Capítulo XXII - Te odio


Capítulo XXII – Te odio


El conductor poco pudo hacer para maniobrar, el golpe fue inminente, el tronco los embistió en el siguiente segundo; la carrocería frenó en seco y su parte trasera se levantó del firmamento durante el impacto para volver a caer con brusquedad.

Zoey Fisher sintió cómo su mundo se volvió, en un segundo, un destello de dolor y oscuridad al mismo tiempo. El golpe había sido duro y brutal; su cabeza sufrió un siniestro dentro del vehículo que la desterró del mundo consciente durante varios minutos en el que silencio y la soledad cobraron protagonismo en aquella ladera.

Todavía tenía el audífono puesto, y de no haber sido así, probablemente hubiese permanecido en un estado de sueño inducido durante mucho más tiempo.

Primero escuchó voces indescifrables, como si alguien intentase hablar con ella; después, una pequeña parte de su cerebro reconoció la voz como la de su amigo Ulises, y entonces, su cuerpo hizo el resto.

La adrenalina, la urgencia, el peligro, el tiempo que no tenía... todo volvió a su mente de golpe, y sus esferas azules volvieron a ver la luz de aquella tarde.

—¡¡Ada!! —escuchó decir a Ulises.

Su cuerpo apenas pudo moverse.

Un indescriptible dolor en su cuello, como una punzada espantosa, comenzó a asediarla cuando recobró el conocimiento.

Salió del vehículo tomándose su tiempo; su cabeza parecía ser una montaña rusa: todo subía, todo bajaba, y todo giraba. Su tablet, por suerte, no había sufrido las consecuencias del impacto, pero temía por la vida del conductor, quien, al encontrarse en la parte delantera, había sido el más expuesto.

—¿Uli...? —preguntó la chica, mientras su cuerpo se movía por sí solo para abrir la puerta del coche, desencajar el cinturón de seguridad y arrastrar al chofer a una zona alejada del accidente.

¡Ada! ¿Estás bien? ¡Escuche un sonido horrible y luego no volviste a responder!

—Estoy bien. Espera. —Se tomó un tiempo para tomar las pulsaciones del conductor...

Su alma le volvió al cuerpo al sentir un latido. Estaba vivo, y a juzgar por las heridas, al menos las que ella llegó a reconocer de forma superficial, el hombre no corría peligro alguno.

Lo que no quitaba el hecho de que ya era hora de actuar acorde a una persona racional y llamar a una ambulancia.

Su tablet se encontraba todavía en su bolsillo, lo guardaba allí para evitar perderlo, y ahora había entendido que había tomado una sabia decisión.

Pero cuando su mano se estiró hacia atrás para tomarlo, sus ojos, por unos segundos, viajaron hacia el frente: en los laterales de la carretera convivían arbustos, vegetación, árboles de pino de troncos delgados, pero endemoniadamente duros...

Y entre toda la maleza caribeña, de tintes verdosos y oscuros, había un color que se desencajaba de los demás. La luz del sol, que de momento buscaba esconder sus primeros trazos detrás de los árboles ubicados frente a la muchacha, lograron reflectar una sombra que se dibujó frente a ella y que pisó poco más de la mitad de la carretera.

¿Ada...? No quiero apurarte, pero... —Ulises hablaba, pero ella ya ni siquiera podía escucharlo.

La chica tuvo un ligero ataque cuando su mente conectó dos puntos importantes.

El primero, esa sombra allí, proyectada en el asfalto; y el segundo, su tablet, cuyo nuevo mensaje, no daba señales alentadoras: «Lo siento, como dije antes, ya no puedo dejarte continuar. Si te mueves... él morirá».

Su mente tenía que procesar al menos tres grandes hechos en un tiempo récord.

Primero, aquella sombra... ¿Era el secuestrador?

Segundo, Redet, su aplicación estrella, su preciado bebé. La investigación del caso, su venganza, su reputación, todo estaba en esa aplicación... y si quería salvar a Ulises tendría que prescindir de ella.

