Capítulo 6: Esquizofrenia
La miré aterrada. ¿Éste era mi final? ¿Aquí acabaría mi corta y miserable vida? Mi pulso se aceleró y comencé a sudar del miedo. Intenté huir, pero no había escapatoria. Intenté gritar, pero ningún sonido salió de mi boca. Apenas podía sostenerme en pie. Ya no pensaba con claridad, y parecía que de un momento a otro me desmayaría para jamás despertarme. La miré por última vez; parecía estar muy feliz, como si el simple hecho de matar la pusiera eufórica. Seguía sosteniendo su cuchillo en las manos, alzándolo por encima de mi cabeza. Cerré los ojos con fuerza y esperé...
Pero no pasó nada.
De repente, escuché un ruido cerca de mi, como si algo se cayese al suelo desde una altura de alrededor de 1 metro. Abrí los ojos y el espectáculo que vi me perturbó demasiado;
Clara estaba de pie, con el cuchillo en el suelo, llorando y temblando como un flan. Intentaba hablar, pero las lágrimas se lo impedían. Al ver que la estaba observando, se quiso ocultar la cara con la manga de su chaqueta. Cayó de rodillas al suelo y siguió temblando. Su mirada estaba clavada en mi, pero a la vez tuve la extraña sensación de que no me estaba prestando atención, como si yo fuera invisible a sus ojos. Al fin pudo mover sus labios, ahora resecos, y articular débilmente dos palabras;
-L-lo siento...
En vez de correr, que eso es lo que hubiera hecho si tuviese miedo de ella (era lo último que tenía en esa situación, aunque fuese difícil de creer) me acerqué a Clara y le puse la mano en el hombro. Le intenté dirigir una cálida sonrisa y le ayudé a levantarse. Después de un silencio bastante incómodo me atreví a preguntar:
-¿Qué te ha... pasado?
-...recuerdos.-respondió ella. No me quedó muy claro a que se refería.
-Tú no estás bien.-añadí.
-Lo sé.
Al fin, más tranquila, se limpió las lágrimas con un pañuelo. Tenía los ojos vidriosos e hinchados. Suspiró, y empezó a buscar algo en su maleta. Vi como sacaba una pequeña cajita del mismo color que su collar, nada más que ésta llevaba una cerradura con forma de corazón. Giró una pequeña manivela que había en la parte trasera de la caja y la abrió con sumo cuidado. Entonces empezó a sonar la canción que había tarareado anteriormente la chica. Había una bailarina que giraba lentamente pero todo el rato. Llevaba un tutu azul muy claro y unas bailarinas del mismo color. Tenía el pelo rubio, recogido en un bonito moño. Estaba bastante vieja, como si tuviese ya un siglo de antigüedad. Hipnotizada por la música y la bailarina, no me percaté de que había grabada una frase dentro de la cajita que decía así;
No te olvides de mi.
Empezó a acabarse la cuerda lentamente, hasta que en la habitación fue inundada por el silencio.
-...esta caja me la regaló mi madre en mi tercer cumpleaños. Antes había pertenecido a mi abuela a la cual se la dio mi bisabuela. Ha ido pasando de generación en generación, y al final ha llegado a mis manos. ¿Has visto la frase que tiene escrita? La mandó hacer mi madre justo antes de que se suicidase lanzándose desde un quinto piso para luego caer en una cama de espinas. Se dice que lo hizo porque mi padre la maltrataba o por traumas psicológicos en su trabajo. Nadie lo sabe con certeza. Adivina quien vio el cuerpo ensangrentado y mutilado al lado de nuestro jardín; yo.-hizo una pequeña pausa y siguió contando.-Imagínate a una niña pequeña de apenas tres años, parada enfrente de la puerta, observando el cadáver de su madre muerta. A mi padre lo encerraron en un psiquiátrico, porque, después de eso, se volvió completamente loco. Y yo decidí irme de casa y esconderme por la ciudad, vagando como un alma en pena, intentando sobrevivir como buenamente podía. Así estuve hasta que ese estúpido policía me encontró. Yo ya no tengo cura y lo sé. Pero sigo con la esperanza de que alguien me quiera como lo hizo mi difunta madre. Me acuerdo de las últimas palabras que dijo antes de dejarme para siempre:
¿Me prometes que nunca dejarás de sonreír, aunque no esté? ¿Puedes hacerlo por mamá? Además, sea como sea...
