Capítulo X - Yo te conozco
Capítulo X – Yo te conozco
Increíble era una palabra que Vanesa no solía utilizar muy seguido en su vida, pero esa noche la había repetido más de diez veces, e iría por la número once.
—¡In-cre-íble! —repitió la morocha.
Depositó su equipaje sobre el suelo de mármol espejado y se aventuró a la exploración del departamento de lujo de su mejor amiga.
—Admito que verlo en persona es mucho mejor que en fotos.
Vanesa solo hizo dos pasos y se frenó a apreciar el paisaje artístico que le ofrecía un departamento moderno repleto de detalles.
Su primera parada fue la cocina, ubicada a su izquierda, a la que se accedía tras descender tres escalones que le sucedían a la puerta de entrada.
El atractivo principal de la cocina era la barra horizontal estilo isla. Era lo suficientemente amplia y extensa para delimitar los sectores y poder cocinar allí con extrema comodidad, como también poder aposentar hasta seis comensales en las hermosas banquetas de hierro acolchonados con cojines redondos que se asentaban a su alrededor.
La cocina se encontraba embutida a la pared, allí los electrodomésticos y la mesada principal para cocinar parecían esconderse de la vista de los nuevos visitantes. Vanesa tuvo que rodear la barra para poder apreciarla con más detenimiento.
A pocos metros —sí, metros— se encontraba la mesa principal; hermosa, moderna y que perseguía el mismo estilo blanco-liso y marrón-madera con el que todo el departamento se encontraba decorado.
Emma sedujo a su invitada a seguirla hacia el sector principal de su departamento: la sala de estar, ubicada en el extremo derecho.
La misma se encontraba separada de la zona de la cocina por una hoguera pequeña pero muy estilosa metida en medio de una ancha columna cuadrada.
La sala era decorada con un hermoso sofá de tres plazas, con dos hermanos menores de una plaza cada uno a sus laterales: todos apuntando a una televisión de pantalla plana gigante rodeada por una librería hermosa.
Y aunque Vanesa hubiese querido quedarse a contar con su dedo pulgar el tamaño de aquella monstruosidad enorme que Emma llamó «televisión» por más tiempo, hubo algo que llamó su atención todavía más.
En esa misma zona, un poco más al fondo, tres paneles de cristal de cuerpo completo reemplazaban lo que en un departamento común y corriente debería ser una simple pared.
Los vidrios les mostraban un paisaje sin igual, que llevaban a un vistoso y amplio balcón.
Si Emma no se hubiese anticipado a sus deseos, y no hubiese abierto aquella puerta, Vanesa la habría obligado a golpes... porque el espectáculo visual que la esperaba del otro lado era digno de retratar en una pintura y llevarla al museo más caro del mundo.
La noche inmensa de isla Blau saludó a una Vanesa incrédula y empapada en admiración.
La brisa que siempre gustaba de hacer saltar el pelo; el mar, como protagonista del paisaje, envolviendo el lejano horizonte; las estrellas y la luna, demostrándoles a los humanos lo pequeño que podían sentirse con su sola presencia; la ciudad universitaria, iluminándose hacia el oeste, y el bosque, en un contraste de oscuridad hacia el este.
Y por último, la universidad frente a ellas, espléndida, de proporciones titánicas... parecía diminuta a sus pies.
—¿Ya te dije que esto es increíble?
—Vas doce. Llevo la cuenta —respondió la rubia. Le era imposible guardar su felicidad al tener a Vanesa cerca.
—Sigue contando. ¿Y tu habitación? No vi una puerta, o quizás me la perdí.
—Por las escaleras frente a la cocina.
—¿Tienes dos pisos? ¿Tienes una escalera?
—Frente a la cocina. ¿No la notaste? También mi habitación tiene otro balcón, pero es más pequeño que este.
Vanesa quedó perpleja.
—¿Acabas de decir «pero»? —La empujó juguetonamente—. Eres...
—¿Anoto otro increíble a la lista?
—Anótalo.
Ambas rieron.
—Ahora te toca hablar —dijo Emma posándose en la barandilla—. ¿Se puede saber qué... demonios, satanases, luciferes y belcebús estás haciendo aquí?
—Vine a visitar a mi amiga. ¿Está mal?
—Por supuesto que no. Solo me agarró desprevenida. En toda la semana no supe nada de ti.
