Capítulo V - Una buena persona
Capítulo V – Una buena persona
Pizza Boom era el nombre del único restaurante de comida en la montaña. Además de la línea de teleféricos y una proveeduría amplía a su lado, era un lugar privado de otro tipo de estructuras o edificios.
Más allá de eso, venía la escalinata de más de doce kilómetros rumbo a la cima de la montaña... y al famoso faro: el punto más alto para ver la totalidad de Isla Blau en 360°.
A pedido de la profesora Rotingham, algunos alumnos se reunieron en el interior de Pizza Boom como punto de encuentro para planificar el viaje y recargar energías para el ascenso a pie. El ascenso daría inicio en unos pocos minutos, pero mientras tanto, los alumnos podían curiosear por las inmediaciones.
Ada reposaba su cadera en la barandilla principal del mirador: un despeñadero que había pegado a la zona de teleféricos cuyo largo se extendía hacia dos puntos. El del este culminaba con un cerramiento de la propia barandilla. Por lo contario, el punto oeste, sopesando los teleféricos, descendía en un camino alterno. Una ciclovía destinada a brindar una pacífica ruta asfaltada hacia la base de la montaña.
A su espalda, las maravillosas vistas del mar de Blau eran apreciables —a más detalle—, gracias a una hilera de telescopios empotrados al suelo. Uno de ellos era bastón personal del codo de Ada.
Por más que la brisa arrastrase el olor del mar, —incluso desde esa altura—, los pulmones de Ada insistían en sentir el gusto de la nicotina en su sistema, y ella no iba a negarse ese derecho.
Su mechero dorado hizo un clic, avivando una diminuta llama que se apagó al instante. Cubrió el cigarrillo con la palma, esta vez con más cuidado, y volvió a intentarlo.
El humo se deslizó por su nariz, mientras las ideas se deslizaban por su mente.
Sus ojos se enfocaron en el restaurante donde Daniel disfrutaba un buen sándwich de pollo. Él era su principal enemigo ahora mismo.
Tenía que callarlo de alguna manera, y lastimosamente para él, se había topado con una chica que no iba a dejar ir sus sueños tan fácilmente.
«Matarlo» no era una opción, por supuesto, y callarlo, probablemente resultaría imposible. La declaración de Daniel se llevaría a cabo, lo quiera o no. Él no estaba dispuesto a negociar, y ahora mismo, ella tampoco.
Tenía que encontrar la forma de revertir su situación.
¿Pero cómo? ¿Qué podía hacer? ¿Qué podía cambiar...?
Sus ojos se dispararon hacia el cartel del establecimiento, y como un «boom», una idea fugaz, arriesgada, temeraria y, en todos los ángulos posibles del mundo... ilegal, se instaló en su cabeza.
Le dio otra pitada al cigarro.
Pero Ada sabía que lo peor no era que una idea descabellada hiciera aparición, sino lo contrario, que esa idea se sintiese real... posible. Ese momento en dónde la mente comienza a anudar soluciones, una tras otra, y el corazón comienza a acelerarse al resolver cada incógnita casi a la perfección, y para cuando el plan termina de trazarse, la preocupación máxima es solo una...
El tiempo de ejecución.
Observó la hora en su reloj y evaluó los últimos detalles. Echó un vistazo veloz hacia el despeñadero. La ciudad estaba cerca, pero necesitaba un transporte, y uno muy rápido. Arrojó el cigarrillo y se desprendió la mochila del hombro, buscó su tablet, dispuesta a enviar un mensaje a una persona en especial... pero no tenía Internet.
Sus ojos se depositaron en un cartel cercano: «Zona libre de redes». Claro, nunca iba a ser tan fácil. Volvió sus pasos hacia el restaurante con prisa, y justo antes de ingresar, vio a la persona que estaba buscando.
—Profesora —dijo ella, adelantándose para interceptarla.
—Señorita Fisher, la caminata comenzará en breve. Necesito que...
—No puedo ir. Lo siento, no asistiré a la caminata. Tengo algo que hacer con... mi hermano.
—¿El Licenciado Fisher? ¿Se encuentra bien?
—Sí. No es nada, solo recordé que tenía que darle algo que es muy urgente para él. Pero volveré lo antes posible. ¿Tiene idea de cuanto tiempo se tardarán en hacer el recorrido?
