Capítulo 4: Alguien más
Han pasado varios meses y todavía sigo en este orfanato. ¿Por qué no me han adoptado? Quizá sea porque desde que entré aquí he ido perdiendo el brillo de mis ojos verdes, mi pelo rubio se ha convertido en un cabello de color dorado oscuro, despeinado y sucio. A lo mejor es también por mis grandes ojeras que recorren mi cara, mis pequeñas manos sucias llenas de cortadas o mis labios resecos de tanto pedir ayuda. Seguramente sea por todos esos aspectos. Aún sigo recibiendo bullying por parte de mis compañeros de clase, pero el dolor de las cortadas alivia el dolor psicológico. Al menos eso creo yo. He estado pensando seriamente en el suicidio, pero no me veo capaz de hacerlo. Sí, soy una cobarde. El orfanato se está quedando vacío con el paso de los días. Ya sólo quedamos dos niños gemelos muy extraños, un chico y una chica, los cuales tienen muy mala fama aquí, un grupito de chicos muy agresivos que, según dicen, salen del orfanato por las noches a robar, y yo. Lo más probable es que yo pase el resto de mis días aquí, con esos raritos a mi lado y con otros niños nuevos que al cabo de una semana adopten rápidamente. Creo que ya he perdido mi infancia entera. Cuando no estoy cortándome o llorando en mi habitación, me paso las horas escribiendo. He mejorado notablemente. Me gustaría presentarme a concursos, pero la directora no me deja y se ríe de mí cuando se lo propongo. Ahora paso horas y horas yendo a una antigua biblioteca medio derruida. Me he leído casi todos los libros de allí. Me los escondo debajo de mi vestido y después de la bronca con la directora por llegar tan tarde al edificio, que la mayoría de veces incluye un par de bofetadas, me subo a mi cuarto a leer sin que nadie se de cuenta. De todos modos nadie se preocuparía por mí si leen este diario. A veces creo que la gente me quiere ver muerta.
Hoy ha venido una chica nueva al orfanato. Estaba en mi cuarto leyendo tranquilamente cuando se ha escuchado cómo aporreaban la puerta de la entrada con tanta fuerza, que he sentido mi habitación temblar. Me he levantado de la sucia y rota cama y he dejado mi libro debajo de ésta. No me he puesto las zapatillas, porque no quería que nadie me descubriese husmeando por allí. El comedor estaba casi vacío. Tan sólo un par de niños habían bajado a comer la bazofia que ponen allí. Me miré al espejo de la entrada; llevaba un camisón blanco tirando a rosa, sucio y grasiento por no lavarlo. Mis pequeños pies estaban rojos del frío, y lucían una gruesa capa de polvo en ellos. Intenté sonreír un poco, para parecer más agradable pero llevaba tanto tiempo sin sonreír que mis labios sólo temblaron levemente. Dejé de mirarme al espejo y me escondí en una de las columnas, con cuidado de no pisar ninguna cucaracha. Entonces vi a la directora andar lentamente hacia la puerta, con pinta de enfadada sin tener ninguna razón para estarlo. Esa vieja loca siempre estaba así. Todos sabíamos que odiaba a los niños, y sólo había abierto el orfanato para ganar reputación en la ciudad. Tenía unos extraños rizos en el pelo, una crema blanca que le cubría la mayor parte de la cara y una bata de lana rosa con unas pantuflas a juego. Abrió la puerta y se encontró a un guardia de seguridad mirándola, algo molesto. Llevaba el uniforme de policía brillante y limpio. En una mano llevaba una porra, con la que golpeaba suavemente la puerta, y en la otra llevaba cogida del gorro de la sudadera a una niña. La chica tenía el pelo castaño oscuro, algo rizado. Sus ojos de color azul intenso miraban de forma amenazadora al guardia, como diciéndole que la soltara. Tenía bastantes pecas, repartidas por alrededor de la nariz y de los mofletes. Su sudadera era azul con unos hilos blancos y tenía además unos pantalones vaqueros largos de color gris claro, unos calcetines de color morado oscuro y unas zapatillas negras con algunos detalles en azul. Estaba masticando una bola de chicle ruidosamente, como si quisiese llamar la atención de la directora. Llevaba los brazos cruzados y la cabeza ladeada hacia un lado. Se podía apreciar a simple vista que estaba enojada.
-¿Otra niñata?¿Por qué no las matas y no me las traes aquí?-dijo la directora, sonriendo forzadamente. Tenía un humor bastante negro.
-Lo dice la señorita arreglada. Por Dios, si es que pareces la mala de una película...-comentó la chica, desviando la mirada.
Los dos la miraron con los ojos muy abiertos, como si les hubiera dicho alguna mentira horrible. Técnicamente ella había dicho la verdad...
-Mira em...
-Clara.-respondió secante.
-Eso, Clara. ¿Tú no sabes cómo van las cosas por aquí verdad? Yo soy tu directora, y debes respetarme. Si no, ¡te voy a dejar morir en la calle, pequeña imbécil!¿¡ME OYES!?
-Señora me está escup-
-¡¡¡¡¿¿¿¿ME OYEEES?????!!!!
-Pst, claro. Para no oírla si está chillando tanto, que creo que toda la ciudad se ha enterado.-dijo Clara, sonriendo.
La directora suspiró profundamente y apretó los dientes.
-Esto no va a quedar así, Clara. Puedes entrar. Tu habitación es la número 12 de la quinta planta. Ve a tu habitación.
-Ok :).
-Siento las molestias, madamme. Esta chica no trae más que problemas.-dijo cuando Clara se hubo alejado lo suficiente de ellos.
-Ya le enseñaré yo modales.
Y así se dió por finalizada la conversación. El policía se alejó de allí y la directora se fue a su spa privado a terminar su manicura. Entonces me di cuenta de que Clara estaba en mi misma planta. Sinceramente, no quería hablar con nadie. Ya había tenido suficiente estos últimos meses.
Corrí a mi habitación por los angostos pasillos del orfanato. La madera crujía a mi paso. Ya sólo quería coger mi diario y ponerme a escribir. Fui a través del comedor, donde el grupito de chicos malos estaban tirando la comida por todas partes. Me agaché justo a tiempo para que un líquido asqueroso no explosionara en mi cara. Cuando al fin llegué a la puerta de mi habitación e hice el amago de abrirla, escuché una voz a mis espaldas:
-¡Hola! Encantada de conocerte yo soy...
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