Capítulo XXIV - Incinerados
Capítulo XXIV – Incinerados
El aula de periodismo se encontraba en total silencio. Los alumnos mantenían su atención en sus exámenes. Ese momento tenso, silencioso, en dónde se imparte una cruenta batalla uno contra uno entre los conocimientos y las preguntas de examen.
Emma se había estado esforzando en estudiar lo suficiente para aprobar bajo sus propios medios. Por su mente, en ocasiones, se cruzaba la idea de echar un vistazo al futuro de su nota.
Tenía el arma perfecta para aprobar como quisiese, y podría utilizarla en cualquier momento y jamás ser descubierta, pero pensar en ello le parecía aburrido.
Tener el acceso a una nota perfecta, sin ser merecedora de ella, no era algo que le brindara satisfacción alguna.
Por eso se había esforzado mucho por intentar alcanzar una nota sobresaliente, sin la necesidad de recurrir al latido del futuro. Entregó su examen luego de una hora y media de exprimir su cerebro y volvió a su asiento.
Observó el banco a su lado. Otro día más que Ada no asistía a clase.
Para nadie era un secreto que su cuerpo manifestaba un gran alivio cuando esa chica no se presentaba. Aunque resultaba muy extraño siendo la semana más importante del semestre y lo mucho que disfrutaba esa morocha de restregar su inteligencia al mundo.
Emma observó a su alrededor.
Todavía faltaba tiempo para que la clase finalizara y había muchos alumnos que no habían entregado todavía. Se cruzó de brazos y observó a un punto fijo en su banco mientras aguardaba.
Estas situaciones eran las peores. Los momentos calmos en dónde su mente tenía rienda suelta para asediarla con los recuerdos de la última visión que había tenido.
Ella intentaba no pensar en ello, pero la certeza de una muerte asegurada no era algo que podía olvidarse así de sencillo. Si tan solo pudiese anticiparse a ese momento. Saber quién la secuestraría, saber quien podría estar detrás de ella y hacer algo tan atroz. Si tan solo pudiese adelantar más sus visiones podría dar con alguna respuesta...
Chistó en silencio. Lastimosamente no era posible.
Cada día que podía, practicaba junto con Isaac para poder dominar mejor sus poderes. Le era muy sencillo prever el futuro cercano, pero mientras más intentaba ver, las imágenes se quebraban en su percepción, haciendo casi imposible discernir o recordar algo.
Su máxima capacidad de aguante había sido de casi treinta horas del vistazo a futuro. Lo había intentado una sola vez, en una de las prácticas con Isaac, pero se había esforzado tanto que no había sido capaz de volver a usar sus dones hasta el día siguiente.
Y sufrir hemorragia ocular no era para nada agradable. Era asqueroso...
Bostezó, y al mismo tiempo, alguien llegó al aula. Nada más y nada menos que el mismo rector Anderson. Primero ofreció una disculpa por intervenir en el examen, y luego continuó, sin perder tiempo, a dar un comunicado especial.
—Buenos días, chicos y chicas. He recibido noticias recientes del director de la institución, y me pidió que las comunique específicamente a los alumnos de primer año de Vanlongward —dijo el rector portando su rostro más imparcial y serio, como siempre—. Tenemos algunas que son buenas y otras, por desgracia, no lo son en lo absoluto.
»Empecemos con las malas. Sin entrar en detalles, la semana pasada ha ocurrido otra tragedia en la institución. Uno de nuestros alumnos ha sido secuestrado y ahora se encuentra hospitalizado. Su estado es muy crítico. Razón por lo cual la institución va a estar haciendo lo posible por brindar medidas de prevención más rigurosas. Se han duplicado los organismos de seguridad y estableceremos una red de cámaras que estarán en funcionamiento las veinticuatro horas del día.
