Capítulo IX - La ira

Capítulo IX – La ira


—¿Qué haces aquí? —preguntó Ulises, deteniéndose en medio del pasillo. El timbre de salida había sonado y él se había quedado unos minutos más en su aula para resolver algunos problemas matemáticos junto con el profesor Sabagh.

La mencionada giró su cabeza sin modificar su postura. Adaline tenía el hombro apoyado sobre el muro del pasillo interior de la universidad. Tuvo que quitarse los auriculares de la «cosita», para atender a su compañero.

—¿Qué hay, Uli? Tengo que cumplir «sentencia» hoy. —Señaló con un movimiento de su cabeza a la puerta a su lado, en la parte superior había un pequeño cartel dorado que decía: «Terapia conductual. Licenciada Barrientos».

—Ah, ya veo. Aunque eso es bueno. ¿No? Al menos no te expulsaron. Después de lo que hiciste no me extrañaría. El video de ustedes dos circula por todo el campus. Creo que incluso hay un blog dedicado a ustedes...

—¿Por qué no me sorprende? La gente es bastante metiche cuando quiere. En fin. Claro. La terapia es indudablemente mejor que una expulsión. De no ser porque tengo que aguantar poco más de cuarenta minutos junto a esa rubia idiota —Sus dedos acariciaron su flequillo con intención de apartarlos de su rostro—. Ya demasiado me tengo que aguantar la mañana entera con ella sin vomitar.

—Podría ser beneficioso, si lo piensas.

—¿Qué? —preguntó divertida—. ¿Crees que soltará algo que nos sirva con la investigación? ¿Después de la pelea que tuvimos? No. Estará más a la defensiva que nunca.

—Puede que sí, pero intenta averiguar algo. Quizás logremos conseguir un dato que nos sirva.

Ada negó con la cabeza.

—Dudo que logre gran cosa. Es una terapia de grupo —dijo ella volviendo a dar un cabezazo al aire para apuntar a un grupo de personas reunidas a lo largo del pasillo—. Tú eres mi carta principal en todo esto. Necesito que te acerques a ella de alguna manera.

—Lo sé. Estoy en eso, pero es que la verdad no sé cómo empezar. No quiero estropearlo al primer intento. Si fallo una sola vez, puede que no haya otra oportunidad.

—Está bien. Ya encontraremos la forma.

—A propósito. ¿Descubriste si ella tiene relación con lo que pasó en el puente?

La negativa de Ada fue clara y su gesto despectivo lo hacía todavía más obvio.

—No fue ella.

—¿Estás segura? Tenías todas tus fichas apuntándola...

—Lo sé. Estoy segura. Vino a mí directamente a confrontarme porque pensaba que yo había colocado la... —Chequeó de reojo a un par de alumnos que pasaron cerca de ellos—. Ya sabes. Eso.

—¿Pero y si lo hizo adrede? Esperando justamente que tú sacaras esta conclusión.

—Parece que sobrestimas su inteligencia. Pero no, estoy segura. Sus reacciones fueron muy genuinas. Ella no quería que a Daniel le pasara nada.

Ulises arrugó el entrecejo, pensativo.

—¿Y cómo supo ella que tú colocaste los huevos en el nido?

—Según ella me vio por el telescopio hablando con Daniel y también me vio colocando algo en su mochila. Su cabeza habrá hecho «1+1» y el resultado fue: Ada es una puta asesina.

—¿Y si alguien más te vio?

—No lo sé, Uli. Yo estaba casi segura de que nadie me estaba prestando atención cuando sacábamos la foto grupal.

—Sigue sonándome extraño que solo ella te haya visto.

—Sí, lo sé. ¡Rubia de mierda! ¿Por qué siempre pareciera que está un paso por delante de mí?

—O de todos... —rectificó Ulises sacudiendo su cabello con la mano—. Se me ocurre. ¿Y si alguien más la está ayudando?

—No tengo idea. Lo único que sé es que cada día que pasa solo tenemos más preguntas y ni una maldita respuesta. Hombre, tienes que acercarte a ella. Es la única manera de comenzar a revelar algunas cosas. —Su mirada descendió y su semblante se endureció—. Yo por mi lado tengo que contactarme con un viejo amigo. Al parecer circula cierto video que podría aclarar un poco lo que sucedió con Daniel, pero hasta ahora no pude hallarlo por ningún medio. Eso es raro.

—¿Un video de qué?

—Te comentaré sobre ello luego. Ahora te voy a pedir que te alejes, por favor, si ella nos llega a ver juntos... perdimos.

—Ok. Estaremos en contacto —dijo el joven, marchándose, pero enseguida sintió que su hombro recibía el peso de una suave y cálida mano.

