Capítulo XXXVII - Disfrutar cada segundo
Capítulo XXXVII – Disfrutar cada segundo
La sensación de libertad es algo que la mayoría de las personas asumen como derecho natural, pero cuando se te es privado de esa libertad y piensas que la escapatoria es casi inexistente, ese momento diminuto, ese preciso segundo de liberación, en dónde vuelves a recuperarla... es la sensación más gratificante en todo el mundo.
Zoey sintió eso cuando sus manos por fin volvían a la línea de su visión, temblorosas, ensangrentadas, y una de ellas, con el hueso desplazado, pero libres.
Para lo siguiente tuvo que ser veloz. De momento, todo el dolor en su mano parecía haberse esfumado, pero el ángulo en que tenía su dedo pulgar no era, para nada, normal.
Tenía que acomodarlo cuanto antes. Mordió su brazo a propósito para aguantar el inminente torrente de dolor que sentiría, y con un movimiento veloz, como si tuviese que quitarse una bendita... o millones de ellas a la vez, volvió su dedo pulgar a su lugar.
La sensación fue extraña, desagradable; sin embargo, le había resultado mucho más sencillo de conseguir de lo que había previsto. Aun así, no se privó de la mordida feroz que le echó a su brazo. Encontró un pañuelo cercano al cuerpo de Emily, lo usó para ajustarlo a su mano herida.
Y entonces la puerta se abrió.
Zoey se colocó de pie, se tomó su momento, dio unos pasos hacia el fondo de la habitación y con su mano sana, aquella que todavía tenía las esposas colgando de su muñeca, tomó aquella piedra puntiaguda «imposible» de alcanzar hace tan solo unos segundos.
Se volteó con una sonrisa en el rostro, una incluso más sádica que la de Eva, mientras jugaba a arrojar y atrapar la roca con su mano. Realmente disfrutaba de su libertad y no tenía intenciones de volver a perderla.
—Rata... escurridiza —dijo Eva, tomando el martillo que había colgado en la repisa. Avanzó unos pasos—. ¿Cómo mierda te escapaste?
Echó un vistazo a Emma.
—De ella lo esperaba. Ella es la especial —dijo volviendo la mirada a la morocha—. ¿Pero tú? Ya me cansaste. Puedo conseguirme otro chivo expiatorio. —Su brazo descendió, y el martillo de maza con él, buscando una posición de ataque—. Estuve esperando mucho tiempo para hacer esto...
Emma, a diferencia de ella, no esperó a la oportunidad. Ya la tenía justo a su lado, era ahora o nunca, se inclinó, flexionó su rodilla y apuntó una patada directa en la pierna de Eva.
Para Zoey, esa fracción de segundo fue un regalo que no iba a desaprovechar. Avanzó rauda, como una leona enfurecida, presionó la roca con todas sus fuerzas, y buscó el golpe directo a la cabeza.
Pero Eva no era ninguna tonta. Uso el martillo para contraatacar un golpe en curva hacia arriba y destrozó por completo la roca. La mano de Zoey resultó herida en el proceso y no pudo evitar echar un insulto.
Intentó recomponerse, pero Eva se le abalanzó al siguiente segundo. Sintió el peso de la chica ejerciendo presión y empujándola hacia atrás; sus pies perdían el equilibrio y buscaban recuperarlo a cada pisada que daba, hasta que su espalda sintió un impacto que la llevó a caer sobre la pila de escombros del rincón. La bicicleta se desparramó junto con la cortadora de césped y una lata de desodorante empezó a girar como loca por las cercanías.
En completa desventaja, y sin poder salir de ahí, Eva aprovechó su momento, levantó el martilló, y...
—¡Esquiva a la derecha! ¡Ya! —gritó Emma.
Zoey no lo pensó, hizo una fuerza bestial para llevar toda la mitad de su torso hacia el lado derecho, el martillo golpeó el suelo en un golpe seco y brutal.
—¡Su brazo!
La oji azul aprovechó para adherirse al brazo de Eva, y a pesar de no recibir más instrucciones futuristas para valerse ahora mismo, creyó que intentar arrebatarle su arma sería una buena idea, pero su contrincante no pensaba dejársela tan fácil.
Eva cerró su puño libre, lo llevó atrás con todas sus fuerzas y...
—¡¡Suéltala, Zoey!!
Teniendo una fe ciega en Emma, impulsada más que nada por la adrenalina, Zoey soltó a su atacante justo en el momento exacto. Eva fue tomada por la inercia de preparar su segundo golpe, retrocedió un paso, pisó la lata en el suelo y se desplomó.
Y así, el martillo se quedó a los pies de una nueva dueña. Zoey lo tomó, se incorporó con una enorme dosis de ira transmitiéndose en su rostro, y entonces...
