Capítulo II - Evadir la verdad

Capítulo II – Evadir la verdad


La tablet sobre su escritorio detonó la melodía estridente de género punk que más adoraba escuchar por las mañanas. La pantalla marcaba las 07:10 AM, pero ella ni siquiera le prestó atención y deslizó el dedo para aplazarla, una vez más... y eso solo significaba dos cosas.

La primera era que ya había aplazado la alarma las primeras cuatro veces, y la segunda, era que su mecanismo empezaría a actuar en cualquier momento.

Adaline Fisher era una chica a la que le costaba horrores levantarse por las mañanas —porque le costaba, el doble de horrores, conciliar el sueño por las noches—, y había programado un sistema infalible al que llamaba «el despertador del infierno».

Se trataba de un super-ultra-mega dispositivo que conectaba la alarma de su tablet a las doce pantallas adheridas a la pared de su habitación, y que, cuando aplazaba las alarmas más de cinco veces, el verdadero infierno se desataba.

Las doce tabletas se encendieron —replicando la misma imagen que en la original—, la habitación se iluminó entre el rojo de los números y el blanco del fondo de la pantalla.

Fue en ese momento en el que su vista percibió la iluminación a través de sus párpados, y su mente, por fin, se dignó a reaccionar.

Sus ojos, dos esferas azules se impregnaron de preocupación y su torso se alzó en un movimiento automático de desesperación y...

La alarma se intensificó.

El sonido retumbó por toda la habitación, inundando sus oídos con el fantástico pero aturdidor solo de una guitarra eléctrica.

Se estiró, y apagó la alarma, no sin antes dejarse caer al suelo. Pasaron unos segundos hasta que su hermano, Teodoro, llegó y azotó la puerta desde el pasillo.

—¡Te juro! ¡Que si vuelve a pasar! ¡Voy a hacer pedazos esa maldita alarma! ¡Lo juro! —Lo siguiente lo escuchó mientras él se alejaba—. ¡AAAARRGGGHHH!

No pudo evitar echar una risa para sí misma.

Un nuevo día más iniciaba en la vida de Ada Fisher. ¿Y qué mejor forma de hacerlo que un baño para relajar las tensiones del despertador del infierno?

No demoró mucho en asearse, volver a su habitación y elegir el conjunto del día: una camiseta color negra con el ombligo al aire —porque hacía un calor de morirse—, y sin mangas —porque: tatuajes—. Sumándole un ajustado short de jean azul con los muslos deshilachados.

Con su atuendo preparado, ahora faltaba el maquillaje: nada muy ostentoso, tan solo un delineado ligero en sus ojos con dos diminutas aletas a los lados, una sombra muy sutil de azul sobre sus párpados, unas uñas pintadas de negro, un labial de un tono oscuro... y ya estaba lista para devorarse a Vanlongward, a Blau, al mundo, y al inframundo también.

Sacudió su cabellera azabache, se dedicó un guiño a ella misma frente al espejo del baño y salió.

—¿Vas a la ciudad? —preguntó Teodoro Fisher.

Él descansaba sus brazos en la barra alta de la cocina, mientras llevaba, de tanto en tanto, una taza de café a su boca.

—Yep, tengo que imprimir algo porque cierta persona odia la tecnología y no quiere comprar una impresora.

Teo lanzó una ceja hacia arriba, incrédulo.

—Tú compra una impresora. No la necesito, tengo una en la sala de profesores.

—¿La puedo usar?

Él sonrió.

—¿Eres profesora?

Ella le levantó el dedo.

—Bueno. Entonces me voy a la ciudad. No hace falta que me esperes, iré a la uni sola.

—Genial —dijo él—. No te iba a esperar.

—Parece que alguien se levantó de mal humor hoy —dijo ella, fingiendo una sonrisa.

—Si destruyes esa maldita alarma, compraré una impresora, y haré cuatro mil copias de mi sonrisa, para que nunca más me veas de mal humor.

—Ja, ja... —Lo empujó para apartarlo del camino hacia el refrigerador—. ¡Ja!

—Hay tostadas en la mesa. Sírvete.

—Paso. ¿No tienes manzana verde?

—Debería haber una por ahí.

—¡Ya la vi! —dijo y dio un salto para tomar una manzana sobre la nevera.

—¿Almorzaremos juntos, bobita?

—Suena cool. —Chocó su puño con el de su hermano—. Ah, antes de irme. ¿Tienes algo para escuchar música mientras viajo?

—¿Y tu celular?

—Todavía no lo reparo desde que se mojó en el crucero.

—Ah, es verdad. ¿Y tu tablet?

—Es demasiado grande como para llevarlo por ahí. Necesito algo más pequeño.

—Claro, pídele todo a tu fuente de los deseos... —Su hermano tronó los huesos de su cuello mientras indagaba entre sus pensamientos—. Bueno, ahora que lo pienso. Tengo un Mp3.

