Capítulo XXXI - El día quince


Capítulo XXXI – El día quince



Quince días eran los que faltaban para que el gran viaje de mitad de semestre se lleve a los alumnos de la promoción del centenario a tierras alejadas de la isla Blau. En dónde los paisajes boscosos, las extensas praderas, las majestuosas montañas, los peligrosos ríos y los bellísimos lagos le envolvieran las retinas en el parque natural Aldebarán.

Emma y Mikael comenzaron su rutina de entrenamiento en el corredor aeróbico. Luego de cinco kilómetros de calentamiento, regresaron a la Torre VW para su entrenamiento especial en el gimnasio del subsuelo.

Emma sabía de la existencia de este lugar gracias a Lambert, quien, en esta ocasión, no había olvidado mencionárselo. Por suerte ese gimnasio no se usaba mucho por los inquilinos, y a Mikael no le pareció nada raro; las máquinas no eran las mejores del mercado, su mantenimiento era mediocre; las barras y pesas se encontraban oxidadas y sucias; al suelo le faltaban dos áreas enteras de baldosas, y con suerte tenía un gancho para colgar una bolsa para boxear.

Inesperadamente, los espejos que cubrían dos murales enteros estaban intactos. Estaban muy sucios... pero intactos.

La primera clase consistió en un poco de conceptos sobre como cerrar el puño de forma correcta, y dar puñetazos y patadas a unas colchonetas de mano que Mikael sostenía.

Para sorpresa del joven, y recordando las palabras que Emma le había dicho el día anterior, su aprendizaje si fue bastante veloz. Le bastó de dos intentos para cerrar el puño correctamente, y luego de quedarse mirando la nada durante un momento muy breve, sus golpes comenzaron a cobrar una fuerza y eficacia mucho mayor.

Mikael tenía una verdadera alma de atleta frente a él, así que durante las siguientes horas que le restaban a la mañana, trató de hacer las cosas un poco más difíciles.

*****

Zoey entró al edificio de pupilos de hombres y caminó por los pasillos sin prisa. La estructura era una réplica de la de las mujeres, buscó la habitación de Ulises e ingresó.

A diferencia del grueso de pupilos, su amigo conservaba una habitación para él solo. Y aunque era pequeña, resultaba acogedora, casi del mismo tamaño que la habitación que ella tenía en casa de su hermano.

Zoey sabía, por la extensa charla que les había impartido el profesor Sabagh al curso de ingresantes, que para tener este tipo de habitaciones se tenía que pagar un extra que la universidad acredita a las cuotas mensuales, por lo contrario, de no querer pagarlo, se puede optar por las gratuitas, que son compartidas y pueden convivir hasta seis personas.

Recordó cuando se quedó la primera semana en estos edificios y había compartido una con Emma, Brenda y Julia durante la semana de examen por la beca honorífica. En ese entonces, pensaba que todas ellas serían buenas futuras amigas. Por desgracia, la vida nunca es sencilla y nada se puede dar por sentado.

La oji azul ingresó con su bolso en mano y arrojó sus cosas en la cama de Uli. Había mucho desorden en el lugar. Se preguntó hacía cuanto tiempo no dormía aquí y la respuesta fue obvia.

Seguro desde antes del accidente...

Sacudió la cabeza. No había venido a deprimirse. Ulises llevaba razón cuando decía que el secuestrador podría volver a actuar en cualquier momento. Su presa podría ser cualquier persona, incluido ellos, así siguieran con su investigación o no... Así que no podía perder tiempo, e hizo lo que siempre acostumbraba a hacer al llegar a un lugar nuevo: acondicionarlo a su estilo.

La «Cosita» tenía una música muy vieja que Zoey ya estaba harta de escuchar, pero no podía hacer otra cosa de momento. Ya subiría canciones nuevas en algún momento.

Se colocó los auriculares, puso Play y empezó.

La primera acción era indiscutible, limpió el piso, armó la cama de Uli, la cambió de sitio para alejarla de la ventana y colocar ahí el escritorio. Ella lo prefería así para poder fumar e investigar tranquila.

