Capítulo XXIX - Ignorar a la muerte


Capítulo XXIX – Ignorar a la muerte



La puerta de la pizzería se abrió de golpe y ella entró a grandes zancadas hasta alcanzar al cajero. Un muchacho de rulos rojizos la observó con un atisbo de sorpresa en su rostro. La mujer solo formuló una pregunta en voz alta, o más bien... una demanda.

—El dueño. ¿Dónde está?

El joven supuso que no debía agravar la ira que parecía mostrar esta chica de brazos tatuados y delineado corrido. Se ausentó unos momentos y volvió escoltando a un hombre corpulento, de gran mostacho, que depositó sus manos en el mostrador y levantó el mentón, como dueño indiscutible del lugar: era el padre de Ulises. El señor Marcos Rojas.

—¿Qué quieres tú aquí? —Era evidente que ya tenía fichada a Zoey de antemano—. ¿No te bastó lo que le hiciste a mi hijo?

—Escúcheme. Me importa un carajo si usted me culpa de lo sucedido sin una prueba contundente que respalde sus fantasías. —Zoey se acercó al mostrador—. Yo era amiga de Ulises, y si quiero ir a visitarlo, no puede prohibirme ese derecho.

—Perdiste todo tu derecho a verlo cuando lo expusiste al peligro. ¿Y de verdad crees que eres una amiga? Entonces dime: ¿cuándo es su cumpleaños? ¿La comida que más le gusta? ¿Cuál es su paraje favorito del mundo? Respóndeme a una sola cosa. Adelante —Zoey permaneció indiscutiblemente en silencio. Rechinó los dientes, furiosa—. Conozco a las personas como tú, niñita. Solo lo utilizaste para tu conveniencia. ¿Sabes cuantas personas se aprovecharon del buen corazón de mi hijo? ¿Lo sabes? ¡No tienes ni puta idea! —El hombre comenzó a perder la partida en contra de la tristeza, la desolación, y la amargura—. Por favor... vete antes de que haga algo de lo que me arrepienta. Y no vuelvas por aquí, ni te acerques al hospital. Déjalo luchar solo. Él siempre ha sido fuerte, solo déjalo en paz... —El hombre se volteó, susurrando como un espectro al caminar—. Estaba mucho mejor lejos de personas como tú...

Zoey no reclamó nada más. Ya no tenía, ni podía hacer nada más allí. Salió por la puerta con una sensación espantosa arremolinándose dentro de su cuerpo.

Caminó hasta llegar al límite del primer callejón que pudo encontrar y vio su oportunidad de desquite: los cestos de basura tenían un algo que siempre le susurraban al oído, «patéame lo más fuerte que puedas, no te dolerá».

Por supuesto, ella siempre acudía ante esos llamados, y por supuesto, luego de patear, siempre dolía.

—¡Ay! ¡Mierd...! —espetó una chica que había por allí, espantada por el ruido del tacho... y por el insulto que echó Zoey un segundo después.

La muchacha se hallaba sentada unos metros más atrás, recostada sobre el mural del otro lado de una cerca de malla metálica, embutiendo su cabeza entre sus piernas. Se levantó en el segundo que sintió la presencia de otra persona y secó un rezago de lágrimas que acompañaban su atemorizada mirada.

—Perdón —dijo Zoey, alzando las manos en señal de paz—. No sabía que estabas ahí. Solo... me quería descargar. Perdón...

—Está bien... no hay problema —respondió la chica sin hacer contacto visual.

Zoey pudo notar su vestimenta. Era el uniforme del local de la familia de Ulises. Luego echó una nueva mirada al rostro de la muchacha. El cabello planchado y atado, baja estatura, mirada de cejas pobladas y una frente prominente pero tierna.

—¿No te había visto antes? ¿Trabajas en la pizzería?

El comentario llevó a la joven a levantar la mirada.

—Si... —respondió ella, todavía con un aura distante entre ambas. Luego le volvió a observar con detenimiento—. Ah, la amiga de Ulises. ¿No? La que pidió como seis cervezas... me acuerdo.

—Al menos alguien me considera amiga de Uli. Para sus padres soy una perra. ¿Supiste lo que le... pasó?