Ni bien los labios de Anderson se cerraron, el alumnado al completo comenzó a hacer preguntas sobre el asunto; como buenos estudiantes a periodistas, la mayoría quería informarse cuanto antes sobre el «qué había pasado», «a quién le había pasado», «cómo había pasado», «por qué había pasado» y «dónde había pasado», el problema es que Anderson no era un hombre que daría su brazo a torcer así como así.
Por lo que evitó responder y continuó con su comunicado.
—Pasemos a las buenas noticias antes de que toda su atención se pierda del examen que tienen frente a ustedes —esgrimió el hombre—. El instituto Vanlongward es reconocido mundialmente por fomentar las actividades extracurriculares y mantener a cada uno de sus alumnos instruidos en tantas artes y herramientas como nos sea posible. Cada año se les otorga a los nuevos ingresantes, ahora alumnos de primer año, la oportunidad de experimentar una aventura como ninguna otra. Tras finalizar los exámenes y el primer semestre del año, la institución organizará una excursión al parque natural Aldebarán durante todo un fin de semana.
Las emociones del alumnado se dispararon hacia distintos rumbos. Algunos hacia la euforia y la felicidad, y otros, como Emma, hacia la confusión e incertidumbre.
—Para quienes no lo conozcan, el Parque Aldebarán se sitúa en la zona noroeste de la isla —comunicó Anderson—. Se trata de un complejo natural rodeado de bosques, lagos, montañas y un sinfín de actividades para que muchos de ustedes puedan tomar un respiro de sus obligaciones. Es un lugar turístico de excelente nivel, y a pesar de todo lo sucedido en la universidad durante el trayecto del semestre, el director ha decidido que el viaje se realizará sin falta, con la finalidad de poder pasar una grata experiencia en la naturaleza. Les recomiendo estudiar mucho y concentrarse en aprobar cada examen, porque «el festejo» posterior, corre por cuenta de Vanlongward —dijo Anderson haciendo un intento por esbozar una sonrisa cool para el alumnado, pero con un resultado un tanto perturbador y macabro—. ¿Alguien tiene alguna pregunta?
Una enorme cantidad de alumnos levantó la mano.
—Relacionado con el segundo tema, por supuesto —comentó el rector.
Algunos brazos descendieron tras esas palabras y algunos otros continuaron alzados. Anderson eligió uno y le cedió la palabra.
—Señor. ¿Qué actividades haremos en esa excursión? —preguntó una muchacha sentada al fondo del aula.
—Bueno. Como ya mencioné, hay un extenso itinerario de actividades para realizar. Si usted precisa de algunos ejemplos, podría decirles, excursión al bosque, descenso en canoa por el río, o el campamento a la intemperie, son algunos de los que se me ocurren.
—¿Vamos a dormir a la intemperie? —preguntó otro alumno con un tono de preocupación en su voz.
—Exactamente. Se formarán grupos y deberán efectuar diversas tareas. Pero no estarán totalmente solos. Siempre habrá profesionales cuidando los alrededores del bosque en horarios nocturnos. No hay de qué preocuparse. Incluso la propia hija del director participa de esta actividad por cuenta propia desde hace ya dos años. No corren peligro...
«Peligro...». Esa palabra retumbó en la cabeza de Emma y todo se volvió completamente oscuro.
De repente, la rubia abandonó el aula y el frío la abrazó por completo.
El viento soplaba con una fuerza abrumadora. Sus ojos le ardían por el aire mezclado con la tierra que se colaba por sus párpados. Interpuso su brazo para poder observar a su alrededor.
Era de mañana, pero la cantidad de árboles que le rodeaban apenas le dejaban apreciar el cielo.
Sus tobillos sentían el césped alto y humedecido que rozaba su piel. Sus pasos avanzaron de manera cautelosa, examinado el lugar hasta darse cuenta de que se encontraba en lo profundo de un bosque.
A su lado, no muy alejado, se encontraba el cauce de un río de torrente raudo y veloz.
