia una mirada divertida.

—¡En serio! ¿Qué clase de celular tiene? Además... ¿Cómo puede buscarte a ti entre sus contactos?

—¡Dios, Julia! —compartió Zoey tentada—. ¿De verdad no se te ocurre cómo? Vamos, sé que puedes deducirlo.

—¡No! Y no digan que es una obviedad porque no lo es. ¿Realmente ella es...?

—¡Julia! —la reprendió Brenda—. Deja de decir tonterías. Tiene un teléfono inteligente, es obvio.

—¿Y? ¡Yo también y no por eso puedo escribir con los ojos cerrados!

Una vez más, todos en la mesa echaron a reír. Ulises, mientras tanto, levantó la mirada y pudo ver a Macarena llegando al patio, así que se apresuró a ayudarla a llegar a la mesa. Cuando volvieron, Maca saludó a todos los presentes y tomó asiento.

—Maca, escucha... —comenzó a decir Emma divertida—. Julia tiene un enorme misterio que quiere que le resuelvas.

—¡Vamos, Emma! —se quejó Julia—. Estoy hablando muy en serio. La duda me está matando.

—¿Qué pasó? —preguntó Macarena, divertida, mientras acomodaba sus gafas oscuras.

—Ella quiere saber cómo puedes textearte con Emma —dijo Brenda.

Macarena se vio tentada, pero intentó contenerse. Metió la mano a su bolsillo, usó su huella para desbloquear el celular, y con voz clara y firme dijo:

—Siri, envía un mensaje Julia Suárez, que diga: Así es cómo puedo enviar mensajes a través de mi celular. Emoji de corazón y emoji de besito.

El celular contestó:

Enviando mensaje a Julia Suárez que dice: «Así es cómo puedo enviar mensajes a través de mi celular». ¿Quieres enviarlo?

—Sí —respondió Maca, todavía conteniendo la risa.

Enviando mensaje a Julia Suárez.

Y como por arte de una magia tecnológica que Julia desconocía hasta ese momento, su celular emitió el sonido de notificación, y todos volvieron a estallar de risa.

—¡Ey! No era tan obvio para mí...

—Está bien, no pasa nada —contestó Maca—. Antes del accidente, tampoco sabía que podía hacer eso.

—Y yo perdiendo el tiempo usando mis dedos... —balbuceó Julia—. ¡Me gusta! ¿Qué más puedes hacer?

—Casi todo. Llamar a alguien, buscar información en internet, escuchar música. A veces Siri escucha lo que quiere, pero te acostumbras.

La conversación continuó fluyendo entre risas y anécdotas variopintas. El tiempo transcurrió como un suspiro, Emma miró su reloj y se levantó, excusándose.

—Bueno, chicos. Tengo que irme, hoy toca hacer mucha tarea —dijo, despidiéndose con una sonrisa.

Zoey la siguió poco después, alegando que tenía que ir al trabajo. Las risas se atenuaron y la mesa se quedó más tranquila. Un poco más tarde, la siguiente en despegar vuelo fue Julia, quien miró a Brenda y sugirió:

—¿Me acompañas a la biblioteca? Necesito retirar unos libros.

Brenda dudó un momento, echando una mirada veloz hacia Ulises y Macarena, que parecían inmersos en sus pensamientos.

—¿Sabes? Creo que me quedaré un poco más, Julia —le dijo con una sonrisa—. Nos vemos luego. ¿Sí?

Julia asintió extrañada, pero le restó importancia. Recogió sus cosas y se fue. En ese momento, Ulises y Macarena endurecieron los rostros sin que nadie se diera cuenta, observando cómo Julia se alejaba.

Brenda, por su lado, aguardó a que estuvieran los tres solos antes de arrimarse a ellos y hablarles en voz baja.

—Chicos, escuchen. Estuve pensando en lo que hablamos con Madison y creo que podríamos adelantarnos un poco y darle una sorpresa...

Ulises la cortó inmediatamente, con un tono frío y severo.

—¿Qué mierda estás haciendo, Brenda? ¿Cómo carajo se te ocurre mencionarla aquí?

Brenda retrocedió ligeramente, sorprendida por la dureza de sus palabras.

