Capítulo XX - Tragedia
Capítulo XX – Tragedia
El piso 21, su destino.
Las puertas se deslizaron con suavidad en el momento en que el ascensor se detuvo. Ulises estaba acostumbrado a que, en cualquier edificio, las puertas llevaran hacia un pasillo común y luego, hacia el departamento. Este no era el caso; en la Torre VW, las suites tenían su propio ascensor, por lo que cada piso era un hogar diferente.
Por eso el encargado que lo recibió en la puerta, al escuchar que venía a ver a Emma Clark, soltó un millar de preguntas inquisitivas, llamó a la inquilina para asegurarse, y se mantuvo en una postura extremadamente desconfiada.
Y no era para menos. Los que usaban los ascensores espejados eran como un VIP en una fiesta: respetados, cuidados y honorables.
Bueno, de honorable, la tramposa no tenía nada, y cuando Ulises dio su primer paso hacia su departamento, la majestuosidad de la clase alta lo recibió para demostrarle lo demasiado pobre que era... y la suerte que había tenido esta chica de «ganar» la beca.
Sus pasos siguieron una línea recta que lo conectó hacia la sala de estar; la cocina a su izquierda parecía totalmente vacía, pero increíblemente bella y moderna.
Al menos ella era ordenada. A su derecha tenía la sala de descanso, la impactante vista hacia el campus desde los balcones. Ulises permaneció de pie sin moverse en medio de la sala y por más que buscó con la mirada no encontró a Emma por las cercanías.
De pronto, sobre su cabeza escuchó pasos apresurados, y un fuerte «ya voy», que le dio la certeza que no estaba solo.
Y solo fue en ese momento que también notó que esta suite tenía un segundo piso.
Le fue difícil quitar de su mente la idea de que, de haber escogido las respuestas correctas, de haber podido estudiar más, de haber intentado esforzarse... quizás esta suite sería todo para él.
Por desgracia no fue así, y el pensar en ello provocó una mueca involuntaria de repudio que se dibujó en su semblante. Se aproximó hacia la barra de la cocina y deslizó su mano sobre ella.
«Las comidas que podría preparar aquí», se dejó tentar por su imaginario.
«No. Vamos. No te pierdas, viniste a cumplir una misión importante».
Dejó su mochila en una de las sillas de la mesa, ubicada a pocos metros de la cocina, tomo asiento y aguardó los minutos necesarios hasta que volvió a escuchar pasos, esta vez, provenientes de la escalera.
Pies descalzos, un short que reunía las características de corto, cómodo y ajustado, a la vez; una camiseta blanca de algodón con el logo de un búho amarillo en caricatura; cabello mojado y esos característicos ojos heterocromáticos...
Emma se acercó con una enorme sonrisa pintada en sus labios y lo saludó.
—Perdón por tardar, pensé que llegarías más tarde. Estoy acostumbrada al «horario de chicas».
—¿Qué es eso?
La rubia sacudió su mano en el aire con gracia mientras se apoyaba en el respaldo de una silla vacía. Su aroma fresco y dulce inundó toda la cocina.
—Una tontería que tenemos con Julia y Bren. Si decimos que estaremos listas a las a una hora, súmale cincuenta o sesenta minutos más. Cosa de chicas, tú sabes.
«De chicas... impuntuales», remató Ulises en su mente.
—Bueno. Después de que te dije lo que pasaba con mi celular, no pude enviarte ningún mensaje más. Simplemente, comenzó a enloquecer, y yo con él, así que desde ya te agradezco infinitamente si es que puedes arreglarlo.
—No hay de qué —dijo él sonriendo; mientras tanto, Emma le cedió su celular y se marchó a la cocina.
—¿Quieres algo de comer o de tomar?
—Aceptaré un té, si no es molestia.
—Me molesta mucho porque no tengo té. Aquí solo consumimos café. Si no consumes café, no eres bienvenido —dijo en tono jocoso; Ulises quedó petrificado al no captar—. Es broma, ya te hago un té. Pareces nervioso, ¿está todo bien?