—Bueno, la caminata tiene muchos paradores y lugares interesantes, recorrerlos todos lleva algo más de una hora, también nos quedaremos unos quince o veinte minutos en el faro. Luego volveremos...
—¿Una hora y media? Está bien. Gracias. Veré si llego antes de que vuelvan...
—Tranquila, si no llegas puedes unirte al grupo siguiente, aunque tendrás que pagar el pasaje por teleférico. Es un poco caro.
—No se preocupe, yo me ocupo de eso. Gracias.
Sin perder tiempo, y casi al trote, Ada abordó los teleféricos. En medio del trayecto en descenso, sus ojos no se despegaron de su tablet, pero fue cuando puso sus pies en suelo firme, cuando una barra de señal se encendió.
«Llamando a Ulises Rojas».
—¿Hola?
—¡Uli! Te necesito, urgente. ¿Estás libre? —dijo ella, acercándose a una parada de taxis que había en el playón de estacionamiento.
—Sí, estoy en casa. ¿Qué pasó?
—Necesito que sigas todas mis indicaciones al pie de la letra y me envíes un correo electrónico con lo siguiente que voy a pedirte. ¿Tienes algo para anotar?
—No lo necesito.
—Perfecto. Espera un segundo —Ada subió a un taxi—. A ciudad Einstein, por favor. A la farmacia más cercana. Después debo pasar por un mercado central. ¿Conoce alguno?
—Sí, queda un poco retirado... —respondió el hombre al volante—. ¿Irá a dos locaciones?
—Sí. ¿Tiene problema en esperarme?
—Ninguno, mientras pague, señorita —bromeó el chofer.
—Perfecto. —Ada volvió a la llamada—. ¿Uli?
—Sigo aquí.
—Ok. Busca un diagrama de un extintor en Internet, coloca la siguiente información como si fueses a armar una... —Ada observó de reojo al conductor y carraspeó la garganta—. Un mecanismo que permita la liberación súbita de energía por la fisión de átomos.
—¡¿Una bomba?!
—Te explico más tarde. Esto es lo que tienes que colocar en el diagrama: haz un dibujo con el recorrido de los cables eléctricos, partiendo desde la parte superior del extintor; un cable debe estar conectado a una fuente de poder, dos baterías de nueve voltios son suficientes, luego dibuja...
—Espera, espera...
—¿Qué?
—Sí, voy a necesitar algo para anotar...
Ada hizo una mueca, se mordió los labios y aguardó.
—Listo.
—¡Bien! Dibuja las baterías, continúa el trazado del cable hasta que conecte con un temporizador analógico. Del temporizador lleva un segundo cable de nuevo a la parte superior del esquema del extintor. Ahora, en el extintor, saca tres flechas: los cables deben ir dentro y conectarse al mecanismo det... —No. Definitivamente, no podía usar la palabra «detonador»—. Mecanismo desencadenante de acción...—Guardó silencio y entrecerró los ojos—. ¿Entendiste?
—Entendí. Detonador —dijo Ulises—. Ada, me estás asustando.
—Tranquilo. En las flechas que sacaste, nombra los elementos que te acabo de mencionar. Arriba nombra el contenedor, es decir, el extintor. Este tiene que estar vacío, obviamente. Abajo nombra «eso» que entendiste, y por último, en la parte interna del extintor debe ir la resultante química del azufre, salitre y carbón.
—Pólvora negra. Entendido.
—Haz el diagrama en computadora, no uses tu letra.
—No pensaba hacerlo, pero gracias por el dato. Entonces. ¿Me vas a decir que está pasando?
—Si... pero no ahora. Espera un segundo.
El vehículo estacionó cercano a una farmacia, Ada le pidió nuevamente al taxista que la esperara y se bajó.
—Ok, ya estoy sola. Escucha bien, tengo un pequeño-gran problema y necesito muchísimo tu ayuda para resolverlo.
—¿Con mi ayuda te refieres a fabricar una bomba casera? ¿Qué clase de problema es ese?