—Un... ¿Eh?

—Mp3, genia. —Teodoro se lanzó a buscar entre todos los cajones de la sala. Sabía que lo había visto en esta zona hace poco—. Estaba seguro de que lo tenía por aquí.

Ada arrugó su entrecejo, confundida.

—¿Sabes que estás hablando de un formato de audio digital?

—Lo sé.

—No es físico.

—Lo es. Y de hecho... —Teodoro encontró lo que buscaba en la repisa más alta. Junto al enorme mapa de la isla Blau que decoraba el muro principal de su sala. Volvió con ella a la cocina y se lo dio—. Esta es la prueba.

—¿Qué es...? —Ada examinó esa pequeña cosita en su mano, intentó no reír, pero no pudo hacerlo. Era adorable... precaria, anticuada y cavernaria también, pero adorable—. ¿Esto?

—Es un reproductor de música de bolsillo. En su época era un éxito total. —Teodoro hablaba como si estuviese obsequiándole a su hermana una auténtica reliquia de antaño. El aparato era similar a un bolígrafo grueso metálico de color rojo, si un bolígrafo tuviera una minúscula pantalla bicolor en su centro. Se arrimó a ella con una sonrisa nostálgica pegada al rostro—. Lo enciendes con esta palanquita que está en el extremo. Luego la mueves para seleccionar una canción y lo reproduce. Inténtalo.

—¿Tiene wifi? ¿Cómo busco los temas que quiero?

Teodoro se tentó.

—Si me haces sentir viejo una vez más te echo de mi casa. Subí unas cuantas canciones nuevas hace poco, seguro alguna te gustará.

—No puede ser... —La ojiazul comenzó a navegar en la lista de canciones de su hermano—. ¿Tienes que subir tus canciones? ¿Una por una? ¿Siempre?

—Veo que quieres usar la tablet.

—No, está bien. Lo aceptaré. Solo me parece —Ada volvió a aguantar una risita—, tierno. La voy a llamar: «Cosita».

—Ja, ja... ¡JA!

Ada patinó por el pasillo rumbo a la salida gracias al empujón de su hermano. Una patineta con varias calcomanías en su reverso descansaba junto a la puerta. La tomó, se ajustó la mochila al hombro y salió afuera.

Había dos maneras de sortear los tres escalones que había en el pórtico para Ada. El método normal, que consistía en usar un pie a la vez, y luego... estaba el método Fisher: saltando.

Cayó y sus pies comenzaron a correr con energía al segundo siguiente. Viró hacia la calle, su mano dirigió el camino de la patineta —a un lado de sus piernas—, y cuando percibió que la velocidad era la ideal, afirmó los pies en la tabla y se deslizó calle abajo.

Se colocó los auriculares en plena marcha, y cuando encontró una buena canción en la Cosita, le dio al play: The Score de Higher —con un sonido peor que escuchar una canción en baja resolución en YouTube—, comenzó a sonar.

Las ruedas rezongando en la acera y el aire sacudiendo los pliegues de su camiseta se sentía fenomenal. Le dio dos patadas rápidas al suelo y aumentó la velocidad. La media manzana que llevaba en su bolsillo se fue directo a su boca y al ritmo de una increíble canción Ada Fisher inició su mañana.

Tenía un largo trecho por recorrer. Los distritos residenciales de Ciudad Universitaria no disponían de mucho para ver. La mayoría de las casas eran prefabricadas y presentaban el mismo estilo simplista que la de su hermano —techos de chapa blancos, un solo piso, de dos a tres habitaciones y una ventana frontal—. Aun así, el barrio parecía tranquilo y sereno.

Su objetivo estaba más en el centro de la ciudad; doblo en una esquina y volvió a patear, pero solo una vez, ahora la disposición de la calle se encontraba a favor de una inclinación pronunciada que Ada disfrutó con toda el alma.

La gravedad hizo su trabajo, y su cuerpo descendió por la calle a una enorme velocidad. No podía perderse la oportunidad de darle un abrazo al viento y disfrutar de la inyección de adrenalina recorriendo su sistema.

Hizo acopio del aprendizaje de todas y cada una de las duras caídas que tuvo de pequeña, para volver a virar en la tercera esquina. Intentó lucirse frente a un grupo de chicas al acariciar el asfalto con la palma de su mano.

Le salió de diez puntos y sonrió. Siempre fue fanática de ese pequeño truco. Por suerte para ella, a estas horas de la madrugada no muchos vehículos circulaban por la ciudad, dejándole el camino libre para serpentear por la acera de un lado a otro a gusto.

De vez en vez, los rayos del sol se escurrían al pasar por algún edificio bajo —molestándole la visión—, pero su trayecto, por lo general, era acompañado por las refrescantes sombras de la urbe y los árboles.

