Capítulo XI - La conexión
Capítulo XI – La conexión
La lejana y difusa línea entre la marea y el cielo, dibujando un atardecer rojizo en el ambiente, y que se extinguía a cada segundo que pasaba, era a dónde apuntaba la mirada de la oji azul.
—Ulises, eres el mejor —dijo ella con la tablet en su oreja—. ¡Estupenda noticia! ¿Pero cómo vas a encargarte de los disfraces? ¿La fiesta no es esta noche?
—Gracias. No te preocupes, encontré un sitio en ciudad Edison que me los alquila a buen precio. De hecho, los tengo aquí conmigo ahora.
—¡Muy bien! Recuerda anotarme lo que gastaste. Al menos te daré la mitad del monto.
—No pasa nada. Ganaré más con lo que me den Emma y las chicas...
—Mírate, nada más. ¿Hay algo que no hagas bien?
—Millones de cosas, Ada. Millones.
—Lo dudo, amigo. ¿Iras a la fiesta?
—Naaaaaaaah. ¿Tú?
—¡Nah! Yo tampoco —dijo Ada, sonriendo con la frente pegada al brazo y el brazo posado en el cristal del hotel—. Tengo cosas mejores que hacer.
—¿Y a ti como te fue hoy? ¿Pudiste hablar con el capitán del crucero?
—Sí. Estuve en su casa por la mañana. Aunque me encantaría explicarte los detalles, ahora mismo no estoy muy disponible que digamos. —Cambió su posición para recostar su hombro sobre el cristal y dirigir su mirada hacia una hermosa muchacha de un rubio lacio y empapado que acababa de salir del baño con tan solo una toalla que apenas lograba cubrir las partes más privadas de su cuerpo—. Y mi tiempo se agotó, Uli. Tengo que volver a trabajar... si me entiendes.
—Genial. ¿Ya conseguiste trabajo?
—Si... —respondió Ada, mientras su sonrisa se conectaba con la de Bárbara, la joven bar tender que había conocido en el crucero. Sus pies descalzos se acercaron con sensualidad hacia ella—. Estoy por empezar el segundo turno ahora mismo.
La tablet de Ada voló hacia un cojín, rebotó y cayó a salvo sobre un sofá.
Había dos cosas ahora mismo que resultaban extremadamente pesadas para la oji azul cuando se acercó a la cama.
La primera era su camiseta, por lo que tuvo que deshacerse de ella para lanzarla a los ojos de la mujer que estaba devorándola con la mirada.
La segunda era su ropa interior, pero quitar esa molestia no estaba en sus manos... sino en las de Bárbara.
Sus labios se reencontraron una vez más esa tarde, mientras la toalla abandonaba el cuerpo de Bárbara, para que ahora fuesen los brazos de Ada quien la envolvieran con su calor.
Sus cuerpos se reunieron, acompañados por un mar de caricias; Ada mordisqueó el labio de Bárbara de manera juguetona. Un sutil gemido de placer y una sonrisa sensual le comunicó que le había gustado eso.
La pelinegra continuó explorando con su lengua la zona del cuello, provocando un temblor que su amante no fue capaz de contener.
Sus manos se cansaron de esperar lo inevitable y fueron directo al meollo del asunto; abrazó a su amante por la cintura y comenzó a bajar desde atrás; una voluptuosa curva, suave y adictiva, embriagó su sentido del tacto.
Si sus palmas pudieran aplaudir, lo estarían haciendo, pero ahora mismo estaban muy ocupadas.
Presionó con fuerza y, con un movimiento repentino —que tomó por sorpresa a Bárbara—, la alzó hacia sus caderas.
Las piernas de la rubia envolvieron la cintura de Ada para no ceder, y su espalda se sostuvo en uno de los espejos amurados a la pared.
Ada era una persona a la que le fascinaba tener el control, y eso fue demostrado ya en la primera «sesión de trabajo», y sería reafirmado ahora mismo.