—No vamos a construir nada, Uli, solo haremos de cuenta que construiremos una... bomba —susurró—. Por eso te pedí que dibujes el esquema, cuando lo termines, me lo envías y yo lo imprimiré. ¡Mierda! Tengo que ir a una fotocopiadora, no importa. En fin, solo necesito eso para despistar a alguien.
—¿A quién? Ada, no pienso hacer nada sin saber en qué me estoy metiendo. Estás hablando de fabricar algo muy peligroso. Entiendo que acepté ayudarte con la investigación de esa chica Emma, pero... ¿Esto no es demasiado?
—Está bien. Tienes razón. Mereces saber todo lo que ocurre...
Ada brindó una apresurada y detallada explicación sobre lo sucedido con Daniel a Ulises y también el problema que tendría si era delatada a las autoridades.
—¿Entonces tu plan es inculpar a ese tal Daniel para que la policía no le crea cuando de su declaración? ¡Podría ir a prisión!
—No, él no tiene antecedentes. No le pasará nada. Solo me dará tiempo para pensar en algo más, además, desviará la atención de las autoridades hacia Daniel por un tiempo, hasta que descubran que él no tiene nada que ver con las «pruebas» que implantaré en su mochila.
—Harás, una bomba a medio fabricar. ¿Y la pondrás en su mochila?
—Si, pero solo los elementos por separado y el diagrama. No corre peligro de ningún tipo. No voy a arriesgarme a que vuele por los aires en un descuido, no soy idiota.
—¿Y luego, qué? Cuando la policía descubra que alguien quiso incriminar a Daniel, las cosas se complicarán mucho más.
—De a un problema a la vez. Ya veré como resuelvo el resto. Algo se me ocurrirá.
Se hizo un silencio.
—Ulises... no tengo mucho tiempo.
—Uff... está bien. Te ayudaré, pero no quiero quedar pegado. Borraré el registro de esta llamada y el mail que te enviaré luego de unos minutos.
—Por supuesto, yo haré lo mismo. Quédate tranquilo, de verdad, yo sé lo que hago.
—Eso espero, Ada. Realmente, eso espero.
*****
Las ruedas se detuvieron en su último destino. Ada pagó el exagerado precio que consistió en realizar diversas paradas distintas al taxista y, tras casi una hora y media de viaje, descendió del vehículo.
Sus ojos fueron atropellados por el terror: el segundo grupo de Vanlongward ya se encontraba descendiendo del autobús. Eso significaba que el primer grupo ya debería estar finalizando.
Sus pasos la llevaron hacia la multitud reunida a órdenes del profesor Sabagh, pero inmediatamente reconoció a algunos de sus compañeros de viaje que llegaban desde los teleféricos. Sus sospechas fueron certeras.
Buscó a su objetivo con la mirada: reconoció a Daniel junto al grupo de Rotingham y un frío helado recorrió su espina dorsal. No tenía mucho tiempo. Tenía que encontrar la manera de distraerlo para colocar «la trampa» en su mochila.
Pero solo contaba con escasos segundos hasta que abordara el autobús y su plan se viera arruinado.
Fue entonces, cuando un vistazo rápido la llevó a ver a una persona en particular, una persona que resultó una luz que iluminó y despejó el camino de su incertidumbre, revelándole una nueva idea.
Esa persona era Emma.
Ada se acercó hasta ella, la sujetó de la mano y la apartó de sus amigas por unos segundos. A estas alturas, ya se había acostumbrado a ver el semblante de la rubia diciendo: «¿Qué mierda quieres ahora?».
—¿Qué quieres? —preguntó Emma, ahorrándose el «mierda» para una ocasión especial.
Ada se acercó a su oreja.
—Pídele a Julia que haga una foto grupal... ¡Ya!
—¿Qué? ¿Para qué...?
—Solo hazlo. ¿Quieres? —La mirada que Emma le echó la hizo resoplar. Era evidente que esperaba una explicación—. Por favor...
—No. Pídeselo tú. No soy tu mensajera.
—No me va a escuchar. Tú eres su amiga.
—Pídeselo a alguien más. No me metas en tus asuntos —dijo ella, marchándose, pero fue detenida del brazo, una vez más—. ¡Suéltame!