Y tres, realmente no era relevante, pero su mente de periodista no podía dejar pasar el hecho de... ¿Cómo carajo había salido volando ese tronco hacia el vehículo?

Descartó, por urgencia y salud mental, pensar en la primera y en la última, y se irguió, dejó atrás al chofer, avanzó para tener un mejor panorama de la persona responsable de proyectar esa sombra...

Y habló fuerte y claro.

—¡Hey! ¡Quiero hacer un trato! ¡Voy a borrar todo el sistema Redet como me pediste! ¡Pero deja a Ulises! Él no se merece esto... ¡Por favor!

¿Qué? —preguntó Ulises, del otro lado del auricular, sin comprender—. ¿Está ahí contigo?

—Dame un segundo, Uli. Arreglaré esto pronto —Zoey se quitó el audífono—. Detén el conteo y borraré todo. Jamás volveré a investigar a Emma. Ya me da lo mismo. Ignoré tus primeras advertencias y fue un error. Lo siento. Ya no quiero más problemas, no quiero más heridos, veo que vas en serio, pero tu mensaje fue contundente. Me haré un lado, sin preguntas, sin peros, ni quejas. Solo te pido, por favor... no sigas con esto.

—Vaya. Qué aburrido. ¿Dejarás todo? ¿Así, sin más? ¿No vendrás a luchar? ¿No intentarás que cambie de parecer? ¿De hacerme ver mis errores?

La voz.

Esa misma que escuchó cuando recibió la amenaza, distorsionada, esta vez se escuchó a la perfección, sin modificadores, una voz genuina, masculina... ¿Joven?

—¿De qué me serviría? Solo quiero que él esté bien...

La sombra en el asfalto hizo un movimiento con las manos. Como sí, con una sostuviese algo, y con la otra, presionara ese «algo».

—El conteo fue apagado. Apúrate, borra todo, y solo para que no hagas nada estúpido, si intentas identificarme...

—Ulises se muere. Lo entiendo. Solo dame un segundo y... —Tal como prometió, le bastó de unos pocos clics para eliminar por completo cada uno de los casos que tenía. «Los archivos de respaldo», dijo el secuestrador. Y no hacía falta la mención, puesto que ya no tenía intenciones de correr ningún riesgo. Lo borró todo—. Está hecho. —Le fue difícil decir esa pequeña frase—. Tienes lo que querías. Ahora deja libre a Ulises.

Pasaron unos pocos segundos en los que Zoey quedó estática, observando cabizbaja aquella silueta, con su corazón en la garganta y un temor palpable en cada rincón de su piel; no se atrevía a subir la mirada y enfurecerlo.

Pero por alguna razón que desconocía, él no parecía tener intenciones de comunicarse de nuevo.

—¿Qué pasa...? —A Zoey le ganó la ansiedad—. ¿Por qué no me dices nada? Hice lo que me pediste. Solo quiero que...

—Quieres que Ulises esté bien. Bla, bla, bla. Dame un segundo, estoy leyendo.

—¿Qué...?

Zoey volvió a observar el reflejo de aquella silueta, su postura, relajada y reposando la espalda junto a un árbol, mientras, evidentemente, parecía estar leyendo alguna especie de libro. ¿Qué carajo le pasaba?

—Oh, ok... ¿Qué se le va a hacer? —Volvió a hablar la voz y chistó de manera repetitiva—. Tengo malas noticias. ¿Sabes? De verdad Ulises me caía bien. Es una lástima. No puedo hacer nada. Tengo instrucciones claras y debo seguirlas. Efecto mariposa y toda esa basura. Pero, me has ablandado el corazón. Te voy a dar una sola oportunidad... ¿Está claro? Así que si fuese tú... empezaría a correr, chica.

Zoey no lo comprendió a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera...