—¡No...! —dijo Emma, pero no pudo evitarlo.
—¡¡MARC!! —gritó Eva con todas sus fuerzas.
Zoey la golpeó sin miramientos, pero en vez de seleccionar la cabeza como punto de impacto, lo hizo, midiendo sus fuerzas, y dándole un golpe en el cuello, en la zona del bulbo raquídeo. Eva cayó inconsciente.
—No soy una asesina, Clark... —le dijo mientras se acercaba a paso veloz hasta la puerta.
Del otro lado había un pasillo que conectaba a unas escaleras en ascenso, y hacia el costado derecho, se hallaba una puerta que se encontraba abierta. Zoey se arrimó con cuidado de no hacer ruido.
—¡¿Qué quieres...?! —preguntó Marc, quien se mantenía bastante ocupado lustrando y limpiando su nueva y reluciente adquisición: una Pietro Beretta. La examinó hipnotizado. ¿Por qué nunca se había comprado un arma antes? Siendo tan bellas... El joven arrugó el rostro al notar que su hermana no respondió a su pregunta. Eso lo hizo enojar... mucho—. ¡Hey! ¡Te estoy hablando! ¿¡Qué carajo pasa allá, Eva!?
Zoey se asustó y volvió hacia el sótano, pero antes de cerrar la puerta, vio un llavero en el muro a su lado y a pocos centímetros de su mejilla con un manojo de cuatro llaves —dos de ellas, muy pequeñas y alargadas—.
De repente fue azotada por un hormigueo que jamás había sentido en su vida. No era doloroso, para nada, sino más bien, reconfortante, y se tradujo allí, en lo profundo de la boca de su estómago. Le resultó extraño.
Conque así se sentía tener... suerte.
Tomó el manojo de llaves, cerró la puerta, y liberó a Emma para que ella también pudiese sentir ese gustito a libertad embriagador. Ambos se sonrieron durante unos segundos, pero la realidad, o más bien, Marc... llegó para irrumpir aquel momento.
Golpeó la puerta con efusividad y violencia. Las bisagras clamaban que frenera, pero esa no era una opción para el muchacho. Emma y Zoey se comunicaron sin emitir sonido alguno, tan solo con gestos y el movimiento de sus labios.
«¿Qué hacemos? ¿Lo enfrentamos?». Preguntó Zoey. Al mover sus manos, las esposas que llevaba colgadas a la muñeca tintinearon entre ellas. Había olvidado quitárselas aunque tuviese las llaves.
«¡No sé!». Dijo Emma, y aunque pudiese ver el futuro, evitó hacerlo. Su cabeza le zumbaba, sus ojos eran dos brasas encendidas y lo que ella conocía como el latido, esa molestia apenas perceptible en su ojo, ahora era un tambor de una orquesta de padecimiento, que no paraba de asediarla un solo segundo.
Pero la rubia no se quedó con su respuesta y buscó una solución echando una mirada a su alrededor. Y ahora que era capaz de explorar libremente toda la extensión de aquel sótano... esa ventana alta del fondo ser veía muy tentadora.
Ambas tuvieron su primer acuerdo telepático y no les bastó darse la orden para viajar hacia aquel ventanal a toda velocidad. La rubia se desvió del camino para buscar sus pertenencias —y también los de Zoey— en la mesa. No era mucho, pero guardó todo en sus bolsillos y corrió al fondo donde la morocha la esperaba con un balde que dio vuelta y colocó debajo de la ventana. Había sido lo único que había podido encontrar en el desastre de la esquina.
Zoey subió primera, abrió el ventanal hasta el tope, se trepó, y con ejercer un poco de fuerza en sus brazos fue capaz de levantar su cuerpo y hacerlo pasar por la abertura hacia el otro lado.
Se dejó caer sin más; ni siquiera le importó que su espalda se golpeara con la parte inferior de un bote que había del lado exterior de la cabaña, porque esa caída y ese golpe significaban una sola cosa. Era libre. Eso era todo para ella.
Ahora solo faltaba Emma; colocó su pie en el balde y se trepó. Usó ambas manos para aferrarse al filo de la ventana, pero entonces, en el siguiente segundo, su mundo se vino abajo.
Eva, aun en el suelo, había pateado el balde, y el cuerpo de Emma sucumbió a los terrenos de la gravedad. Se retorció de dolor, y para empeorar las cosas, Marc logró desencajar la puerta de un disparo.
Ambos Morales la acorralaron, y a Emma no le quedó más remedio que entregarse a su fatídico destino...
Su ojo apagó su brillo. Emma volvió a su presente. Se hallaba de pie, encima el balde. ¿Su visión se había activado por sí sola? No había tiempo para preguntas ahora. Si no actuaba rápido...