Después revisó el segundo cajón. Al fondo de una laguna de apuntes, lapiceras y papeles anotadores, encontró un celular viejo que tenía una tapa y botones... si, así de viejo.

Pero al menos encendía, cosa que su celular y su tablet, no podían darse dicho lujo. Lo puso a cargar, tal como le había pedido Ulises. A continuación se apiadó de la pobre alma desordenada de su amigo y llevó a la lavandería de la universidad toda su ropa, sábanas incluidas, para recogerlas más tarde.

Al volver encendió un cigarro con su encendedor dorado y por fin sus glúteos tocaron la silla de Ulises. Una silla espectacular, ergonómica, reclinable, movible, con apoyabrazos que podían nivelarse y un pequeño colchoncito en la cabecera para dotar de más placer la estática acción de permanecer sentado durante horas.

Encendió la computadora, colocó la clave que Ulises le había dado, y comenzó con su tarea. Primero a lo sencillo, googleó «Dean Becker».

«Cerca de 12.300.000 resultados en 0.46 segundos».

Sonrió, irónica. Más allá de un economista y muchísimos perfiles de Linkedin y Facebook que no eran de su interés de momento. No había nada sobre la persona que buscaba.

Para la próxima búsqueda fue más precisa. Tenía la vieja dirección de Emma anotada en una hoja que Uli le había dado, prefirió buscar una noticia sobre el posible suicidio de ese hombre... y le sorprendió hallarlo con tanta facilidad.

Evidentemente, había un hombre que se había suicidado hacía unos meses en el edificio dónde residía la rubia. Su nombre en la noticia aparecía como Dean Becker, y la única foto que tenía no mostraba al cuerpo en cuestión, pero si una imagen del edificio.

La nota comentaba un dato interesante: no era residente de dicho consorcio.

Las preguntas ya empezaban a formularse en la cabeza de Zoey. Sonrió. Había añorado esta sensación. Alejó la silla, se fumó otro cigarro y echó un vistazo a la habitación. Al lugar todavía le faltaba algo y no podía seguir su investigación hasta tenerlo.

Volvió hora y media después, con muchas cosas debajo del brazo que lanzó sobre la cama. Se puso manos a la obra de inmediato.

Desenrolló papel violeta y empezó a pegarlo en el muro más amplio; tenía una caja de tachuelas de colores que dejó sobre el escritorio, las usaría más tarde. Utilizó la impresora de su compañero para obtener algunas fotografías: las de Emma y la de Dean —que era, en realidad, una silueta negra con un signo de interrogación en el medio—, luego las unificó con hilo de color y las tachuelas.

Al tener un afiche de color violeta oscuro, lo que escribía con su marcador negro tenía que tener un fondo claro atrás, así que pegaba distintas anotaciones en papeles adhesivos que había olvidado comprar, pero que, por suerte, Ulises ya tenía. Bendita universidad.

Tomó unas revistas que se había traído dando vueltas por el campus y empezó a recortar unas cuantas letras. Usó las más grandes que encontró, y una a una, las fue pegando en la parte superior y a lo largo del afiche hasta formar el título de su nuevo y renovado caso: «ANORMAL», y en la parte inferior derecha del título, un poco inclinado, colocó una aclaración: «2do Round».

Ahora, con todo preparado podía sentarse y... oh, no. Todavía no podía. Hacía falta algo más. Volvió a marcharse, esta vez, tenía que irse bastante lejos, más en concreto, a la casa de su hermano.

Tomó su cafetera, ya la devolvería otro día, y se marchó para volver a la universidad. El problema es que llegó muy tarde como para continuar con su investigación, y ni bien cerró la puerta de la habitación y tocó la cama, cayó rendida al poder del sueño.

Día dos.

Emma y Mikael volvieron a levantarse a primera hora para correr y seguir su entrenamiento. A Emma le costó bastante seguir el ritmo, ya que, a pesar de salir a correr todos los días, gracias a la exigencia que su nuevo entrenador le puso el día anterior, hoy apenas podía seguir un trote lento y sostenido.