—Quería darte una sorpresa. Sabes cómo soy.
—¿Cuánto te quedarás?
—Intenté hacer lo posible por quedarme más tiempo, pero solo puedo faltar una semana en la universidad sin que me cueste horrores ponerme al día cuando vuelva. Y conseguí un par de días de «estudio» en el trabajo. —Observó de nuevo hacia el paisaje—. Que son los mejores días de estudio que pedí en mi vida.
Emma se dejó llevar por la nostalgia y le sonrió sin que Vanesa se diese cuenta de ello.
—La verdad me encanta que estés aquí. Gracias por esta sorpresa. La necesitaba mucho—dijo la rubia—. ¿Cuánto tiempo pasó de la última vez que nos vimos?
—Bueno... un poco más de un año. En el funeral.
—Cierto.
—Hablando de eso. ¿Cómo estás con ese tema?
—La extraño. No poder ir al cementerio es difícil.
—Bueno. Es verdad, pero allí no hay mucho, Emma. Ella no está allí. Está contigo, todo el tiempo. Bien, quizás no todo el tiempo. Con esta vista de seguro esté aquí todo el día mientras tú te vas a cursar.
Ambas rieron de nuevo.
—Eso no lo dudes. —Emma contempló la majestuosidad de una luna que salía del escondite entre unas nubes—. La noche está espléndida. ¿Qué te parece si mañana recorremos la isla? Puedo faltar a clases. Es viernes.
—¡No! No quiero que descuides tus estudios por mí. Puedo esperarte.
—¿Qué? ¿Ir a clases cuando mi mejor amiga está aquí? De eso nada, señorita. Mañana haremos un gran tour. Espero que tengas ganas de sacar fotos.
—Bueno. Si insistes así, no me puedo negar.
—Muy bien. Está decidido. ¡A recorrer Blau!
—¡Yeah!
*****
Su estómago rugió y decidió cerrar su carpeta.
El patio central de la universidad era el lugar predilecto de Ulises para meterse de lleno en sus estudios y actividades universitarias. Podía pasar horas sentado leyendo y no darse cuenta qué se había pasado tres horas de su momento para almorzar... pero al menos había quedado al día con las actividades que Sabagh le había dado durante la semana.
Punto a favor para su paz interna.
El joven Ulises sacó un tupper de su mochila que contenía un pollo cocinado a la plancha con un salteado de verduras a su lado que se había preparado en su casa la noche anterior.
Por supuesto, todo se encontraba espantosamente frío. Su plan inicial era calentar su comida en los microondas de la cafetería, pero su estómago le pedía a gritos un bocado... y no podía hacerlo esperar.
Resolvió comer su plato así como estaba y aprovechar para contemplar su alrededor.
Ese día no hacía frío, pero Ulises sintió un sentimiento gélido en su interior al escudriñar en el campus. No fue difícil notar que, de todas las mesas que se esparcían por el patio, él era el único que se encontraba sentado a solas.
Aunque estaba acostumbrado a la soledad desde muy pequeño, pensaba que la universidad sería una oportunidad perfecta para entablar nuevas relaciones. Él quería hacer amigos, divertirse y hablar con quien sea, pero de momento solo había tenido contacto con una sola persona: Ada.
Y solo porque ella necesitaba ayuda para una investigación superimportante, así que no podía contar con ella para hablar de sus problemas, o de sus intereses, o de lo que sea.
Ulises sabía bien que eran un equipo.
Sin embargo, él quería algo más.
Quería tener alguna persona con la que platicar por las noches, con la que compartir unas risas, mirar las estrellas y todas esas estupideces que se ven en la tele... Sí, él quería hacer esas estupideces también.
¿Pero por qué le resultaba tan difícil acercarse a alguien? Ya había pasado casi un mes desde el inicio de clases y más allá de haber cruzado alguna que otra palabra con alguno de sus compañeros por temas relacionados a la universidad, no había entablado conversación con ninguno.
Suspiró y volvió a probar bocado.
La dirección de su mirada brincó a una mesa que había delante de él. Eran un grupo de cinco alumnos.
Se bromeaban, platicaban y compartían un momento agradable de creatividad social entre amigos. Y eran increíblemente atractivos, dicho sea de paso.
Quizás si hubiese ganado la beca honorífica, alguien se hubiese fijado en él, amistosamente hablando...