—Y Uli... —dijo Ada, sonriéndole—. Gracias por creer en mí.

El joven asintió y devolvió la sonrisa.

—No hay problema.

Ulises se marchó y luego de unos minutos extra de espera, la persona que todos estaban esperando se presentó ante todos.

Ada la observó con detenimiento mientras pasaba en frente de ella, al principio y, solo porque no había prestado demasiada atención, imaginó que se trataba de una niña, dado su tamaño, pero cuando despegó los ojos del celular para observar con más detenimiento descubrió que no podía estar más equivocada, no se trataba de una niña. Era su terapeuta.

Barrientos, María. La mujer, resonando sus tacos en todo su trayecto por el pasillo, se trataba de una persona con enanismo. Su rostro se encontró con el de Ada y una sonrisa cándida la saludó con cordialidad.

Ada respondió el saludo de igual manera. Era casi hechizante como una simple sonrisa, una actitud tan positiva de la mano de un andar y porte que destilaba elegancia, podían contagiar algo tan volátil como el estado de ánimo de una persona.

Ada por poco se le olvidó lo mucho que detestaba la idea de ir a terapia con tan solo verla.

—¡Bueno, chiquitines! —bromeó la mujer mientras deslizaba la puerta para permitir el paso—. Llegó la hora que nadie estaba esperando. Todos adentro.

Ada y un rejunte de siete personas más siguieron los pasos de la mujer.

Paredes blancas con una franja verde que le cruzaba en medio; baldosas relucientes de un tono plata que simulaban ser espejos embutidos al suelo; distribución estrecha, pero alargada, el aula era un calco de todas las demás en la universidad.

En el muro que daban a los ventanales se encontraban una considerable pila de pupitres amontonados. La profesora arrastró uno de ellos hacia el centro del aula y ordenó a los alumnos sentarse en un semicírculo a su alrededor.

Todos hicieron lo propio y se posicionaron sin un orden particular. En medio de la actividad, una nueva alumna arribó al aula con prisa. Ada solo la observó por unos segundos, su cuerpo sintió la repulsión instantánea y tomó asiento sin prestarle atención.

—¡Hola, chiquitina! —La saludó la Licenciada Barrientos con ánimo—. Por favor, toma un pupitre y únete. Ya estamos por empezar. Por cierto, para los nuevos, me presento. Yo soy la Licenciada Barrientos María. ¡Es un placer!

—¡Hola! —dijo Emma mientras terminaba de acomodar la silla en la ronda, lo más alejado posible de Adaline Fisher—. Yo soy Emma Clark. Lamento llegar tarde.

—Oh, no te preocupes. No llegaste tarde —dijo sacudiendo la mano para restarle importancia—. Y aquí tenemos una regla. Nunca nos disculpamos si no es necesario. ¿Está bien?

Emma asintió.

—Bueno, vamos a darle una bienvenida a las dos recién ingresadas a nuestro bello grupito de inadaptados sociales —se burló la profesora, pero luego hizo un alto: ambos dedos índices apuntaron hacia arriba—. Atentos a las nuevas. Si a alguien le produce ansiedad que los llame «inadaptados». Recuerden que solo son palabras. Nada, ni nadie puede definirlos, ni siquiera yo. ¿Bien? Dicho esto, mi trabajo siempre será hacer lo posible por destacar lo mejor de cada personita aquí presente y sacar a relucir las mejores versiones de cada uno.

»Vamos a empezar por mi derecha. Yo sé que esta época del año es la peor. No me pregunten por qué, pero al principio del año es dónde más personitas nuevas llegan aquí. Y no vamos ni siquiera un mes, chicos. Así que tendremos que presentarnos una y otra vez cuando haya gente nueva. ¡Sí! Qué pereza. No piensen en ello. Hagámoslo rápido. Digan sus nombres y la carrera que están estudiando. No con afán de etiquetarlos por sus elecciones profesionales, sino porque amo llevar el conteo de las carreras. Es mi TOC. Lo siento.

La profesora logró sacar unas risas a los alumnos, y cada uno comenzó a presentarse.

—Soy Frank Gonzales. Estoy estudiando abogacía y estoy en tercer año.

—¡Oh, Frank! ¡Gracias por agregar a qué año perteneces e instalarme un nuevo TOC! —bromeó de nuevo la licenciada—. Ahora, por culpa de Frank, van a tener que decir también el año al que asisten. ¿Por qué? Porque sí.

—Yo soy Matt Levingston. Último año de Diseño gráfico. Un placer a las nuevas.

—Eva Morales —Emma y Ada conocían muy bien a esta persona: «La chica rastafari del baño»—. Primer año de Periodismo.

—Jonás Balvueno. Soy estudiante de diseño gráfico en primer año.