—¡Escucha! No tengo tiempo para esto. Es una maldita foto. Tengo que... —Apretó los dientes. No podía ponerse a explicar todo su plan ahora mismo—. Es lo último que te pediré en la vida. Luego volveremos a nuestros papeles de «te ignoro, me ignoras». ¡Carajo, rubia! Por si no lo sabes estoy intentando arreglar el problema en el que nos metiste. ¿Me vas a ayudar o no?
Emma suspiró. Despejó los mechones de sus ojos con un meneo de cabeza y asintió.
—Mierda... —Esta vez no se ahorró la palabra. Asintió con pereza—. Está bien.
Ada le explicó exactamente lo que tenía que decirle a Julia y dejó a Emma marcharse.
La rubia se acercó una vez más al grupo y murmuró algo al oído de su amiga adicta a la fotografía, y entonces, un segundo después, los ojos de la joven centellaron, su corazón comenzó a vibrar, y como si su vida dependiera de ello, gritó a todo el mundo:
—¡¡Foto grupal!! ¡¡Ya!! —comenzó a decir, mientras reunía a todos en una ronda—. ¡Hay que inmortalizar este momento! ¡Vamos! ¡Los quiero a todos juntos! ¡Grupo Sabagh y grupo Rotingham! Todos allá, quiero que los teleféricos salgan en el encuadre. ¡Las mochilas pueden ordenarlas en el suelo, junto al autobús! ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Muévanse!
Algunas personas se encontraron renuentes a sacarse la foto, entre ellos estaba Daniel, pero Julia se encargó específicamente de acercarse a él para convencerlo.
—¿Me rechazarás una simple foto? —preguntó Julia.
Daniel suspiró.
—No. No podría rechazarte nada a ti...
Ella le sonrió.
—Claro que no podrías.
Daniel hizo lo propio y depositó su mochila junto a la puerta del autobús, para caminar, de manera poco efusiva, a la zona de captura. Julia, por su lado, continuó recorriendo el perímetro, cazando alumnos dispersos.
Hasta que se encontró con Ada.
—¡Tú también, chica! —dijo ella, tomándola de las manos y arrastrándola lejos de la mochila de Daniel—. No pienso aceptar un no a nadie. Además, tu look... por favor. Si no fueses una antipática te pediría que me delinearas todos los días. ¡Vamos! —Tiró de su brazo otra vez—. Vamos, vamos, vamos.
—Espera, espera... —Ada se zafó—. ¡Está bien! ¡Ya voy! Pero dejaré mi mochila antes. ¿Bien?
—¡Bien! ¡Apúrate!
Ada actuó con cautela para acercarse al autobús y no ser vista por nadie; con cuidado para no levantar sospechas al agazaparse; con rapidez para abrir su mochila y la de Daniel, y con la cabeza fría, para no titubear. Implantó una bolsa de papel madera con variados materiales, acomodó a su lado un rejunte de cables, y arrollado en una esquina de la mochila, dejó la hoja de papel con el diagrama que Ulises le había preparado en computadora. Terminó su operación y se levantó.
Emma torció el labio: lo había visto todo.
*****
El flash de Julia encandiló a todos los presentes en más de una ocasión. Tras unos cuantos intentos más, la breve sesión dio por finalizado y cada grupo volvió a dividirse.
La curiosidad de Emma se había encendido desde el primer instante en que Ada se le había aparecido para pedirle aquel peculiar favor. Sabía que la petición de la foto, viniendo de cualquier otra persona, podría no significar nada importante; pero siendo idea de Adaline Fisher, había algo que no cerraba... y el hecho de haberla visto acercándose a su mochila también resultó bastante extraño.
Emma se internó en sus sospechas mientras el teleférico la llevaba montaña arriba. El sendero de ciclovías, como una alargada serpiente de asfalto bajo sus pies, parecía no estar muy concurrido en estas horas. Julia, quien viajaba a su lado, le dedicó unas cuantas fotos y le hizo un comentario sobre volver para probar el ascenso con bicicleta algún otro día, y la rubia, amante empedernida de la aventura, le acepto el desafío.
Como una de las primeras en su grupo en llegar a la cima, y como ambas eran almas curiosas por apreciar las encantadoras vistas aéreas, sus pasos las llevaron a esperar a los demás en el mirador del despeñadero.
