Capítulo XXXIII - A-Normal


Capítulo XXXIII – A-Normal



La profesora Rotingham fue la primera en descender. Cuando las suelas de sus zapatas apisonaron el empedrado de su nuevo y apasionante destino, inhaló con goce manifiesto, el aire con aroma a pinos frescos, árboles, ríos, lagunas, montañas, animales... y a naturaleza. Mucha naturaleza.

La sensación de libertad la embriagó por completo y le regaló una radiante sonrisa al cielo. Nubes cero, el clima perfecto. Nada podía salir mal este día. Su cabello cobrizo, una maraña de rulos abultados que ató a un listón para mantenerlo firme, rebotó de manera simpática al compás de sus pasos.

Esperó a que todos los alumnos se reunieran junto a ella luego de descender de los autobuses, para darles una cálida bienvenida, como solo ella podía hacerlo. Antes de empezar a hablar se tomó otro breve momento para respirar el aire de la libertad. Era como una droga para esa mujer.

—¡Buenas mis chiquitines! ¡Hemos llegado! —dijo ella expandiendo sus brazos a los lados—. El parque natural Aldebarán nos abre las puertas a una nueva y apasionante aventura de descubrimiento, y como muchos ya sabrán, tenemos cientos de actividades por realizar aquí...

Emma desvió su atención de la profesora y volcó la mirada sobre Ada. Ella le devolvió una sonrisa de esas que le daban vómitos internos. Si había algo que detestaba era cuando esa chica sostenía esa actitud relajada y esos aires de pasividad-agresividad que se le notaba aunque estuviese en la punta de la montaña más alta de Aldebarán.

Emma no podía quitarse de la cabeza aquella breve plática antes de ascender a los buses. Ninguna había vuelto a dirigirse la palabra desde ese entonces, pero lo que había dicho, cómo lo había dicho y en especial quién lo había dicho...

Había sonado cómo si ella supiese.

Negó para sí misma. Quizás había sido una mera coincidencia. Una elección de palabras que, casualmente, contenía la frase «ver el futuro». No tenía por qué preocuparse de algo así. Se rascó la nuca, incómoda. ¿O si...?

No, imposible. No podía saberlo. Ella no podía saberlo, porque en ese caso, con todo lo que había pasado entre ellas y ese odio mutuo que existía entre ambas... si Ada supiese, lo sabría todo el mundo. Resopló e intento, como ya era una costumbre desde que había llegado a esta isla, dejar de sobre pensar tanto las cosas.

Por suerte, las actividades que había para hacer en Aldebarán le quitarían un poco ese peso de encima. Si bien todavía quería entrenarse con Mikael para lograr enfrentar a lo-que-sea que se le cruzara por su camino. Tenía que hacer caso a las palabras de su terapeuta y aprender a relajarse y disfrutar de las buenas cosas de la vida.

Según lo poco que había escuchado de su profesora al hablar, había un infinito mar de actividades a disfrutar, y podía hacer cualquiera de ellas. Decidió volver a volcar su atención en el discurso de su profesora. Verla le recordaba mucho a su estadía en el crucero.

Rotingham terminó de explicar detalladamente el punto de encuentro Centauri: un lugar formado por tres edificios de estructura rústica, dispuestos en semicírculo.

Uno era una regalería muy completa, con un mercado interno pequeño, pero equipado con todo lo esencial para salir al bosque sin privarse de nada; el siguiente era usado por los organizadores que habitualmente manejaban al grueso de turistas para ofrecerles —y cobrarles— por los distintos recorridos; el último se trataba de un restaurante inmenso, responsable de replegar, en toda la periferia central, un surtido de mesas, sillas y sombrillas para tentar a los agotados y juveniles cuerpos a descansar y consumir sus deliciosos alimentos regionales.

Había un cartel muy llamativo que decía: «Prueba el pan de carne de Aldebarán. Arrepentimiento cero, garantizado» con una llamativa foto que activó las salivales de la rubia. Cuando Rotingham terminó de hablar, la gente se dispersó de la fila y Emma fue como un misil teledirigido hacia sus dos mejores amigas en la isla: Julia y Brenda, que como siempre en este tipo de excursiones, iban en paquete.

—¡Esto es la bomba! —gritó Julia, completamente poseída por el espíritu aventurero—. ¡Vamos a hacerlo todo! ¡Tenemos unas doce horas! ¡Quiero ir a la montaña! ¡Al salto en bungee! ¡Quiero las canoas! ¡Quiero los paseo a caballo! ¡Lo quiero todo!