Metió la mano en su bolsillo —rebuscó entre sus cosas con urgencia y celeridad— y empleando la visión en bucle, se dio media vuelta y arrojó lo primero que sus dedos tocaron.
La réplica del anillo de Luxus sobrevoló el aire a toda velocidad y aterrizó, preciso, certero, y contundente, en el ojo derecho de Eva.
La chica gritó, y ese segundo era todo lo que Emma necesitaba para treparse hacia la ventana. No esperó más y saltó al otro lado. Se dejó caer mientras escuchaba el disparo de Marc, sus pies se resbalaron al pisar el bote, y perdió el equilibrio, pero Zoey la atajó a tiempo.
Ambas se incorporaron y echaron a correr.
Ahora, un bosque de proporciones inmensas se abría paso para ambas: la pregunta que imperaba era... ¿Hacia dónde tenían que ir? Pero eso poco importaba, mientras fuese lo más lejos posible de los desquiciados hermanos Morales.
Y mientras tanto, los desquiciados hermanos Morales hacían exactamente lo contrario, buscando seguirles la pista.
Marc intentó buscar la llave para abrir las esposas solo con un vistazo, al no conseguir ver nada, la mejor forma que se le ocurrió fue disparando hacia las cadenas.
Por supuesto, lo hizo en dos intentos, ya que había fallado el primero estrepitosamente. Eva no rezongó en lo absoluto. Su interior ardía en deseos de aplastar una cabecita morocha con sus propias manos y eso era en lo único que podía concentrarse ahora mismo.
Ambos salieron fuera de la propiedad. Marc sabía en qué dirección buscarlas y las localizó al instante. Ambas estaban bastante lejos, pisando el horizonte visible del bosque y corriendo hacia el norte de la isla. Echó una sonrisita de lado.
Iban a un callejón sin salida.
Marc levantó su arma al frente. No quería apuntar correctamente, solo quería asustarlas un poco con el ruido. Disparó y la bala rezongó en el aire, recorrió un trayecto que rozó la perfección, y aun sin quererlo, quizás por coincidencia, quizás por suerte, o quizás por una habilidad innata que ni el propio Marc sabía que tenía, la bala atravesó el muslo derecho de Zoey...
Emma tuvo una visión más.
Esta había sido sin aviso previo. Exactamente igual a la última vez. Era algo de un microsegundo en tiempo real. En un momento se encontraba corriendo, buscando un lugar al que ir, y al otro, tenía la enorme certeza de que a Zoey la alcanzaría una bala.
Su instinto la llevó a echar un vistazo hacia atrás.
Marc alzó su brazo... El corazón de Emma se revolucionó por completo y un torrente de desesperación la llevó a empujar a Zoey en plena carrera, con todas sus fuerzas.
Escuchó el disparo y se apartó, sintiendo su cuerpo tan pesado como una roca, como si quisiese moverlo a mucha más velocidad, pero siendo eso imposible...
La bala pasó silbando a su lado para enterrarse en un árbol.
Zoey quiso protestar. Había terminado en el piso, había caído sobre la mano que le dolía como la puta mierda, y unas rocas la habían lastimado las rodillas... pero al ver eso, el temor, la incertidumbre, y tantas cosas inexplicables para ella sucediendo a tanta velocidad, la abrumaron por completo. No dijo nada.
Emma la ayudó a levantarse y ambas se adentraron a las profundidades más frondosas del corazón del bosque de Aldebarán.
En el camino sus manos no se separaron, ninguna guiaba a la otra, ninguna sabían hacia dónde se dirigían... La acción en sus mentes era sencilla: esquivar árboles, no caerse y no detenerse hasta estar lo suficientemente alejados de sus persecutores.
De pronto, el sonido del cauce de un río llevó a la ojiazul a parar la oreja por un instante. Declaró que seguir el sonido sería una buena idea, y la rubia no se opuso en lo absoluto con la condición de que sus piernas continuaran en movimiento.
Siguieron su trayecto, pero el terreno no le dio tregua; los caminos eran sinuosos e irregulares, en ocasiones iban en ascenso empinado y varios metros después se veían obligadas a descender. A eso se le sumaba atravesar un suelo repleto de ramas acumuladas, raíces enormes, frutos caídos y colmado de pedruscos de diferentes niveles de tamaño y filo.
Una vez más, escucharon el sonido del río. Estaban cerca, pero todavía no les era posible ubicarlo con la mirada.
El camino dejaba pocas opciones de avance. Frente a ellas se asentaba un muro de árboles, lo demasiado rejuntados como para poder atravesar entre ellos. Por otro lado, el camino hacia la derecha —ladera arriba— parecía dificultoso y se alejaban del ruido del agua que resonaba con bastante fuerza por el lado opuesto.
