Capítulo XXVII - Último aliento de suerte


Capítulo XXVII – Último aliento de suerte


«Limpiar la mierda del suelo por el precio adecuado».

«Nos salió bien con Parker...».

Esas palabras eran crueles y determinantes, se hundían como una daga ceremonial recién afilada en su alma, haciéndola sangrar. Emma sintió un escalofrío recorriendo su cuerpo desde el extremo de sus dedos hasta la punta del último de sus flequillos.

Ella no tenía ni idea de quien era esta mujer que había hablado con Alain, pero si algo le había quedado claro era que ninguno de los dos tendrían ningún tipo de reparos en tomar medidas, drásticas medidas, en pos de sus propios beneficios.

Asesinos de guante blanco en toda regla.

Tenía muchas dudas sueltas y revoloteando en su cabeza todavía. Principalmente, la que se correspondía con la muerte de Daniel. Había un agujero confuso en todo eso que ella todavía no era capaz de rellenar. El por qué y el cómo. Pero ella sabía que con la luz de esta nueva evidencia futura, podría intentar hacer algo para desenmascarar a Alain y a esa tal Milena.

No tenía mucho tiempo para perder. Alain ya había desplazado su asiento hacia atrás con claras intenciones de colocarse de pie e invitarlos a marcharse. Si iba a hacer algo, tenía que hacerlo ahora.

Cuando Eva sintió el tacto de la palma de Emma, su semblante se torció, y se torció una vez más cuando la vio susurrando por lo bajo la palabra «distráelo».

En ese entonces Eva sintió una fuerte presión por actuar rápido; ella no era un as para este tipo de situaciones. Sus emociones la dominaban demasiado y cuando Alain se colocó de pie, ella hizo lo mismo, intentando anticiparse, intentando ser rápida a nivel mental, pero solo logrando ser rápida a nivel motriz y haciendo un escándalo con la silla.

—¡Perdón! —dijo Eva. La mueca en su rostro evidenció que no la estaba pasando nada bien. Y eso que solo quería intentar hacer algo muy sutil como sacar un tema de conversación o dilatar la reunión, pero era en este tipo de circunstancias en dónde ella más nerviosa se ponía—. ¿Tienes algo de... agua? Tengo la garganta un poco seca.

Alain permaneció mudo durante un lapso de tiempo. Finalmente, asintió y extendió el brazo al frente para señalar hacia una columna pegada al pasillo que daba hacia la salida. Junto a ella había un dispensador de agua que esperaba con paciencia eterna para brindar su servicio a la vida.

Eva asintió y no le quedó más que avanzar primera y servirse con mucha calma. A su mente llegó la brillante idea de dilatar la situación tomando muy lentamente, y quizás sirviéndose de nuevo, pero Alain fue más audaz e inteligente.

—Puedes llevarte el vaso si quieres —dijo el joven, aproximándose hacia la chica—. Lamento tener que echarlos de esta forma, pero tengo muchísimo trabajo ahora y algunos asuntos muy urgentes que atender.

Eva había fallado y Emma necesitaba más tiempo para pensar cómo actuar. Su única salida era Marc. En el camino breve que ambos hicieron desde las butacas hacia el dispensador, Eva comenzó a preguntar sobre los cuadros y las decoraciones del lugar.

Marc notó enseguida que algo no andaba nada bien con su hermana. Luego cambió miradas con Emma y su gesto de entera preocupación se lo dijo todo.

Ayúdame a distraerlo —susurró ella.

El joven Morales esbozó una sonrisita pícara, al contrario que su hermana, a él le gustaban los desafíos, y parecía que Emma estaba ansiosa por querer «hacer algo». Y como ese algo, de seguro, lo beneficiaba a él... ¿Qué mejor momento que ahora para sacar a relucir su apodo como «Marc el rápido»?

—Amigo, yo también quiero un poco, a fin de cuentas... —dijo abrazando a Alain para obligarlo a mantener su mirada hacia el pasillo, y darle vía libre a Emma para actuar—. Lo del Lemon Champ no había sido broma. ¿Seguro que no tienes algo? Aceptaré cualquier licor, esta plática me dio mucha sed.