El clima, por su lado, parecía embravecido. El viento golpeaba con fuerza y sintió temor por alguna razón. Su cuerpo temblaba a causa del frío, pero fue cuando sus pies tropezaron con algo en su camino, que su corazón se sintió helado por completo.
Tiesos y aparentemente sin vida, dos cuerpos yacían allí en medio del bosque...
Completamente incinerados.
Su mirada permaneció observando la escena con una sombra de pavor, hasta que, de nuevo, un destello blanco la sacudió y Emma volvió a la realidad: agitó su cabeza y se frotó la vista.
Sus ojos parecían prenderse fuego y sus oídos volvieron a captar la atención de la voz del rector Anderson.
—Si nadie más tiene preguntas. Los dejaré terminar con sus exámenes —Se dirigió a la profesora—. Lamento la interrupción. Ya puede continuar.
—No se preocupe, rector —dijo la profesora—. Si necesita algo más no dude en avisarme.
—Ah, bueno. Ahora que lo menciona. La señorita Fisher asistía a esta comisión, ¿no es así?
—Sí. En efecto. Aunque hoy tampoco vino...
El rector se anticipó y negó con la cabeza.
—Tranquila. Ella ya no asistirá más a su clase. Ha pedido la baja. Así que puede eliminarla de la lista.
Emma, quien todavía se encontraba en un estado de ausencia post visión traumática, clavó una veloz mirada en el rector al escuchar esas palabras.
—¿De verdad? —preguntó la profesora contrariada—. Qué lástima. ¿Qué fue lo que sucedió?
—No me permiten dar detalles, pero asumo que Vanlongward fue demasiado para ella. Suele pasar. Mucho más con los de primer año.
—Es imposible... —dijo Emma para sí misma. El problema es que «para sí misma» terminó siendo escuchado por todo el salón. Las miradas de todos los presentes se voltearon hacia la rubia, y por ende, la de Anderson también... solo que él todavía tenía muy presente el incidente que habían desatado ambas en los pasillos hace algunas semanas y el desprecio que canalizaron sus ojos fue tan claro como el agua.
—Señorita Clark —dijo Anderson—. ¿Hay algo que quiera compartir?
—Lo siento, pensé en voz alta —contestó ella apartando la mirada—. No, nada. La noticia me tomó por sorpresa.
—Sí. Me lo imagino...
Una vez el rector se marchó y el examen culminó para toda la clase, la profesora organizó el resto del tiempo que les quedaba para repasar la entrega de los trabajos de la semana anterior y, luego de unos minutos más, liberó a sus alumnos.
Por lo general, Emma es de las que prefieren tomarse su tiempo antes de abandonar el aula, pero el día de hoy resultó distinto.
Reunió sus pertenencias en su mochila y cruzó la puerta en un parpadeo. Isaac y ella habían concretado reunirse en el departamento de Emma para continuar practicando el uso de sus poderes de clarividencia.
Además de eso, tenía que contarle a alguien, urgentemente, lo que había visto en su nueva visión...
*****
Isaac tomó un sorbo de café en una taza roja de mango blanco. Negó con seriedad.
—Sé que me lo hubieses dicho si lo supieses, pero... ¿No reconociste esos dos cuerpos quemados?
Emma se recostó todavía más en su sofá con la mirada fijada al techo.
—No... —dijo intentando volver a aquella secuencia—. Eran dos... figuras totalmente negras, esqueléticas... Apenas quedaba algo ahí que pareciese humano.
—Al menos ahora tenemos una ubicación general. Un bosque. ¿No es así?
Emma asintió.
—Creo saber dónde será... —dijo Emma enderezándose—. En la visión había un río. Googlee los más rápidos de la isla y... ¿Conoces Aldebarán?
Isaac asintió.
—Sí, claro. De pequeño iba todo el tiempo. Es verdad, allí hay corriente de ríos muy veloces. ¿Crees que sea ahí?