—¡Esto es hermoso! —comentó Julia, explorando cada rincón de la isla en uno de los telescopios.
—El mar se ve increíble —añadió Emma divertida.
—¡Mira! Encontré al grupo de Rotingham —dijo Julia, bajando la lente—. Puedo ver a tu príncipe, Leony.
—¡Ah! ¡No lo veo! ¿Está cerca del autobús...?
—No, no... está cerca de... —Julia enmudeció de repente. Su lente enfocó a alguien en particular.
—¿Qué pasó? ¿Qué viste? —preguntó Emma.
—¿Qué demonios hace Ada hablando con Daniel? —La voz de Julia sonó rencorosa.
—¿Ada? —Emma despegó su ojo del teleférico—. La verdad no me interesa lo que ella haga.
—Bueno, a mi sí. Como me lo quiera robar...
—No creo que ella esté interesada en él de esa manera —dijo, dándole la espalda al barandal para posarse en él. Lanzó una pícara sonrisa a la morocha—. ¿Y cómo que «robar»? ¿De qué me estuve perdiendo estos días?
—¡Hey! —Julia apartó la mirada, roja como la camiseta que Emma llevaba puesta el día de hoy—. Allá viene Brenda, la voy a llamar. No te muevas.
Emma sonrió.
—Claro.
*****
Ada suspiró aliviada, la parte más difícil de su plan ya había sido ejecutado a la perfección. Ahora solo quedaba el paso final, pero para lograrlo, necesitaba un pequeño dato extra de su objetivo, que aunque pareciera inverosímil, tenía que conseguirlo a toda costa: su apellido.
—¿Daniel? ¿Puedo hablar un segundo contigo? —preguntó la chica.
—¿Otra vez? Lo siento, de verdad. Pero no vas a convencerme de...
—Lo sé. Tranquilo. No es sobre eso —interrumpió ella—. Quería pedirte disculpas por cómo actué allá arriba. Lo estuve pensando y —guardó silencio—, creo que tienes razón. Estás actuando exactamente como deberías hacerlo, y yo no voy a impedirte hacer lo que consideres correcto. Si quieres contar toda la verdad, estás en todo tu derecho. Debo admitir que me da miedo lo que pueda ocurrir, pero lo enfrentaré de alguna manera u otra.
Daniel asintió dubitativo, hasta que una diminuta sonrisa se dibujó en sus labios.
—Me alegro de que lo hayas recapacitado. Como dije antes, no tienes por qué temer, estoy seguro de que las autoridades verán que ustedes no tenían malas intenciones y actuaron en defensa propia.
—No estoy tan segura, Daniel. Pero en fin, da igual lo que yo crea en estos momentos. Tú tomaste tu decisión y yo la respeto. Así que no intentaré convencerte de nada. Solo quería aclarar que no tendré ningún resentimiento contigo. Me gustaría que estuviésemos en buenos términos.
—Lo estamos —dijo él—. Y gracias por entenderme.
—No hay de qué. Es más... ¿Qué te parece si empezamos de nuevo? —dijo ella tendiéndole la palma—. Adaline Fisher. Un placer.
El joven sostuvo una guerra de miradas con la mano de Ada, incrédulo.
—¡Vamos! No me hagas quedar como una tonta...
—Claro... —dijo divertido y devolvió el saludo—. Daniel Parker. También es un placer.
Ya lo tenía.
—Gracias, Daniel.
Ada comenzó a alejarse, pero...
—Espera —dijo él, pensativo, con la mirada agachada, pero a su vez, sonriente. Había un pequeño detalle más que tenía que decirle a ella—. ¿Sabes? Creo que te juzgué muy mal. Cuando te conocí y descubrí la broma que Emma y tú le jugaron a Errol, llegué a pensar que eras una... perra, sin ofender.
A ella le dio gracia.
—Pero ahora veo que, en realidad, eres una buena persona. Estoy seguro de que todo saldrá bien. No te preocupes. Yo te apoyaré. Suerte, Ada.
—Gracias, Dani.
«Una buena persona». Esas palabras continuaron repitiéndose en su cabeza mientras veía a Daniel ingresando al autobús. Por alguna razón, una extraña sensación se hizo presente dentro de Ada. Algo en su pecho se estrujó al escuchar esas palabras, pero decidió que sería mejor ignorarlo y continuar.