—¡Julia! ¡Diez cambios! ¡Quiero que bajes diez cambios! —le dijo Brenda, tomándola de los hombros—. ¡Porque si tú no bajas! ¡Nos iremos a las nubes! ¡Yo quiero la tirolesa en el barranco! ¡El paseo en lianas! ¡Rafting, por amor de Dios! —En ese momento, Brenda se percató de la presencia de Emma. Soltó los brazos de Julia y se clavó a los de la rubia—. ¡¿Dónde carajo estabas, nena?! ¡Tenemos mucho que hacer! ¡Y no sé por dónde empezar!

Emma no pudo evitar tentarse. Amaba a este par. Siempre hacían su estadía en este mundo mucho más fácil. A veces amaría poder revelarles el secreto de su don a ellas...

«Mierda...», pensó. Otra vez pensando en sus dones y preocupándose cuando había acordado con su mente no hacerlo por las próximas horas. ¿Tan rápido había perdido contra ella misma? Suspiró. No pensaba rendirse.

—Chicas. Necesito ayuda... —dijo ella con voz seria. Muy seria.

Ambas la observaron con preocupación e inquietud.

—Dime, cariño.

—Sí. ¿Qué pasa?

Emma se acercó a Julia, la tomo de las manos y le quitó uno de sus anillos.

—Estoy entre salto en bungee o la tirolesa extrema por el despeñadero —dijo mientras su rostro iba dibujando una sonrisa que dedicó a ambas. Guardó el anillo en una de sus manos y las cruzó a su espalda—. Elijan un número del uno al diez. ¡Ya!

Ninguna lo pensó. Simplemente, le siguieron el juego.

—¡Diez!

—¡Uno!

—¿Qué? ¿En serio? —Emma se tentó—. Había elegido el tres, así que gana Brenda. Te toca elegir la mano. Si sale el anillo será el salto, y si no sale el anillo, será tirolesa. ¿Ok?

—Uhhh... será totalmente aleatorio —dijo Julia—. Me gusta. ¡Me encanta! ¡Anda Brenda! ¡Elige nuestro destino!

—Muy bien, elijo...

—Ah, ah, ah... —irrumpió Emma con perspicacia—. Antes debes saber que la que elige: se sube primero. Sea lo que sea.

Brenda aceptó el desafío con la cabeza alta y una mirada llena de seguridad. Eligió una de las manos de la rubia y lanzó la moneda.

Su primer destino fue la zona de los barrancos de Rosamonte. Un lugar que se encontraba, al igual que todo, en el parque Aldebarán, oculto en medio de la naturaleza. El barranco presentaba una tirolesa que conectaba la cima de una de las montañas con la zona opuesta, a través de un descenso que se podía describir con tres palabras: peligroso, peligroso y peligroso... y rápido, también.

Bajo sus pies, el poderoso cauce de un río las saludaba e intimidaba a la vez. Brenda ya estaba preparada y equipada para el descenso y solo le faltaba una chica delante de ella para ser la siguiente. Se volvió hacia Emma y Julia.

—No sé si pueda hacerlo... esto es muy alto.

—Tranquila... —la animó Emma—. Si no quieres... vas a tener que hacerlo igual porque hiciste un pacto. El pacto del anillo.

Julia besó su anillo y repitió las últimas palabras que había dicho Emma.

—El pacto del anillo.

—Maldito pacto del anillo. —Brenda volvió a mirar hacia la tirolesa. La chica que se arrojó dio un grito severo que le heló los huesos—. ¿Y si se cae? ¿Y si...?

—En estos casos no hay que pensar, solo actuar —dijo Julia acompañándola para que se pusiera los arneses—. Además, hay muchas maneras de morir. Puede que un tornado sacuda tu pueblo o que tu pie se quede atorado en las vías de un tren, pero de todas esas maneras... morir mirando un paisaje como este, creo que es la mejor de todas.

Brenda se quedó muda durante un segundo. Observó a Julia, quien disfrutaba cada segundo de padecimiento de su amiga y luego a Emma.

—No vas a morir... —certificó Emma... y lo certificó de verdad—. Te apuesto mi vida.

—Wow... No sé de dónde sacas esa seguridad, pero... gracias —aceptó la joven de ojos alisados. Tomó valor, y mientras pendía del cable, subió las rodillas al pecho. El instructor la empujó hacia el abismo—. ¡Las veo del otro lad...! ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!

