Capítulo IV - Junto a una asesina


Capítulo IV – Junto a una asesina


—¿Cuál era su vínculo con el señor Locker? —preguntó el detective Versace. No tenía una pipa en la boca, como todo buen detective que se precie, pero si un bolígrafo azul.

—Bueno... —Daniel Parker tamborileó los dedos en la mesa antes de responder—. Nos conocimos en el viaje y hablamos mucho. Fue con quien mayor afinidad logré en el crucero. Lo que le sucedió es una verdadera lástima y todavía no puedo creerlo. Nuestro vínculo, supongo... fue bueno, mientras duró.

—Entiendo. ¿El señor Locker mencionó si alguien tenía intenciones de hacerle daño? ¿Le mencionó si tenía algún enemigo?

—Nada como un enemigo, que yo sepa. Siendo honesto, solo se la pasaba hablando de mujeres. Como cualquier adolescente, ¿no?

Ambos estaban en una de las aulas de la universidad Vanlongward. El bullicio de alumnos que se escuchaban afuera lo corroboraba. Daniel llevaba colocada una gorra de visera violeta que escondía su dorada y revoltosa cabellera. Por otro lado, el detective deslizó un celular por la mesa.

—¿Conoce este video, señor Parker?

—Sí...

—¿Usted estaba al tanto que el señor Locker había consumido laxantes adulterados en su estadía en el crucero?

—No. —La sorpresa enmarcada en su semblante de repente, fue genuina—. De eso no tenía ni idea.

—Nadie toma este tipo de productos a conciencia. Alguien hizo que se los tomara. ¿Sabe quien pudo haberle hecho algo así?

—Bueno... —En ese momento, la mente del rubio, recordó a Ada—. Pudo haber sido cualquier persona. Es decir, hablamos con mucha gente ese día. Era un crucero. Lo único que hacíamos era beber e intentar... ya sabe.

—No. No lo sé.

—Acostarnos con chicas. ¿Ok? Nada de otro mundo.

El detective anotó algo en su libreta.

—¿Y quizás alguna de esas chicas pudo haber colocado alguna sustancia en sus vasos? ¿O les ofreció algo extraño para tomar?

—Si hicieron algo como eso, yo no me enteré.

El detective asintió.

—Entiendo. Pasemos al accidente. El señor Locker fue encontrado muerto alrededor de las 23:25 en la zona de popa, más específicamente, en el pasillo frente al salón de spa y el gimnasio. ¿Sabe por qué se encontraba allí? ¿Por qué no siguió las indicaciones del capitán? ¿O qué lo llevó a esa zona en particular?

—Bueno...

Daniel se tomó un breve lapso de tiempo para agachar la cabeza. Sus ojos saltaron de un lado a otro, mientras su mente, saltó hacia un punto en concreto del pasado.

«—¡Hey! ¿A dónde vas? ¡Tenemos que ir hacia el centro del barco! —gritó Daniel».

«—¡Vete tú! ¡Maldito traidor! ¡No quiero volver a verte la puta cara de nuevo! —dijo Errol, empujando a Daniel con fuerza para apartarlo de su camino—. ¡Yo todavía tengo unas cuentas que arreglar con esas putas perras!».

«—¿Qué vas a hacer?».

«—¿Y a ti que te parece? —dijo Errol a paso apretado, severo y violento, antes de perderse de la vista de Daniel—. Esto no se va a quedar así».

—No lo sé... —contestó Daniel volviendo la mirada hacia Versace con extrema seriedad—. No tengo idea de qué estaba haciendo allá.

«Pero voy a averiguarlo...», remató en sus pensamientos.

*****

La sonrisa de Emma se intensificó al verlo.

Habían pasado todos los días de la semana hablando por mensajes, audios y llamadas. Extrañaba su presencia, el aroma de su sedoso cabello café, su cautivadora y perfecta risa... verlo de nuevo, allí, bajo la sombra del edificio del auditorio, reposando sobre el muro mientras esperaba su llegada, fue suficiente para que su corazón saltara de alegría.

La rubia se acercó con lentitud hasta que sus miradas echaron chispas al colisionar una con la otra. Luego se fundieron en un abrazo que prolongaron por haber pasado casi toda una vida —una semana, en realidad—, sin verse.

—¡Emm!

—¡Leony!

—Al fin nos vemos. ¿Qué tal tu primera semana universitaria?