Por otro lado, la investigación «cautelosa» de Zoey continuaba en pie, ahora con muchas dosis de café expresso, pero sin grandes avances. Al parecer, el tal Dean Becker, no tenía un pasado en redes sociales. No había fotos sobre él en ninguna web, blog, foro, o registro civil... lo cual, era bastante sospechoso.

Día cuatro.

Mikael rindió su primera materia... con éxito. Gracias a la inmensa ayuda de poder tener a una maestra particular como Emma, pudo alcanzar una nota que rozo la perfección.

Zoey, por desgracia, seguía sin encontrar nada. No importaba en qué zona, país o continente intentase encontrar algo sobre Dean, el único registro que había, la única foto de su existencia, irónicamente, era el de aquella nota que relataba su fallecimiento. Y no era muy buena, dicho sea de paso.

Sin más remedio, intentó contactarse con el periodista que había hecho la publicación usando el celular que Ulises le había prestado. Por desgracia, ni con treinta intentos, pudo localizarlo ese día, ni al siguiente...

Día seis.

Emma comenzó a afianzarse mucho mejor en el arte de la defensa personal. Su cuerpo ya no le dolía tanto, y podía ejecutar mucho mejor sus reacciones de ataque y defensa gracias a complementarlo con sus visiones.

Mikael volvió a rendir, esta vez, dos materias consecutivas. Logró pasar ambas, pero las notas habían sido muy bajas.

Entretanto, Zoey logró contactarse, por fin, con el hombre que había hecho la nota. Excusándose con ser estudiante en la prestigiosa Vanlongward y diciéndole al periodista que es su modelo a seguir, logró ablandarle el corazón para que contestara todo lo que ella quisiera. Así que aprovechó, y lo preguntó todo, hasta el más mínimo detalle.

Zoey descubrió que el periodista había descubierto que Dean llevaba ropa que había comprado horas antes de su muerte: un traje impecable y un collar con forma de Luna.

Luego le contó que, en entrevistas realizadas a comercios y locales de la zona, logró dar con un mesero que le dijo que había conocido al hombre, y le había pagado un monto demasiado abundante, y solo había pedido una pizza y una cerveza.

También mencionó que le pidió una libreta, algo para escribir y su teléfono.

Zoey preguntó por ese teléfono. Por supuesto, el periodista también lo había hecho en su momento con el mesero, pero para desgracia de ambos, la llamada que había hecho Dean había sido borrada.

Zoey quedó perpleja, había algo que no cerraba, si no había información alguna de esa persona. ¿Cómo sabía ese periodista el nombre de Dean? Si es que así se llamaba... A lo que el periodista contestó algo interesante.

Él realmente no sabía si ese era su nombre o no, pero que ese era el nombre que estaba tallado en uno de sus objetos personales: una pequeña pulsera que llevaba en su muñeca, que tenía el dije de un sol dorado.

Para cerrar la conversación, Zoey le pidió, como un último y enorme favor, que intentase buscar alguna foto de él.

«Un collar de luna... y una pulsera de sol». Era demasiado específico para no significar nada, pero por sí solos, y por ahora, dichos objetos eran un nuevo y enorme interrogante a remarcar en su tablero, junto a la foto de la silueta de Dean.

Día nueve.

Mikael y Emma festejaron que todos los exámenes del muchacho habían sido aprobados. Algunos habían tenido mejores notas que otros, pero al menos no había recursado ninguna materia y podía concentrarse en sus vacaciones y en disfrutar.

Ahora, con el total de su tiempo libre, se dedicó exclusivamente a ayudar a Emma con su entrenamiento.

Ya tenían todo preparado: bolsas de boxeo, guantes, colchonetas y un cuadrilátero improvisado con sogas. Emma, ese día, tuvo su primera pelea oficial contra Mikael... en la que perdió en menos de seis segundos.

Zoey ya estaba cansada de nadar en los terrenos pantanosos de la incertidumbre. Necesitaba datos concretos. Había conseguido muy poca información con el periodista y eso la volvía una pelota de nervios, a punto de cometer el asesinato de la última uña sana en sus manos.