Una vez más, sus labios colisionaron encendiendo fuego a la lujuria. Sus corazones actuaban en consonancia, latiendo cada vez más fuerte mientras sus cuerpos se friccionaban con ímpetu, pasión, delicadeza y suavidad en las proporciones justas.
Ada volvió a manipular a su amante en el aire y la llevó hacia la cama a su lado.
Se contuvo de lanzarse sobre ella, sentía que aún era capaz de hacer algo más para aumentar el calor del momento: comenzó a reptar con suavidad desde abajo hacia arriba.
Su primer recorrido fueron los muslos de Bárbara, lamió y besó cada centímetro de piel con toda la paciencia del mundo, y con esa misma paciencia fue ascendiendo hacia su pelvis, mientras, por otro lado, sus manos subían para masajear todo aquello que sabía que podía volver loca a su amante.
La rubia, por su lado, gozaba del privilegio, y siendo incapaz de contener el fuego que ardía en su interior, su cuerpo se contorsionó, sus manos se aferraron a las sabanas y su respiración comenzó a revolucionarse.
De repente, unos dedos llegaron a su boca, y su lengua le dio la bienvenida... una muy «húmeda» bienvenida.
Ada sintió que era momento de la verdad y retiró sus dedos de los dulces labios de bárbara, ahora tenía otro trabajo para ellos.
Continuó ascendiendo hasta que sus miradas volvieron a estar a la par, y cuando sus labios volvieron a fusionarse con un fogoso beso...
La pasión recién estaba por iniciar.
*****
Bárbara encendió un cigarro, mientras su cuerpo descansaba plácidamente en el respaldo de la cama. Ada volvió del baño y se arrojó junto a ella. Se recibieron con un beso más del montón que ya se habían dado en el día.
—¿Tienes más?
—¿Para ti? —preguntó Bárbara—. Los que quieras. Están aquí en mi mesa, alcánzalos.
Ada sonrió y se colocó de rodillas sobre la cama, pasó su cuerpo por encima de la rubia e inclinó su torso de manera sensual mientras alcanzaba los cigarrillos.
Bárbara solo disfrutó del espectáculo visual que le brindaba esa curva tan tentadora, y no pudo contenerse a echar una pequeña mordida.
—¡Auch! —gimoteó Ada mientras volvía a sentarse a su lado—. ¿Todavía te quedaste con hambre? Pensé que ya te habías llenado.
—Necesitaba un pequeño postre. Lo siento, pero... no lo siento.
Ambas rieron. Ada encendió su cigarro y se recostó.
—Hoy sí que fue un buen día. Necesitaba algo así. Últimamente, estaba con los nervios de punta... y unos días del carajo.
—Me alegro poder alegrarte un poco.
—¿Un poco? Casi convulsiono de alegría con esa lengua tuya.
—De nada.
Ambas permanecieron en silencio, observando a través del ventanal de cuerpo completo que les ofrecía su habitación, hacia el bello mar caribeño.
Uno de los lujos de isla Blau eran las bellas playas de la costa norte del brazo este, que, si sabías buscar bien, una zona de la costa, alejada del centro, contenía un complejo de hoteles transitorios ubicados sobre el agua misma.
El acceso a las habitaciones era mediante un muelle con una extensión considerable que se adentraba varios metros hacia el mar; el muelle tomaba diversos caminos en sus laterales para llevar a las distintas habitaciones.
¿El precio? Caro, como ninguno, pero el simple hecho de tener el agua salada a medio paso de tu habitación, era algo que duplicaba con creces la magia de una noche de romance.
—Entonces... ¿Con quién hablabas antes?
—Ah, Ulises. Es muy cool, te encantará conocerlo. Hablábamos sobre mi caso.
—Oh, «ese caso». ¿Con tu amiga de los ojos de colores?
—Definitivamente, no es mi amiga. Y exactamente, ese caso.
—Perdón. ¿Quieres contarme?