Y pensando en becas honoríficas, su mirada se atravesó de repente con la responsable de su fracaso.
Emma «la tramposa» cruzó justo por delante de aquel grupo de alumnos atractivos, la vio saludando a uno de los chicos —obviamente al más rubio y de sonrisa más perfecta que había en la mesa—, con un gesto sutil de su mano, y luego tomó asiento en una mesa circular, ubicada junto a la de Ulises.
Ella al parecer tenía muchas amigas, claramente. Tener los privilegios de la beca es un imán para la atención. Ulises bebió un poco de jugo de naranja, y casi sin darse cuenta, ya estaba escuchando la conversación de la mesa aledaña.
La primera en hablar fue una morocha de cabello rapado de un lado y trenzas por el otro. Llevaba poco más de nueve mil kilos de maquillaje en el rostro —a ojos de Ulises—, y fue la primera que lanzó una pregunta con tono picante para Emma.
«¿Y ese quién es, chiquita?».
Los ojos de las otras tres chicas se clavaron en la rubia. Ella solo contestó con una sonrisa tímida.
«Nadie, un chico de la terapia de grupo...».
Por suerte, para el oído de Ulises, esa conversación se sepultó ahí. Pronto comenzó otra, de los labios de una muchacha de ojos alisados y un peinado lacio, brillante e impecable.
Ella habló sobre lo bien que la habían pasado por la mañana visitando la bella pradera de Pinza y terminar en la fenomenal playa de Arquímedes, en la costa del brazo sur de la isla.
¿Acaso habían faltado a clase para ir a pasear por la isla? ¡Ni más faltaba! ¿Cómo podían llevar al día sus carreras faltando por algo tan banal? Sacudió su cabeza en una evidente negativa para él mismo.
«Qué ingenuas...».
La conversación continuó por otro rumbo. Al parecer una de las chicas estaba de visita, o algo así, no había escuchado muy bien de dónde provenía, pero probablemente no era de la isla.
La conversación terminó muy pronto para dar lugar a una sesión de fotos grupales.
«Qué típico».
Ulises recordó que todavía tenía que cumplir con su parte del trabajo sobre la investigación de Emma, la tramposa. Tenía que encontrar un momento para acercarse a ella y hacerse «amigos»... pero justo esa era la tarea que más se le dificultaba.
Si no podía hacerlo en una situación normal, con personas no tramposas, ¿cómo podía tener el coraje para hacerlo con alguien a quien tenía que investigar?
Su labio se torció mientras la mueca de su rostro demostraba un rotundo: «me doy lástima a mí mismo».
De repente algo pasó, su visión captó un movimiento extraño a su derecha y se vio tentado a mirar. Era ese grupo de alumnos de la mesa de en frente.
Sus intenciones eran demasiado obvias y no reparaban en sus actitudes, ni en su manera tan exagerada de hablar con esos tonos tan elevados y esas miradas tan evidentes.
A Ulises no le hacía falta ver el futuro para prevenir lo que pasaría a continuación. Uno de esos apuestos chicos se acercaría a la mesa a hablarles. Probablemente, diría alguna cosa graciosa o dos, e intercambiaría números con alguna de ellas.
El labio de Ulises tenía un pedazo de pollo colgando cuando sonrió al ver que sus predicciones acertaron. Justamente fue el chico rubio, blanco, apuesto y, aunque no llegaba a verlo, probablemente también con unos espectaculares ojos cristalinos como el agua, hizo el primer movimiento y se acercó a la mesa de las chicas.
Ni siquiera tenía que prestar atención para escucharlos, ya que su voz se escuchó por todo el patio.
—¡Hola, Emma! —dijo el chico—. ¿Molesto si te hago una pregunta?
Ulises empezó a mirar hacia sus lados, buscando al «famoso ratón», una rubia y un rubio platicando. ¿Dónde demonios estaban las cámaras?
—¡Hola, otra vez! No, claro que no. Chicas, Alain. Alain, chicas.
—¡Es un placer, señoritas!
Todas le saludaron.
—Solo quería preguntarte si habías pensado mi propuesta sobre la fiesta de disfraces. Lamento si esto parece muy... ¿Intrusivo?
No había dicho nada gracioso. ¿Por qué todas ellas se reían como focas? Realmente había cosas que Ulises jamás comprendería.
