𝐗𝐈𝐗

—¡ESPERO QUE LA IDIOTA ESA NO HAYA COMETIDO UNA ESTUPIDEZ!

Linda Iero gritaba enfurecida al haber llegado del viaje y no encontrar señales de Jamia en la casa, las encargadas del aseo le confirmaron que ella se había ido con sus cosas hacía como cuatro días atrás.

—Calma cariño, la encontraremos.

—Y más vale que lo hagamos Cheech, esas niñas son nuestro boleto, lo sabes.

—Lo sé, pero tranquila, recuerda que Anthony no tiene como enterarse de nada.

—No lo se, tengo un mal presentimiento.

—Ya cariño, es imposible que se dé cuenta de eso, recuerda que el viejo torpe no puede abrir la boca, sino estaría en problemas y conociendo su reputación no creo que exponga su todo por una nada como Frank.

—Esperemos que tengas razón, no quiero perder mi vida Cheech.

Se arrojó a los brazos de su marido en busca de protección, a pesar de que ambos eran unas arpías entre ellos se querían.

—No lo harás mi cielo —besó su cabeza con ternura.

—Esas niñas son mi esperanza, tú sabes como fue todo desde que me enteré que tendría a Frank, era muy joven y aunque quise cambiar mi trato hacia el, simplemente no pude, él y yo somos incompatibles —la mujer se refería a Frank de manera tan fría que cualquiera que la escuchara no pensaría que era de su hijo de quien hablaba—. A veces me pregunto porque lo tuve, nunca sentí ese instinto maternal del que todas se jactan, aunque si hubiese abortado no tuviésemos todas estas bellezas —señaló todo a su alrededor mientras reía.

Cheech la escuchaba atento, nunca le había dicho eso, es cierto que se habían portado como la mierda con Frank, pero no sabía que ella lo rechazaba a tal punto, él estaba consciente y sabía muy en el fondo que su hijo era un buen muchacho, incluso habían ocasiones en las que se arrepentía de haberle hecho pasar tantos malos momentos o simplemente golpearlo por cosas sin sentido, le perturbaba el haberlo dejado sin techo ni comida por una estupidez como su preferencia sexual, pero le daba orgullo saber que salió adelante, que creció, que era un hombre hecho y derecho, sin embargo no estaba dispuesto a decirle eso a Linda ni mucho menos a expresarlo en voz alta.

*

Los días en el hospital se le habían ido volando, las niñas nacieron perfectas, eran muy bonitas, tan delicadas que parecían muñequitas talladas a mano, no molestaban y dormían mucho.

Jamia por el contrario lloraba a cada rato, los médicos no le habían dicho cuanto tiempo le quedaba, sin embargo ella lo sabía, pues sentía el dolor carcomerla desde lo más profundo de su ser, su semblante en el espejo la espantaba a ella misma.

Estaba apunto de irse con las gemelas del hospital, juntó todas las fuerzas que le quedaban, con su bolso al hombro y dos pequeñitas en sus brazos abandonó la habitación, caminó hasta la recepción donde tenía que retirar los certificados de nacimiento para posteriormente inscribir a las niñas, en el nombre de los padres sin pensarlo colocó el de Frank Iero y el de Gerard Way.

Ya no había vuelta atrás, muy probablemente eran sus últimas horas junto a ellas y debía asegurarles lo mejor.

La mujer que hacía el papeleo la vio extrañada, ella le explicó simplemente que las daría en adopción y el asunto quedó ahí no más.

Por suerte o por desgracia al tiempo en el que ella tomaba el taxi, una pareja se estacionaba en el hospital, ella no lo notó pero el auto inmediatamente comenzó a seguirlos.

—Lo bueno es que no tendremos que buscar mucho querido, llama a Donald, tendremos que deshacernos de la perra si queremos a las crías.

Con cada palabra que decía el hombre más la desconocía, sin embargo hizo lo que ella le pidió.