La opción dos, hacia la izquierda, parecía la más viable para rodear aquella densa arboleda. Tomaron esa dirección, y unos cuantos metros después, se toparon con un severo descenso de no más de dos o tres metros, que conectaba directamente con el río, en donde una pequeña, pero poderosa cascada les saludaba.
Sus miradas saltaron en automático hacia una construcción de madera que estaba pegada al muro lateral de la cascada. El agua se deslizaba justo a su lado y la estructura se enfrentaba al despeñadero en su zona más alta.
Emma pensó en ella como un molino, y Zoey también en un principio, pero luego se percató de que no tenía una rueda. Parecía una casa de aspecto antiguo, quizás de los mil novecientos, a juzgar por el abandono, el nivel de deterioro y el formato enteramente echo de tablones viejos y destruidos.
A su vez, la parte delantera de la construcción presentaba un pilar de formato cuadrado —hecho, también, de troncos y tablones entrelazados entre sí—, que descendía hacia la zona más baja de la cascada, y en cuyo interior fluía un torrente de agua del río.
—Podemos escondernos ahí —declaró Emma. Apenas con aire en sus pulmones para pronunciar aquellas palabras.
Zoey observó a su retaguardia con apremio.
—No es que no quiera descansar, pero siento que es un escondite muy obvio —dijo la morocha—. Aunque quizás podemos encontrar algo útil allí.
—Vale la pena intentar.
—Bien. Vamos —dijo la oji azul, guiando el paso.
El camino que bordeaba el despeñadero era estrecho y se encontraba recubierto de maderones rotos y amontonados en el suelo, que parecían ser los vestigios de un viejo camino de tablones.
Zoey sintió un pinchazo fuerte, angustiante y desesperante de pavor cuando su pie resbaló al pisar uno de ellos. Su mano y la de Emma, se vieron forzadas a separarse. El descenso fue veloz pero breve... y doloroso, y sus rodillas se llevaron la peor parte al caer directamente hacia las rocas.
—¡Mierda! —Emma, para su suerte, pudo permanecer en la zona alta—. ¿Estás bien?
—La madre que me p... —Zoey se incorporó. Vio la sangre escurrirse por sus piernas y fluyendo hacia el agua al levantarse. Permaneció unos segundos en silencio para tolerar el potente ardor—. Estoy bien... hecha mierda. ¿No pudiste prevenir esto?
—No uso mis visiones todo el tiempo.
—¡Deberías!
—¡Por aquí! ¡Escuché voces por aquí!
Ambas se petrificaron y sellaron sus labios de inmediato. Sus oídos habían escuchado los pasos venideros de sus persecutores y sus miradas, transmitiendo un pinchazo de pavor, se comunicaron todo...
Tenían que esconderse.
Emma continuó por el sendero de tablones rotos y buscó ocultarse en el interior de la estructura abandonada. Por otra parte, a Zoey no le quedó más remedio que buscar cobertura pegando la espalda en el muro del despeñadero, buscando ser invisible en el punto ciego.
Y llegaron ellos.
Zoey no podía verlos, pero si escucharlos. Ambos merodeaban en las cercanías, justo sobre su posición, susurrando, buscándolas y persiguiéndolas hasta el final.
Aguantó el aire y agudizó el oído.
—¿Estás seguro de que era por aquí? Quizás escuchaste el agua... —preguntó Eva, deteniéndose en la cima del precipicio.
—No, no fue el agua. Fueron sus voces. Estoy seguro —dijo Marc.
—Entonces hay dos opciones. O fueron río abajo, hacía Centauri, o hacia el norte. Yo digo que fueron río abajo.
Marc negó repetidas veces y apuntó hacia la construcción.
—Te apuesto lo que sea a que están en la estación de compresión. Yo me ocultaría ahí.
—Bien. Busca por allá —dijo Eva—. Yo iré por este lado. Cualquier cosa, usa el Walkie.
—No hará falta —dijo él, divertido, levantando su camiseta y mostrando su arma—. Escucharás el estruendo, hermanita.
Los hermanos tomaron rumbos opuestos.
Zoey pudo escuchar las pisadas de ambos alejándose. Vio a Eva avanzar por el sendero que perseguía el cauce del río, por lo que ella no resultaría un problema de momento, pero no podía decir lo mismo de su Marc. Él iba directamente hacia Emma.
Tenía que hacer algo.
Zoey salió de su escondite y lo siguió con extremo cuidado desde la zona inferior del despeñadero, hasta que lo perdió de vista. Tenía que hacer algo para advertir a la rubia o correría un grave riesgo. Sus ojos evalaron las opciones que disponía para escalar aquel risco, había algunos sitios buenos para hacerlo si se volvía, pero saltaba a la vista, que la manera más veloz de llegar a aquella construcción era por aquel pilar de madera.