Hubo un retrato del paisaje urbano que se le hizo muy familiar a cuando iba de la escuela a su casa —también en patineta—, junto a Teodoro y...

Solo Teodoro. Solo él. Sacudió la cabeza y bloqueó el pensamiento de pesimismo que intentó emerger desde lo profundo, como una llamarada dispuesta a prenderle fuego las emociones. La ahogó deprisa. Nunca jamás iba a dejarla salir de nuevo.

Nunca...

Ada vislumbró a un grupo de jóvenes más adelante. Sonrió. No tenía que ser adivina para anticiparse a lo que se vendría cuando todos esos ojos masculinos llenos de testosterona se posicionaron sobre ella.

Solo esperó con paciencia y disminuyó la velocidad al pasar junto a ellos.

Un chico alto con una gorra de visera mal colocada, pantalones que pedían a gritos un cinturón y zapatillas cuyos cordones jamás se habían conocido en la vida, se cruzó en la calle y gritó: —¡Hey! ¡Hermos...!

—¡Hermosa, tu puta madre! —interrumpió ella, mostrándole, al pasar, lo bien pintada que tenía las uñas de los dedos anulares—. ¡Lo siento! ¡¿Decías algo?! ¡Imbécil!

El coro de risas de los demás era algo a lo que, por desgracia, ya estaba acostumbrada. Siempre que veían a una chica pasear en patineta, sin falta, alguien le gritaba algo. Y nadie era muy original, vaya uno a saber por qué, pero todas las frases rotaban entre:

«Hermosa». Era un clásico.

«¿Te llevo a dar una vuelta?». ¿Alguien en su sano juicio diría que sí a una propuesta así?

«Mi amor...». Oh, si, el amor a primera vista. Cómo no...

«¿Por qué no te casas conmigo?». A esta no le veía sentido alguno, y era de las más reiteradas...

Blah, blah, blah...

«Chicos», pensó con asco. Siempre lo mismo. Burdos, clichés, predecibles y creyéndose que se pasan el mundo por el culo. Cada vez que se cruzaba a uno de esa clase se reafirmaba una y mil veces más su orientación sexual.

«Chicas...», pensó esbozando una sonrisita pícara.

Ya sabía qué esperar de ellas. Más maduras, más atractivas, y lo más importante para Ada —que personalmente adoraba—, mucho más duraderas en la cama.

¿Qué más podía pedir?

Detuvo la patineta, la cargó con un brazo e ingresó a una fotocopiadora. Salió de allí luego de unos cuantos minutos y se volvió a montar a la tabla. Chequeó su reloj y una mueca de satisfacción se perpetró en su rostro.

Todavía tenía mucho tiempo libre hasta su primera asignatura en periodismo. Podía continuar recorriendo las calles de Ciudad Universitaria un poco más y luego tomarse el autobús hacia el campus.

Con una oreja libre de un auricular, la melodía de las ruedas friccionando el asfalto le resultaba hipnótica. De repente se topó con un cartel que la invitaba a recorrer más de sesenta kilómetros para llegar a la playa más cercana, o tomar un desvío y visitar un lago que parecía bastante prometedor, y más cercano, claro.

«El lago será».

Ada volvió a patear el suelo y tomó el desvío hacia el «lago escondido».

*****

Su mechero dorado emitió un suave «clic» al abrirse, y su llama se elevó, incinerando el extremo del cigarro. Ada avanzó luego de dejar atrás el autobús. Ya eran pasadas las nueve, la clase había comenzado, y como una tonta, se había quedado dormida a más de 20 kilómetros de distancia debajo de la sombra de un árbol en aquel hermoso lago que de «escondido» no tenía nada.

Chistó.

Recordarlo hacía que sus mejillas enrojecieran de la vergüenza, más aún cuando, quien la había despertado, había sido una mujer que paseaba a sus perros por el lugar y que pensó que estaba muerta.

Y, aunque de catastrófica imaginación, esa mujer terminó por serle útil para no quedarse allí postrada toda la mañana. Lo malo era que su hermano se había enterado y la reprimenda no había sido tan divertida.

De todas formas, intentó pensar en positivo.

Se trataba del primer día de clases, y solo llegaría tarde a la primera asignatura, no era nada que no pudiese recuperarlo con invertir un poco de tiempo de estudio.

Mientras su patineta avanzaba por el asfalto hacia la puerta del edificio de periodismo, fue parando en algunos sitios determinados. De su mochila sacaba un panfleto tamaño A4 muy colorido y lo pegaba en cualquier superficie lisa y alta que encontrase.

Claro que le hubiese gustado repartir todos y cada uno de los ciento cincuenta que había encargado en la fotocopiadora esta mañana, pero se contentó con pegar unos pocos durante trayecto hasta su aula.

«¡Súper-mega-increíble trabajo! Se busca asistente personal para un proyecto extracurricular. Comunicarse con Adaline Fisher al siguiente número...».