Emma tenía diversas tazas en su alacena, con la particularidad de que ninguna era igual a la otra. Tomo una rosada para ella, su preferida, y una taza color amarilla de porcelana con la manija azul, para Ulises.
—Perfecto. Solo estoy un poco nervioso por los próximos exámenes.
—Queda un mes y algo, ¿no?
—Seis semanas, exactamente.
Emma sirvió agua caliente en cada taza.
—Eres inteligente, asumo que te irá genial. Yo, por otro lado, nunca fui muy buena estudiante.
—¿Y cómo ganaste la beca honorífica? —preguntó Ulises con seriedad.
Emma permaneció inmóvil durante unos segundos de pie frente a la cocina.
—¿Te digo la verdad? —Se volteó con una sonrisa apenada—. Tuve suerte y mucha ayuda.
—¿Ayuda? ¿Qué tipo de ayuda? —continuó indagando el joven.
—Bueno. Los días previos al examen, Ada y las chicas me ayudaron a estudiar.
—Ada es la chica que vimos el otro día, ¿no? ¿Qué pasó con ella? En la competencia parecían llevarse muy bien —preguntó el joven; por su lado, «reparar» el celular de Emma fue sencillo; tan solo desactivó el virus y mientras ella se encontraba distraída, conectó un cable a su computadora portátil y empezó a cargar todos los archivos de Emma al sistema REDET.
—Es un poco complicado.
—Tengo tiempo —dijo, colocándose de pie para recibir el té que Emma le traía. Por lo pronto, Ulises tenía que distraerla hasta que todos los datos se transfirieran a su celular—. Ahora mismo se está purgando cualquier archivo corrompido en el dispositivo, eso tardará un poco. ¿Por qué no seguimos la plática en el balcón?
—Por supuesto.
*****
La biblioteca era uno de los lugares preferidos de Ada. Silencio, libros y los ojos puestos en cualquier otra cosa que no sea una pantalla era el combo perfecto.
La universidad contaba con un salón dedicado exclusivamente a brindar una atmósfera primordial para el estudio.
Por fuera, un edificio de aspecto moderno, dos pisos de altura; de murales pintados con todos los colores del arcoíris; paneles espejados y todas las banderas del mundo decorando el portal de ingreso.
Por dentro el espacio parecía duplicarse, nada de pasillos angostos ni claustrofóbicos; por lo contrario, presentando un estilo abierto, las habitaciones destinadas al estudio se encontraban divididas por cristales translúcidos, una pequeña mesa para dos, cuatro, o seis personas; adaptadores USB para cargar dispositivos móviles, y una extensa y vasta biblioteca a la que se accedía por escaleras mecánicas ubicadas en ambos extremos del edificio.
La frutilla del postre, un inmenso tronco de árbol recubierto de un cristal en el centro, resultaba la mezcla perfecta entre la belleza armonizada de la arquitectura y la naturaleza.
Ada cerró su carpeta, mientras continuaba mordisqueando el bolígrafo, y su mirada se desplazó hacia su reloj. Cada uno de los trabajos: hechos. Cada módulo de todas las materias: leídas y estudiadas. Cada contenido de las clases futuras: adelantado.
En métodos de estudio, Ada se destacaba con creces. Había crecido en una familia difícil; siendo la tercera de hermanos prácticamente «genios», no podía quedarse atrás bajo ningún concepto y en ningún ámbito de su vida.
Pero, sin nada que mantuviese ocupado su cerebro mientras tanto, la vida parecía perder color. Mantenerse estática la ponía bastante nerviosa, por desgracia, no podía hacer otra cosa en estos momentos, incluso para el caso Anormal, era Ulises quien tenía las riendas actualmente.
Si todo salía bien, el caso se resolvería. ¿Pero y qué pasaría después? ¿Qué haría? ¿Qué investigaría? ¿Qué...?
De pronto, todas sus preguntas fueron opacadas por el estridente sonido del celular de una chica en la cabina de junto. Su mirada saltó hacia ella por curiosidad.
Tenía la puerta de su cabina abierta, y tan solo ese detalle ya provocaba que pudiera escucharse, aunque fuese en ese cubo de silencio y cristales, un poco de la acalorada y tensa conversación que empezó a desarrollarse.