Las chicas no pudieron evitar estallar en carcajadas.

La prueba del anillo los llevó a su siguiente destino; luego de disfrutar del bello paisaje de los árboles y el río vistos desde una panorámica aérea, a unos cuantos kilómetros, siguiendo por el sendero montañoso, se hallaba el puente Playado: una estructura de hierro en cuyo epicentro se había instalado un salto en bungee.

Y no era cualquier salto en bungee con una zona acuosa por debajo, no... El río a sus pies se había secado con el tiempo, y todo lo que se veía era nada menos que el verde de un bosque que, a esas alturas, parecía infinito. Una caída desde un punto tan elevado, era una muerte firmada.

Julia se consideraba una persona temeraria en sus adentros. Alguien fuerte y segura de cada decisión que tomaba en su vida, pero esto la superó por completo. Si bien su mente le decía: «¡Vamos! Esto será la bomba», sus rodillas temblequeando no pensaban lo mismo.

Aun así, sin importar esa sensación de presión que sentía en su pecho, quería hacerlo. Desde aquel terrible accidente en el faro del fin del mundo, su mente, aquella parte automática y que almacena los pensamientos en segundo plano, no podía parar de hacerle recordar a Daniel en cada nueva oportunidad.

Y montada en el filo de este puente, la asociación fue inmediata.

De repente, el miedo se esfumó y sobrevino una fuerte sensación de enojo e ira. No dijo nada más y ni siquiera se volteó para ver a Emma o a Brenda, así como cerró sus ojos, se lanzó...

Si lo peor pasaba, al menos volvería a verlo en el más allá.

Por supuesto, lo peor nunca sucedió. Y la imagen de Daniel fue reemplazada por el abrazo de una naturaleza que se la devoró por completo, y sumado a la adrenalina de un salto sin igual, su garganta expresó todo su goce extremo en un gran y sostenido grito.

Mientras tanto, en otro punto remoto de Aldebarán, una chica presentaba dificultades para adaptarse a su cabalgata. Puesto que Dante, su caballo color café, se frenaba en medio del paseo todo el tiempo.

—¿Qué le pasa a este caballo? —espetó Zoey, sacudiendo las riendas como si su vida dependiera de ello—. ¡Muévete!

—No lo hará —le dijo una voz a su derecha.

La oji azul se volteó.

—¡Hey! —Sonrió al ver a Flavia—. ¿Qué haces aquí? ¿Vienes a burlarte de mi caballo rebelde?

—No es rebelde —respondió la chica y se acercó hasta estar a la par de Zoey—. Está cagando. Espera y volverá a encaminarse.

Justo después de decir esas palabras, como si el animal le hubiese oído, retomó el paso.

—Ah, así que eso era... —Zoey volvió a agitar las riendas. No lograba nada con ello, pero se sentía increíble al hacerlo—. ¡Me encanta esto! Es como... tener el control. Aunque soy consiente de que no controlo ni mierda. Está domesticado, pero me hace sentir que si y eso me basta —dijo Zoey, con la palabra «diversión» estampada en toda su cara. El caballo tuvo que descender en una zona empedrada inclinada. Zoey estiró sus piernas, como si estuviese «pisando el cielo», para sostenerse a través de los estribos—. ¡A esto me refiero! ¡Vamos, Dantesin! ¡Al infierno y más allá!

Flavia se tentó.

—Así que cambiaste tu viaje en avión por uno a caballo, ¿eh? —dijo la chica, sonriente.

Zoey lo recordó.

—¡Ah! Es verdad. —Atisbó a Flavia desde el lomo de Dante—. ¡Mil gracias por tu recomendación! No era mi intención que convencieras a tu padre de salvarme el culo...

—Tranquila. No tuve que convencerlo. Ya te lo dije, él te aprecia mucho. Ese día que tuviste la pelea en la universidad, estaba realmente molesto. Él no quería expulsarlas, pero los alumnos las habían visto y no podía hacer nada más que acatar las reglas.

—Oh... ¿De verdad?

—Claro. ¡Te lo digo yo! Estuvo toda la noche molestándome con sus murmullos constantes... ¡Estúpida Fisher! ¿Cómo puede arruinar su carrera de esta forma? ¡Teniendo tanta capacidad! ¡Es igual al tonto de su hermano!