Se acercó para verificar su resistencia. Lo empujó e intentó moverlo, pero se asentaba tan firme como un gran roble. Eso era una buena señal. Su mirada calculó la altura una última vez, se hizo valiente con un resoplido, y empezó a escalar.
Las primeras pisadas resultaron más sencillas de lo que se hubiera imaginado. Las piezas de madera tenían separaciones entre sí que le permitían aferrarse fácilmente, tanto con sus manos como con sus pies. En su interior se formaba una canaleta por el cual el agua fluía uniformemente, salpicándola un poco, pero si no hacía ningún paso en falso, llegaría arriba en cuestión de segundos.
Por desgracia, hubo un factor que no tuvo en cuenta en su escalada.
La repentina aparición indeseada de una silenciosa y sigilosa rastafari que la sujetó de los tobillos en mitad del camino a la cima. Zoey se alertó, ahogó un grito de terror, y nada pudo hacer ante el poderoso tirón que sintió su pierna.
Ambas cayeron al agua.
*****
Emma lo había intentado todo, pero cuando su ojo turquesa se apagó, no pudo evitar ocultarse de la vista de Marc.
Ella se hallaba de cuclillas en frente de un ventanal en el piso superior de la edificación. No había tenido tanto tiempo como para poder ocultarse, y aunque lo hubiese tenido, no le serviría de nada.
El lugar no era precisamente amplio y espacioso, y a pesar de tener diversos y enormes materiales de madera pútrida adornando su interior, se encontraba bastante desolado.
El lugar contaba con la planta baja, estrechada por las decenas de montones de basura y aparatajes rotos que desfilaban en ambos extremos, bloqueando cualquier acceso a los muros laterales o las ventanas.
Lo único sano, por increíble que pareciera, era una escalera pequeña de cinco peldaños que conectaban a un entretecho hacia el final de la sala. Allí se encontraba Emma, recibiendo el frescor del aire ingresando por un ventanal superior.
Por último, justo debajo de ella y siguiendo un tramo más hacia el fondo, se encontraba un pasillo angosto, extenso, y sin puerta alguna, que no llevaba a ningún lugar más allá de un precipicio, la parte alta del pilar de formato cuadrado, y una bonita caída directa hacia el río.
La madera del piso inferior rechinó con los pasos de Marc.
—Sabía que te encontraría aquí, ojitos multicolor.
Emma no contestó de inmediato. Continuó en cuclillas. A sus pies se encontraba el fragmento de una viga del techo que había colapsado. En un extremo había un enorme clavo de un grueso considerable, y que, incluso con la base torcida a noventa grados, era tan largo como una barreta de metal.
Hizo un último intento para desencajarlo de la madera hasta que finalmente lo logró. Ahora si, la rubia se colocó de pie y viró hacia él. Marc se sorprendió al verla sonriente.
—Curioso. Yo también sabía que te encontraría aquí —dijo ella.
—Oh, claro —Marc asintió y le apuntó con el dedo—. Ella nos advirtió de ese don tuyo.
—¿Ella? ¿Tú la has visto? —preguntó con interés—. ¿Quién es? ¿Cómo es? ¿Por qué le hacen caso? Creí que éramos...
—¡No te confundas, primor! —interrumpió él. Emma notó sus músculos tensarse y su mirada endurecerse en un solo segundo. Había algo muy mal con él y Eva... en especial con su paciencia—. Yo no le hago caso a nadie. ¡Yo hago lo que yo quiero! ¡Siempre! —Marc volvió a avanzar—. Ahora vendrás conmigo por las buenas, o por las malas...
—¿Y si no quiero, qué? —esgrimió ella con seguridad—. ¿Me asesinarás?
Marc echó una risotada engreída.
—Es verdad, no puedo matarte. El trato era entregarte a ella, pero puedo hacerlo con uno o dos huecos en la rodilla. No hará la diferencia mientras estés viva.
Emma sonrió. Al menos, fingió hacerlo. Se encontraba muerta del miedo, pero la única forma de lograr que Marc transitara el camino que ella había visto, era pinchándolo en dónde más le dolía: su enorme ego.
—Te sientes muy superior con esa arma, ¿eh? —Descendió un escalón.
—No soy idiota. No nací ayer. Ella me advirtió que tú podrías ser mil veces más letal que cualquiera, con una simple moneda. No me jodas. Ese clavo podría matarme en cualquier momento si me descuido...
—Guau. Gracias por tu confianza hacia mí. En ese caso, te propongo algo...