—Natasha Sinclaire. Administración de empresas. Estoy en primero.

—Emma Clark. Primer año de Periodismo.

—Un placer, Emma —saludó la profesora.

—Alain Torres. Segundo año de Administración de empresas. Y como dijo Matt, tambien es un placer saludar a las nuevas. Aunque esta será mi última sesión aquí.

—¡Felicidades, Alain! —espetó la profesora con entusiasmo—. Un aplauso a tu tercer mes completo de terapia. —El grupo se tomó un momento para aplaudir el logro del joven—. Tuvimos un corte muy grande con las vacaciones, así que espero que no se te haya olvidado nada de lo que te enseñé.

—Jamás —respondió el chico. Era un muchacho de cabellera rubia recortada en los lados y con un estilo desmechado en el centro. Sus brazos se posaban sobre sus rodillas y tenía una sonrisa que se manifestaba en su rostro en todo momento de forma natural—. Gracias por sus enseñanzas, licenciada.

—No hay de qué, querido. ¿Continuamos?

—Sí. Sigo yo. Soy Renzo Baldez. Primero de veterinaria.

—Ada Fisher. Primero de Periodismo.

—Ada Fisher... ¿Hm? —repitió la profesora con perspicacia—. ¿Estás segura?

—Si —respondió ella a secas—. ¿Por qué?

—Tranquila. Solo estoy molestándote para cortar un poco esa barrerita de hielo que te cubre. Relájate. Estamos en una zona segura aquí. Es un gusto conocerte, Ada. —Respondió la licenciada divertida—. Muy bien. Si mi TOC no está mal. Hay seis personas de primer año, una de segundo, una de tercero y una en su último año. ¡Felicidades, Matt! ¡Ya casi lo tienes!

—¡Gracias!

—También tenemos tres personas en periodismo, ¿qué pasa con los periodistas? No sabía que eran tan revoltosos... bueno, revoltosas, en su caso —volvió a bromear—. Tenemos dos futuros empresarios, dos futuros diseñadores gráficos, un futuro veterinario, amo esa carrera, y un futuro abogado... Odio esa carrera. Te odio, Frank.

Frank echó una breve carcajada.

—Yo también la odio, profesora.

Y ahora, todos echaron una breve carcajada.

—No, no, no, señorito. En estas cuatro paredes y en mi presencia está absolutamente prohibido ser más gracioso o graciosa que yo. ¿Está claro, Frank?

—Será difícil, pero lo intentaré.

—Muy bien. Así me gusta. Vamos a continuar —dijo la Licenciada, cruzando sus piernas—. Bueno. Como hoy tenemos dos nuevas almas, como es la costumbre, comenzaremos con el meollo del asunto. Aquí ya me conocen. Suelo ser muy directa, algunos me aman por ello, y algunos otros, como Frank, me odian por ello.

Frank sonrió.

—Entonces. Señoritas Fisher y Clark. ¿Quieren contarme quien inició la pelea que las trajo a mis dominios?

Emma y Ada cruzaron una mirada rápida, pero fue la pelinegra quien tomó la palabra.

—Yo empecé.

—¿Y cuál fue el detonante que puso en marcha este conflicto?

Ada hizo un gesto con la cabeza, apuntando a Emma.

—Esta rubia estúpida me sacó de mis casillas.

—Señorita Fisher. Aquí hacemos el esfuerzo de no insultar y de respetarnos entre todos. Por favor, le voy a pedir amablemente que cuide su forma de expresarse.

Ada apartó la mirada con desdén.

—Ok.

—No espere mucho de esta punky barata, profesora —comentó Eva, la chica rastafari, emitiendo una sonrisa confianzuda—. Es obvio que no tiene ni la más mínima intención de mejorar su actitud. No me sorprende para nada que ella haya comenzado la pelea. La rubia no tiene cara de alguien conflictiva. Pero este mamarracho, en cambio, su simple presencia y esa aura de «soy mejor que todos ustedes» me da asco.

—Al menos mi «aura» no tiene ese olor a mierda que desprende tu puta cabeza —dijo Ada rebajándola con la mirada.

¡Clap!

—Muy bien —cortó la conversación la Licenciada con un sonoro aplauso—. Parece que ya tenemos el tema de hoy. Vamos a hablar de la ira. No es un asunto que nunca hayamos tocado en este lugar. ¿Alguno puede decirme que causa la ira?

Matt levantó la mano para hablar y la profesora le cedió la palabra, pero cuando sus labios se separaron para comenzar, Ada se le adelantó.

—La ira es una emoción que se caracteriza por un incremento veloz del ritmo cardíaco, la presión arterial y los niveles de noradrenalina y adrenalina en sangre —respondió ella con calma, mientras su atención se concentraba en remover una pequeña aspereza en su uña.