—¡Basta! ¡Me tienes harta! —gritó la joven. Parecía muy alterada—. ¡Deja de llamarme! ¡Esta puta broma fue demasiado lejos!
Cortó la llamada y Ada se le quedó mirando hasta que ambas hicieron contacto visual. La chica ofreció disculpas en silencio y ella solo asintió. Sea lo que sea que pasara, había terminado bastante rápido.
Los minutos transcurrieron y Ada comenzó a aburrirse a tal punto de recostarse sobre sus brazos. Suspiró. Odiaba esperar tanto, pero de seguro, en cualquier momento Ulises le traería o excelentes noticias, o pésimas...
Su mirada de esferas azules llegó a uno de sus tatuajes, el de su brazo derecho, y automáticamente, recordó aquel momento en el que intentaron adivinar el significado de aquellos trazos.
De repente, sus ojos parecieron ensombrecerse y cristalizarse al mismo tiempo. Recordarla no le hacía nada bien. Su pecho se comprimía y su corazón se aceleraba con tan solo proyectarla en su imaginario.
Cerró sus ojos y una lágrima, fugaz como todas aquellas imágenes que su cerebro le mostraba, descendió por su mejilla.
—Mamá... —preguntó la pequeña oji azul de ocho años, cuyo rostro, cubierto de moretones, subió la mirada para encontrarse con la de una mujer mayor—. ¿Por qué me pego? ¿Qué le hice...?
—Cariño. Lo siento mucho. Tu hermana... no está bien. Ella tiene una enfermedad.
—¿A dónde se la llevan? ¿Volverá a casa?
—Claro que sí, ella volverá... pero estará ausente por un tiempo. Te prometo que jamás volverá a tocarte un pelo, cariño. Jamás...
¡Paff!
Ada se sobresaltó y se irguió al mismo tiempo.
De nuevo, aquella chica había irrumpido sus pensamientos. Solo que esta vez se encontraba mucho más alterada que antes.
—¡No te lo pienso repetir más! ¡Puto acosador de mierda! ¡Déjame en paz! ¡No me llames! ¡Hijo de puta! ¡Te odio! ¡¡Te odio!!
La chica colgó la llamada, apagó su celular y salió del cubículo, desorbitada de ira; pero dejó algo a su paso, una frase, una pequeña e inofensiva frase que se quedó allí, flotando y atormentando la mente de Ada...
«Te odio...», lo recordaba muy bien...
«¡¡Te odio!!».
De repente, su tablet recibió un mensaje, luego otro más, y otro más, y así, cientos de mensajes se dispararon uno detrás del otro.
Enhorabuena, porque Ada estaba a punto de entrar en un colapso nervioso.
Abrió el panel de notificaciones y descubrió con asombro que el sistema Redet había sido actualizado. Ulises había descargado más de 14.000 archivos nuevos titulados: «Emma.Clark.Celular», y entonces, el tiempo pareció detenerse.
Lo había logrado.
¡Ulises lo había conseguido!
Ada no perdió tiempo y comenzó a revisar cada uno de los ficheros en su aplicación. Había mensajes, imágenes, archivos de audios, videos, sus cuentas personales, sus contraseñas, su blog. Todo estaba allí, en la palma de su mano...
Una sonrisa diminuta y casi imperceptible se dibujó en su rostro y comenzó a expandir los archivos de uno en uno, al azar.
Luego de navegar entre información inútil, centenares de selfis y videos de los paisajes de Blau; llegó al blog de Emma.
Decidió permanecer ahí un rato. Había una entrada que se encontraba oculta al público que resultaba bastante tentadora.
La abrió, y sus cejas salieron disparadas.
«Nota de suicidio».
—Qué carajo...
Alejó la tablet y comenzó a juntar todas sus pertenencias en su mochila. Si iba a investigar todos los archivos, uno a uno, detalle a detalle, tenía que hacerlo en un lugar a solas, con más tranquilidad, con menos probabilidades de ser interrumpida, y lo más importante, con una fuente inagotable de café: la casa de su hermano.