—Abrumadora... —contestó ella, recogiendo su cabello hacia atrás—. Ya tenemos miles de trabajos por hacer, y una enorme pila de fotocopias que todavía no tuve tiempo de sacar. ¿Y tu carrera de genios?

—Estresante, pero entretenido. Todo equilibrado...

—¡Cómo todo debe estar! —recitó ella.

Leonard quedó en estado de pausa por un segundo.

—¿Es otro meme?

—Es otro meme. No importa —dijo ella restándole importancia—. Sigue.

—Claro. Como decía, es estresante, al parecer los rumores sobre el profesor Sabagh eran ciertos. Él es el típico «filtro» de la carrera, apenas nos da tiempo de respirar y escribir. Aun así, creo que yo le agrado. Dice que soy buen estudiante.

—No sé por qué será. No es como si... hubieses estado semifinalista en la beca honorífica.

—No es como si la hubiese ganado.

Ambos compartieron unas risas.

—¿Y sabes por qué el director nos llamó aquí? —preguntó él.

—Podría ver el futuro y decírtelo... ¡Es broma! —dijo ella con rapidez—. No tengo idea. Solo espero que sean buenas noticias. ¿Entramos? Las chicas nos reservaron lugares.

—¡Si! Vamos.

Leonard abrió la puerta para que Emma ingresara y ambos se dirigieron hacia el interior del auditorio, en dónde sus amigas, Brenda y Julia —como Emma había predicho—, los esperaban con dos asientos libres.

El sitio reavivó en Emma emociones encontradas. Por un lado, la emoción y alegría que sintió al haber ganado en este lugar la beca honorífica, pero por otro, también un amargo pesar al haber roto los pocos, pero fuertes lazos que se había formado con alguien, que pensaba, sería una gran amiga.

A diferencia de cuando se inició la competencia por la beca, el lugar ahora estaba casi vacío, a excepción de un puñado de personas que Emma recordaba a la perfección: eran aquellos pasajeros que habían viajado con ella en el crucero.

La dupla tomó asiento.

Emma volvió a encontrarse con Brenda: un guiño de ojo simpático y un dedo pulgar arriba le dio la certeza que la entrevista con el detective había llegado a buen puerto. Eso eran buenas noticias y le agradeció por ello en un susurro. Poco después, el director Bacon Benjamín hizo acto de presencia y el escenario se silenció.

—Buenos días, alumnos. Les agradezco a todos su concurrencia a estas horas tan tempranas de la madrugada. Sé que tal vez los convoqué de manera muy apresurada, pero prometo recompensarlos con excelentes noticias —dijo el director—. Me es grato anunciarles a todos que las fuerzas de seguridad ya han finalizado con sus actividades de investigación en el campus. Felicito y agradezco a todos por cooperar con ellos. Aunque el caso Locker todavía no fue cerrado, ya no tendremos ninguna interrupción por parte de la policía en nuestras instalaciones. Por lo que podrán proseguir con sus actividades estudiantiles con la paz y armonía que nos caracteriza como institución.

»Y ahora, el verdadero motivo por el cual los estoy reuniendo aquí, es para darles una noticia que espero sea de su agrado. Esta primera semana de clases, la junta directiva ha llegado a un acuerdo en común para brindarles al último grupo de ingresantes, a modo de compensación por el incidente que sufrió nuestro crucero, un viaje turístico a una de las zonas más icónicas de la Isla Blau: el faro del fin del mundo.

»Tranquilos. Que el nombre no los asuste. Es una de las tantas zonas turísticas que la isla ofrece. El viaje se hará el día de mañana, no es de carácter obligatorio, pero recomiendo asistir si desean pasar un rato agradable con sus compañeros, disfrutar de las maravillosas vistas de la isla y del mar, y también despegarse un poco de las ataduras de la tecnología y gozar de todo lo que la naturaleza puede ofrecer en los puntos libres de señal.

»El viaje será realizado en dos turnos consecutivos para evitar que sus profesores manejen un rango muy alto de personas a la vez. Podrán ver el turno que les fue asignado en una lista que se encontrará pegada en la puerta del auditorio. De parte de la junta directiva, y de mi persona, procuren divertirse y pasar un momento agradable, pero recuerden siempre cuidar a sus prójimos. Sé que esto no borrará inmediatamente el trágico suceso de la tormenta que tuvieron la desgracia de experimentar las alumnas como Fisher y Clark, pero espero que, al menos, este viaje pueda servir para amortiguar un poco esa tragedia.