—No mucho. Solo que fue secuestrado. Es espantoso... —La chica se sorbo la nariz. Los puños de Zoey se cerraron e intentó mantener la calma—. ¿Estás bien...?

—No... En fin. —Zoey se dio la vuelta para marcharse—. Lamento haberte asustado...

—¿Quieres hablar de eso? —preguntó la muchacha—. Creo que ninguna de las dos está pasando un momento agradable —sugirió ella—. Y mi horóscopo decía que tengo que abrirme a nuevas relaciones. Recalcando en las... imprevistas.

—¿Y tú crees en esas mie...? —Zoey sacudió la cabeza—. ¡Pff! Perdón, mi racionamiento lógico habló primero. No me molesta ninguna creencia que tengas. Todo es válido, Fisher. Apréndelo. —Se dijo a sí misma, levantó la cabeza y volvió a dirigirse a la chica—. ¿Y sabes qué? ¿Por qué no? No tengo nada que más hacer. Este es mi último día en la isla.

—Oh...Bueno. Nunca había hecho esto, así que... ok. —La muchacha sonrió para sí misma con notorio nerviosísimo—. Mejor empiezo presentándome. Soy Flavia Anderson.

—Ad... —Negó, chistó y volvió a empezar—. Zoey... —dijo, y por alguna razón, le sentó de maravilla—. Me llamo Zoey Fisher.

—¡Muy bien! Mira, Zoey, mi turno termina en unos minutos. ¿Te molesta esperarme hasta entonces? Puedes pedirte un helado en frente si quieres...

—Claro, como sea. ¿Qué sabor quieres? Mientras espero te compraré uno —dijo la oji azul—. Y cuidado. De tu respuesta depende de que me quede a esperar o me vaya y te deje sola —bromeó.

*****

—¡No me jodas! ¿Eso te dijo mi jefe? ¡Pero si es un pan de dios! Jamás lo vi enfadado ni con el empleado más descuidado...

—Ya. Supongo que nadie dejó a su hijo en coma debatiéndose entre la vida y la muerte...

—No. No te culpes por eso. No fuiste tú la que lo secuestró. Alguien lo planificó todo. Y Ulises sabía que esto que ustedes... investigaban, era peligroso.

—Quizás no se imaginaba que era tan peligroso, y siendo honesta, yo tampoco. Había visto todas las señales y decidí ignorarlas. Pensé que podía con todo. —Sonrió con tristeza en sus ojos—. Siempre creo que me las sé todas. Cuando no tengo ni la más puta idea de lo que pasa a mi alrededor. Soy un jodido desastre. —Suspiró y le dio un bocado a su helado de tramontana—. Estoy literalmente podrida de hablar de mí. ¿Qué pasa contigo? ¿Por qué llorabas ahí atrás?

Flavia sonrió apenada.

—No es la gran cosa.

—¿Por un chico?

Asintió.

—Sí, no es la gran cosa. Pero es importante para ti. ¿No?

Flavia apretó los labios y desvió la mirada.

—Eso supongo. Es que... me lastima cómo es él. Quiero decir, es muy hermoso, divino, atractivo, pero me han dicho que no está conmigo porque le gusto. —Flavia apretó los labios y reprimió su deseo de llorar—. Y creo que puede ser verdad.

—¿Qué? ¿Y por qué piensas que no le gustas y sale contigo?

—Bueno... me han dicho que solo está conmigo por conveniencia. Quizás para conseguir algo de mi padre porque soy hija del rector.

—Wow. ¡Wait! ¡¿Qué?! —Zoey casi se atraganta con el helado, con el cucurucho, con la mesa... todo junto—. Eres hija de... ¿Anderson? ¿Ángel hijo-de-perra Anderson? Uh, no, perdón por lo de hijo-de-perra. A veces insulto por insultar, no me tomes en serio...

Flavia se tentó y asintió.

—Sí. Anderson; Flavia... duh.

—Carajo. ¿Cómo no lo vi venir? ¿Qué me pasa? —dijo Zoey mirándose las manos. Luego retomó—. Bien, continúa y hagamos de cuenta que no tienes ni idea de que tu padre me odia a muerte y viceversa.

La chica negó, divertida.