Emma descendió el último peldaño y arrojó el clavo hacia atrás, este rebotó algunas veces esparciendo un sonido metálico estridente por toda la habitación y se detuvo justo en la orilla del precipicio.
—Nada de armas para mí, y claro, nada de armas para ti. Tengamos una pelea justa. Marc el rápido, contra... simplemente yo.
Morales echó una risotada. El trato pareció agradarle.
—Está bien. Es interesante...
El joven depositó su arma en el suelo, aceptando el desafío. Emma, por su parte, solo tenía una cosa que hacer: ganar la pelea. Su vista en este momento menguaba de a ratos, y anticiparse a los movimientos de su rival sería una labor complicada, pero había entrenado con Mikael para una situación semejante.
Podía hacerlo.
Cerró los puños, subió la guardia, inclinó su torso ligeramente hacia el frente y avanzó.
*****
—Hija de perra... —Zoey, haciendo uso de un último rezago de energías, reptó una última vez para llegar hasta la orilla.
Su cuerpo entero era un calvario en este momento. Echó una mirada hacia atrás y un puño se estrelló ferozmente en su rostro.
—¡Punky! ¿No me digas que te cansaste? ¡Pero si esto recién empieza!
Eva tomó a Zoey del cuello de su camiseta, la obligó a levantarse, y conectó un feroz cabezazo que la dejó una vez más empotrada en el suelo. La morocha apenas podía ver con claridad, mientras que Eva parecía todavía más envalentonada.
La rastafari se le arrimó, cerró una mano en el cuello de Zoey, y con la otra —puño cerrado—, empleando una fuerza impulsada por una incipiente rabia, empezó un juego de ida y vuelta con la cara de la morocha como punto de impacto.
Zoey recibió los primeros tres golpes, y luego usó sus brazos para cubrirse. El siguiente puñetazo de Eva salió desviado al chocar con su codo —le había dolido como los mil demonios, pero al menos había conseguido un segundo valioso de tiempo—, de inmediato, conectó una patada frontal que tuvo la suerte de golpear en la boca del estómago de su contrincante.
Eva se descolocó y la soltó.
Zoey aprovechó para tomar distancia a rastras, rápidamente se colocó de pie, siguió ganando distancia tras unos pasos más, se dio la vuelta, levantó la guardia y escupió al suelo.
Una mezcla espesa de saliva y sangre, —y rezaba que no un diente también—, hizo «splash» al fundirse en una roca cercana.
Todavía se encontraba agotada, pero eso era lo de menos. Ahora mismo la rabia era su motor, y sus puños, el vehículo que llevarían a esa maldita hija de perra a un viaje lleno de dolor.
—Déjame adivinar... —Zoey se anticipó antes de que Eva emitiera ruido alguno—. Estuviste esperando este momento durante mucho tiempo. —Sonrió y de inmediato, su mueca cambió a una de dolor cuando tensó el pañuelo de tela que tenía envuelto en su mano—. No te voy a mentir. Yo igual.
Zoey levantó los puños.
—Sí, acertaste... —dijo Eva. También levantó sus puños—. Ya tenía muchas ganas de molerte a golpes desde que me interrumpiste en el baño y...
—Oh, espera. ¿Vas a disfrutar mucho esto?
Eva echó una risotada y apretó los dientes en una sonrisa macabra. Los cuerpos de ambas se movían en círculo por inercia, salvando las distancias.
—Eres una...
—No te voy a mentir... —Volvió a interrumpir Zoey. Sus tobillos eran abrazados por una ligera capa de agua, que se salpicó de repente cuando ella avanzó—. ¡Yo también!
Estiró su codo hacia atrás, juntó fuerzas y conectó un derechazo que impactó directo al rostro...
****
...Marc dobló el cuello en el último golpe que había recibido, pero se recuperó de inmediato y arremetió con un rodillazo.
Emma fue capaz de evitarlo echando su peso hacia la pierna izquierda. La otra la elevó y conectó una patada en medio del rostro que echó hacia atrás a su contrincante...
*****
...Eva sujetó la pierna de Zoey como una prensa hidráulica, la rodeó con un brazo y empezó a golpearla en la rodilla. Una, dos, tres veces... pero no llegó a la cuarta.
La ojiazul usó su libertad en ambos brazos para conectar un golpe brutal al rostro de Eva. Le dolió horrores, pero continuó, una, dos, tres...
Algo en el interior de Zoey se movilizó: miedo.
Eva no parecía una persona normal. Ni siquiera se quejaba por los golpes, solo se limitaba a observarla, y sus ojos no transmitían nada más que locura, alienación, y ahora... un brillo escarlata los rodeaban.
Eva usó la pierna de Zoey y la lanzó hacia la pared del despeñadero...