»Cualquier pregunta que tengan respecto al viaje, los profesores Sahir Sabagh y Sámara Rotingham estarán al pendiente para despejar todas sus dudas. Me despido y que pasen un hermoso fin de semana.

*****

—¡Ah, qué mierda! ¿Te tocó el grupo uno? —preguntó Julia. La joven despegó los ojos de su celular los tres segundos que le duró su reacción para observar a Leonard, luego retornó a su actividad: revisar si las fotos que se había sacado con su nuevo look —trenzas por un lado de la cabeza y el cabello suelto, del otro— le quedaban bien.

Se hallaba sentada en una banca de formato circular con una enorme columna como apoya espalda. Solo había tres idénticos en el patio fuera del auditorio y ella se encargó personalmente de correr para reservar este.

—Eso parece —contestó el joven, a diferencia de las tres chicas que lo acompañaban, él se hallaba de pie—. No me tocó con ninguna de ustedes. Qué lástima.

—¿Y no se puede cambiar el turno? —preguntó Brenda.

—Perdón. Tienes algo en el pelo... —Leonard se le arrimó y quitó una pequeña hoja que había caído en el cabello de Brenda, arruinando su perfecto peinado lacio castaño—. Listo.

—Gracias. Entonces... ¿Intentaste hablar con Rotingham?

—Sí, pero solo es posible cambiar de turno si alguien de su grupo decide no asistir —respondió Leonard frotando su cabello—. Pero según me dijo, todos le confirmaron que van a ir.

—Es lógico —dijo Emma, sin despegar la mirada del celular de Julia. Su mejilla pecosa se posaba sobre la mejilla morocha de su amiga mientras lo hacía. Sus fotos eran increíbles—. Dudo que alguien quiera perderse esta oportunidad. ¡Wow! Yo quiero una foto allí. ¿Dónde es eso?

—Amiga, literal vives detrás de estas montañas...

Emma quedó impresionada y su «oohhh...», se escuchó en decrescendo.

Leonard prosiguió, aunque fuese solo Brenda la que le prestase atención al cien por cien.

—Me hubiese gustado acompañarlas. Hubiese sido más divertido, pero no importa. Habrá muchos lugares en la isla que podemos visitar más adelante.

—¡Sí! ¡Y vamos a visitar todos! —añadió Julia con gran entusiasmo—. ¿Saben del parque natural Aldebarán? ¡Es un sueño montañés! Y todos los años se hace una excursión allí.

—Uh... montañas. Me gusta —Emma dio su aprobación.

—Bien chicas. Fue un gusto verlas a todas, aunque fuese por poco tiempo. Ahora debo irme. —Se dirigió a Emma—. ¿Nos veremos otro día?

La rubia descansó el mentón en su dedo índice y se puso modo: pensativa.

—No lo sé...

—Oh, vamos...

—¡Claro que sí! ¡No tengo nada que hacer!

Leonard le sonrió y se despidió de las chicas por separado, dejando a Emma por último, para darle un beso. Ambos se sonrieron durante los seis pasos en reversa que Leonard hizo antes de darse la media vuelta y marcharse.

Las chicas, por su lado, permanecieron allí, platicando, sacando más fotos, charlando sobre sus respectivas carreras, los profesores, los compañeros de clases, y un popurrí de temas que se rotaban como lo hacen las hojas al ser atrapadas por el vórtice de un cambio de brisa.

Hasta que Daniel Parker llegó a escena.

Julia fue la primera en percatarse y la primera en sonreírle. Sus ojos volaron hacia el rubio en automático.

—¡Dios! ¡No puede ser! ¡Si es Daniel el desaparecido! —bromeó ella—. ¡Siento que no te veo hace siglos!

Daniel apenas le prestó atención. Su rostro era rígido y no tenía intención alguna de ocultarlo. La línea de su mirada no varió de dirección en ningún momento desde su aparición. Solo apuntó a una persona.

—Emma. ¿Podemos hablar?

La aludida se enderezó y captó enseguida que el tono de voz de Daniel no parecía el de siempre.

—Ya lo hacemos, ¿no? —dijo, intentando bromear para que la mirada tajante de Daniel cambiase al menos un poco. No fue el caso.

—A solas, por favor. —Por primera vez, se dirigió a las chicas—. Si no les molesta.