Ada tenía un autoconcepto muy elevado sobre su capacidad intelectual —siempre había sido muy competitiva en su infancia por esa razón—, pero también tenía en claro que había muchas cosas que no podía abarcar siendo solo una persona, y tener más de dos ojos para abordar el nuevo caso titulado «Anormal», le resultaría mucho más favorable que estando sola.

Despegó su mirada del último afiche —que pegó junto a su aula—, decidida a comenzar su primer día de clases de una buena vez, pero luego, un pequeño detalle en su camino la hizo detenerse.

Le parecía increíble como el destino, podía tener un sentido del humor tan espantoso en ocasiones. La última persona con la que podría querer encontrarse frente a frente, ahora mismo, estaba justo a dos pasos de distancia.

Sus ojos y los de la Emma Clark se conectaron por unos cuantos incómodos segundos. Ada recordó todo lo que había pasado con ella. En el fondo, el dolor de la traición seguía allí, quemándola por completo en su interior. Recordó la final del concurso, toda la humillación que sintió ante la última pregunta y una furia se volcó de manera sagaz en su cuerpo...

Sus puños se cerraron.

Si no quería volcar toda esa ira en aquella escuálida embustera, y ser expulsada en su primer día, tenía que marcharse de ahí... YA. Usó el clásico chasquido de lengua para que aquella rubia se diera cuenta de que su presencia no le agradaba en lo absoluto.

Vio la indecisión con claridad en su pecoso rostro, así que decidió dar el primer paso y se adelantó. Y como frutilla del postre, mientras atravesaba la puerta, una idea brillante llegó a su mente.

Esperó a que Emma se acercara lo suficiente hacia la puerta, y entonces, en el último segundo, la cerró con todas sus fuerzas.

¿Quizás con demasiada fuerza...? ¡Nah!

«¡Qué se joda!», pensó sin un ápice de remordimiento.

*****


—¿Y le cerraste la puerta en la cara? —preguntó Teodoro con los codos apoyados en la mesa, mientras sus dientes trituraban un sándwich de pollo embadurnado en mayonesa con ajo y cebolla.

Ada sonrió divertida, también, con los cachetes inflados con la misma y deliciosa comida.

El rector Anderson los vio por un segundo desde el interior de su aula: parecían dos animales sincronizados devorando a la vez una presa. Emitió una negativa despectiva para sí mismo y cerró las persianas.

La conversación entre los Fisher prosiguió en el patio interior de la universidad.

—Me hubiese encantado ver su expresión —dijo ella.

—Deberías dejarla en paz, todavía no sabemos si hizo trampa o cómo fue que realmente ganó el concurso. Quizás lo hizo de manera legítima.

—No, Teo. Ella ya me lo admitió, sí hizo trampa. Ese fue su primer error. El segundo es que cree que no podré descubrirla, pero ya verá. No tiene ni idea.

—Ok, debo admitir que verte tan centrada en uno de tus «casos» me preocupa un poco. No me gustaría que descuidaras tu carrera.

—Es el primer día y ya recibo dos sermones.

—¿Me culpas? Te duermes en un lago y ahora abres un caso nuevo en tu sistema de investigación casero.

—Uno: se llama Redet. Y es un nombre genial. Segundo: si te preocupa que descuide mi carrera, espera, al menos, a ver las notas de los parciales...

Teodoro torció el labio y encogió los hombros. Ella tenía razón.

—Bien. Solo no quiero que te obsesiones... —Sus palabras sonaron más suaves y encerradas entre sus dientes. Sus ojos transmitían el dolor del recuerdo de una época difícil para ambos mientras hablaba—. Ya sabes a qué me refiero. Tus casos. Redet y...

—¡Sí, si! —La peli negra desvió su mirada con una mueca de remordimiento que escondió dándole un gran bocado a su sándwich—. Pero esto es distinto.

—¿Segura?

Una melodía estridente interrumpió la conversación entre los hermanos Fisher. Ada, todavía masticando su sándwich, alzó su dedo para callar por un momento a Teodoro y contestó su tablet.

—¿Sí? Ajá. Soy yo... —Esperó un momento—. ¡Claro! Todavía está disponible. Te puedo encontrar en quince minutos en... —Despegó la tablet de su oreja y se dirigió a su hermano—. ¿Me prestas tu aula unos minutos?

—No.

—Solo unos minutos, tengo que entrevistar a alguien.

—¿Tú? ¿Entrevistar a alguien? ¿Para qué?

—¿Me la prestas o no?

—No. ¿Por qué mi aula?

—Para parecer profesional, obviamente.

—No.

—¡Hey! ¡Vamos! No haré nada malo. Todo es con fines meramente académicos.

—Sí, claro...

—Teo. ¿Cuál era la frase que siempre dice tu superhéroe favorito? ¿Ese del horrible escudo que tienes en tu habitación?