—No le caes mal. Él te estima mucho. Solo se la pasa hablando de ti y de tu hermano. No lo dice, pero le encantan las relaciones ambivalentes.

—Tú... ¿Sabía ya quien era yo?

—Claro. ¿Quién podría olvidar a la primera alumna en el mundo que se atrevió a elegir a mi padre para su interrogatorio inicial en la beca honorífica? Y siendo honesta, los tatuajes ayudan bastante a la memoria.

—No jodas. ¿Estuviste ahí?

—En la tribuna, sí. Primera fila. Fue un gran show. Lamento el final...

—Está bien, ya hasta se me había olvidado. En fin... hija del no-tan-ángel Anderson. Volvamos. ¿Qué podría conseguir tu novio saliendo contigo? ¿Qué sentido tiene? ¿Tu papá tiene alguna llave mágica que abra todas las puertas de la isla o algo así?

—Ojalá... es que, no lo sé, simplemente repito lo que otros me dicen.

—Y lo que esos otros dicen... ¿Es cierto para ti?

—Podría. No lo sé. A veces siento que cuando le hablo, no me escucha. ¿Sabes? Se la pasa mirando su celular todo el tiempo. No sé con quién habla. No soy de esas novias, pero no parece tener un mínimo interés en mí...—Suspiró—. Qué problema absurdo, ¿eh?

—Escucha. Olvídate de la premisa de que un problema puede ser absurdo y concentra tus energías en pensar en las soluciones a esos problemas. Te hará mil veces mejor —dijo Zoey—. ¿Qué solución se te ocurre?

—Preguntarle. ¿Quizás?

—Exacto. Confróntalo. Expón tus puntos de vista, y luego, cuando sepas qué reacción tiene al respecto, evalúa tu siguiente paso a dar. Es la única manera.

Flavia asintió pensativa.

—Es verdad. Es la única manera, pero supongo que no me gusta eso de la confrontación, ¿sabes?

—¿Qué? Nah. Es lo mejor, cuando le agarras el gustito —le guiñó el ojo.

Ambas se dieron un tiempo para terminar sus cucuruchos. Luego, Flavia continuó.

—Entonces... ¿Te irás mañana?

—Sí. Mi madre y mi hermano arreglaron todo. Mi libre albedrío fue bueno mientras duró.

—¿No puedes quedarte? ¿Ni aunque quieras?

—Mi hermano me ayudaba a mantenerme. Yo ni siquiera tengo trabajo aquí. Debería haber conseguido algo antes de ponerme a jugar a la detective. La verdad es que me lo merezco. —Bajó la mirada—. Quería despedirme de Uli. Él, de todas las personas que conocí aquí, fue quien mejor me trató. El único al que podía llamar un amigo de verdad y me hubiese gustado que las cosas con él hubiesen durado... un poco más.

—¿No tienes a alguien más? ¿Otro amigo? ¿Amiga?

—No. Nadie de quien colgarme del brazo —sonrió con ironía—. Estoy sola. Pero está bien. Ya uno se acostumbra a la soledad.

Flavia se tomó un momento para meditar. Carraspeó la garganta y observó fijamente a Zoey.

—Creo que podría hacer algo para que puedas ver a Ulises por última vez... ¿Te interesa?

—No. Lo siento, pero no —dijo la oji azul, con brusquedad—. No pienso dejar que nadie más haga algo ilegal o se arriesgue por mí. En serio, te agradezco de corazón que te tomes la molestia de idear algún rebuscado plan para colarme al hospital, o lo que sea que se te haya ocurrido. Pero, no... debo pagar las consecuencias de mis actos. De todas formas... —Zoey le regaló una sonrisa—. Muchas gracias.

Zoey se levantó de su lugar, se despidió de Flavia y se marchó.

Por otro lado, Anderson permaneció sentada en aquel banco de la heladería durante un rato más, reflexionando y analizando todo lo que había platicado. Le parecía increíble como hablar con un extraño pudiese cambiar tanto el panorama de las situaciones que vivimos día a día.

Ahora mismo su problema con su novio parecía algo que podría resolver en cualquier momento. Ni siquiera lo veía como algo tan sofocante como había creído al principio del día.