Julia se incorporó como un resorte. Ahora, su rostro no mostró la amabilidad ni cordialidad de hace unos segundos.

—¿Cuál es tu problema? —dijo, su voz se alzó sin que ella pudiese controlarlo—. Vienes aquí, luego de varios días sin vernos. ¿Y solo la saludas a ella?

—Ni siquiera la saludé...

Julia resopló, incrédula. A veces se le olvidaba que el sexo masculino podía ser brillantemente estúpido.

—¿Qué es lo que tanto tienes que hablar, que no podemos escuchar? —preguntó Julia, avanzando un paso hacia el joven.

—No te incumbe. Lo lamento.

—¿Qué te pasa? ¿Qué te hicimos? ¿Estás enojado con nosotras? —preguntó Julia—. ¿Conmigo...?

—No. —contestó a secas—. Tengo que hablar algo con ella, eso es todo. Deja de hacer teatro. ¿Pueden ser tan amables de dejarnos a solas?

El brillo en los ojos de Julia pareció desvanecerse y su rostro se volvió inexpresivo de golpe.

—Como quieras. Chicas, me voy... las veo en el viaje.

Brenda esbozó una mueca al ver a Julia clavar los tacones al avanzar, intentó conectar una mirada con Daniel, pero solo fue ignorada. Resopló y se marchó.

—No te tenía tan antipático, Dani —dijo Brenda al pasar a su lado—. Adiós, Emma.

El joven no se inmutó y aguardó hasta quedar completamente a solas con Emma para comenzar a hablar.

—Teníamos una conversación pendiente. ¿Lo recuerdas?

—Sí. Lo recuerdo. —Emma adoptó la misma seriedad que Daniel. Contestó desde su lugar, sentada en el banco—. En el bar. Hablamos de Errol y tú quisiste preguntarme algo, pero no pudimos continuar. ¿Qué pasa, Dani?

—Sí. Tal y como dices, mi duda es sobre Errol.

Emma cruzó las piernas y se tensionó sin darse cuenta.

—No sé cómo puedo ayudarte, pero... te escucho.

—Lo único que quiero son respuestas. Te diré mi teoría, tú detenme si me equivoco en algún momento —dijo el joven, apenas movía sus músculos al hablar. Parecía una estatua—. Es solo que me parece muy sospechoso que Ada y tú estuviesen en la zona de popa cuando las alcanzó la ola. Misma ola que le arrebató la vida a Errol. Mismo Errol que intentó lastimar a Brenda. Misma Brenda que ustedes quisieron vengar con aquella broma con los laxantes.

—¿Laxantes...?

—Sí. Sé que tú y Ada los colocaron en nuestros vasos. Mi pregunta será una sola. Espero la respuesta adecuada, no quiero pretextos o historias absurdas. Tan solo busco la verdad...

—¿Cómo? Daniel... ¿Qué estás insinuando...?

—¿Mataron a Errol?

—No...

—¿Y en defensa propia?

Eso sorprendió a la rubia.

—¿Por qué...? No. Escucha bien. No lo vimos... que él y nosotras estuviésemos en la misma zona, es pura casualidad. El crucero es enorme. Había mucha gente todavía en popa. No éramos las únicas.

—Errol fue directamente a buscarte a ti. Lo vi. Me lo dijo en la cara. Y no fue con buenas intenciones, pude verlo.

—Si sabes que no fue con buenas intenciones. ¿Por qué pareciera que me estás acusando de algo? —preguntó Emma, sus uñas asfixiaban su regazo. Este tipo de preguntas le ponían de los nervios.

—Y si no lo viste... —dijo Daniel, con seriedad—. ¿Por qué no te sorprende ese hecho? ¿Será porque en realidad si sabías que fue a buscarte? Si lo viste...

Emma negó, tajante. Intentó esconder el miedo abrumador de que ascendió por su cuerpo tras aquella sentencia. Sin un buen resultado.

—No —dijo a secas, no se atrevió a mantener el contacto visual—. No lo vi. Punto.

—¿No vas a decirme la verdad?

Esa es la verdad. No hay nada más.

Daniel suspiró.

—Está bien. Intenté darte una oportunidad. Si no dije nada aún es porque demostraste ser una buena persona cuando quisiste proteger a Brenda. Ahora entiendo que puede que me haya equivocado. Es todo lo que necesitaba saber. Hablaré con Ada, pero si ella me miente tan mal como tú, haré lo propio y daré conocimiento a las autoridades de ese detalle: el video. Y que ellos averigüen el resto o saquen sus propias conclusiones.