La licenciada intentó hacer contacto visual con la muchacha por haber interrumpido de esa forma a un alumno, pero al notar que se encontraba más preocupada en su uña, probó otro método.

—Muy buena definición sobre las características de la ira, Fisher. Muy «de libro». Pero está mal.

Dos iris azules intensos impactaron de inmediato con los ojos de la licenciada.

—Pregunté sobre las causas de la ira. No sus características. Quizás si hubieses prestado más atención a mi pregunta, en lugar de arreglarte las uñas, podrías haber respondido de forma correcta, y quizás, te hubieses percatado de que Matt había alzado la mano para contestar.

Ahora, los ojos de Ada se fijaron en Matt, y luego se volcaron hacia el suelo.

—Lo siento. No me di cuenta.

La profesora carraspeó la garganta y continuó.

—Tranquila, a cualquiera le puede pasar, también amo que mis uñas estén impecables. —Y de nuevo, la tensión de la conversación fue rebanada por la Licenciada con humor—. Además, me diste una idea para darles un gran ejemplo. Verán, la ira puede surgir como un estado de inseguridad, de envidia, o miedo, y es una reacción que se puede manifestar cuando somos incapaces de afrontar una situación concreta, pudiendo herirnos o molestarnos la manera en que actúan las personas de nuestro entorno.

»Hace unos segundos, cuando Fisher interrumpió a Matt, él podría haberse molestado y enojado. Podría haber protestado. Quizás Matt ansiaba mi aprobación al responder correctamente la pregunta, y la señorita Fisher le quitó ese privilegio, y sus niveles de noradrenalina estarían chocando el techo del aula ahora mismo.

Todos, excepto Ada, rieron.

—Pero él no se enojó. Probablemente, porque no necesite de mi aprobación, pero entonces, que un alumno no me necesite podría hacerme sentir, a mí, como su profesora y terapeuta grupal, una gran frustración, porque quizás tengo mucha baja autoestima por ser enana y estudié psicología porque inconscientemente necesito que las personas me necesiten para sentirme segura. ¡Así que yo me enojo!

»Y como yo me enojo, Mark, con el cual compartimos un odio mutuo, estará gozando el momento y saltando de felicidad. Pero como a Natasha le cae mal Mark, porque él tiene un nuevo celular de última marca, y ella no puede costeárselo, verlo sonriendo, le hierve la sangre... ¡Y sus niveles de noradrenalina también se van al techo a competir con los de Matt!

—¿No era que Matt no estaba enojado al final? —preguntó Natasha.

—¡Y ahora me enojo con Natasha porque se da el tupé de corregirme y hacerme quedar muy mal! ¡Felicidades, Natasha! ¡Ahora tienes el primer puesto en mi lista negra, superaste a Mark!

—¡Hey! Ahora yo odio a Natasha por superarme —dijo Mark.

—¡Y ahora yo te odio más que a ella porque te dije que nadie puede ser más gracioso que yo! ¡Felicidades, Mark!

El aula se abarrotó de carcajadas.

—Bien —dijo la profesora con más calma—. ¿A qué quiero llegar con todo este ejemplo sobre la ira que fui transformando en odio sobre la marcha? Que la ira, como dije, se manifiesta de muchas formas. Y la gran mayoría del tiempo, no tenemos idea de lo propensos que somos a enojarnos.

»La ira se puede almacenar sin que nos demos cuenta. Una forma de poder controlarnos, es tomar conciencia de las causas que nos llevan a un estado de ira —Sonrió—. Bueno, también el tutorial en YouTube que vi sobre el control de ira decía que hay que descansar bien, pero son universitarios, descansar no existe para ustedes. Así que mi recomendación y tarea para la semana es que busquen un lugar cómodo en sus casas, y practiquen, al menos una vez, la meditación.

*****

La Licenciada Barrientos dio por terminado la sesión.

Los alumnos fueron abandonando el aula de uno en uno, pero la mayoría, al sentir el hipnotizante olor a café recién preparado que venía de la cafetería a unos pasillos de distancia del aula, decidieron que terminar la tarde con una infusión caliente antes de marcharse de la universidad era una idea extraordinaria.

Emma, era parte de esa mayoría, y se colocó en la fila para aguardar su turno.

Mientras contemplaba las opciones a través del cristal que había sobre el mostrador, su mente todavía se hallaba en el aula de la Licenciada Barrientos.

Al final, la presencia de Ada no la había incomodado tanto como ella imaginó que lo haría. Apenas había notado su existencia al estar tan pendiente de las palabras de la terapeuta. Eso era algo muy positivo.