—Anderson estaba hablando de Aldebarán en el momento que tuve esta nueva visión. No estoy segura de nada, pero es una probabilidad —Emma cruzó las piernas y se inclinó hacia delante—. ¿Y si mi visión de muerte también es en Aldebarán? Encontré que también ahí existen cabañas por todos lados, yo estaba encerrada en un sitio oscuro, y ese centro «Centauri», me suena a un punto perfecto para asesinar alumnos.
Isaac alzó las palmas y los hombros a la vez.
—Solo hay una forma de cerciorarnos. No vayas a Aldebarán... ¿No?
Emma arrugó el entrecejo, la verdad es que el punto de Isaac tenía lógica. Si intuía que ese lugar podría ser peligroso, entonces lo mejor sería no acercarse allí.
—¿Y tú piensas que con eso sea suficiente?
—Mira... te propongo lo siguiente. Puedes quedarte aquí ese fin de semana. Seguiremos practicando con tus dones, o no, como quieras. Podemos ir a sitios públicos, o ni siquiera salir de tu departamento. ¡Hagamos una gran noche de pizza y películas! —dijo el joven sonriente—. Creo que lo mejor es que te resguardes para que esa visión jamás ocurra.
Emma se sintió cohibida a sonreír. Su mente no le permitía hacerlo, pero él parecía poder cambiar su estado de ánimo con mucha sencillez.
Isaac posó su mano en la pierna de la rubia.
—Quédate y te aseguro que encontraremos la manera de que esa visión, ninguna de esas dos visiones... jamás sucedan.
Emma asintió y por fin se permitió volver a sonreír. Ambos pasaron una agradable tarde de pláticas y cafés, hasta que el joven tuvo que marcharse por compromisos laborales.
Emma le acompañó hasta afuera del edificio. Él atacó con una de esas sonrisas tiernas que a menudo soltaba, y ella devolvió el golpe con otra, sin perder nunca el contacto visual.
Isaac apretó los labios.
—Se me hace tarde...
Ella asintió. En su interior quería que se quedara, siempre la pasaba extremadamente bien con él, pero no se lo dijo.
—¿Cuándo tienes un tiempo libre? —preguntó la rubia—. Ya sabes, para... practicar.
—¿El fin de semana te parece bien? Aunque... podríamos tomar algo mientras. No sé, digo, para... practicar en otro ambiente. No recuerdo si te lo dije, el fin de semana será mi cumpleaños.
A Emma se le iluminó el rostro.
—¿En serio? No tenía idea. ¡Hay que festejarlo! Espera. ¿Vas a salir conmigo en tu cumpleaños?
—Bueno... en realidad el festejo con mi círculo íntimo y familia será por la mañana. Siempre es así. Así que esa noche puedo tenerla libre... si quieres, claro.
—¿Qué? ¿Y me lo preguntas? ¡Encantada! Jamás te he visto del lado exterior de una barra. Será interesante —bromeó la rubia.
—¡Muy bien! ¡Tenemos una cit...a! —Isaac guardó silencio—. ¡De práctica! Una cita de práctica del latido del futuro. Y un cumpleaños. Una cita de práctica de latido del futuro y un cumpleaños.
—Será una larga semana de espera... —dijo ella.
Ambos se despidieron, y Emma retornó sus pasos hacia la torre VW. Como siempre, el portero le cedió el paso y ella encaró hacia los ascensores espejados para ir a su piso. La puerta se deslizó antes de que ella pudiese presionar el botón y dentro se encontró con un rostro conocido que hacía tiempo que no veía.
Alain le sonrió ampliamente y le saludó. Iba muy pulcro, bastante para lo que acostumbraba Emma. Llevaba un traje al cuerpo muy estilizado y que le sentaba fenomenal. No podía evitar pensar que era todo un galán.
—¿Vives aquí? —preguntó ella.