*****
....El dolor del impacto contra el poste de madera se tradujo en toda su espalda. Emma ahogó un grito de dolor y se echó a un lado, intentando alejarse, pero sin perder el equilibrio.
Divisó el ataque de Marc gracias a ver la proyección de su sombra y volvió hacia el poste de nuevo, lo rodeó, y e intentó alejar las distancias, pero Marc parecía que se tomaba su estúpido apodo muy en serio, y no dudó ni un segundo en volver a arremeter de manera violenta y a una enorme velocidad.
Emma esquivó un golpe inclinándose hacia atrás, tal como Mikael le había enseñado. Recordó que pasó una clase entera en la que habían estado practicando maniobras evasivas. Emma había usado sus dones en cada intento, y con ello, logró adquirir la destreza necesaria para esquivar los ataques de Marc sin valerse de sus visiones.
Sintió el aire soplando y revolviendo sus cabellos al esquivar el siguiente puñetazo.
Siguió retrocediendo, enfocada en Marc, enfocada en su postura, en sus movimientos, en el entorno...
Esquivó otra vez, inclinándose hacia atrás, retrocedió; la siguiente era una patada, podía ser capaz de intuirla, levantó su pierna y la evadió sin problemas.
Volvió a moverse, echó un vistazo muy breve hacia atrás, volvió a moverse de nuevo, no podía quedarse cerca de un muro...
El siguiente ataque dio a entender a Emma que Marc iba en serio —y que ya se estaba impacientando—, volvió a atacar, y esta vez con un impulso veloz y un salto que tenía todas las intenciones de llegar a la cabeza de Emma.
Le bastó un giro veloz y un cambio de posición.
Emma tomó distancia y esperó de nuevo.
«La paciencia es una virtud en toda pelea», recordó de su entrenador personal.
Paciencia: esquivó otro puñetazo.
Paciencia: esquivó otro más, pero esta vez, sin moverse de su lugar. Paciencia: dejó de esquivar, y esta vez...
Lo bloqueó.
El brazo de Marc quedó encerrado en la axila de Emma; inmediatamente, utilizó su brazo libre para golpearlo una vez en el rostro, luego conectó un rodillazo a su abdomen, pero Marc fue astuto y la atrapó del mismo modo que ella.
Emma liberó a Marc, retrocedió intentando recuperar su pierna, pero él, esta vez, se valió de ambas manos para retener su pie.
Sin perder el equilibrio, su cuerpo reaccionó más rápido que su mente. Ni siquiera lo meditó.
Dio un salto —el salto más fuerte que pudo—, se elevó en el aire y usó esa misma pierna para enterrarla con fuerza, en la boca estupefacta de Marc...
*****
...Eva limpió la sangre que le había quedado en el labio inferior tras esa patada sucia que había recibido. Sonrió levemente al hacerlo y volvió a atacar.
Zoey esquivó rodando hacia una lateral. Sujetó una piedra que quedó al alcance de su mano y la lanzó hacia Eva. Ni siquiera ella se esperó la buena puntería que tuvo al alcanzarle a dar en la cabeza.
Pero de nuevo, parecía que sin importar el golpe que le diera, el umbral de dolor de aquella desquiciada era nulo. Su mirada se ensombreció y avanzó a paso veloz. Zoey intentó escapar, pero su pie tropezó. No llegó a caerse, pero esa pérdida de velocidad le valió a Eva para atraparla.
El cuello de Zoey fue prisionero de las garras de una Eva que ya no parecía humana. Y eso fue confirmado cuando levantó el peso del cuerpo de la ojiazul como si se tratase de una simple muñeca. Zoey sintió la urgencia del dolor en todo su cuello. Sin embargo, la cosa no terminaba allí.
No para Eva.
—Como dijiste hace un rato... —Eva empezó a arrastrar el cuerpo de Zoey hacia el río—. Pienso disfrutar cada segundo de este momento, hija de puta.
Zoey sintió un severo impacto en su espalda y su cabeza, amortiguado de forma casi nula, por el agua del río. El nivel no era suficiente como para resultar un problema si inclinaba su cuerpo hacia arriba, pero rápidamente, Eva llegó para corregir eso.
Se postró sobre Zoey, volvió a aferrarse de su cuello, y le hundió la cabeza en el agua sin piedad alguna.
Y entonces Zoey se dio cuenta de que estaba empezando a morir.
Escupió aire, y se insultó por hacerlo al tragar tanta agua al instante siguiente. Su corazón empezó a acelerarse en tiempo récord y su pecho empezó a temblar con fuerza. Su cuerpo quería moverse, al menos un solo centímetro, la superficie estaba ahí, a unos pocos centímetros y le era imposible alcanzarla.