—¿Correr? ¿Cómo...? ¿Qué vas a hacer...?

—Te dejaré cinco minutos... —Hubo un silencio, en dónde aquella silueta pareció rascarse la cabeza—. Y diez segundos. Yo te recomiendo que los aproveches. Estos diez segundos no están en el plan, pero... son solo segundos, ¿no? ¿Qué podría pasar? Después de todo, nadie le gana a la muerte en velocidad.

—No entiendo... ¿Qué carajo estás diciendo?

—¡¡Que corras!! Ada, Zoey, lo que carajos sea. ¡¡Corre!!

El empedrado del camino se levantó ante el impulso de sus pies.

Su cuerpo ni siquiera lo dudó. Se movió por sí solo, cómo si aquellas palabras, emitidas en aquel tono, y recitadas por ese misterioso hombre... tuviesen, aunque sea, una mínima intención de ayudarla.

Dejó el vehículo, a su conductor, y aquel misterioso sujeto atrás, ninguno de ellos le importaba. Todos estarían bien al amanecer. El que no podía decir lo mismo era Ulises. Allí, colgado, meciéndose entre la vida y la muerte en cada segundo que transcurría.

Sus dedos sintieron una suave vibración, y recordó que todavía tenía el auricular inalámbrico en su mano. Se lo colocó.

—¿Uli? —preguntó ella jadeando, pero no obtuvo respuesta inmediata—. ¡¡Ulises!! ¿Estás bien?

Ada... —Su voz sonaba débil, ronca y seca... angustiada—. Dice... cuatro... minutos... cincuenta...

—¡Uli! ¡Ya voy! ¡Aguanta un poco más!

Apúrate... por favor...

Zoey corrió «pedaleó», sin mirar atrás con todas sus fuerzas.

La vida de Ulises «Adaline» estaba en inminente peligro y era ella, solo ella, quién podía salvarlo «salvarla» ahora...

La adrenalina recorría su cuerpo en cada metro recorrido. Para ella, ese momento, esa situación, ese lugar, parecía haberse detenido por completo. No escuchaba nada a su alrededor. Las aves no volaban, el viento no soplaba...

Solo ella y el tiempo se desplazaban, codo a codo, en una carrera contra la muerte.

—No se va a repetir... —susurró Zoey entre dientes chequeando el tiempo que le quedaba.

Tres minutos resultaban contradictorios, por un lado, demasiado poco, por otro lado, una eternidad.

Su corazón golpeaba sin benevolencia su pecho.

Su mente golpeaba sin piedad su alma.

Y sus lágrimas, se deslizaban por sus mejillas y golpeaban el firmamento.

Dos minutos...

A pesar de darlo todo, de esforzarse, al máximo, de que sus piernas ardieran con las llamas de la urgencia, la recta final se percibía muy lejana.

—No voy a dejar que se repita...

Su mente le hablaba, le insultaba, le exigía que no cediera el ritmo, que sin importar lo que hubiese frente a ella, no podía hacer otra cosa más que seguir avanzando.

Pero el tiempo parecía llevarle la delantera, el tiempo no se cansaba, el tiempo no dudaba, el tiempo no retrocedía; sin embargo, su espíritu sí, y poco a poco, sus pedazos iban cediendo, quebrándose por dentro...

Un minuto...

Su alma tuvo su primer alivio cuando sus ojos divisaron, a la distancia, las ruinas San Fabrá «La estación Soledad»; y como una inyección adrenalínica, Zoey utilizó el último impulso de energía que le quedaba.

Cerró sus ojos, apretó los dientes, cortó su respiración y aumentó la velocidad...

Aumentó la fuerza...

Aumentó toda su energía...

Pero, aun así, la historia se repitió...

Hace dos años, Zoey pasó por una situación similar.

Había recibido una llamada de su hermana, suplicando ayuda, y ella, sin saber en lo que se metía, sin conocer los riesgos, sin importarle nada más, acudió a su rescate de inmediato.