—Tranquilo, no hay nadie cerca...

Macarena intervino e intentó suavizar la situación, aunque su voz fue apenas un susurro.

—Escucha, Bren. Nos estás exponiendo demasiado. El simple hecho de no acompañar a Julia podría despertar sospechas. Solo mantente apegada a lo que ya se discutió. ¿Sí?

—Que en tu caso... —espetó Ulises con gravedad, clavándole una mirada aterradora—. Es no hacer nada.

Brenda apretó los labios, conteniendo la sorpresa y el dolor que le generaron esas palabras. La sensación de exclusión la invadió, pero se esforzó por no demostrar su enfado.

—Entiendo —dijo finalmente, asintiendo. Se levantó y se marchó sin mirar atrás.

La tensión quedó suspendida en el aire mientras Brenda se alejaba, dejando a Ulises y Macarena en un silencio incómodo. Ulises suspiró de manera sostenida e intentó relajarse, Macarena sintió el malestar en el muchacho y buscó su mano.

—Ey... —dijo ella dibujando una sonrisa—. ¿Te gustaría comer un helado? Creo que me caería muy bien.

De repente, todo aquel enfado que Ulises había empezado a manifestar en su cuerpo se borró por completo y una genuina sonrisa nació de sus labios. Aceptó la propuesta, gustoso.

El parque a las afueras de la universidad era un oasis de tranquilidad, con senderos sombreados por robles centenarios y bancos estratégicamente colocados bajo frondosos árboles.

La heladería, situada en una esquina pintoresca, era un punto de encuentro popular para los estudiantes. Ulises y Macarena estaban sentados en una mesa de hierro forjado, siendo agasajados por el sonido de las hojas susurrando en el viento y el murmullo distante de una fuente cercana que componían un fondo relajante.

Ulises tomó una cucharada de su helado de chocolate mientras miraba a Macarena, quien degustaba lentamente un helado de vainilla.

Su cicatriz horizontal en la zona de los ojos era una marca visible de su pasado, pero su sonrisa era radiante, una mezcla de fortaleza y resiliencia.

—Debe haber sido difícil adaptarse a este nuevo estilo de vida —dijo Ulises, rompiendo el silencio con suavidad.

Macarena asintió mientras mantenía una expresión serena a la vez que giraba la cuchara en su helado.

—Sí, al principio fue muy frustrante y muy... negativo —admitió agachando la cabeza—. Pero tuve suerte de tener a Isaac. Él siempre tenía una manera única de hacerme reír y verle el lado positivo a las cosas. Supongo que quise imitar su humor y buena vibra, así que intenté salir adelante como fuese.

Ulises sintió una punzada de curiosidad y, quizás, algo de lástima.

—No puedo imaginar cómo sería vivir sin volver a ver —dijo, tratando de comprender su realidad.

Macarena, notando su tono, sonrió con picardía.

—Solo cierra los ojos y listo —bromeó.

Ulises rio, aunque sus pensamientos seguían dando vueltas. Luego, una idea tonta se le cruzó por la mente. Empezó a hablar, pero se detuvo.

—¿Sabes...? Nah, es una tontería...

—Vamos, dímelo... —lo animó Macarena, con la curiosidad despertada.

Ulises se sintió un poco avergonzado, pero continuó.

—Estaba a punto de probar cerrar los ojos, pero no quería que eso te ofendiera.

Para su sorpresa, Macarena se mostró divertida.

—No, todo lo contrario. No suena mal. La verdad, me gustaría sentirme acompañada al menos un rato —dijo con una sonrisa cálida—. De hecho, tengo un pañuelo en mi cartera. ¿Te gustaría probarlo?

Ulises la miró, considerando la propuesta. Finalmente, aceptó, intrigado por la experiencia. Macarena sacó un pañuelo suave y se lo ofreció. Ulises lo tomó y, con un gesto casi solemne, se lo colocó sobre los ojos, ajustándolo para bloquear completamente la luz.

—Esto... tiene mucho perfume —bromeó.

—¡Ups!