—Sabes... no sé hasta dónde sentirme halagada, pero, en definitiva... gracias a ambos. No estaría sobre Dantesin de no ser por ustedes —dijo palmeándole el lomo y frotándolo al segundo siguiente—. ¿Quién es el cabaliito más bonito de todos? ¡Tú, mi amor! ¡Tú!

—Te veo... feliz —le dijo Flavia, irguiéndose—. Se te nota.

—Oh, claro que lo estoy. —dijo Zoey—. Uli está en perfecto estado, mejorándose cada día más. Estoy montando a este hermoso animalote. —Guardó silencio—. Y respecto a un tema personal, he tenido grandes avances...

—Suena muy bien.

—A propósito... —Miró de nuevo a Flavia. Ella llevaba una gorra azul y una camiseta blanca, con una estampa que decía «Punto de encuentro Centauri»—. ¿Estás trabajando como coordinadora aquí?

—¿Qué me delato? ¿Mi camiseta? ¿Mi gorra? ¿Mi pase «all inclusive» a todas las actividades?

—Definitivamente tu gorra azul. Es un espanto. En fin. ¿Y tú qué tal? ¿Cómo estás con ese tema no-tan-importante que te tenía preocupada?

—¿Mi novio? Bueno. Ya no somos novios —dijo Flavia con un deje de tristeza en su color de voz.

—Oh. ¿Quieres hablar sobre ello?

—No quiero aburrirte...

—¿Aburrirme? ¿Es eso posible? ¡Mira dónde estoy! ¡En un caballo! —dijo simulando tener un sombrero de vaqueros—. ¡Yija, Flavia! Cuenta que tenemos mucho tiempo.

—Muy bien... —le contestó, apretó las riendas y su caballo se colocó junto al de Zoey, mientras esquivaban unas rocas y se metían en terrenos boscosos—. Hice lo que me habías dicho: fui frontal. Pregunté hacia dónde iba nuestra relación y cuáles eran sus intenciones...

—¿Y se lo preguntaste?

Flavia asintió.

—Al principio me decía lo que yo quería escuchar, pero mientras lo hacía, tenía su puta mirada clavada a su queridísimo celular.

—No sea que se le vaya a caer de la mano.

Ambas rieron.

—¡Exacto! Así que tuve que insistir un poco. Le grité... y eso no le gustó, pero yo me sentí un poco mejor...

—Uh... esto promete. ¿Y qué paso luego?

*****

—El idiota de Isaac ya tenía novia —comentó Emma, deslizando sus manos en las cuerdas de uno de los tantos puentes colgantes del bosque. Siendo seguida y atentamente escuchada, por Julia y Brenda—. ¿Han visto esas películas en dónde alguien besa a otra persona y su pareja entra a la habitación y los ve? Bueno... ella es no vidente. No nos vio. Eso fue... diez mil veces peor. Lo pienso y me dan ganas de romper algo y de llorar, en ese orden.

La actividad que hacían se denominaba equilibrio selvático: diversos puentes conformados por tres sogas de un grosor considerable —dos para apoyar las manos, y una en la base, para ir avanzando—, se distribuían entre la maleza y la frondosidad del bosque.

—No jodas... —espetó Julia, detrás de Emma—. No puedes estar hablando del mismo Isaac del crucero. ¡Era un pan dulce!

—Con relleno de púas... Ahora entiendo por qué no me quiso saludar cuando bajamos del crucero. No quería que viese a Macarena. ¡Dios, qué ilusa!

—En serio, sigo impactada. No creí que él pudiera ser de esa clase de personas —comentó Brenda encabezando el trío—. Siempre lo vi muy servicial, amable y divertido. ¿Y jugaba a dos puntas?

—Pues se quedó sin una punta ni la otra... —escupió la rubia, concentrando su atención en cada paso—. Fue horrible, chicas. Yo la conocía... ¡Me sentí como una maldita...!

*****

—¡Hijo de Perra! ¿Te dijo eso? —preguntó Zoey.

Junto con Flavia, ambas bajaron de sus caballos y los dejaron en el establo trazando rumbo hacia su siguiente aventura.

—Sí, según él, yo tengo la culpa de que nuestra relación se haya deteriorado. Me dijo que no pasamos tiempo juntos, porque yo no quiero estar con sus amigos. ¡¿Y por qué debería?! Estos idiotas de Luxus me caen como patada en los ovarios. Mi padre tenía razón... ellos tenían algo raro. ¿Escuchaste del arresto de los fundadores? Ambos cayeron por fraude...