Por desgracia, a la hora de elegir el camino a tomar su instinto le falló, alejándola más de su objetivo. Y de haber sabido lo que sucedería, quizás la resolución final hubiese sido diferente.

Quizás su hermana permanecería viva, junto a ella, y todo hubiese sido más sencillo. Pero, de vez en cuando, a la vida le encanta golpear en dónde más duele.

Montada en una bicicleta, volviendo sobre sus pasos, esforzándose por ganarle una carrera al destino final; la rueda delantera se vio obstaculizada por una roca demasiado grande y puntiaguda, que le hizo perder el equilibro.

En esa caída, Zoey ya había perdido.

El tiempo, indomable, imbatible, incansable, la sobrepasó.

Y en este día, con Ulises maniatado, cuando pensaba que todo no podía resultar peor, sus pies tropezaron uno junto al otro; su cuerpo quedó a merced de la inercia y la gravedad, empujándola sin remordimientos, deteniendo la carrera con sus tretas miserables, una vez más, como hace dos años...

Zoey volvió a perder... y cayó al suelo.

La marea de pedruscos que cubrían la totalidad de la superficie exterior de las ruinas le recordaron, de manera literal, la dureza de la vida; de lo mucho que lastima; de lo mucho que te hace sangrar si se lo propone.

Su cuerpo permaneció estático en el suelo y un puñetazo cortó el silencio, perseguido de inmediato por un insulto al aire y unas palabras que Zoey se había apropiado hace mucho, que repitió cada vez con más fuerza, cada vez con más enojo...

«Inútil».

Su mente era incapaz de separar el pasado con el presente. Todo resultaba tan aterradoramente similar; y no solo las situaciones, sino sus sentimientos, aquellos que había intentado mantener ocultos durante cada día bajo una capa de falsa seguridad, de confianza exagerada y de actitudes despreocupadas; pero que volvían por la noche, como fantasmas, sin permitirle descansar una sola noche...

Ahora, el miedo, la frustración, la impotencia, la tristeza, volvían a asediarla, volvían a mostrarle aquellas imágenes de su pasado, cuando, por más que lo intentó, por más esfuerzo que hizo, por más voluntad que puso... no fue capaz de salvarla.

«—¿Zoey...? —preguntó Adaline al escuchar el impacto—. ¿Qué paso?».

«—Yo... —dijo ella con dificultad, usando sus palmas para levantar su torso—. Me caí...».

«Adaline Fisher tenía un problema. Trastorno de bipolaridad. Emociones alternamente opuestas, manifestadas de manera brusca y desmedida».

«Zoey conocía a la perfección, y de primera mano, las consecuencias de ese tipo de trastornos. La primera vez que escuchó de ello, no lo había comprendido, pues apenas era un infante; aunque, le bastó y le sobró para toda su vida, experimentar uno de esos cambios de conducta desmedida estando, ambas solas, en su casa».

«Una niña de ocho años entra al cuarto de una adolescente de veinte. La niña, inocente, busca en su cajón uno de sus juguetes, pero, en cambio, encuentra algo extraño, que jamás había visto en su vida, pero que se le parecía a la sal...».

«La adolescente la descubre, y entonces ella, abrumada por las dificultades de la vida, desesperada por marcar su territorio, y muy dolida porque usurparon su espacio personal... sencillamente explotó».

«Las explosiones alcanzaron, por desgracia, a la pobre niña. La adolescente se marchó durante años, dejando a su pequeña hermana internada y al borde de la vida, durante meses...».

«Zoey conservaba secuelas de aquel desgraciado incidente, pero lo que jamás conservaría con su hermana, sería resentimiento. Ella no era así, ella la comprendía, no obstante, cuando escuchó lo siguiente que dijo, algo de aquella escena del pasado, regreso como una estocada violenta a su mente, a su espíritu y a su corazón...».