—Espera, Dani. ¿No podemos hablarlo...?

—Ya lo hicimos... —dijo y se marchó.

*****

El bostezo que salió expulsado de su boca fue tan fuerte que incluso tembló al hacerlo.

Las butacas de los autobuses de Vanlongward eran una verdadera joya a nivel comodidad, y si a eso se sumaban las pocas horas de sueño que Ada había conciliado por la noche, el resultado sería una siesta inminente de camino al faro del fin del mundo...

Pero no podía ser así. No hoy.

No con la noticia que había recibido el día anterior de una rubia de ojos muy particulares que le llamó a su número y le gritó con desesperación: «Tengo una mala noticia...».

En alguna parte de su interior eso no fue una novedad. Sabía que metería la pata en algún momento. Solo que no pensó que lo haría tan pronto. Sonrió incrédula. Le había pedido una maldita cosa: ser reservada. Ni más, ni menos.

Si no le había podido hacer algo tan sencillo como mentir a un simple adolescente como ellas, lo más seguro es que los oficiales no se habían comido el cuento.

Suspiró con desdén. Al parecer la única con dos malditos dedos de frente para poder arreglar toda esta situación tenía que ser ella misma.

La ironía del destino la hizo sonreír al ver un control policial en el punto de nacimiento de un puente: el mismo cruzaba sobre un río ancho, de aspecto profundo, y con un caudal de agua salvaje y veloz.

Si pudiese arrojar a la rubia allí, seguro que más de uno de sus problemas se solucionarían... o quizás solo uno, pero la satisfacción sería excelsa, sin lugar a dudas.

El autobús continuó su curso y su mirada se dirigió hacia Daniel —a unas seis filas delante de ella—. Tenía que encontrar la manera de hacerlo cambiar de parecer si quería zanjar este asunto lo más pronto posible.

Pero no sería nada fácil, mentirle podría resultar perjudicial, pero contarle la verdad supondría tener un cabo suelto bamboleándose por los pasillos de la universidad y eso no era algo que le trasmitiera mucha confianza.

Ada repitió la secuencia de la posible conversación que tendría con él, evaluó sus potenciales reacciones, y por si acaso, solo por si acaso, preparó un chantaje mental si las cosas se complicaban. ¿O una amenaza sería mejor? Se mordió los labios y resopló al segundo siguiente.

—Puta madre... —susurró.

Pocas veces le pasaba algo así a ella. Pocas veces le pasaba, que no tenía ni la menor idea de lo que iba a decir.

De camino al centro de la isla, y atravesando la marea suburbana de la ciudad Einstein, ubicada a los pies de una de las montañas más icónicas y más céntricas de isla Blau, se encontraba, poco después del puente: el faro del fin del mundo.

El autobús se desvió por un camino lateral —de la mano izquierda—, y se estacionó en un parador.

El lugar era tres cosas: un extenso playón de estacionamiento al borde de la montaña, una caseta de venta de entradas, y los aclamados y famosos teleféricos. Aunque solo constaba de tres elementos, el enorme caudal de turistas que arribaba a esa zona, enviaba un mensaje a los emprendedores empedernidos a montar —en la periferia de la zona de teleféricos—, distintas variedades de comercios, puestos de venta, restaurantes y más...

Los pasajeros de Vanlongward, al cuidado de la carismática y risueña profesora de cabellos cobrizos: Sámara Rotingham, fueron en fila de dos en dos, trasladados hacia los teleféricos.

El pago corrió por cuenta del director Bacon Benjamín, por supuesto. Por lo contrario, tolerar la inmensa fila corría por cuenta de cada alumno.

Ada tuvo una brillante idea mientras avanzaban a paso de hormiga en la fila: podía tener una charla con Daniel mientras ascendieran. A juzgar por las cabinas que sobrevolaban sobre su cabeza de tanto en tanto: había lugar solo para dos personas.

Daniel se encontraba a punto de abordar. Ada vio su oportunidad en ese momento. Se abrió paso, empujó, codeó y rebasó a todos los alumnos que se le cruzó, hasta que llegó a Daniel. Iba junto a una chica pelirroja que se asustó al ser apartada de un codazo.

—¡Hey...!