«Eres un genio, Uli. ¡Gracias!», pensó mientras abandonaba el cubículo, y de camino hacia el autobús, el mismo genio hizo presencia con un mensaje un tanto extraño.
«Ulises R: Ada, una pregunta. ¿Tú entraste a la uni por ganar el sorteo? ¿O me equivoco?».
«Ada: No te equivocas... ¿x?».
«Ulises R: Pregunta 2. ¿Recuerdas que día te dieron la carta?».
«Ada: Pffff... no tengo idea. Creo que fue un viernes por la mañana. Cuando llegue a casa te averiguaré el día exacto. ¡Con esto te debo la vida! ¡Haría lo que sea por ti!».
«Ulises R: Exagerada... Bien, yo sigo en el departamento de la tramposa. Se puso a hablar de su vida. (Aburrido...) Te llamaré luego, hoy toca noche de pizzas e investigación. ¡Ya tenemos todo para atraparla!».
«Ada: Genial. Ya que estás ahí, podrías darle una patada de mi parte (:D) Te veo luego, Ula».
«Ada: Uli*».
El viaje en bus desde el campus hacia Ciudad Universitaria nunca había sido tan largo; en el recorrido, la oji azul se entretuvo leyendo algunos mensajes del celular de Emma.
Al principio buscó el contacto de Marc Morales, pero al parecer no lo tenía; por lo que comenzó revisando las amistades más cercanas.
Si ella tenía algún secreto, lo más lógico sería que alguien de su círculo interno lo supiese.
Por desgracia, tras leer más de trescientos mensajes de Julia y Brenda, no había encontrado nada relevante más allá de pláticas inverosímiles y una aparente amenaza de «la próxima vez que la vea la mataré», por parte de Julia, y refiriéndose a ella.
Leonard Couch, a pesar de ser un buen candidato, estaba descartado. Ada ya sabía de su amorío a escondidas con Brenda, y por esas casualidades, la última conversación entre ambos había sido pocos días después del incidente de Daniel.
Así que, por razonamiento, dedujo que habían terminado su relación por alguna razón que realmente poco le importaba.
Por otro lado, le sorprendió que últimamente la rubia parecía haberse reencontrado con Isaac Morgan, el bar tender del crucero. Un sujeto simpático y muy enérgico.
Desde que lo había conocido, Ada había intuido una fuerte química entre ellos, y eso se respaldaba con decenas de llamadas y mensajes intercambiados entre ambos.
Aun así, y conociendo la lluvia de hormonas adolescentes que orbitan en cada alumno en la universidad, rubia incluida, probablemente la mayoría de sus conversaciones tratarían de insinuaciones amorosas y cursilerías que no tenía ganas de descubrir.
Por lo que resolvió saltearse a Isaac, de momento.
Había otra chica que también mantenía mucho contacto con Emma, era, sin dudas, quien más mensajes cosechaba, así como archivos de audio, videos y una infinidad de llamadas: Vanesa Vougth.
Sus interacciones se remontaban de muchos años. Si alguien en el mundo podía saber los secretos más oscuros de Emma Clark, tenía que ser ella.
¿Pero por dónde empezar?
Había miles de mensajes, horas y horas de interacción entre las dos que le llevaría demasiado tiempo leer, estudiar y analizar con paciencia. De momento resolvió lanzarse hacia fechas aproximadas, solo para tantear el terreno.
«Emma: Espero que tengas un gran viaje. Lamento mucho lo que te sucedió. Ojalá vuelvas a visitarme pronto».
«Vane: ¡Ya! Deja de disculparte, no tuviste la culpa de nada. ¿Cómo ibas a saber que alguien me atacaría? Ya está superado. Fue un gran susto, pero hace falta mucho más para arruinarme unas vacaciones tan mágicas. ¡Gracias por todo! Ah, y debes enseñarme a lanzar. ¡Tienes una puntería de puta madre!».
Deslizó su dedo para buscar otros mensajes.
«Emma: Vane. Necesito tu ayuda con algo... muy raro».
«Vane: Claro, mi vida. Lo que quieras».