«—Que tú... ¿¡Qué!? —espetó Adaline en un grito de cólera desmedida—. ¿Esto es una maldita broma para ti? ¿¡Cómo que te caíste!? ¡¿Es que puedes ser tan inútil?!».

«—No pasa nada... —dijo Zoey, jadeando, arrastrando las piernas para empezar un trote lento. La cadena de su bicicleta se había desencajado y ya no había tiempo para arreglarla—. Ya estoy muy cerca... —dijo, pero el panorama no era nada bueno. El tren ya estaba aproximándose desde el horizonte a una velocidad alarmante. La distancia entre ambas no era demasiado, podía ver la silueta de su hermana a lo lejos, parada en medio de las vías, solo tenía que continuar—. Voy a llegar...».

«—¡Solo tenías que hacer una maldita cosa! —Adaline llegó al punto en que controlar sus emociones ya no era una opción. Su actitud había dado una vuelta completa. Ya no era la misma—. ¡Solo tenías que llegar a tiempo! No puedo creer que confíe mi vida a una puta inútil de mierda...».

«—Ada, basta, por favor... —Sus ojos no paraban de mojarse, y sus pies se esforzaron en aumentar la marcha—. Intenta moverte, hermana. Solo inténtalo...».

«—¡¿Crees que no lo estuve haciendo todo este tiempo?! ¿Crees que quiero estar aquí parada como una maldita loca? ¡No, enferma! ¡No! ¡Todo esto es tu culpa! ¡Fuiste tú la que me recomendaste hablar con esta puta empresa de mierda! ¡Estos malditos... anormales! ¡Estoy en esta situación por ti! ¡Siempre fue por ti!»

La voz de Ulises la devolvió a la realidad.

Sin darse cuenta, había permanecido unos cuantos segundos golpeando el suelo.

Sus nudillos, al igual que su alma, ambos estaban teñidos de rojo. No le importó... pero tenía que continuar. A pesar de tener todo en su contra, no podía permitirse seguir perdiendo el tiempo como una estúpida.

¿Qué paso... Ada? —preguntó él.

Sus puños golpearon el suelo con fuerza una última vez y tomó impulso para colocarse de pie.

—Me caí...—dijo con un hilo de voz consumido por la frustración.

¿Qué? ¿Estás bien...?

—No... ¡Nada está bien! No puedo creer que tropezara como una idiota. En fin, no importa. Ya estoy cerca.

Secó sus lágrimas y dirigió su marcha hacia la zona más profunda de las ruinas; pudo ver el lago frente a ella que conectaba con una cascada hacia el fondo, unos cuantos metros a su lateral se encontraba el edificio en ruinas.

Allí debería estar él. Solo tenía que seguir, pero entonces, Ulises comenzó a reír a carcajadas. Eso la sorprendió...

¿Sabes? Imaginé que pasaría algo así —dijo él, divertido—. Pero no es porque seas una inútil. Sabías que cuando una persona siente miedo y la adrenalina se dispara por el cuerpo, ¿nuestra fuerza y resistencia es capaz de aumentar hasta tres veces más? Está comprobado científicamente, es por eso, que en las películas, cuando alguien tiene miedo y escapa... casi siempre termina cayendo. Los músculos de sus piernas no están acostumbrados a la fuerza extra, ni a la velocidad, y terminas por perder el equilibrio.

—¿Por qué me dices esto...?

Bueno. A pesar de todo. Creo que estoy feliz... —dijo Ulises alternando un llanto que ocultaba lo mejor que podía—. Porque significa de verdad te preocupas por mí, y eso me halaga. Así que... gracias por eso, Ada...

Escuchar ese nombre la hizo chistar de la rabia... ya no aguantaba.

—¡Carajo! ¡Basta! ¡No me llamo Ada! ¡Por Dios! ¡Soy Zoey! —Decirlo le sentó extrañamente reconfortante, pero a su vez, extremadamente doloroso y difícil—. Soy... Zoey. Te mentí, les mentí a todos, soy una puta mentirosa de mierda. Y te juro que te lo explicaré más tarde. —Levantó la mirada—. ¿Estás en un edificio con una columna atravesada en la entrada?