El mundo de Ulises se sumergió en una oscuridad total. La experiencia le resultó un tanto extraña, pero también emocionante. Intentó volcarse en sus sentidos, y en poco tiempo fue capaz de percibir la brisa rozando en su rostro y los sonidos del canto de las aves a lo lejos, junto al ruido del agua de la fuente a sus espaldas.

—¿Ya está? No puedo saber si te lo colocaste o solo estás en silencio...

—¡Oh, lo siento! Sí, ya tengo el pañuelo —Ulises se tomó un momento; la voz de Macarena parecía escucharse con un poco más de claridad ahora—. Esto es... espero no te ofendas, pero es un poco raro.

—Sí, lo sé —dijo Macarena entre risas—. Bienvenido a mi mundo, Ulises Rojas. ¡Ja! ¡Me gustó decirlo!

Ulises sonrió.

—No te voy a mentir. Solo estoy aquí sentado contigo y... —Ulises buscó las palabras adecuadas—. Me da un poco de miedo.

—¿Un poco? ¡Ni siquiera has probado caminar con esto! —De repente, a Macarena se le ocurrió una magnánima idea—. ¡Oh! ¿Sabes qué? —dijo arrimándose hacia el chico—. Te reto a un desafío.

—Oh... Ahora tengo más miedo.

Macarena fue incapaz de aguantar la risa.

—Escucha, escucha. Te desafío a pasar toda la tarde conmigo, con ese pañuelo en los ojos.

—¿Toda la tarde? —inquirió Ulises con un evidente temblor en el tono de su voz.

—Ajá... —continuó la muchacha—. Quiero enseñarte una experiencia más completa, si es que te atreves, pero ya te adelanto, que si lo logras... —dijo susurrando en voz suave—. Te daré un regalo.

—Uh, ahora se puso interesante. ¿Qué tipo de regalo? ¿Hay algún límite de precio?

—Lo que tú quieras, Uli. ¡Pero sin trampas! En serio, por favor... no me gustaría que lo arruines.

Ulises movió su mano con torpeza, intentando sostener la mano de Macarena, pero sin darse cuenta metió su mano en el helado de la chica. Ambos echaron a reír.

—¡Lo siento! Quería sostenerte la mano y decir que no iba a hacer trampa. ¡Uhg! —dijo, sacudiendo la mano para limpiarse el helado—. Esto es difícil... pero lo haré.

—¡Genial! ¡Porque ya tengo planeado qué vamos a hacer! —dijo ella, divertida.

—¿Ah si? ¿Qué...?

—¡Vamos de paseo a Ciudad Arquímedes!

Ulises sintió un nudo de pavor materializarse en su garganta que le llevó a toser.

—¿Qué...? ¿Quieres ir a la costa? ¿Así?

—¡Obvio! ¡Será muy divertido!

—¿Pero y si la gente me ve...?

—Esa es la mejor parte... —comentó Macarena con voz jocosa, codeando al chico—. Nunca sabrás quién te vio.

Ulises echó una risita nerviosa.

—Te prometo que te cuidaré —dijo Macarena—. También te enseñaré a usar el bastón blanco. ¡Es genial cuando le tomas el truco! ¿Y entonces? ¿Aceptas mi desafío?

Ulises dibujó una gran sonrisa en su rostro y un enorme nudo de nervios se arremolinaron en su pecho.

—Sí. Acepto. Creo que será... una gran aventura.

—¡Ni te lo imaginas! —dijo Macarena divertida—. ¡Bien! Nuestra primera misión será tirar estos helados al cesto de basura.

—Eh... —Ulises titubeó—. ¿Cómo...? Ni siquiera recuerdo dónde están.

Macarena se tentó.

—Novato.

*****

Ulises y Macarena se subieron al autobús con cierta dificultad. Ambos iban del brazo, y Macarena lideraba la marcha con una confianza y soltura que impresionaba a Ulises. Encontraron dos asientos libres, cerca de la mitad del autobús, y se sentaron.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Macarena, mientras el autobús arrancaba con un suave vaivén.

—Es... diferente —respondió Ulises—. Me siento un poco mareado, pero creo que es porque mis otros sentidos están tratando de compensar la falta de visión.