—Perdón... —Zoey se frenó y tomó dos chalecos salvavidas de un montón que había apilados dentro de un bote a orillas de un río. Retomó la fila con Flavia—. ¿Luxus?

—Sí. Créeme, que no los conozcas, es una gran suerte —Flavia se quitó un anillo brillante de su dedo y se lo dio a Zoey, quien le cedió el chaleco y contempló el brillo del aro en sus manos—. Es un grupo selecto de imbéciles que se creen dueños de todo.

—¿Y esto?

—Ese es el símbolo de la vanidad, había olvidado quitármelo hasta que empezamos a hablar... —dijo Flavia con desprecio—. Es tuyo, si quieres, pero no te dejes engañar, no es oro. Es solo una imitación pulida y nada más.

—¿Y qué? ¿Lo tiro?

—O puedes venderlo. Siempre habrá un tonto dispuesto a pagar por tonterías.

—¿Crees que me lo cambien por un celular? Necesito un celular.

—Como dije: siempre habrá un tonto.

—Genial. —Zoey colocó el anillo en su bolsillo y ninguna de las dos pudo continuar hablando.

Su bote inflable de rafting ya estaba preparado. Ambas montaron junto a seis personas más. Zoey tomó uno de los remos y lo atizó en el agua con energía...

*****

En otro lugar, Emma, se impulsó y saltó en picado desde más de siete metros de altura hacia las profundidades de un lago tan cristalino como increíblemente helado.

Cuando volvió a la superficie, impulsada por su chaleco, flotó hacia sus amigas y Julia retomó:

—¿Entonces no te molesta que Brenda salga con Leonard?

Emma negó.

—¡Nah! Estoy bien... —Sus cabellos se le habían pegado a la cara y los removió—. Ya se lo dije a Brenda, me molesta más que me ignoren. ¡Y eso va para ti también, Julia!

—¿Yo? ¿Ignorarte? —Julia sonrió con ironía mientras todas flotaban plácidamente de espaldas rumbo a la playa—. Escucha, libro cerrado. Tú no me puedes decir nada. Cuando estamos juntas estoy inconscientemente esperando que te quedes mirando a la nada, y en algún momento digas algo como: ¡Tengo que irme! ¡Adelántense, chicas!

—Uhhhhh... —secundó Brenda, divertida—. Eso es verdad. Siempre tienes que irte misteriosamente.

—¿Qué? ¿En serio hago eso?

—La primera vez que lo hiciste fue en la piscina del crucero. Te llamé varias veces y me ignoraste por completo —dijo Julia—. Brenda al menos avisó que se iría con Errol.

—En la caminata al faro del fin del mundo también. ¡Ni siquiera fuiste al faro! —dijo Brenda.

—En club Zero, exactamente lo mismo.

—Ahí no fui la única en desaparecer, que yo recuerde... —espetó Emma mirando de soslayo a Brenda.

—Ok. Sí, lo admito. Estaba con Leonard, pero, en mi defensa, vi cómo observabas a Isaac y pensé: quizás ya se olvidó de él.

Emma sonrió, pero luego recordó que Isaac era un tarado y le salpicó agua.

—No nos desviemos del tema principal —retomó Julia—. La cuestión aquí son las desapariciones misteriosas de Emma. ¿Qué pasa con eso? ¿A dónde vas? ¿Qué haces? ¿Te drogas o algo así?

—Bueno... —La rubia dejo de nadar. Sus amigas amainaron el flote y permanecieron atentas a sus palabras—. ¿Quieren saber la verdad?

—¡Claro!

Emma observó a los lados. Quería asegurarse de que no hubiese gente alrededor. Por suerte, lo único que sus ojos alcanzaban a ver era un lago de enormes proporciones, bosques, montañas y pura naturaleza a 360°. Guardó silencio. Su mirada se enfocó en un punto en el cielo con detenimiento, suspiró y se volvió hacia sus amigas.

—Lo siento. Debo irme... —dijo y comenzó a nadar a toda velocidad hacia la costa—. ¡Una carrera hasta aquella cueva!

—¡Hey!

—¡Vuelve aquí! —dijo Julia—. O te subiré a la montaña más alta y te dejaré...

*****

—Caer... desde aquí... sería mortal. ¿Sabías?

Las manos de Zoey se aferraban a la saliente de la ladera de una montaña pequeña y acondicionada para practicar escalada. Flavia le insistió en hacerlo, ya que, según ella, las vistas desde la cima eran una verdadera obra de arte natural.