No le quedó más remedio que descender a los medios de información más profundos y oscuros de la red: la Depp web. Dicho en criollo, todas aquellas páginas que no están indexadas por los motores de búsqueda convencionales.

Navegó en distintas páginas en búsqueda del misterioso Becker, pero, por desgracia. Ni siquiera allí fue capaz de encontrar nada relevante.

Agotada, decidió prepararse un café y salir al pasillo. Todavía seguía sin tener información contundente. Ni siquiera una foto de Dean. Necesitaba algo, lo que fuese... No podía permitirse perder de esta forma, pero aunque quisiese exprimir su cerebro, nada le venía a la cabeza.

Inclinó su cuello y la línea de su visión llegó al techo. Allí, observando cuál búho vigilante, había una cámara de seguridad. Tan solo verla hizo que su sangre bombeara a toda velocidad. ¿Cómo había sido tan ingenua? ¿Cómo no se le había ocurrido antes?

Volvió a echar su cuerpo a la espectacular silla de Ulises y buscó en el mapa la dirección de aquella cafetería que había visitado Dean. Gastó todo su tiempo del día para conectarse con todas las más cercanas, hasta que finalmente, luego de incontables llamados, logró localizar al mesero.

La plática no fue muy larga, pero si intensa.

El hombre recordaba a la perfección y con sumo detalle al misterioso Dean. Le brindó una descripción que ni el periodista le había dado, y luego, Zoey le pidió si podía enviarle videos sobre la grabación de las cámaras de seguridad de ese día.

En su mente, la oji verde había preparado un discurso, por si se rehusaba, pero... por increíble que pareciera, aquel hombre fue extremadamente educado y accedió a ayudarla con gusto.

Zoey cortó la llamada con mucha incredulidad. No sabía si lo que el hombre del café le había dicho había sido cierto o no, pero decidió confiar, y entonces, en un lapso dos horas... le llegó un correo.

Todas las grabaciones de todos los ángulos posibles de todas las cámaras de ese día habían llegado a su poder. Pasó largas horas de la noche hasta encontrarlo.

Cabello rojizo, traje, lentes oscuros, barba recortada. Una pizza en su mesa junto a una cerveza de litro. Y escribiendo con mucho entusiasmo en una pequeña libreta.

Sonrió. Ya lo tenía.

—Hola, Dean...

Día once.

El tablón había sido renovado con una foto con un zoom de muy mala calidad de Dean masticando una porción de pizza.

Hoy Zoey tenía un día muy atareado. La investigación cada vez se volvía más y más extensa. Pero los pequeños logros eran un enorme incentivo para la oji azul.

Lo primero en su actividad fue contactarse con un viejo conocido. Un amigo de su infancia, ya había hablado con él hace un tiempo para pedirle información sobre Daniel Parker, y ahora necesitaba su ayuda para mejorar digitalmente las grabaciones de las cámaras de seguridad.

En circunstancias normales, se lo hubiese pedido a Uli, pero no quería molestarlo.

Su amigo acordó tener las grabaciones en alta definición lo antes posible. Mientras tanto, decidió revisar su correo. Tenía muchos emails nuevos que no había tenido oportunidad de comprobar con toda la enorme cantidad de videos que tuvo que ver para dar con Dean.

La muchacha se sorprendió al ver un correo de, ni más, ni menos que el periodista con el que había hablado hacía unos días... ¿Dos días? ¿Tres días? Ya había perdido la cuenta.

El correo tenía un asunto en mayúscula que decía «EXPLICITO», con seis fotografías adjuntas.

Al abrirlas... casi le da un ataque. Odiaba ver cadáveres y esto fue definitivamente brutal.

Era el mismo Dean, sin lugar a dudas. Dos fotos habían sido sacadas en la escena del hallazgo del cuerpo y las otras eran de la morgue. No había gran cosa que observar en las imágenes de la morgue, pero si había un detalle un poco peculiar en las fotos del día del suicidio: sus ojos.

Estaban abiertos. Ni semi-abiertos, ni entrecerrados... Totalmente abiertos.