—¡¿Horrible escud...?! —El licenciado suspiró con dejes de agotamiento. Era obvio que su hermana no aceptaría un no por respuesta. La frase en cuestión resonó dentro de la cabeza de Teodoro. «Puedo hacer esto todo el día».

—Aro cuatro, segundo piso, aula 202. Tienes una hora hasta que empiece mi segundo turno.

—¿Las llaves?

—Está abierto.

—¡Cool! —Volvió a la llamada—. ¿Sigues ahí? Genial. Te espero en el aula 202 del aro cuatro en quince minutos. Espera, espera... Sabes que no es remunerado, ¿no?

Equipándose con una exagerada mueca de sorpresa mientras sus cejas saltaban hacia arriba y su mandíbula se dejaba caer, Ada depositó su tablet en la mesa.

—Cortó, la muy hija de perra...

—Claro que cortó.

—¡Bah! Da igual, estoy seguro de que alguien llegará a mí. Lo presiento.

Teodoro asintió fingiendo interés en el tema, pero de pronto vio algo a espaldas de su hermana que llamó su atención lo suficiente como para arrugar el rostro, pero no tanto como para evitar que le diese el último mordisco a su comida.

—Mira, ¿no es esa la chica que hizo trampa? ¿Clark?

Ada siguió la línea de mirada de su hermano y se volteó.

—¿Y a mí que me impor...? —Pero se interrumpió cuando sus ojos apuntaron a alguien en particular, y como un interruptor al activarse, un escalofrío recorrió su espina dorsal al segundo siguiente—. ¡La madre que...! ¡Teo! Necesito tu ayuda.

El mencionado golpeó los codos en la mesa y suspiró, otra vez. Ya lo había visto venir a kilómetros.

—¿Ahora... qué?

—¡Necesito que distraigas al poli! ¡Ya!

—¿Cómo voy a hacer eso?

—¡No sé! ¡Inventa algo! Pregúntale cualquier cosa, tengo que hablar con esa rubia idiota. Si suelta la lengua de más, nos echarán de la puta universidad a ambas.

Teo frunció el ceño.

—Exactamente. ¿Por qué, hermanita?

—Ya te hablé sobre lo que pasó en el crucero... —Se arrimó y empezó a susurrar cada palabra—. Él nos atacó. Casi nos mata, Teo. No estoy mintiéndote. No hicimos nada malo, pero la policía no podría pensar lo mismo. Menos con alguien como un Locker.

Los ojos del Fisher más longevo saltaron de una dirección al azar a otra, evaluando las posibilidades.

—Sí, supongo que tienes razón. ¿Pero qué quieres que le diga? Mira, ya están hablando. Tranquilízate, no creo que pase nada.

—¡Mierda! ¡Déjalo! ¡Yo me encargo! —Ada se despojó de su sándwich para incorporarse como un resorte—. Dime. ¿Todavía te queda kétchup?

Teo no contestó, solo movió sus confundidos ojos hacia el sobre de kétchup que había junto a su plato.

Y lo que seguía, también lo vio venir a kilómetros.

*****

—Lamento molestarla —dijo el oficial Versace—. Solo quería hacerle unas cuantas preguntas relacionadas con el incidente del crucero Novacai y a Errol Locker.

—Oh... —Las alarmas de Emma se dispararon al escuchar a Errol. Pero ella era buena para ocultar sus emociones, el temor y la sorpresa fueron visualmente notorios en ella durante una minúscula fracción de segundo, pero lo cubrió con el mejor maquillaje que conocía: una sonrisa simpática—. Sí. Claro. Estoy esperando a unas amigas ahora, pero puedo hacerme un tiempo para...

—¡Hey! ¡Ahí estás, pequeña! ¡Hace mucho que no te veía! —Ada, en un acto de extrema desesperación, se acercó hasta Emma, la rodeó con sus brazos en un intento de abrazo amistoso —y forzado—, y le susurró al oído de forma suave, sutil... y un tanto amenazante—. Sígueme la corriente.

Emma quedó en un estado que mezclaba una sorpresa súbita con la total incertidumbre de aquella actitud.

El portazo en la cara todavía la perseguía como un fantasma, podría haberle hecho quedar en ridículo ahora mismo, pero algo en su interior la detuvo y prefirió ver hacia dónde la llevaba este juego.

—Escucha —continuó la oji azul—. ¿Tienes eso que te pedí? ¿Sabes? Lo necesito con urgencia.

—¿Qué...?

—¡Oh, perdón! —Ada se giró hacia el detective—. ¡No lo había visto! ¿Estoy interrumpiendo?

—Bueno. La verdad es que sí, pero me viene bien su presencia. —Óscar consultó en una libreta que guardaba dentro de los pliegues de su saco—. ¿Es usted es la señorita Fisher...?