Su plan todavía no terminaba, y ahora, con el apellido de Daniel en la mente, podía efectuar el último paso. Volvió a tomar su mochila para hacerse con su tablet e instaló un programa de modificador de voz, lo encendió y llamó a Ulises.
—¿Hola?
—Ulises. ¿Todo bien? ¿Cómo me escuchas?
—¿¡Quién demonios eres!?
—Te daré una pista. La aceleración de un objeto es directamente proporcional a la fuerza que actúa sobre él e inversamente proporcional a la masa.
—Es imposible que seas Newton... ¿Ada? ¿Por qué tu voz parece como si alguien te hubiese arrancado las cuerdas vocales y te hubiesen implantado las del mismo lucifer?
—Perfecto, funciona. Gracias, Ulises.
Cortó la conversación y llamó a otro número. Esperó...
—911, ¿en qué puedo ayudarlo?
—Buenos días. Tengo información sobre una posible amenaza de bomba...
*****
Ada Fisher había pasado prácticamente todo el viaje sentada en el asiento de un taxi, pero solo fue cuando sus glúteos se asentaron en la butaca del autobús, cuando realmente pudo darse un descanso corporal y un respiro mental.
Su suspiro sostenido fue acompañado con una postura que consistió en echarse sobre el asiento hasta que su cabeza quedara embutida al respaldo y estirar al máximo las piernas.
«Listo». Fue lo único que su mente formuló.
Lo había conseguido. Luego de pasar por muchos niveles distintos de estrés y nerviosismo, había logrado ejecutar todas y cada una de las etapas de su plan para quitar del medio a Daniel, al menos, de manera momentánea.
Tenía en claro que todavía había cosas que tenía que resolver. El asunto con la policía no terminaría con un «intento de atentado» por parte de Daniel. Él no tenía causas reales para llevar una bomba a medio fabricar en su mochila.
Y Ada sabía que Daniel no era idiota, en algún momento se daría cuenta de que alguien quiso incriminarlo por alguna razón. La pregunta era: ¿Cuánto se tardaría él en sacar las conclusiones acertadas y ponerla a ella en el punto de mira de la policía?
Llegado al caso, quizás, podrían darse dos resoluciones.
La primera era que la policía termine por confiar en las palabras de Daniel, lo que la metería a ella en severos problemas.
Aunque, y pensándolo con más detenimiento que con miedo. Sería complicado para Daniel sostener su testimonio cuando ya había ocultado información previa en una investigación. Para las autoridades podría parecerles un cuento sacado de la manga para sacarse el peso de la bomba de encima, en especial porque sería el único testificando esa información novedosa sin el respaldo de otro testimonio o testigo.
El hecho de que Daniel pudiese contar la verdad sobre lo que sucedió con Errol en el crucero, no le garantizaba una coartada sobre el porqué ahora mismo tenía una bomba preparada en su mochila.
La policía podría llegar a la conclusión de que Daniel es un potencial sospechoso acorralado que se vio en la necesidad de apuntar a alguien más para salvarse.
Ada se enderezó luego de reflexionar en ello. ¿Entonces sí podría ir a prisión? ¿Y si le culpaban por todo lo demás, aunque no hubiese relación alguna entre ambos sucesos? ¿Y si querían matar dos pájaros de un tiro y ya tenían al conejillo de indias perfecto? ¿Cómo carajo no había pensado en esto antes?
Su mirada se dirigió hacia la ventana: el autobús comenzó a cruzar por el puente.
A la Justicia le importaría muy poco si entre ambos casos había o no una correlación real, con tal de mantener calmados a la familia Locker, cerrar un caso importante y sentir la satisfacción del deber cumplido al decir: «tenemos al asesino de su hijo, Errol, tras las rejas».
Observó a Daniel con un deje de remordimiento y un nódulo pesado de angustia se formó en su pecho. Esto definitivamente no era lo correcto, lo sabía, pero ya no podía hacer otra cosa.
Daniel también le devolvió una mirada. Él le sonrió, sin saber que sería la última sonrisa que daría en su vida, ella, desvió la mirada, sin saber que sería el peor error que cometería en su vida.
«Eres una buena persona».