Si...

—¡Bien! ¡Ya estoy aquí! ¿Cuánto tiempo queda?

Wow. Así que era eso... —susurró él. Ella no lo podía ver, pero su sonrisa se dibujó en su rostro al conocer la verdad—. Zoey es un hermoso nombre.

—¡¿Cuánto tiempo queda, Uli?!

Cerca de los... treinta segundos.

—¿Qué...?

Su corazón se estrujó y la realidad la abofeteó por completo.

«Treinta segundos no es suficiente», le dijo la razón.

Pero no le importó. Apretó la marcha y su respiración comenzó a colapsar al descubrir que, sin importar qué, las probabilidades de cambiar el resultado final se habían agotado por completo.

«No otra vez...», su mente no podía tolerar el estrés de tener que perder a alguien de nuevo, estando tan cerca de conseguirlo.

A pesar de todo el esfuerzo, a pesar de todo el sufrimiento, a pesar de darlo todo... ella no podía cambiar nada.

No lo había podido hacer la última vez y, aunque no quería aceptarlo, su corazón lo sabía... no podría hacerlo ahora.

«La bocina del tren resonó por todo el lugar, anunciando su inminente llegada. Zoey estaba cerca. Apenas unos cuantos metros más y lograría alcanzar a su hermana, pero sus piernas no respondían, su miedo se apoderaba por completo de ella, quería correr más rápido, quería detener el tiempo, intentar alcanzarla, pero el chirrido de las ruedas del tren, acercándose a una velocidad descomunal, le dejaban un mensaje muy claro: no lo lograrás».

«—Si pudiese moverme, te molería a golpes como la última vez. ¿Esta es tu venganza? ¿Así querías matarme, hija de puta? —dijo Adaline—. ¡Felicidades! ¡Lo lograste! ¡Aaaaarhhggg! ¡Maldita perra! ¡Perra! ¡Perra!».

No llegarás... —susurró Ulises—. Así que supongo que seré rápido, porque ya no queda mucho tiempo. Me gustaría decirte algo antes de... ya sabes.

—No, no, no, no... Me desconcentras. ¡Voy a llegar! ¡Te lo juro por mi vida que...!

No hace falta... solo quiero que me escuches.

—Ulises...

¡No, Ad...! Zoey... Zoey, solo escúchame. Esta vez. Escúchame, por favor...

15...

«—¡Eres una mierda! ¡Ojalá tu vida sea tan miserable como lo eres tú! ¡Ojalá todos a tu alrededor sepan la porquería de persona que eres!».

La misma desesperación que sintió hace dos años...

Solo quería decirte que... la pasé muy bien contigo. Eres una persona increíble, y jamás me voy a cansar de repetirlo. ¿Recuerdas la condición que pusiste cuando nos conocimos? Debo decirte que... la rompí. La rompí, apenas te conocí en el concurso de la beca.

10...

—«Por tu culpa pasé años alejada de todos mis seres queridos. Porque metiste tu nariz en dónde no te importaba... ¡Yo fui la perjudicada! ¡Yo fui a la que drogaban! ¡A la que mantenían encerrada en una puta habitación todo el día! ¡Por tu culpa mamá me odiaba! ¡Me echó de mi casa! ¡Ella me echó por ti! ¡Yo le importaba una puta mierda!».

La misma sensación de ahogo, asfixiándola, sofocándola en cada paso...

Al final de cuentas, si soy una persona que opera sus acciones a raíz de sus impulsos emocionales. Lamento decepcionarte.

5...

«—¡Quiero que sufras! ¡Quiero que sufras todo lo que yo sufrí!».

La misma debilidad, al sentirse insignificante, pequeña, inservible...