Ya se disculparía en otra vida. Avanzó y montó en el mismo teleférico de Daniel. La sorpresa llegó en el acto al ver a una morocha de tatuajes ingresando junto a él y no a la chica que lo venía acompañando desde el inicio.

Daniel hizo una mueca al verla, pero le apartó lugar para que tomara asiento junto a él. La compuerta se cerró y la cabina empezó su ascenso, paulatino, suave y totalmente cargado de tensión.

—Imagino que Emma te dijo que quería hablar contigo —cortó el silencio Daniel, observando como el paisaje se achicaba a sus pies.

—Eres rápido.

—No. Si hubiese sido rápido, hubiese intuido cuáles eran tus verdaderas intenciones cuando te acercaste a Errol y a mí en la piscina.

—Ok. Noto un poco de aspereza en tu forma de hablar. Así que vamos a ser directos. ¿Qué quieres saber? ¿Piensas que la rubia y yo matamos a tu compañerito de travesuras?

Daniel chistó.

—Yo apenas lo conocía. No sé de qué travesuras hablas —dijo él echándole una mirada furtiva—. En todo caso, quiero saber que fue lo que realmente sucedió allá. ¿Cuál es el maldito misterio? ¿Por qué Emma me mintió?

—Porque es una tonta que no sabe controlar sus emociones. Y no hay ningún misterio, Daniel —dijo agitando su cabello hacia atrás—. Así que puedes respirar tranquilo, no estás sentado junto a una asesina. Yo lo único que quiero es seguir con mis actividades y hacer de cuenta que lo que pasó en ese puto barco desaparezca de mi memoria. Porque te recuerdo, por si no lo sabías, que ella y yo estuvimos a un maldito celular con flash de morir ahogadas en el atlántico.

—Sí. Lo sé. Pero todavía hay cosas que no me cierra. Y no entiendo por qué ustedes están ocultando la verdad a las autoridades.

—¿Y cuál es esa verdad que estamos ocultando? ¿Según tú?

—Errol no murió en un accidente. Tuvo una pelea. Lo sé porque la policía me mostró las fotos del cadáver. La autopsia reveló daños por contusiones, como si, alguien lo hubiese molido a golpes. Y ni hablar de la mordida en su oreja, la tenía arrancada. Una ola, no importa lo devastadora que sea, no hace eso —Levantó la mirada, inquisitivo—. Ustedes, si mal no recuerdo, también fueron alcanzadas por una ola y aquí estás. Sin un rasguño.

—Tuvimos mucha, y repito, mucha suerte. Solo es eso —Ada se acercó hasta Daniel con una mirada decidida—. Escúchame. Nosotras no matamos a Errol. Y esa es la verdad.

—Pero si lo vieron. Estuvieron con él. ¿O me equivoco?

Y allí estaba, la pregunta clave. Ada desvió su mirada en ese segundo, podría continuar mintiendo para garantizar su coartada o decirle la verdad e intentar ponerlo de su lado. Cerró los ojos. Por más que aborreció su decisión... optó por la verdad.

—Sí... —dijo ella relajando los hombros y reposándose en el cristal de la cabina—. Estuvimos con él, ¿ok? Se nos apareció de repente con una maldita barra de gimnasio en las manos, golpeando las paredes, gritando e insultándonos. «Ustedes me arruinaron la vida», y no sé que otras mierdas más escupió esa noche. Estábamos asustadas, así que peleamos. Emma le mordió la oreja, él la arrojó al suelo, yo le di con la barra en la espalda, el puto barco se inclinó y él se cayó. Fin de la historia. No hay nada más. Era él o nosotras. —Subió la mirada para enfocar el cielo—. Te repito... tuvimos una suerte sobrehumana esa noche. Podríamos haber terminado exactamente igual que él.

Daniel asintió intentando procesarlo todo.

—Todavía no entiendo. ¿Por qué no le dijeron nada a las autoridades?

Ada chistó.

—Eso si te lo reconozco. Es culpa mía. Yo le dije a Emma que mantuviéramos esto en secreto. Si la policía se enterara de la verdad, yo sería la más perjudicada. —Sus ojos comenzaron a cristalizarse al recordar un penoso evento de su pasado—. Lo siento. Es todo lo que puedo decirte.

El teleférico se detuvo en la cima y las puertas se abrieron.