No obstante, las circunstancias por las que estaba atravesando una chica de su misma universidad y edad, eran, en la gran mayoría de los aspectos, mucho más graves. Ella no deseaba marcharse de la isla, tenía sueños, tenía un futuro, y hasta dónde habían platicado, ella quería ayudar...

¿Pero por qué nadie la ayudaba a ella?

Ni su hermano, ni su madre, ni Vanlongward... no tenía a nadie.

Flavia sintió un impulso en su interior. Algo que la obligó a tomar su celular de repente y marcar un número en específico.

¿Hola?

—Papá. ¿Estás ocupado?

La verdad, un poco, ¿por qué? ¿Es urgente?

—Sí. Es urgente. Quiero que me ayudes. Bueno, no a mí, en específico. A alguien más.

¿A alguien más?

—A alguien que está pasando por muchas cosas difíciles y que no tiene a nadie. La conoces. Zoey Fisher.

Mhm... Te escucho.

*****

—¿Se encuentra aquí Ulises rojas? —preguntó Emma, en la recepción del hospital.

—¿Ulises Rojas? Sí, pero... ¿Me permite su documento de identidad?

—Oh, claro. Aquí tiene...

—Está bien, puede pasar. Es en la habitación 304. Y lamento lo de recién, es que los padres de Ulises especificaron, y pagaron, para que no dejáramos ingresar a una persona en particular.

—Entiendo. Bien, muchas gracias.

Emma recorrió los laberínticos pasillos del hospital hasta dar con la puerta exacta. Ella siempre pensaba que los hospitales, así como los cementerios, tienen algo... extraño en su interior. Cómo si recorrerlos en solitario siempre resultase una experiencia de introspección y autorreflexión profunda.

La salud, la vida, la muerte... están ahí, presentes, latentes y expectantes. Quizás era eso, ambos son los únicos sitios en el mundo en el que se es imposible ignorar a la muerte.

Emma entró en la habitación y se dio de bruces con la realidad.

Había visto a Ulises minutos antes de su secuestro, había hablado con él, había compartido anécdotas y habían reído juntos. Verlo empotrado en una camilla, repleto de cableados y vendajes, sumido en una posición fetal, enchufado a máquinas que decidirían su destino, era una escena para la que no se había preparado mentalmente. Las lágrimas le inundaron el rostro enseguida.

Se acercó hacia la camilla. La pregunta que más resonaba en ella era: ¿Por qué él? ¿Qué había hecho para merecerlo? No sabía mucho sobre lo sucedido, pero por alguna razón le daba la sensación de que la crueldad parecía rodear la periferia de la isla. Como si hubiese una maldición en estas aguas.

Se envalentonó en palpar su mano. Estaba seca, árida, como arenosa. Tenía un respirador instalado en la boca que apenas le dejaba reconocer si ese era, o no, Ulises rojas. Y sus ojos se ocultaban en dos párpados cerrados, arrugados y ojerosos. Quizás de tanto llorar, o de tanto sufrir...

Emma ya estaba cansada. Harta. El velo de la muerte parecía perseguirla, y ahora... ¿Volvería a suceder? ¿Volvería a morir alguien más?

Primero había sido Brenda en el crucero, pudo evitar su destino aun sin saber cómo, pero le sobrevino la muerte de Errol. En la isla la traged... el asesinato de Daniel Parker, motivado por una aparente venganza personal. Luego vino el ataque a Vanesa, evitada por los pelos...

Y ahora la cuota de vida que estaba pagando Ulises minuto a minuto. Convaleciente. Sin poder hacer nada más que esperar para que el tiempo decida llevárselo, o regalarle una pequeña fracción más de sí.

Quería ayudar, hacer algo por él. Su corazón se estrujaba y su mente se sentía extrañamente culpable por cada uno de los hechos sucedidos hasta el momento. Había muchos «quizás» rondando por su cabeza ahora mismo y aunque lo intentaba, nada podía acallarlos.

«Quizás, si hubiese decidido acompañarlo al autobús, no lo hubiesen secuestrado».

«Quizás, de no haberlo invitado a mi departamento, nada de esto le estaría pasando ahora».

«Quizás, si hubiese visto su futuro... podría haberlo prevenido».