—¡La misma! —dijo ella sonriente. Bastante sonriente—. Adaline Fisher, para servirle.

El hombre volvió a consultar su libreta un par de veces más. Carraspeó la garganta.

—Bueno, señorita Fisher. Si es posible que nos deje a Clark y a mí a solas por un momento, se lo agradecería. Luego deberé hablar con usted.

—¡Sí! Claro, por mí no hay problema. Es más, lo dejaría que nos interrogara ahora mismo, pero... —Ada se dio la vuelta, mientras mostraba una mancha rojiza y oscura en la parte trasera de su pantalón—. Necesitaría un pequeño-gran favor de Emma ahora mismo. ¿Será posible que nos dé un minuto para pasar al baño? No demoraremos nada. Bueno, quizás yo un poco más, ya sabe.

—¡Oh...! Sí. Muy bien. —El detective observó la mancha y desvió la mirada de inmediato—. Sí, no hay problema. Estaré esperando aquí, pero no se tarden.

—¡Mil millones de gracias! —Ada se volteó hacia Emma—. Lo tienes, ¿no?

—S-si... —Emma le devolvió la sonrisa. No tenía idea de porque le seguía la corriente, pero dejarla en evidencia no le traería nada bueno tampoco—. El problema es que me queda solo uno. Y yo también estoy en mis días.

—¡Ah, tranquila pequeña! Te compraré más. Solo necesito salir de este bochornoso apuro antes de que media universidad me vea así.

—Vayan al baño tranquilas. Estaré en esta mesa.

—¡Gracias, detective! —dijo Emma metiéndose de lleno en su papel—. Volveré enseguida. —Sujetó de los hombros a Ada y comenzó a caminar—. Hay que ver cómo te limpiamos eso. Vamos, yo te cubro. ¡Que no te vean!

—¡Eres la mejor amiga! ¡Muchas gracias! ¡Ya se la traigo, oficial!

*****

Desde que se habían perdido de la vista del detective, ninguna habló. Emma, sin darse cuenta, permaneció sujeta a los hombros de Ada hasta que ingresaron al baño. Ella se sacudió para soltarse de las garras mentirosas de la rubia y se adelantó camino a los cubículos del baño a paso raudo.

Con muy poco tacto, y sin importarle si había alguien o no, comenzó a golpear cada una de las puertas, abriéndolas una a una, hasta llegar al final. Tuvo suerte en las primeras seis, ninguna se encontraba ocupada, pero cuando llegó a la última, la puerta ejerció cierta resistencia al intentar abrirla.

¡¿Qué mierda?! —Se escuchó del otro lado—. ¿Qué estás haciendo?

Ada ni siquiera se inmutó al ver a dos chicas saliendo de la última cabina; ambas alumnas no tardaron en acomodarse la ropa y ponerse en modo: «mal humor». El semblante de una de ellas se tornó en un rojizo imposible de esconder. Se acomodó el cabello y huyó despavorida del lugar a una velocidad inimaginable para tratarse de una simple caminata.

Por supuesto que eso, a su compañera de cubículo, no le agradó en lo absoluto. Intentó detenerla, pero sus palabras fueron acalladas por una dolorosa y tajante sentencia: «esto fue un error».

La chica que se quedó, endureció su semblante y clavó una mirada de total desprecio en el suelo que, lenta y dramáticamente, se posicionó en Ada. Las rastas amarillas de su cabello se interponían en su visión, pero eso le importó muy poco. Se le arrimó al punto en que sus alientos colisionaron entre sí; sus hombros eran el doble de anchos que los de Ada, y su altura, el doble de alto. Aun así, la pelinegra no se movió ni un centímetro.

—¿Se puede saber cuál es tu puto problema? —espetó la chica rastafari.

Ada desvió su mirada, el hedor a marihuana impregnado en las rastas teñidas de aquella muchacha llegaron a sus fosas nasales como un cachetazo.

—Solo piérdete. Necesito el baño a solas, ahora.

—¿Disculpa? —aseveró rastas teñidas. Sus fosas nasales se hincharon de la rabia—. ¡Yo voy a hacer lo que quiera y dónde quiera! ¿Te quedó claro?

—Sí, lo que digas, adicta. —Los ojos de ambas, si pudiesen echar chispas, lo hubiesen hecho hace mucho—. Mira. No tengo tiempo para esto ahora. Es mejor...

—¡¿Es mejor?! ¿Tú vas a decirme lo que es mejor para mí? ¡Punky de mierda!

—No juegues conmigo, tijerita...

—¿¡O que!? —Rastafari avanzó y empujó a Ada.

La espalda de la ojiazul chocó con el lavamanos, la fuerza del empujón había sido lo bastante severo como para inmovilizarla durante unos segundos; segundos que fueron aprovechados por rastafari para asestar una patada frontal en el estómago de Ada.