—Nah. No te preocupes. Aunque estuve muy ocupada desde entonces y, siendo sincera, se me olvidó por completo la fiesta.
—¡Wow! ¡Wow! ¿De qué fiesta estamos hablando aquí, señorita Clark? —preguntó Julia muy animada—. Exijo respuesta inmediatísima.
—Verán, les explicaré, este fin de semana estaré organizando una fiesta de disfraces en uno de mis establecimientos bailables. Club Zero. ¿Alguna escuchó hablar de él?
—¿Club Zero? —preguntó Brenda con una notoria sorpresa en sus alisados ojos—. ¡Sí! Tiene más de diez mil reseñas positivas en Google.
—Gracias por el halago.
—¿Eres el dueño? —preguntó Julia, atónita.
—Bueno, no. Soy hijo del dueño. Pero junto a mi hermano y amigos estuvimos organizando esto para que sea inolvidable. Queremos que gran parte de Vanlongward asista. Espero lograr brindar una experiencia... —Movió sus manos, como con intensidad hacia el cielo—. Suprema.
—¡Emma no dijiste nada de esto! —la incriminó Vanesa.
—Tú fuiste la culpable de eso. Llegaste a la isla y me reseteaste la cabeza.
—¡No me eches la culpa!
—¿Aún conservas la invitación que te di? —preguntó Alain—. No importa. Te dejo unas cuántas más y también esta tarjeta extra. Si les interesa ir y quieren participar de la experiencia completa tendrán que usar un disfraz. Cómo la mayoría ya compró muchos, están agotados en casi todos los locales de ciudad universitaria e incluso de Arquímedes. Quizás deban ir a otros puntos de la isla para conseguir algunos. Realmente les recomiendo llevar los disfraces, habrá un gran premio al mejor de todos.
—¡Me apunto! —dijo Vanesa sonriente.
—¡Yo igual! —la secundó Brenda.
—Yo nací apuntada para esto —dijo Julia.
Todos esperaron el veredicto final de Emma.
—¿Por qué me miran así? ¿Alguna todavía duda de que iremos? —Volvió a dirigirse a Alain—. Ahí estaremos.
—¡Fenomenal! Me alegro. Fue un placer conocerlas, chicas —dijo él antes de marcharse.
Poco después, la charla entre el grupo de la tramposa continuó, pero ahora el tema de conversación era esa fiesta a la que habían sido invitadas.
Ulises permaneció perdido en sus pensamientos, intentando descubrir una manera de acercarse a Emma.
El rubio lo había hecho parecer tan sencillo.
Apretó los dientes. «Si tan solo pudiera tener algún motivo para acercarme...». Pero entonces, algo pasó. Su oído volvió a captar algo en la conversación. Estaban hablando de disfraces...
¡Claro!
¡Eso era! ¡Ahí estaba el motivo! Los disfraces eran la excusa perfecta.
Su cuello se giró y su mirada apuntó hacia la mesa de las chicas. Solo tenía que levantarse y hablar. Solo eso...
Ulises se hizo valiente y no lo pensó demasiado. Se acercó a la mesa a pasos pausados, reflexionando muy bien lo que diría y cómo lo diría... pero entonces, su pie derecho se clavó al césped y lo obligó a voltearse.
«¡El rubio!», recordó.
Ese chico había ido a hablar con ellas hacía apenas unos minutos.
¿Y ahora él iba a hacer lo mismo e interrumpirlas?
¿Sobre disfraces?
¿No era eso muy obvio?
¿Y si creían que él era un desesperado?
Son mujeres, se supone que huelen el miedo... o algo así, según aquella propaganda que había visto hace poco.
¡Era una obviedad que iban a sospechar de sus intenciones!
Tenía que irse... ¡Tenía que irse ahora!
¿Por qué demonios seguía ahí parado sin hacer nada?
«¡Corre Ulises! ¡Por amor a la ciencia! ¡¡Corre!!», se dijo a sí mismo y avanzó un paso hacia su salvación, pero...
—¿Hola?
Su corazón se detuvo.
No de manera literal, de otro modo devendría en un ataque cardíaco, y Ulises sabía perfectamente los síntomas de un paro cardíaco. Y no era lo que tenía ahora mismo... pero lo sintió muy parecido.
Tragó saliva.