Futuro. Presente. Pasado.

Jamás en toda su vida había estado tan pendiente de esos tres elementos temporales como ahora. Podía, gracias a una magia extraña que todavía no llegaba a comprender cómo había llegado a ella, anticiparse a los hechos que sucederían. Pero una vez que el presente llegaba, el pasado resultaba lejano, inalcanzable... Y si tomaba la decisión incorrecta ya no había vuelta atrás.

Eso la frustraba.

Ella era la única persona capaz de poder prevenir los eventos futuros y sus resultados, y un error era algo para Emma, y únicamente para Emma, inaceptable. No podía permitirse seguir fallando, no con este don...

Sus ojos se cerraron, repletos de impotencia, y las lágrimas comenzaron a brotar, incesantes, de nuevo.

Si hubiese visto el futuro, en el momento correcto, Daniel estaría vivo, Vanesa no tendría el trauma más grande de su vida y Ulises no estaría en esta camilla... Suspiró.

Si hubiese visto el futuro, en el momento correcto, Jamás hubiese conocido a Ada y nunca hubiese besado a Isaac.

Su ojo violeta brilló, impregnó una lágrima que se deslizó por su mejilla, y cayó en el reverso de la mano de Ulises. Emma terminó su visita y se marchó, pero si se hubiese quedado allí en el hospital, o si hubiese visto el futuro en el momento correcto, se habría enterado de que, luego, algunas horas después, ocurriría un milagro...

*****

El aeropuerto internacional de Isla Blau recibía a diario a cientos de pasajeros turistas que arribaban en busca de una nueva definición para las palabras: belleza y excentricidades.

Sus inmensas instalaciones embriagaron a Zoey con una sensación de absoluta pequeñez cuando ingresó, y a diferencia de cómo le hubiese gustado que fuese, todo el trámite posterior pareció suceder en instantes, y para cuando quiso pestañear, ya se encontraba en la escalera mecánica esperando a recibir la incómoda despedida de su hermano.

Zoey apenas abrió la boca para emitir un: «Bueno, es todo». Sin despegar la vista de sus propios pies, pero él, por otro lado, carraspeó la garganta y le ofreció un abrazo.

—Lo siento, Zoey. Ojalá todo hubiese resultado diferente.

—Lo sé.

—Intento protegerte. ¿Lo sabes?

—Sí, relájate. No estoy enojada. No contigo. Te portaste como el hermano que siempre fuiste. El mejor Fisher.

—No soy el mejor...

—Sí, lo eres. No te preocupes, Ada y yo ya lo teníamos asumido hace rato. Sigue así, no quiero cortar tu racha de perfección.

—Escucha. Si fuese por mí, me hubiese gustado que todo hubiese salido distinto. Amo pasar tiempo con mi hermanita y me duele horrores que tengas que irte, pero piensa que no será por siempre. Puedes volver a intentarlo, quizás con una mirada más madura, o yo qué sé. Quizás este nuevo aire te aclare las ideas y para cuando vuelvas... lo hagas a lo grande.

Ella negó con seguridad.

—No tengo intenciones de volver a la isla en la que asesine a una persona.

—Tú no asesinaste a Ulises. No quiero que pienses de ese modo. Él sigue luchando...

—Sí, pero si está luchando es por mi culpa. Da igual, Teo. No me harás cambiar de opinión.

—Está bien.

—Ya me tengo que ir —continuó Zoey, tomó su equipaje y observó con un rostro inexpresivo a su hermano—. Le mandaré saludos a mamá de tu parte. Cuídate, bro. En serio, pasan cosas espantosas aquí...

—Gracias, lo haré. Suerte, hermanita. Te qui...

—Sí, si, si... —Se volteó y subió a la escalera eléctrica—. También te quiero.

Teodoro vio la silueta de su hermana desvaneciéndose entre la multitud y decidió volver a su coche. Absorto en el silencio y la soledad, de la misma forma en que había llegado a esta isla, hizo un largo recorrido hacia el estacionamiento. No quería reconocerlo, pero sentía temor por lo que su hermana pudiese pensar de él.