Intentó evitarlo, pero le fue imposible. Su cuerpo se inclinó hacia delante, y de inmediato, sintió que alguien la sujetaba de los hombros. El rodillazo si lo vio venir: se cubrió el estómago y contraatacó con un empujón —era lo único que podía hacer en esa posición—, pero no le fue para nada favorable.

Rastafari le metió una traba inteligente que la planchó de cara al piso. Adaline fue asediada sin compasión por una lluvia brutal de patadas y puñetazos severos.

Emma parpadeó y el brillo turquesa del interior de su pupila se apagó.

Ada no era digna de su devoción, pero tampoco podía dejarla a merced de una paliza descomunal, así como así. Si quería reescribir ese destino, tenía que actuar ahora mismo.

—Sí, lo que digas, adicta. Mira. No tengo tiempo para esto ahora. Es mejor...

—¡¿Es mejor qué?! ¿Tú vas a decirme lo que es mejor para mí? ¡Punky de mierda!

—No juegues conmigo, tijerita...

—¿¡O que!?

—¡Esperen!

Emma se interpuso entre ambas. Ser el foco de atención de dos barriles hasta el tope de pólvora a punto de estallar no le sentó muy bien.

—No tenemos por qué ponernos agresivas —dijo mostrando sus palmas en señal de paz—. Mira, ella y yo tan solo necesitamos hablar de algo importante. Siento mucho que te hayamos interrumpido de esa forma. Fue muy maleducado de nuestra parte.

—¡Bastante!

—Lo sé. Lo sé —dijo la rubia—. Pero creo que podemos llegar a un acuerdo. ¿Qué te parece?

—¿Qué? ¿Dinero? ¿Te parece que me puedes comprar, Honey?

—¿Y si hago tu tarea? Los trabajos son arduos y extensos. Podría hacerlos por ti mientras te concentras en los parciales y nada más. —Emma tenía que convencerla de alguna manera—. ¿Eso te parece mejor?

El rostro de rastafari pareció por fin demostrar algo distinto a «ganas de golpear a todo el mundo» que traía de fábrica: ahora demostró interés.

—Espera. Yo a ti te conozco... —Se arrimó a Emma y sonrió—. ¡Sí! Tú eres la que llegó tarde hoy a la clase, la ganadora de la beca honorífica. Debes ser toda una cerebrito.

—Desde la cuna —mintió Emma con simpatía.

Ada resopló echando a volar un mechón de su flequillo. Esa era su frase.

—Está bien. Siendo honesta, los trabajos prácticos son una lata —dijo rastafari meditándolo durante un breve segundo. La verdad era que la había convencido antes de saber que era la ganadora de la beca honorífica, pero ahora que lo sabía, la dificultad de su propuesta se duplicó—. Quiero diez en cada trabajo. Supongo que no será un problema para ti, Honey.

Emma asintió. Rastafari se giró y le dedicó una última mirada de desprecio a Ada.

—Te salvaste hoy, punky.

Ada respondió como mejor sabía hacer: enseñando el dedo anular. Esperó a que rastafari se marchase y bloqueó la puerta del baño con tachos de basura: la señal universal de «aquí se está limpiando, no molestar».

—Bien. Así ya nadie más nos molestará —dijo Ada, ingresando una vez más.

—Sí que tienes un talento natural para agradar a las personas —dijo la rubia, esperándola apoyando la cadera en el lavamanos.

—Por mí que esa adicta se pudra. Y tampoco te pedí que me ayudaras, así que no esperes un agradecimiento.

—Bueno, pero lo merezco —replicó Emma—. Acabo de salvarte una vez más de que te revienten la cabeza.

—Estás demente si crees que necesitaba tu ayuda.

—Sí, la necesitabas —subrayó Emma—. Solo que no lo sabías. ¿Y qué mierda fue todo eso allá afuera? ¿Eso es kétchup?

—Primero, si es Kétchup. ¿O crees que puedo sangrar a voluntad? Idiota... —espetó con cansancio en su voz—. Segundo, tenemos que aclarar algunas cosas antes de hablar con la policía.

Emma suspiró. Ambas se encontraban en extremos opuestos del baño y ninguna tenía ni la más mínima intención de recortar aquella distancia.

—Bien —aceptó ella—. ¿Qué quieres?

—Hay que coordinar nuestras coartadas. No podemos descuidarnos y responder con relatos distintos o estaremos fritas.

—Sinceramente, no entiendo por qué hacemos esto. ¿No había quedado claro que no hicimos nada? Errol se nos abalanzó y la ola lo asesinó. ¿Para qué ocultarle ese hecho a la policía?