A su vez, la primera sesión había sido muy entretenida. Emma jamás había ido a terapia en su vida, pero luego de esta tan excelsa primera experiencia, lo consideró como una posibilidad a futuro.

Avanzó un paso en la fila y notó una presencia aproximarse por detrás. Solo por curiosidad, se volteó y reconoció a uno de los alumnos que estuvieron en la terapia.

Era un joven que le doblaba en tamaño, tanto por lo alto, como por lo ancho. Su espalda era enorme, digna de alguien que probablemente pasase sus días entrenando. Su piel presentaba una tonalidad rojiza que no quedaba nada mal con el rubio de su cabellera. El chico también la reconoció y le saludó con un gesto amistoso. Ella le devolvió el saludo, pero tuvo que volver a posicionarse en dirección a la fila.

—¿Qué te pareció? —Escuchó ella decir a sus espaldas.

—¿Perdón?

—Lo siento, hablaba de la sesión. ¿Qué te pareció?

—Ah. Bueno, muy divertida, en verdad. Yo pensaba que sería más... no lo sé, ¿incómoda?

—¡Sí! Yo creía lo mismo al principio. Es más, suponía que cuando terminara mis sesiones iba a sentirme como una persona nueva. Y que no querría volver jamás. Pero cuando la profesora firmó mi última planilla, sentí como un vacío extraño aquí en el pecho. Fue todo un año de terapia. Admito que la extrañaré.

—Oh, claro. Ahora recuerdo que habías dicho que era tu último día. ¿Eras Alain?

—Exacto. Alain Torres. —dijo el joven sonriéndole—. Y tú eras... ¿Emilia Clarke?

—Oh. ¡Gracias por el cumplido! Pero no, los derechos de autor me dejarían en bancarrota. Soy solo Emma Clark —Ambos avanzaron en la fila un paso más—. ¿Y tú que hiciste para caer en las garras de Barrientos?

—Bueno... —El joven se rascó la nuca—. Es una historia graciosa. Perdí una apuesta en un juego de cartas y me tuve que sacar la camiseta. Estaba en el patio del campus y Sabagh me atrapó en el acto. Eso fue el año pasado. Me dieron tres meses por eso.

—¿Te dieron tres meses por eso? Wow. Ahora pienso que la saqué barata.

—¿A ti cuanto te dieron?

—Un año entero... por, bueno, ya te enteraste: pelear.

—Uff... ya veo. Aun así, no te preocupes, Barrientos hace que la terapia sea bastante divertida. Se te pasará volando.

—Eso espero.

El turno de Emma para pedir llegó rápido, y la charla pareció haberle bloqueado su memoria a corto plazo; optó finalmente por pedir lo primero que vio: un café y dos medialunas con jamón y queso.

—¡Gran elección! Esas medialunas son fenomenales. No te vas a arrepentir.

—Gracias —dijo Emma, con la bandeja en su mano—. Bueno. Me alegro saber que Barrientos te pudo ayudar. Se nota que es muy buena en lo que hace. Espero que estés bien. Nos vemos...

—Espera, espera...—El joven metió la mano en su abrigo—. Quería darte algo. Sé que no nos conocemos, pero a modo de festejo por completar la terapia voy a dar una fiesta en un club. Invité a todos en sesión de Barrientos y me faltabas tú, así que, si te interesa... —Le ofreció una tarjeta—. Es una invitación extendida, puedes agregar hasta cinco personas más. La fiesta será este sábado, sé que es un poco precipitado para mencionarlo, pero será de disfraces con motivo de superhéroes.

—Oh... wow —Emma contempló la invitación. Era bastante llamativa y moderna—. Suena muy bien, pero cuando dices que invitaste a todos, es a... ¿Todos?

Alain alzó ambas cejas y abrió involuntariamente la boca al caer en cuenta de lo que ella quería decir.

—¡Ah! Si... lo siento. También invité a la chica de tatuajes. Me la crucé en la puerta del aula, pero si eso es lo que te preocupa... —El joven metió la mano en su otro bolsillo y sacó de ahí una invitación idéntica a la de Emma, echa trizas—. Esta es la tarjeta que le di. La verdad me alegra un poco, no me dio una muy buena primera impresión.

Emma sonrió y dejo escapar un suspiro.

—No es sorpresa para nadie. Sus primeras impresiones siempre son... peculiares.

—Bueno. No quiero ser el causante de que tomes un café frío, así que ya te dejo ir. Fue un placer, Emma. Espero verte pronto.

—Gracias. Lo mismo digo. —Emma guardó la tarjeta y observó a Alain marcharse—. Adiós.

—¡Suerte! —Levantó su mano en un último saludo y se perdió de la vista de Emma al cruzar el umbral de salida.