Zoey no era una chica rencorosa, pero no pudo evitar sentir que quizás había actuado de manera apresurada. ¿Pero qué más podía hacer? ¿Qué otra opción tenía? ¿Dejar que alguien la secuestre o la asesine aquí? No, jamás. Se había jurado a sí mismo protegerla de todo mal desde el día que se había enterado de que ella vendría a Blau.

Y aunque su alma se afligía con la sola idea de ser el centro de los males de Zoey, enviarla de nuevo a casa seguía siendo la única y la mejor opción.

Ni siquiera pudo alcanzar su vehículo cuando oyó el chirrido de unos neumáticos derrapando detrás de él. El sonido fue tan fuerte que le obligó a voltearse y cuando lo hizo, descubrió el temible capó de un Mustang negro como la noche que se paró a medio metro de él.

Teodoro volvió a tragarse su corazón al notar que, quien conducía ese vehículo, era nada menos que el director de Vanlongward: Benjamín Bacon, quien venía acompañado por su hija. El hombre sacó la cabeza por la ventana y le apuntó con un dedo inquisidor.

—¡Fisher! ¿Por qué su hermana no contesta el teléfono?

—¿Qué?

—¡Su hermana!

—Oh... —Teodoro sintió la urgencia en las palabras del director, el problema es que no entendía el porqué. Por lo que contestó lo mejor que pudo—. No tiene teléfono, todavía...

—¡¿Ya se fue?!

El rostro de Teodoro parecía inventar una nueva forma de mostrar perplejidad cada vez que escuchaba hablar a Bacon.

—¿Mi hermana?

—¿¡Quien más, Fisher?! ¿Mi perro?

—Bueno. Espere... —Teodoro chequeó su reloj—. Creo que todavía no salió. Al vuelo le quedan unos minutos.

—¡Bien! Todavía tengo tiempo de salvar mi universidad... ¡Súbase ya y ayúdeme a encontrar a su hermana! ¡O lo despido!

—¿Qué...?

Teodoro no comprendía en absoluto lo que ocurría, pero por alguna inexplicable razón, su corazón se aceleró. Tomó el coche y los llevó hasta la zona de embarque. Desafortunadamente, no la localizaron en la sala de espera, y el avión ya estaba recibiendo a los últimos pasajeros. Teodoro, Benjamín y Mili llegaron a la puerta de embarque a toda velocidad.

—Disculpe —dijo el director, a una mujer que llevaba un rodete casi tan grande como su propia cabeza—. ¿Ya se subieron todos los pasajeros?

—Casi todos, señor.

—¿Podría pasar y buscar a alguien? Soy director de Vanlongward y el destino de mi universidad depende de esto.

—Lo siento, señor, pero eso es imposible. No importa quien sea, al avión solo se puede acceder con boleto.

Mily se mordió las uñas, brincó en su lugar, se frotó el cabello, apretó los dientes y echó una mirada hacia el cristal del ventanal y vio a algunas personas caminando hacia el avión. Su ansiedad fue más fuerte que su pudor en esta ocasión.

—¡Ay! ¡Papá! Lo siento, estoy muy nerviosa, ansiosa, emocionada y tengo que hacerlo... voy a hacerlo...

—Mili, espera un segundo, voy a solucionar...

—¿Qué está pasando...? —pensó Teodoro en voz alta.

Mily juntó aire.

—¡¡Aaaaadaaaaaaaa!! Un segundo... —Se interrumpió, arrugó el entrecejo y observó a Teodoro—. Era Zoey, ¿verdad?

—Si...

—Creo que ya se entendió, Mili...

—Señorita, por favor, no grite en las instalaciones —dijo la mujer rodete.

Su padre se anticipó.

—No, tranquila, ella no volverá a...

—¡¡¡Zoooooooeeeeeeeeeeeeeeeyyyyyyyyyyyyy!!!

De repente, de la fila de embarque, apareció una chica con tatuajes en sus brazos y una mirada completa y totalmente sorprendida.

—¿Ross...? —preguntó Zoey, casi con temor de encontrarse con David Shwimmer en el aeropuerto.

—No puedo creer que haya funcionado —dijo Mily, primero divertida, luego... furiosa—. ¡Y no lo grabé!

—¡Emily, deja de gritar!

—Perdón... ¡Es que estoy tan feliz!