—¿Puedes hablar más bajo? —Ada se acercó. Solo un poco—. ¿Y es que acaso leíste algo de las políticas de esta universidad? Si decimos algo, corremos el riesgo de que la policía abra un expediente nuestro para investigar lo sucedido con Errol en el crucero. En ese caso, Vanlongward nos echará a la calle sin preguntar nada. Son muy estrictos con quienes tienen causas abiertas con la justicia. Su política es muy rígida en ese aspecto. Ellos solo quieren gente «perfecta» en su puta universidad.

—Pero ni siquiera hicimos nada...

—Pero nadie sabe eso. ¡Piensa, tonta! Si decimos la verdad y comienzan a investigarnos, eventualmente darán con el video que publiqué en internet. Creerán que tenemos algo en contra de Errol y nos acusarán de homicidio culposo. ¿Al menos sabes lo que es eso?

—Sí, lo sé... —Emma se tomó un segundo para meditar—. ¿Pero y Brenda? Tenemos su historia. Lo que Errol le hizo. Ella nos apoyará.

—¡Dios mío! —Ada empezó a caminar en círculos al hablar—. ¡Usa tu cabeza un segundo! ¿Y por qué no fueron a la policía cuando se enteraron de eso? ¿Por qué no avisaron a uno de sus maestros sobre el abuso? ¿Por qué tomaron cartas del asunto por su cuenta? ¡La declaración de Brenda solo nos sepultará más! No es para nada viable.

—Aun así, no tuvimos nada que ver con su muerte. No hicimos nada...

—¿¡Nada!? —Ada se detuvo y volteó su cuerpo para enfocarse en Emma—. ¡Rubia! La biopsia de Errol demostró las contusiones que tiene en la espalda por los garrotazos que le di para salvarte el puto culo, y a su vez, tiene más en todo el cuerpo cuando tú lo empujaste hacia el ventanal. ¿Por qué crees que hay detectives aquí? Lo dejamos incapacitado para reaccionar y la ola lo asesinó. Sus padres sospechan que fue un homicidio premeditado, y dudo que los conozcas porque no te enteras de nada, pero los Locker tienen bastante influencia financiera en esta isla. Si nos ponen en la mira, dudo que podamos pisar una universidad en lo que resta de nuestras vidas.

Esta vez fue Emma quien se acercó.

—¡¿Y eso es mi culpa?! ¡Yo no quería que nada de esto pasara! ¡Fuiste tú la que quiso enfrentarlo! Te lo dije antes y te lo repito ahora. ¡Es tu culpa! Yo no tengo nada que ver con esto.

—¡Bien! ¡Perfecto! —escupió Ada, fuera de sus casillas, y aunque se encontrase notoriamente alterada, trataba de no elevar demasiado su tono de voz—. ¿Quieres delatarme? ¿Quieres culparme por todo? ¡Hazlo! Pero escúchame bien, si tú dices algo en mi contra, yo haré exactamente lo mismo. —Avanzó hacia Emma—. Si me hundes, yo te hundo conmigo, porque, aunque cuentes la verdad, tú también quedarás pegada y olvídate de tu tonta beca honorífica, olvídate siquiera de tener un futuro aquí, porque pasaremos los próximos años en la puta cárcel. ¿Saben lo que les hacen a las rubias bonitas como tú en la cárcel? Te recomiendo que entrenes esa lengua que tienes, porque la vas a necesitar.

—La madre que te parió... —Emma comenzó a caminar nerviosa por todo el baño—. ¡Mierda!

—Sí, si, si... mierda. Esto lo que nos ganamos por jugar a las heroínas para rescatar a tus amiguitas. Ahora ya no hay nada que hacer. No se puede volver el tiempo atrás. Así que decídete de una vez. ¿Estás conmigo o no?

La respiración de Emma encontró su punto más crítico y fue necesario reposarse en el lavamanos para intentar calmarse. Evaluó las opciones con detenimiento mientras observaba su reflejo y el de Ada en el espejo.

Por más que no quería aceptarlo, no había otra salida para ellas ahora mismo que mentir, y esperar a que, con el correr del tiempo, todo lo sucedido en el crucero se esfumara con el viento para no volver jamás.

Emma se frotó los ojos, agotada.

—Si le mentimos a la policía. ¿Se termina todo?

—Prefiero el término «evadir la verdad», pero sí, eso es lo que espero. Solo te quedaría hablar con Brenda. Ella también deberá modificar una parte de su historia. ¿Crees que puedas convencerla?

Emma asintió con pesadez, aceptando, de una vez por todas, los términos del acuerdo. Por desgracia, lo que ninguna de las dos sospechaba, ni en lo más mínimo...

—Pero que quede claro —dijo la rubia, asestando una mirada seria e implacable—. Esta será la última vez que te ayudo.

... Es que todavía les quedaba un inconveniente por solventar...

—Me parece perfecto —respondió Ada.

... Un cabo suelto que rondaba por los pasillos del campus, junto a ellas.

Una persona que lo complicaría todo, cobrándose, tarde o temprano, otra vida más.

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