A medida que viajaban, Ulises escuchaba los sonidos del autobús con una nueva claridad. Los murmullos de las conversaciones, el sonido del motor, las frenadas ocasionales y las puertas que se abrían y cerraban. Sentía también el leve balanceo del vehículo a medida que tomaba las curvas y se detenía en los semáforos.

En una parada particularmente concurrida, una madre con un niño pequeño subió al autobús. El niño, curioso al ver a Ulises con el pañuelo, se acercó y lo miró fijamente.

—¿Por qué llevas eso en los ojos? —preguntó el niño, con la inocencia característica de su edad.

Ulises tardó un poco en reaccionar.

—Yo... Estoy haciendo un experimento —respondió con nervios.

—Y yo lo obligué —añadió Macarena divertida.

El niño pareció considerar la respuesta por un momento antes de volver con su madre, quien se arrimó a Ulises.

—Es admirable lo que estás haciendo —dijo la madre, con una voz suave.

Eso sorprendió a Ulises. Asintió tímidamente, agradecido por el apoyo.

El autobús continuó su trayecto, y en un momento, frenó bruscamente, y Ulises se precipitó para aferrarse al asiento, sintiendo su cuerpo ponerse tenso por el movimiento inesperado.

—Todo está bien —dijo Macarena, colocándole una mano reconfortante en el brazo—. Solo es tráfico.

Ulises respiró hondo, intentando relajarse de nuevo, pero el movimiento constante de su rodilla no daba tregua alguna. Por alguna razón, sentía que tenía sobre las miradas de todos en el autobús, hablando y susurrando a sus espaldas.

Finalmente, el autobús llegó a su parada en la costanera, al mismo tiempo, el celular de Macarena le notificó que habían llegado a su destino. Ella tomó la mano de Ulises, y lo guio para ayudarlo a bajar.

Caminaron durante un largo tramo hasta llegar a la costa. En esta ocasión, Ulises llevaba el bastón blanco, y como Maca le había enseñado, lo movía de lado a lado, con mucho cuidado, intentando poder deducir el camino a seguir.

Al llegar a la zona de la costa, Ulises sintió el cambio en el aire de inmediato. El viento costero era más fresco y salado, y el sonido de las olas rompiendo contra la orilla era poderoso y continuo. Le parecía alucinante cómo, sin ver, podía percibir tan claramente el entorno.

—Estamos en la arena ahora —dijo Macarena mientras caminaban por la playa—. Lo lograste, Uli. Disfrútalo.

Ulises obedeció, y cada paso en la arena le transmitía una mezcla de emociones. La textura granulada, la frescura de la brisa marina, el estruendo de las olas, todo se fusionaba en una experiencia sensorial intensa. Era como si, por un momento, se transportara a un mundo diferente, uno donde sus otros sentidos tomaban el control y le ofrecían una perspectiva nueva y enriquecedora.

Caminaban despacio, disfrutando de la simplicidad del momento, mientras Ulises se dejaba llevar por las sensaciones.

—Esto es verdaderamente impresionante —dijo Ulises, mientras ambos se sentaban en la arena, en una zona cercana al agua—. Es... definitivamente otra experiencia. No puedo ver nada, pero... puedo percibirlo todo. No sé como expresarlo.

Macarena dibujó una sonrisa.

—Yo tampoco. Es solo... distinto, ¿no? Supongo que hay que aprovechar al máximo de lo que disponemos. A todo el mundo le encanta ver paisajes hermosos, pero si le dices que cierren los ojos al verlos, creerán que se lo están perdiendo. Cuando en realidad estos paisajes también se pueden disfrutar sintiéndolos con gran intensidad.

—Es increíble, de verdad. Este definitivamente es un día que jamás olvidaré. —Ulises sonrió, sintiendo la brisa salina en sus labios—. Tuve tanto miedo y nervios, y a la vez, era un constante de descubrimiento sensorial que jamás había experimentado antes. Ni se me habría cruzado por la cabeza hacer algo así, pero... gracias.

Maca echó una risita.

—Gracias a ti, por ser una compañía fenomenal. Ya puedes quitarte mi horrible pañuelo de la cara.