Y por más que Zoey se negó a practicar esa actividad al principio, terminó accediendo. Tenía que dejar acceder a todo lo que le pedían con tal de obtener comida a cambio o su vida podría acabar muy rápido.

La escalinata para principiantes empezaba unos pocos metros antes de llegar a la cima y presentaba una inclinación diagonal que permitía agarrarse mejor a las rocas y a una red de sogas y ganchos que mantenía a los escaladores seguros. Por lo general, ese tramo solo se usaba para quienes querían sacarse una foto del tipo: «Miren todos, estoy escalando una montaña».

—¿Te estás vengando por qué te empujé en el rafting? ¿O traerme aquí fue un plan de tu padre para borrarme del mapa? Ninguna de las dos me extrañaría... —dijo Zoey. Cada una de sus fibras musculares se encontraban ocupadas, manteniéndola lo más fusionada posible a las rocas.

Flavia se tentó.

—Vamos, Fisher. Este tramo se puede escalar hasta sin las manos... mira allá, hay una mujer que te cuadriplica la edad y está perfectamente.

En efecto, junto a Zoey, ascendiendo como si de un juego de niños se tratase, una mujer de más de seis décadas cargados en sus hombros, se detuvo a su lado, le devolvió un guiño amistoso, y continuó su ascenso con total liviandad. Sin usar las manos...

—Señora... ¿Podría llevarme con usted?

—¡Vamos, Zoey! Solo avanza. Un paso a la vez. No corremos ningún tipo de peligro. —Flavia le tendió la mano y le regaló una sonrisa—. ¡Te prometo que vale la pena! Porque lo que verás en la cima, será...

*****

—¡Increíble! —Emma se encontraba tirada como estrella de mar sobre una arena blanca como la nieve.

A su alrededor, la oscuridad de una cueva le rodeaba. A poco menos de diez metros sobre su cabeza, la luz del día se colaba por decenas de orificios naturales en la superficie alta de la caverna.

Había uno, el agujero más grande de todos y el que más luz dejaba ingresar a la caverna, que permitía vislumbrar el celeste del cielo y el amarillo del sol a lo alto.

A sus lados, Julia y Brenda se encontraban emulando su misma posición, avistando hacia el cielo infinito.

—Como me encantaría poder detener el tiempo en este preciso momento —dijo Brenda, anestesiada por la belleza de todo este lugar.

—Pensar que hay personas que viven toda su vida en sitios como este. Privilegiados hijos de perra... —dijo Julia.

—Privilegiados hijos de perra... —repitió Emma, divertida—. ¿Podemos quedarnos aquí unas mil horas, chicas?

—Por mí sería genial, pero tendrás que cazar un pez o me moriré de hambre —espetó Julia.

—Cazaré un leon si es necesario...

—Estoy devastada... —dijo Brenda—. Este día fue increíble. Mis músculos ya no pueden moverse más.

—Y todavía no termina. Por la noche empezará la competencia por grupos.

—¿Qué competencia? —preguntó Emma.

—¿No escuchaste a Rotingham? Dijo que a la noche se sortearán grupos para una competición de supervivencia en la intemperie. Debemos conseguir un lugar donde montar una tienda de campaña, hacer fogatas, conseguir alimento, y muchas cosas aburridas más...

—Eso no suena aburrido... —dijo Emma con entusiasmo manifiesto—. Me gusta. ¿Pero estaremos solos en medio del bosque? ¿No es peligroso?

—Emma... —Brenda giró su cabeza para mirarla—. ¿Tienes problemas de atención?

—Puede... ¿También lo explicó Rotingham?

Sus amigas sonrieron a la par.

—Si...—contestó Brenda—. No estaremos solas. Después de lo que pasó con el secuestro de ese chico, Ulises Rojas, habrá muchas personas de segundo y tercer año vigilando los bosques con radios.

—¿Has visto a los de camiseta blanca y gorras azules? Todos son de segundo y tercero. Se les invitó a Aldebarán para cuidarnos y se les da pase libre a cada actividad —explicó Julia—. Definitivamente, quiero hacer esto el próximo año. ¡Julia Suárez: cuidadora de niñitos de primero!

—Sí. Yo también quiero volver aquí. No me alcanzó el tiempo de hacer todo lo que quería... y casi tenemos que regresar a Centauri. —dijo Brenda, suspirando de manera sostenida.