«Emma: ¿Es normal que el color de los ojos cambien...?».
«Vane: ¿Qué? ¿Tienes un derrame ocular o algo así?».
«Emma: No. Quiero decir, literal, el color de ojos. El iris. Verás, hace poco cambiaron de color. Ahora uno es muy claro, como turquesa. Y otro es violeta».
«Vane: ¿Me estás jodiendo? Jamás escuché hablar de algo así...».
«Emma: ¿Podrías averiguar algo sobre eso en tu hospital? Yo apenas tengo tiempo. Tengo que preparar mi mudanza, hoy llega alguien a llevarse la televisión y el juego de sillas de mi madre. ¿Me harías ese favor?».
«Vane: Sí, claro. ¡Guau! Sí que tienes una semana de locos. Primero alguien se suicida en tu consorcio, después recibes esa misteriosa nota, Vanlongward, la mudanza, ahora tus ojos... ¿Qué sigue? ¿Conocerás a alguien famoso y te casarás con él? Jajaja».
«Emma: Nunca digas nunca...».
—¿Eh? ¿Alguien más se suicidó en su edificio? —susurró Ada para sí misma; luego desplazó los ficheros para esconderlos en su carpeta contenedora, y el sistema Redet le mostró el caso de Emma; buscó la carta de suicidio y la abrió—. La fecha coincidía con el mensaje. Alguien más se había quitado la vida en el mismo día en que Emma había escrito esa carta. ¿Sería una coincidencia? —Ada presionó con sus dedos la foto que tenía de Emma en la página principal y la expandió para enfocar a sus ojos—. ¿Y esto qué? ¿Aparecieron de repente? ¿Es posible? No mencionó ningún golpe, y los colores son demasiado precisos como para deberse a un traumatismo de algún tipo. ¿Qué carajo le habrá pasado?
Ya había llegado a su calle. Guardó su tablet y descendió del vehículo con centenares de preguntas rebotando en los rincones de su interior.
Se trasladó hacia su casa, con la mirada agachada y elucubrando millares de conjeturas para todo lo que había leído hasta el momento. Esta rubia no solo tenía un secreto guardado, sino que parecía haber algo más detrás del telón... pero, ¿qué?
Suspiró mientras buscaba sus llaves para abrir la puerta.
Hoy sería una noche muy larga.
Había mucho que hacer y necesitaría ayuda.
Pensó que Ulises podría darle una mano; podrían pasar la noche allí, quizás preparar unos tacos para él y su hermano, beber cervezas, y divertirse mientras desenmascaraban, por fin, después de tanto tiempo, a la maldita tramposa de Emma Cla...
—¿Eh...?
La puerta se deslizó al contacto con la llave. Algo estaba mal. Ya se encontraba abierta.
Ada arrugó el entrecejo y avanzó con cuidado, mientras su mente le recordaba que su hermano no llegaría hasta casi el anochecer.
Sus pies dieron los primeros pasos hacia el interior de la casa, y como una bomba, fugaz y sorpresiva, un aroma amargo y potente embriagó toda la atmósfera.
Su corazón se estrujó: algo se estaba quemando.
Ada ingresó revolucionada por la urgencia. Recorrió el pasillo de entrada hasta dar con una cocina que compartía ambiente con la sala de estar. No encontró nada allí. Todo estaba cómo siempre...
Pero ese olor ahora se sentía más fuerte. Ada viajó hacia un nuevo pasillo que conectaba con las habitaciones, ambas se encontraban enfrentadas y decidió ir a la de su hermano.
Empujó la puerta, pero todo allí se encontraba tal cual lo había dejado Teodoro: un desastre de ropa por doquier. Nada fuera de lo común, y por sobre todo, nada quemado.
Lo que significaba...
Anticipándose a las malas vibras que sentía en todo su cuerpo, la siguiente habitación a inspeccionar fue la suya.
Ingresó y sus sospechas fueron clarificadas, el hedor se tornó insoportable y el desorden que encontró no se lo esperaba.
Todo estaba patas arriba.
Su escritorio, volcado; su cama, con el colchón en el suelo, las sábanas rasgadas y algunas maderas de los soportes partidas a la mitad y desperdigadas por la habitación.