Zoey no tenía mucha idea sobre cómo se muere la gente que cae de una terraza, pero... ¿No es un acto reflejo cerrar los ojos a un impacto inminente?, se preguntó.

Podría averiguarlo, aunque... ¿Para qué?, se preguntó de nuevo. No le aportaría gran cosa al caso.

Sus ojos estaban abiertos y ya.

Pasadas las seis de la tarde, Zoey finalmente recibió el mensaje de su compañero con las grabaciones en alta definición. Lo cual fue genial, pero ya estaba bastante cansada como para mirarlas. Decidió descansar el resto del día.

Día doce.

Zoey se levantó a primera hora de la madrugada. Algo épico, asombroso e innovador en su rutina, probablemente debido a que casi se había ido a la cama a las siete de la tarde.

Por desgracia, se despertó con menos energías de las que se esperaba. Aun así, decidió revisar las grabaciones en alta definición y su sorpresa fue notoria al poder notar los lunares de Dean en HD. ¿Cómo carajo había hecho eso su amigo? Era algo que tenía que saber, no con urgencia, pero si tenía que saberlo... algún día.

Ahora que tenía una hermosa, bella, y renovada digitalmente, foto de Dean podía reemplazar la anterior. Decidió elegir una en que su perfil saliera favorecido. Ella no era un monstruo. No quería que nadie se viera mal. La de la pizza era divertida, pero no destacaba su rostro.

Ahora seleccionó una en especial. Luego de rebobinar algunos minutos en el video que podía enfocar su rostro, pudo ver algo que antes no había siquiera notado.

Dean se había sacado sus gafas de sol en un determinado momento.

Por alguna razón se había quedado mirando a alguien fijamente... durante un prolongado e incómodo rato. Lo más seguro a alguna mujer —u hombre, ¿quién sabe?— que haya llamado su atención.

Pero no fue solo la atención de Dean la que había sido llamada. También la de Zoey. Había algo familiar en él; sin embargo, no estaba segura del todo. Se fregó los ojos y decidió imprimir la fotografía.

Se acercó a su tablón y la colocó ahí. Se alejó unos segundos para apreciar la belleza de su obra de arte detectivesco —ahora, todo en HD—, y cruzó los brazos en una sonrisa.

—No tengo una mierda... —dijo ella, rendida. Y era cierto. No lo tenía.

Solo una foto en HD en dónde apreciar los hermosos ojos turquesas de...

—¿Y eso...?

El tablón dejó caer algunas tachuelas cuando Zoey lo golpeó con las palmas para frenarse a ella de impactar con el muro.

Su mirada se quedó pegada a la foto de Dean, extrañada. Luego saltó a la de Emma. Luego volvió a la de Dean. Luego se fue a su computadora. No lo entendía... pero algo la movilizaba demasiado. Revisó la foto del periodista, la que había sacado a Dean en post mortem.

Y sus ojos... eran grises.

Comprobó la segunda fotografía: también eran grises. No tenía sentido, pero tenía que sacarse la duda. ¿Se trataban de lentes de contacto? Llamó al periodista, insistió e insistió, hasta que él atendió.

No. No son lentes de contacto. Me hubiera enterado, créeme. Eran sus ojos normales. Los lentes no se salen con facilidad del ojo.

No iba a creerle a él. Cortó y llamó a un oftalmólogo que googleó para sacarse la duda... otra vez.

Ok... —dijo el hombre extrañado—. ¿Hipotéticamente hablando?

—Sí, hipotéticamente hablando.

Bien. Supongo que no. Aunque te caigas de un edificio de ocho pisos y abras tus ojos todo el tiempo... el aire podría entrar a los ojos, pero las lentillas no se te saldrán.

—¿Seguro?

Sí. ¿Segura que esto es hipotético?

—Sí, gracias. Adiós.

Zoey cortó el teléfono.

Había una sensación reconfortante en cerrar la tapa para colgar el celular y escuchar el «pac».