—Lo único que deseo es que no me toque Ada como compañera... —espetó Julia—. El otro día la vi en los dormitorios de chicos. No sé que hacía, pero seguro era algo turbio.

—¿Y tú que hacías ahí? —preguntó Brenda.

Julia volteó su cabeza y sonrió de manera picarona.

—¿Tú qué crees?

Brenda echó una risa.

—Aun así, dudo que debas preocuparte de que te toque Ada... —Ahora la mirada perspicaz de Brenda se fijó en la rubia—. Con la suerte que tiene Emma, seguro que le toca a ella.

—¡Hey! Te juro que si me llega a tocar Ada, lo primero que haré será darte una patada... Y soy muy buena pateando, Mikael me enseñó bien.

Nadie más contestó. Las tres se relajaron, inhalaron el aire a humedad rocosa y arena mojada, y descansaron la vista durante unos cuantos minutos, hasta que se quedaron completamente dormidas.

*****

Zoey sonrió. Finalmente, ambas habían logrado llegar a la cima, y ahora, sentadas en el filo de la montaña, observando el mar, dibujándose a lo lejos, un lago inmenso a sus pies, y un bosque de proporciones titánicas, recubriéndolo todo, Zoey no podía encontrar una definición mejor para lo que estaba viendo que...

—¡Mierda! Esto es... una verdadera locura. Tenías razón. Esto valió la pena por completo.

—Te lo dije, desde aquí puedes verlo todo.

—¿Aquel es el río en el que hicimos rafting? —preguntó Zoey.

—No, no... es el otro. El que desemboca en aquella zona. En Aldebarán te parecerá que hay muchos ríos, pero son solo dos con muchas ramificaciones, todas provienen desde aquí, detrás de nosotras. —Señaló a un punto donde más montañas y un bosque inmenso se abría terreno—. Si seguimos llegaremos al norte de la isla. Aunque está prohibido. Privatizaron toda la zona y solo sus dueños pueden acceder legalmente.

—Que cool.

—Lo es... —sonrió Flavia—. Anteriormente, podías hacer Rafting desde el norte y recorrer todo Aldebarán en río hasta llegar al lago Milagro. Muy cerca de Centauri.

—¿En serio?

—Sí. De hecho, mi padre lo hizo. Aunque era brutalmente peligroso y si tomabas una mala salida, podrías terminar en alguna cascada natural.

—Espera... ¿Hay cascadas? ¿Pudimos haber caído por una cascada aquí?

—Oh, no. Aquí ya no hay. De todas formas, era sencillo eludirlas... solo tenías que tomar todos los caminos de la derecha. Yo lo recorrí un par de veces de pequeña... con mi padre —aclaró dibujando una sonrisa—. No conoces la palabra velocidad hasta que lo intentas.

—Ahora quiero hacerlo...

—Es realmente una auténtica aventura. Se desciende casi, casi, tan rápido como la relación con mi novio.

—¡Guau! Aplaudo tu excelente manera de retomar el tema que conversábamos antes del ráfting. Ahora entiendo que eres toda una Anderson.

—Oh, gracias —dijo Flavia, exagerando una reverencia.

—Entonces. ¿Qué sucedió?

Flavia suspiró.

—Antes me gustaría preguntarte algo —Flavia escondió su mirada haciendo de cuenta que contemplaba el horizonte—. ¿Qué opinas de las personas que les gusta... vestirse de personajes ficticios?

Zoey se sorprendió. Observó a Flavia y notó en ella una preocupación y nerviosismo que no había visto jamás desde que la había conocido.

—¿Va por ahí la cosa?

—Puede ser... —respondió Flavia sin hacer contacto visual.

La oji azul sonrió y miró al cielo.

—¿Quieres mi sincera opinión sobre eso?

—Si...

—Es algo a... normal.

—¿Qué...?

—No, no, no. No te confundas, dije: «A», «espacio», «normal».

Flavia no entendió y su rostro se lo comunicó a Zoey.

—Déjame contarte algo. —Carraspeó la garganta—. De pequeña asistí a una escuela religiosa, tenía unos once o doce. No duré mucho tiempo allí, en fin... —Sonrió para sí misma—. Recuerdo que una tarde estaba en el baño de chicas, en el espejo y, no me preguntes por qué, junto a mí llegó una chica de un curso superior y me guiñó el ojo y se marchó. Así de la nada. Ni siquiera cruzó una palabra conmigo... —Flavia notó un sutil rubor en las mejillas de Zoey—. Y fue lo único que necesitó para flecharme, la muy perra.