Yo siempre estaré a tu lado.
Y eso es verdad. Nunca me ha dejado sola. Ni ella ni ellos.
-¿A qué te refieres?-pregunté confundida. Su historia era horrible, pero aún así, Clara seguía sonriendo. Es fuerte en todos los sentidos, pensé. Yo ya me hubiese suicidado. Ella levantó el papel que anteriormente había puesto boca abajo al verme entrar y se limitó a enseñarmelo; había un montón de garabatos negros alrededor de una figura de ojos oscuros como la noche y de semblante triste. Tenía heridas por todo el cuerpo. Se parecía mucho a la chica que lo mostraba. Dibujaba muy bien, pero, sin embargo, ese dibujo me perturbaba demasiado.
-¿Qué es eso?-sabía que debería de parar de hacer preguntas, pero la curiosidad me carcomía por dentro.
-Ellos.-volvió a decir, señalándome los garabatos.-Ellos están aquí.
~~~~~~
Era ya tarde. Recuerdo que me pasé la tarde entera con Clara, hablando con ella y dibujando. Me contó un sinfín de cosas sobre ellos. Creo que nunca había estado más informada de ningún otro tema como lo estuve sobre esas misteriosas entes que atormentaban a mi compañera. Me ha entrado mucha curiosidad sobre ese tipo de cosas; iré a la biblioteca a buscar libros de el tema. He descubierto que me apasiona la psicología; algún día llegaré a trabajar en un centro psiquiátrico, si es que aún no me he suicidado. No me molestan los locos, ni los gritos, ni nada de eso... Es más me parecen sujetos... Interesantes.
Aparte de hablar sobre esos seres, me ha enseñado como sobrevivir aquí sin suicidarte antes; creándote tu propio mundo. Siempre me dice que ella no pertenece aquí y que seguramente será un fallo de la Muerte; si, de la Muerte. Clara me ha enseñado muchas teorías que tiene sobre la muerte y a dónde vamos cuando dejamos de existir aquí. Una cosa tenemos ambas en común; no le tenemos miedo alguno.
Después de un largo día me despedí de mi compañera y me fui directa a mi habitación. Todos los internados en este orfanato ya estaban durmiendo, todos menos Clara y yo que nos habíamos quedado hasta tarde. La luz de la luna iluminaba los pasillos con su tenue destello. Las estrellas refulgían en el cielo como pequeñas bombillas apagándose y encendiéndose continuamente. Olía a tierra mojada y los grillos cantaban su pequeña melodía. Al contrario de Clara, la cual estaba muy cansada, yo no pensaba dormir; abrí la puerta de mi habitación y me dirigí hacia mi asquerosa y dura cama. Me senté en ella, cerré los ojos y esperé, tal y como me había dicho Clara que hiciese; de repente la estancia fría empezó a calentarse, como si hubiese una chimenea al lado. Seguí esperando con los ojos cerrados fuertemente y escuché el leve crepitar de las llamas acompañado de sonidos de cubiertos golpeando la mesa y gritos de niños pequeños de felicidad. No parecía haber muchos chiquillos. Entonces, se empezó a oler un dulce aroma que no llegaba a reconocer, pero era tan agradable que hubiese querido tenerlo toda mi vida.
-¡galletas! ¡Galletas!-gritaban los niños emocionados. Una voz femenina tranquilamente los mandó calmarse, mientras se escuchaban como colocaba las galletas encima de la mesa. Estaba yo tan tranquila sintiendo esa hermosa escena, cuando de repente oí de fondo:
-Somos tus amigos, ¿no lo crees?
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