Al mismo momento que Alain salía de la cafetería, una chica ingresó, vislumbró a Emma a la distancia y decidió abordarla en la mesa que recientemente había elegido para tomarse su café.

—¡Hola, Honey!

Emma quedó estupefacta al verla. En su mente esta chica tenía dos etiquetas. La primera era «chica rastafari», y la segunda era: «peligrosa».

Eva echó una sonrisa sutil. Observó a Emma, notó que no había nadie más que ella en la cafetería sentada —seguramente por estar en horario de tarde—, y luego recordó haber escuchado a Alain saludando a alguien por esta dirección.

No era una detective, pero tampoco era idiota.

—¡Bueno, bueno! ¿Alain te estaba saludando a ti? —dijo Eva con perspicacia en su semblante—. ¡Wow! La chica becada sí que le gusta apuntar alto. Y yo pensaba que la punky era tu novia, pero nah, tú tienes la heterosexualidad pegada en toda la cara.

Emma se tomó su tiempo para beber un sorbo de su café. Por suerte seguía bastante caliente.

—¿Qué quieres?

—¡Ahg! Tranquila, no es para que me pongas esos ojitos. Bien. Bien. No te voy a interrumpir más de la cuenta. ¿Recuerdas el trato que teníamos, verdad? Espero que no se te haya olvidado. —Luego echó un manotazo al aire—. ¡Lo dudo! Eres la becada de honor. ¡Deberías recordarlo todo!

—La verdad que sí —respondió Emma antes de morder su medialuna. La saboreó con paciencia y un deje de lujuria. Adoraba el sabor del queso derretido sobre el jamón y la esponjosidad de la masa caliente derritiéndose en su boca—. Se me había olvidado.

—Muy mal, Honey. Por suerte yo si tengo buena memoria, y hoy estoy de buen humor. Así que te lo haré sencillo y sin vueltas —Eva desenvainó de su mochila una enorme carpeta azul que dejó sobre la mesa—. Muy bien. Aquí tienes mis apuntes. Como verás, está casi vacío. Quiero que la completes con los que tú tienes. Pude ver que tú anotas todo lo que los profesores hablan, así que eso me sería de gran ayuda. Recuerda que tenemos cuatro trabajos para la próxima semana. Lo quiero todo listo para el lunes.

—¿Cuatro trabajos? —preguntó Emma.

—Ocho si cuentas los tuyos. Más todos mis apuntes de estas semanas de clases. ¡Pero tranquila! —dijo sopesando la mesa y palmeándole la espalda con mucha fuerza—. Eres una chica genio. ¡Esto será pan comido para ti! ¡Te veo en clases!

Y así, sin más, Eva se marchó. Emma suspiró, y como había dicho su profesora Barrientos momentos antes, sus niveles de noradrenalina subieron al techo.

*****

Las puertas del ascensor que permitían la entrada a su suite se deslizaron con la misma uniformidad de siempre, emitiendo ese «bzzzz», particular e hipnótico.

Hoy, Emma no podía sentirse más desgraciada. Depositó su mochila sobre la superficie más cercana que tenía a su alcance: la mesada de su cocina. La misma, por su peso, terminó cayendo al suelo. No se molestó siquiera a voltearse.

Su cuerpo, agotado, rendido y sin energías, siguió caminando y se dejó caer en el sillón de su sala.

Recién era jueves y su batería interna se encontraba funcionando con las últimas reservas de energía. Su mente no pensaba dejarla en paz y todos los sucesos ocurridos desde la tragedia de Daniel le revoloteaban a su alrededor como fantasmas, hostigando y atormentándola sin descanso.

Recordó la plática con Leonard y sus ojos se cristalizaron; recordó la pelea con Ada y un nudo de angustia se formó en la zona de la boca del estómago; sus manos ejercieron presión en su cabeza con fuerza; ya no aguantaba más.

Y para colmar su paciencia, ¿tenía que hacer trabajos que no le correspondían por ese estúpido trato con Eva? ¿Todo por querer salvar a Ada de una paliza?

Apretó los dientes con rabia.

Si tan solo pudiese volver el tiempo atrás hubiese dejado que Eva la moliera golpes y al menos se quitaba un peso actual de encima. ¡Pero no! Ella tenía que hacer lo correcto. Y ser una chica buena. Ahora su mente la llevó a recordar a su madre. Ella era quien le había enseñado eso. ¿Pero a dónde la había llevado esa premisa en este mundo? ¡A ningún lado! Tan solo a sufrir en silencio y soledad.

Y las lágrimas aparecieron...

«Hacer lo correcto». ¿Para qué le servía? Intentó hacerlo para salvar a Daniel y de todas formas no fue capaz de lograr nada.

¿Para qué demonios tenía estos poderes? ¿Para qué, si hasta el momento no había hecho más que complicar las cosas?