Ulises sonrió y buscó la mano de Macarena, en esta ocasión, fue capaz de encontrarla más rápido. A pesar de no verla, ahora podía medir mucho mejor la distancia a la que estaban sentados, podía intuir la postura que ella tendría, con las manos rodeando sus rodillas, y cuando estiró el brazo, con ese mapa mental dibujado en la cabeza, y encontró su mano, exactamente dónde se había imaginado que estaría... fue, en ese pequeño y efímero instante, como si la estuviese viendo.

—En realidad, si no te molesta. Me gustaría seguir así hasta el final del día. La pizzería de mis padres está por aquí cerca, puedo decirle a una de las chicas que me envíen una pizza y la comemos aquí en la playa.

Macarena apretó los labios, dibujando una enorme sonrisa.

—¿Pizza con arena? —preguntó ella—. ¿Cómo sabías que era mi favorita?

*****

Finalmente, decidieron regresar a la universidad. Ulises se aferraba a la mano de Macarena mientras caminaban por los senderos de regreso, sintiendo la calidez de su piel y la firmeza de su agarre. Se dirigieron hacia la Torre Vanlongward, donde Macarena vivía.

Al llegar, se detuvieron frente a la majestuosa edificación, justo después de terminar de cruzar el puente en el lago.

—Gracias por hoy, Ulises. Hacía mucho tiempo que no me divertía tanto —dijo Macarena con una sonrisa sincera.

—Yo debería agradecerte, Maca. Fue un día que jamás borraré de mi memoria. Para nada me imaginaba que haría esto hoy.

—Sinceramente, tampoco yo —dijo ella con una voz más suave.

—Bien. Supongo que ya es hora... —dijo Ulises, llevando sus manos hacia el pañuelo en su cabeza.

Pero justo cuando él estaba a punto de quitárselo, sintió un contacto ligero en sus brazos que se trasladó de inmediato hacia sus manos, apartándolas del pañuelo. Al segundo siguiente, sintió que su cuello era rodeado por dos manos suaves y pequeñas que le llevaron a dar un paso adelante.

Sintió la respiración acelerada de Macarena a escasos centímetros de distancia, sus cuerpos apenas se rozaron, pero incluso pudo percibir los latidos del corazón de Maca acoplándose con los que él sentía en su propio pecho.

Ulises instintivamente llevó las manos al rostro de la chica; sus dedos acariciaron su cabello; sus rostros se arrimaron aún más, y finalmente, sus labios se encontraron. Ambos se besaron frente a la torre Vanlongward, sintiendo una alocada sinfonía de emociones y percibiendo todas sus sensaciones como nunca.

Macarena se apartó con una sonrisa divertida y dijo:

—Y por eso, todos cierran los ojos al besar.

—Wow... —Ulises apenas sabía qué decir. Su mente, su espíritu, su cuerpo, todo se percibía con tanta intensidad—. Eso fue... muy impresionante. No tengo palabras.

Ella lanzó una risita traviesa.

—Conserva el pañuelo como el «regalo» que te había prometido. Felicidades. Tuviste la experiencia completa.

Ulises la miró, aun con el pañuelo cubriendo sus ojos, y asintió con una sonrisa. Macarena se despidió y se marchó lentamente hacia su hogar.

Ulises, finalmente, dio la vuelta y se quitó el pañuelo. La humedad de las lágrimas lo habían mojado y los colores comenzaron a cobrar vida a través de sus ojos.

El lago, el agua, el césped, la universidad, el cielo. Jamás se había sentido tan emocionado como ahora. Las lágrimas simplemente brotaban de sus ojos, inagotables, pero no se sentía triste en lo absoluto. Jamás se había sentido tan bien en su vida.

Empezó a caminar, un poco desorientado, rememorando todo lo que había vivido hoy junto a Macarena; la sensación de su mano en la suya, el sabor de la pizza en la playa, y el beso frente a la Torre Vanlongward, se quedarían grabados en su memoria, como un mosaico de momentos que resonarían en su corazón por mucho tiempo.

Frenó justo a mitad de camino en el puente y volteó hacia la torre. El pañuelo, aun en su mano, se revolvía por el viento nocturno, y mientras las últimas lágrimas se deslizaban por sus mejillas, Ulises se hizo una promesa a sí mismo.

—Te prometo que recuperarás la vista... —susurró—. Así sea lo último que haga.

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