No supo por qué lo hizo, podría haberse marchado, pero ya estaba demasiado comprometido como para hacerlo.
Se volteó.
—¿Eh?
Ulises nunca imaginó que ser apuntado por ocho ojos femeninos pudiese dar tanto miedo.
—¡Hey! Yo te conozco. Era... ¡Ulises! ¿No? —preguntó Emma sonriéndole—. Estuvimos en la final de la competencia por la beca. Hiciste equipo con Leonard. ¿Me equivoco?
—Oh... —Eso fue realmente raro. Jamás imaginó que ella se acordaría de él—. Sí. Si... claro.
—¡Ah! ¡Sí! —espetó Brenda, apuntando a Ulises con el dedo—. ¡Te admiro! ¡Eres un genio, amigo!
—Gr-gracias...
—Perdón, te saludé casi sin pensar... —se disculpó Emma—. Te vi de repente y te me hiciste muy conocido. No quería incomodarte.
—Oh, no hay problema...
¿Por qué de repente hacía tanto calor en la isla?
—De hecho —continuó Ulises. Carraspeó su garganta. No podía perder esta oportunidad. Tenía que olvidarse de sus nervios. Tenía que hacerlo... por ella—. Yo me acerqué a propósito a la mesa. Soy yo quien tiene que disculparse con ustedes porque las escuché hablando sobre una fiesta de disfraces.
— Ah. ¿Escuchaste nuestra conversación? —preguntó la rubia esbozando una sonrisa pícara—. Aunque no te culpo. Hablamos un poco, muy fuerte.
—Culpa de Julia —dijo Brenda.
—¿Qué?
—Totalmente, querida. —La secundó Vanesa.
—¡Eh! ¡No es justo que ustedes se unan en mi contra! Vanesa, pensé que yo te agradaba más. La química de nuestra videollamada en el crucero... ¿Qué paso con eso?
—Bueno. Brenda no me aturde los oídos.
Ambas se abrazaron solo para molestar a Julia, mientras tanto, Emma se levantó de su lugar y se acercó a Ulises.
—Perdónalas. Son un caso perdido. Entonces, ¿querías hablarnos de algo?
—La verdad que sí. Bueno, no quiero quitarles mucho tiempo, porque también escuché que tienes una amiga de visita, así que voy a ser rápido.
—Vaya. Tenemos que replantear hablar más suave. —De repente, arrugó la mirada hacia Uli—. ¿No estarás espiándome, verdad?
—¿Qué? Bueno... La verdad es que sí. Me descubriste.
Ambos rieron y Ulises empezó a dibujar la mentira más grande de su vida.
—¿Tienes un emprendimiento de disfraces? ¡Wow! ¡Es fantástico!
—Es muy nuevo, como dije. Pero sí, puedo conseguirles los disfraces que quieran. Si lo deseas.
—Claro. Será un placer contribuir a tu empresa.
—Bueno, en realidad, ustedes serían mis primeras clientes. Por eso el precio será tan bajo.
—¡Genial! Será tu primer gran paso, y esta fiesta te viene como anillo al dedo, seguro harás muchas ventas. Si quieres puedo correr la voz y ayudarte con la promoción. No sería ningún problema.
—Sí, claro. ¡Gracias!
—¿Tienes página web o algo?
—No...
—No te preocupes. ¿Te puedo dar mi número entonces? —preguntó Emma.
—Sería perfecto.
Emma sonrió y ambos se pasaron el número del uno al otro.
Solo fue cuando las chicas decidieron marcharse que Ulises se despidió y tomó asiento.
De repente, una extraña sensación recorrió su interior en esos segundos que permaneció a solas. Su mente llegó a pensar que quizás Emma no era tan mala persona como Ada lo pintaba.
Pero no podía sacar conclusiones apresuradas. No todavía. Sonrió, juntó sus pertenencias y se marchó portando una energía radiante, repleto de un aura positiva y llevándose consigo una enorme sonrisa en su semblante.
Lo había conseguido.
Por ahora no era más que un simple número de teléfono, pero lo había logrado. Ya tenía una fenomenal noticia para contarle a Adaline Fisher sobre su caso...
Si tan solo Ulises hubiese sabido que alguien, en ese momento, le observaba desde la distancia, esperando su momento para actuar...
Nunca se hubiese acercado a Emma ese día.
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