—Por dios...

—¿Director Bacon? —preguntó Zoey confundida—. Por favor, dígame que no viene a declararme su amor.

—¿Qué? No, no... A ver, explíqueme. ¿Por qué no tiene celular? ¡Podríamos habernos evitado este bochorno!

—Mi celular se mojó en el crucero y mi tablet la rompí en el acantilado a golpes. ¿Ahora puedo preguntar a qué viene esta loca representación de Friends?

—Está bien —dijo el director, aplicando más serenidad en su postura y habla—. Le debo una explicación. Esto es muy reciente, pero tengo una propuesta para usted.

Zoey entrecerró sus ojos, todavía no se lo creía del todo.

—¿Ah, si? ¿Y qué es?

—¡Vas a volver a Vanlongward! —estalló Mily—. ¡Y lo mejor no es eso...!

—Emily. ¿Me dejas hablar? ¿Por favor? ¿Quieres volver con tu madre? Estamos en un aeropuerto, puedo enviarte justo ahora.

—No, no, no, no, no... ya me callé. Perdón. Perdón... Es que... me gusta que rompas las reglas. —Le susurró, divertida—. Te sienta bien ser rebelde...

El director suspiró profundamente.

—Lo que dice es verdad, estuve replanteándome su situación y creo que todos hemos sido un poco injustos.

—Demasiado injustos.

—Zoey...—dijo Teodoro.

—Déjame disfrutarlo —dijo ella, divertida—. Entonces. Iba por la parte de que fueron injustos...

—Lo fuimos, y queremos dale la oportunidad de que vuelva a ser parte de la universidad.

—¿Queremos? ¿En plural? —Apuntó con dos dedos—. ¿Usted y su hija?

—No. Bueno, sí, ella también, aparentemente — dijo mirándole fijamente—. En fin. Como lo que ocurrió nos ha excedido a todos. Por mi parte, avisaré a la junta directiva y a cada profesor para que tenga la oportunidad de rendir los exámenes finales, la semana posterior al viaje de mitad de año. No perderá las vacaciones intermedias, ni el viaje, y podrá rendir las materias sin atrasarse.

Zoey asintió con la cabeza y sonrió.

—Ok. Aprecio el gesto. Me parece... razonable y lo aprecio. Solo tengo una duda. ¿Cómo llegó a esto? ¿Y por qué tan de repente? ¿Por qué esperar a que me suba al avión y pegarme, no uno, sino dos gritos?

—Bueno, para ser honesto, la decisión fue un poco precipitada. Hubo algunos quienes intentaron persuadirme hace tiempo. La Licenciada Barrientos fue la primera. Debería agradecerle. Fue por ella que tomé la decisión de aplazar sus exámenes.

—No dude que se lo agradeceré.

—Otro fue, y este sí que me sorprendió, el rector Anderson.

—¿El rector...? —preguntó ella, luego hizo la asociación correcta y lo entendió todo—. Oh. Claro... —Sonrió con júbilo—. Estúpida Flavia.

—Él me apoyará en la junta para que no tenga inconvenientes en reincorporarse. Estamos moviendo cielo y tierra por usted, señorita Fisher. Espero que lo sepa apreciar.

Zoey asintió.

—También hay otra persona. Es, de hecho, el más importante de todos. De no haber sido por su llamado, y porque me dejó muy claro que si yo no la convencía de no tomar este vuelo, haría hasta lo imposible por dejar en ruinas mi universidad... quizás no hubiera reconsiderado nada de lo anterior. Así que tiene usted suerte, Fisher. No soy un hombre que cambie de opinión tan fácilmente.

Zoey vio a su hermano.

—¿Fuiste tú?

—No... no fui yo.

—Auch. Eso duele, ¿sabes? Bien... —Se volvió hacia el director—. ¿Quién fue el responsable de salvar mi carrera entonces?

Los ojos del director y de su hija se encontraron durante unos instantes, y ambos sonrieron.

—Ulises Rojas.

—¿Qué...? —El corazón de Zoey se encogió y sus ojos se llenaron de lágrimas—. ¿Él está...?

El director asintió y le dirigió una sonrisa.

—Sí. Su lucha acabó... va a vivir.

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