—¿Segura? ¿No te aburrirá? —preguntó Ada. Sus ojos mostraron un brillo de emoción. Amaba hablar sobre sus investigaciones, de ser por ella, lo haría todo el día si tuviera alguien más que Ulises para contar con eso—. ¿Justo ahora mismo?
—Necesito una excusa pare reponer energías antes de la tercera ronda. Así que adelante, por favor, podría estar aquí escuchándote por horas.
Ada sonrió, salió de la cama y buscó la tablet que había arrojado al sillón, y volvió junto a Bárbara.
Encendió el sistema Redet y abrió el caso «Anormal».
Allí se desplegó un menú en forma de telaraña que contenía todo lo que había logrado investigar en el día.
En el centro siempre se encontraba la foto de la persona que investigaba, y a su alrededor, distintas carpetas se desplegaban: la foto de la pistola de bengala que había en la parte superior derecha ahora contenía una pequeña carpeta de archivos debajo; también tenía la foto del capitán del Novacai del lado izquierdo, con archivos de texto que había decidido pasar en limpio luego de su entrevista.
Su dedo golpeteó la pantalla en esos archivos y el texto se desplegó como una ventana emergente. Bárbara quedó anonadada.
—¿Todo esto lo hiciste tú? —preguntó la rubia.
—Ojalá. ¿Sorprendida?
—Mucho. ¿Qué es esto? ¿También estás investigando a Marc? —preguntó la joven al notar la foto del mencionado entre los archivos.
—Si... Tú lo conoces, ¿no es así? Es el hijo del capitán. Después de la información que descubrí hoy, parece que Emma y él tienen algo que los conecta. Pero para que lo entiendas debo contarte todo lo que hablé con su padre.
—Sí, por desgracia lo conozco. Ya sabía yo que ese idiota andaba en algo extraño. ¿Qué descubriste?
—Bueno. Iré por partes. Porque hay mucha información que retener, así que espero que no te quedes dormida. ¿Está bien? Odio hablar y que se queden dormidos...
—Jamás.
—Bien. A ver. Quizás empezar por el principio sea buena idea. Verás, hoy...
*****
Verás, hoy alrededor de las tres de la tarde, fui a la casa de los Morales.
Tal como habías dicho, ellos viven en un barrio bastante elegante en las afueras de ciudad universitaria. Entonces ahí estaba yo, con mi tablet en la mano, una mochila a la espalda y un micrófono escondido en el zapato derecho.
—¿Zapato derecho? —preguntó Bar.
Tranquila, ya sabrás por qué.
En fin, me acerqué hasta la reja de entrada. Su casa era tal cual me la imaginaba. Tres pisos, un ingreso mediante un gran portón corredizo que llevaba a la puerta principal. Una maldita cancha de tenis en la parte trasera y un cerramiento amurallado como un castillo.
Tras varios intentos chamuscando ese timbre, cuya melodía molesta todavía resuena en mi cabeza, atendió alguien del otro lado.
Aunque debo admitir algo, cuando estaba ahí, pensaba que sería difícil que me abrieran la puerta. Aunque, como buena aspirante a periodista, llevaba un as bajo la manga por si el capitán ofrecía resistencia.
Lo que no esperé en lo absoluto fue cuando del otro lado de la mini pantalla que había en la entrada, vi a una de mis compañeras de periodismo. Una tal Eva Morales. En simples palabras... una idiota a la que casi reviento el ojo de una trompada en los baños. Pero esa es otra historia...
La maldita estaba ahí. Su rostro y el mío fueron bastante similares cuando nos reconocimos. Me preguntó qué demonios quería, y tuve que decirle la verdad, no tuve mucho tiempo como para buscar alguna excusa mejor en ese momento.
Pero cuando le mencioné que quería entrevistar a su padre se me cagó de risa en la cara, no literal, pero me entiendes... y entonces colgó.
Estaba a punto de marcharme. Pensaba que sería un caso perdido insistir con esa inadaptada social allí, sin embargo, a veces mi insistencia me gana sin que pueda hacer nada para evitarlo.