—Oh, no. Aquí solo vengo a trabajar. Es mi oficina —dijo él mostrando la llave de su suite. Era como la de Emma, pero de distinto color—. Estoy en el piso 24.
—¿Es el último piso no? Debes tener las mejores vistas...
—Son geniales, no te mentiré, pero nada supera a las de la terraza.
Emma parpadeó consecutivamente.
—¿Tenemos una terraza?
Alain echó una mirada incrédula.
—¿Qué? ¿No sabías? —Luego observó a Lambert postrado en la puerta—. ¡Lambert! Aquí la señorita no conocía la existencia de la terraza. —Volvió a dirigirse a Emma—. Me imagino que tampoco sabes sobre la piscina...
—¿Piscina? ¿Aquí? —Ahora la rubia también observó a Lambert con ojos desorbitados de la impresión—. ¿Sobre mi cabeza?
El rostro de Lambert se volvió blanco como el de una hoja de papel vacía. Su mirada cambió de rubio a rubia; y su cabeza se agachó prisionera tras los barrotes de la vergüenza.
—Le he fallado terriblemente, señorita Emma.
Emma sonrió.
—Lo superaré... Pero estoy muy ofendida, Lambert.
—Lo lamento, muchísimo...
Emma sacudió su mano.
—Ya me pensaré un castigo apropiado —bromeó y volvió a la conversación con Alain—. Entonces somos casi vecinos. Yo estoy en el 21. Mejor, así no oirás mis gritos quejumbrosos cuando no encuentro las llaves —bromeó.
Alain sonrió y mantuvo la mirada clavada en Emma.
—Te veo feliz.
Eso la sorprendió. Sí que no lo esperaba.
—¿Perdón?
—Sí. Te veo feliz. Auténticamente feliz. —dijo él—. En la fiesta parecías un poco tensa. Incluso en la competencia de baile.
—¡Oh, Dios! —Emma recordó que él prácticamente le había obsequiado el medallón que había salvado a Vanesa—. Nunca te agradecí por eso. ¡Gracias por el premio! ¡Y perdón por el escándalo! Te juro que no siempre se me da por correr encima de las barras...
—Está bien. No te preocupes. Lo importante es que todo salió bien con tu amiga. ¿No es así?
—Y tú... ¿Cómo sabías?
—Los guardias que la asistieron me informaron. Yo pagué y llamé a los paramédicos que la atendieron. —Alain levantó su palma, anticipándose—. Y antes de que digas nada, tranquila, lo haría de nuevo y por cualquier de mis invitados.
—Wow... no sé cómo agradecerte.
—¿Cómo se encuentra ella? ¿Está saludable?
Emma asintió.
—Por suerte, sí. De hecho, pensaba llamarla ahora. No tengo nada que hacer.
—Entonces envíales mis saludos. —El joven chequeó su reloj—. Bueno, debo irme. Un cliente me espera. La verdad que me alegró verte. Y también me alegró verte auténticamente feliz. Espero que nos volvamos a cruzar.
—Lo mismo digo...
Alain dio cuatro pasos y se detuvo frente a la puerta. Su cabeza se meneó de lado a lado y luego volvió hacia Emma.
—Lo siento... ¿Te molestaría que te hiciera una pregunta?
—Lo siento. ¿Parezco la persona a la que le molestaría que le hicieran una pregunta? —bromeó.
Él sonrió.
—¿Te gustaría salir conmigo a tomar algo este fin de semana? Claro, si es que no tienes planes.
Emma quedó en un breve estado de asombro, su mirada se desvió de manera automática y se ruborizó.
Apretó los labios y arrugó el semblante, como si le doliese contestar.
—Lo siento —dijo ella, apenada—. Tengo planes con alguien.
—Oh, perfecto. Ahora entiendo por qué te veía tan feliz. —Él sonrió, le asintió en señal de saludo y se marchó—. Espero que ese «alguien» sepa lo afortunado que es.
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