No podía moverse. No podía alzarse. Intentó forcejear, intentó golpear, intentó patear, lo intentó todo... pero lo único que lograba era perder energía, perder fuerzas, y perder la lucha contra la vida...
*****
...Marc y Emma cayeron al suelo al mismo tiempo.
El primero recibió un impacto feroz con un barril que se destruyó por completo cuando él cayó encima, y la segunda, fue más dócil, rodó hacia atrás y se colocó de pie en el siguiente movimiento con total naturalidad.
Marc enfureció y se incorporó de repente.
Intentó avanzar, pero decidió abandonar esa idea al ver la boca de un arma apuntando directamente hacia él. El joven se sintió un imbécil al haber caído ante un truco tan mediocre. Mostró los dientes en una sonrisa forzada que contenía toda su ira dentro.
—Ese siempre fue tu plan...
—Derecha... —dijo Emma, sin escucharlo.
—¿Eh?
—Muévete a la derecha en cuatro, tres... —Marc no lo comprendió. Emma descendió el punto de mira del arma, y apuntó a la entrepierna del joven—, dos, uno...
Marc saltó hacia un lado y Emma disparó.
La bala surcó el pasillo a toda velocidad y rebotó en el gran clavo que había en el borde del pilar de madera en la zona exterior.
El clavo cayó por el hueco del pilar, adentrándose en la corriente del río, rebotó entre los bordes internos de la madera en el descenso y no tardó mucho en llegar al fondo y salir despedido, para perseguir la trayectoria del cauce del río.
Navegó y pivotó en el agua, botó entre rocas, acarició la costa, y terminó su recorrido en un lugar muy peculiar...
La palma de Zoey.
Ella cerró su mano por acto reflejo. Y como por arte de magia, sintió que tenía algo en su poder. Con sus últimas fuerzas, descubrió que se trataba de un viejo, gran y oxidado clavo con la esquina doblada. Si hubiese tenido un poco más de oxígeno en su sistema, probablemente se hubiera reído ante aquella devastadora ironía de la vida.
Pero no lo hizo.
Juntó fuerzas, apretó los dientes, y ensartó el filo en el abdomen de Eva. Empujó una vez, y otra, y otra... contemplando como la sangre se fusionaba con el líquido sobre sus ojos. Y empujó una última vez hasta que la cabeza doblada de su arma llegó al tope.
Eva dejó de ejercer fuerza y se desvaneció en el río. Zoey, por otro lado, volvió a la vida luego de inhalar una grotesca, y hasta dolorosa, bocanada de aire.
*****
—¡Arhhgg!
Sus oídos zumbaron, Emma sintió la sangre en su mejilla y un chispazo eléctrico de dolor que sacudió su cabeza por completo.
Jamás había estado tan al límite como ahora. Recordó haber sentido algo similar en Club Zero, pero esta vez el padecimiento había sido tan intenso que no pudo hacer más que quedarse paralizada...
Y sabía, por el retumbar de las pisadas aceleradas de Marc, que eso no era una buena señal.
Hizo lo posible por recomponerse y observar al frente. Marc ya la había alcanzado e iba directo hacia el arma. Sin pensarlo demasiado hizo algo de lo que se arrepentiría más tarde: lanzó la pistola al cielo, y giró su cuerpo para esquivarlo.
Lo primero le salió bien y Marc pasó de largo, pero luego, en el momento en que el arma quedó en suspendida en el aire y ella intentó volver a atraparla, su visión la traicionó por completo.
No podía ver nada.
Todo a su alrededor eran manchas blancuzcas y sombras borrosas. Se asustó y quedó inmóvil. Marc lo aprovechó para abalanzarse, empujó a Emma, e intentó tomar el arma en el aire, pero no lo consiguió.
El arma rebotó —con una suerte increíble de que no se disparó de forma automática—, y terminó cerca del pasillo. Marc fue corriendo hacia ella sin dudarlo y Emma lo siguió.
O, al menos, eso intentaba. Apenas podía saber si iba por buen camino o no. Se fregó la vista con la palma y otro pinchazo de padecimiento vino a saludarla. La sensación era horripilante y angustiante. No veía con claridad y se sentía perdida y asustada...
Pero no disminuyó la carrera, pudo percibir un resplandor brillante al frente, y dedujo que sería aquella salida hacia el barranco. Apretó el paso persiguiendo el sonido de las pisadas de Marc hasta que se detuvieron por completo.
Marc llegó hasta su objetivo, reclamó el arma como su propiedad una vez más, y se volteó con apremio. Sus ojos, —desprendiendo un leve resplandor rojizo—, se arrugaron ante la sorpresa.
El arma se disparó, y un segundo después, Emma y Marc cayeron directos al vacío.
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