—Lo siento, será para la próxima... —Alain intentó voltearse, pero Marc no lo dejó.

En un movimiento veloz, se separó y se colocó frente a frente, para escudriñar en... su corbata

—Es un lindo traje este que traes. —Marc acomodó la corbata y le dio unas palmadas suaves, luego se volteó para tomar un vaso y servirse agua mientras observaba a Alain—. ¿De dónde es? ¿Anthony's?

—¿Anthony's? —Espetó Alain incrédulo. Esa pregunta era una completa ofensa. Anthony's era un lugar demasiado barato y pretencioso como para que él, un hombre de amplios gustos sobre moda, pudiese pensar en colocar un solo pie allí. En otras palabras: odiaba Anthony's—. ¿Es un chiste? La ropa de Anthony's no es ropa. Esto es de...

La mirada de un microsegundo y el gesto de ceja alzada que le echó Marc a Emma, tenían un solo mensaje: «luz verde».

En las películas, una situación de emergencia es acompañada por tambores y golpeteos acelerados que se incrementan a medida que el tiempo transcurre. Eso no le hacía falta a Emma, porque ahora mismo, era su corazón el que palpitaba tanto como en esas escenas.

La rubia se obligó a exprimir su cerebro para dar con una solución. Necesitaba pruebas contundentes, necesitaba una manera de recabar toda la información posible de manera rápida y la única forma de conseguirlo, llegó a ella al alzar la mirada...

*****

—En conclusión, V.Ranger, Shyler y Cruiz son los líderes actuales en el mercado textil. Anthony's se queda, por lejos, en la última opción —explicó Alain.

—¿Pero es una opción? ¿Comprarías ahí? —continuó Marc—. Yo lo hago sin vergüenza. Mi elegancia grita Anthony's a todo pulmón.

—Amigo, por favor. Tú puedes costearte algo mejor. Duradero, elegante y que no necesite gritar nada. ¿Y saben qué? —dijo Alain, intentando dejar el tema de la moda atrás—. Mejor seguimos esta charla otro día. ¿Dónde está Emma?

—Aquí —dijo la joven, justo a su lado, con una sonrisa cándida—. ¿Cómo es eso que no comprarías ahí? ¿Sabías que una campera en Anthony's me salvó la vida allá en el crucero? Me abrigó del frío y aseguró mi celular. Yo lo recomiendo.

—¡Ahí lo tienes! —espetó Marc—. ¡Anthony's salva vidas!

—Está bien... —dijo Alain, suspirando en medio de la oración—. Lo tomaré en cuenta. Ahora, por favor, los acompaño hasta el ascensor.

Emma, Marc y Eva accedieron a la petición, y descendieron unos pisos hasta llegar al departamento de Emma. Tener los vistazos a futuro provocaban en Emma una alienación total con su realidad circundante. Siempre que sucedía, tenía que quitarse de encima a las personas que le acompañaban, y por lo general nunca usaba una buena excusa para ello porque su mente se encontraba muy ocupada intentando tener en cuenta cada aspecto del futuro que se llevaría a cabo.

Básicamente, eso fue lo que sucedió con Eva y Marc. Les invitó a marcharse, un poco, de forma apresurada y evitó contestar a las pocas preguntas que los hermanos pudieron hacerles. Presionó el botón del ascensor para que los llevara hacia el vestíbulo e ingresó a su departamento.

Por supuesto, Marc no se quedó con eso e interpuso su brazo para que la puerta volviese a abrirse. Él quería una respuesta. Emma fue veloz y muy severa con sus palabras. Apenas echó una mirada hacia atrás para contestarle mientras continuaba su caminata, pero por lo poco que los Morales pudieron ver y escuchar de la rubia, les fue suficiente para convencerse.

—Tengo un plan —Les aseguró Emma—. Pero debo hacerlo sola.

El ascensor se cerró.

El turquesa le echó una mirada al futuro, luego observó hacia el reloj que había en la columna interior de su departamento: veintidós minutos. Ese era el tiempo que disponía para volver de alguna manera al piso 24 y recuperar el celular que había dejado en modo grabación sobre los cuernos de la cabeza de alce de madera... antes de que Alain lo descubriera.

