🔪 Capítulo 47💌

—Haz lo que te plazca. No voy a detenerte —contestó Ayano, secamente.

—Pero yo sí tengo que detenerte, ¿verdad?

—Lo haces porque quieres.

—Ayano, ¿no te das cuenta?

Otra vez, otra vez le decía lo mismo. Aquella tarde mientras limpiaban en el instituto, discutían y Budo le dijo exactamente lo mismo.

—Ya sé que te importo.

—No, no me importas, te amo Ayano. Te amo —le confiesa, casi rogándole.

El azabache se acercó hasta ella y la tomó por los hombros, se miraron fijamente, sus ojos eran transparentes para el otro, sus emociones se reflejaban en aquellas perlas negras.

—Me voy a morir, Budo.

—¿Qué…? ¿Qué mierda estás diciendo?

—Veo que tu mamá jamás te lo dijo.

—¿Decirme qué? —la mira expectante, intentando entender lo que ella le decía.

—Mis expedientes muestran que tengo Alzheimer infantil.

—¿Y…?

—Las personas que lo padecen, no viven más de la adolescencia —Ayano le explica con tranquilidad, casi sin importarle que iba a morir—Lo decía al pie de la página, estaba con letra muy chica.

—Me estás mintiendo. Lo dices para que sienta lástima y me quede…

—¿Por qué te estaría mintiendo? ¿Por qué le mentiría a la persona que amo y ya me dejó atrás? —con una sonrisa burlona, Ayano se acerca aún más a él.

Sus labios se rozan entre sí, dejando que se encienda una chispa en el corazón de cada uno.

—Mi mamá… —susurra Budo entrecortadamente.

—Sígueme.

(...)

El sótano seguía oscuro a pesar de que era de día. La bombilla alumbraba poco, pero lo suficiente como para leer el expediente.

—No.

Las lágrimas de Budo caían sin piedad, sin delicadeza, sin nada. Solo llenas de dolor. Un dolor punzante en su corazón. Un corazón estrujado, malherido, desilusionado.

Se tiró al piso agarrándose la cabeza.

Porque no podía ser real.

Ayano no podía morir.

Recordó sus alucinaciones con aquella Ayano del futuro.

¿Acaso estaba loco? ¿Perdió la cabeza totalmente?

Ahora ya no había nada. Sintió que la vida se fue de su cuerpo, porque su corazón ya no podía resistir aquella realidad.

—Mátame. Si ya te dejé atrás, mátame. Si tu amor es tan enfermizo hacia mí, mátame. Porque no quiero verte morir.

(...)

Las nubes grises no tardaron en opacar el anaranjado del cielo. Ahora todo se veía fúnebre.

La habitación en penumbras, Budo recostado en el regazo de Ayano, y ella le acariciaba sus cabellos.

—Vámonos —propone ella, rompiendo el silencio.

—¿Qué?

—Vámonos de aquí. Vayamos a cualquier lugar, a donde sea —su mano baja hasta acariciar la mejilla de él.

—Está bien.

El silencio se apodera una vez más.

—¿El veinticinco vas a pasar por mí? —pregunta Ayano.

—¿Quieres que vayamos juntos a la fiesta?

—¿Por qué no? —hace una larga pausa y dirige su mirada hacia Budo, hacia sus ojos oscuros—. Nos amamos, somos algo, ¿verdad?

Budo se asombra, pero de inmediato contesta.

—Somos dos personas perdidas en la oscuridad, que se buscan entre sí para amarse —él besa los nudillos de la chica y continúa—. Somos el principio y el final.

—Somos un amor sin raíces, ¿te das cuenta?

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