Ingresó incrédula y su mirada se ensombreció de tristeza al ver su equipo de investigación.
Por acto reflejo se tapó la boca.
Las pantallas estaban totalmente calcinadas y destruidas. Algunas habían caído al suelo; otras todavía permanecían amuradas por milagro, y luego, así como la primera y la segunda advertencia que había recibido, un aterrador mensaje decoraba cada una de las cuatro paredes que cercaban sus dominios.
Una sola palabra, repetida en cada rincón; escrita con trazos negros enormes, furiosos y agresivos.
Una palabra que parecía no tener sentido alguno...
Una palabra que, tan solo verla, infundió pavor en el corazón de Ada...
Una palabra que cambiaría el trayecto de su futuro... para siempre.
«TRAGEDIA».
Y entonces, sin tiempo para procesar, ni pensar, ni sentir temor, ni nada...
Su tablet sonó.
No reconoció el número, pero por alguna razón, a pesar de encontrarse en una situación sin igual, sintió que tenía que contestar esta llamada.
—Hola...
—Te lo advertí.
Su respiración se cortó.
—No me hiciste caso. Preferiste seguir escarbando y metiendo tus narices en asuntos que no te incumben, aun cuando tu vida y la de tus seres queridos podrían correr peligro. Muy mala decisión...
Ada no era capaz de reconocer aquella voz. Parecía usar un distorsionador. Se hizo valiente y decidió hablar...
—¿Quién eres?
—Solo estás en posición para hacer una sola pregunta. Y no es esa.
Ada intentó recordar cómo se respiraba y regular sus nervios, todo a la vez. Tragó saliva.
—¿Qué quieres de mí?
—Brillante, Fisher. Por desgracia es un poco tarde para preguntarte eso. Lo único que yo quería era que te mantuvieras al margen. Lo único que quería es que abandonaras ese presunto «caso» que estás investigando.
—¿Em...? —Se aclaró la garganta. Había un poderoso nudo de pavor que se había materializado en su cuello y que apenas la dejaba hablar—. ¿Emma te envió?
—Frío. Demasiado frío. No necesito que una chiquilla me diga lo que puedo o no puedo hacer. Por otro lado, tampoco necesito que otra chiquilla con problemas de identidad me esté tocando los huevos.
«Huevos... ¿Es hombre? ¿Es una expresión? ¿Se equivocó?».
—¿Problemas de identidad...? —preguntó Ada.
No hubo respuesta, en consecuencia, un mensaje nuevo llegó a su tablet. Ada lo abrió mientras continuaba en llamada, y entonces, su mundo se desplomó por completo.
Sus rodillas cedieron y se desplomó en el suelo.
Allí había una imagen, perturbadora, espantosa y tenebrosa, que le demandó un enorme esfuerzo verla sin soltar lágrima. Se trataba de Ulises, completamente golpeado y aparentemente sin conciencia, sobre un suelo de roca naranja.
—¿Él está...?
—¿Muerto? ¿Vivo? Eso dependerá de ti. No quería llegar a este punto, pero no me dejas otra alternativa. Para encontrarlo y salvarlo tienes dos opciones, señorita detective. La primera, purga por completo todos los archivos existentes en tu estúpida aplicación y te enviaré la ubicación exacta para rescatarlo.
»Aburrido, ¿verdad? La segunda, sigue la pista que te dejaré a continuación y búscalo para salvarlo, pero teniendo en cuenta que tienes una hora y siete minutos antes de que él muera. Eso es un poco más divertido. Si lo consigues, no volveré a molestarte ni a ti, ni a ninguno de tus amigos jamás, y conservarás tu investigación. Te doy mi palabra.
—¿Esto es un chiste...?
—Yo nunca bromeo. —dijo la voz—. ¿Qué elegirás? ¿Pasión o valores? ¿Amistad o secretos? ¿Ulises o Emma? Te conviene pensar rápido, porque el tiempo ya está corriendo. Demuéstrame a mí, y al mundo entero, que no eres una inútil... Zoey Fisher.
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