Conocían el camino que estaba tomando el taxi, se dirigía al departamento de Frank, por lo que desviaron un momento para recoger a Donald Way.

*

—Gracias amor, unos días así era lo que necesitaba.

—No hay nada que me haga más feliz que tu sonrisa Frankie.

Estaban muy cerca de llegar a su hogar luego de sus cortas vacaciones ya que los últimos días estuvieron llenos de estrés.

—Te amo tanto.

—Y yo a ti.

Mantenían sus manos siempre enlazadas mientras caminaban.

Ray los estaba esperando en la puerta del departamento, pero se sorprendió cuando vio que quien se acercaba era Jamia tan pálida como una hoja de papel, con la respiración acelerada y dos pequeñas criaturas en brazos, él pensaba que era un bebé, pero viéndolo bien su vientre era exagerado.

—Oye ¿Qué pasa?

A pesar de que el asunto aún no estaba aclarado, no podía ser un patán e ignorar la situación en la que ella estaba, rápidamente la abrazó por la cintura y la sostuvo.

—¿Dónde está Frank? Necesito hablar con él.

Su voz estaba rota, pausada y débil, un sollozo se escapó de sus labios y el corazón de Ray se destrozó, ella estaba muriendo en sus brazos, antes de que el más alto contestara la risa de Frank y Gerard inundó el pasillo sin embargo detuvieron sus acciones al ver a la castaña frente a su puerta.

—Jam.

—Frankie, no tengo mucho tiempo —se soltó del apoyo de Ray y caminó hacia él y Gee, inhaló lo más que pudo y acercó a Gerard con sus brazos temblorosos a la primer bebé, besó su frente y giró hacia a Frank, entregándole la otra niña.

—Jamia ¿Qué significa esto? ¿Qué pasa?

Estaba demasiado confundido y ella seguía sin decir nada, se limitó a sacar algo de su bolso, lo dejó en su mano derecha y entregó la pequeña pañalera a Ray.

—En primer lugar quiero que me perdones, yo no sabía que ellos le harían eso a Gerard, yo necesitaba de la ayuda de tus padres para que cuidaran de mis hijas, a mi no me queda tiempo y necesitaba dejarlas en un lugar seguro, con una familia, pero ellos no son los indicados, cuando escuches esto entenderás mejor —le extendió un teléfono, aquel en el que ella grabó la conversación que sostenían Linda, Cheech y Donald—. Espero que también sirva como prueba ante la justicia —para ese punto su rostro estaba bañado en lágrimas—. Perdóname por favor.

—Oh Jam, yo no tengo nada que perdonarte, yo se quienes son ellos en realidad.

Con su brazo izquierdo rodeó los hombros de la chica, en cambio Gerard admiraba con detenimiento a la pequeña en sus brazos y acariciaba su mejilla con su dedo índice.

—Frankie, cuida a mis hijas, ahora son suyas, denles todo el amor que yo no podré —se acurruco en el pecho de Frank—. En el bolso están los certificados de nacimiento, con ustedes como padres, solo les pido que las amen mucho y las cuiden siempre, por favor.

—Claro que lo haremos Jamia —Gerard que estaba en silencio habló por primera vez y se acercó a ella—. Vamos a amar a nuestras hijas.

Le sonrió sincero desde lo más profundo de su alma, porque él la comprendía, su mirada desesperada era la misma que tenía Donna poco antes de morir.

Frank le hizo una seña a Ray para que ayudara a Jamia a entrar al departamento, mientras él se acercó a Gerard ambos con las bebes en brazos, apegaron sus frentes dispuestos a fundirse en un tierno beso.

—Pero que escena familiar más conmovedora.

Una estruendosa carcajada resonó en el pasillo.

Ray que iba a cruzar el marco de la puerta se devolvió sobre sus pasos, sacó su teléfono y llamo a la policía, eso debía parar de una vez por todas.

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