Volví a tocar ese maldito timbre.
Por supuesto, nadie me atendió a la primera. Creo que lo hicieron al intento número trece. Aunque no fue como esperaba, la maldita loca salió a la puerta de su casa y empezó a lanzarme amenazas del tipo: «Vete ahora o saldré y te echaré yo misma».
Si hubiese podido, le habría respondido como a mí me gusta... estilo Fisher, pero intenté mantener la calma. Estaba ahí para hacer algo mucho más importante que perder el tiempo con ella.
De hecho, eso sí se lo dije.
Y enfureció como no te imaginas, no podía verle la cara porque las rejas estaban tapadas, pero imagínate una rastafari roja de la rabia echando alaridos con su voz de pito desde los veinticinco metros que separan la puerta de la casa al portón principal.
Bueno, la verdad que su actitud de polvorita me vino bastante bien, porque cuando me quise dar cuenta, su padre salió afuera para ver que ocurría.
Lo demás fue sencillo.
El hombre me reconoció cuando salió para ver quien era. Cómo para no hacerlo. Dos personas fuimos las que caímos por la borda esa noche, no son cosas que se olvidan de un día para otro. Tú también lo sabrás.
—Oh, si...
Me hizo pasar sin preguntar ni siquiera a qué había venido. No le importaba con tal de darme el gusto. Obviamente, reprendió a su hija cuando pasé por su lado y ella simplemente se marchó. Lo que me vino genial.
Amé su expresión de disgusto y esa vena inflada en su frente. Si pudiese sacarle una foto lo hubiera hecho.
Debo admitir que jamás en la vida pise una sala de estar tan inmensa y grande como en la que me recibieron. Me hizo tomar asiento en el sillón más cómodo del planeta. Había una vista a la piscina del patio de atrás, excelsa. Y si me paraba, incluso veía un poco la cancha de tenis. Una verdadera locura.
El capitán me recibió con mucha cordialidad y un café. Lo notaba nervioso. No hacía mucho contacto visual conmigo. Era cómo si estuviese apenado. También noté que tenía muchas ojeras. Muchas. Mira, aquí tengo la grabación. Voy a reproducirla...
—Entonces, señorita Fisher. ¿Verdad? ¿Qué la trae por aquí?
—Espero no robarle más tiempo del que necesito para tomar este café señor Morales. Entiendo que deba tener sus asuntos. Solo venía para hacerle unas preguntas como alma curiosa que soy.
—Lo comprendo perfectamente. Sabía qué podría pasar... aunque imaginé que vendría con la policía.
Tú me conoces Bar, siempre intento mostrar una actitud relajada al desenvolverme. Cuando tomaba el café y hablaba, me recosté sobre el sofá y crucé mi pierna derecha sobre mi rodilla. ¿Lo captas?
—¡El micrófono! Ahora lo entiendo... —dijo Bar.
Exactamente. Admito que me sorprendí cuando me dijo que vendría con la policía. Así que pregunté sobre eso.
—¿Por qué haría algo así? —Le dije, recuerdo que di un sorbito al café para darle tiempo a responder.
—Creía que me demandaría por negligencia. La verdad es que no me sorprendería. Puede hacerlo si lo desea —Noté en él un aura muy pesimista. Al hablar su color de voz parecía apagado... derrotado.
—Tranquilo, señor Morales. En realidad vengo por otros asuntos. Como le dije, solo quiero hacerle unas preguntas. Pero ya despertó mi curiosidad. ¿Usted realmente no sabía que la tormenta llegaría al crucero?
—Claro que lo sabía. De hecho, mi orden final fue evadirla por completo. Los vientos no eran lo suficientemente fuertes como para alcanzar nuestra velocidad. Esa tormenta jamás debería habernos alcanzado, pero... no sé qué fue lo que sucedió.
Lo vi reposarse sobre sus rodillas. No parecía mentir...