—Y yo lo siento por ti... —dijo Daniel. Sacó solo un pie y medio cuerpo de la cabina—. Pero yo esto tengo que aclararlo con la justicia. Entiendo tu posición y tu miedo. Pero testificaré a tu favor, de eso puedes estar segura. Errol no era una buena persona, pero mi familia me educó para ser íntegro con mis ideales. Y yo creo que decir la verdad, en este caso, es lo mejor que podemos hacer. Gracias por hablar conmigo, Ada. Gracias por tu sinceridad.

Ada pestañeó tan fuerte y tan deprisa que apenas pudo procesar lo que acababa de escuchar.

—¡Espera, espera! ¿Qué? —Ada observó a Daniel marchándose y se apresuró a salir de la cabina—. Sinceridad y una mierda... ¡Hey! —Corrió como una gacela hasta alcanzarlo—. ¿Vas a hablar? ¿Después de lo que te dije? ¿Es que no me escuchaste? ¡La policía no puede enterarse de esto! Podría terminar muy mal para mí.

—Ya tomé la decisión. Como te dije, me aseguraré de estar a tu favor. Pero no nos corresponde a nosotros decidir, sino a la justicia —sentenció Daniel, continuando su camino—. Eso es lo correcto, Ada.

La respiración de Ada se cortó y permaneció durante unos breves segundos en el lugar, solo para percatarse de que sus manos ya empezaban a manifestar el temblor repentino del estrés. Su pudiese haber mordido algo y desgarrarlo con los dientes en ese momento, lo hubiese hecho.

Tenía que hacer algo... tenía que convencerlo de no hablar. De no meterse en su camino. Cerró su puño, y de repente, encontró una respuesta fugaz. Su cuerpo pareció moverse sin pensar.

No quería hacerlo, hubiese preferido no tener que llegar a estos extremos, pero la actitud de Daniel no le dejó más remedio que recurrir a su último recurso: la amenaza.

Volvió a alcanzarlo.

—No me obligues...

Daniel detuvo sus pasos y se volteó indiferente. Ada avanzó.

—No me obligues a hacer algo que no quiero. Mira, no me caes mal. Tienes más pelotas de las que parece a simple vista. Por eso solo te pido que lo pienses con detenimiento. Porque si te vas a meter en mi camino... —Dos esferas azules, impregnadas en determinación, se clavaron en el rubio—. Te prometo que vas a salir perdiendo.

—¿Estás amenazándome?

—Te lo estoy garantizando. Si te metes conmigo vas a terminar muy mal.

Daniel torció el labio y se encogió de hombros.

—Qué lástima. Lamento mucho que te sientas así de desesperada como para recurrir a una amenaza —dijo él, comenzando a alejarse—. Haz lo que quieras, pero cuando el viaje termine, iré al puente y hablaré con el primer oficial que me cruce. Lo siento mucho por ti y por Emma. Ella me caía bien.

Daniel no tardó en abandonarla y reunirse junto al resto del grupo de estudiantes. Un soplido de viento sacudió el cabello azabache de Ada, mientras sus ojos, abrigando una preocupación que se encontraba al borde del colapso, permanecieron en un punto fijo, sin dirección alguna.

«Desesperada», repitió su voz interna.

No era una mala definición para ella ahora mismo. Mientras sus pies parecían estar clavados al empedrado, sin mover un solo músculo, con su mente pasaba todo lo contrario. Revolucionada, acelerada... ejecutando decenas de conexiones de pensamientos a la vez, intentando encontrar la mejor resolución a este conflicto.

Su palma izquierda se acarició el tatuaje del brazo derecho. Recordó sus orígenes; su pasado, como alguien vulnerable y débil... un «alguien» que jamás podía volver a emerger.

Luego analizó su presente, lleno de promesas para un futuro mejor, pero a su vez, como ahora, lleno de obstáculos y complicaciones que urgían tomar una decisión crucial.

Una decisión que cambiaría la vida de, al menos, una persona. Por desgracia, esta vez se trataba de una persona que no se lo merecía. ¿Pero qué más podía hacer? ¿Rendirse? ¿Volver a empezar? ¿Abandonar sus objetivos?

Imposible.

Abandonar no era una opción. Cerró sus ojos y dejó que su cerebro hiciera el trabajo. En este momento, la prioridad era callar a Daniel, ahora y siempre, para que jamás volviese a meterse en sus asuntos.

Ada reconoció en su interior que él tenía razón en una cosa: Sí, estaba desesperada...

Sus labios esbozaron una sonrisa sutil.

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