Su respiración comenzó a agitarse y su cuerpo no soportaba la quietud. Quería gritar. Descargarse. Pero no lo hizo. Sus ojos se abrieron apuntando al techo.

Sentía ira. Sentía demasiada ira... y lo sabía. Se incorporó rauda. Ya no quería estar allí. Sus pasos la llevaron a dar vueltas por la sala, luego, sin razón alguna, subió las escaleras para ir a su habitación.

No podía creer que teniendo una vida completamente distinta, con un departamento tan amplio, con una vista excelsa, y todas las comodidades que quisiera, todavía no podía sentirse completamente plena.

Su cuerpo era cúmulo de nervios, los dedos hacía rato que se movían incesantes, rasguñando la palma de su mano con nerviosismo.

Recorrió el pasillo que llevaba a su habitación, pero se frenó al pasar por la puerta del baño. Encendió la luz y se quedó observando a un punto fijo que llamó su atención.

Tenía un jacuzzi; y no era uno pequeño, era enorme y ella podría entrar acostada si así lo quisiera.

Recordó haberlo visto la primera vez que entró al departamento, cuando la profesora Rotingham la ayudó a desempacar. Pero desde entonces, jamás se planteó usarlo.

¿Por qué no lo había hecho todavía? ¿Por qué no aprovechar todo lo que tenía? Por culpa, ¿quizás? Porque en su interior no se sentía merecedora de haber ganado la beca... ¿Quizás? Porque todavía pensaba que Ada lo merecía más que ella... ¿Quizás? La misma Ada que no dudó un segundo en romperle la ceja a golpes... Maldijo.

«Busquen un lugar cómodo en sus casas, y practiquen, al menos una vez, la meditación».

Esas palabras sonaron en su cabeza como un coro de ángeles, brindándole una respuesta a toda esa rabia que su cuerpo acumulaba. Quizás podría serle útil, quizás no... no podía saberlo a ciencia cierta, pero si de algo estaba muy segura, es que esa idea, ahora mismo, le pareció maravillosa.

Sin perder un segundo más en pensárselo, comenzó a preparar la bañera; dejó el agua corriendo; buscó una toalla; dejó su celular reproduciendo una lista de música que la Licenciada Barrientos les había recomendado; se despojó de su ropa; apagó las luces y se metió.

La calidez del agua se sintió cómo una caricia para el alma y su piel se erizó al sentir el cambio climático al zambullirse.

Su cuello le agradeció al sentir el contacto con la almohadilla que había empotrado en un extremo del jacuzzi; estiró sus piernas y movió los dedos del pie, disfrutando cada estímulo, sintiendo como si su ser vibrara en éxtasis.

Respiró el vapor que emanaba con sutileza del agua, expiando toda esa negatividad que había estado sintiendo estos últimos días. Sentía que ahí adentro todo estaba bien... mucho más que bien.

Cerró sus ojos y se dejó llevar por los sonidos de la meditación. Se sentía liviana como una pluma bosquejando curvas erráticas en el cielo, deslizada por el delicado pincel de la brisa.

Sentía sus ojos adormilados, como si el peso que venía cargando se hubiese esfumado por completo y ahora pudiese tomar un respiro del drama de la realidad, denominado: vida.

El tiempo allí no importaba.

Podrían haber pasado horas, o tan solo unos pocos minutos, y no percatarse de ello. La relajación la trasladó a otro universo. Uno en dónde los sentidos cobraron protagonismo y lo mundano se quedó atrás en el olvido. Sin presiones de ningún tipo. Sin problemas que resolver. Sin miedos, culpa, resentimientos ni nimiedades. Todo eso ya no existía.

No allí.

Sus sensaciones llegaron a un punto en dónde era capaz de sentir... sin sentir.

Su conciencia seguía funcionando, su corazón continuaba bombeando, estaba claro que seguía allí, pero había logrado un nivel de relajación tal, que su cuerpo parecía haberse despegado por completo de su cabeza.

La suavidad y la calidez del agua que la cobijaba; el aroma a frutos frescos del jabón; el sonido melódico, tranquilizante e hipnótico a partes iguales...

Todo resultaba una coordinación de perfecta armonía sensorial.

Podría quedarse dormida en cualquier momento y no notarlo, quizás ya lo estaba.

Una burbuja diminuta de aire se formó al mover el dedo de su pie, estallando sin emitir sonido alguno al llegar a la superficie.

Allí, envuelta en la oscuridad, y con sus sentidos anestesiándose poco a poco, Emma no pudo percibir lo que sucedió después.

En el mismo punto dónde la burbuja se había reventado, nació una luz debajo del agua.