—Entre las siete, y las siete y treinta apenas había nubes inofensivas; recuerdo que me llamaron a revisar la sala de monitoreo por un problema que tuvieron las cámaras de seguridad, tan solo me ausenté unos veinte minutos, y para cuando volví a la sala de mando, el cielo se encontraba cubierto de nubes. Cómo si... hubiese aparecido de repente —Su mueca, de nuevo, fue genuina. Estaba completamente desorientado—. Jamás me había sucedido algo así. La tormenta comenzó a empeorar con cada minuto que pasaba, hasta que, pasada las nueve, la primera ola impactó. Pero eso tú ya lo sabes.
—Sí... en ese momento yo estaba en mi camarote. Casi caigo de culo al suelo, pero no me pasó nada grave. Si no le molesta que pregunte: ¿qué pasó con las cámaras?
—No sé. Al parecer hubo cortocircuito. Todas las computadoras de la sala de monitoreo se quemaron al mismo tiempo. No quedó ninguna grabación de lo sucedido en el crucero. Todo se perdió.
—¿Tendrá algo que ver con los relámpagos? Había muchísimos esa noche si no recuerdo mal.
—No. Eso fue mucho antes de la tormenta. Se sospecha que alguien intentó sabotear las cámaras a propósito. —Me dijo, y de nuevo ahí estaba, apartando la mirada hacia su taza, con muchas dudas en su cabeza. Podía verlo. Estaba realmente afectado—. Y con «se sospecha», estoy hablando de mí. Creen que yo tuve algo que ver con todo lo sucedido. Luego está el pobre chico que falleció... Errol. Y Marc... Disculpa. Estoy empezando a divagar. No era mi intención usarte como fuente de catarsis. Lamento tanto lo que te sucedió allí.
En ese momento sentí que debía mostrar un poco de respeto y tome asiento de manera normal. Me enderecé e intenté hacer contacto visual con él. Continuamos tomando café en silencio durante un rato. Entonces, mi mente comenzó a intentar conectar toda la información que tenía.
El asunto de las cámaras, por alguna razón, me olía a complot. Cómo si alguien hubiese estado planificando todo... y no quisiese dejar rastros. ¿Pero qué podría ser? ¿Qué era lo que buscaban? ¿Qué tenían en mente? Por desgracia no podía encontrar la forma de explicarlo.
Yo fui buscando respuestas sobre el comportamiento de Emma en el crucero... y ni siquiera había hecho una sola pregunta relacionada con ella. Pero algo en la historia del capitán Morales me llamaba a seguir tirando de ese hilo.
—¿Marc es...? ¿Alguien que trabaja con usted?
—Oh, no. —Echó una breve risa—. Es mi hijo. Aunque prefiero no hablar de ello.
—Ah, ¿el chico bonito de la foto de allá? —pregunté, ya había notado el cuadro de la familia Morales colgado a la pared cuando ingresé. Por cierto, agregué lo de «bonito» para generar empatía. No te me pongas celosa—. Está bien. No voy a preguntar sobre ello si no quiere hablar. Escuche. Yo también pasé una noche de locos allá en el crucero. Estoy intentando seguir los pasos de una persona en particular. Alguien en ese barco parecía saber más de lo que sucedería. Y esto que me acaba de revelar solo me deja más dudas... pero si cooperamos quizás podamos encontrar el hilo que unifique todo y aclarar un poco este panorama tan turbio.
—¿Estás investigando a una persona en particular? ¿Quién?
—Yo le diré mis sospechas. Que son solo eso, sospechas. Pero también pido de su parte un poco de colaboración y me cuente todo lo que usted conoce y vio. Quien sabe... quizás podamos llegar a algo contundente.
—La escucho...
—Emma Clark, la otra chica que cayó por la borda. Hay algo en ella que me hace mucho ruido. Al principio pensé que era imaginación mía. Creía que ella pudiese estar un pelo más adelante de los demás. Cómo si supiese todo lo que pasaría. Lo que, eventualmente, sucede cuando algo planifica algún tipo de atentado. Sé que suena descabellado... pero mi fundamento más fuerte en todo esto es cuando ella y yo nos caímos por la borda.