—Amor a primer guiño.

—Sí, totalmente... el problema es que, como toda niña tonta que no tenía ni idea de lo que me pasaba. Me puse en modo obsesiva y empecé a espiarla. —Encogió los hombros—. Nada del otro mundo. Solo me le quedaba mirando cuando me la cruzaba y mi mente hacía el resto.

—¿Y hablaste con ella?

—¿Estás loca? ¡Jamás! —gritó observando al acantilado—. ¡Nunca sabrás la verdad, Yessenia! ¡Nunca!

Flavia echó a reír.

—Retomando, un día me pregunté a mi misma: ¿Qué carajo estoy haciendo? ¿Por qué me le quedo mirando todo el rato? Y si, me di cuenta de que me gustaban las chicas. ¡Y me gustaban demasiado! Pero tenía que disimularlo, porque, aunque me moría por contárselo a alguien, no podía hacerlo...

El semblante de Zoey se tiñó color nostalgia, con pequeños salpicones de tristeza.

—Mis maestros, mis maestras, mis amigos, mis amigas. Todos en esa escuela hablaban sobre la maldita palabra con «G», como si eso pudiese contagiarse como una gripe. —Sonrió y observó a Flavia—. ¿Y qué decían? Que lo que sucedía a personas como yo... —Guardó silencio—. Era algo anormal.

Flavia esbozó una mueca de resentimiento.

—Lo mismo que me pasa a mí. Bueno... no es lo mismo. No es que quiera comparar ambas situaciones. Quería decir que era lo mismo porque...

—¡Hey! ¡Relájate! —dijo Zoey palmeándola—. No soy una fanática extremista que va a tergiversar el sentido de tus palabras para culpabilizarme y sentirme ofendida en un mundo que todavía le cuesta aceptarme. ¡Madura, Anderson!

Ambas rieron.

—Ok. Perdón. Mi error... sigue, por favor.

—¡Ya! Deja de disculparte. Quiero llegar a un punto con toda esta historia. No es porque me guste hablar de cómo me descubrí lesbi. Que me gusta, pero no va a cuento. —Zoey volvió la mirada al cielo—. En ese momento, mi hermano Teo era la única persona a la que se lo podía confesar. Hubiese querido contar con mi hermana Adaline, pero digamos que ella no estaba disponible en ese momento. De todas formas me gustó haberlo hablado con él. Aunque al principio, casi lo mato... —Sonrió para sí misma—. El idiota me dijo, que lo yo escuchaba en la escuela, que lo que mis compañeros y profesores decían... era todo verdad. ¡Y lo que me sucedía era a...normal!

—¿Por qué te dijo algo así?

—Porque lo que me pasaba a mí... —Zoey no fue capaz de evitar que una hilera de lágrimas comenzaran a descender desde sus ojos—. Era algo que no tenía nada de raro. Era algo que le podía pasar a cualquiera. Era algo de lo que no tenía porque sentirme avergonzada. —Guardó silencio, y echó una mirada a Flavia—. Era... «Algo Normal».

—Wow...

—¿Crees que eres rara? ¿Una anormal? Bueno, querida. ¡Bienvenida al mundo! ¡Donde todos somos normales! Y a la vez... nadie lo es.

Flavia sonrió. Bajó la mirada y luego la volcó hacia el horizonte.

—Algo normal...

*****

Mientras las olas atizaban suavemente la pequeña playa de la caverna; mientras Brenda y Julia competían por ver quién de las dos roncaba más fuerte, y mientras la luz anaranjada del atardecer empezaba a pintar el ambiente; el ojo turquesa de Emma se apagó.

Su cabeza era un torbellino de emociones. Su cuerpo le temblaba, presa de la fatiga, y el peso de sobrellevar una carga muy pesada sobre sus hombros. La arena recibió varias gotas de sangre ese atardecer. Ella suspiró, se lavó el rostro con el agua gélida del lago, y susurró al aire un suave, casi inaudible y muy frustrante: «Carajo...».

Ya no había nada que hacer para ella. El destino había hablado y sin importar el camino que tomase, solo tenía dos posibles y únicas resoluciones. La primera era salvar su propia vida, de nuevo, y la segunda salvar la de todos y cada uno de los alumnos en Aldebarán...

Pero no ambas.

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