Emma se dispuso a explorar la suite y las opciones fueron decantando, poco a poco. En la torre todos los departamentos «de lujo» como el de Emma y Alain tenían la misma particularidad. Su única forma de acceso era mediante un ascensor privado, pero aunque Emma tuviese acceso al ascensor, le sería imposible ingresar al piso de Alain sin la llave correspondiente.

Así que no podía ser por ahí.

Sin saber bien por qué, salió hacia el balcón, se inclinó hacia la baranda y echó un vistazo hacia arriba solo para que la distancia entre dos departamentos, la súbita altura y la peligrosidad de una idea descabellada le certificasen que aquello que estaba pensando era definitivamente una pésima opción.

Una opción que podría ser considerada si tan solo tuviese un departamento que escalar, pero no era el caso. Esta vez la suerte no estaba de su lado. Apoyó los brazos sobre la baranda y contempló hacia abajo. Descender sería mucho más sencillo; podría usar la visión en bucle para hacer un buen salto y no tendría problema alguno en aterrizar en el balcón inferior.

Una vez allí, podría tomar el celular y marcharse por el ascensor. Esa idea era, por mucho, algo con más probabilidades de tener éxito. Si tan solo pudiese ubicarse encima del departamento de Alain podría hacerlo, por desgracia, no existía ningún departamento más. Él se encontraba en el último piso, y sobre él no había nada más que una...

La mirada de Emma se deformó en una sorpresa manifiesta.

*****

No una, si no dos manos fueron necesarias para evitar que sus dorados cabellos volasen, rebeldes, al son del viento que la terraza le ofrendaba esa noche.

Emma se hallaba a los pies de la cornisa ajustando cuatro cinturones, no dos cinturones porque quedaría corto, ni tampoco seis cinturones —que era la cantidad que ella había traído a la terraza—, cuatro era el número adecuado; todos enlazados entre sí y sujetos en la zona alta de la barandilla. El otro extremo la había atado a su muñeca en tres vueltas consecutivas.

La terraza, lugar que a Lambert se le había olvidado mencionar sobre su existencia, trataba de un bellísimo y amplio sector que aprovechaba por completo cada metro cuadrado de su rectangular disposición.

En la zona de la esquina noreste; una piscina se llevaba la completa atención de cualquier par de ojos que se le aproximaran, su formato era sencillo y rectangular, pero con una extensión que se destacaba de las convencionales. A su alrededor le adornaba un embaldosado blanco con un sutil formato de agujeros porosos en su superficie.

No muy alejado, una plataforma de madera entrelazada permitía la convivencia de asientos reclinables, cojines, mesas, una parrilla con un cuidado formato de tambor, protegidos del cielo por un techado de policarbonato oscuro y cerrado.

Y aunque ese sector resultaba primoroso, Emma no había subido a apreciar la belleza de la piscina, tenía asuntos más importantes que atender y para ello tenía que prepararse mentalmente. Porque lo que estaba por hacer superaba con creces todas las locuras que había alguna vez realizado en su vida...

Incluso aquella vez, cuando tenía siete años y su padre le había dicho que no podía irse al «terreno de al lado», un sencillo campo baldío embutido entre dos casas que no era parte de ninguna de ambas propiedades.

Pero ella en ese entonces era una niña hambrienta de aventuras, no le importó en lo absoluto y se trepó por la ventana de su casa cuando sus padres dormían la siesta; llegó a lo alto del muro, y observó con sus pequeños y asombrados ojos color miel la inmensidad de un terreno prohibido.

Hierbas altas, un único y gigantesco árbol vislumbrado hacia el fondo, troncos caídos, un rezago de flores marchitas y mezcladas con unas pocas que se imponían, logrando mostrarle a Emma su florecer blanquecino a pesar de las adversidades.

Un amplio terreno esperando ser descubierto por una niña que se abalanzó, de forma literal, hacia el abismo. Su aterrizaje había sido duro, y había sentido mucho temor antes de dar el salto, pero todo se desvaneció cuando levantó su pequeña y exploradora mirada, y encontró a una niña de su edad, que la observaba con asombro... con una pelota en sus manos.