Así que... solo quiero que... seas feliz...

4...

—«¡Eres una inútil! ¡Una vergüenza! Ser tu hermana me da asco. Te desprecio, te aborrezco, te detesto...».

La misma punzada en el pecho, producto de la impotencia, de su alma despedazándose a cada segundo.

3...

No importa lo que suceda. Nada de esto es culpa tuya, Zoey. No te rindas. No dejes que nada te detenga. Deja el pasado atrás, corre hacia delante. Eres la persona más especial que conocí, y me hubiese encantado tener más tiempo, a pesar de saber que jamás tendría una oportunidad contigo...

La angustia, la desolación, la amargura se fusionaban en un torbellino que golpeaba todos los rincones de su interior, expulsando un río de lágrimas a través de una mirada sin brillo, perdida y muerta...

«—¡Te odio! —aseveró Adaline, consumida por el fuego de la furia».

«Sus pies, inamovibles, percibían las vibraciones de un destino del cual no tendría escapatoria. Expulsaba toda su ira contenida en cada palabra, mientras sus ojos, bañados de impotencia, cuyas pupilas eran abrazadas por un fulgor oscuro, y sus ojeras ennegrecidas por la rabia, le dedicaron una última mirada de repulsión a su hermana».

«—¡Eres lo peor que me pasó en la vida! ¡Te odio! ¡Te odio! ¡¡Te odio, Zoey!! —Fue lo último que dijo antes de que el tren la pasara por encima».

Te odio...

Una frase que llegó a su mente para repetirse una y otra, y otra vez.

De repente, cruzó el portal en arco y las esferas azules de Zoey y los marrones de Ulises, finalmente se encontraron...

Y el tiempo pareció transcurrir más lento.

2...

La imagen mental que ella conservaría de su nuevo amigo, atado de pies a cabeza; cuya piel, quemada a causa de la fricción de las sogas, su rostro llegando a un tono violáceo por la falta de circulación de sangre, y sus ojos, idénticos a los que ella recordaba de su hermana —ambos aceptando que la muerte los cosecharía—, tenían una diminuta diferencia.

Los de Ulises, a pesar de las lágrimas recorriendo sus mejillas y del agotamiento extremo que sufría, demostraron, en ese último segundo que le quedaba, un asomo de alivio y felicidad cuando por fin pudo volver a verla.

1...

Te odio...

—Eres lo mejor que me pasó en la vida...

Te odio...

—No... no...

Zoey intentó llegar hacia él, solo unos diez pasos los separaban; pero sus piernas se sentían como dos bloques de concreto amurados al suelo; era Ulises quien se encontraba atado, pero ella parecía encontrarse enganchada a las cadenas del tiempo, que la retenían con una fuerza imposible de sobrepasar.

Te odio...

Su palma al frente y sus dedos abiertos, en un último suplicio, ansiaron un reencuentro que jamás llegaría, y entonces...

Te...

El cronómetro llegó a cero.

—Te amo, Zoey...

Las cadenas se soltaron, y su corazón, al igual que el cuerpo de Ulises, descendieron hacia el abismo.

Sus rodillas colapsaron al siguiente segundo.

Luego todo se volvió oscuro, gélido, silencioso.

Su mirada permaneció observando un punto fijo, pero su mente repitió ese suspiro que le faltó para alcanzarlo decenas de veces más, intentando, en alguna de ellas, negar esa aterradora, cruel y devastadora realidad.

Como si millones de navajas atravesaran su cuerpo, el dolor la recibió, como un viejo amigo; quedándose con ella, arropándola, consumiéndola; su torso, reclinado hacia delante y con la frente a escasos centímetros del suelo, tiritaba en una decepción imbatible.

Tomo aire y gritó, de la misma forma que lo hizo cuando su hermana murió frente a sus ojos, gritó al cielo en un intento vano, estúpido e infantil, de que él la escuchara...

Pero no lo hizo.

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