Volvió al tablón para hacer algunas modificaciones. Con un marcador rojo en mano, pegó una hoja adhesiva amarilla entre Emma y Dean. Rodeó los ojos de él y el turquesa de ella: ¿Misma tonalidad? ¿Cuál es la conexión? ¿Secta satánica? ¿Por qué cambian de color ese día? ¿Qué pasó en realidad ese día?

Era hora de volver a buscar en la Depp web. Si existía en alguna parte información sobre sectas o grupos de cambio de color de ojos, tenía que estar en la Depp web.

«Cambio de color de ojos». No encontró gran cosa, más allá de cirugías y tratamientos.

«Cambio extraño de color de ojos». Nada.

«Heterocromía extraña». Nada.

«Heterocromía rara». Nada.

«Ojo violeta y turquesa». Nada.

«Cambio repentino de color de ojos. Dean Becker». Nada... absolutamente nada.

Tenía que esforzarse. Tenía que pensar. Si ella tuviese que cubrir una nota sospechosa. ¿Cómo lo haría? ¿Qué diría? ¿Qué título pondría?

Pensó durante un momento. No con ánimos de encontrar algo, sino con el interés puesto en meterse en la situación. Se tomó su tiempo para meditarlo con un cigarrillo. El humo la ayudó a distenderse y separarse de su objetivo por un momento.

Volvió al teclado: «Misterio. Ojos cambian de color. Dean Becker».

«Clic».

Zoey navegó, y finalmente, encontró algo acorde a lo que buscaba. No era una nota periodística, ni mucho menos. Era una simple publicación en un viejo blog.

«Los misteriosos ojos de Dean B. El niño que se convirtió en héroe». Eso parecía... interesante.

Ingresó al artículo.

La web tenía una temática en común. Hechos extraños y misteriosos del mundo. Algunas publicaciones hablaban sobre avistajes de ovnis, personajes públicos con más probabilidades de ser reptiles, organizaciones escondidas de la humanidad que intentan controlar el mundo bajo las sombras... Zoey torció el labio y suspiró.

¿Esto era en serio?

Estuvo a punto de cerrar la pestaña por el enojo. ¿Cómo la gente podía perder tiempo con este tipo de porquerías ficticias? ¿Es que realmente alguien se puede creer tales cantidades de boberías?

Zoey intentó obviar sus pensamientos.

Entró para leer la publicación que había encontrado solo para despejar la duda, antes de que se agobiara de la pésima paleta de colores que había seleccionado el dueño del blog y que ya empezaba a lastimar su visión.

La noticia era sorpresivamente detallada. Al parecer, el dueño —se fijó el perfil del creador del blog—, un tal «M.N.A», había viajado a un pueblito en algún momento de su vida y había entrevistado un suceso acaecido en el lugar.

El texto hablaba sobre el heroico acto de un niño que había aprovechado un descuido en la seguridad de su orfanato para escaparse por la puerta principal, transcurrir a pie tres manzanas de distancia y salvar a una anciana de ser atropellada en la puerta de su casa.

Las palabras: extraño, curioso y héroe se repetían con frecuencia en el texto.

También encontró... algo extraño en la publicación. En una zona del texto, había un apartado que ponía: «Ve la entrevista aquí», pero al hacer clic, no había enlace alguno para ser redirigido a otra sección. Por lo que no había entrevista. Quizás podría deberse a un descuido personal del autor.

De momento pasó ese detalle de largo. Había una foto del niño por debajo de toda la página. A pesar de haber sido tomada hacía más de veinte años, mantenía una buena resolución.

Una resolución que le sirvió a Zoey para discernir un detalle ínfimo, pero que al parecer ahora le prestaba más atención de lo normal: los ojos.

Eran los mismos ojos de su Dean Becker. Al menos, los del Dean de la cafetería. Ese tono turquesa potente y sobresaliente. Era muy difícil de ignorar.

Ahora la entrevista con el niño había cobrado mayor interés. Fue a contactos y envió un mensaje a «M.N.A» rogando que todavía mantuviese su misma cuenta tras más de veinte años... Por desgracia, no tuvo respuesta alguna en las siguientes 48 horas.

Y llegó el día quince.

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