Así había conocido a Vanesa, y desde ese entonces, jamás había vuelto a sentir tanto vértigo a las alturas como ahora mismo.

De la misma forma que cuado era niña, armó de valor, juntó el aire en sus pulmones, sacudió sus manos, brincó en el lugar, cerró sus ojos y cuando volvió a abrirlos, empapados en determinación...

Ella avanzó, sorteó el barandal, y se lanzó.

Su cuerpo descendió y el cinturón se tensó al llegar a su tope; su cuerpo emprendió un movimiento pendular y su trayectoria fue en dirección directa hacia la terraza de Alain.

Por desgracia, sucedió algo que ella no había tenido en cuenta. Emma no era una experta en materia de desenlaces del destino. A veces, una mínima acción podría cambiarlo todo. Ella tenía en claro que eran cuatro los cinturones que tenía que enlazar para lograr llegar al departamento de Alain, pero había olvidado que tipo de cinturones debía de utilizar.

Como ella eligió los primeros que encontró —negro, blanco, azul y naranja—, y no los cinturones —negro, blanco, azul y gris— cómo su visión le había mostrado, su destino hubiese sido diferente... y el naranja no se hubiese roto en medio de la caída.

Fueron dos segundos de extrema desesperación. En el primer segundo, sucedieron dos hechos muy veloces; la rotura del cinturón y el golpe con destino a su cabeza que Emma pudo amortiguar con sus brazos en la pared, y el siguiente segundo fue el descenso vertiginoso y acelerado que iba a terminar con su vida de forma inminente y que la separó drásticamente de la terraza de Alain.

Su corazón, a punto del colapso nervioso.

Su mente, a punto de explotar del estrés.

Su cuerpo, sumergido en un pavor sin igual...

Tenía que intentar algo más...

Su ojo turquesa se activó en la caída; y empezó a verlo todo en dos versiones. La lenta, buscando de manera inalcanzable aferrarse a la baranda del balcón de Alain; la rápida, agotando sus reducidas opciones, una y quinientas veces más...

Le bastaron cien intentos para percatarse de que jamás lograría alcanzar con su mano la barandilla; cien intentos en las que su destino fue una caída inevitable. De los doscientos a los trescientos, su cuerpo, mente, o lo que sea que estuviese funcionando a ese acelerado y vertiginoso ritmo de sus visiones, exploraron una nueva, pero mucho más extrema opción...

Usar el cinturón.

Había tres formas de salir «airosa» de esta caída. Enganchar el cinturón en la zona alta de la barandilla, enlazarla en la barra vertical, o enlazarla en la segunda barra horizontal de la base. Solo contaba con medio metro de caída hasta quedar a una distancia imposible para alcanzar la salvación; y la primera opción ya se le había agotado muy rápido.

Su descenso prosiguió en intentar cien veces más con la barra vertical, pero sin lograrlo; fue en medio del descenso cuando ella dejó de insistir. La cercanía entre cada una de las barras jamás le permitiría al extremo de su cinturón girar entre ellas libremente. Por lo que se volcó en concentrarse en la barra de la base.

Corrigió la fuerza y luego comprobó el lanzamiento, pero seguía sin funcionar, hasta que se percató de que tenía que girar la muñeca. Volvió a intentar, una y las últimas diez veces...

Hasta que finalmente, cuando su cuerpo alcanzó la distancia crítica para una caída inminente: su muñeca giró, su brazo direccionó el latigazo; el cinturón se movió en un arco perfecto que abrazó la base de la banda, y en un último aliento de suerte, la hebilla se trabó con la base de la baranda.

Y la caída se detuvo.

La parte más difícil, había sido completada.

Para Emma, treparse hacia el balcón de Alain, ingresar a hurtadillas, usar las visiones para evadir al rubio mientras deambulaba por la suite, recuperar su celular de la cornamenta del alce de madera, llamar al ascensor y volver a su departamento con toda la evidencia en sus manos y sin ser detectada...

Fue como quitarle un caramelo a un bebé.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top