El autobús se detuvo de repente a medio camino del puente. Para todos los demás alumnos de Vanlongward, eso fue motivo suficiente para curiosear con sus miradas por las ventanillas, o preguntar en voz alta si alguien sabía lo que ocurría; pero para Ada...
Esto significaba el punto del no retorno.
Fue la profesora Rotingham la única que bajó del autobús. Afuera se encontró con dos oficiales de la policía, mismos que custodiaban el puesto de control en el extremo sur del puente. Ambos mantuvieron la distancia y exigieron la presencia inmediata de Daniel Parker.
Eso definitivamente sorprendió a Samara, en especial cuando le pidieron expresamente que el muchacho bajara con su mochila, pero y cumpliendo con su trabajo, decidió hacer caso a la justicia sin preguntar, ni objetar nada.
Volvió al autobús.
—¿Daniel Parker?
La sorpresa del joven fue notoria al escuchar su nombre.
—¿Si?
—Te están llamando. —Samara buscó las mejores palabras para usar en ese momento—. La policía requiere tu presencia y dijeron que traigas tu mochila. ¿Podrías salir un segundo?
—¿Yo?
La profesora respondió alzando los hombros. Ada, desde unos asientos detrás, observó con total atención y nerviosismo cada momento.
—Bueno. Ya voy —Daniel se incorporó, tomó su mochila, la colocó en su espalda y avanzó a paso inseguro hacia su profesora—. ¿Qué pasó? ¿Por qué me llaman a mí?
—No lo sé, pero mejor no los hacemos esperar. ¿Si?
Daniel estuvo de acuerdo y descendió, pero cuando su primer pie tocó el asfalto, el terror lo invadió de lleno al presenciar dos pistolas apuntando directamente hacia su persona.
—¡Las manos en alto! ¿Es usted Daniel Parker? —preguntó uno de los policías.
El rubio levantó las palmas. Su corazón pareció comprimirse ante el susto. A su mente le fue incapaz de procesar la relación entre el nivel de peligro que sentía al ser apuntado por dos armas y el hecho de que lo hicieran descender únicamente a él del autobús.
—¡S-si! ¡Soy yo!
—¡Queda detenido por potencial amenaza de bomba! ¡Aléjese del autobús!
—¡Vamos, camine! —le insistió el segundo oficial con muy poco tacto.
—¿Qué? ¿Bomba...? ¿Qué bomba?
—¡Camine!
—¡Si...! ¡Si!
Daniel comenzó a avanzar a paso cuidado.
Jamás en su vida había tenido tanto pavor. No entendía nada de lo que estaba pasando. Había jurado escuchar la palabra «bomba», pero no tenía ni la más remota idea de porque lo habían mencionado. Su atención solo podía atender a una sola cosa, o mejor dicho, a dos: las pistolas que atentaban contra su vida.
—No entiendo... —dijo él.
—¡Silencio! —gritó uno de los oficiales—. ¡Quieto, ahí! Ahora, présteme atención. Quiero que se quite la mochila lentamente y con cuidado. ¡Sin movimientos bruscos! ¿Está claro?
—¿Mi mochila?
—¡¿Está claro?!
—¡Si!
El miedo se manifestó con prisa en cada rincón del cuerpo de Daniel. Llevó su mano derecha a la correa de su mochila y comenzó a deslizarla por su hombro izquierdo para poder desencajarla, repitió el movimiento con su otro brazo y la depositó en el suelo.
—Ya está. ¿Qué está pasando? —preguntó el joven con la voz quebrada, a punto de entrar en cólera.
—Ahora, escúcheme con atención —continuó el oficial—. Va a caminar hasta nosotros muy lentamente y cuándo le da la orden, va a caminar...
Y la explosión se desató.
Blanco fue lo único que pudo presenciar Daniel en sus últimos segundos. Antes de que el oficial pudiese terminar sus palabras, una explosión inmensa, fugaz y violenta se manifestó.
Daniel sintió el calor de las llamas envolviéndolo y escociendo cada célula de su cuerpo en cuestión de un instante; el suelo pareció abrirse bajo sus pies y su cuerpo, o lo que quedó de él, salió despedido, como si se tratara de un muñeco de trapo, hacia el vacío debajo del puente...
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