Era diminuta y opaca. Como un brillo apagado, desvanecido, de tonalidad violácea, muy oscura, misterioso, tenebroso...

Al principio parecía una esfera del tamaño de un grano de arena, pero pronto empezó a crecer.

Se esparció hacia los lados, ramificándose en escisiones de luz que empezaron a cubrir el agua. Las escisiones se expandieron erráticas, unificándose entre ellas, creciendo de tamaño de forma sutil, y abarcando cada vez más terreno mientras el agua por el que cruzaban empezaba a modificar su color.

Aquellas escisiones lograron alcanzar el tamaño de una manzana, luego continuaron su expansión hasta llegar a cubrir un extremo del jacuzzi.

Los pies de Emma fueron los primeros en ser alcanzados por ese líquido violáceo que parecía cada vez tener más hambre.

De pronto, la mitad del agua de la bañera ya había cambiado de tonalidad; el abdomen de Emma fue recubierto, seguido de sus brazos, luego su torso, llegando con mucha rapidez hacia la parte superior de su pecho.

Las escisiones avanzaron, se expandieron y la bañera se tornó, casi en su totalidad, de ese violeta de tonalidad noche. Pero para cuando aquel líquido llegó al final, y solo restaban unos pocos centímetros para recubrir el cuello de Emma...

Sonó el timbre.

El sonido desterró a la rubia de su meditación al instante y su cuerpo se inclinó. Tenía el corazón a mil. Al parecer se había dormido durante un tiempo, y apenas tenía una idea de dónde estaba.

Una vez más el timbre sonó, pero con más insistencia que la anterior. Salió de la bañera, se envolvió con una toalla y encendió la luz. Se dispuso a marcharse, pero recordó que tenía que quitar el tapón al jacuzzi.

Volvió sobre sus pasos y sumergió la mano en el agua. Se quedó un rato observando entre sus cristalinas aguas como un pequeño torbellino arrastraba el líquido hacia las cañerías.

Se incorporó una vez más y bajó hacia la sala. Tomó el teléfono y contestó. No sin antes echar un vistazo hacia el reloj. ¿Quién sería a estas horas de la noche?

Del otro lado, contestó Lambert, el conserje. Él, muy educado como siempre, primero se disculpó por la llamada a tan avanzada hora de la noche y luego le comunicó que había alguien en la puerta reclamando por su presencia. Emma hizo lo que cualquier persona haría mientras se acomodaba su toalla: preguntar de quién se trataba esa persona.

—Lo siento, señorita Clark. No me quiere decir su nombre.

Eso era raro. Muy raro...

—¿Por qué?

—Tampoco me quiere dar un motivo. Lo único que me dijo es que precisa de su presencia de inmediato. Si lo desea, puedo ir llamando a la policía...

—No, no. Está bien. ¿Solo quiere que baje?

—Sí. Está esperando afuera, no pienso permitir en ingreso al edificio a nadie que no se presente, y mucho menos sin autorización de los inquilinos.

—Ok. Ya bajo... —suspiró—. Me cambio y voy.

Había muchas preguntas que Emma se hizo en todo el tiempo que le tomó secarse, alistarse y tomar el ascensor. Pero luego de evaluar todas las posibilidades de quien podría ser esa persona que estaba allí abajo esperando, decantó entre solo dos opciones.

La primera, y la que le gustaría mucho más: Leonard. Quien quizás se había arrepentido de cómo habían terminado las cosas la noche anterior y quería darle una sorpresa.

La segunda opción, y la que no le agradaba en lo absoluto, pero que resultaba muy realista por el hecho de ocultar su identidad de esa manera... Ada. Quien probablemente tenía ganas de continuar con la pelea que habían dejado a medias en la universidad, y venía a terminar su trabajo, asesinándola de una vez por todas.

El ascensor se abrió y ella avanzó hacia el hall. Sus pasos marcharon con decisión. Sea quien sea, lo descubriría pronto.

El portero del edificio se le acercó ni bien notó su presencia e insistió en llamar a la policía una vez más.

Emma no respondió...

Su cuerpo se paralizó cuando la vio. No podía creerlo. No podía ser posible. Desde el otro lado del cristal de la puerta había una chica. Tenía cabello largo castaño y una impecable tez morena que acompañó con una sonrisa cándida cuando sus ojos se cruzaron con los de ella.

Emma devolvió la sonrisa, pero multiplicada por dos. De todas sus opciones posibles, no podía creer que había ignorado a la mejor de todas. Aquella que, con su sola presencia, podía hacer que cualquier día gris se transformara en un arcoíris de felicidad.

Ambas emitieron un grito agudo de emoción al verse, que resonó por todo el hall del edificio.

—¡¡Emma!!

—¡¡Vane!! 

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