Él no dijo nada; aun así, tenía una mirada clavada en mí, repleta de expectación. Cómo si yo pudiese brindarle un poco de paz a su vida.
—Ella tenía una pistola de bengala. O algo así. La verdad es que no funcionó cuando intentamos usarla. Así que... simplemente lo dejé pasar. Pero no entiendo por qué alguien podría llegar a tener algo así en un crucero. ¿Usted sabe dónde puede adquirirse una como esa? ¿La tienen en la sala de mando? ¿Los civiles pueden conseguirlas?
—Dijiste... ¿Pistola de bengala?
Y entonces lo vi... esa mirada. Él sabía algo...
—Sí... ¿Por qué?
—¿Y tú crees que esa chica... pudo estar planificando un atentado al barco? ¿Por eso el sabotaje a las cámaras? ¿Para infiltrarse a la sala de mando y robar una pistola de bengala? ¿Quizás quería asesinar a alguien? ¿A ese chico...? ¿Errol?
—Espere, espere, espere... creo que nos estamos apresurando un poco.
Intenté calmarlo en ese momento, pero en verdad estaba impresionada, esa teoría no me parecía tan descabellada del todo.
—Si hay algo que sabe. Le pido que me lo diga por favor.
—¿Sabe por qué me destituyeron de mi cargo en el Novacai? Se lo diré, primero, sospechan que yo fui quien saboteó las cámaras de seguridad. Ya que soy el único, junto con el segundo capitán al mando, que puede tener acceso a todo rincón del crucero. Piensan que lo hice para «ocultar algo». Pero como yo tenía una coartada...
—Estaba en la sala de mando cuando ocurrió el sabotaje.
—Exacto. Entonces consideran que alguien me ayudó. Y cuando mi hijo fue encontrado husmeando por la sala de mandos, uno de mis cadetes delató eso a las autoridades y lo único que hicieron fue atar dos cabos inconclusos a una conducta sospechosa. La de mi hijo. Así que, por falta de alguien más a quién echar la culpa, me destituyeron temporalmente hasta que la investigación finalice.
—¿Por qué estaba su hijo en la sala de mandos?
Lo vi respirar más agitado luego de escucharme hacer esa pregunta. Apretó sus labios y escondió la respuesta poniendo sus dedos en la boca como acto reflejo.
—Buscaba robar una pistola de bengala...
Y ahí estaba: la conexión.
Marc Morales y Emma estaban relacionados. Podía intuirlo. Sabía que me estaba acercando, pero lastimosamente, el capitán se negó a continuar hablando sobre su hijo.
Por un lado, parece que no obtuve gran cosa en la entrevista, pero en las investigaciones, los silencios y las evasiones son indicadores. Como flechas que apuntan hacia dónde se debe continuar escarbando.
Así que mi objetivo será encontrar a Marc y hablar con él. Intentaré sacarle algo de alguna manera. Podría ser cómplice de Emma, así que tendré que ir con cuidado y... ¿Bar? ¿Bar...?
*****
Ada despegó los ojos de su tablet y llevó la mirada a una Bárbara que descansaba a su lado como un bebe. Sonrió.
—¿Y qué pasa con el tercer round, eh? —susurró acariciando su rostro.
La ojiazul suspiró esbozando una media sonrisa, salió de la cama y decidió vestirse con lo esencial: una camiseta ajustada y una calza pequeña.
Ada no era una persona que pudiese conciliar el sueño con tanta facilidad como su pareja, por lo que los momentos en solitario por la noche podría decirse que eran sus preferidos. Aunque fuese por obligación y costumbre.
Había dos puertas que daban al exterior en su habitación. La primera era la de entrada, que ahora mismo se encontraba bajo llave, y la otra era un portón de cristal corredizo que conectaba directamente hacia el mar.
La segunda opción era demasiado tentadora como para no aprovecharla, así que dirigió sus pasos hacia un muelle pequeño, lo atravesó hasta llegar al final y se sentó en el borde.
Su compañía de siempre: un cigarro de frutilla, estaba ahí con ella.
La vista era todo un lujo. Pagar este hotel y gastar casi una fortuna por una noche de placer de tan solo dos rounds había valido la pena con creces.
Aunque la brisa nocturna y el aroma salado del mar convocaban a una relajación sin igual, la mente de Ada no podía llevarla hacia esos terrenos pacifistas.
No con todo lo que había descubierto en el día.
Ahora mismo su mente resultaba un motor en constante funcionamiento, intentando anudar teorías, resolver incógnitas e hilando conclusiones.
Emma era una persona misteriosa, sin duda.
Si hay algo de lo que estaba total y completamente segura era que ella escondía algo. Un secreto, quizás más grande de lo que ella se imaginaba.
Parecía ser que no solo era una vil tramposa, sino que también podría estar involucrada en los sucesos acaecidos en el crucero.
Pero, ¿de qué manera? ¿Con qué sentido? La muerte de Errol... ¿Había sido realmente un accidente? ¿O más bien una puesta en escena? ¿Fue Errol llevado como una marioneta hacia aquellas circunstancias en la popa del barco adrede? ¿Su plan era asesinarlo?
Chistó y negó con la cabeza.
Emma no parecía tener intenciones de atacar a Errol cuando se lo cruzaron; en todo caso, Ada había sido la primera en lanzarse hacia él.
¿Pero y sí era todo una actuación? ¿Podría ser eso?
«No. ¡Mierda!».
Odiaba cuando su cabeza intentaba buscar la resolución más sencilla solo para darle un alivio a su estrés. Tenía que seguir investigando. Llegar al fondo del asunto.
Resolver cada pieza, desvelar cada pista, desenmarañar poco a poco la información y otorgarle un sentido lógico... y solo podía lograrlo siendo paciente.
Arrojó su cigarro al mar y se colocó de pie.
La línea de su mirada se asentó durante unos segundos en la colilla mientras flotaba a la deriva.
—Quien huye de la verdad, terminará tarde o temprano tropezando con ella —susurró para sí misma.
Volvió sobre sus pasos para ingresar a la habitación.
El sueño parecía haber aparecido de repente y no pensaba desaprovechar la oportunidad de descansar un poco. Pero entonces, mientras su mano se posaba en la rendija de la puerta de cristal, notó algo en su visión periférica.
El cristal se encontraba empañado por completo, lo que resultó algo extraño para Ada, antes no estaba así.
Su mente funcionó en automático. Sabía que los cristales se empañan con el cambio brusco de frío-calor que recibe la zona interna y externa del vidrio, pero, y aunque es sabido que al tener relaciones sexuales el ambiente en el interior de la habitación se torne más caliente que el exterior, afuera había un clima caribeño de muerte.
Ese hecho, si bien podía considerarse raro... no fue nada en comparación al enorme mensaje que encontró escrito entre los cristales.
Tuvo que alejarse un poco para apreciarlo con más detalle. Se trataba de una sola palabra, ni más, ni menos, escrita desde la zona exterior de la habitación.
Observó a su alrededor, pero no encontró a nadie más allí, luego echó un vistazo hacia adentro para corroborar que Bárbara siguiera dormida: como un tronco.
De repente el sueño que tenía se le pasó de golpe.
Dio dos pasos atrás con un rostro empapado en temor.
Si alguien había escrito eso ahí, definitivamente había sido un fantasma o un ninja, porque Ada en ningún momento de la noche pudo escuchar pasos, o visto una sombra, o sentido alguna presencia...
En todo momento estuvo siempre a solas.
Su mirada se fijó a aquel mensaje durante un largo tiempo y lo tuvo claro.
Le habían escrito una amenaza.
«ALÉJATE O...».
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